miércoles, 12 de agosto de 2020

FILOSOFIA DE LA NADA (IV)


FILOSOFIA DE LA NADA (IV)
Por Gustavo Flores Quelopana

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LA NADA ESCATOLÓGICA

        

§ 128.- La nada escatológica del infierno tiene dos caras: es una forma de relacionarse la persona con el prójimo y con Dios en este mundo y, también, en el otro mundo. La segunda, o sea la condenación, es de carácter eterno. Y no es que así sea como acicate para la vida virtuosa, sino porque el verdadero malvado es incorregible y no conoce arrepentimiento. Por eso no existe contradicción entre la existencia de Dios y la existencia del mal. Egipcios, hindúes, platónicos, budistas, zoroastrianos y musulmanes admitían un purgatorio con tormentos, pero no un infierno.
§ 129.- La nada escatológica en este mundo todavía admite remisión por el arrepentimiento, mientras que en el otro no hay posibilidad de retroceso, es irremisible e irremediable. O sea, el malvado que se arrepiente todavía es escuchado por la misericordia de Dios. Pero el no arrepentido es el que persiste en el mal. Por lo que la doctrina del apocatástasis -el infierno luce vacío- es errónea por inmoral y luciferina.
§ 130.-La nada escatológica resalta la importancia que tiene la vida en este mundo para llevar una conducta libre y correcta dirigida al bien supremo. Lo cual lleva al problema del mal. El mal no es un problema especulativo, sino primordialmente práctico, del libre albedrío. La ontología del mal se resuelve en una praxiología. El propio Santo Tomás de Aquino afirmaba que el demonio es malo no ontológicamente -de lo contrario no existiría-, sino éticamente. El demonio es también criatura de Dios, pero redomado en el mal. Por ello, el Enemigo rechaza cualquier transformación espiritual. En cambio, el hombre aun cuando pueda dominar el mal social, el mal moral, el mal natural -lo cual ya es demasiado-, siempre se tratará de un dominus, pero nunca de un extintus. Por eso, el mito del poder humano para eliminar el mal y evitarlo es propio de la soberbia narcisista de la modernidad. Pues tratase de algo que existe y escapa a su voluntad. Así, en este mundo el mal es ineliminable, aunque entre la Caída y la Redención Dios nunca abandonó al hombre, preparó a los gentiles con la razón natural y a los judíos mediante la revelación. El diablo siguió atormentando, pero la misión de Cristo fue rescatar al hombre para la vida eterna reconciliándonos con Dios. Al morir en su naturaleza humana, no divina, destronó a Satanás y recibimos la salvación. La misma que podemos perderla, porque la gracia perfecciona la naturaleza humana pero no la sustituye.
§ 131.- De modo que el mal no es substancia ontológica (San Agustín). Por consiguiente, no hay origen cósmico del mal (discurso mítico), tampoco el bien y el mal son necesarios para la armonía del mundo (Leibniz), ni el mal pertenece al ámbito del deber ser (Kant), ni se encuentra necesariamente y por siempre en todos los niveles del ser (Hegel), menos aun es fruto de la cólera de Dios (Karl Barth), ni es el lado demoníaco de Dios (Paul Tillich). Pero el mal sí exige una acción contra él (Ricoeur). De ahí que Jesús diga a María: “Vete y no peques más” (Juan 8:11). No en vano es la soberbia el pecado que más le agrada al demonio.
§ 132.- El problema del mal compete al ámbito de la libertad, señala una dureza del corazón y una clausura del ser total. Por eso, la lucha contra el mal exige una transformación espiritual de los sentimientos. Se pueden tener virtudes y vicios privados, como predicaba Bernard Mandeville (La fábula de las abejas). Pero este precursor del utilitarismo y representante típico del nihilismo moral, que consagra la desvinculación de la economía respecto a la ética, resulta siendo el defensor del egoísmo y la lujuria. No es casualidad que negara la existencia de códigos divinos y humanos. Ya antes de Mandeville, Descartes había insistido en que las pasiones no deben ser erradicadas sino sometidas a la razón. No obstante, es Pascal quien repara en que Descartes no repite el argumento anselmiano, sino que lo invierte: no es la fe la que produce confianza en la razón, ahora es la razón la que da confianza en la fe. El efecto destructor de este argumento para la fe quedó demostrado al ser rechazada su idea de que la existencia de Dios depende de nuestra idea innata. Kant la desacreditó más: lo fenoménico no prueba la existencia de lo nouménico. Entonces, sólo quedó su universo físico totalmente mecánico, hasta que con la nueva física también fue barrida. Sólo sobrevivió su aceptación del método científico y de la razón. En una palabra, aun cuando Descartes era un católico fiel impulsó la teología natural del deísmo y su mecanicismo llevó a prescindir de Dios. Con ello naturalizó por completo el problema del mal.
§ 133.- Lo más preocupante y grave sobre la nada escatológica del infierno es que el hombre antropológico moderno ha perdido el sentido del pecado. Ha procedido con cinismo y con nihilismo moral a desmalignizar el mal y a malignizar el bien. Esa luciferina inversión de los valores en la modernidad tardía es síntoma de la franca decadencia de la civilización actual. El diablo es real, mentiroso, engañador, enemigo del bien, tentador, cree en Dios, pero desea su destrucción mediante la perdición del hombre. Los hechiceros lo sirven. Los dones de curar son de Dios y se marchitan sin oración. Bien destacaba San Pablo: “Nuestra lucha no es contra criaturas de carne, sino contra los espíritus del mal” (Efesios 6:12). Contra Satanás basta con predicar a Cristo, cumplir sus mandamientos, invocar los espíritus custodios, creer en el poder curativo del Señor. Ello es así porque interiormente el hombre evolucionó poco, dejando por ello que el Espíritu Santo nos renueve. Sin Jesucristo nada de esto es posible. Todo ello se evidencia en los exorcismos. No es casual que sea justamente esta civilización tecnocientifica la que se plantee lograr la inmortalidad de la carne, la eugenesia, el aborto, la eutanasia, la ingeniería genética, un chip para convertir en autónoma la inteligencia artificial y dentro de la racionalidad instrumental esté destruyendo la naturaleza. Pero la muerte es el fin de la duda en torno a Dios, y más allá no hay posibilidad de rectificación.
§ 134.- La nada escatológica señala que la Redención y Resurrección son los mayores bienes que hemos recibido y que no debemos perderlas. Y ello indica que el panorama de la realidad se alcanza con la virtud sobrenatural de la fe. Pero el indiferentismo religioso de esta civilización sin Dios duda del fundamento de la esperanza en la vida eterna. Y con ello se inscriben por adelantado en la nada escatológica del infierno.                                                                                                                   
§ 135.- La nada escatológica del infierno ha sido ocultada en la presente era antropológica mediante el establecimiento de una escatología intramundana. La utopía de construir el reino de Dios dentro de la historia ha puesto en segundo plano que la verdadera salvación está fuera de la historia. Y es que el mesianismo temporal es una de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios. El hombre queda así absorbido por completo en la inmanencia de la historia humana. Y el dinamismo político sustituye toda la fuerza de la esperanza teologal.
§ 136.- La nada escatológica también nos remite a la condición de la Iglesia -comunidad de creyentes y cuerpo místico de Cristo-, la cual repara en la extraordinaria condición del hombre, enseña la resurrección universal y garantiza la vida más allá de la muerte.
§ 137.- El hombre es punto de partida para conocer a Dios y sólo con él se puede vencer la nada escatológica. La cual no es muerte natural, sino muerte sobrenatural y eterna en los castigos del infierno.

Sinopsis. -
La Nada escatológica corresponde al devenir de los seres condenados al infierno. Pero la escatología cristiana es más amplia porque aborda la muerte, juicio, resurrección, cielo y el purgatorio. Incluso el sufrimiento del inocente en este mundo. La nada escatológica del infierno tiene dos caras: es una forma de relacionarse la persona con el prójimo y con Dios en este mundo y, también, en el otro mundo. La segunda, o sea la condenación, es de carácter eterno. Y no es que así sea como acicate para la vida virtuosa, sino porque el verdadero malvado es incorregible y no conoce arrepentimiento. Por eso no existe contradicción entre la existencia de Dios y la existencia del mal. La nada escatológica en este mundo todavía admite remisión por el arrepentimiento, mientras que en el otro no hay posibilidad de retroceso, es irremisible e irremediable. Por lo que la doctrina del apocatástasis -el infierno luce vacío- es errónea por inmoral y luciferina. La nada escatológica resalta la importancia que tiene la vida en este mundo para llevar una conducta libre y correcta dirigida al bien supremo. La ontología del mal se resuelve en una praxiología. De modo que el mal no es substancia ontológica (San Agustín). El problema del mal compete al ámbito de la libertad, señala una dureza del corazón y una clausura del ser total. Lo más preocupante y grave sobre la nada escatológica del infierno es que el hombre antropológico moderno ha perdido el sentido del pecado. Ha procedido con cinismo y con nihilismo moral a desmalignizar el mal y a malignizar el bien. Esa luciferina inversión de los valores en la modernidad tardía es síntoma de la franca decadencia de la civilización actual. El diablo es real, mentiroso, engañador, enemigo del bien, tentador, cree en Dios, pero desea su destrucción mediante la perdición del hombre. La nada escatológica señala que la Redención y Resurrección son los mayores bienes que hemos recibido y que no debemos perderlas. Y ello indica que el panorama de la realidad se alcanza con la virtud sobrenatural de la fe. Pero el indiferentismo religioso de esta civilización sin Dios duda del fundamento de la esperanza en la vida eterna. Con ello se inscriben por en la nada escatológica del infierno. La nada escatológica del infierno ha sido ocultada en la presente era antropológica mediante el establecimiento de una escatología intramundana. La utopía de construir el reino de Dios dentro de la historia ha puesto en segundo plano que la verdadera salvación está fuera de la historia. Y es que el mesianismo temporal es una de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios. El hombre queda así absorbido por completo en la inmanencia de la historia humana. La nada escatológica también nos remite a la condición de la Iglesia -comunidad de creyentes y cuerpo místico de Cristo-, la cual repara en la extraordinaria condición del hombre, enseña la resurrección universal y garantiza la vida más allá de la muerte. El hombre es punto de partida para conocer a Dios y sólo con él se puede vencer la nada escatológica. La cual no es muerte natural, sino muerte sobrenatural y eterna en los castigos del infierno.

Comentario. -
Santo Tomás de Aquino nunca creyó que el alma existiera antes de su unión con el cuerpo, pero tampoco que dependiera del cuerpo para existir. Las consecuencias epistemológicas de su teoría del alma ponen énfasis en la significación esencial de los sentidos para que el alma adquiera conocimiento.  La unión del alma con el cuerpo no es para el Aquinate un castigo por un pecado, como afirma el orfismo y el gnosticismo. La unidad psicofísica entre alma y cuerpo es sólo un aspecto del alma, porque el alma no puede separarse de sí misma y corromperse.
Las actividades superiores del alma humana prueban la espiritualidad o inmaterialidad del entendimiento, esta inmaterialidad demuestra que el alma trasciende la materia.   Las desemejantes facultades del alma -vegetativa, sensitiva y racional- no significan que existan en el hombre diversas almas. Mientras el alma está unida al cuerpo conoce a través de la experiencia sensible, pero existen actividades superiores del alma que no dependen de la sensibilidad, es decir, del cuerpo. Cuando el alma se separa del cuerpo entonces ya no depende de los sentidos ni de la imaginación. Las actividades superiores del alma son intrínsecamente independientes del cuerpo, pero extrínsecamente dependientes porque mientras esté unido al cuerpo depende de la experiencia sensible. El estado natural del alma es su unión con el cuerpo. La inmortalidad de las almas exige la resurrección de los cuerpos. Se conocerá la suerte eterna de cada uno de los hombres y de sus almas nuevamente unidas a su cuerpo. Lo que persiste en el alma separada del cuerpo es la individualidad más no la personalidad, porque el alma intelectiva no se destruye al destruirse el cuerpo. Entre la muerte y la resurrección hay individualidad del alma, pero no persona, porque toda persona es sustancia completa o unidad entre alma y cuerpo. El alma como forma pura es inmortal, espiritual e incorpórea, es decir intrínsecamente su existencia no está ligada al cuerpo ni a la materia. El tomismo admite dos cosas: que el alma y el cuerpo conforman una unidad psicofísica y por tanto sus actividades dependen del cuerpo; pero su existencia no se agota en su unión esencial con el cuerpo. Lo que significa admitir mente sin cuerpo o alma subsistente post mortem en su forma puramente intelectual, individual y simple. Sólo se puede corromper lo que tiene un contrario, el alma intelectiva no tiene contrarios porque el entendimiento mismo de los contrarios forma en el alma una sola ciencia. Que el alma sea inmortal no significa que Dios no pueda aniquilarla. Si el alma humana tiene un carácter espiritual, entonces persiste tras la muerte del cuerpo. El hombre alcanza la perpetuidad por el alma, mediante la cual aprehende el ser en absoluto y perdurablemente.
Santo Tomás llega a una definición del hombre tras su análisis de la relación entre cuerpo y alma. Llegar a una posición propia no le fue fácil, debido a la presencia de dos robustas posiciones filosóficas de concebir la constitución metafísica del hombre. De un lado, la exposición dualista de la relación entre alma y cuerpo con Platón, Aristóteles y Plotino que pusieron el acento en el alma humana o en la inteligencia, cuya preexistencia y reencarnación hace que pueda unirse a varios cuerpos. Esta concepción de la reencarnación la tienen en común con las filosofías y religiones orientales. En Orígenes, por influencia del neoplatonismo, también aparece la idea de la preexistencia. Y en San Agustín una concepción semejante encuentra expresión cuando sostiene que el hombre tiene una sustancia que participa de la razón y gobierna el cuerpo (De quantitate animae 13, 21). La literatura ascética cristiana conserva este dualismo y en la filosofía post renacentista la filosofía de Descartes la reproduce. Los argumentos a favor esgrimidos van desde que el alma no es una simple armonía con el cuerpo y lo gobierna, la inteligencia trasciende las capacidades de la materia y la capacidad de autoconciencia que tiene la hace diferente. De otro lado, la posición monista de la relación entre alma y cuerpo está presente desde los atomistas, epicúreos, se prolonga hasta los materialistas de la Ilustración y el epifenomenismo. Sus argumentos ponen hincapié en la correlación que hay entre los procesos psíquicos y las condiciones físicas, los desórdenes orgánicos producen alteraciones psíquicas.
Como ambas posiciones son defendibles la posición intermedia adoptada por el santo no sólo parece ser la más adecuada sino también la que evita las unilateralidades. En este punto también parte de la realidad concreta, para afirmar que el hombre no es sólo alma, sino, que el cuerpo forma parte de su esencia. Es decir, no deduce de principios generales la esencia del hombre, sino que muy sensatamente constata que no sólo se piensa, pues también se siente y sentir no es una operación solo del alma. El alma no es una sustancia independiente del cuerpo ni depende del cuerpo para sobrevivir, ya que sobrevive a la muerte de éste. La premisa teológica es que el hombre es una criatura de Dios, pero eso no impide definir con mayor precisión su esencia. Es Dios el que crea libremente, ex prima intentione Dei, al hombre como un compuesto de alma y cuerpo (De potentia 3, 19). De modo que, el alma no es anterior al cuerpo, es el acto o forma del cuerpo, principio vital que hace que el hombre conozca y se mueva. Por eso Dios crea una sustancia que subsiste por su cuenta, es una entelequia del cuerpo. Consciente que su teoría supera las posibilidades extremas de concebir la constitución psicofísica del hombre, incluso la de Aristóteles, no ahorra espacio para refutarlas, pero lo hace cuidando de no destacar su propio pensamiento. En suma, la teoría del alma de Aquinate no es la misma a la que se encuentra en el De anima del Aristóteles histórico. Santo Tomás habla como el Peripatético del alma vegetativa, sensitiva y racional, pero cuando dice que el alma es la forma del cuerpo no lo hace en el sentido que el ser humano esté compuesto de dos sustancias. Conforman una unidad, lo cual no significa que sean indistinguibles, pues se tratan de sustancias incompletas cuya unión forman una sustancia. La persona es una sustancia completa de naturaleza racional, de modo que el alma humana que sobrevive a la muerte no es en sentido estricto una persona humana. Con ello, el santo estaba rechazando la idea de yuxtaposiciones no fusionadas que no constituyen un verdadero compuesto, de Avicena seguido por el agustinismo, que en cada compuesto permanecen las formas de los elementos que lo componen. Esto lo lleva a rechazar la teoría platónica del alma a la que se adscribía el platonismo judaico musulmán de los franciscanos, por lo menos en la idea que el alma es un compuesto de materia y forma. Para Platón el alma tiene ideas innatas, preexiste al cuerpo, y la utiliza como un instrumento extrínseco. El santo nunca creyó que el alma existiera antes de su unión con el cuerpo, pero tampoco que dependiera del cuerpo para existir. Aplicó su teoría general de la materia como principio de individuación al alma y que el entendimiento es como una tablilla de cera capaz de recibir impresiones, pero sin poseerlas aún. Dice que si el conocimiento fuese anamnesis o reminiscencia no habría necesidad que el alma se vinculase al cuerpo. Considera que el alma intelectual ocupa la posición inferior entre las sustancias intelectuales, carece del conocimiento innato de los ángeles y tiene que reunir su conocimiento a partir de las cosas materiales percibidas por los sentidos (S th.  Ia, 76, 5). Las consecuencias epistemológicas de su teoría del alma ponen énfasis en la significación esencial de los sentidos para que el alma adquiera conocimiento.  La idea de no descuidar el aspecto físico y la dependencia de las actividades psíquicas respecto de las condiciones fisiológicas, lo hereda del recio empirismo de Aristóteles. Varias veces se refiere a las personas de contextura ruda y piel gruesa como mentalmente ineptas y a las personas con buen sentido del tacto como poseedora de un claro entendimiento, para afirmar que la intelección está íntimamente ligada a las disposiciones orgánicas (S. th. Ia, IIae, 50, 4 ad 3). La comprensión metafísica del hilemorfismo lleva a entender al alma y al cuerpo como principios metafísicos que se comportan como materia y forma.  Pero la única forma sustancial del hombre es el alma intelectual, cuyo coprincipio es la materia prima como potencia pura.  Su ser sensible-espiritual lo debe el hombre al anima intellectiva. La concepción de la unidad psicofísica del hombre, tan compatible con los descubrimientos de la investigación moderna, concibe que su esencia es ser espíritu y forma corporis o sea que su realización precisa de un cuerpo (De ver. XVI, I-13). La unión del alma con el cuerpo no es para el Aquinate un castigo por un pecado. Al contrario, la facultad de sentir y de entender que tiene el alma no lo puede ejercer sin el cuerpo.  Se trata entonces de una unión esencial y no accidental que está en función de la perfección de su naturaleza (Quaestio disputata de anima, 2 ad 14).
La característica de muchos pensadores escolásticos es que escriben sin pasión, sino con aridez y sequedad. Santo Tomás vuelve a su tono habitual, académico e imperturbable cuando aborda el tema de la inmortalidad. Piensa que la materia puede corromperse porque la forma puede separarse de ella, en este sentido, el alma como forma pura puede separarse del cuerpo, sobrevivir a la muerte y ser inmortal. La unidad psicofísica entre alma y cuerpo es sólo un aspecto del alma, porque el alma no puede separarse de sí misma y corromperse. Encuentra que muchas facultades del alma dependen del cuerpo, como los sentidos corporales, pero hay actividades que en sí mismas trascienden el poder de la materia, como la inteligencia que conoce cosas distintas de las puramente materiales. Esto prueba que el entendimiento no es cuerpo y la autoconciencia es el signo nítido del carácter inmaterial de la inteligencia humana (C. g. 2, 49). Luego las actividades superiores del alma humana prueban la espiritualidad o inmaterialidad del entendimiento, entonces esta inmaterialidad demuestra que el alma trasciende la materia. Como era muy consciente que el alma en muchos casos se presentaba como una función de la materia, consideraba importante probar que ésta tiene otras funciones que no son intrínsecamente dependientes del cuerpo. Para el santo las distintas facultades del alma -vegetativa, sensitiva y racional- no significan que existan en el hombre diversas almas, porque los diferentes niveles de actividad vital no conforman una jerarquía de almas; las plantas sólo poseen una, la vegetal, lo animal otra, la sensitiva y el hombre no tiene más que la racional. De modo que en virtud de su alma racional el ser humano puede desarrollar las actividades vitales de las plantas y animales, pero en un grado superior que está ligado a la posesión del entendimiento. No es que sea fácil percatarse de la existencia del alma y menos de su inmortalidad, pues el alma no es algo transparente por sí misma ni observable inmediatamente. Por medio de la introspección uno se da cuenta de que piensa, pero no del entendimiento ni del alma. Para el Aquinate todos somos conscientes de nuestras actividades mentales, las cuales contienen implícitamente una noción del carácter del alma. Por eso sus análisis del alma no son un salto al vacío de la especulación, porque cuando afirma que el conocimiento humano es fruto de la experiencia sensible pero que hay actividades psíquicas independientes del cuerpo, lo que está diciendo es que alma es a la vez dependiente e independiente del cuerpo. Esto no lo lleva, pues, al sostenimiento de dos posiciones incompatibles, porque mientras el alma está unida al cuerpo conoce a través de la experiencia sensible, pero existen actividades superiores del alma que no dependen de la sensibilidad, es decir, del cuerpo. Acaecida la muerte el alma ya no depende de sus facultades sensitivas, pero puede conocer a los objetos espirituales. En esta vida el hombre no puede conocer nada sin la experiencia sensible, ni siquiera sin el uso de imágenes lo que Dios le ha revelado. Pero cuando el alma se separa del cuerpo entonces ya no depende de los sentidos ni de la imaginación. Esto es lo que Santo Tomás llama praeter naturam o más allá de la naturaleza. Pero en la condición de separación del cuerpo el alma ya no es estrictamente una persona humana, pues persona indica la unión de alma y cuerpo. De modo que las actividades superiores del alma son intrínsecamente independientes del cuerpo, pero extrínsecamente dependientes porque mientras esté unido al cuerpo depende de la experiencia sensible. Esto puede conducir a un malentendido, en el sentido de creer que el hombre está mejor en estado de separación del cuerpo. Pero el estado natural del alma es su unión con el cuerpo. Es más, dice el santo que el estar sin el cuerpo es contraria a la naturaleza del alma, y lo contra natura no puede ser perpetuo, por consiguiente, la separación del alma respecto del cuerpo sólo es temporal, siendo preciso que nuevamente se una al cuerpo, es decir, resucite entre los muertos. De modo que la inmortalidad de las almas exige la resurrección de los cuerpos (C. g. 4, 79). Esto quiere decir teológicamente que ni siquiera el hombre que alcanza la salvación muriendo en estado de gracia, está mejor sin esperar la resurrección de la carne. Dicho de otra forma, el alma como forma pura es inmortal pero dicha forma no está destinada a subsistir así siempre, sino que habiéndose separado de un cuerpo corrompible debe esperar la resurrección de la carne para volver a su estado natural y unirse esta vez nuevamente a un cuerpo, pero a un cuerpo glorioso en caso de merecerlo. La inmortalidad del alma no es un bien en sí mismo, sino una característica intrínseca del alma que tras la muerte terrenal se separa temporalmente del cuerpo corrompible, pero que está destinada a volver a la carne para luego del juicio volver a unirse a un cuerpo. Lo que le espera puede ser el premio o el castigo eterno.  Acontecida la muerte terrenal el estar el alma sin cuerpo sólo es temporal, volverá a ella y será nuevamente persona en la resurrección de la carne, allí se decidirá su suerte en el juicio final. Entonces se conocerá la suerte eterna de cada uno de los hombres y de sus almas nuevamente unidas a su cuerpo. Lo que persiste en el alma separada del cuerpo es la individualidad más no la personalidad, porque el alma intelectiva no se destruye al destruirse el cuerpo. Para Aristóteles decir que algo es la forma del cuerpo equivale a decir que es inseparable de ese cuerpo. El alma que es la entelequia o forma del cuerpo no incluye el intelecto inmortal. El entendimiento inmortal es eterno y existe tanto antes como después de su presencia en el cuerpo, por ende, no es parte del alma, sino que le viene de fuera. Esta no es la posición del Aquinatense, para el cual sólo hay un alma en el hombre y toda ella sobrevive a la muerte. El Estagirita pone el acento en diferenciar el alma humana del entendimiento inmortal y considera que la psyche humana no puede existir al margen de las funciones biológicas del cuerpo. No hay inmortalidad ni persistencia en la existencia después de la disolución del ser compuesto. De este modo es patente que Santo Tomás se distanció de la interpretación del alma dada por el Aristóteles histórico. Al mismo tiempo, es cierto que Tomás quiere combinar la doctrina platónica de la inmortalidad con la doctrina aristotélica de la relación entre el alma y el cuerpo. Pero además afirma que el alma es la forma del cuerpo y separada del cuerpo no está en su condición natural. Entre la muerte y la resurrección hay individualidad del alma, pero no persona, porque toda persona es sustancia completa o unidad entre alma y cuerpo. El alma como forma pura es inmortal, espiritual e incorpórea, es decir intrínsecamente su existencia no está ligada al cuerpo ni a la materia. En este punto crucial de la presencia de una forma espiritual y la inmortalidad es que Guillermo de Occam afirma que ambas son verdades de fe, imposibles de obtener por reflexión filosófica. Pero santo Tomás mismo admite que no tenemos una intuición directa del alma como sustancia espiritual, sin embargo, la interpretación de los datos empíricos permite deducirla por el razonamiento. La teoría sobre la naturaleza espiritual del alma implica una interpretación incontrastable, como también lo son las del materialismo que afirma que el cerebro secreta pensamientos como el hígado secreta la bilis, o del epifenomenismo que sostiene que la inteligencia adviene cuando el cerebro alcanza un determinado grado de evolución. Lo cierto es que el argumento del Aquinate a favor del carácter espiritual del alma humana descansa en el hecho de que el hombre ejercita actividades psíquicas intelectuales que no dependen del órgano corporal, y si no dependen entonces la forma de estas actividades es espiritual. Esto no equivale a decir que exista actividad intelectual que no dependa de los movimientos cerebrales, sino que aun dependiendo en un sentido físico no depende del cerebro en un sentido intelectual. El tomismo admite dos cosas: que el alma y el cuerpo conforman una unidad psicofísica y por tanto sus actividades dependen del cuerpo; pero su existencia no se agota en su unión esencial con el cuerpo. Lo que significa admitir mente sin cuerpo o alma subsistente post mortem en su forma puramente intelectual, individual y simple. Pienso que esta es una interpretación tan legítima e imposible de desestimar al lado de teorías materialistas cuyas motivaciones fundamentales son, aunque no quieran reconocer, de carácter intuitivo. Por último, ¿pueden pensar las computadoras? ¿Es su operatividad señal de actividad intelectual, con espíritu y alma? La cibernética demuestra que las máquinas son agentes teleológicos dotados de libertad, pero su acción se reduce a fenómenos de autorregulación, redes, evolución de informaciones y predicción. Es decir, la máquina no piensa, sino calcula y opera, o mejor, es pensamiento operativo sin invención, deja fuera de sí la intención y el sentido. En cambio, el pensamiento humano se puede extraviar en el cálculo y la eficacia, pero lo suyo es la invención, el ser con sentido e intención. La cibernética nos brinda una prueba más a favor de la tesis tomista que existen actividades intelectuales que no dependen de la base físico-corporal, y sobre la cual se puede deducir la inmaterialidad e inmortalidad del alma. Aun cuando es imposible predecir hasta dónde pueda llegar la creación artificial de la vida, es muy difícil negar que llegado el momento se pueda prescindir de la noción de un alma inmortal.
Sólo se puede corromper lo que tiene un contrario, el alma intelectiva no tiene contrarios porque el entendimiento mismo de los contrarios forma en el alma una sola ciencia. Luego, el alma intelectiva no se puede corromper per se ni per accidens (S. th. Ia, 75, 6). Que el alma sea inmortal no significa que Dios no pueda aniquilarla. Si el alma humana tiene un carácter espiritual, entonces persiste tras la muerte del cuerpo. Toda substancia intelectual es incorruptible (S. th. Ia, 75, 6). En la vida sensible el hombre aprehende la existencia en el presente y rechaza la muerte instintivamente, pero como ser intelectual desea y concibe la existencia perdurable. El hombre alcanza la perpetuidad por el alma, mediante la cual aprehende el ser en absoluto y perdurablemente (C. g. 2, 79).  En este argumento Santo Tomás no habla sencillamente de un deseo natural de sobrevivencia, sino de un deseo consciente de inmortalidad, que presupone la idea de una existencia perdurable. Este deseo es la forma en que toma en un ser intelectual el impulso a la conservación de la vida y es una señal de la incorruptibilidad del alma humana. Los pensadores medievales, como Duns Scoto, mantuvieron la opinión que la existencia de actividades humanas que trascienden el poder de un agente material no demuestra que el alma sobreviva a la disolución del ser compuesto, y que por tanto primero se debe demostrar que el alma humana es capaz de sobrevivir a la muerte. El argumento de la inmortalidad por el deseo natural no parece convincente, pero estaba dirigido a combatir la teoría de un solo intelecto inmortal en todos los hombres, que era expuesta en la época por un grupo de profesores de la Facultad de Artes de la Universidad de París. El santo mantenía que el Peripatético había sido malinterpretado, pues la teoría de un solo intelecto en todos los hombres era incapaz de explicar las diferentes ideas y vidas intelectuales en las personas. El argumento que combatía provenía de una interpretación de Averroes que termina negando la inmortalidad personal. Si fuera cierta no tendría sentido atribuir responsabilidad moral a los actos voluntarios (De unitate intellectus contra Averroístas). En consecuencia, el argumento de la inmortalidad personal por el deseo natural estaba dirigido a refutar las interpretaciones averroístas en boga de un solo intelecto inmortal. Poner énfasis en el “deseo natural” del alma como indicio (signum) de inmortalidad equivalía a acentuar su carácter personal y privado. En síntesis, el alma humana es inmortal pero el hombre es una espiritualidad encarnada pero no reducida al cuerpo.

8
LA NADA INOCUA

§ 138.- La Nada inocua corresponde a la vida de los seres finitos en la gracia y gloria de Dios en el cielo. No es meditación o iluminación espiritual mediante diferentes prácticas espirituales. No es el Nirvana del hinduismo, budismo y jainismo, para librarse de los deseos o del ciclo de las reencarnaciones. No es el vacio ni la fusión con la divinidad.  Menos aun es, la Idea panlogista que retorna al Espíritu Absoluto hegeliano, con su sentido univoco del ser. Nada de eso es.
§ 139.- La nada se vuelve inocua en lo trascendente, en el cielo eterno, donde habita Dios y sus ángeles.
§ 140.- En la nada inocua del Cielo la felicidad rebasa nuestros deseos, es actividad sin cansancio, descanso sin aburrimiento, conocimiento sin velos, sin dolor, sufrimiento, ni muerte.
§ 141.- Es el lugar infinito donde el hombre encuentra la felicidad buscada en su corazón y la conserva por toda la eternidad. Y consiste en la más perfecta comunión de amor con la Trinidad, la Virgen María y los Santos. Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es.
§ 142.- En el Cielo nuestra alma disfrutará como persona, o sea dotado de alma y cuerpo glorioso, que no estará limitado por el espacio y el tiempo, como el de Jesús resucitado, y seremos revestidos de inmortalidad.
§ 143.- Allá se tendrá el conocimiento perfecto y una claridad absoluta acerca de las intenciones de los demás. Uno se dará cuenta de que los condenados no están recibiendo un castigo injusto, sino que ellos mismos lo han escogido libre y voluntariamente. Y ese sufrimiento no afectará la felicidad plena.
§ 144.- Las diferencias en el cielo se deben a que las personas no son iguales en virtud y santidad. Pero todos estarán totalmente llenos de Dios.
§ 145.- El lenguaje simbólico de Jesucristo para describir el cielo habla de la felicidad que tendremos junto a Dios. Y la descripción que hacen del cielo los santos (San Pablo, San Agustín, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús) es más que elocuente: visión de la felicidad y gloria completas.
§ 146.- Para alcanzar el cielo hay que vivir las bienaventuranzas: Entrar por la puerta estrecha (Mt 7,13.), tomar la cruz, vender todo lo que tienes y dárselo a los pobres, dejar a tu padre y a tu madre, tomar el arado y no voltear hacia atrás. Todo lo cual resulta un desafío en la sociedad tan materialista en que vivimos. Y es que aquí no se trata de edificar una nueva civilización no materialista, sino de lograr algo que está más allá de lo histórico.
§ 147.- El hombre debe comprender su situación extraordinaria, no quedamos muertos para siempre, la separación del alma con el cuerpo no es permanente. Es una criatura racional, pero insuficiente en sí mismo.
§ 148.- El hombre es un ser insuficiente, pues su acción, voluntad e inteligencia son vanas separadas de Dios. Y sin Dios muere la esperanza superior, la vida pierde significado. Si los hombres no llegan a ver claro los dones del espíritu es porque se aferran a las sombras.
§ 149.- Pero el hombre es capax dei y, por ende, a pesar de que nuestro intelecto y nuestra voluntad están dañados, siendo nuestra respuesta a la gracia siempre imperfecta, no obstante, contamos con los dones del Espíritu Santo en el Intelecto y la Voluntad para alcanzar a Dios.
§ 150.- Si a ello sumamos los medios para vivir siempre3 en gracia (oración, huida del pecado, sacrificio, sacramentos, devoción a la Virgen y vivencia de bienaventuranzas) tenemos lo necesario para resistir y salir victoriosos del Juicio Final.
"Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, porque tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, forastero y me acogisteis, enfermo y me visitasteis… Todo lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis."

Sinopsis. -
La Nada inocua corresponde a la vida de los seres finitos en la gracia y gloria de Dios en el cielo.  La nada se vuelve inocua en lo trascendente, en el cielo eterno, donde habita Dios y sus ángeles. En la nada inocua del Cielo la felicidad rebasa nuestros deseos, es actividad sin cansancio, descanso sin aburrimiento, conocimiento sin velos, sin dolor, sufrimiento, ni muerte. Es el lugar infinito donde el hombre encuentra la felicidad buscada en su corazón y la conserva por toda la eternidad. Y consiste en la más perfecta comunión de amor con la Trinidad, la Virgen María y los Santos. Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es. En el Cielo nuestra alma disfrutará como persona, o sea dotado de alma y cuerpo glorioso, que no estará limitado por el espacio y el tiempo, como el de Jesús resucitado, y seremos revestidos de inmortalidad. Allá se tendrá el conocimiento perfecto y una claridad absoluta acerca de las intenciones de los demás. Uno se dará cuenta de que los condenados no están recibiendo un castigo injusto, sino que ellos mismos lo han escogido libre y voluntariamente. Y ese sufrimiento no afectará la felicidad plena. Las diferencias en el cielo se deben a que las personas no son iguales en virtud y santidad. Pero todos estarán totalmente llenos de Dios. El lenguaje simbólico de Jesucristo para describir el cielo habla de la felicidad que tendremos junto a Dios. Para alcanzar el cielo hay que vivir las bienaventuranzas: Todo lo cual resulta un desafío en la sociedad tan materialista en que vivimos. Y es que aquí no se trata de edificar una nueva civilización no materialista, sino de lograr algo que está más allá de lo histórico. El hombre debe comprender su situación extraordinaria, no quedamos muertos para siempre, la separación del alma con el cuerpo no es permanente. El hombre es un ser insuficiente, pues su acción, voluntad e inteligencia son vanas separadas de Dios. Y sin Dios muere la esperanza superior, la vida pierde significado. Si los hombres no llegan a ver claro los dones del espíritu es porque se aferran a las sombras. Pero el hombre es capax dei y, por ende, a pesar de que nuestro intelecto y nuestra voluntad están dañados, siendo nuestra respuesta a la gracia siempre imperfecta, no obstante, contamos con los dones del Espíritu Santo en el Intelecto y la Voluntad para alcanzar a Dios. Si a ello sumamos los medios para vivir siempre en gracia (oración, huida del pecado, sacrificio, sacramentos, devoción a la Virgen y vivencia de bienaventuranzas) tenemos lo necesario para resistir y salir victoriosos del Juicio Final.

Comentario. –
En la reflexión ética contemporánea se habla de éticas analíticas (Moore, Wittgenstein, Ayer, Stevenson), axiológicas (Scheler, Hartmann), existencialistas (Heidegger, Sartre), procedimentales (Apel, Habermas, Rawls), hermenéutica (Gadamer), de la alteridad (Levinas), débil (Vattimo), de la responsabilidad (Jonas), pragmática (Rorty) y sustancialistas (Walzer, MacIntyre, Taylor). La ética de las virtudes de Tomás de Aquino sobrevive por sí sola y a través del Magisterio de la Iglesia, pero también está presente en la ética comunitarista del filósofo escocés MacIntyre. Echemos un vistazo a la ética de las virtudes del tomismo.
- Es propio de la criatura racional obrar por un fin.  Los actos humanos se especifican por un fin. Hay un fin último en la vida humana. La voluntad del hombre no tiende a varios fines últimos. El Bien perfecto es el fin último del hombre. Dios es el fin último del hombre y de todos los seres intelectuales, las demás criaturas la alcanzan por participación.
- La Bienaventuranza no consiste en la riqueza, honores, fama, poder, placer, o el alma. Pero es algún bien del alma. Tampoco está en un bien creado.  La bienaventuranza humana está sólo en Dios. Dios es el bien universal que aquieta la voluntad humana.
- El hábito es una cualidad de primera especie que implica cierta duración y orden a los actos. El hábito es indispensable para que las potencias se determinen al bien.
- Las virtudes humanas son hábitos. La virtud es el buen uso del libre albedrío. Es un acto operativo, es un hábito bueno. La virtud es un buen hábito de la razón por la que se vive en rectitud, de la cual nadie puede hacer mal uso, y que Dios obra en nosotros sin nosotros, pero con nuestro consentimiento.
- La virtud pertenece a las potencias del alma. Puede residir en varias potencias del alma, pero según cierto orden. El entendimiento es sujeto de la virtud, tanto en cuestiones especulativas como prácticas, pues perfecciona el conocimiento de la verdad. El apetito irascible y concupiscible en cuanto participan de la razón son sujeto de la virtud.
- Las virtudes cognoscitivas residen en la razón y no en alguna facultad interna del conocimiento. La voluntad es sujeto de virtud cuando se dirige a un bien extrínseco (el bien divino, el bien del prójimo).
- Los hábitos intelectuales especulativos son virtudes para considerar la verdad. Sabiduría, ciencia e inteligencia son hábitos intelectuales especulativos.  El arte es una virtud. La prudencia es una virtud distinta al arte, porque la rectitud de la voluntad le es esencial. La prudencia es la virtud necesaria del buen vivir. - No toda virtud es moral. La virtud moral es distinta a la virtud intelectual. Toda virtud humana es intelectual o moral. La virtud moral puede darse sin la intelectual (sabiduría, arte o ciencia), pero no puede darse sin entendimiento o prudencia, por eso implica a la recta razón. Las virtudes intelectuales pueden existir sin las virtudes morales, excepto la prudencia.
- Las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, templanza y fortaleza. Estas virtudes se distinguen entre sí en virtud de su objeto.
- Hay virtudes teologales dadas por Dios. Se distingue de las virtudes intelectuales y morales. Son: Fe, Esperanza y Caridad. En el orden de la generación la fe es anterior a la esperanza y a la caridad; pero en el orden de la perfección la caridad es primera porque las vivifica y recibe de ellas perfección de virtud.
- La Gracia pone en el alma el don concedido y el reconocimiento de este don. La gracia es una cualidad del alma intelectual, pero no es una virtud. Siendo anterior a la virtud la gracia está en la esencia del alma racional y por ella participa de la naturaleza divina.
Frente al existencialismo que desemboca en una ética atea, a la fenomenología que lleva hacia una ética de los valores, a las tendencias analíticas que hiperbolizan lo experimental, al procedimentalismo que conduce hacia una ética de la tolerancia intersubjetiva, a la ontología débil y al pragmatismo que deriva a un relativismo ético, son los enfoques sustancialistas los que recogen mejor la ética de las virtudes del tomismo.
Los valores son objetivos, existen en sí, son entidades ideales, en cambio las virtudes son subjetivas, es una potencia del alma que se desarrolla con el buen uso del libre albedrío. De ahí que sin el desarrollo de las virtudes de poco sirve señalar la existencia de los valores. Las virtudes son como el radar y el imán de los valores. Esto es, que puede haber valores sin virtudes, pero no virtudes sin valores. Por eso que es arar en el desierto el predicar los valores sin el inculcar las virtudes.
Pero hoy vivimos en una sociedad dividida desde el alma, y en su comportamiento esquizofrénico pretende combatir la extendida corrupción institucional con una rancia vocinglería de los valores, pero sin comprometerse con el hábito de las virtudes. Las virtudes son superiores a los valores porque implica la inclinación libre y voluntaria del alma hacia el bien, y sin lo cual lo valores se quedan como frías entidades sin vida.
La ética de las virtudes de santo Tomás de Aquino muestra una filosofía equilibrada que admite tanto la dimensión inmanente como la dimensión trascendente del hombre, confía en la razón sin desconocer sus límites, subraya la responsabilidad individual y social del hombre sin olvidar que su fin último es la vida sobrenatural y la visión de Dios.
Max Scheler escribió: “Las cosas son percibidas, los conceptos pensados y los valores sentidos” y además añadió que “los valores son absolutos y sólo cambia el hombre histórico”. Todo lo cual es cierto, no obstante, los valores sentidos no garantizan su asunción ni seguimiento, menos en una época como la nuestra con generalizado indiferentismo moral. Por eso es que hormiguean las éticas relativistas (procedimentales, hermenéuticas, existencialista, pragmática), que al final subsumen el valor y la virtud a la armonía social, consagrando en el derecho lo que en la moral transgrede la ley natural. Es más, la ética de las virtudes tomista recalca que incluso la ética aristotélica basada sólo en las virtudes morales son pecado y muerte sin las virtudes teologales. Y contra quienes repiten sin sentido que Tomás de Aquino asume entero a Aristóteles, hay que recordarles que el dominico acepta de Platón la idea del Bien Supremo y difiere de la noción aristotélica del Estado, al cual subordina el individuo y la familia, y defiende la esclavitud.

Índice

Prólogo

1.La Nada absoluta

2. La Nada potencial

3. La Nada anonadada

4. La Nada anonadante

5. La Nada de la muerte

6.La Nada de la entropía

7. La Nada escatológica

8. La Nada inocua

Conclusión

El presente libro se terminó de imprimir
en el mes de setiembre del año 2020 en
Lima Perú

FILOSOFIA DE LA NADA (III)


 FILOSOFIA DE LA NADA (III)

Por Gustavo Flores Quelopana

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LA NADA DE LA MUERTE

§ 93.- El Ser es infinito y finito, esencial, real y aparente. No todo lo esencial existe, ni toda existencia es apariencia, porque la apariencia es existencia sin realidad. En ese sentido, la Nada es la no participación del Ser en lo finito. Pero la muerte del existente es el límite donde la experiencia no es origen de todo sentido.
§ 94.- En la muerte el existente deja de participar en el ser finito, pero no en el ser infinito, porque toda existencia en su esencialidad participa del ser infinito.
§ 95.- En el Ser absoluto acto, forma y ser coinciden, en los seres finitos no. La posibilidad de la muerte por el pecado sobreviene en ese contexto. Particularmente hay una mortalidad mínima en los organismos primarios, y otra máxima en los organismos superiores.
§ 96.- La muerte no es la nada absoluta -porque el ser primero es eterno-, ni la nada potencial del ser puro indeterminado -sin tiempo ni espacio-, ni la nada anonadada del ser categorial -desarrollo en nuevas formas-, ni la nada anonadante de la existencia -proyección consciente del ser al no-ser y viceversa-. La muerte es la Nada de lo finito orgánico y espiritual en el tiempo.
§ 97.- La muerte del hombre es también un cesar inorgánico y un morir biológico. Pero el hombre puede morir antes de cesar, porque su vida es fundamentalmente espiritual. Si el hombre muere para su espíritu, puede morir en su propia vida. Por ello, no es la muerte lo que sentido a la vida (Heidegger), ni quita todo sentido a la vida (Sartre). La muerte en la existencia humana es una de las posibilidades la vida justamente porque el hombre no está destinado para la muerte sino para la vida más allá de esta vida.
§ 98.- Por ende, en el hombre la nada de la muerte es transitoria, porque el sentido pleno de su ser no se descubre en esta vida. El morir es un fenómeno propio del mundo orgánico. Pero no es una esencia, sino un proceso. Los seres vivos se configuran como seres mortales. Pero en el avance de lo inorgánico a lo orgánico y de lo orgánico a lo consciente se da un nuevo sentido a la muerte.
§ 99.- En la ontología tendencialista, emergentista, naturalista, antiesencialista y antiabsolutista se sostiene que en los organismos superiores la muerte tiene una causa genético estructural que agota su contenido. Y, por tanto, la inmortalidad humana es una mera aspiración legítima que nace del temor a la muerte o del sentimiento de insuficiencia de la existencia. Y sobre lo cual se exhiben diversas pruebas a favor y en contra -racionales, empíricas, lógico-analíticas, clínicas, de intimidad personal-. En una palabra, las pruebas en contra argumentan no hay supervivencia humana más allá de la muerte.
§ 100.- Pero, como hemos visto, el sentido del ser revela a un ser eterno, uno y trino, como Persona libre, racional y creadora. Lo cual para su comprensión requiere ir más allá de la razón natural. Así, el ser finito despliega un sentido que descansa en el ser esencial que es intemporal. De manera que la evolución del mundo reposa en la inmutabilidad de los arquetipos divinos. Y todo lo que viene a la existencia participa de ellos. Lo finito creado se separa de lo eterno en el tiempo. De modo que la existencia humana, como criatura dotada de razón, no sólo guarda la imagen de la Trinidad -para San Agustín su huella está en toda la creación-, sino que no está destinada a desaparecer tras el acontecimiento de la muerte.
§ 101.- Esto fue entrevisto por los antiguos al pensar que el alma sobrevive en el mundo inteligible y eterno, pero su identificación anula su individualidad inmortal. Para el cristianismo el alma no es una idea, sino una entidad inmortal, que resucita como persona también en cuerpo. Y, por ende, no es puramente inteligible. Por eso, no son erradas las pruebas racionales que niegan que el hombre se extingue con la muerte basadas en la naturaleza del alma (Platón, Malebranche, Tomás de Aquino). Otros piensan que para la conciencia reflexiva no hay contradicción entre mi muerte ¿y mi inmortalidad, porque en mi muerte no muero, sólo muere el tiempo en mí (Echevarría). En cambio, luce sumamente extraviada la idea panteísta de índole espinosista al pensar que todo lo real es eterno, incluida el alma.
§ 102.- Por su parte, las pruebas empíricas argumentan que la sobrevivencia es de carácter empírico: Alma y cuerpo es inmortal porque desborda lo material (Fechner); el hombre es inmortal porque la sustancia psíquica sobrevive (W. James). Las prueban lógico-analíticas: un ego puede ser una persona separada del cuerpo, o sea, hay sobrevivencia individual pero no corporal (Strawson). Las pruebas clínicas: los muertos que vuelven a la vida son prueba de que existe la persona fuera del cuerpo (A. Moody). Y la prueba de la intimidad personal: la autoconciencia es una existencia que sobrepasa la naturaleza (San Agustín), el yo es un núcleo dinámico (Maine de Biran), el yo como mismidad de la duración (Bergson), el alma como legalidad espiritual autónoma (Scheler), el yo es inmortal porque separa los contenidos de la vida del proceso de la vida misma (Simmel).
§ 103.- Sólo una filosofía metafísico-realista que asume una ontología de la conciencia puede defender que tras la muerte sobrevive el alma para luego asumir la inmortalidad personal. No se trata de lograr una explicación natural de la sobrevivencia a la nada de la muerte, porque no es un problema científico. Tampoco se trata de una mera posibilidad lógica que no es una posibilidad real. No estamos ante una prueba científica, ni una posibilidad lógica, sino ante una verdad existencial. La persona es más que pensamiento lógico y la realidad es más que prueba científica. El hombre puede abandonar el pensamiento objetivador porque es una criatura metafísica. La inmortalidad del alma es persistencia de una existencia cuyo ser depende y remite a una identidad originaria que es Dios. Para acceder al ser transobjetivo no hay que abandonar el límite del pensamiento, de lo contrario sería inconcebible. Las cosas son extramentales en su ratio essendi, pero no en su ratio cognoscendi. Por tanto, para conocer al ser extramental no por qué ir más allá del pensamiento mismo. A lo sumo se justifica abandonar el límite del pensamiento lógico y del pensamiento empírico, pero no el pensamiento mismo. Si Dios está más allá del ser finito, entonces hay una racionalidad infinita que desciende al hombre y se deja participar en la racionalidad de la trascendencia. Otro tipo de inteligibilidad es posible.
§ 104.- Sólo en el hombre aparece la muerte como algo propio. Pero el hombre moderno vive muerto porque no vive la esencia de la muerte. Y al ignorarla busca inmortalidad genética en el horizonte de la inmanencia material. Por eso vive la vida con intensidad sensorio-corporal. Pero el hombre intuye que su persona perdura más allá de la memoria y la esperanza, porque sabe que la supervivencia espiritual viene de Dios. El poder de lo espiritual trasciende el poder de lo material.
§ 105.- La historia de la filosofía es meditación sobre la muerte, pero la historia de la filosofía moderna es destrucción de la trascendencia por la ontología de lo finito. Por ello, occidente es la secularización de la idolatría, desde la metafísica hasta el ateísmo. Se puede negar a Dios en terreno teórico y ético, pero no se puede negarlo existiendo y obrando bien, porque el Ser absoluto es el ser primero y el soberano bien. Dios es causa necesaria del mundo no porque el hombre lo imagina, sino porque el mundo contingente existe.
§ 106.- La muerte pertenece al mundo y a su inmanencia. Y su abolición a la reconciliación del mundo con la Trascendencia. En la nada de la muerte aparece mi relación con el infinito del Ser absoluto. Hay deseo de eternidad en mi relación con la muerte.
§ 107.- El amor, la libertad y Dios son más fuertes que la nada de la muerte (Jankélevitch, Cantar de los Cantares), porque son posibilidad de continuación del propio ser.
§ 108.- En el ser de los entes sólo hay generación y corrupción (Aristóteles, Hegel), no se comprende la muerte. Por eso, la muerte no es el mero reino del destino.  Es existencia, pero no esencia consumada. La esencia se consuma en la vida más allá de la muerte.
§ 109.- Pensar que el muerto es el que posee la universalidad de haber salido del devenir (Hegel), es olvidar la diferencia entre devenir finito y devenir inmortal. Lo primero acontece dentro de la Caída y la Consumación. Lo segundo dentro del contexto de la nueva creación.
§ 110.- La muerte no es identidad entre el ser y la nada, sino su contradicción mutua. La salvación del alma no puede constituirse en un propósito egoísta. No en vano reza el Evangelio: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22).
§ 111.- Para lograr la armonía entre la virtud y la felicidad la razón del hombre finito necesita a Dios y la inmortalidad del alma. No es la ética kantiana del deber, sino la ética de la virtud la que ayuda al hombre a vencer a la muerte.
§ 112.- La muerte es una posibilidad siempre abierta a la finitud, que se derrumba ante la existencia cuyo destino está más de la mortalidad. Por ello, la muerte no es el final, sino el preámbulo de la nueva vida. De ahí que la condición ontológica del hombre no es ser para la muerte.
§ 113.- Muerte no es plenitud ni punto final, es posibilidad ontológica de ser parte de un tiempo nuevo.
 § 114.- El viaje sin retorno de la muerte se ubica dentro de la primera creación, donde la desproporción ontológica entre el yo y el infinito es inconmensurable, pero donde su correspondencia escatológica es anunciada.
§ 115.- La muerte acontece en el tiempo, pero revela un más allá del ser que trasciende el tiempo. La muerte no es el anonadamiento final del hombre. La muerte es indicación de lo eterno e infinito.
§ 116.- La nada de la muerte puede presentarse en la vida enajenada. Así, el consumismo capitalista ha distorsionado las necesidades profundas del hombre. Y si tuviéramos que señalar cuál de sus necesidades intrínsecas ha sufrido mayor daño, entre todas, se tendría que decir que es la decisiva necesidad de Trascendencia. Equivocadamente la modernidad tergiversó esta necesidad como una alienación y evasión del mundo, no sin razón debido al apego de la Iglesia a la imagen demasiado teísta de Dios, pero la trascendencia del hombre de la cultura cristiana y del Evangelio no es evasión ni alienación con el mundo, sino, al contrario, es Encarnación y lucha a brazo partido por el bien en el mundo. Y ciertamente que esta verdad esté saliendo a la luz tardíamente en medio del avanzado declive de la descreída civilización occidental.

Sinopsis. –
La Nada de la muerte es el estado de cesación de la vida para el alma finita racional. Pero la muerte del existente es el límite donde la experiencia no es origen de todo sentido. En la muerte el existente deja de participar en el ser finito, porque toda existencia en su esencialidad participa del ser infinito. La muerte no es la nada absoluta -porque el ser primero es eterno-, ni la nada potencial del ser puro indeterminado -sin tiempo ni espacio-, ni la nada anonadada del ser categorial -desarrollo en nuevas formas-, ni la nada anonadante de la existencia -proyección consciente del ser al no-ser y viceversa-. La muerte es la Nada de lo finito orgánico y espiritual en el tiempo. La muerte en la existencia humana es una de las posibilidades la vida justamente porque el hombre no está destinado para la muerte sino para la vida más allá de esta vida. Sólo una filosofía metafísico-realista que asume una ontología de la conciencia puede defender que tras la muerte sobrevive el alma para luego asumir la inmortalidad personal. No se trata de lograr una explicación natural de la sobrevivencia a la nada de la muerte, porque no es un problema científico. Tampoco se trata de una mera posibilidad lógica que no es una posibilidad real. No estamos ante una prueba científica, ni una posibilidad lógica, sino ante una verdad existencial. La persona es más que pensamiento lógico y la realidad es más que prueba científica. El hombre puede abandonar el pensamiento objetivador porque es una criatura metafísica. La inmortalidad del alma es persistencia de una existencia cuyo ser depende y remite a una identidad originaria que es Dios. Para acceder al ser transobjetivo no hay que abandonar el límite del pensamiento, de lo contrario sería inconcebible. Las cosas son extramentales en su ratio essendi, pero no en su ratio cognoscendi. Por tanto, para conocer al ser extramental no por qué ir más allá del pensamiento mismo. A lo sumo se justifica abandonar el límite del pensamiento lógico y del pensamiento empírico, pero no el pensamiento mismo. Si Dios está más allá del ser finito, entonces hay una racionalidad infinita que desciende al hombre y se deja participar en la racionalidad de la trascendencia. Otro tipo de inteligibilidad es posible. Sólo en el hombre aparece la muerte como algo propio. Pero el hombre moderno vive muerto porque no vive la esencia de la muerte. Y al ignorarla busca inmortalidad genética en el horizonte de la inmanencia material. Por eso vive la vida con intensidad sensorio-corporal. Pero el hombre intuye que su persona perdura más allá de la memoria y la esperanza, porque sabe que la supervivencia espiritual viene de Dios. El poder de lo espiritual trasciende el poder de lo material. La muerte pertenece al mundo y a su inmanencia. Y su abolición a la reconciliación del mundo con la Trascendencia. En la nada de la muerte aparece mi relación con el infinito del Ser absoluto. Hay deseo de eternidad en mi relación con la muerte. No es la ética kantiana del deber, sino la ética de la virtud la que ayuda al hombre a vencer a la muerte. La muerte es una posibilidad siempre abierta a la finitud, que se derrumba ante la existencia cuyo destino está más de la mortalidad. Por ello, la muerte no es el final, sino el preámbulo de la nueva vida. De ahí que la condición ontológica del hombre no es ser para la muerte. Muerte no es plenitud ni punto final, es posibilidad ontológica de ser parte de un tiempo nuevo. El viaje sin retorno de la muerte se ubica dentro de la primera creación, donde la desproporción ontológica entre el yo y el infinito es inconmensurable, pero donde su correspondencia escatológica es anunciada. La muerte acontece en el tiempo, pero revela un más allá del ser que trasciende el tiempo. La muerte no es el anonadamiento final del hombre. La muerte es indicación de lo eterno e infinito

Comentario. -
Lejos de ser fantasía la vida eterna o experienciar el ser del hombre unido al ser de la divinidad, es un medio efectivo de la evolución racional humana. Aquí me voy a referir estrictamente a la idea prehistórica del alma, la cual implica conexiones más profundas con otras ideas más elaboradas, pero asombrosamente antiguas. Por tanto, sólo tangencialmente aquí tienen importancia las ideas babilónicas y egipcias de que sin dios morimos y sólo él puede acoger la muerte con luz y gloria. Es más, tampoco será prioridad aludir a la antiquísima religión hindú, donde el alma pierde su individualidad en lo eterno, pero no su conciencia. Mayas, aztecas e incas creían que la muerte eran momentos de la existencia. Las religiones del África negra siguen creyendo en la sangre sagrada de la Gran Madre Tierra.
Pero aquí nos intriga profundamente la idea del alma de aquellas criaturas humanas que desde el Neandertal o sea hace ¡80 mil años! efectuaban enterramientos con ritos y ceremonias religiosas. ¿Tenían idea del alma? ¿Es esta idea prehistórica del alma la mayor evidencia de que el hombre es una criatura metafísica? ¿Esta idea supone la forma conceptual o simbólica? ¿Llevó la idea del alma a la idea de lo divino? ¿Qué tipo de reflexión implican estas ideas prehistóricas sobre el alma: animista, mitológica, lógica-conceptual?
Cuando en 1856 se descubrió el primer entierro de un Neandertal en una cueva del Valle de Neander, en Alemania, nadie le dio el significado debido. Solo después del descubrimiento de un entierro en Spy (Bélgica) en 1885, y otro en 1908, en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, en Francia, una fosa que contenía los restos de un cazador, rodeado por huesos despedazados de animales y menesteres de sílice. En 1912, los hallazgos de tumbas cerca de La Ferrassie dieron origen a sistemáticas excavaciones cuyos resultados en 1934, no dejaban dudas sobre ritos, ceremonias y creencias muy elaboradas. En Crimea, sobre el Mar Negro, se encontraron, en 1924, tumbas en la caverna de Kiik-Koba. En 1930 el hallazgo de fósiles en el Monte Carmelo, cerca de la ciudad de Haifa. Pero el descubrimiento más asombroso de todos ocurrió en 1960 en la caverna de Shanidar, en los montes Zagros, al norte de Irak, donde con una antigüedad de unos 60 mil años, encontraron los restos de 6 Neandertales. Se encontró la sepultura de un cazador sobre un lecho de ramas y flores, con grandes cantidades de polen.
El resultado de las indagaciones era que los Neandertalenses desde hace 80 mil años enterraban a sus muertos, apreciaron la maravilla de la vida humana con mayor claridad que sus precedentes, y buscaron preservarla. Los entierros significan que tuvieron creencias sobre una esencia humana -alma o espíritu- que sobrevive a la muerte.
El enterramiento neandertal significa la primera evidencia de modalidad ontológica postpersonal. Pero esta idea de que la muerte no es el final, que es una creencia abrumadora de la humanidad, ¿se reviste bajo la forma de un pensamiento animista, mitológico o conceptual?  Kant en su Crítica del Juicio admitía en el ámbito estético “ideas sin concepto”. Yo creo que hay que extender dicho planteamiento kantiano a diversos planos de la vida humana, sobre todo para etapas prehistóricas.
Es decir, el hombre prehistórico captó de forma puramente intuitiva la primera idea metafísica de la historia de la humanidad, a saber, la idea del alma. Esto significa que la metafísica del hombre primitivo, y ni siquiera hablamos del hombre Cromañón, evidencia el ejercicio del pensamiento sobre la base de la mera intuición sin mediación conceptual.
Pero esta idea sin concepto del alma que sobrevive a la muerte, ¿es producto de las cosas mismas o del sentido de inmortalidad humana? Si optamos por lo primero aceptamos el objetivismo de la vida después de la muerte. Si optamos por la segunda solución canonizamos la subjetivación de la idea de inmortalidad. Pero aquí no se trata de nosotros, sino de la concepción intuitiva del hombre prehistórico.
Para responder a la pregunta sobre cómo concebía el hombre prehistórico la idea del alma que sobrevive a la muerte es inevitable referirnos a la creencia en el otro mundo, los fantasmas y los sueños. El mundo onírico, los fenómenos preternaturales y sobrenaturales, y la idea de otro mundo, tienen para la mente humana prehistórica la evidencia de una verdad incontrovertible. Son acontecimientos objetivos incuestionables. Desde esta base la idea de la vida después de la muerte debió tener un impacto profundo sobre la evolución racional y ética de la conciencia humana. Aquí todavía no hablamos de religiones ni de mitos, sino de lo numinoso. O sea, de la manifestación preternatural y sobrenatural del fenómeno religioso y trascendente. Es en este contexto cuando lo religioso aparece con mayor fuerza y nitidez como religación de lo humano con lo divino. En otras palabras, lo que sobrevive del hombre no lo hace para vagar de modo incierto en el más allá, y sí, más bien, conduce hacia la idea de una primera soteriología y teleología intuitiva donde el alma sobreviviente guarda un fin superior en el más allá. Esta idea prehistórica del alma guarda dentro de sí una intención mítica y es una prueba de que la metafísica intuitiva es más remota que la mitología. A la luz de estos razonamientos, es difícil estar de acuerdo con G. Gusdorf (Mito y metafísica) para admitir que la mitología encierra una metafísica primera. Afirmo, más bien, que el pensamiento prehistórico siendo pre-mítico encierra la verdadera metafísica primera del pensamiento humano. Si esto es cierto, como creo que lo es, entonces plantea un desafío a mi propia teoría filosófica mitocrática. Pues, cómo concebir esta forma de pensar substancial prehistórica. Por un lado, confirma que el hombre es la criatura filosófica por excelencia. O sea que se pregunta por las cosas esenciales del universo. Por otro, antes que el mito es la intuición la forma que tiene la razón para responder a los enigmas del cosmos. Y por último, que antes que la forma mitocrática de filosofar hay una forma anterior que corresponde a la humanidad prehistórica. ¿Cómo llamarla? Me ratifico en mi primer planteamiento al respecto (Las filosofías marginadas). La denomino el filosofar empiriocrático. Denominación que no tiene nada que ver con la filosofía del empiriocriticismo de Mach y Avenarius, sino con una forma de pensar capaz de extraer intuiciones generales de experiencias particulares.
El filosofar empiriocrático sería la forma de filosofar del hombre prehistórico. Y esto lo afirmo para escándalo y sorna de los filósofos eurocéntricos conceptualistas, para quienes la filosofía solamente es discurso conceptual, o sea la forma griega. No importa. La humanidad sabrá tener compasión del dogma eurocéntrico. Lo real es que el hombre de todos los tiempos siempre se ha sentido desconcertado y asombrado por las situaciones límite de la existencia. Y el hombre prehistórico no fue la excepción. Filosofó a su manera y a su nivel intuitivo. Luego con los milenios vendría la forma simbólica del filosofar mitocrático, al cual sucedería el filosofar conceptual de Grecia. El nacer, morir y sobrevivir despertó el asombro del hombre prehistórico y sobre esta experiencia fecundó la idea de la vida más allá de la muerte. La evidencia de los entierros de hace 80 mil años del hombre de neandertal así lo testimonian. Esta capacidad de la razón humana –ya sea en su forma intuitiva, mitológica o conceptual- para elevarse de lo particular a lo general, de lo mortal a lo inmortal, de lo finito a lo infinito, es uno de los grandes enigmas de la condición humana llamada siempre por lo Absoluto.
La prehistórica filosofía empiriocrática permite a la humanidad naciente subsistir y enseña que la primacía de lo vivido no se limita a lo sensiblemente experimentado, sino también a la experiencia espiritual.

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LA NADA DE LA ENTROPÍA

§ 117.- La Nada de la entropía no es la nada anonadante del ser categorial. Es, más bien, la nada final de la nada anonadante del ser categorial.
§ 118.- Lo más seguro es que la especie humana, ni algún ingenio salido de sus manos, llegue a ese final entrópico del universo. Por ende, su acontecimiento no es de índole física sino espiritual. O sea, decidido por Dios o el Ser absoluto. 
§ 119.- No obstante, constatar por la ciencia que el universo se dirige a un final inesquivable significa que el infinito potencial y actual de la materia no es nada frente al infinito en acto del Ser absoluto.
§ 120.- La nada entrópica prueba que el tiempo no es la medida suprema del ser, sino que lo eterno lo es, incluso del tiempo.
§ 121.- Si el universo va hacia su muerte por la entropía, ello evidencia que el mundo contingente no es causa de sí mismo y que depende de una causa necesaria, que es Dios creador.
§ 122.- La nada de la entropía también es señal que el sentido pleno del ser no se reduce a la totalidad de sus determinaciones existenciales, porque el ente no es la forma completa del ser.
§ 123.- La nada de la entropía acontece porque es lo finito creado que se separa en el tiempo y, además, sufre la escisión entre esencia y su existencia.
§ 124.- Como la humanidad es la puerta de entrada por la que el Verbo de Dios entró en la Creación, entonces lo que acontezca con la materia del universo no es la puerta de salida en el plan escatológico de Dios. Es por ello por lo que, por la Providencia, el universo no se dirige a un caos entrópico, sino hacia una nueva armonía.
§ 125.- Es absurdo pensar que el universo venga de la nada hacia el ser para ir del ser hacia la nada nuevamente en un corsi y ricorsi sin sentido. Igualmente, absurdo es un universo cíclico, pulsante u otro modelo que carece de propósito. Por la segunda ley de la termodinámica en la naturaleza aumenta el caos de forma indetenible. Ese fin del tiempo y del espacio para volver a la nada es uno de los mayores misterios de la ciencia. Las soluciones propuestas descansan sobre conjeturas para los que hay algunos indicios y ninguna prueba. El lado oscuro del universo no solamente lo componen la materia y energía oscuras, sino la entropía, por la cual dejarán de existir las dos primeras. De qué sirven las elegantes leyes del cosmos si, después de todo, terminan en la más completa desintegración. Pero el colapso del orden o rotura de la simetría tiene que haber ocurrido desde el comienzo del cosmos, es más, fue lo que le dio origen. Es desconcertante que el universo en medio de la emergencia de la materia y sus leyes se suma en la degradación acelerada de sus estructuras. No han faltado quienes han señalado que al fin del milenio nos estamos sumiendo en el caos de la subjetividad (Félix Guattari, Caosmosis), Y sin duda, el caos también se hace presente especialmente en las fases terminales de las civilizaciones históricas. Pero aquí indagamos por un caos más grande y universal. Lo cual no es óbice para entronizar el propio caos como el reino de la absoluta contingencia y capricho -al estilo de Quentin Meillassoux en su libro Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia-. Con lo cual resulta siendo cierto que la moda, la fe y la fantasía pervierten la investigación científica, especialmente en teoría de cuerdas, mecánica cuántica y cosmología, como señala Roger Penrose (Moda, fe y fantasía en la nueva física del universo). Alexandre Koyré hablaba de la destrucción del cosmos finito por la de un universo indefinido o aun infinito (Del mundo cerrado al universo infinito). Pero la nada de la entropía nos enfrenta a la destrucción del propio cosmos infinito. Por ende, cabe pensar que el caos acelerado del propio universo quizá sea el mayor indicio que pueda tener el hombre sobre la superioridad del orden del espíritu sobre el de la materia. La nada de la entropía sería la mayor demostración que la finalidad del universo no es de índole material, sino espiritual. La superioridad de la finalidad preternatural sobre la finalidad causal y la indeterminación cuántica sería la consecuencia inevitable para asumir. La energía del universo y sus prodigios se degradan y van hacia la extinción. No en vano Max Planck expresó: “Considero que la materia deriva de la consciencia”. Si esto es así, sólo puede significar una cosa, a saber, que el apocalipsis de la materia no puede ser antes que el Apocalipsis escatológico.
§ 126.- De modo que, si Dios creó el universo de la nada por amor, lo rehacerá nuevamente por amor. 

Sinopsis. -
La Nada de la entropía no es la nada anonadante del ser categorial. Es, más bien, la nada final de la nada anonadante del ser categorial. Su acontecimiento no es de índole física sino espiritual. O sea, decidido por Dios o el Ser absoluto. Que el universo se dirige a un final inesquivable significa que el infinito potencial y actual de la materia no es nada frente al infinito en acto del Ser absoluto. La nada entrópica prueba que el tiempo no es la medida suprema del ser, sino que lo eterno lo es, incluso del tiempo. Si el universo va hacia su muerte por la entropía, ello evidencia que el mundo contingente no es causa de sí mismo y que depende de una causa necesaria, que es Dios creador. La nada de la entropía también es señal que el sentido pleno del ser no se reduce a la totalidad de sus determinaciones existenciales, porque el ente no es la forma completa del ser. La nada de la entropía acontece porque lo finito sufre la escisión entre esencia y su existencia. Lo que acontezca con la materia del universo no es la puerta de salida en el plan escatológico de Dios. Es por ello por lo que, por la Providencia, el universo no se dirige a un caos entrópico, sino hacia una nueva armonía. El caos acelerado del propio universo quizá sea el mayor indicio que pueda tener el hombre sobre la superioridad del orden del espíritu sobre el de la materia. Si esto es así, sólo puede significar una cosa, a saber, que el apocalipsis de la materia no puede ser antes que el Apocalipsis escatológico. De modo que, si Dios creó el universo de la nada por amor, lo rehacerá nuevamente por amor. 

Comentario. –
Actualmente es para el sentido común una verdad de perogrullo que el Universo con su estado ordenado actual de materia, energía, galaxias, cúmulos de estrellas, planetas y vida, no existió siempre, pero todavía resulta insólito lo que muchos cosmólogos afirman sobre el holocausto que sufrirá el Universo entero y provocará su desaparición.
Los descubrimientos actuales sobre el fin del Universo tienen que ver con su expansión acelerada. No se trata de un apocalipsis local, sino de un holocausto global que representaría el final del cosmos. Un Apocalipsis local, por ejemplo, tiene que ver con el cálculo aproximado que se hace sobre un impacto estelar cada 26 millones de años que devasta la Tierra debido a una estrella compañera del Sol llamada Némesis, que altera la órbita de los cometas que son arrojados contra nuestro planeta. Se sabe que, hace 65 millones de años un impacto estelar similar exterminó a los dinosaurios. Y también se conoce que impactos estelares de cometas y asteroides contribuyeron a la formación primitiva de la Tierra. Científicos de la NASA han descartado que el asteroide 2002 NT7 con casi 2 kilómetros de ancho vaya a devastar la Tierra en el 2019, aun cuando le han dado la clasificación “1” en la escala de Torino de riesgos de impacto que merecen cuidadosa observación. Especulaciones similares de impactos estelares se hacen en torno al calendario Maya que fija una gran catástrofe para el 21 de diciembre del 2012. Lo mismo sucede con el cometa Swift-Tutle, descubierto en 1862, y que las observaciones actuales han permitido a los astrónomos de Varsovia hacer el cálculo de la órbita del cometa para el año 2126, considerando que no representa riesgo de impacto. De cualquier forma, los científicos ya han emprendido la catalogación de asteroides y cometas con riesgo de colisión. De todos ellos el más temido es la órbita del cometa, pues a diferencia del asteroide aparece de improviso y da muy poco tiempo para tomar alguna medida. Temor similar suscita el trabajo de aceleración de partículas en el llamado "Gran colisionador de hadrones", ubicado en Ginebra, el crearía un agujero negro que primero se engullirá a la Tierra y luego a todo el universo. Se puede reformular teológicamente la pregunta, sobre si un impacto apocalíptico local sobre la Tierra puede tener una significación cósmica. Por lo menos en la tradición cristiano-católica el fin del mundo, o sea de la Tierra, representa también el comienzo de un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra. Es decir, el significado escatológico del Fin del Mundo sería universal y no meramente local. Atañe a todo el Universo. El Universo se expande como un globo. En 1917 Albert Einstein propuso un modelo del Universo basado en su nueva teoría de la relatividad general. Su teoría indicaba que el Universo no era estático, sino que debía expandirse o contraerse. La expansión del Universo todavía no había sido descubierta, por lo que Einstein planteó la existencia de una fuerza de repulsión entre las galaxias que compensaba la fuerza gravitatoria de atracción. Esto le llevó a introducir una “constante cosmológica” en sus ecuaciones; el resultado era un universo estático. Sin embargo, desaprovechó la oportunidad de predecir la expansión del Universo, lo que Einstein calificaría como “el mayor error de mi vida”. Los físicos han dedicado muchos esfuerzos al desarrollo de las consecuencias cosmológicas de la teoría de la relatividad.
El fin verdaderamente siniestro del Universo nos estremece y nos lleva a preguntarnos por el sentido de nuestra presencia en el mismo. Pero antes es necesario determinar el uso del término “Fin”. El término Fin es uno de los más equívocos del lenguaje filosófico. La multiplicidad de sentidos hace que dentro de ella entren distintas acepciones. Pero al hablar del Fin del Universo es inevitable afrontar sus significados varios: (1) temporal, (2) espacial, (3) ideal, y (4) como propósito. El sentido del Fin espacial y temporal del Universo apenas ofrece dificultad por aludir al momento final de su proceso, en cambio la idea de Fin como causa final se entremezcla con todos los órdenes del ser y acontecer. En la Física y Metafísica de Aristóteles el fin mismo sólo existe en los seres inmóviles. Los escolásticos introdujeron la distinción entre fin inteligente y fin ciego. Para Bergson, en La evolución creadora, el teleologismo no es sino un mecanicismo al revés, que sustituye la impulsión del pasado por la atracción del porvenir. En N. Hartmann la finalidad no es una categoría real de los acontecimientos naturales sino del entendimiento. En nuestro caso propondremos un monismo indeterminista y finalista, como Raymond Ruyer, pero con la variedad de que la finalidad está presente tanto en el mundo microcósmico o cuántico, el mundo macrocósmico o estelar, el mundo mesocósmico u orgánico-consciente y el mundo supracósmico-espiritual. El hombre es un compuesto no sólo de los cuatro citados mundos (material, biológico, psíquico y espiritual) sino incluso del ser eterno, y su más sensata finalidad es lograr la visión beatífica o plenitud unitiva con Dios. Los estratos del mundo material-natural después de un momento de organización tienden al comportamiento caótico, al desorden y a la destrucción, pero no así el estrato del mundo espiritual, cuya tendencia por su substancia intemporal es ir, por el contrario, hacia el comportamiento ordenado y perfecto. Aunque el espíritu puede extraviarse de la vida eterna y desviarse hacia el castigo eterno. Por eso, la plenificación del hombre está más allá de su existencia material y natural, va hacia el mundo espiritual y preternatural asistido por la Gracia divina. El hombre está en el mundo, pero no es enteramente de este mundo. En el hombre hay algo más que el hombre. En realidad, esto implica una nueva reinterpretación del principio antrópico, donde la nueva física queda enlazada con la filosofía y la teología. Es en este sentido en que indagaremos el sentido del final del universo para el hombre, en el sentido escatológico providencialista de la fe, mientras el camino ateo se detiene en el azar y el recomienzo infinito de la materia.

                Presencia de la Finalidad en el universo

Monismo                Mundo microcósmico o cuántico
Indeterminista        Mundo macrocósmico o estelar
                                  Mundo mesocósmico u orgánico-consciente
                               Mundo supracósmico-espiritual

Ahora bien, existen tres modelos del universo: el universo estacionario o cerrado, incompatible con la radiación de fondo y los quásares; el universo en expansión o abierto, confirmada por la ley de los desplazamientos hacia el rojo o ley de Hubble; y el universo oscilante o pulsante, que colapsa y se expande hasta el infinito. La teoría del Universo en expansión, los quásares, los datos obtenidos desde el telescopio Hubble y la energía oscura, hablan por sí mismos de la inconmensurabilidad del poder infinito de Dios, que le permitió crearlo de la nada, pero también hace que sea razonable suponer que la historia del Universo es finita. Qué significa la mortalidad del Universo. Cuál es el sentido de dicho fin. Hablar del incierto futuro del Universo es hablar de lo precario y limitado de la existencia de la materia, la sustancia material, o res extensa. Por ello, no resulta insatisfactorio considerar, desde el punto de vista filosófico, la idea de un repentino comienzo del Universo, de un Creador que le dio origen, pero resulta un sinsentido suponer un inusitado recomienzo cuántico tras la muerte térmica del universo dentro del esquema del universo cíclico o pulsante. La teoría de un universo autocontenido propugnada por S. Hawking (Historia del tiempo, Crítica, Barcelona 1988) al descartar la idea de un comienzo y un fin excluye las resonancias religiosas. Aquí no cabe plan inteligente del universo, ni inmanente ni trascendente, sólo un discurrir contingente y azaroso que va dando tumbos hacia nuevas formas fenoménicas sin ningún propósito universal. Pero además se basa en un supuesto a priori, en un materialismo duro, que afirmaría que la energía cósmica es inagotable e indestructible y por lo tanto ni el imperio de los agujeros negros en la “edad oscura” del cosmos significarán la destrucción total del universo En cambio la teoría del universo en expansión introduce la idea de un comienzo, la cual tiene serias resonancias religiosas. Ahora bien, si las leyes cósmicas parecen responder a una finalidad ingeniosa y el plan del universo es resultado de un propósito inteligente, entonces cuál es la teoría más plausible y cuál es aquella finalidad, cuál es aquel propósito.
Para el autor de la Creación el propósito supremo del fin del universo y la muerte definitiva de la materia no podría ser otro que demostrar al ser racional humano lo provisional y fugaz de todo lo finito, que el caos y la entropía no sólo afectan a la existencia humana sino especialmente al cosmos, como oscuro testimonio del no-ser, el vacío, la nada. La entropía explica la marcha actual del Universo del orden al caos, pero sigue siendo un enigma para la ciencia qué fue lo que condicionó la partida el caos original al orden o más precisamente de la nada al cosmos. Quizá esta pregunta esté fuera del alcance de la ciencia, o tendría que prestar oídos a la filosofía y a la teología. El enigma básico de la cosmología, es decir cómo apareció el cosmos desde la nada, sólo es respondida desde la Voluntad infinita de la divina Providencia. Schelling en su texto Las edades del mundo trató también de explicarse cómo lo más alto en Dios es la libertad, mientras que la necesidad constituye el plano subordinado de la naturaleza de Dios. El episodio de la Caída en el Paraíso revela que el hombre extiende la finitud hacia el cosmos material, pero lo hace no como origen sino como víctima del Otro maligno que lo trasciende. No sólo el hombre adánico fue débil ante el mal, sino que el portentoso cielo estrellado también lo es, es devorado por la nada y la finitud. El misterio del pecado irrumpió en el Cielo con el permiso de Dios. Pero desde la experiencia de la Redención el hombre y el cosmos no tienen que llevar consigo de modo irremediable la muerte, el fin y la nada.
Mi interpretación del fin del universo es que ésta abona a favor de la tesis de que el cosmos, al igual que el hombre, son entidades insuficientes, que la única sustancia inmortal e incorruptible es la sustancia espiritual y no la materia contingente, que el espíritu posee más ser que la materia, que su sustancia no se agota en la temporalidad y pertenece a la eternidad. El principio antrópico cobra pleno sentido con estas consideraciones filosófico-teológicas. Esto no significa que la materia no pueda ser infinita, ni que el hombre fue creado para ser como los ángeles, espíritu puro, más bien que el Espíritu puro, que es Dios, hará nuevo cielo y nueva tierra, es decir el nuevo Universo estará exento del elemento destructivo de la entropía, la muerte, la caducidad y el pecado.
Grecia alcanzó por la filosofía y la razón natural la verdad primaria sobre Dios, como necesario fundamento del Universo contingente. La Revelación judeocristiana nos muestra que Dios es una naturaleza racional, amorosa e infinita, su objeto adecuado no es el universo finito, sino su naturaleza infinita, creó el universo de la nada por amor, los espíritus a su imagen y semejanza, y la materia no viviente. Pero el Fin del Mundo no es el Fin del Universo, uno es un proceso escatológico que responde a un propósito salvífico, el otro responde a un proceso natural de la materia. La intervención divina directa queda restringida al momento escatológico de la creación y del fin del mundo, en cambio lo que sucede en el final del universo es resultado de la causalidad natural. Sin embargo, queda pendiente un asunto importante: el problema del mal en el mundo. El Final del mundo también implica el final del universo asido por el pecado y el mal. Leibniz en su Teodicea diferenciaba tres tipos de mal: el natural, el físico y el moral. A lo que vamos es que la Caída del hombre en el pecado original dañó todo el cosmos, la doctrina enseña que se perdió la Gracia y tanto el hombre como la naturaleza dañaron su vida sobrenatural y su vida natural. En lenguaje de la termodinámica diríamos que entró en acción la entropía. El fin del mundo sería también el fin del universo puesto que señala el momento en que Dios subsana el estado de imperfección para restablecer el estado de Gracia en todo el cosmos. De modo que no tiene sentido pensar en un fin del mundo para el hombre sin suponer otro para el cosmos. La salvación alcanza, por consiguiente, a toda su creación, salvo al Diablo que con el permiso de la divinidad actúa con voluntad e inteligencia como enemigo de la vida santa y perfecta, pero será aherrojado por la eternidad en el infierno. Cómo será el Universo tras la restitución de la Gracia después del Juicio Final. Será nuevamente inmortal e incorruptible, pero con un añadido importante: redimido. La Redención no sólo es la destrucción del pecado de Adán y la apertura del cielo para el hombre sino la prueba suprema de su criatura principal en su fidelidad al Creador. Sin la prueba de la constancia, la confianza y de la lealtad al Autor del mundo, no tendría sentido todo el drama escatológico de la salvación y de la creación, estaría incompleto su propósito y el sentido de la existencia. Sin el problema del mal no es posible una solución adecuada al problema de la libertad humana dentro de la justicia divina. Sin ausencia de necesidad y de constricción no hay libertad humana. De modo que la presencia de Dios en nosotros es ontológica pero su habitar en nosotros sólo se da por invitación nuestra. Nuestra libertad sólo es plena conociendo y cooperando con Dios. Por eso lo esencial del sentido del final del universo no consiste sólo en una demostración abstracta de la superioridad de lo espiritual sobre lo material, ni en una mera regeneración ontológica de sus criaturas, incluso la materia, sino en la realización culminante de la vida en el reino de Dios, donde contemplaremos en unión con Cristo directamente su rostro.
En consecuencia y volviendo a nuestra pregunta del comienzo: ¿qué significa que el universo tenga que ir hacia un final inexorable? Hemos respondido lo siguiente: 1. Porque el cosmos, al igual que el hombre, son entidades insuficientes, la única sustancia inmortal e incorruptible es la sustancia espiritual y no la materia contingente, el espíritu posee más ser que la materia. 2. Demostrar al ser racional humano lo provisional y fugaz de todo lo finito, que el caos y la entropía no sólo afectan a la existencia humana sino especialmente al cosmos, como oscuro testimonio del no-ser, el vacío, la nada. 3. Que el mundo supracósmico-espiritual es más real que las otras regiones del ser y que el hombre es un compuesto de los cuatro citados mundos y su más sensata finalidad es lograr la plenitud con Dios. 4. El propósito final del Creador es proporcionar a los seres espirituales la visión beatífica tras la previa prueba de la existencia. La prueba responde a que la gracia de Dios no es totalitaria, respeta nuestra libertad y no trata de destruir nuestra voluntad, sino unirla libremente con él. 5. Y finalmente, gracias a la Redención el hombre y el cosmos no tienen que llevar consigo de modo irremediable la muerte, el fin, el no ser y la nada.
La rebosante copa del placer del materialismo científico ha pasado, la idea de un Espíritu infinito y eterno, creador de todas las cosas se hace sostenible filosófica y científicamente. La creación y destrucción del Universo no se comprende en una megalómana exhibición de la omnipotencia divina, sino como superioridad de lo espiritual sobre lo material, en vista de la importancia de velar por la vida eterna. De ahí que la verdadera y fundamental sabiduría humana consista en un acto de adoración al Pater Creatur, omnisciente y omnipotente, porque ello supone nuestra aceptación sensata de la condición de criatura finita con la grave responsabilidad de reconducir el mundo a su original seno trascendente. Este sería el sentido más profundo del principio antrópico, que no se limita a ser visto sólo como el reconocimiento del papel del hombre como observador inteligente y como fuerza activa para reestructurar el mundo por medio de la tecnología. Dicho de otra forma, la reinterpretación del principio antrópico no sólo establecería que nuestra propia existencia restringe la estructura y la evolución del Universo, incluso a escala muy grande, sino que instaura la coherencia entre la física fundamental, la cosmología, la biología, y la antropología, por una parte, con la filosofía y la teología, por otra; porque con el hombre irrumpe la trascendencia en la inmanencia y se reconduce todo lo temporal hacia lo eterno. 
Por Revelación el hombre llega a saber que Dios uno y trino es fuente de todo ser, el universo material y espiritual es su creación, como parte de un proceso eterno del desplegarse y replegarse divinos. Todas las cosas proceden de la plenitud de Dios y a él vuelven todas las cosas. El proceso no es espiral, rectilíneo o de eterno retorno, sino es asintótico, es alfa y omega, porque el punto de llegada no es igual al punto de inicio. Además, Dios no es simplemente la fuente ontológica del ser, es además la meta escatológico-metafísica de todo, es el comienzo y el fin del proceso, el alfa y el omega. En la meta el proceso continúa para no variar más, ya sea en la eterna paz de la visión beatífica de la Divinidad o en el eterno castigo de los réprobos en los tormentos de infierno.