lunes, 20 de mayo de 2024

MI RELACIÓN CON EL PERÚ Y CON FLORES QUELOPANA

 

FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS-Filósofo/Fundador de la Escuela Correntina de Pensamiento. Director del Club Mundial de Filosofía

 

MI RELACIÓN CON EL PERÚ Y CON FLORES QUELOPANA



En mi primera infancia conocí la cadencia andina en la voz de mi pediatra. La palabra curaba y en particular la suya que por mis tierras no se escuchaban. Otra médica, también del Perú, ya en mi segunda infancia me demostraría con su clarividencia que la ciencia no lo era todo, dios o la idea de, en un mazo de cartas. Llegó mi adolescencia. Tal como "El pez en el agua" nadé con virulencia e intensidad, acompañado de don Mario Vargas Llosa que sintetizaba literatura y política y que me llevaría a conocer a Sartre y con ello a la filosofía. En mi primera adultez, en ocasión de un congreso de filosofía política, invitado a brindar una disertación, como en otros lugares a los que iría, no fue sino en Lima, donde en plenitud reconfirmé lo que había leído y reconocía. 

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Miraflores, los malecones, la bruma, el cielo encapotado, como las sorpresas tales como el pisco, el orden en el desorden y la filosofía como suspiro de una pasión andina. A distancia esta vinculación no cejó. Tal como testimonia la imagen, pude conocer a grandes intelectuales peruanos de la actualidad. Conocer en ellos, no sólo la envergadura de un pensamiento determinado, trabajoso, inclusivo, razonado, argumentado, sino sobre todo profundamente humano, no sólo en lo teorético, sino en lo cotidiano. La sencillez, humildad, contracción al quehacer continuo del pensamiento y la disponibilidad a la apertura de puertas transforman en leyenda a hombres como Gustavo Flores Quelopana, en quién se puede sintetizar una de las arterias principales del pensamiento peruano como occidental. Destaco a Gustavo, dado el universo conceptual que nos separa y que nos sitúa en las antípodas de las posiciones del pensar. Recuerdo la definición del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, “todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos”. Gustavo pertenece a los primeros, yo a los segundos. Pese a ello, hemos desarrollado y lo seguimos haciendo, junto a este gran pensador peruano, actividades del pensar. Disponernos más allá de las diferencias y de las perspectivas conceptuales, hablan de la grandeza humana y filosófica de Gustavo Flores Quelopana.


Pese a nuestros continuos tropiezos, olvidándonos de lo humano de nuestra condición, será imposible que lo terminemos de “joder al Perú”. Irradia, nos da, nos brinda, y en el momento dado, cuál marea de sicigia, estaremos alineados, orientados, siendo felices con las cartas que nos han tocado, habiéndolas aprendido a jugar, sentados en las bancas que nos habremos sabido ganar, habiendo para ello, deja tantas y tanto, pasar. Nada mejor para ello, que leer, comentando u objetando las consideraciones de un gran filósofo de la humanidad como lo es Gustavo Flores Quelopana. 

[LA LIBERTAD DE UN INTELECTUAL]

 

VÍCTOR SAMUEL RIVERA-Filósofo/PUCP

 

[LA LIBERTAD DE UN INTELECTUAL]


 


 

A modo de carta abierta.

Quiero dar un testimonio personal sobre Gustavo Flores Quelopana. Mi deseo es expresar el valor que tiene su obra en el quehacer filosófico contemporáneo en el Perú, al que ha aportado de diversas maneras en este tiempo actual que nos ha tocado vivir a él y a mí. Como historiador de la filosofía, presentaré mi testimonio como una muestra de empatía, aunque oblicua, es decir, indirectamente. Es notorio que no coincidimos él y yo en muchas cosas, algo que hasta es un bien que suceda; sin embargo, aclararé al final un par de ellas.

En gran medida adopto este enfoque de historiador de la filosofía por la forma peculiar que tenemos de ver la actividad filosófica en este tiempo nuestro, marcada por la más sobria de las locuras: la locura científica. El historiador ve su materia de estudio como un trabajo moral en curso. El filósofo que cree de sí mismo ser “científico” pertenece a una camada distinta. Piensa seriamente que hay un punto de vista que es el verdadero y, por lo mismo, ve con una antipatía cansada a quien cree que hay en curso algo moral que no esté hecho ya por la naturaleza, por alguna divinidad perezosa o por la Asociación de Psiquiatras Americanos. Invoca alguna sustancia probada en el cerebro y deduce de ello verdades morales, mientras que esta misma actividad, vista desde la lejanía prudente del tiempo, aparece como una analogía de los vicios más comunes en los Estados Unidos. Con Gustavo Flores comparto la idea del trabajo moral, aunque creo que uno debería ser discreto con las certezas. Aunque Flores piensa de manera distinta, la presente es una época de grandes certezas. De certezas creadas por los psiquiatras en alguna asamblea de dados cargados.

Es sorprendente, pero esta época de relativismo absoluto, donde todos los males están bendecidos por la autoridad antes que, por la verdad, resulta ser el producto social de la idea de una sociedad ilustrada y científica. El proyecto de una sociedad de sabios es una colmena de ignorancia. Esta aserción es central en lo que creo compartir con Flores, aunque él se exprese bien de otra manera. La mera concepción de un mundo instalado desde el saber implica una idea política del conocimiento y, por lo mismo, de la ignorancia. El mundo moderno ha situado y ubicado la ignorancia y le ha dado faz de enemiga. Dejo esta apreciación suelta como un elogio a la ignorancia, que es la sabiduría sin presunciones. Vayamos ahora a dar un paseo por el cientificismo, el padre que la ha gestado. Se menciona al cientificismo y la ignorancia como esferas de sentido político, como marcos donde la crítica política sea posible, ya sea desde un lado o desde el contrario. Estas esferas generan el espacio de tensión que hace posible la filosofía contemporánea. Gustavo Flores se halla bien situado en ese lugar de tensión.

El cientificismo es la versión ideológica de diversas formas de positivismo filosófico. Si hubiera que definirlo, yo diría que es aquella cultura que tiene como criterio de verdad uno o algún modelo de comprobación de la verdad. Este criterio, o procede directamente de la ciencia, y entonces es algo como el “método científico”, o pretende colonizar áreas de la comprensión humana que en nada se parecen a una verdad descubierta por un investigador con una placa de petri, hacer cálculos matemáticos, validar encuestas o disponer para el experimento de diversas sustancias químicas, como las que usan los políticos noratlánticos algunas veces para tomar decisiones por el resto de la humanidad.

Y es que la ciencia no es sólo logros o método. Es también un ejercicio de poder, como ha notado alguna vez M. Foucault. Y de poder para resolver dónde ha de emplearse el presupuesto de las corporaciones globalistas para fomentar el sexo fluido, la “diversidad” (un eslogan para inducir a la pérdida de valores e identidades colectivas) o, para colocar el dedo en la llaga que más duele, decidir dónde y bajo qué términos va a ser la siguiente guerra proxy que matará cientos de miles de inocentes.

El cientificismo se ha apoderado de la educación a nivel planetario y, lejos de ser una postura inocente de algunos fanáticos de la ciencia, se ha convertido en una genuina dimensión de control sobre la sociedad humana global. Cualquier cosa que hubiera imaginado Foucault sobre el control de las sociedades humanas, o Heidegger respecto de un mundo hecho imagen, alcanza y gobierna hoy la fuente misma del saber, ese panóptico que suelen ser las universidades actuales, centros de resentimiento y estupidez, donde un libro no compite con los insanos instintos tanáticos de sus patrocinadores. Gustavo Flores, con quien en tantas cosas me considero en desacuerdo y con quien tantas otras cosas no comparto, me acompaña en el horror, el desprecio que es inevitable para mí sentir por las sociedades posmodernas actuales, cuya mayor genialidad es haber naturalizado la psicopatía.

Pienso seriamente que esto ha sucedido con el afán de los financiadores de los vagos, de los dueños verdaderos del sistema de ignorancia, de convertir la demencia en la norma suprema del capital, el sustento abyecto y vacío de un mundo que los locos afirman “basado en reglas”. No hay mejor regla que la que aparente regularse sola. 

Un “orden basado en reglas” establecido por opulentos psicópatas con grado universitario. La obra de Flores nunca ha coqueteado con nada parecido a un orden desfondado. Ya mismo creo que todo orden político es desfondado. Pero un orden desfundado, sin fundamento, no puede tener nunca la pretensión de constituirse de manera global o universal, pues la mera idea de que eso suceda es repugnante. Pero la OMS o la Unesco son de otro parecer, de un parecer presuntamente global y que simula bien el interés de sus patrocinadores. En esta línea, lo que más aprecio de Gustavo Flores Quelopana, tanto como ser humano como por filósofo, es haber desafiado el poder de las corporaciones, el poder de cientificismo que, tristemente, viene de la academia global, o de los burócratas que mantiene Estados Unidos en la UNESCO. Flores es el vivo ejemplo moral de una rebeldía que es el arquetipo, el arquetipo de lo que un filósofo serio y valiente debería hacer en esta época sombría que atraviesa la humanidad. Es una suerte de Sócrates, sólo que es el Sócrates que escribe en lugar de predicar en la plaza.

Hace ya muchos años que los filósofos somos sometidos a normas de escritura que impone la UNESCO. Cada vez se es más exigente, por ejemplo, en qué palabras clave poner, para la que la UNESCO ha creado su propio diccionario; se me permita decir, un diccionario que no permite anotar casi ninguna idea filosófica. Los textos del saber global, así, ocultan el saber, y quizá hasta tienen proyectada su supresión.

Uno bien podría preguntarse quién, en derecho de qué, con qué virtud la UNESCO determina cómo o qué o para qué deben escribir los filósofos. Comprendo que deseen someter a los zootecnistas, esta es una idea sana si se ve desde lejos. Pero, ¿hay acaso alguien que pueda dar la causa de por qué los filósofos (imaginarse debe el lector a Platón o Nietzsche) deben participar en publicaciones indexadas, es decir, “científicas”? Al filosofante se le exige en un artículo poner los antecedentes del tema, como si los hubiera siempre, o párrafos del tamaño preestablecido para las mentes de menor formatos, o bien la preferencia por los temas favoritos y buenos de ellos mismos, frente a todo otro, que es por naturaleza condenable. Como no podría ser de otro modo, los burócratas de la educación global tienen una idea más bien estúpida de la filosofía: consideran su actividad como algo semejante a la zootecnia. Un bostezo y continuo progreso, un interminable viaje hacia lo mejor (y no a lo peor) para llenar un depósito de saber inútil. No sorprende sospechar que lo mismo ocurre con lo que ellos, los burócratas, consideran “ciencia”, donde todo se acumula con el tiempo y es básicamente un polvo que al final crea una montaña.

[Uno pensaría que los cientificistas son algo como vecinos temporales de Bacon, algo que sale de suyo recordando que sólo hablan inglés. El cientificismo sostiene una visión ingenua del saber heredada en la tradición angloparlante de las fantasías de la Atlantis Nova, es decir, el eje de control Noratlántico. Un cierto diagnóstico de omnipotencia hizo de esta tradición un encuentro básicamente del positivismo de la revolución industrial y que la filosofía se ha encargado tantas veces de desmitificar durante todo el siglo XX. No citaré hermeneutas. Nombraremos más bien a K. Popper, T.S. Kuhn o P. Feyerabend, por mencionar a los filósofos más prominentes en ese sentido].

El cientificista de la UNESCO desea papers científicos. Los desea y los exige, aunque todos sabemos, incluso los burócratas, que la filosofía no es ni puede ser una ciencia. Se le pide al filósofo escribir científicamente sobre Plotino, sobre Leibniz, Averroes, Hume o Heidegger. Sin duda, quien es mantenido por interés antes que por sus méritos se acostumbra a pedir demasiado a los demás. Y como aquí lo que se pide, se lo da al filósofo, es evidente que el solicitante no hace gran caso de lo que éste dice, salvo si coincide con sus prejuicios y los refuerza, en cuyo caso, ciertamente, la filosofía se ha quedado muda. Se obsesionan los cientificistas del globo con las premisas, los modelos de argumentación, los enlaces virtuales y el recurso de citas a la letra, que los libros citados, de ser posible, se hayan impreso mañana y no en la época tan oscura que le tocó vivir a, por ejemplo, Platón; la civilización que ha gestado esta locura no es por ello, más ilustrada, sino más ignorante. Para resolver siempre el progreso indefectible los burócratas controlan la academia en base a premios, becas y prebendas de diversa índole, que no suelen ser en muchos casos que formas muy poco sutiles de soborno.

Atenta a la norma social, que manda el aportante del soborno, termina siendo incapaz de criticar nada, pues es evidente que no es ésta la razón por la que se lo remunera.

No es de extrañarse que la burocracia del saber universal de normas para tipificar qué es o no científico el día de hoy. Es curioso, sin embargo, que lo que es ciencia en una fecha ya no lo es en otra, sin que a nadie le preocupen muchos los cambios de curso en el camino único del saber de la humanidad. Me hace recordar a la Iglesia de mi juventud. Se esmeró (y no poco) en hacerme creer que era la Iglesia de los pobres, en línea preferencial con los pobres, por así decirlo. Nunca hubiera imaginado que una generación después la opción preferencial de la Iglesia sea por el amor libre, o por las formas más minoritarias, digamos, las más elitistas, de comprender, hacer y gestar globalmente la sexualidad. La UNESCO resuelve sus normas de citación “científica” de la única manera en que es posible en este mundo sin certezas: a través del recurso a los psiquiatras. No hace mucho que supe que “APA” era la abreviatura de una asociación para asuntos mentales: la American Psychological Association. Como APA cambia los códigos universales y necesarios de citación todas las veces que sus miembros requieren cobrar sus dietas.

Que una asociación de médicos mentales determina cómo los filósofos usan o no usan sus materiales de trabajo, sería de esperar que la sociedad que representan sea la más saludable mentalmente, o al menos una de las más saludables. Y, en efecto, los Estados Unidos sorprenden con sus cifras sociológicas. Sólo son superados por el Imperio de Japón en número de suicidios. Cien mil americanos noratlánticos esperan cada año su turno en la muerte por consumo de fentanilo. Y como si no tuvieran ya bastantes decesos, los americanos se aseguran que el resto de la aldea global que su ciencia controla, su país presenta la mayor cantidad de bases militares repartidas por todo el mundo. El internet, esta globalización americana del saber, indica que esta nación “podría tener alrededor de 750 bases repartidas en más de 80 países por todo el mundo”. El internet, que ellos mantienen, informa también que son felices poseedores de “5500 ojivas nucleares. A este conjunto se lo llama “orden basado en reglas”, las reglas de los psiquiatras.

Deseo explicitar, aunque sea por esta vez dos temas que me separan de Gustavo Flores, quizá el colega con quien más cosas creo tener más en común, fuera de la hermenéutica, ciertamente. Gustavo suele tener frases algo acres contra la posmodernidad, a la que llama también “posmodernismo”, y usa con cierto tono pesado el adjetivo “posmoderno” para referirlo a esta época lamentable de los burócratas globales y la formatización del saber por instituciones cuyos aportantes son no anónimos y que, en todos los casos, no son jamás filósofos. Dirijo esta sección especialmente a Gustavo, con el fin de que algunas cosas queden claras entre nosotros. Dejo estas aclaraciones para los futuros que han de reemplazarnos, esto bajo la suposición de que la gobernanza global basada en reglas sea capaz de tolerar ese futuro en que ellos no estarán. Ellos, los que piensan en todo menos en el futuro.

“Posmodernidad” es una voz que he intentado definir y precisar para mi propio uso varias veces. Al tratar de “posmodernidad” sobreentiendo que lo que se aclare se considera válido también para sus parientes o derivados semánticos como “posmoderno” o “posmodernismo”. “Posmoderno” es un término político y social, esto es, tiene una carga dentro de la sociedad global en el dilema amigo/enemigo. El “posmoderno” es un potencial enemigo de la democracia y los valores burgueses, por lo que entra en calidad de enemigo en, por ejemplo, las obras de Carlos Thiebaut. El “posmoderno” puede en otro contexto ser el relativista moral heterocurioso, en lo que se hace enemigo de la ética de los valores o de las certezas de las sociedades tradicionales. Buena parte de eso se ve en el gobierno que le han dado Francisco y Benedicto XVI a la contradictoria y penosa escena de la Iglesia Católica de hoy en día; demás está recordar que el posmoderno relativista nunca es enemigo de la democracia o la cultura de los derechos. Tanto para los socialdemócratas como para los conservadores católicos lo “posmoderno” designa al enemigo político, al hombre malo e indeseable, pero nunca al interlocutor filosófico.

Como una cuestión práctica, hay que hacer una diferencia entre su uso como término político y social y su empleo en el discurso de la filosofía. Cuando se trata del primer caso, estamos ante una significación emotiva y sirve, como otras de su tipo, pace Ch. Stevenson, para decir “eso me gusta, ojalá te guste a ti también”; en un contexto político la significación es como sigue: “si eso te gusta, eres mi amigo y si eso desgraciadamente no te gusta, eres mi enemigo”. En la práctica es como decir “si eso te gusta, te doy la beca, te pongo de decano, te paso la subvención para el posgrado”, etc. y “si eso no te gusta, no sólo te negaremos todo lo que te daríamos si te gustara, sino que te perseguiremos incluso en tu nombre”.

Como se puede notar, es muy poco difícil hacer abuso de esta manera de significar, que es propia de los conceptos políticos y cuyo significado en términos de amigo/enemigo tiene una referencia circunstancial. Así, “posmodernidad”, “posmoderno”, etc. son lo que Ernesto Laclau llamada “significantes vacíos”, esto es, que refieren de acuerdo a las circunstancias del discurso. Pienso que esta estrategia de significación estuvo presente, por ejemplo, cuando Richard Rorty se autocalificaba de “liberal posmoderno”. También creo que es lo que sucede cuando Gustavo dice que tal o cual cosa o persona son “posmodernas”. El carácter esencialmente vacío de la expresión puede tener una gran eficacia narrativa y, desde un punto de vista stevensoniano, algo muy convincente para los amigos, aunque implausible para los enemigos. Rechazo totalmente haber usado el término de esa manera.

En la filosofía política cabe esta regla, que se podría poner como la regla de oro moral del filósofo: el uso de términos políticos y sociales para una argumentación filosófica debe tener lo que vamos a llamar un “diseño cognitivo”. No sostengo que haya que usarse alguna definición completa de cada expresión, siendo esto poco probable. No creo que sea posible abarcar todos los posibles escenarios de significación. Esto es tan cierto que la mayor parte del trabajo de los historiadores de la filosofía consiste en tratar de averiguar, precisar o definir qué quiso decir tal o cual con la expresión esta o aquella. Esta situación se agrava en la filosofía política y más aún en la que se refiere al tiempo presente, donde, como aprendí de Gianni Vattimo, no es posible la argumentación desinteresada, la mera idea de argumentar sin intereses es un sueño que es conveniente dejar a Jürgen Habermas o el primer John Rawls. Un “diseño cognitivo” es una estrategia de significación que haga posible al lector la referencia de aquello de lo que uno en cada caso está diciendo. Se trata de una exigencia moral, pues la filosofía, como bien sabe la UNESCO, puede servir para estafar y mentir, manipular y amansar.

“Posmodernidad” y sus parientes o derivados es un término que toma su sentido en filosofía de un cierto contexto dentro de la tradición filosófica misma. Recuerdo que Rorty llamaba la atención sobre la posmodernidad tal y como era presentada en la década de 1990 por Fredric Jameson. Lo que estaba mal realmente era que Jameson charlataneaba, es decir, no centraba “posmodernidad” en la tradición filosófica, lo cual hacía de sus obras algo no recomendable. En general sus libros no sólo son difíciles de leer, sino que su enredo estimula a dudar de la altura desde la que se enfocan los problemas. Justamente Rorty, con buen criterio, subrayaba la deuda en este sentido con Jean-François Lyotard, que creó esta voz como una crítica al universalismo epistemológico y sus instalaciones institucionales en las democracias de su tiempo. En este momento de mi paso por el tiempo creo que quiso decir algo que ahora no estoy seguro de que haya sido cierto, pero que en su momento revestía de gran impacto sobre la sociedad. Rápidamente Lyotard fue asociado por los lectores perplejos con la hermenéutica o con alguna derivación de ésta, lo cual le permitió a Gianni Vattimo decir que este discurso, que se llamaba “posmoderno”, se había convertido en “la nueva koiné de nuestro tiempo”. Todas las veces que en mis textos hay referencia a la posmodernidad, cuento con un respaldo indudable en una experiencia que tuvimos todos los filósofos en las décadas de 1980 o 1990, excluyendo como una singularidad, ciertamente, al lastimado de Fredric Jameson.

La posmodernidad fue concebida por los lectores de Lyotard como el extremo de un arco temporal que presuponía el reconocimiento de la modernidad como un tiempo histórico con el cual el presente se identificaba. En gran medida esto fue tratado por Michel Foucault en Qué es la Ilustración: el mero planteamiento de una posmodernidad implica el cuestionamiento de los valores que hacen sentido, implica la posición de la crítica. Implica cuestionar o reaccionar. La modernidad, por lo tanto, entra a la academia como un concepto político, pues implica tomar posición frente a un fenómeno histórico. El vocabulario filosófico sobre la modernidad es muy reciente, casi tan reciente como el de la posmodernidad; incluso la posmodernidad no sería otra cosa que una manera pesimista de hablar de la modernidad. Es importante recordar el Discurso filosófico de la modernidad, de Jürgen Habermas, como lo que es, una toma de posición y un enfilamiento, que no requiere ya de argumentos, sino de valores. No en vano los partidarios de OTAN hoy pretextúan sus movimientos bélicos por los presuntos “valores europeos” de un orden internacional “basado en reglas”. Mejor sería decir, basado en al alistamiento en cuestiones de supuestos valores que, por ser de ellos, si tal cosa fuese posible, ellos presuponen deben ser de todos.

El empleo de las palabras más fáciles para argumentar en filosofía es un error de perspectiva. Un buen ejemplo son las obras de un crítico literario de Corea del Sur que trabaja años ha en Alemania y cuyo nombre busco ahora en internet. El nombre es Byung-Chul Han, y hay que tomarlo como ejemplo de qué se hace cuando se argumenta y se usa palabras sin diseño cognitivo. Este autor, que llegó a los 22 años a Alemania sin saber alemán se doctoró como experto den Heidegger. Nunca hubiese tenido noticia de él si no fuera por la presión de mis alumnos, que deseaban dedicarse a su obra para trabajos de tesis. Asombrado por el uso exquisito de la bibliografía, por la prosa hábil, por las salidas elegantes, comencé a sentirme alarmado por el uso algo impreciso de conceptos de autores contemporáneos, de lo cual Byung-Chul Han extraía luego radiografías argumentativas, es decir, fotografías de argumentos; en sus fotogramas Byung-Chul Han desplaza los significados originales que ha tomado de Foucault, Agamben o Heidegger para hacer con ellos teorías sin sentido. Tomé entonces el concepto central del autor, lo que el coreano denomina “neoliberalismo”.

Uno de los temas que más me han separado de la completa coincidencia con Gustavo Flores es este asunto del “neoliberalismo”.

Byung-Chul Han. Resultaba que el autor hablaba todo el tiempo de ese concepto, pero jamás lo había definido, ni daba trazas de qué significaba, esto con la esperanza de que el lector no se iba a sentir defraudado por ese vacío. Para expresarnos como el segundo Wittgenstein, el autor no ofrece ni síntomas ni criterios de qué entiende él que es el “neoliberalismo”. En realidad, seguirle la cuerda a Byung-Chul Han sólo es posible si uno da por sentado que, a pesar de la bibliografía minuciosa y las citas admirables, la clave de lo que había que saber en sus libros la encerraba desde siempre “neoliberalismo”, el significante vacío que ya todos sus amigos y enemigos saben, si no en la maestría de los argumentos, sí en el fondo emotivo de su corazón.

Muchas veces he reprochado a Gustavo hablar del neoliberalismo. Siempre me reprocha no condenarlo o quizá no ser abiertamente su adherente. Los católicos conservadores, los papistas, me acusan de no aceptar las así llamadas “cinco pruebas” donde supuestamente Santo Tomás de Aquino “demuestra” que Dios existe. El tema de fondo es la palabra “neoliberalismo” o bien la voz acusadora de “demuestra”, de ninguna de las cuales puedo responder. Es que “demuestra” o “neoliberalismo” están lejos de ser voces, por decirlo así, “científicas”, salvo que se realice primero lo que se ha llamado un diseño cognitivo, es decir, instalar una escenografía de sentido en base a criterios o síntomas que uno pudiera usar de referencia. No es mucho pedir; de hecho, esto es algo que Santo Tomás en su momento hizo y que Byung-Chul Han no hace todavía. Debe agregarse que, en los dos ejemplos ofrecidos, el tema semántico no se puede separar del asunto político. Tanto “demuestra” como “neoliberalismo” son términos que, usados políticamente, son vacíos. Esto significa que la adhesión tanto a uno como a otro depende de un posicionamiento del tipo amigo/enemigo que es situacional, quisiera decir mejor, que es ontológica. No consiste en un saber, sino en un no-saber que, sin embargo, indica el lugar de uno y, en la misma línea, el espacio del otro. El no-saber posicionado, ciertamente, es el significado en cada caso de “demuestra”, etc.

Puedo entender que los católicos conservadores, siguiendo enseñanzas del siglo XIX, digan “demuestra”, pues creen así aliarse con la Iglesia, sea lo que sea que esa palabra tan antigua y degradada pueda hoy significar. Lo de “neoliberalismo” genera la duda de quién, qué colectivo o persona se identificaría con “neoliberal” y se sintiera estrictamente comprometido como un neoliberal militante. Las mismas razones por las que se me requeriría hablar sobre el neoliberalismo y posicionarme en contra (o en favor) son las que hacen posible que Byung-Chul Han venda sus libros.

Comprendo que Gustavo y yo tenemos distintas maneras de comunicar y pensar la filosofía. Y aquí es donde quiero mostrar mi admiración y mi respeto. Friedrich Nietzsche es, indudablemente, un gran filósofo. Incluso su locura, con seguridad, era una suerte de salud, quizá la única salud. Nietzsche, quien vivió en el inicio del despliegue moderno del saber y el poder, quien fue testigo de la revolución industrial y la expansión militar del humanismo en África y Asia, este mismo Nietzsche vio en la palpable verdad social que estaba delante de sí mismo la negación y la pérdida del sentido de todas las cosas. Gustavo, a mi juicio, como acusador del nihilismo, es un profeta, el profeta loco que dice la verdad que los demás tienen la certeza de rechazar.

El cientificismo de nuestra cultura posmoderna (esto significa “contemporánea”) es el espejo inverso de las certezas que se supone no tenemos y que es común y regular, normal, exigir sí tener. Se trata de unas certezas inversas, como decía en otra época Vattimo (queriendo decir algo distinto), del “carácter perentorio de la verdad”. Este carácter “perentorio” de la verdad es un rasgo que tiene sentido sólo en una sociedad que pretende tener disposición completa de la verdad. La certeza de que los científicos de la mente saben, y que nosotros no sabemos, sino debemos obedecer, es una forma de nihilismo que quizá el propio Nietzsche no pudo entrever.

PENSAR SIN FRONTERAS

 

VARIOS

 

PENSAR SIN FRONTERAS

[Libro publicado en 2022, Lima, Iipcial]

 





 

JOSÉ CHOCCE-Filósofo/UNFV

 

El maestro Flores Quelopana nos vuelve a sorprender con una obra polémica y de rigor [Pensar sin fronteras, 2022]. Esta vez aborda un tema crucial y muy debatido. ¿Qué es filosofar?

Y nos dice que filosofar es aquella actitud inherente a la esencia humana. Diríase que, si no reflexionamos sobre estas preguntas netamente filosóficas ya no seríamos propiamente humanos. “El filosofar es el pensar sin fronteras”, afirma con acierto, y para sustentar aquello rompe con la definición convencional de filosofía del magisterio occidental. Es así como, nos ofrece una obra ágil y dialogada, donde elabora argumentos que sostienen que: “La filosofía es polimórfica y multívoca”.

Así pone la pica en Flandes dentro del corazón del paradigma eurocéntrico de filosofía. Y lo hace con una aguda polémica con filósofos nacionales y europeos. Nuestro filósofo es un escritor prolífico, tiene un pensamiento vivo, una pluma conceptuosa, una obra sistemática, un sistema propio, pero en constante desarrollo.

 

 

TERESA ARRIETA-Filósofa/UNSA

 

La modalidad de entrevista que adopta Gustavo Flores Quelopana, le ha permitido exponer de una manera muy clara su punto de vista sobre lo que es la filosofía, sus razones de discrepancia con reconocidos pensadores del ámbito nacional, latinoamericano y europeo y su propuesta de una filosofía que coincide con el existir “porque nos devuelve al mundo”.

Partiendo de su definición de filósofo: “el que se siente interpelado por multitud de asuntos que hieren su alma”, Flores Quelopana se rebela contra la predominante concepción tradicional de filosofía, que califica a todo lo que está fuera de su esfera como simplemente “pensamiento” o “cosmovisión”, de manera que propone una reclasificación del concepto de filosofía: la teoría restringida (originada en Grecia), la teoría ampliada (expresión mítica) y la teoría general (propia de la condición humana). Con ilustrada fluidez va diseñando su ontología latinoamericana, coincidiendo con Arguedas al considerar que somos “todas las sangres”, es decir ni europeos ni indios, sino mestizos; con todo, advierte el peligro de convertir una realidad etnocéntrica en universal. Recalca la necesidad de una “ciudadanía pensante” para cuyo logro es sustancia la contribución de la filosofía, que tiene como auténtica meta el “incitar a pensar”.

Finalmente, reconoce su antievolucionismo por considerar que “el evolucionismo es el arma etnocéntrica más bárbara que existe”, denunciando como “bárbaros” a quienes han eliminado el espacio de lo sagrado, perdiendo con ello la armonía del hombre con la naturaleza, que sí conservan muchos pueblos ágrafos. En suma, “¿Qué es filosofar?” de Gustavo Flores Quelopana, es un importante aporte -ilustrado, serio, apasionado y provocador- a la comprensión de una actividad enigmática, fascinante y “esencialmente” humana.

 

ROSA AGUILAR VERÁSTEGUI-Filósofa/Univ. Londrina-Brasil

 

Leer a Gustavo Flores Quelopana nos permite observar su lealtad por la Filosofía. Proponiendo una filosofía polimórfica y multívoca que rechaza la visión etnocentrista, acredita que la filosofía es consustancial a la condición humana. Afirma que la filosofía va siempre hacia lo universal. Resalta la importancia de los filósofos latinoamericanos, sin desmerecer los aportes de los filósofos europeos o americanos, dado que: “El universalismo filosófico evita el provincialismo universalista occidental y el etnocentrismo relativista antioccidental”. Lo que lo exime de posturas dogmáticas y maniqueístas frente a cualquier filósofo. Gustavo deja en claro que la fuente de todo filósofo es la realidad, no la academia. Así entendemos que: “filosofar es existir, porque es un pensar que nos devuelve al mundo”. Finaliza criticando la modernidad, que se olvidó del sentido de lo sagrado, de la Naturaleza con la cual estamos acabando, de ella somos fruto y hay que asumirla con reverencia.

 

 

FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS-Club Mundial de Filosofía/Argentina

 

La prolífica y sesuda obra de Gustavo Flores Quelopana se incardina en una suerte de textos fundamentales para poder pensar en tiempos en donde se nos invita, o mejor dicho, impone o condiciona a que pensemos lo menos posible o directamente no lo hagamos.

Aquí radica el quantum de valor indispensable en el pulso filosófico de Quelopana. No tanto en la cantidad de textos, de obras y de premiaciones o distinciones en el campo filosófico en general, sino que, por intermedio de argumentos y posiciones, indaga en un proceso, discutible y polémico, pero que no puede dejar de considerarse indispensable para tenerlo en cuenta en el presupuesto mínimo de no abandonar el elemento basal y constitutivo de lo humano. Administrado las diferencias, saludamos esta obra de Quelopana, que asentada en convicciones y determinaciones de una dinámica de identidad no deja de pensar y de invitar a que sigamos haciendo, en tiempos en donde este acto se tornó revolucionario, indispensable y determinante.

 

 

RICARDO LICLA MEZA- Filósofo/UNMSM-PUCP

 

¿Qué es filosofar? [primera conversación del libro Pensar sin fronteras] de Gustavo Flores Quelopana, no sólo es un diálogo, sino un monólogo. Es lo primero en la medida en que a través del “logos” que brota del alma llega a sostener que el “filosofar es pensar sin fronteras”. Es un monólogo en cuanto no pretende universalizar sus reflexiones, sino tan solo invitar a la reflexión. “No escribas para que los demás piensen como tú, sino simplemente para que piensen. El filósofo debe incitar el pensar, nada más”. Es así que como uno de nuestros filósofos más prolíficos de los últimos tiempos nos irrumpe con un estilo poco usual, el diálogo filosófico, para reafirmar una de sus tesis más irreverentes, según la cual: “La filosofía es universal, polimórfica y multívoca al mismo tiempo, y está anclada en la misma condición humana”. En consecuencia “no hay cultura sin filosofía, por arcaica que sea”. Esta filosofía –“universalismo filosófico” (o filosofía floresiana)- de estilo propio y dialogante, como no podía ser de otra manera va de la mano con el acontecer político: “Filosofía y Política caminan unidas, pero no confundidas. El filósofo cumple su misión desde la trinchera del pensamiento, no desde el palco parlamentario”.

 

 

ANA LACALLE FERNÁNDEZ- Filósofa/Universidad de Barcelona

 

El presente ensayo, a modo de diálogo, de Gustavo Flores Quelopana afronta la problemática, presente en la América colonizada, de cómo reconstruir la identidad de la diversidad cultural frente a la actitud etnocentrista occidental.

Con cuestiones formuladas en forma de diálogo ficticio Flores Quelopana no sólo pretende brindar su perspectiva y sus argumentos, sino dar cuenta de las críticas de las que ha sido objeto.

Reconociendo el coraje y la honradez que muestra, se me origina una pregunta -que de alguna manera aparece en el ensayo-: Si la voluntad es combatir el etnocentrismo y el particularismo vernáculo -como él lo denomina- ¿Por qué utilizar la categoría de filosofía de origen netamente griego y bastión nuclear del etnocentrismo que denuncia?

¿No se incurre en una contradicción al intentar generalizar un término occidental para dar cuenta de las cosmovisiones originarias, que no cosmogonías, término atribuido a lo mítico desde una perspectiva occidental en oposición al Logos, que, cabe decir, está profundamente cuestionada en la Filosofía occidental?

Hoy se sustenta por parte de un conjunto relevante que no hay oposición entre Mito y Logos. Sintetizando, tal vez, tras el empeño de universalizar el término de filosofía subyace la creencia de que lo filosófico, tal como se ha conceptualizado en Occidente, es superior, y por ello se ve necesario reconceptualizar el término Filosofía para hacerlo extensivo a las diversas formas de pensar del humano de Asia, Africa, América, para que sea reconocido el mismo valor que a lo occidental.

De alguna manera, no sé si se incurre en alguna contradicción y, sin quererlo, se continúa idolatrando lo occidental. La cuestión está en pleno replanteamiento, y a eso intenta contribuir Flores Quelopana desde este rico ensayo, alzando su análisis y reflexión para aportar luz a una cuestión que no es exclusivamente semántica.

 

 

LUIS ENRIQUE ALVIZURI-Filósofo/URP

 

Cuando a uno le explican en qué consiste la filosofía lo entiende rápidamente debido a que lo asocia a un fenómeno que a todos los seres humanos nos es común: la intriga sobre nuestra existencia. Es casi seguro que el único ser que tiene esa “sensación” angustiosa es el humano, puesto que en los animales vemos muchas cosas similares a nosotros, pero en ningún caso detectamos que se “sientan” ajenos a su realidad y a su medio.

Es esa “ajenidad” en cuanto a la relación entre nuestro ser y el mundo en que vivimos, lo que nos impulsa a preguntarnos: ¿Qué soy?

Si esta situación solamente se hubiera dado en un pueblo, como el griego, estaríamos hablando de una peculiaridad dentro de nuestra especie, pero como es algo que, a través de la etnología y de nuestra experiencia personal, sabemos que es común a todos los seres humanos, podemos llegar a la conclusión que la misma “sensación” se produce en todos por igual, por lo tanto, todo ser humano es un ser filosofante por naturaleza.

Como bien dice Flores Quelopana, esto que es tan obvio a simple vista no lo es para un occidental, haciendo que el problema de la definición de qué es filosofía no se encuentre en ella misma, sino más bien en quién lo define. Es decir, en cómo el observador lo entiende. Esto mismo sucede en las ciencias cuando tratamos de interpretar los hechos mediante palabras que resultan ser metáforas para “humanizarlas”. De modo, que es Occidente, el que por razones de supremacía y para reservarse “la exclusividad de pensar correctamente”, quien establece un parámetro, un prerrequisito para aceptar que algo sea filosofía, y esa condición resulta curiosamente ser: “que se haga a la manera de Occidente”. Si no se ejecuta de es manera, entonces no es filosofía, sino pensamiento o cosmovisión. Flores Quelopana exhibe en su disquisición sobre la filosofía una vasta cantidad de ejemplos y pruebas que demuestran que el filosofar no es una “especialidad occidental” sino una expresión humana que puede ser efectuada de muchas maneras y no sólo mediante el ejercicio de la razón.

Pero todo ello cae en el vacío, no por los argumentos que pueden ser muy puntuales y acertados, sino porque lo que está en juego es la primacía de una civilización sobre las demás, en el sentido que “si Occidente domina es porque sabe pensar con sensatez y con razón”, mientras que los demás sólo tienen “pensamientos primitivos o pre filosóficos”.

Si Occidente aceptara que todos los pueblos de la Tierra hacen filosofía significaría que éstos también tendrían iguales derechos e iguales razones para creer que sus culturas son también capaces de conocer el mundo, con os cual la autoridad que los occidentales suponen tener sobre los demás se derrumbaría y dejarían de ser vistos como “superiores” o como “la avanzada de la humanidad”.

 

ZENÓN DEPAZ-Filósofo/UNMSM

 

Gracias Gustavo. Lo he leído con interés. Sólo dos acotaciones: nunca he dicho ni escrito que la filosofía producida en Europa tenga superioridad o algún tipo de ventajas frente a otras formas de sabiduría (justo por eso no creo que éstas nada ganan al etiquetarlas como filosofía).

Lo otro es que, en el libro aquel [alude a su libro La cosmo-visión andina en el Manuscrito de Huarochirí (2015)], uso el término “cosmo-visión” (así, separado con guión) no para referirme a “cosmovisión”, sino a una experiencia relacional enraizada en el cosmos (a algo así como un sentimiento cósmico, holístico de la vida).

Por tanto, no sé cómo pueda representar el mainstream de los cultores de la filosofía occidental o de los que fetichizan la palabra filosofía. Para nada. Ninguna de mis tres tesis se ha ocupado de algún filósofo europeo, ni siquiera les he dedicado un solo artículo. Me ocupo de ellos en clase porque enseño en una Escuela de Filosofía…conversamos.

“TENER O SER. REFLEXIÓN SOBRE LA PONENCIA “CRISIS EN LA ÉPOCA NIHILISTA”

 

ANA LACALLE FERNÁNDEZ- Filósofa/Universidad de Barcelona 

“TENER O SER. REFLEXIÓN SOBRE LA PONENCIA

 “CRISIS EN LA ÉPOCA NIHILISTA”

 7 de febrero 2021

 



 

Ayer tuve la oportunidad, y la fortuna, de escuchar una ponencia de Gustavo Flores Quelopana (Perú) sobre “La crisis en la época nihilista”, organizada por la Sociedad Liberteña de Filosofía y Cultura.

La claridad de ideas, expositiva y de síntesis de un profundo y amplio saber, hacen de esta ponencia un evento accesible a cualquiera, aunque no esté muy adentrado en el ámbito de la Filosofía.

Más que intentar resumir la excelente ponencia, -la cual intentaré insertar al final de este artículo para que tengáis fácil acceso- me gustaría detenerme en una de las ideas que Gustavo Flores formuló con la naturalidad de quien lanza una flor al aire a ver si alguien la recoge.

Bien, pues ahí estaba yo. El hecho de centrar mi reflexión en el aspecto que mostraré a continuación no significa para nada que sea lo más relevante de la ponencia. En absoluto. Tan solo fue una idea que me resonó especialmente y en la que desearía adentrarme.

Aclarar de antemano que personalmente me reconozco plenamente en el nihilismo, ya que no percibo un reconocimiento más honesto de la época en la que vivimos y del límite abisal al que hemos llegado. Tal vez, solo un ciclo histórico cultural repetitivo podría apartarlo, para volverlo a recuperar. Sería pues, si tuviese que situarme en el contexto de la ponencia de Flores Quelopana una atea nihilista. A pesar de mi alergia a etiquetas que encorsetan y parece que no te permiten fluir y re-conocerte junto con los otros y el mundo, me ha parecido sugerente explicitar lo anterior por rebeldía; la hartura de constatar cómo se sitúa a un pensador bajo un rótulo fijo y los que se ubican en lugares diferentes no muestran ni interés por entrar en diálogo con otros.

Personalmente, lo único que puedo hacer del saber del Dr. Flores es aprender, pero no me cansaré nunca de escuchar a cualquier filósofo, que por su categoría y profundidad de sus reflexiones llegue a cuestionarme posiciones o creencias, a las que no es que este “adherida”, ya que ante todo soy militante de velar por las personas.

A partir de ahí, y sí, habiendo llegado a un ateísmo nihilista -podríamos denominarlo así- estoy sedienta de aprender, descubrir y luchar, desde mi humilde posición, a favor de todo lo que zanje lo inhumano y vele por la dignidad de las personas. Desde esta convicción reconozco a Gustavo Flores, como un gran maestro. A la vez que puedo estar ávida de atender a otros de visión contrapuesta que destilan también una gran humanidad.

Establecido esto, me dispongo a centrarme en esa idea, que mencionaba me había resonado especialmente, del discurso de Flores. Aludiendo a la cuestión a destacar de memoria -porque rebobinando el vídeo no he conseguido dar con ella, me estoy refiriendo a la paradoja que menciona el profesor en su ponencia de que en una era antropológica el hombre ha olvidado el ser y se ha instalado en el tener.

El olvido del ser implica la negación de la trascendencia, como escucharéis en el video de la conferencia, pero podía haberse ubicado en el estar, en el sentido de hallarse concretado en el mundo, como ente, como des-ocultación del ser -el Dasein heideggeriano-. Pero no, Flores afirma, y me parece recuperar aquí una idea que ya formuló el psicólogo humanista Eric Fromm[1], se reconoce en el tener.

Esto me resulta elocuente porque entiendo que, llevando implícitas algunas otras ideas que se mencionan en la ponencia, permite escudriñándola extraer gran parte de los rasgos del individuo y la época actuales. El vacío de un horizonte lleno de nada exige al humano buscar objetivos presentes, actuales que le ayuden a aliviar ese vacío que no todo humano puede sostener.

Y ese hueco horadado por la nada acaba constituyendo el terreno idóneo para situar el consumo de cosas como el lenitivo, el falso sentido, del que intentará nutrirse el sujeto postmoderno que, abocado a la desesperación, se reconvierte en sujeto de consumo, asume inconscientemente una nueva identidad y organiza su vida entorno al tener.

Su creencia de que el placer acerca a la felicidad y de que este consiste en el disfrute de cosas que nos hacen sentir bien, le lleva a consumir compulsivamente para no dejar un instante a esa nada que lo ensombrece. Mientras se entretiene con placeres corporales o actividades lúdicas que lo distraen, no parece haber ningún problema.

De ahí que el humano con poder adquisitivo asume una existencia falaz, disfrazada de una forma de vida que opera como un distractor para no detenerse en el tiempo y pensar, interrogarse, …porque ese sería su final, se toparía con ese vacío que no puede soportar. Quienes no poseen el nivel social para ese tipo de vida, la ubican como horizonte deseable que acabará, o eso suponen, con todas sus infelicidades.

Así, entre los que se lucran para consumir, tener cosas y llenar la nada en la que flota su existencia y los que no pudiendo aspiran a ello, habitamos en una sociedad que nos despoja de la auténtica existencia para reconvertirnos en sujetos frágiles que consumiendo parecen tapar los cráteres de la existencia humana.

De ahí que Flores Quelopana explicitara la paradoja de que en una era antropológica – en la que el hombre es el centro y el eje de todo- esa sustitución del ser por el tener es uno de los giros más antihumanistas que pueden producirse, porque constituye un engaño, una máscara y una impostación que caerá, y está cayendo por su propio peso: lo que somos no puede identificarse con lo que tenemos porque entonces nos cosificamos, nos convertimos en cosa, y como no lo somos, no podemos sostener indefinidamente esa parodia, que por endeble, acaba dejándonos a la intemperie, rodeados de cosas y absolutamente vacíos. En este sentido, desde la perspectiva nunca cerrada, ni zanjada con la que soy capaz de mirar el mundo, entiendo que, sin los otros, sin la interacción continua ni podemos forjar nuestra identidad, ni nutrirnos de lo único que puede llenarnos de algo de belleza, el otro.

Para finalizar esta sucinta y parcial reflexión, desearía explicitar que simplemente he tirado de uno de los hilos que constituyen el complejo entramado presentado en esta conferencia. Gustavo Flores Quelopana nos sitúa en la encrucijada misma en la que se halla la modernidad y es tan nutrida su conferencia que restan, por supuesto, muchos cabos de los que estirar y repensar, con el propósito de entender mejor el mundo en el que vivimos y rebuscar vías que, a mi juicio rescaten a las personas de la salvaje deshumanización en la que nos hemos instalado, casi con indiferencia.

Mi agradecimiento por a la organización de estas conferencias a la Sociedad Liberteña de Filosofía y Cultura (Perú) y en especial a Gustavo Flores Quelopana por su generosidad al compartir sus trabajadas y maduradas reflexiones.

Os exhorto, en consecuencia, a visualizar la ponencia que es imprescindible, además de orientadora para los que sin estar en exceso adentrados en la Filosofía desean tener una visión global de un acontecimiento crucial como es el Nihilismo. Obviamente existen otras visiones o percepciones que mostraré cuando tenga noticia de una exposición tan excelente como esta. ¡¡Gracias!!

Nota

[1] “Parece que tener es una función normal de la vida: para vivir, debemos tener cosas. Además, debemos tenerlas para gozarlas. En una cultura cuya meta suprema es tener (…) parece que la misma esencia de ser consiste en tener; y si un individuo no tiene nada, no es nadie”. Fromm, E. ¿Tener o ser? Ed. FCE. México 1978. Pg. 3

 

LA RAZÓN EN SU LABERINTO

 RUBÉN QUIROZ-Filósofo/UNMSM

LA RAZÓN EN SU LABERINTO*

 





 

La Filosofía es una de las disciplinas más complejas del conocimiento. Más allá de que nos permite poner en cuestión todo lo posible, nos da materiales para repensar y accionar. Y es también un espacio para alternativas de preguntas sobre la existencia misma.

En este sentido, este trabajo monumental de Flores Quelopana es un ejercicio de libre pensamiento y, a lo Cioran, desde los márgenes de las instituciones universitarias, quienes se han apropiado innecesariamente del pensar filosófico. Pero pensar desde la universidad tiene inmensas limitaciones. Una de ellas es que más se parece a un conjunto de imitadores tardíos del pensador de turno consagrado; incluso, como sucede con algunos, son una combinación de secta religiosa y club de fans.

Es decir, la claudicación del filosofar a cambio de la sobrevivencia en el statu quo. Ya Salazar Bondy los había acusado de cómplices del eurocentrismo más rancio.

Hay otros, como el autor, que, más allá de los rigores académicos, simplemente se dedican a disparar sus reflexiones con la alegría que da el libre pensamiento y el carecer de ataduras institucionales que le impidan hacer composiciones insubordinadas, espontáneas, autónomas. En pocas palabras, pensar por sí mismo.

 

* Este comentario fue publicado originalmente el 22 de octubre de 2019 en el diario Exitosa y se refiere al libro La razón en su laberinto (Iipcial, Lima, 2019, 636 páginas). Posteriormente apareció en el libro Opino, ergo sum. Artículos periodísticos de Rubén Quiroz Ávila (Heraldos Editores, Lima, 2022, p. 236).

NACIÓN ANDINA

 

HUGO CHACÓN MÁLAGA-Escritor/UNA (La Molina)

NACIÓN ANDINA

(Lima, IIPCIAL, 2017, pp. 213-214)

 



En los años recientes la producción teórica del filósofo Gustavo Flores Quelopana se constituye en la más firme intercesora de la filosofía nuestra. De él proviene un sólido cuerpo de pensamiento que ha logrado desentrañar sus elementos formativos. Ha concluido señalando que en la base de su filosofía se encuentra el pensamiento mítico. Acuña para ello una categoría nueva: filosofía mitocrática, fundada en el logos del mito en oposición a la filosofía logocrática, de origen griego, fundada en el logos de la ratio. Rescata el pensar filosófico de los especialistas y lo distribuye entre los anónimos seres humanos, porque el pensar filosófico no es un coto cerrado de sabios pensadores, sino parte inalienable de la condición humana, como lo afirma en Filosofía mitocrática y mitocratología (2010), donde señala que un criterio multívoco y no unívoco de la filosofía permite reconocerla como una creación permanente del espíritu humano y no sólo de los griegos ni de la cultura occidental; y por otro, que la filosofía americana, en particular, no es una adaptación del estilo continental ni un producto heterogéneo, sino que es un rasgo fundamental de la América anterior a la conquista. Precisa las razones que explican la renuencia de los pensadores nacionales para acompañarlo en su posición: el eurocentrismo vergonzante y la definición monocultural de los académicos, que conduce a negar la denominación de filosofía a todo aquello que no posea orígenes griegos. A partir de aquella idea, en apariencia inocua, Flores elabora un conjunto de proposiciones que echa por tierra las limitaciones de la cosmovisión para interpretar el alto pensamiento andino y se adentra en el territorio de la filosofía como sustento de su civilización. Flores instala de pie lo que estaba de cabeza al determinar que el pensamiento mítico sustenta la filosofía andina y explicar su naturaleza divergente de la racional y analítica filosofía occidental.  

INKAS Y FILÓSOFOS

 

VÍCTOR MAZZI HUAYCUCHO-Filósofo/UNEGV (La Cantuta) 

INKAS Y FILÓSOFOS

(Lima, edición personal, 2016, pp. 48-49)

 



 

El debate sobre la existencia de la filosofía inka tomó un nuevo giro con la tesis de Flores Quelopana, quien ha publicado diversos textos reflexionando sobre el tema, afirmando una postura favorable a la existencia de una filosofía andina.

De ellos, mencionamos Eurocentrismo y filosofía prehispánica (Lima, 1999); aquí ensaya la crítica a la postura eurocéntrica y sus presupuestos hegemónicos de legitimidad ante filosofías no-occidentales, despliega sus propuestas sobre lo que se debe comprender por filosofía prehispánica. En Metafísica de la racionalidad filosófica precolombina (Lima, 1999), amplía sus ideas sobre filosofía precolombina antes del dominio español; aunque la idea de “razón” que esboza sigue el patrón hegemónico occidental.

Sus indagaciones sobre las fuentes manuscritas (crónicas y relaciones del siglo XVI) lo llevan a publicar: Los amautas filósofos. Un ensayo de filosofía prehispánica (Lima, 2006); aquí plantea sus reflexiones sobre la idea del hamut´aq como filósofo propuesto por el Inka Garcilaso de la Vega (vid pp. 13-40). Flores corrige un error que antes ya se había advertido -y aun se advierte- en muchos investigadores sobre el tema: la ausencia del estudio de fuentes coloniales temprana sobre el pensamiento inka, debilidad que trata de superar recurriendo a los distintos significados que hay en la designación de filósofos en los Comentarios Reales del Inka Garcilaso de la Vega.

Dentro de este tópico desarrolla un ensayo crítico sobre las denominadas “filosofías heterogéneas” planteadas por David Sobrevilla (1990: 138-158), sosteniendo que dicha heterogeneidad alcanza también al pensamiento inka. En 2007 publica: Las filosofías marginadas. Fundamentos de una teoría mitocrática de las filosofías no occidentales (China, India, Japón, Africa, América); aquí evalúa la función del mythos entre las distintas filosofías no occidentales y propone un modelo de separación o conjugación entre mythos y logos.

En su último texto Búsquedas actuales de la filosofía andina (Lima, 2007), sostiene que existen diversas tendencias respecto de los que afirman la existencia de la filosofía andina. Propone un esquema que clasifica en dos vertientes: a) Filosofía andina universitaria, y b) filosofía andina independiente. En la primera hace las siguientes propuestas de posturas que se asocian en: nativismo dialéctico, nativismo individualizador, nativismo cosmogónico y nativismo liberacionista. En la segunda, destaca la presencia de un comunitarismo antioccidental, comunitarismo idiomático, culturalismo perifilosófico, culturalismo intercultural y nativismo ecológico. Este ensayo sobre autores y caracterización de sus propuestas, describe un panorama del problema y de las propuestas contemporáneas entre los que han venido publicando textos acerca de la existencia de una filosofía autóctona.

Flores sostiene que la “filosofía prehispánica” es “mitocrática”, aludiendo a la importancia del mythos como forma predominante del pensamiento premoderno, aunque no deja de reconocer que tiene un referente muchos más complejo, el cual asimila el sentido logocrático del pensamiento occidental. En una comunicación personal, (2009) sostiene:

“Llamo mitocrático a aquel modo de pensar del hombre arquetípico premoderno guiado por la metáfora, la analogía y lo poético; y logocrático al modo de pensar típicamente del hombre occidental guiado por el principio conceptual de identidad. De modo que ha habido dos formas de hacer filosofía: filosofía poética y filosofía conceptual”.

Aunque es discutible establecer fronteras definitivas en el pensamiento inka, como mythos y logos, la razón tampoco fuer ajena al pensamiento Inka; sólo que su sentido no fue occidental, éste versó sobre tópicos mucho más peculiares.