LA JUVENTUD UNIVERSITARIA
ANTE LA FILOSOFÍA
En búsqueda de la racionalidad transmoderna
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
I
“Cuando la juventud pierde
el entusiasmo, el mundo entero se estremece”. Este pensamiento del
novelista, ensayista y dramaturgo francés, autor de Bajo el Sol de Satanás, Georges Bernanos (1888-1948), a primera
vista puede describir lo que en la superficie se observa en la bisoña juventud
universitaria del Perú. Más específicamente en Lima. Más concretamente en una importante Universidad privada. Y más particularmente en alumnos que ni siquiera
cursan carreras humanísticas –venidas cada vez a menos a nivel mundial-, sino
profesiones técnico-científicas. O sea, que están distantes de la abstrusa
temática filosófica.
Este estado de ánimo de la juventud parece ser compartida desde
Lima a Tokio, desde Nueva York a París, e inunda cada rendija del ineludible
mundo occidental. Es más, con cierto facilismo el dedo acusador se suele
levantar hacia la juventud actual. Y con cierto pasadismo pesimista se la suele
juzgar comparándola con la insurreccional juventud universitaria de los
sesenta. La cual inspiraría a Herbert Marcuse a depositar la esperanza de
transformación social en la juventud universitaria (El hombre unidimensional, 1964).
Pero si desde Fernando Maestre y Alberto Péndola (Corrupción un estudio psicoanalítico,
2001) hasta Gilles Lipovetsky (La era del
vacío, 1983) y Peter Sloterdijk (“¿Un siglo religioso?”, en ¿Hacia dónde se dirigen los valores?,
2010) definen a la sociedad como corrupta y amoral, hedonista y consumista,
entonces esto significa que lo que vemos en la juventud es apenas la punta del
iceberg de un fenómeno más profundo y grave que concierne al sino de la moderna
civilización capitalista actual.
Desde las trincheras del pensamiento marxista se solía decir que
la conciencia burguesa es pasadista debido a sus intereses conservadores, el
proletariado es futurista acorde a su papel transformador y la conciencia de la
clase media es inmediatista porque está apegada al presente por su preocupación
conciliadora. Pero lo que vemos actualmente en plena era de la galopante
globalización neoliberal es que los papeles temporales de la conciencia social
son dinámicos, nada estáticos y se han
alterado.
Efectivamente, la burguesía se volvió presentista, obsesionada
como está por la ganancia y el lucro inmediato a nivel global; el proletariado
se tornó pasadista, interesado en conservar los otroras beneficios laborares
del fenecido capitalismo de bienestar; y la pequeño burguesía se ha vuelto
futurista, al soñar con una economía de mercado sin especulación financiera y
con enfoque ecológico. En todo este universo ideológico donde reina
unipolarmente la mentalidad capitalista de libre mercado, las voces disonantes
que enarbolan un socialismo democrático y humanista son marginales, silenciadas
o activamente combatidas (caso Bolivarianismo latinoamericano). Y las regiones
que impulsan un mundo multipolar y pluricéntrico (Rusia, China, Sudáfrica,
Brasil, India), dentro de un capitalismo social de mercado, son objeto de
sanciones económicas, guerra monetarias, cuando no de enfrentamiento bélico en
terceros países (caso Siria). Y esto lo digo con plena conciencia de que la disputa entre Rusia y EEUU no es entre socialismo y capitalismo, sino que es una lucha interimperialista entre el capitalismo social de mercado y el capitalismo de libre mercado. El capitalismo de libre mercado del Reich Bilderberg no tolera el capitalismo social de mercado de Rusia y China. La nueva guerra fría es lucha interimperialista al interior del mismo capitalismo.
Y sin embargo, testimoniando la complejidad de la realidad humana
y de la realidad mundial, estos mismos jóvenes cuando son incoados a pensar
sobre los problemas de nuestro tiempo que deberían ser afrontados por la misma
filosofía, son capaces de señalar con claridad meridana los problemas más
álgidos de nuestro tiempo. Esto significa dos cosas. Primero, que a pesar de la
tiranía de la racionalidad instrumental –cosa advertida por la Escuela de
Frankfurt- la razón crítica se resiste a morir. Y segundo, que la evolución
moral e intelectual de la juventud –como lo destacó Eduardo Spranger (Psicología de la Edad Juvenil, 1929)- a
pesar de estar influido por la ciencia y concepción del mundo de su tiempo,
conserva la inextinguible sindéresis o capacidad moral natural para juzgar y
distinguir entre lo bueno y lo malo. La sindéresis ha sido desestimada por el
funcionalista pensamiento moderno, pero en el pensamiento sustancial de
medievales y antiguos fue reconocida para defender en el ser humano un libre
albedrío unido a la moral.
Esta capacidad del alma humana para reconocer los primeros
principios morales está menos enturbiada y ennegrecida en los jóvenes que en
los adultos. Y valga lo dicho a pesar que la presente sociedad consumista y
amoral se esmera por disolver la inocencia y candor en la juventud. La sociedad
amoral del imperio posmoderno del capitalismo universal (véase mi libro El imperio posmoderno del hombre anético,
2004), sobre la base de la malignización del bien y la desmalignización del mal,
va forjando un hombre anético, estético-instintivo, sin solidaridad ni
dignidad, donde triunfa una libertad pervertida sin justicia.
Cuando Manuel González Prada profería su flamígera exclamación:
“Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”, se contaba con un mar de
jóvenes idealistas prestos al sacrificio y al heroísmo. En cambio hoy, en medio
de un mundo desideologizado, de “final de la historia”, resurrección de la
carne, de una vida sin imperativo categórico, de un nihilismo sin tragedia,
donde el relativismo, la permisividad, el escepticismo, el pragmatismo
utilitario han diseñado el giro desde lo prometeico a lo narcisista, la
juventud ya no es visto como un tiempo de vida sino como un estado del
espíritu. Pero es justamente cuando sucede esta superposición en el espíritu de
una época cuando se abre la posibilidad de la situación ideal de que la
juventud llegue un poco más tarde en la vida. Y es entonces cuando pierde todo
valor la frase de Georges Clemenceau: “El
joven que no es revolucionario es porque no tiene corazón, y el viejo que no es
conservador es porque no tiene cabeza”. Efectivamente, la singularidad de
nuestro tiempo desconcertante es que exige actitud juvenil en mentes y
corazones maduros. Y por sí, ya es todo un desafío al optimismo cuando se
comprende lo que decía Picasso: “Lleva
tiempo llegar a ser joven”.
Hay épocas en la historia en que por designio inescrutable del
hado extraordinario la dialéctica antorcha juvenil debe ser empuñada por la
gente madura antes que por los jóvenes. Son eras en que el optimismo cambia de
curso y en vez de ascender desde los mozos desciende desde las canas. Y no
obstante, la propia juventud es capaz de poner el dedo en la llaga donde brota
la pus.
II
Esto es precisamente lo que ha sucedido entre los jóvenes al
señalar los agudos problemas que un virtual Congreso de Filosofía debe encarar.
Así que prevengo a quienes se atienen al viejo adagio que repite que nada nuevo
descubren los jóvenes y que sólo obran y piensan exactamente igual que sus
abuelos. Cuánta razón tenía el lúcido moralista francés Chamfort y el dúctil
filósofo Bergson cuando pensaban que “cuanto
más se enjuicia menos se ama”. Cerremos los ojos y hagamos que alguien nos
lea los temas que han señalado estas mentes y corazones jóvenes recién salidos
de la escuela secundaria y recientemente ingresados a la universidad. Así
percibiremos la fragancia deletérea que exhalan desde el jardín los nuevos
brotes llenos de ilusiones.
Sobre un total de 87 propuestas, de jóvenes que oscilan entre los
16 a 18 años, se han manifestado los siguientes ejes temáticos:
- Existenciales.- sentido de
la vida, la indiferencia, suicidio, paz interior y autorrealización, pensamiento
conservador, vida cotidiana y filosofía, fin de la ética, crisis de
valores, autenticidad, carencia de identidad nacional
- Antropología.- idea del
hombre, tiempos de crisis, libertad
- Cosmología.- sentido del
cosmos
- Ética.- el mal, la
libertad, autoritarismo
- Religión.- cristianismo
- Pedagogía.- didáctica de
la filosofía, sentido de universidad
- Historia de la Filosofía.-
filosofía peruana
- Tecnociencia.- antropocenio
destructor, robotización
- Socioeconómicos.- Pobreza,
capitalismo, explotación, corrupción, consumismo, desigualdad económica, delincuencia,
sublevación
- Ambientales.- ecología, ética
- Temas de género.- mujer y
pobreza, aborto, homofobia y discriminación
- Comunicación.- medios de
comunicación anómica, redes sociales, operativos psicosociales en
televisión, cultura
Utilizando la guillotina de Occam para precisar aun más el
universo filosófico en el que encajan las propuestas tenemos:
- Indagación sobre el
conocimiento (12)
- Indagación sobre la praxis
(4), (5), (8), (9)
- Indagación sobre el hombre
(1), (2), (11)
- Indagación sobre la
naturaleza (3), (10)
- Indagación sobre la
filosofía (6), (7)
Esto significa que los jóvenes que recién arriban a la universidad
perciben como temas álgidos de la filosofía actual los que conciernen
principalmente a la indagación sobre la praxis y sobre el hombre. En la
indagación sobre la praxis se destaca su preocupación ética, la filosofía
político-social, la filosofía de la religión y la filosofía de la técnica.
En este campo de la filosofía de la praxis llama poderosamente la
atención la ausencia de lo estético. Ya Ortega y Gasset había advertido en 1925
sobre la deshumanización del arte, como ruptura con la realidad y el triunfo de
lo pueril. Y esto concierne a la sensibilidad del hombre actual o de la
burguesía decadente. La cual ya no es seducida por lo bello, sino por lo
horrible y lo monstruoso. Cuán lejos nos hallamos del arte figurativo de un
Rafael o un Tintoretto para caer en el arte no figurativo de un Miró o un Klee.
La fealdad se ha tornado cotidiana, sobre todo en las metrópolis
tercermundistas. La fealdad estética llora su impotencia revolucionaria. Y para
ser más soportable lo abominable del mundo burgués finisecular crea su nuevo
rito y mito en el consenso.
En el segundo eje filosófico predominante -la indagación sobre el
hombre- se enfatiza la preocupación antropológica y la filosofía de la cultura.
Pero, asimismo, llama la atención la ausencia de la filosofía de la historia. Y
esto es debido porque está triunfando la ideología del nihilismo, la cual es
enemiga de la historia y del tiempo integral. Esto supone la victoria de una
ontología de la actualidad como lo plantea Bloch, Benjamín, Adorno, Habermas y
Vattimo, donde el “ser” es sustituido por el “evento”. El resultado es la
desilusión metafísica del sentido de realidad y la defensa de la multiplicidad
hedonística de la interpretación.
Después de todo, qué culpa tienen estos jóvenes que nacen en medio
de un tiempo nihilista sin memoria y sin historia. Es deber de sus maestros
remar contra la poderosa corriente posmoderna para enriquecer su sentido del
tiempo y devolverles el sentido histórico. Por eso, esta omisión es en realidad
un clamor contra una cultura que se delinea como una sociedad postmetafísica
erosionada por el nihilismo integral. Y decimos “integral” porque como nunca
antes en la historia se han juntado en una las tres corrientes nihilistas, a
saber, la metafísica (Gorgias), la gnoseológica (Pirrón) y la ética (Nietzsche).
En este contexto no llama la atención que los temas que conciernen
a la indagación sobre la filosofía, la naturaleza y el conocimiento ocupen un
interés menor. Y esto es un síntoma crucial que afecta a nuestra civilización científico-técnica.
Indica primeramente que la perspectiva antifilosófica ha crecido desproporcionadamente.
No es casual que en el mundo universitario global se reduzcan dramáticamente el
número de estudiantes que siguen carreras humanísticas.
La filosofía casi siempre ha sido vista con recelo. En épocas
protohistóricas y ancestrales el filósofo-chamán estuvo protegido por el poder
comunal o real, y sus riesgos concernían más en salir bien librado de su
descenso a los infiernos o su ascenso a los cielos. Pero en las épocas históricas, especialmente
desde Grecia antigua, los peligros han solido venir no desde dentro sino desde
fuera. Lo testimonian Sócrates, Aristóteles, Zenón de Elea. Ya Jaspers indicaba
que la filosofía tiene tres grandes enemigos: el sentido común del vulgo, el
dogmatismo religioso y la intolerancia política.
Pero hay un factor atávico muy dañoso para la filosofía en nuestro medio. Y es que la filosofía resulta siendo poco atractiva para la juventud universitaria porque la mediocridad de la institución académica no permite que se escuche la voz de los pensadores autónomos. Y esto crea la falsa sensación de que no hay filósofos ni filosofía en el Perú.
Lo que nos cuenta en sus memorias Alberto Wagner de Reyna (Bajo el Jardín, Lima 1997) lo que le sucedió en la Universidad Católica es muy ilustrativo de este mal y digno de triste recordación. "Envalentonado con este buen éxito [se refiere a la publicación de su libro sobre Heidegger por la editorial Losada en Buenos Aires gracias al interés de Francisco Romero], dicté un curso sobre lógica en la Universidad Católica, para segundo año de Letras, deseoso de no ser mero repetidor sino por lo menos epígono...". El resultado es que el curso fue calificado de ininteligible, de bluff y otras lindezas. Al final, Wagner tuvo que tomar el texto de lógica del cardenal Mercier y repetirlo como "una cotorra" (p. 60). Sólo así su reputación de profesor de restableció.
Aquí se aplica a la perfección la categoría del "anatopismo" acuñado por el pensador católico peruanista Víctor Andrés Belaunde. Efectivamente, la universidad peruana languidece burocráticamente porque no promueve la creación de nuevas interpretaciones por parte de pensadores nacionales -aún cuando existan-, sino la repetición simiesca del magisterio norteamericano-europeo. Tal es la inseguridad psicológica de la universidad nacional que esta deficiencia se trasmite a los estudiantes.
El resultado es triplemente fatal. Pues, primero, se perenniza la dependencia mental al magisterio extranjero; segundo, se ignora el propio genio nacional; y, tercero, se mantienen los índices ridículamente ínfimos de inversión en investigación de las universidades especialmente privadas, cuyas autoridades medran enriqueciéndose ilícita y gansterilmente. En otras palabras, la universidad peruana replicando la tara del "anatopismo" es responsable de la desgracia del pensamiento de la patria. La universidad, especialmente, debe cesar de ser el lugar de meros repetidores para convertirse en lugar donde alumbren los pensadores autónomos. No corregir este arraigado defecto acentúa el mundo antifilosófico en que vivimos.
Pero hay un factor atávico muy dañoso para la filosofía en nuestro medio. Y es que la filosofía resulta siendo poco atractiva para la juventud universitaria porque la mediocridad de la institución académica no permite que se escuche la voz de los pensadores autónomos. Y esto crea la falsa sensación de que no hay filósofos ni filosofía en el Perú.
Lo que nos cuenta en sus memorias Alberto Wagner de Reyna (Bajo el Jardín, Lima 1997) lo que le sucedió en la Universidad Católica es muy ilustrativo de este mal y digno de triste recordación. "Envalentonado con este buen éxito [se refiere a la publicación de su libro sobre Heidegger por la editorial Losada en Buenos Aires gracias al interés de Francisco Romero], dicté un curso sobre lógica en la Universidad Católica, para segundo año de Letras, deseoso de no ser mero repetidor sino por lo menos epígono...". El resultado es que el curso fue calificado de ininteligible, de bluff y otras lindezas. Al final, Wagner tuvo que tomar el texto de lógica del cardenal Mercier y repetirlo como "una cotorra" (p. 60). Sólo así su reputación de profesor de restableció.
Aquí se aplica a la perfección la categoría del "anatopismo" acuñado por el pensador católico peruanista Víctor Andrés Belaunde. Efectivamente, la universidad peruana languidece burocráticamente porque no promueve la creación de nuevas interpretaciones por parte de pensadores nacionales -aún cuando existan-, sino la repetición simiesca del magisterio norteamericano-europeo. Tal es la inseguridad psicológica de la universidad nacional que esta deficiencia se trasmite a los estudiantes.
El resultado es triplemente fatal. Pues, primero, se perenniza la dependencia mental al magisterio extranjero; segundo, se ignora el propio genio nacional; y, tercero, se mantienen los índices ridículamente ínfimos de inversión en investigación de las universidades especialmente privadas, cuyas autoridades medran enriqueciéndose ilícita y gansterilmente. En otras palabras, la universidad peruana replicando la tara del "anatopismo" es responsable de la desgracia del pensamiento de la patria. La universidad, especialmente, debe cesar de ser el lugar de meros repetidores para convertirse en lugar donde alumbren los pensadores autónomos. No corregir este arraigado defecto acentúa el mundo antifilosófico en que vivimos.
Pero actualmente podemos afirmar que vivimos en un mundo
antifilosófico por excelencia. Donde ya no se necesita perseguir ni condenar a
los filósofos, simplemente el pensamiento ha perdido prestigio y con ello el
ocaso del filósofo está sellado. Sobre todo porque se trata de un pragmatismo
que pone la praxis como fundamento de la filosofía y ello no es una filosofía de la praxis sino desde la praxis. La filosofía desde
la praxis es la negación de la filosofía de
la praxis y de la filosofía misma. Es la abolición del espíritu mismo de la
filosofía porque reduce de modo empírico su contenido a lo que es útil,
perentorio y urgente. Para el filósofo Hans Lenk (Filosofía pragmática, 1975) esta mala comprensión de la filosofía
lo ha llevado a decir que sólo “una orientación pragmática puede sacar a la
filosofía de su enclaustramiento académico”.
La antifilosofía, ya lo subrayaba Augusto Salazar Bondy (Introducción filosófica, 1969, pp.
189-197), es detentada por hombres prácticos (Calicles), fideístas (Tomás de
Kempis), el cientificismo estrecho (Comte) y la crítica literaria (Papini).
Para todos ellos la filosofía es un saber inútil, vacuo, ocioso, perjudicial y
engañoso para la vida. La distancia que
media entre la antifilosofía y la ontología hermenéutica del crepúsculo de
Vattimo es tan sutil, que cuando vemos en el filósofo italiano una postura sin
acción realizadora de valores, atenta a la Diferencia en vez de a la Unidad,
entonces es cuando nos damos cuenta que lo que están señalando nuestros jóvenes
universitarios es justamente lo que les falta al filosofar
europeo-norteamericano: una comunidad con sentido de la vida.
Y para recuperar el sentido de la vida, que tan poderosamente late
en las indagaciones de la praxis y del hombre enfatizadas por dicha juventud
peruana, lo primero que hay que hacer es recuperar el auténtico significado de
la filosofía, como saber que exige una constante negación dialéctica y no su
rechazo o liquidación. En sus más altas aspiraciones la filosofía nos revela la
más íntima esencia humana. Porque así como ella es un quehacer imposible pero
también inevitable, del mismo modo el hombre es es una criatura portentosa en
su grandeza y abyecta en sus miserias.
Además, un factor poderoso que alimenta la antifilosofía en las universidades es el propio espíritu mercantilista que anima a éstas. Los alumnos universitarios se dan cuenta que la universidad es un fraude porque lejos de brindar una formación integral y humanística exacerba el espíritu de competencia, individualismo y avaricia de la sociedad capitalista. Los propios catedráticos son víctimas del rutinarismo que anemiza su espíritu, y en pocos años ven agostados toda la creatividad de su juventud. Se vuelven ágrafos, infecundos, dogmáticos y estériles. Los jóvenes al egresar ratifican lo vivido al verse lanzados a la furia competitiva del mercado, la lógica de la usura y la reducción estructural de los puestos de trabajo. Y lo que no fueron capaces de realizar sus mayores, ellos también se ven envueltos en el mundo de la inercia, la cosificación y la alienación. Sus ilusiones se marchitaron y lo que les resta de vida está inserto en la fiera competencia profesional por sobrevivir y mascullar un amargo pesimismo. Pero todo esto no puede continuar y debe cambiar. Y el cambio debe ser de raíz. O sea desde su base económico-social. Y eso sólo se consigue si con espíritu juvenil se emprenden los grandes desafíos de la historia.
Además, un factor poderoso que alimenta la antifilosofía en las universidades es el propio espíritu mercantilista que anima a éstas. Los alumnos universitarios se dan cuenta que la universidad es un fraude porque lejos de brindar una formación integral y humanística exacerba el espíritu de competencia, individualismo y avaricia de la sociedad capitalista. Los propios catedráticos son víctimas del rutinarismo que anemiza su espíritu, y en pocos años ven agostados toda la creatividad de su juventud. Se vuelven ágrafos, infecundos, dogmáticos y estériles. Los jóvenes al egresar ratifican lo vivido al verse lanzados a la furia competitiva del mercado, la lógica de la usura y la reducción estructural de los puestos de trabajo. Y lo que no fueron capaces de realizar sus mayores, ellos también se ven envueltos en el mundo de la inercia, la cosificación y la alienación. Sus ilusiones se marchitaron y lo que les resta de vida está inserto en la fiera competencia profesional por sobrevivir y mascullar un amargo pesimismo. Pero todo esto no puede continuar y debe cambiar. Y el cambio debe ser de raíz. O sea desde su base económico-social. Y eso sólo se consigue si con espíritu juvenil se emprenden los grandes desafíos de la historia.
El espíritu del verso rubendariano “Juventud divino tesoro”,
estará en riesgo de perderse para siempre si no enmendamos tales entuertos de
nuestra época. Las insuficiencias del discurso filosófico
europeo-norteamericano laten poderosamente en los temas señalados por nuestros
jóvenes alumnos. Y tienen, por añadidura, la virtud de señalar que nuestro hemisferio
sur necesita de una utopía histórica, planetaria y universal. Ya en 1955 el
filósofo chotano Antenor Orrego había vislumbrado que nuestro continente sería
el crisol de una nueva civilización (Hacia
un humanismo americano, 1965).
Y es ahora cuando constatamos con mayor urgencia que necesitamos
una nueva civilización edificadora de valores, donde se redefina la relación
persona-naturaleza al compás de la relación entre lo inmanente y lo
trascendente. No hay duda que a esta tarea contribuye poderosamente la teología
y la filosofía de la liberación, de auténtica raigambre latinoamericana y
tercermundista, policéntrica y humanista, democrática y defensora de los
derechos humanos.
III
Pero cuál es el camino. Es una interrogante que subyace con vigor y
que da unidad a toda la preocupación filosófica de los jóvenes alumnos. La
convicción machadiana que “camino se hace al andar” debe ser complementado con
la de Jean de la Bruyére, “sólo hay un camino para llegar y mil para alejarse”.
Pero también existen los espejismos del itinerante. Cuando conseguimos nuestro
objetivo –decía Paul Valéry- creemos que nuestro camino es bueno. Por ello
resultan atinadas las palabras del Evangelio: “Ancha es la senda al infierno y
estrecho el del cielo”.
¿Tendrá América Latina que plantear una nueva racionalidad?
¿Tendrá que ser una razón de la liberación, como auténtica respuesta de nuestra
historia y cultura? Vattimo y Levinas tienen razón cuando hablan en tono de
denuncia de una razón estratégico-instrumental. Y Apel-Habermas aciertan cuando
reprochan ciertos tipos de racionalidad pero asegurando el ejercicio de la
razón ética. En nuestros lares los filósofos argentinos Rodolfo Kush y Juan
Carlos Scannone reivindican la opresión sufrida por el mundo popular, mientras
Enrique Dussel (Posmodernidad,
transmodernidad, 1999) propone superar el eurocentrismo ontológico
trascendiendo ontológicamente el horizonte griego planteando el momento nuevo
de la transmodernidad como giro descolonial.
Sobre esta última propuesta de Dussel hay que advertir que hay
caminos que suelen ser atajos los que parecen rodeos. Y es que la superación
del eurocentrismo ontológico que plantea Dussel es tributaria del error
antiesencialista de Nietzsche, Heidegger y Vattimo juntos. Sin recuperar el
eidos filosófico no hay auténtica liberación ni posibilidad de nuevas utopías.
Es más, sin jerarquizar la metafísica de la aletheia con la metafísica del
eidos, la metafísica de la empiria y
la metafísica de lo virtual, no hay posibilidad de nuevo curso civilizatorio
(véase mi libro Hermenéutica remitizante
y filosofía mitocrática, 2013). Y entender este punto es tan importante que
decidirá la suerte de una nueva racionalidad liberadora en América Latina, el
paso a la transmodernidad y una real recuperación de la razón ética.
Es
por esto que el "giro intercultural" de la
filosofía de la liberación propuesto por Fornet-Betancourt (Crítica intercultural de la filosofía
latinoamericana actual, 2004) para el diálogo con distintas tradiciones
filosóficas de la humanidad, sólo podrá ser fecundo si se plantea desde una
nueva base metafísica no antiesencialista. En este sentido, la obra del
filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría (La
modernidad de lo barroco, 1998) al realizar una caracterización del
"ethos barroco" de América Latina como alternativa a la racionalidad
capitalista de la modernidad europea da en el clavo, siempre y cuando se
entienda nuestro barroquismo desde nuestra propia respuesta
metafísico-civilizatoria al mundo.
Y cuando Castro-Gómez (Crítica de
la razón latinoamericana, 1996, y La
hybris del punto cero, 2005) se inscribe en la vertiente historicista, para
repensarla desde la genealogía de Foucault y desde los estudios poscoloniales latinoamericanos,
se hace evidente que es necesario el desarrollo del contenido metafísico de la
racionalidad de la liberación en clave no antiesencialista. Lo contrario sería
repetir la distorsión inmanentista de la razón como fundamento absoluto, que
fue tan bien denunciado por Paul Hazard (La crisis de la conciencia europea 1680-1715,
1935).
En este sentido, no sólo el Hemisferio Sur sino toda la civilización
occidental necesita de una nueva utopía civilizatoria, realizadora de valores,
desde una relación armoniosa entre lo inmanente y lo trascendente. Estamos ante
una descomunal crisis universal de la razón misma. Y desde América Latina, el
continente de lo real maravilloso, es necesario impulsar una nueva racionalidad
lógico-emotiva, ético-estética, donde el logos de la ratio confraternice con el
logos del mytho.
Es preciso tener ante sí un caos para poder poner una estrella. Una
síntesis posible de las tres vertientes comienza al proponer un "giro
mitocrático" para revertir las deformaciones filosóficas del eurocentrismo
conceptolátrico. Pero es necesario realizar la caracterización
"anética" de la modernidad antiesencialista capitalista para proponer
una nueva teoría de la razón donde el logos de la ratio y el logos del mytho
convivan en dinámica y dialéctica armonía civilizatoria.
Decía Goethe que “un talento se
forma en la calma mientras que un carácter en el torrente del mundo”. Y
nunca como antes ha sido tan urgente que el universitario actual cultive ambas
esferas para que pueda estirar la idea hasta la cumbre del ideal.
Lima, Salamanca 19 de Julio del 2016