domingo, 1 de diciembre de 2013

IN MEMORIAM A ANTONIO BELAUNDE MOREYRA


A LA MORADA DE LOS INMORTALES
In memoriam a Don Antonio Belaunde Moreyra
(1927-2013)
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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Todo resplandece y arde allá arriba, mientras aquí en la tierra se acurruca la tristeza en el frío oscuro de la pena: ¡Antonio Belaunde Moreyra, ha fallecido! Tarde o temprano le seguiremos y se irán apagando los cirios de esta vida que es como un sueño.

Don Antonio Belaunde Moreyra apagó la luz de sus ojos en este mundo el pasado jueves 28 de noviembre a los 86 años. Atendiendo a su ferviente sed de escritor y pensador, Cristo lo recogió en corta agonía, porque para él la mayor infelicidad era no poder seguir pensando, dictando y publicando. Muchas veces con el puño hundido en la mejilla –semejante a la célebre escultura “El Pensador” de Rodin- y apoltronado en su sillón napoleónico solía decir con aquella amable sonrisa que lo caracterizaba: “Mi mayor deleite es pensar y dictar lo pensado. El trabajo mental me hace mucho bien”. El trabajo intelectual lo hacía vivir y sin él se sentía morir.

Este hombre inteligente y, por supuesto culto, no tardaba en convenir que era más grande el misterio que lo cognoscible. Y deja una ingente obra filosófica, poética, jurídica, lógica y matemática –no toda publicada- que honra al Perú por su originalidad, profundidad y belleza. Fue en todas sus letras un pensador original, un genio, un afable maestro y un gran amigo. En lo que sigue trataré de ordenar lo afirmado entre la barahúnda de recuerdos que se agolpan en mi memoria.

Seis días antes de su deceso y habiendo llegado yo de viaje quiso el destino que sostuviera una conversación telefónica con él. Se alegró que lo llamara, como siempre lucía muy lúcido, lleno de sueños y proyectos, pero, como nunca, advertí en sus palabras un cierto aire de fatalidad. “En todo lo que me resta me encomiendo a la ayuda del Altísimo”. Y lo dijo con una serenidad que infundía infinita calma y respeto, a lo cual yo asentí inmediatamente. Al despedirme sentí una extraña sensación de nostalgia, de honda pena, como si nunca más lo volviese a ver en esta vida, pues yo no sólo había sido su editor, sino que, sobretodo, era mi amigo y mi maestro.

Hoy el doctor, como siempre le llamé, ya no está más entre nosotros. Mora en la casa de los inmortales. Me lo imagino en el Parnaso celeste cantando en alemán, como varias veces lo hacía en esta vida, el Himno Coral a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven, y cantando con esa voz de tenor profundo que tenía, abrazado con el genial compositor de Bonn, con Goethe, Herder, Novalis, el conde de Platten, Baudelaire, Blake, Verlaine, Whitman y otros, hacia quienes sentía gran predilección. El mismo era poeta de fina vena lírica y aunque escribió un solo poemario –De Rapto y Tedio (Bogotá, 1982; Lima, 2008)- no obstante, lo que allí vertió es suficiente para considerarlo como un vate digno de mención. Reproduzco tan solo unos versos del “Hipersoneto al Ser”:

El Ser folgaba entonces libremente

A la sombra de la Nada enamorada,

La Nada le ocultaba su mirada

Y suspiraba triste, hondamente….

Mas la Nada mentía, era evidente,

Por ocultar su amor, desconsolada;

Ya el Ser la consolaba sabiamente,

Colmándola de ser su desposada.

Su predilección por la hondura metafísica no lo abandonó nunca. Y esto fue lo que llevó desde los escritos jurídicos y matemático-lógicos a las composiciones poéticas hasta culminar en reflexiones filosófico-teológicas. Era un espíritu con un fuerte llamado hacia lo alto, se sentía bien en los abisales del pensamiento, dotado de una impresionante capacidad para bucear intelectualmente en los intrincados vericuetos de los silogismos, no le costaba mucho trabajo llegar a la idea esencial del asunto que llevara en mientes. Ah, pero eso sí, lo hacía después de muchas horas y muchos días de honda meditación, horas en las que solía sumirse en el mutismo, y es que su mente preñada de ideas requería tiempos precisos de gestación.

Yo tuve la fortuna de asistir en varias ocasiones a esos momentos de parto, digno espectáculo de la mayéutica socrática. Muchas veces, también, solía crear de una sola sentada. Así, nunca olvidaré las célebres reuniones que sostuvimos a lo largo de tres o cuatro meses en la cafetería Starbucks del distrito de Chacarilla, donde me dictó de un solo tirón el mejor libro que se haya escrito hasta el momento en el Perú y en el mundo, según expresiones de su finado colega diplomático el Dr. Luis Solari Tudela, sobre la Historia del Derecho del Mar intitulado “Acerca del Mar. Sobre todo el nuestro”.

Aquellas magistrales cuatrocientas páginas –según la primera edición del 2011, que se redujo en un poco más de la mitad en la letra menuda de la edición del 2012- yo las vi salir de su sesera con inconmensurable amor al Perú, a lo largo de cada sesión animada por un vaso de café y unas galletitas. Tenía la memoria prodigiosa de su célebre padre, el pensador peruanista y cristiano Víctor Andrés Belaunde. Pero lo superaba en conocimientos filosóficos, teológicos y artísticos. Así se engendró aquel libro maravilloso. Y lo mismo ocurrió con otros libros suyos: la refundición de su libro peruanista “Perú, persona, sombra y alma”, las traducciones para “Conatos literarios” y “Nuevos Conatos”. Aunque su alambique creativo era más complejo.

Efectivamente, cuando recién lo conocí allá por los años 96 y 97 me quedé asombrado por la cantidad de escritos inéditos de la más variada estirpe. Amontonados en recipientes de plástico, lucían dentro multitud de papeles con ideas plasmadas que pugnaban por salir. Por aquella época yo me hacía cargo de mis propias ediciones en el estilo económico de tiraje por demanda, método que hacía muy económico la publicación frente a los descomunales costos comerciales, y le ofrecí tal sistema para hacer frente a tanta y tan alta calidad de los escritos. Al doctor Belaunde le entusiasmó la idea, sobretodo porque venía de una experiencia muy onerosa con la publicación de su libro “Nuestro problema con Ecuador” de 1995 y con la cual no estaba contento.

Entonces, en realidad, su labor creativa combinaba la creación nueva junto a la reelaboración de muchos escritos ya existentes pero inacabados. Lamento recordar que muchos de sus manuscritos se extraviaron misteriosamente y espero que los que aun permanecen inéditos no corra la misma suerte. Especialmente un voluminoso e importante escrito muy estimado por él e intitulado “El Territorio”, y de cuya publicación debería interesarse la Academia Diplomática, a la cual él tanto estimó.

No recuerdo exactamente cómo lo conocí al Dr. Antonio Belaunde, no sé si fue en San Marcos, a través de la doctora Rivara de Tuesta o en el Búho Rojo. Pero lo que mi memoria no borra es aquella sesión en la Sociedad Peruana de Filosofía donde expuso por primera vez la versión resumida de la interpretación jungiana de la identidad peruana y que más tarde se convertiría en su libro “Perú, persona, sombra y alma”. De dicha sesión él salió muy conturbado por las críticas desconsideradas y la incomprensión del tema, especialmente por parte del Dr. Gustavo Saco que tildó la temática como no filosófica, a lo cual yo reaccioné recordando a Hegel y su reflexión sobre el “Espíritu de los pueblos”. Desde entonces el Dr. Belaunde me expresó su decisión de formar un cenáculo propio de filosofía, que años después se haría realidad. Después nos reuníamos en su casa a ayudarlo a catalogar tantos originales, donde su amable y simpática esposa Ivonne nos servía unas tazas de chocolate caliente acompañados con bizcochos. Al poco tiempo le publiqué su breve escrito “Deuda y Derecho. Un llamado a la equidad” (1999), donde sensibilizado por la crítica de la Iglesia ante semejante exacción financiera hacia los países pobres invocaba a la justicia y a la caridad.

De entonces datan nuestras extensas conversaciones sobre temas filosóficos y teológicos. Gracias al doctor Belaunde yo pude superar mis otroras dicotomías entre fe y razón. Su bonhomía, amplia cultura, humildad y sincera fe cristiana constituyeron para mí un verdadero ejemplo y estímulo para volver al cristianismo. Cuando nace mi hijo varón en 1989 sentí el llamado de Dios, pero todavía en 1990 publicaba un libro historicista del que nunca estaré lo suficientemente arrepentido, a saber, “Mito y realidad del cristianismo”, en el que disociaba erróneamente el Cristo histórico con el Cristo postpascual.

Cuando lo conozco yo ya estaba en la siguiente etapa de mi pensamiento, la llamada fase culturalista e influido por la escuela de Frankfurt. Pero reconozco que fue su ejemplo y sapiencia lo que me ayudó a superar cualquier resabio de ateísmo. Y entonces se abrió a mi alma toda una dimensión inagotable y a la vez insondable. Don Antonio me ayudó a recuperar la fe perdida. Jamás predicaba, siempre razonaba como todo un buen escolástico, pero cuando no hallaba respuestas a mis preguntas solía hundirse entre sus hombros y confesar la impotencia de la razón humana, auxiliada incluso por la fe, para encontrar soluciones. Era un gran lector de la Sagrada Escritura, muchas veces lo vi dar abundante limosna a los pobres, practicaba la caridad y temía como hombre sabio a Dios.

Después de un tiempo nos volvimos a ver por los años 98 y reanudamos nuestras fructíferas conversaciones. En ese entonces yo plantaba batalla contra el eurocentrismo afirmando la existencia de la filosofía precolombina y Don Antonio se puso de mi lado. El creía en el pensamiento participativo, como años después lo testimoniaría con un libro intitulado “La mentalidad participatoria” (2010). Había leído a Levy Bruhl, Lévi-Strauss, Mauss, Mircea Eliade y admiraba mucho a Dumézil. Cuando publiqué en 2013 mi “Hermenéutica remitizante y filosofía mitocrática” recibí varias llamadas suyas en las que no ocultaba su gran entusiasmo, incluso quería hablar con varios personajes y con el cardenal para la recomendación, cosa a la cual yo lo disuadí dado los inocultables intereses más políticos que culturales del Opus Dei. Pero la verdad es que él resultaba siendo muy sensible a la posibilidad de un modo de filosofar no eurocéntrico.

Por aquella época data la pérdida de su señora esposa y me imagino que el dolor en que se sumió fue lo que llevó a la familia a ponerlo a mejor cuidado en una casa de reposo. Fue allí, en aquella casa de reposo, donde el doctor decidió poner en funcionamiento su añorada idea de un cenáculo de filosofía. El grupo de inconformes con la intolerancia izquierdista del Búho Rojo fue el que migró a su cenáculo. Con gran entusiasmo nos reuníamos cada viernes bajo su patrocinio y mi colaboración.

El cenáculo del Dr. Belaunde se parecía a aquellos ilustres salones franceses del enciclopedismo en el que desfilaban personajes célebres junto a intelectuales jóvenes y talentosos que se nutrían de él con gran entusiasmo. Allí el doctor gozaba de un auditorio selecto para que lo escuchen en su variedad de escritos y para escuchar las ideas de otros. Una invitada especial era su amiga Lita Ganoza, de penetrante inteligencia y gran sentido realista. De los filósofos veteranos estaban Francisco Nicole, Luz María Álvarez Calderón, María Luisa Rivara de Tuesta, Antonio Peña Cabrera, el reconocido sociólogo Aníbal Ismodes Cairo; y entre los jóvenes se hallaban Luis Enrique Alvizuri, Luis Solari (hijo), Víctor Montero Cam, Fidel Gutiérrez, Julio Chávez, Julio Rivera Dávalos, Odilón Guillén, José Luis Herrera, Mario Garvitch, Enrique Álvarez Vita y Enrique Pfeiffer, especialmente. Muchos de sus integrantes darían testimonio de su talento y amor a las letras con sendas publicaciones. No hizo discípulos, sino algo mejor, promovió pensadores. Yo le propuse varias veces llamar al cenáculo por su nombre, pero él siempre lo rechazó, no era personalista, y no le incomodaba en absoluto que fuese conocido por el sobrenombre de “El Cenáculo Sanborjino”.

Sin embargo, la actividad del cenáculo no lo distrajo de su actividad creadora y siguió elaborando libros para su publicación. De este periodo data su libro peruanista “Perú, Persona, Sombra y Alma”, que conoció las ediciones del 2002, 2003, 2005; “Conatos literarios” del 2003, “Comentarios a la definición de la agresión” del 2003, “Alcance Filosófico en César Vallejo y Antonio Machado” del 2005, “Lo nouménico y lo fenoménico” del 2006, “El Mar del Perú. Informe Preliminar” del 2006, y “Parménides y el argumento ontológico” del 2006. Tenía la costumbre de no pasar a un nuevo proyecto sin haber terminado el que tenía pendiente. Y este trabajo metódico lo ayudo en su labor intelectual.

Cierta vez en que lo acompañé a la Casa Mariátegui a escuchar una ponencia sobre el Amauta por parte del Dr. David Sobrevilla, él se le acercó y le preguntó si había leído su “Perú Persona”, a lo cual el conferencista le respondió que Don Antonio había empezado a publicar muy tardíamente. Lo cual era cierto sólo en parte, porque lo viejo se hace antiguo y por tanto eterno. Además, lo importante no es la edad sino la sinceridad. Y a Don Antonio la sinceridad le brotaba en abundancia.

Don Antonio ya septuagenario se empezó a preocupar por publicar sus escritos filosóficos, su labor diplomática lo había absorbido y distraído más de la cuenta, y quizá antes no había encontrado el estímulo necesario. Pero lo que hizo en sus últimos trece años compensaba largamente dicha tardanza, y hubiese hecho más si no hubiera hallado en su camino tantos obstáculos. Su mente había laborado intensado sobre una vastedad de temas que iban desde las matemáticas, la lógica, la filosofía y la teología. Y al final de su vida estaba planeando una autobiografía, que ya había empezado a dictar, primero a su secretaria Betsabé y luego a su colaboradora Margareth, un libro sobre lógica y otro sobre disquisiciones filosófico-teológicas. Hasta el último momento su cerebro no cesó de trabajar a pesar de sus menguadas fuerzas.

Después de una interrupción de un año en las comunicaciones, creo que fue en el 2006, y de la mudanza del cenáculo a la casa del contertulio Julio Rivera Dávalos, reanudó su trabajo intelectual. Ingresa en una etapa muy creativa de su pensamiento a los 79 años y lleno de decisión y energía logra publicar una cantidad impresionante de escritos: “Propuesta para renovar el bicameralismo” (2006), “Bolívar y varios temas conexos” (2007), “Cuatro ensayos socio-jurídicos” (2007), “De Rapto y Tedio” (2008), “Nuevos Conatos” (2008), “Conatos en Ciencias Exactas” (2009), la versión definitiva de “Perú, Persona Sombra y Alma” (2009), “La mentalidad participatoria” (2010), “Acerca del Mar. Sobre todo el nuestro. Cuatro ensayos sobre el régimen general” (2011) y la versión completa de “Acerca del Mar. Sobre todo el Nuestro. I y II Parte” (2012). Y quedaron en el tintero muchos más escritos tanto o más importantes que los anteriores, que la incomprensión ajena se encargó de atajar su paso. Lo que me recuerda aquel aserto que reza: “Cuando una civilización pierde la capacidad de convertir la riqueza material en riqueza espiritual, entonces se abren las puertas de la decadencia y la barbarie”.  ¡Salve Don Antonio! Porque ni octogenario claudicó en la vida del pensamiento.

Con su modestia habitual no aceptó varias veces ser Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía pero sí conformó su Comité Directivo. Y al final de su vida me mostró su honda preocupación por la inactividad de dicha venerable institución organizada por su padre en 1940 y estaba decidido a hablar con las instancias pertinentes para renovar sus cuadros directivos con gente joven. No le alcanzó la vida para ver cumplidos sus buenos deseos.  

Me consuela pensar que ante Dios no cuentan los libros, los éxitos, los elogios y los reproches literarios, sino la vida sincera de amor al Bien, y en esto Antonio Belaunde alcanzó elevadas cimas. Algún día, todos amaneceremos al final de los milenios ante la Gloria del Creador. Y allí entre el gorjeo de los pájaros y el casto silencio de la mañana todos recordaremos la lección de su vida, a saber, que de poco sirve una mente poliédrica sin caridad.

Don Antonio era sincero y bueno como un niño. Los estudiosos del romanticismo dicen que en la ingenuidad reside la esencia de lo sentimental, entonces Don Antonio era sentimental. En su estudio entraban a menudo muchos bichos pero nunca la mentira ni la maldad. Jamás dedicó flechas emponzoñadas a nadie. Sus caminos filosóficos no eran taciturnos ni compungidos, sino llenos de alegría y esperanza. En su contacto tengo la impresión de haber pasado diecisiete años de mi vida en medio de mundos poblados de ideas profundas, amistad sincera y verdades sublimes. Los filosofazos y los filosofillos nunca entenderán que en esta vida el tiempo es espíritu, es paso, puente y puerta hacia la eternidad.

Valéry nos dice que el primer verso lo facilitan los dioses y los demás los hace el poeta. Y la mujer de Juan Sebastián Bach decía que cuando escuchaba sus dulces melodías le inundaba un éxtasis tan extremo que llegaba a desear en aquellos instantes la terminación de la vida. Yo creo que hay algo parecido al relámpago fugaz de la perennidad del Sol cuando se leen los libros de Antonio Belaunde. El brinda el ayuno justo a la mente: la idea precisa bellamente expresada. Nunca fue un polluelo de pico blando que alborotó con ciertos quiquiriquíes en falsete nuestro gallinero cultural. Al contrario, fue un gallo que despertó discusiones duraderas sobre temas perennes.

Eran las cuatro de la tarde de aquel fatídico jueves 28 de noviembre y recibía en el celular la llamada de mi amigo Enrique Álvarez Vita anunciándome el deceso. Al día siguiente fue el velatorio en la Capilla de la Medalla Milagrosa de San Isidro y el entierro. A los cuales no asistí. Se suele decir que estamos más preparados para aceptar la muerte de un padre que de un hijo. Pero confieso que la noticia me dejó conturbado, anonadado. Más fácil resulta soportar la idea de la muerte, que la muerte de real de un ser querido. Valga, entonces, mi homenaje póstumo en estas modestas páginas a quien fue un mentor y un maestro de la vida y del pensamiento. La Pasión Redentora de Nuestro Señor hará el resto. Amén.


Lima, Salamanca, domingo 01 de diciembre 2013

lunes, 18 de noviembre de 2013

ESENCIA DE LA MÚSICA


ESENCIA DE LA MÚSICA
Ni revelación ni técnica de expresión
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
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La música es la expresión artística más universalmente inteligible en nuestro tiempo. No hay melómano que no haya sentido el brote de los más diversos sentimientos, hasta el de salir corriendo al escuchar una ingrata melodía musical. Por qué sucede esto. Qué es lo que nos conmueve. Qué contienen los sonidos de la música para que nos transporten. Cuál es la esencia de la música. Qué es lo bello musical. Por qué la música conoció tardíamente su etapa clásica, respecto a todas las demás artes. Las respuestas se han dividido en dos grandes frentes. ¿Existe un lenguaje musical o, por el contrario, es una semiología paralela al lenguaje mismo? ¿Es la música una expresión emotiva o más bien denotativa y connotativa? ¿Si su origen se remonta a la imitación de los sonidos de la naturaleza, entonces por qué es un arte tardío?

Enorme es el caudal de pensamiento filosófico que ha sido consagrado a la música. Así, a muchas de estas preguntas se ha dado respuesta desde dos grandes perspectivas. Por un lado, está el enfoque metafísico, que la considera como autorrevelación del Principio cósmico y que está por encima de todas las demás artes; y por el otro lado el enfoque como técnica expresiva, que identifica a la Música con sus técnicas.

Los pitagóricos estimaban a la música como una de las ciencias supremas, por medio de la cual se lograba la elevación hasta el orden divino de la armonía cósmica. Platón incluía a la música entre las ciencias propedéuticas más cercana a la dialéctica y la más filosófica. Plotino la consideró uno de los caminos para ascender a Dios. San Agustín habló del paso de la Música de la sensibilidad a la fase de la razón, donde se contempla la armonía divina. Dante también estimó altamente el carácter cósmico de la música. Schopenhauer y Hegel hablan de la esencia universal y eterna de la música y totalmente separable de los medios expresivos por los cuales se formula como fenómeno artístico. Schelling redujo lo bello a la identidad de los contrarios en el Absoluto. En Hegel lo bello es la manifestación de la Idea. En Schopenhauer se convierte en la objetivación de la Voluntad metafísica. Para Kierkegaard la música es expresión de la genialidad erótico-sensual y como tal es el arte de expresar los sentimientos. Nietzsche nunca se separó del todo del concepto romántico de la música y la consideró como la expresión del sentimiento situado más allá del bien y del mal. El pragmatista norteamericano Dewey también la considera como expresión del sentimiento. Y Croce la refuerza al estimarla junto a las demás artes como aquella que sabe escuchar la voz de lo Absoluto y que lo traduce al lenguaje sonoro del sentimiento.  

Esta conexión entre la música y el sentimiento y el misterio de una obra de arte que carece de asunto manifiesto, también fue subrayada por Bach, Beethoven Chopin, Schumann y Liszt. Bach decía: “Donde hay música devocional, la mano de Dios está siempre con su grata presencia”. Beethoven es también taxativo: “La música es una revelación mayor que toda la filosofía y sabiduría”. Liszt sostuvo: “La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor, sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso”. Mozart lo suscribe cuando afirma: “Dadme el mejor piano de Europa, pero con un auditorio que no quiere o no siente conmigo lo que ejecuto, y perderé todo el gusto por la ejecución”. El mismo Tchaikovski confiesa su dedicación a la música por una impresión emotiva: “Hasta entonces yo no conocía más que óperas italianas. Debo a “Don Juan” el haberme consagrado a la música. Esta música me sumergió en un éxtasis cuyas consecuencias fueron decisivas”. Todos estos pensadores y artistas tienen en común la separación de la Música como arte puro, de las técnicas con las cuales se realiza.
En la otra orilla se encuentran los partidarios de la segunda concepción fundamental de la música, como aquella que la identifica con sus técnicas. Esta identidad fue expresada por Aristóteles al reconocer las técnicas musicales como conjunto de técnicas expresivas (Pol., VIII, 7, 1341 b 30 ss.). Reaparece en el Renacimiento con Vincenzo Galilei que reconoce el carácter expresivo de las técnicas musicales (Dialogo della Musica antica e della moderna, 1581). Retorna en la Ilustración con el máximo exponente de la razón, Inmanuel Kant, quien la sitúa como la más baja de todas las formas artísticas y se vale de la noción de “bello juego de las sensaciones” para definir tanto la música como la pintura. Con ello expresa la moderna concepción sintáctica de la música. Además, Kant concibe la estética como la ciencia del juicio del gusto o de lo bello y lo sublime en el arte y en la naturaleza sin mediación conceptual. En realidad es Kant a quien le toca el honor de inaugurar la estética subjetiva, como producto de una vivencia, contemplación o proyección sentimental. La música si es contemplada como un bello juego de sensaciones es considerada como arte bello, o si es estimada como simple impresión sensible es considerada como arte placentero (Crítica del Juicio, parágrafo 51).

Pero fue Eduard Hanslick, Lo bello musical (1854), el que formuló más rigurosamente la concepción sintáctica de la música. Con él la interpretación subjetiva toma un sesgo sintáctico y semiótico, como estudio de los signos artísticos. Rompiendo con el concepto romántico de la música como expresión de sentimientos, sistematiza su expresión lógica. Lejos de considerar la música como una catarsis emotiva afirma ésta es una historia de formas denotativas y connotativas antes que emotivas. El objeto propio de la música no es el sentimiento, sino lo bello musical, el cual consiste únicamente en sonidos conectados artísticamente. Su elemento primario es la eufonía y su esencia es el ritmo. La teoría del sentimiento deja de lado el oír y toma en consideración solamente el sentir. Lo cual considera un error. Así, la música es técnica de realización artística de sonidos. Hanslick también diferencia el lenguaje común del lenguaje musical. Mientras en el primero, dice, el sonido es un signo, en el segundo el sonido es autónomo y tiene importancia por sí mismo. Este carácter, no obstante, no sería propio sólo de la música sino de todo lenguaje artístico (escultura, pintura, danza, arquitectura, poesía, teatro, oratoria).

Ya esta visión formal de la belleza musical había sido expresada por Ricardo Wagner: “Lo que la música expresa es eterno, infinito e ideal; no expresa la pasión….sino la pasión, el amor o el anhelo en sí mismos, y esto lo presenta en esa variedad ilimitada de móviles que es la característica exclusiva y propia de la música, ajena e inexpresable en cualquier otro lenguaje” (Gazette Musicale, n°56-58, 1841). Esto es tanto como decir que si la música tiene alguna significación, ésta es semántica y no sintomática. Así teóricos como Moritz Hauptmann (Die Natur der Harmonik und Metrik, 1853) y Moritz Carriére (Aesthetik, 1859) atribuyen a la música una significación lógica antes que emotiva, es decir no representa algo concreto pero permite captar mejor lo emotivo.

Esto dio motivo a otros teóricos como Moos, Heinrich y Gehring a exagerar el aspecto formal y a negar que la música tenga significados emotivos. Es como si rechazaran toda significación y semántica para la música. Precisamente el último intento más radical de liberar el lenguaje musical de la sintaxis tradicional es la llamada Música atonal. Esta lleva al extremo la música programática, o sea sin tema unitario. Schönberg, en su Teoría de la armonía, aplaude la emancipación de la disonancia, o sea, su equiparación con los sonidos consonantes. Si antes con Strauss, la música temática ya amenazaba con hacer oír las cucharas y tenederos, hoy con la música programática ya ni siquiera eso se oye. Se ha  llevado a tal extremo la disonancia que la tonalidad se revuelve en una serie de notas con conexiones complicadas. Alban Berg señaló que la renuncia a la tonalidad no implica la anarquía armónica, porque quedan los otros elementos esenciales de la música auténtica (Was ist Atonal, 1930). Habría que decirle a Berg que al sonido sin forma no se le puede reconocer como elemento auténtico.

La música programática en su búsqueda de liberarse de la sintaxis musical tradicional ha terminado por liberarse de la propia música, porque sus formas sintácticas ya no pueden ser reconocidas como tales. La música atonal es el mismo abstraccionismo que motiva a la pintura actual. Pero el arte no sólo es “forma significativa” sino que es eminentemente “forma bella”, y el arte sin belleza no es arte. Por tanto, la pretensión de prescindir de las formas establecidas y reconocidas como belleza de la armonía musical es en realidad expresión de una época que ha perdido sus contenidos y que se solaza en las meras formas vacías. El formalismo exagerado de las técnicas expresivas musicales en la música atonal es en realidad el agotamiento de la vía subjetiva de la interpretación de la esencia de la música. El atonalismo se refuta a sí mismo, por cuanto en su búsqueda de la emancipación de la disonancia disuelve la melodía y armonía musical. El logos de la música programática es nihilista, emerge del nominalismo y del empirismo cultural, desemboca en la desnudez de la nada y juega con los sonidos sin sentido alguno. Los defensores de la disonancia sólo hacen ruido sin sentido y sin lograr penetrar en la esencia de la música. La anarquía armónica actual es puro formalismo y funcionalismo de la significaciones auditivas, sin tener en cuenta que la autonomía del sonido despojada de la belleza sonora deja de ser música y se vuelve ruido. La música no es y nunca será la pura emancipación del sonido sin belleza armónica. Y esto nos devuelve a la ligazón de la Música con el Ser.  

Susanne Langer, Nueva clave de la filosofía (1954), también defiende la tesis de que el símbolo musical no es emocional sino lógico, y emprende una crítica lógica del lenguaje musical. Pero en muchos puntos se distancia del exagerado formalismo musical. La música sería una forma simbólica de cierta especie, en sentido estricto no es lenguaje porque carece de vocabulario, pero tiene similitud con el lenguaje. Los tonos no son palabras, la armonía no es gramática y el tema no es sintaxis. Para Langer no hay analogía entre música y lenguaje y distingue entre mensaje verbal y mensaje musical. Pues, la música carece de significado literal, a diferencia de los símbolos discursivos de la lógica, la música es un símbolo presentativo que presenta la experiencia emotiva. La música demuestra que se puede conocer algo sin nombrarlo, o lo que decía ya Kant, hay ideas sin concepto. La música comunica ideas sonoras que provocan sentimientos y que el lenguaje no puede expresar. La música es lo inexpresable para el lenguaje, es la expresión de lo inefable. A diferencia de las matemáticas, que es formal y traducible, los símbolos musicales son formales pero intraducibles. Para Langer la música es un simbolismo intraducible en conceptos, por eso no es lenguaje. No se puede apelar a la razón discursiva, sino a la razón presentativa, ella expresa lo inefable. Pues las formas del sentimiento son más congruentes con las formas musicales. Así, la música es semántica de hechos vitales. La música contiene una semántica y un significado. Y ésta refleja la forma del sentimiento. Su formalismo capta mejor lo afectivo. De ahí que el mensaje de la música no sea fijo sino variable e inagotable. La música es simbolismo, sin connotación establecida. Es una forma de connotar sin palabras, con sonidos armónicos que dan una significación abierta y libre. La música es un símbolo no consumado, de significación nunca acabada. Es forma significativa sin concepto. Justamente el poder de la música reside en su ambivalencia, en la armonía de los contrarios, sus formas significativas expresan la vida del sentimiento, condición que el lenguaje no posee. La música habita fuera de los linderos del pensamiento discursivo o conceptual. Permite concebir las cosas emotivamente antes que intelectualmente. Su significación es ley inefable de la experiencia vital. La emoción estética es el efecto y no la causa de la experiencia vital. Por último, para Langer en la música, al igual que en el mito, se mantiene unido el símbolo con lo simbolizado, y por eso constituye nuestro mito de la vida interior.

La música como la forma de contemplación de lo bello en sonidos nos remite a un manantial ontológico más integral, donde se hace necesario establecer una relación entre la música como manifestación o epifanía del ser y como técnica expresiva. Esto es, hace falta superar la desconexión tradicional entre el plano ontológico y el plano subjetivo. Por tanto, no se trata de reducir al mínimo el papel de lo metafísico ni de lo formal, lo cual en realidad recorta la esencia del fenómeno musical. De lo que se trata es de captarlo en toda su significación. Y para ello es necesario distinguir varias partes: fenomenología del proceso musical, análisis del símbolo musical, ontología regional de la musical, origen de la música, relación entre forma y contenido en el símbolo musical, estudio de la función del fenómeno musical y examen de su función en los procesos no musicales.
Debido a la enormidad de la tarea aquí sólo me limitaré a señalar que la música es testimonio que las cosas inaccesibles para la razón conceptual o discursiva, no lo son para la razón presentativa, intuitiva, o como quiera llamársele. Que mientras la razón discursiva es teórica, la razón presentativa es estética. Que en tiempos ancestrales la razón estética presentativa dio lugar a una forma de pensar que comienza viendo, no con los ojos del cuerpo sino con los ojos del alma. El arte, el rito, el mito son las formas arcaicas de un ver que inaugura lo que llamo la metafísica de la aletheia o de la visión del ser. En esta forma de pensar no predomina el concepto sino la captación del mundo a través de ideas sin concepto. Es una forma de pensar donde se conoce por intimidad, éxtasis, iniciación, metáfora, alegoría y mántica. Este modo de pensar ancestral sobrevive hasta nuestros días, y es indesarraigable. Por eso la música sigue canalizando en el presente nuestra sed de integración cósmica con el absoluto. Aun cuando las artes padecen en la actualidad de la plaga abstraccionista, todavía es el paliativo de una cotidianidad desespiritualizada y desorientada. Es la vía compensatoria hacia el anhelo místico y extático muy propio de la condición humana. Y por ello, la esencia de la música no solo tiene una significación semántica, sino también sintomática y ontológica-metafísica. La transrealidad del objeto musical hace que tenga independencia respecto a lo real. La música es una semántica del alma que va más allá del mero sentir. Y por eso su realidad avanza más allá de lo real. Tiene parentesco con el ser, porque se identifica con las fuerzas creadoras de la existencia, es expresión rítmica de la realidad que brota de una misteriosa fuente inagotable. Música es contemplación del ser a través del sonido armónico. Lleva en sí el anhelo de retorno al ser, el anhelo de absoluto, porque cierto estado del ser engendra la idea musical. Ontológicamente la música es revelación del ser en el apogeo de la armonía. En suma, es la forma analógica no conceptual más universalmente captada por el hombre.

Lima, Salamanca 18 de noviembre 2013

domingo, 17 de noviembre de 2013

ANETISMO Y CORRUPCIÓN


ANETISMO Y CORRUPCIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
                                         
 
La Escuela Académico Profesional de Filosofía Facultad de la Universidad Nacional Federico Villarreal me ha invitado, a través de la profesora y fraternal amiga Ruth Romero Huamaní, al Cuarto Foro de Filosofía Villarrealino a presentar algunas reflexiones sobre el grave tema de la “Ética y Corrupción”, con el fin de promover una filosofía para el desarrollo ético.

La corrupción en la sociedad posmoderna se ha institucionalizado hasta tal punto que ha sobrepasado el campo de la ética y es más bien un problema cultural-civilizacional. Lo más preocupante es que en ninguna etapa de la historia humana se han postulado tantos sistemas de ética posibles como en la actualidad. Aparte de la tradicional ética heterónoma de cariz religioso tenemos una multitud de éticas autónomas y no por ello el mundo actual es más ético, al contrario, es más anético.

Si seguimos el libro Los Lenguajes de la Ética del profesor sanmarquino Miguel Polo Santillán, podemos encontrar que tenemos las éticas analíticas (intuicionismo de Moore, lo indecible de Wittgenstein, emotivismo de Ayer, emotivismo de Stevenson, prescriptivismo de Hare), éticas axiológicas (material de los valores de Scheler, platonismo axiológico de N. Hartmann), éticas existencialistas (ontológica de Heidegger, de la libertad absoluta de Sartre), las éticas procedimentales (fundamentadora de Apel, del discurso de Habermas, de la justicia de Rawls), éticas sustancialistas (de la identidad de Taylor, de la vida buena de MacIntyre, de la justicia de Sandel y Walzer), ética de la alteridad (Levinas), ética de la responsabilidad (Jonas), ética débil (Vattimo), ética pragmática (Rorty) y, añadiríamos, la ética de la autognosis del propio Polo. Además, habría que mencionar que ya Foucault había excluido a las normas éticas universales y recordar la ética sin religión de Victoria Camps, quien sostiene que no creer en la salvación definitiva no es relativismo porque puede hallarse satisfacción en la práctica ética misma. O sea retrocede al antiguo dilema de ser bueno sin Dios, lo que lleva en la práctica a la autodivinización humana y al fortalecimiento del narcisismo moderno.

Es decir, el panorama ético contemporáneo es enorme y variado y, sin duda, ha enriquecido a la filosofía práctica, pero, a su vez, es reflejo del empobrecimiento ético-moral del hombre actual. No porque abunden más reflexiones éticas es que seamos más éticos y morales, por el contrario, abundan justamente porque somos menos éticos y más inmorales. Y el deterioro se deja sentir en el propio campo del pensamiento, el derecho, la economía, la legislación, la medicina, el diseño de las instituciones y en la vida cotidiana.

Para ilustrar lo dicho basta constatar, por ejemplo, que la actual crisis económica europea y norteamericana data del crash del 2008, esto es, de las famosas hipotecas subprime o préstamos insolventes que fueron producto de un fraude global montado por el sistema financiero internacional, hasta hoy no tiene sanción moral ni legal. Es decir, al consumismo desenfrenado le sigue la crisis ecológica y la crisis ética. La crisis ética se ha venido a sumar a la confluencia peligrosa de otras crisis decisivas (climática, familiar, energética, poblacional, alimenticia, etc.).

Lo asombroso es que la abundancia de sistemas éticos coincide con el suicidio ético de la humanidad, porque el darviniano “sálvese quien pueda” impone su dictado en medio de la extinción del trabajo y el aumento estrepitoso de la desigualdad social tras cuarenta años de neoliberalismo global. Los hombres sin Absoluto de la cultura posmoderna afrontan la crisis del mundo actual ampliando el voluntarismo permisivo, el individualismo anárquico y el hedonismo nihilista.

¿A qué obedece este deterioro de la vida moral y erosión de la vida ética? La sociedad cibernética ha creado seres egoístas, avaros y egotistas, reemplazando la gran promesa de satisfacer todos los deseos sociales de la sociedad industrial por la otra gran promesa de satisfacer todos los deseos a nivel individual. Su alternativa antropológica es crear el hombre sin capacidad crítica, consumismo extremo, sin memoria, aburrido, saturado, indiferente, evasivo y dependiente de las prótesis tecnológicas. Es decir, producir todo un contingente de cerebros descentrados cuyo alimento espiritual es andar sin rumbo esclavizado a los medios audiovisuales.

Pero si bien es cierto, que el deterioro de la vida moral y ética se expresa en una perversa estructura social, sin embargo, debemos rebasar el enfoque sociológico e ir más a la raíz para preguntarnos sobre la mentalidad que dio lugar a la sociedad presente. Hay que interrogarse sobre la forma de pensar que generó e hizo posible la actual sociedad anética. De poco servirá la agudeza de la crítica psicológica y social si no vamos hacia la mentalidad que sustenta la actual forma de vivir y sentir el mundo. Pues toda una Weltanschauung y Lebensanschauung le son propias a la sociedad del extremo individualismo de la cultura posmoderna. 

Y sin más ambages hay que decir que la nueva mentalidad que dio origen a la forma de pensar imperante en nuestro tiempo es el “empirismo”. La racionalidad científica de la actual civilización técnica es sólo su consecuencia y no su causa. Hoy el verdadero sanctasanctórum no es la verdad científica sino el empirismo, como aquel modo de pensar que inclusive acepta la existencia de las entidades inobservables siempre y cuando se den dentro de un horizonte inmanente y no trascendente. De aquí se deriva la hegemonía de la hermenéutica de lo finito. Este rechazo empirista de toda metafísica es el verdadera núcleo epistémico que rompe con la tradición mitocrático-metafórica arcaica, la tradición esencialista griega y la tradición personalista cristiana del Medioevo, y convierte lo fáctico en lo único válido negando las verdades inmutables, eternas y trascendentes.

De aquí, que el verdadero apóstol del credo empirista por el hecho concreto en la modernidad, no fue el científico sino el historiador. La ciencia misma quedó teñida de empirismo histórico. El realismo científico tomó el lugar del realismo metafísico. Pero el hecho no es una noción simple y está teñida de teoría. Esto hizo que la epistemología neopositivista de Schilck, Carnap y Neurath, tras las demoledoras críticas de Popper a la inducción, fuese superada por la epistemología histórica de Lakatos, Toulmin, Quine, Hanson, Putnam y Kuhn, hasta llegar a la crítica anti-epistemológica de la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty, Ricoeur, Habermas y Apel, quienes proponen en vez de la epistemología a la misma hermenéutica, pues afirman que el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano.  

No obstante, el problema central de la hermenéutica de la finitud no es solamente cómo mantenerse en la objetividad y eludir el relativismo admitiendo de que no hay una única interpretación válida, sino que convierte en hecho supremo al sujeto interpretante. La verdad como correspondencia es totalmente desplazada por la verdad como lenguaje. El hecho supremo es el tamiz lingüístico. En otras palabras, el lenguaje es el último dios en la hermenéutica de la finitud. No hay normas universales sólo modos de vida. El relativismo, así, es inevitable.

Nosotros somos los herederos del realismo de los hechos y los nuevos hechos son las interpretaciones, y toda interpretación es temporal, finita e histórica porque el hombre lo es. En una palabra, no se ha superado la adicción al “espíritu empírico”. La cosa es dato empírico y elaboración de sentido racional. De esta forma, las esencias se convirtieron en meros conceptos subjetivos y lo real fue lo fáctico decretado por mente del nuevo emperador: el hombre. Este deus in terris o diosecillo terrenal validó sólo los símbolos discursivos de la ciencia y la teoría e inauguró la metafísica moderna del percipi 

Pero la verdad es otra, porque todo pensar comienza viendo con los ojos del alma y no con los ojos del cuerpo. La cosa es dato del alma antes que dato empírico. Por eso el tejido de la significación de la cosa no es la ley natural y el hecho histórico, sino la ley espiritual y el hecho transhistórico. En otras palabras, sólo un pensar no objetivo, intuitivo y simbólico presentativo puede ir más allá del imperio de lo empírico.

Actualmente vivimos el divorcio profundo entre la inteligencia discursiva de la ciencia y la lógica, con la inteligencia no discursiva del arte, el mito, la religión y las humanidades.

Esto ha achatado el universo moral a dimensiones opresivas y dio rienda suelta a la crueldad del hombre. El hombre moderno carece de mito metafísico y necesita recuperar su anhelo armonioso de los absolutos (la naturaleza de los griegos, Dios del Medioevo, el Hombre de la modernidad y la Sociedad de la contemporaneidad). 

El empirismo ha empobrecido el contenido mental del hombre, lo cual lo lleva a la barbarie del anetismo. Para ser anético no se requiere ser un malvado practicante, basta asumir como ideal una libertad sin Justicia para contribuir al derrumbe moral del mundo. Y esta es la principal causa de la perturbación ética del mundo presente, convertido en un pandemónium por la indiferencia ante el deterioro de la vida mental y moral del hombre.

No hay duda que vivimos una nueva fase de salvajismo hipertecnológico, de una época finisecular sin razón, perturbada por una omnipotente razón discursiva que devora la realidad recortándola en nuestras mentes y corazones. Y como no hay retorno al pasado, es un error soñar con la vuelta a filosofías tradicionales y, más bien, hay que reconstruir la filosofía desde dentro para contrarrestar la actual orgía de pragmatismo a través de un nuevo momento dialéctico de la razón humana, donde lo discursivo vaya de la mano con lo intuitivo.

 

Lima, Salamanca 19 de Noviembre del 2013

miércoles, 13 de noviembre de 2013

NUEVA UTOPIA PARA LA CONVIVENCIA HUMANA


NUEVA UTOPÍA PARA LA CONVIVENCIA HUMANA

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
(Conferencia pronunciada el 22 de Noviembre del 2013)

 
La Facultad de Educación y CCSS y el Departamento de Filosofía y Arte de la Universidad Nacional de Trujillo, que en los últimos tiempos ha tomado un vuelo tan notorio, me ha invitado, a través de la estudiante Clariza Huamaní Arotoma, Presidenta de la Comisión Organizadora, la estudiante Eyleen Nureña Alva, Coordinadora del Comité Académico, y el célebre filósofo trujillano, Dr. Víctor Baltodano Azabache, en el marco del Primer Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú a presentar algunas reflexiones sobre el “espinoso” tema de la “Convivencia Social”, con el fin de impulsar una filosofía para el desarrollo humano.

Y digo “espinoso” porque actualmente para nadie es un secreto y, al contrario, es una verdad de Perogrullo que la sociedad de mercado de hoy está diseñada para que el hombre no se conduzca por lo que es, sino por lo que acumula y tiene. Es indudable que actualmente la convivencia social está dañada a nivel planetario por el aumento inaudito de la desigualdad económica, la destrucción ambiental y la injusticia social. ¡Nunca, en ningún tiempo de la historia conocida por la humanidad, existió un puñado social tan reducido que concentre en tan pocas manos cerca del 90% de la riqueza mundial!

Estamos inmersos en un peligroso ciclo histórico de deterioro mundial de la convivencia social y humana. Se va imponiendo el proyecto luciferino de hacer funcionar a la humanidad con la utilidad intercambiable de la máquina. El hombre global de hoy no convive sino compite, y afila las garras tras la ambición, el poder y el placer. Tras cerca de 40 años del predominio de la utopía liberal el capitalismo global ha demostrado que sólo gestiona la crisis pero no la resuelve, su lógica sólo asegura la rentabilidad financiera del capital excedente, no pertenece a su lógica una teoría de la distribución de la ganancia y por ello no lleva al progreso social ni al desarrollo de la democracia.

Al contrario, la utopía liberal con su credo de que el desarrollo equivale a la expansión del mercado desató la más inaudita crisis global jamás conocida. Pues, la actual crisis mundial no sólo es económica y ecológica, sino, sobre todo, es humana. La irreflexiva pretensión de hacer funcionar al mundo como un mercado y una máquina ha puesto al hombre al borde de la barbarie. Su creencia que con la tecnología y la ciencia se consigue el desarrollo humano también sucumbe, pues no sólo se viene una incontrolable crisis de agua, alimentos y energía, sino que el predominio de la inteligencia artificial está generando la proliferación de los cerebros descentrados en la web, sin capacidad crítica ni poder de concentración. Pues la ciencia y la técnica también contienen posibilidades perversas y ominosas que llevan hacia la barbarie. Y cada vez queda más claro que sería un error buscar en la ciencia, la técnica, como en la educación, una solución a todos los problemas del presente.

De manera que el hombre convertido tan sólo en un valor de cambio pierde su dignidad y sentido de la vida, reduce su existencia al salario, al precio, a la despiadada competencia por el tener, remitiendo al olvido su autorrealización personal y vida espiritual. Se convierte en una cosa más entre las cosas. Su alienación se ha vuelto más profunda y tornó en cosificación. Es el triunfo prometeico del hombre anético, que conquista el mundo pero que se pierde a sí mismo.

En otras palabras, ¡Nunca como ahora, la convivencia social se ha encontrado en una encrucijada tan grave y tan amenazada por el grave problema de la deshumanización creciente y acelerada a nivel planetario!

El análisis sociológico de Ferdinand Tönnies (Comunidad y Sociedad, 1887) sostiene que la voluntad orgánica desarrolla la comunidad (Gemeinschaft), forma de vida antigua, donde prima el hombre natural, con lazos reales fundados en lazos de sangre, de localidad y creencia, donde el estatuto representa el derecho natural, pero su destino es evolucionar hacia la sociedad. Mientras la voluntad racional desarrolla la sociedad (Gesellschaft), de individuos abstractos, sin lazos reales, insertos en el mercado mundial, donde el único valor es el de cambio, ligado al beneficio económico, donde el contrato representa el derecho de la sociedad, en el cual el individuo deviene en persona y el tipo perfecto es el comerciante. En buena cuenta, Tönnies intenta mostrar la íntima trabazón entre racionalidad, sociedad y capitalismo. Tríada que Marx y gran parte del pensamiento socialista del siglo XX intentó desmontar infructuosamente.

La susodicha racionalidad del beneficio del capitalismo nos ha conducido a la barbarie y no menos bárbara se manifestó la racionalidad de la distribución bajo el fenecido socialismo real. Pero la pregunta que aquí nos asalta es que si pertenece a la esencia misma de la razón tal destino. Si es así acaso nos hace falta una nueva forma de pensar. Y si es necesaria una nueva forma de pensar qué condiciones históricas darán lugar a ella. Además, queda pendiente la interrogante si el alumbramiento de una nueva forma de pensar en una nueva fase histórica se hará de forma traumática o paulatina.

En la esencia de la razón coexisten dos órdenes: el discursivo, lógico y teórico-práctico, y el intuitivo, participativo y contemplativo. Este último alcanzó su mayor grado de desarrollo en las civilizaciones ancestrales o en la llamada mentalidad arcaica. Ve el cosmos como una totalidad viviente animada, donde el mundo fenoménico revela el destino. Emplea conceptos-imágenes, su comunicación es alegórica, poética, metafórica, simbólica, analógica y alegórica. Su forma conceptual es estética. Sus formas de sabiduría comprenden la mántica, la horoscopía, el mito, la magia, la profecía. El sentido de su sabiduría es oracular, escatológica, revelación, iniciación e intuición. Su esfera ontológica es onírica, pática y cósmica. El propósito de su saber simbólico es lo que la cosa “quiere decir”.  Su filosofía se resuelve en una teoría intuitiva del destino. Prestó grandes beneficios, fue la cuna de la humanidad y la gestora de los grandes maestros espirituales de la humanidad. Buda, Confucio, Lao Tsé, Zaratustra y Jesús pertenecen a este tipo de orden racional. Jaspers incluye a Sócrates, el padre del concepto, en este grupo al que llama el “tiempo eje”. Y el principal enemigo a este orden de racionalidad es la actual orgía de pragmatismo y tecnicismo que nos asola.

El otro orden racional, el llamado lógico-discursivo, basado en el principio de identidad y de no contradicción, ha sido el baluarte sobre el cual se ha edificado desde la modernidad la ciencia, la técnica y el pensamiento moderno. Está basado en conceptos puros de la lógica, su interpretación del cosmos es matemático-cuantitativo, su forma conceptual es lógica y experimental, su forma de sabiduría es objetiva, el sentido de su saber es el cálculo y la predicción, su esfera ontológica es el fenómeno opuesto a la cosa en sí, resuelve el ser en el aparecer o en lo fenoménico, el propósito de su saber es lo que la “cosa es” para alcanzar su dominio y control, y culmina en una filosofía que se resuelve en una teoría de las causas y efectos.

Y aun cuando la teoría de la relatividad y la teoría de los cuantas provocó la crisis de la concepción mecánico-materialista del universo, sin embargo el camino del paradigma matemático griego hacia la realidad sigue incólume. Esto ha conducido a que físicos de partículas y cosmólogos crean que estamos ad portas de una teoría final de todas las cosas, como símbolo de triunfo y superioridad del orden discursivo de la racionalidad objetivo-experimental. A pesar de ello, físicos tan eminentes como Roger Penrose (El camino a la realidad, 2006), ha manifestado sus dudas que tal meta se logre, basados en que si bien es cierto de que el camino matemático hacia la realidad nos ha servido de mucho no obstante no se ha encontrado todavía el verdadero camino hacia la realidad. En otras palabras, esto equivale a decir que el camino del pensamiento científico y del orden discursivo de la razón está lejos de penetrar en el corazón de lo real mismo.

Esta es una conclusión muy grave puesto que si el orden discursivo de la razón opera meramente a nivel de la capa fenoménica de lo real, entonces la inevitable consecuencia humana tenía que ser el olvido de su esencia y la deshumanización del hombre. Lo cual se ha traducido en el intento erróneo de tratar de solucionar todos los problemas humanos a través de la ciencia y de la técnica. El resultado final no ha sido la reconstrucción humana y social sino su destrucción. Con esto ha quedado nítidamente establecido que la ciencia no busca “verdades” ni “verosimilitudes” popperianas, sino que construye modelos ficticios para manipular la realidad con éxito relativo en el mundo material y humano.

En otras palabras, la axiomatización científica tiene que ver menos cono lo real y mucho más con la manipulación de lo real. En este punto el pensamiento científico y el orden discursivo de la razón estarían mostrando un pronunciado cariz ideológico, en la medida en que enfatiza la voluntad de poder a través del “control” ya sea natural o social. No es entonces casualidad lo señalado por los pensadores de la Escuela de Frankfurt, al subrayar que la razón instrumental suprime la individualidad sirviéndose de la ciencia y la tecnología.

En este punto hay que tener en cuenta las tres etapas de la civilización técnica señalado por Lewis Mumford (Técnica y civilización, 1934), esto es: su fase eotécnica (basada en el agua y la madera) que regularizó el tiempo con la invención del reloj (siglos X-XVI); su fase paleotécnica (basado en el carbón y el hierro), que incrementó la energía mecánica con la invención del telar mecánico y la locomotora (siglos XVII-XIX); y su fase neotécnica (basado en la electricidad y aleación) multiplicó la producción de bienes, contrajo el tiempo y el espacio, estandarizó la producción, el producto y al hombre.

Lo interesante aquí es que Mumford señala que la civilización técnica en su fase neotécnica se hizo posible que lo cuantitativo y mecánico sea más sensible a lo cualitativo, lo orgánico y teleológico. Volvió el respeto por el color, lo estético, las cantidades diminutas, lo invisible, lo ergonómico, la sensibilidad más fina, la comunicación instantánea, todo lo cual produce un cambio de valores. Con ello si la máquina fue antes enemiga de la vida hoy se vuelve la aliada de ella.

Con esto surge una pregunta desconcertante. ¿Se dirige el orden discursivo de la razón hacia la confluencia con el orden intuitivo de la racionalidad? Si fuese así estaríamos ante un cambio inaudito de consecuencias imprevisibles para el destino humano. ¿Acaso las corrientes intrahistóricas de la racionalidad humana van hacia una nueva Edad Media en el sentido de la apertura de un nuevo horizonte de espiritualidad y mística nunca antes visto? ¿Qué significaría que el orden teórico-pragmático de la razón sufra una síntesis con el orden participativo-espiritual de la racionalidad?

En la historia no hay retrocesos, hay avances, congelamientos o declives. En este sentido, lo más probable sea que ante el ocaso de la modernidad alumbre una nueva síntesis de la razón, que no nos lleve a una edad media oscurantista como la predicha por Nicolás Berdiaev, sino, por el contrario, será una nueva Edad Media llena de espiritualidad y mística donde ciencia y humanismo hayan depuesto su otrora antagonismo y se enlacen en un redivivo y más potente Renacimiento humano e histórico. Nos permite mantener el optimismo con respecto a una renovación análoga al renacimiento los caminos que va tomando la propia razón lógica frente a la razón participativa.

No hay duda de que el avance de tal derrotero significará derribar el actual orden político y financiero de los monopolios megacorporativos que se han adueñado del planeta, que se resisten a socializar los beneficios de la civilización técnica en su actual fase neotécnica, y que son el principal obstáculo para que se acelere la revolución mental y espiritual que tanto requiere la humanidad del presente. Si estos esfuerzos prosperan, entonces la época de las hazañas de la ciencia divorciada de la ética y del humanismo quedarán como cosa propia de una era oscura e infeliz, donde el hombre consumía su existencia en el tener olvidando su ser. Recién, entonces, emergerá un ambiente de inmarcesible concordia en las relaciones humanas y una auténtica convivencia social, donde la realización de los valores esté basada en la encarnación de las virtudes.

En una palabra, el camino de la reconstrucción de la convivencia social transita antes que por utopías políticas y económicas por una reconciliación de la razón humana consigo misma y con la realidad. Esa utopía epistémica es la utopía de la reconciliación del antiguo divorcio entre mito y razón, lo subjetivo y lo objetivo, lo espiritual y lo material, lo inmanente y lo trascendente, lo humano y lo divino. Será el triunfo de un nuevo principio de realidad, una nueva metafísica y una nueva ciencia, sobre la base de una nueva síntesis dialéctica en el seno mismo de la razón humana.

Muchas gracias