VARGAS LLOSA Y SU TRIBALISMO
OCCIDENTAL
Por
Gustavo Flores Quelopana
Presidente de la Sociedad Peruana
de Filosofía
Hugo Chacón Málaga no es un gallo de pico blando que con sus
quiquiriquíes en falsete alborota el gallinero intelectual. Todo lo contrario,
es un serio y estudioso pensador que calibra cada frase vertida y sopesa cada
sentimiento expresado. Así se muestra en su presente libro Vargas Llosa y su afiliación al tribal Occidente. No obstante, su
reconocimiento a los indiscutibles méritos personales del afamado novelista no
es óbice para diseccionarlo desde el punto de vista andino y demostrar sus
graves falencias. Así, el laureado escritor habría sido un andino fracasado,
acomplejado de su raíz andina, y vergonzoso de su ancestral quechuañol. Quizá a
esto se deba su trayectoria zigzagueante.
La identidad que se construyó fue una impostura que se retrotrae
hasta Ginés de Sepúlveda, producto de un país cuya élite siempre se distinguió
por la marginación y el maltrato de lo nativo. Su opción fue una alienación
cultural occidental profunda, acompañada de una defensa acérrima de la
ideología imperial dominante. De ahí que Chacón subtitule su obra a contrapelo
de la última obra del novelista “El llamado de la tribu”.
Asimismo, el espíritu del presente ensayo nos muestra
a un Chacón muy emparentado con la tercera generación modernista, que no fue
reaccionaria, oligárquica, retórica ni académica –notas que sí caracterizaron a
la generación postrera del modernismo, caracterizada por el movimiento Colónida-.
Me refiero al arielismo de Rodó. Así
como Rodó defendía con su verbalismo eurítmico los fueros espirituales
de América Latina ante el avance arrollador de la civilización utilitaria,
monopólica e imperialista de Norteamérica, de modo similar Chacón con su
afilada criba es un portaestandarte de la civilización andina ante las
arremetidas hegemónicas de los corifeos intelectuales de la hegemonía
occidental. Chacón como Ariel desenfunda diestro el sable contra el nuevo y
ominoso Calibán literario que ha confundido a la peruanidad. De ahí que el
Nobel exhiba una literatura coprolálica que lejos de representar el Perú
profundo es una afrenta a su identidad, hondamente esteticista y comunitarista.
Estas son las principales conclusiones que se extraen
de la lectura del breve, ameno y exigente ensayo del meditativo Hugo Chacón
Málaga. No hay duda que estamos ante alguien que pertenece a la tropa valiente
de Bartolomé de las Casas.
El psicoanalista Max Silva Tuesta ya había subrayado el conflicto
edípico del Nobel con su padre. Ahora Chacón precisa el diagnóstico, para
afirmar que el matar a su padre con el pensamiento tiene un alcance mayor
porque se trata de lapidar al Perú profundo, andino, vernáculo, mítico,
campesino y rural. Padre y Patria son crucificados con la palabra. Esto es, se
hizo novelista para vengarse no sólo del padre sino también del verdadero Perú
profundo. Así se consuma no sólo un parricidio sino incluso se perpetra un
patriacidio. Algo común en un deicida. No hay duda que tuvo que ser un Nobel
occidental porque un Nobel andino –si lo hubiera- nunca se le hubiese
conferido. Si en los años de la guerra fría la manipulación ideológica de
Estocolmo era hacia la izquierda, en la era del neoliberalismo lo es hacia la
derecha.
En suma, en su sublimación literaria el galardonado descarga buena
parte de su animadversión en sus personaje andinos. En su obra “La utopía
arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo” –título que leído
al espejo podría ser “La utopía moderna. Vargas Llosa y las ficciones del
occidentalismo”- también es lapidario con la racionalidad andina, que es
presentada como mítica e incompatible con la racionalidad científica de
Occidente. Lo cual es una caricatura del actual debate filosófico sobra la
racionalidad humana.
Ese mito de la superioridad de la racionalidad científica
occidental es de carácter ideológico y ni las mentes más lúcidas de Europa se
lo creen. Pues desde la escuela de Frankfort
se señaló el
sesgo totalitario de
la racionalidad instrumental y desde las canteras de la filosofía
hermenéutica se enfatiza el estrecho vínculo entre mito y razón. Menos mal que
Vargas Llosa es literato y no filósofo, por ende su retraso teórico
decimonónico es mitigable como novelista pero no como pensador. En realidad sus
invectivas contra el mito y la racionalidad andina no van más allá de ser una
antojadiza crítica ideológica, ultraliberaloide, dogmática, sesgada,
racionalista y cientificista, responsable de la crisis ecológica y profunda
deshumanización presente.
Como puede comprenderse no es el Perú profundo sino el
Perú criollo y occidental el que endiosa al novelista, porque en el fondo se
trata del común temor por lo vernáculo, indígena y ancestral. No es casual que
las bases de la República no sean andinas sino occidentales y criollas. Su
tabla de salvación ante la marginación costeña fue refugiarse no sólo en
parientes femeninos, con los que se casó, sino adoptando como madre a un
Occidente eurocéntrico. Su coprolalia revela que le atrae la transgresión, como
transgrede y desdeña su raíz andina.
En suma, estamos ante un libro apasionante y polémico que
nos lleva a reflexionar sobre el alma dividida y los mundos escindidos de la
peruanidad y que no se llegan a plasmar plenamente ni cesan de colisionar de
continuo.
Lima, Salamanca 12 de Julio del 2019