martes, 8 de agosto de 2023

LO QUE NOS AMENAZA

                                            LO QUE NOS AMENAZA

 


Así como no son los cuchillos de la cocina lo que nos amenaza, sino que estén en manos de un psicópata asesino, de modo similar no es el conflicto termonuclear lo que nos intimida, sino el nihilismo de la cultura del occidente liberal.

El nihilismo es el malestar global de nuestro tiempo y la cultura secularista moderna junto al sistema económico capitalista y al pensamiento científico técnico es su principal acelerador. El relativismo, el escepticismo y el hedonismo son sus principales consecuencias. El nihilismo es así la erosión e invalidación de las creencias tradicionales, los valores absolutos y los fundamentos metafísicos trascendentes. La modernidad queda así leída como la terrenalización del mundo. Suprimido el sentido de lo divino acto seguido viene la supresión del sentido del ser y a éste le sigue la disolución del sentido de la vida. Los valores se vuelven elecciones arbitrarias. En términos weberianos vivimos la desmitologización de la cultura. Aún se discute si el nihilismo es una traición a la Razón (Husserl) o estaba ínsita en el logos griego (Heidegger).

Así que visto fríamente el nihilismo es un pensar desde la Nada, sometiendo todo a la transitoriedad del devenir, impera lo efímero, la vida se vuelve en un devaneo de la nada a la nada. El nuevo dogma que se impone es que el devenir es lo único existente y no cabe ser negado, todo transcurre en un ir del ser finito al no ser finito. No hay Dios, cielo, infierno, purgatorio, Salvador, alma ni inmortalidad. Tras la muerte los elementos regresan a la tierra. Todo lo que existe es asumido como composición y descomposición de partículas materiales, en un eterno retorno sin fin ni propósito específico. Es por ello que el nihilismo es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, puro poder ser, apoteosis de la voluntad de poder, poshistoria, secularización, poder de la nada y estancamiento espiritual. Todo esto se ha encarnado en el occidente liberal, la misma que resulta siendo refractaria a cualquier ontología fuerte y se hunde en la erosión nihilista de la sociedad posmetafísica.

El nihilismo del último hombre narcisista, hedonista, amoral, descreído y egoísta es la verdadera espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Ese nuevo tipo antropológico advenido con la posmodernidad inaugura una voluntad de poder sin voluntad normativa y soltado al viento por el capricho de sus gustos y deseos personales. Es el hombre de los últimos tiempos de la razón burguesa, que se siente más allá del bien y del mal, celebra la muerte de Dios y cree vivir una libertad ubérrima. De ese tipo cultural proviene el peligro real y no se le puede comprender al margen de su subsuelo neoliberal que abriga el dogma culturalista de que no hay esencias, sino que todo es pura existencia arbitrariamente elegida por una libertad ilimitada. De ahí proviene la ideología de género y otras aberraciones antinaturales. La fantasía ideológica nominalista que abraza el occidente liberal es la real amenaza para la sobrevivencia de la humanidad.

El imperio posmoderno del hombre anético[14] se ha consolidado con el capitalismo cibernético, que sume al individuo en un mundo ludopático, virtual y egocéntrico a través del internet y las redes sociales. Entregado el ser humano a la diversión del entretenimiento virtual se vuelve en un individuo con una pobre conciencia social, incapaz de reaccionar revolucionariamente a las grandes componendas de políticos y plutócratas. Como resultado, antes de estar en una sociedad del espectáculo (Debord), del cansancio (Byung-Chul Han), una modernidad líquida (Bauman), la era del vacío, el imperio de lo efímero (Lipovetsky), la sociedad del cansancio (Baudrillard), estamos en la civilización de la indiferencia. Indiferencia que refuerza el desarrollo acelerado de la Inteligencia artificial autónoma y retroalimenta la utopía del transhumanismo y demás tecnoutopías del mercado cultural enajenado. Es decir, el actual capitalismo digital se encarga de conducir al último hombre neonietzscheano hacia la sepultura de la indiferencia humana.

Ahora se entiende mejor que si el terremoto geopolítico que nos sacude logra sofocar el peligro de un enfrentamiento nuclear aún quedará como espada de Damocles la fuente desde la cual nace, a saber, el nihilismo. Veamos. Nuestra encrucijada tiene un nombre preciso, y es: NIHILISMO. Ahora bien, el nihilismo pensado en su esencia no es la historia fundamental de Occidente -como cierto prestigioso pensador afirmó-, sino el movimiento fundamental de la civilización misma. La civilización humana se inicia, como lo hizo nota Lewis Mumford[15], como un poderoso movimiento de voluntad de poderío a través del ropaje de las monarquías divinizadas.

Esto no significa satanización alguna del proceso civilizatorio mismo, pues ésta puede tomar otro cariz bajo presupuestos distintos. De lo que se trata es de ver con claridad que el nihilismo como voluntad de poder, como negación y comienzo de la erosión del ser, tiene un principio acelerado con la invención de la civilización. La civilización humana ha sido desde su comienzo remoto hasta la actualidad, voluntad de poder en vez de voluntad de servir. Sólo con el advenimiento del cristianismo se introdujo en el curso civilizatorio otro ideal humano entronizado por la voluntad de servir. Otra cosa es si ello se logró conseguir. Al menos la Edad Media lo intentó. Con razón el especialista Ch. Dawson[16] expresa que nada más lejos de la realidad que el adjetivo de “oscurantismo” que el Renacimiento aplicó a la Edad Media. Por el contrario, la Edad Media es la época en que la cultura cristiana puso el cimiento de la nueva cultura europea, proporcionó el principio de reconstrucción espiritual de Occidente, recuperó la ciencia y el pensamiento griego. Sólo tardíamente fue anticientífica y antihumanista. Pero la modernidad fue el retorno a la voluntad de poder con un creciente retroceso de la voluntad de servir.

Ahora bien, voluntad es deseo, pero el deseo no tiene que ser necesariamente vorágine sin término de acrecentamiento del dominio sobre los hombres, la naturaleza y las cosas, como ha venido siendo. También la Voluntad puede ser acrecentamiento del servir, dar y amar, como no lo ha sido sino en personajes excepcionales (santos, héroes y profetas). No obstante, nuestra encrucijada tiene perfiles singulares desde que está atravesada e identificada con el pensamiento secularista, la economía capitalista y la técnica moderna.

Bien se ha señalado que la técnica es el predominio del ente y el olvido del ser. Pero el mismo efecto se tiene con el capitalismo y el secularismo. O sea, la médula de la secularización, el capitalismo y la técnica es el imperio nihilista del devenir. En una palabra, la terrenalización del mundo.

Si el pensar secularista, el capitalismo y la cosa técnica es la tachadura del ser, si es el ámbito donde el ser se vuelve nada, ¿significa ello que el pathos de los tres no pueda salir nunca de la ontología débil del nihilismo? Ello es dudoso. Si nihilismo es falta de sentido, decadencia civilizatoria, disolución de valores, imperio de la temporalidad, poder de la nada, poshistoria, secularización, utopía inmanente y estancamiento espiritual, ello no significa que el sentido unívoco del ser -el de las cosas finitas- tenga que imperar para siempre.

Además, el devenir tampoco tiene que ser exclusivamente un ir del ser finito hacia el no-ser. Como la negatividad no puede consistir en un ir de la nada a la nada, entonces ni agota el ser finito ni niega definitivamente el ser absoluto. Ciertamente que el nihilismo es el malestar global de nuestro tiempo y el capitalismo, la secularización y el pensamiento científico-técnico es su factor acelerador.

Pero ello no significa que terminemos siempre negando la posibilidad de la ontología positiva, pues partir del reconocimiento de la interrupción ontológica del tiempo lleva también al reconocimiento del ser infinito y eterno. Sin ello no hay posibilidad ni de salir del nihilismo, ni de poner término a la identificación entre ser y ente finito, ni de reconducir la técnica por la senda de una nueva historia de la metafísica. El paso temerario dado por la Modernidad de adentrarse en el abismo de lo finito y de la nada está llegando a su término, y para evitar un desenlace catastrófico en una guerra termonuclear hay que ver que el problema de fondo es de naturaleza metafísica.

Nuestra actualidad es nihilista, lo es la historia del occidente liberal, por eso mismo es metafísica, pero no es la única metafísica posible -como no lo ha sido nunca-. Atajar el nihilismo es el verdadero desafío de fondo que enfrenta el mundo actual, porque mientras subsista será permanente el peligro de una hecatombe nuclear. No basta con derrotar el nihilismo que encarna el viejo orden unipolar. La capitulación del orden global unipolar por el orden mundial multipolar sólo será un avance significativo si se avanza hacia la reconstrucción cultural con una metafísica fuerte capaz de darle un nuevo curso a la civilización humana.