sábado, 29 de diciembre de 2012

LA MUERTE DE SÓCRATES

POR QUÉ SOCRATES PREFIRIÓ MORIR
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 
En memoria de mi maestro y gran helenista
José Antonio Russo Delgado

INTROITO
“Ya es tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, ustedes para vivir. ¿Quién lleva la mejor parte? Eso no lo sabe nadie salvo el Dios”, dice Sócrates en su tercer discurso de la Apología que corresponde a su despedida (41 d-42).

EL ENIGMA
Hasta hoy se discuten los motivos que tuvo Sócrates para aceptar la muerte antes de infringir la ley. Sócrates no accede a los ruegos de Critón para evadirse de la prisión. Considera que lo justo es respetar la ley aun cuando los hombres hayan hecho mal uso de ellas. Algo impensable en nuestro tiempo laico y secularizado, donde el orden legal positivo en un sistema democrático debe basarse en un orden moral más no en un orden religioso. Y por tanto, las leyes injustas deben ser impugnadas, corregidas y suplidas.

Por esto, un autor como Livingstone (Portrait of Socrates, being the Apology, Crito and Phaedo of Plato, Oxford, 1938) ha querido ver en Sócrates un defensor de la supremacía totalitaria del Estado sobre el individuo, la misma acusación de totalitario hace recaer Popper sobre Platón y su teoría política (La sociedad abierta y sus enemigos, 1945).

Mi ilustre maestro sanmarquino José Russo Delgado (1917-1997) ha rechazado que haya en Sócrates tal endiosamiento del Estado, pues señala que ya en otras ocasiones se opuso a éste por motivos de conciencia (Sócrates. Problema y mensaje. Editor Ignacio Prado Pastor, Lima s/f, pp. 208-210).

Para mí se tratan de motivaciones, en última instancia, de índole religiosa, antes que políticas o morales: creía en la recompensa en la otra vida por llevar una vida virtuosa. En otras palabras, Sócrates que no era antidemócrata, se negó al exilio y se sacrificó, elevando su muerte de una simple vendetta política hacia la cúspide filosófica de la inmortalidad del alma (Fedón), porque creía que el alma sobrevive a la muerte y que hay una sanción divina para justos e injustos. Soy consciente que esta interpretación mía rechaza como fuentes tanto la caricaturesca imagen de Sócrates ofrecida por Aristófanes y la bastante vulgar de Jenofonte, optando más bien por la imagen considerada más justa, aunque idealizada, de Platón.

Al respecto, ya es conocido que historiadores y especialistas como Döring y Brochard se inclinan por el Sócrates jenofóntico, mientras que Taylor y Burnet son partidarios decididos del Sócrates platónico. Otros como Antonio Tovar piensan que la verdad está entre la imagen jenofóntica y en la imagen platónica. El panorama se vuelve más confuso cuando estudiosos como K. Joël manifiestan que la imagen jenofóntica  es de origen cínica. Por mi parte considero que la fuente platónica ayuda a comprender bastante bien la parte racionalista en la doctrina y figura de Sócrates, pero la fuente jenofóntica contribuye a no desfigurar su pensamiento en un intelectualismo. Y es justamente este intelectualismo el que ha impedido comprender cabalmente la decisión de Sócrates de aceptar su propia muerte.

Es cierto que la motivación principal de Anito contra Sócrates no fue religiosa sino política, se le acusaba de haber tenido participación en la educación de los enemigos más temibles del Estado democrático ateniense: Alcibíades, Critias y Carmides. Pero Anito, uno de los líderes democráticos de la liberación de Atenas, que derrotó al feroz tirano Critias, el tío de Platón, se dispuso a sentar en el banquillo de los acusados al “maestro de la tiranía”, más no pudiendo hacerlo por razones políticas debido a una amnistía declarada poco antes, tuvo que cambiar la acusación por impiedad. Anito sólo pretendía exiliarlo y no convertirlo en un mártir.

Pero aquí hay que hacer una precisión, a saber, no estamos indagando las razones que llevaron a Sócrates ante el tribunal (las acusaciones de Anito, Melito y Licón fueron de impiedad y corromper a la juventud), sino la razones que tuvo él para aceptar respetar su sentencia de muerte. Si tuviésemos que enumerar las teorías que se han levantado en torno a los motivos que tuvo Sócrates para preferir morir tendríamos los siguientes:
·         Por totalitario (Livingstone)
·         Por obedecer a la ley (Russo)
·         Por sentirse sin ganas de luchar y vivir
·         Evadir la afrenta de un nuevo juicio que lo exiliara
·         Temía ser asesinado y denigrado por el bando democrático triunfante
·         Todo es una ficción platónica
·         Por confiar en la recompensa de ultratumba por la virtud
                                     

LA DIFICULTAD
Pienso que la principal dificultad para comprender la muerte de Sócrates es la imagen moderna que se tiene de él como un pensador que inventa la definición e inaugura el período antropológico en la filosofía griega, lo cual olvida sus vínculos con lo sobrenatural y religioso, y lo convierte en un pensador ético y epistémico por excelencia.

Nietzsche es el gran responsable de esta malinterpretación intelectualista de Sócrates. La interpretación racionalista de Platón es justa, la intelectualista de Nietzsche es distorsionadora. Nietzsche siempre estuvo fascinado por él y basado en la interpretación jenofóntica como hombre prudente y práctico, consideró al filósofo como el “sepulturero” de la gran metafísica de los presocráticos Anaximandro y Anaxágoras. Con ello convierte a Sócrates en el gran destructor del mito a favor de la razón.

Lo cual no es cierto. Ya Burnet había destacado que Sócrates, antes que Platón, quien ideó el concepto metafísico del alma. Por ello se yerra al decir que en él sólo tuvo una connotación moral, alma significaba  honestidad intelectual, inteligencia. Y fue Platón el que le dio al concepto de alma una dimensión metafísica, necesaria para su sistema y objetivo político. Por su parte, A. D. Winspear y T. Silverberg (Who was Socrates, 1938) tratan de defender un “Sócrates real y humano” no reproducido en ninguna de las fuentes clásicas pero, como señala Ferrater Mora, ello deja sin explicación su influencia sobre tipos tan diversos de hombres (platónicos, cínicos, megáricos y otras escuelas posteriores que lo reclamaron como suyo).

Es cierto que con Sócrates cambia la dirección del pensamiento. Gracias al oráculo de Delfos descubre que la sabiduría consiste en saber que no sabe nada, y en vez de dedicarse a las vanas controversias de los cosmólogos y los sofistas, declara que el sujeto humano es el centro de toda inquisición y “conocer el bien” es la cuestión capital. De ahí que su imperativo “Conócete a ti mismo” sea la línea divisoria entre el subjetivismo relativista de los sofistas y el subjetivismo ético socrático.
                                                                  
FE EN LO SOBRENATURAL
Sin embargo, ello no significa, como pretende Nietzsche, que sea el destructor del mito a favor de la razón. De lo contrario no tendría razón de ser su humanismo ético basado en la humildad del saber, según el cual, la misión del filósofo es dar a conocer a los hombres su propia ignorancia, pues el único sabio es Dios. La inteligencia completa no es humana, lo conocido por el hombre vale muy poco. Su misión es religar y educar.

Además, Sócrates tiene fe en la voz sobrenatural de su demonio que le habla, le disuade pero no le impele a hacer nada. El demonio socrático no puede ser inexistente, metafórico (Fouillé), fruto del genio (Bastide), anomalía del instinto (Nietzsche), ético (Wilamowitz), psicológico (J. Riddel) o parapsicológico (Myers), sino, que es eminentemente sobrenatural (Apuleyo, Tertuliano, Clemente de Alejandría), metafísico y espiritual (Hegel, Jean Brun, Bergson).

Pero no solamente tenemos la alusión a Dios y a la voz divina sino la confianza que para el hombre de bien no hay mal posible más allá de esta vida y que los dioses no desatienden su muerte (tercer discurso de la Apología). Es decir, está convencido que lo  mejor para él es morirse y librarse de los disgustos de esta vida. ¿De dónde proviene este convencimiento de la “oportunidad de la muerte”? La respuesta la da él mismo cuando pide a los atenienses que molesten a sus hijos como él los ha molestado si antes de preocuparse de la areté (virtud) se dedican a la riqueza o a cualquier otra cosa.

Se puede pensar que es comprensible de un hombre septuagenario decir tales cosas por el natural cansancio de vivir y por sentirse sin ganas de luchar. Pero esto no se condice con el testimonio férreo y firme de su defensa ante sus acusadores. Por cual aquí no se trata de cansancio vital, se trata de otra cosa. La iluminación a este enigma nos sobreviene cuando dice: “Ya es tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Quién lleva la mejor parte? Eso no lo sabe nadie salvo Dios”.

El “salvo Dios” o solamente Dios constituyen la explicación religiosa definitiva de la aceptación de la muerte por Sócrates, quien decide intencionadamente emprender el último viaje. Hay en Sócrates una creencia escatológica por el bien futuro en el mundo del más allá. Virtud, razón y fe no son, por tanto, contradictorios en Sócrates, sino, al contrario, son  complementarios. Es razonable creer que una vida virtuosa tenga su recompensa en la muerte. Y esto es así porque lo escatológico no sólo mira al mundo tras la muerte, sino que reconoce que en el mundo de la vida hay verdades escatológicas insertadas en él. A propósito se ha dicho que Sócrates era agnóstico, lo cual es muy poco sostenible con estas palabras: “Si los ablandara con sus súplicas los estaría haciendo violar su juramento y estarían entonces sí, tanto él como los jueces en verdad ofendiendo a los dioses. Pero no es así, creo en ellos y por eso me encomiendo a vosotros y al Dios de Delfos para que me juzguéis conforme creáis mejor para vosotros y para mí” (Apología 35 d). Sócrates era creyente y no agnóstico.

El descubrimiento de la areté insertó a Sócrates más profundamente en el mundo religioso. Con lo cual se desploma la interpretación intelectualista y antimetafísica nietzscheana de Sócrates. En otras palabras, Sócrates  prefirió morir no sólo porque creía en la inmortalidad del alma sino porque estaba convencido de la justicia divina.

De haber estado desprovisto de esta convicción se hubiese convertido en un idólatra de la ley y del Estado (solución político-totalitaria de Livingstone) o en mero dogmático de la virtud (solución ética). Pero Sócrates no es ni lo uno ni lo otro, en vez de ello suma razones de índole religiosa y ontológico-metafísica:
·         Creencia en Dios,
·         voz divina,
·         inmortalidad del alma, y
·         justicia divina.

Y con este pertrecho metafísico emprende su último viaje sin retorno bebiendo la copa mortal de la cicuta.

POST SCRIPTUM
Yo creo que la motivación religiosa que tuvo Sócrates para morir es de especial significación para nuestro tiempo descreído y nihilista. Pues, las ideas y creencias del hombre actual prefiere ver la causa de la muerte de Sócrates en la funcional motivación ético y hasta política, antes que en la substancial motivación metafísico-religiosa.

El cuestionamiento abierto de la modernidad y las exageraciones relativistas y hedonistas del posmodernismo no han hecho, sino, demostrar que la cultura de la increencia ha hundido más al hombre actual en el materialismo y pragmatismo más decadente.

El ejemplo de Sócrates es paradigmático en nuestro tiempo para recuperar lo espiritual, lo metafísico y religioso, dentro de un sano equilibrio entre razón y fe, que haga posible la reconstrucción de la cultura humana.

Lima, Salamanca 29 de Diciembre 2012

jueves, 27 de diciembre de 2012

FILOSOFIA DE LA TECNOCIENCIA

FILOSOFIA DE LA TECNOCIENCIA
(Prólogo y Conclusión)
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

PRÓLOGO*

El hombre cosificado es el producto legítimo y natural de la civilización técnica, de la visión mecanizada del mundo y de la distorsión de lo objetivo por lo cuantitativo, medible y calculable. Su religión es la mecánica y su nuevo Mesías es la máquina. Sin embargo, la civilización técnica se vuelve cada vez más orgánica, hay un retorno a la naturaleza y su fase paleotécnica de destrucción de lo natural y humano va quedando atrás. En su lugar surge la fase neotécnica.

No obstante si la fase neotécnica en vertiginoso progreso no se traduce en mayores beneficios para la humanidad en su conjunto es debido a factores institucionales, es decir, razones de orden político y financiero vinculados no sólo con modos de pensar del capitalismo carbonífero, sino, del mismo capitalismo cibernético, megacorporativo y privado, que constituye la principal traba del cambio social. Y lo más grave de esta etapa hiperimperialista es que el organismo social se encuentra impedido de socializar los beneficios de la etapa neotécnica y se va descomponiendo en barbarie y depravación.

El hombre cosificado vive su prosperidad material en la nueva miseria del aumento de su densidad y cosificación. El hombre de la era cibernética cae en una profunda uniformidad espiritual, donde sometido a lo superfluo exige no reposo o contemplación, sino, una mayor dosis de placer. El hombre trató de aliviar su vida inventando la civilización de la máquina (siglo X), pero el capitalismo (siglo XV) exacerbó sus efectos nocivos, tanto en su fase paleotécnica como en la fase cibernética. Durante la fase paleotécnica la era maquinal y la mentalidad mecánica retroalimentó la degradación de un mundo deshumanizado. Ahora en la fase neotécnica cibernética devuelve la posibilidad de rehumanizarse. Y si sigue siendo su redentor blasfemo es en razón de instituciones sociales centradas en la ganancia privada que traban la socialización de sus beneficios.

En este libro no prima el espíritu constructivo como en Kant y Hegel, sino el espíritu no sistemático como en Nietzsche y Kierkegaard. Y aun cuando el título de la obra pueda hacer pensar en las obras críticas del filósofo de Kônigsberg sin embargo ha primado en sus páginas un carácter personal, poético y existencial. Así lo dejo, sin querer forzar su propio espíritu del cual surgió. Creo que la gravedad de nuestra crisis existencial exige por el momento un espíritu antisistema que promueva la vivencia directa en vez de encorsetar las ideas en la sistematización y la rígida ordenación conceptual. He reunido una diversidad de estudios que convergen en la crítica de la civilización cosificante, del hombre orgulloso de su riqueza, comodidades, ciencia y tecnología que ya no siente su alienación y vive tranquilo bajo una vida manipulada y niveladora.

La civilización cosificante no es la simple civilización de la alienación capitalista. No, es algo más profundo y serio. Es la sociedad en que medios (técnicos) y fines (antisociales)  colisionan como placas tectónicas que acumulan energía. La alienación no sentida, que no estorba ni molesta, expresión del pensamiento único tras una aparente cortina de libertad, no es fruto ya del desarrollo técnico sino de lo institucional centrado en el lucro privado. La civilización cosificante segrega una “racionalidad cosificante” que, a diferencia de la racionalidad instrumental de Max Weber y la Escuela de Frankfurt, supera la mera instrumentalización del pensamiento para avanzar hacia la abolición del pensamiento humano.

El ideal de la civilización cosificante (hacer que las máquinas piensen por el hombre) se plasma a través del impedimento político y financiero para socializar los beneficios de la fase neotécnica de la máquina. Este freno es lo que causa depravación y barbarie, es decir, cosificación. En el fondo se trata del triunfo del ideal aristocrático-militar de no pensar y vivir del puro lujo, transferir el poder de clasificación, conclusión y deducción a los circuitos cibernéticos, sustituyendo el funcionamiento abstracto del mecanismo pensante por una especie de razón subjetiva artificial. Es el paroxismo del pensamiento pragmático donde lo fundamental  es  lo  útil  y  los  medios privados sobre los fines sociales.

El desarrollo arrollador de la civilización técnica fue en sus primeras fases (eotécnica y paleotécnica) la crisis más sistemática jamás conocida de la razón, convirtiendo a la humanidad en esclava anética de un proceso que centraliza, burocratiza, nivela, mecaniza, racionaliza, fusiona los Estados en un Estado, engendra una comunidad de hombres dominados por la autoridad anónima del mercado y elimina del individuo la   posibilidad   de   fecundar   y  robustecer  su  propia personalidad. Esto fue impuesto bajo el nombre de la Ilustración, el progreso espiritual y la liberación de creencias supersticiosas. Así la denuncia de lo que se llama actualmente razón es la máxima ayuda que se puede prestar a la razón misma, atrapada de lo empírico y objetivante.

No obstante los refinamientos técnicos de la fase neotécnica han hecho que lo cuantitativo y lo mecánico sea más sensible a lo vital. La fase neotécnica conoce mejor lo químico y lo biológico. La máquina neotécnica se vuelve aliada de la vida, prospera la industria verde y ya es posible conseguir una fuente de energía no contaminante al convertir las plantas en combustible. Se hace imperativo la planificación del crecimiento y la distribución de la población. Lo que faltan son las instituciones políticas y sociales para el cumplimiento completo de la máquina, el cual después de un divorcio de siglos nos vuelve a unir con la naturaleza y lo divino. Hace falta un profundo cambio institucional, la superación completa de la lógica del capitalismo. Esto es lo que nos hace ver la crítica de la razón cosificante en la civilización técnica.

De ahí la necesidad de rehabilitar el mito y la religión revelada, como parte integrante de una teoría de la razón integral. Lo cual no significa que se renuncie a la verdadera esencia del ideal de la Ilustración, porque la auténtica salida del hombre de su culpable minoría de edad involucra reivindicar para el logos humano tanto el ordo rationis como el ordo amoris, razón y mito, conocimiento y religión, en un ámbito mayor llamado sabiduría.
G.F.Q.
*Tomado de mi libro Filosofía de la Tecnociencia,  IIPCIAL, Lima 2012, pp. 5-8.

CONCLUSIONES*

Si bien la filosofía ha denunciado el carácter metodológico-reductivo de la ciencia (Gadamer, Adorno, Habermas) tematizando las condiciones y los límites de esta forma de conocimiento en el conjunto de la vida humana, sin embargo, en la actual fase neotécnica de nuestra civilización es necesario que la filosofía reconozca el nuevo carácter metodológico-holístico de lo científico-tecnológico, la misma que pone a la humanidad en inmejorables condiciones para seguir avanzando en lo material y espiritual, subsanando las antiguas heridas que separaron a las ciencias de las humanidades y la religión.

El otrora divorcio de la Filosofía respecto a la religión impuesto por el empirismo moderno fue propio de la fase eotécnica y paleotécnica de la modernidad más de la modernidad misma, no de su actual fase neotécnica, dado que aquí se dan las condiciones al pensar para una vuelta al ser, lo natural, orgánico, ecológico y vital, la misma que abre la posibilidad de una metafísica más enriquecida y fecunda.

El imperio del desarrollo científico tecnológico actual ya no tiene por qué verterse en un desequilibrio social y humano que hace estragos en lo económico, social y cultural en el hombre actual. Pues el verdadero mal está  identificado  y  tiene  nombre   propio,  esto  es,  la economía dineraria, de la usura y del lucro del capitalismo. Pues la esencia misma del capitalismo siempre fue y seguirá siendo el lucro privado y no la felicidad de la comunidad y autorrealización del ser humano.

En este sentido aquí no confundimos la modernidad con el capitalismo, ni éste con la ciencia y tecnología, ni con el humanismo. Pues hay que dejar bien establecido que son tres las grandes líneas de desarrollo por las que se desarrolla la modernidad: técnica y ciencia, capitalismo, y humanismo. Todos los cuales son cauces dinámicos y no estáticos.

Incluso Schumpeter (Capitalismo, socialismo y democracia), el excepcional teórico del liberalismo, pensó que el capitalismo no puede sobrevivir porque sus propios éxitos lo conducen hacia su liquidación, decadencia que se expresa en la descomposición moral de la burguesía. Aun cuando no es difícil compartir su convicción de que el socialismo acabará por imponerse, no obstante no será porque la burocracia impide la innovación, sino porque la lógica del monopolio megacorporativo privado entra en colisión con la nueva fase neotécnica –como muy bien lo advirtió lúcidamente Lewis Mumford (Técnica y civilización)-, la cual exige para el avance de la humanidad la extensión del comunismo básico en educación, salud y seguridad social, hacia las finanzas, el crédito, la tecnología y la propiedad. Pero ya no se tratará de fortalecer el Estado centralista, deshumanizante y omnímodo del otrora comunismo marxista, sino de favorecer la actuación planificada y autónoma de las comunidades libres, en las cuales florecerá nuevamente la creación cultural humana, repotenciándose la conversión de la riqueza material en riqueza espiritual.

En este sentido se asistirá al canto de cisne de la democracia liberal y de la economía de mercado para que se abra cauce a la democracia participativa y la economía de la vida. Será el final del hombre sin voluntad, sin carácter, lleno de slogans en su cabeza, que no pensaba por sí mismo, un ser totalmente manipulable por el totalitarismo del mercado, que a millones de seres humanos le dice a qué hora despertar, cómo vestir, qué comer y pensar, cómo trabajar, qué comprar, cómo amar, y pretende dominar hasta sus sueños, su vida subliminal. Entonces habrá llegado el estertor del hombre que no sólo no sabe pensar por sí mismo, sino que no sabe pensar empática y comunitariamente.

Sólo así se pondrá fin al reino de la necesidad, al imperio del hombre anético, la barbarie cultural y de la razón cosificante, y comenzará el reino de la libertad, de la creación, del mejor entendimiento entre logos mitocrático y el logos logocrático, y la autorrealización comunitaria de la persona humana.

*Tomado de mi libro Filosofía de la Tecnociencia,  IIPCIAL, Lima 2012, pp. 312-314.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

NOVSIA un poema novelístico

NOVSIA
Un poema novelístico
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

PRESENTACIÓN
Por
Diana Maceda Sotomayor
Pontificia Universidad Católica del Perú


Reflexiones poéticas
En esta obra, Gustavo Flores Quelopana se muestra en su faceta poética, aunque sin olvidar su labor de filósofo. NOVSIA tiene de ambos, si tuviera que darles una denominación a los textos presentes en esta faena sería el de reflexiones poéticas. Ya que si bien por un lado el autor discurre acerca del quehacer poético y filosófico, así como sobre lo divino y la vida cotidiana; no deja de labrar las palabras con que se expresa hasta darles la belleza y la armonía que requieren.

La temática
Los temas en los que se insiste en NOVSIA son reflexiones sobre la existencia, el ser y lo divino; asimismo,  el amor y lo erótico son las principales materias que rondan estos textos. No se pueden dejar de lado los pensamientos acerca de la felicidad y del tiempo que son plasmados en NOVSIA, así como el discurrir sobre la importancia de la filosofía. Y aunque de ser estos considerados los grandes temas de la humanidad, el autor suele abarcarlos a partir de situaciones terrenales, y hasta cotidianas.

El misterio de la vida
Por otro lado, las cavilaciones sobre la vida y la muerte también recorren NOVSIA, no como dos entes extraños y distantes entre sí, sino muy cercanos el uno del otro. Son el comienzo y el fin de un círculo, en el que la poesía y la filosofía nos ofrecen destellos sobre el misterio de la vida y nos enseñan a sobrellevar la muerte, aunque no siempre aprendamos. Y, a un nivel divino, es la dualidad del caos y el cosmos los que representan el inicio y el fin, la vida y la muerte del mundo. El cosmos como símbolo del origen y de la creación, mientras que el caos es destrucción, más indica la venida de un nuevo comienzo.

La circularidad
No obstante las ideas antes señaladas, no solo se expresan a través del contenido de cada uno de los capítulos, sino que también se pronuncian por medio de la estructura del libro. El contenido y la forma de la obra se articulan en un todo que desea comunicarnos las sensaciones e intuiciones del poeta ante la realidad que se le presenta. Cada capítulo inicia y termina con una misma frase, y esto, obviamente, no es gratuito, es una manera de indicar que cada capítulo es un ciclo, y por qué no imaginar, además, a todo el libro como un ciclo, que termina y vuelve a empezar, o mejor dicho, que no posee principio ni final porque son lo mismo. Sin duda, la idea de lo cíclico y de la circularidad están presentes en toda la obra: la vida y la muerte, el cosmos y el caos

Los epígrafes
Ahora, considero a los epígrafes el leitmotiv de cada capítulo ya que he percibido que existe una relación íntima entre la cita colocada como epígrafe y el texto que le sigue. Por ejemplo, cuando en uno de los capítulos el poeta debe pronunciar un discurso sobre la importancia de la filosofía ante un público juvenil, el epígrafe que antecede al relato pertenece a Cicerón, el gran orador. Y nuestro personaje termina por seguir una técnica de la oratoria para captar la atención a los alumnos, quienes en un comienzo lo miran sin tanto interés. De alguna manera, cada una de estas frases citadas es, luego, desarrollada en la reflexión poética que le continúa. Además, al mismo tiempo, NOVSIA es un recorrido por algunos de los más representativos intelectuales o artistas de todos los tiempos y espacios. Es esta, también, una manera de leer dicha obra.
 Una búsqueda
NOVSIA está lleno de reflexiones, intuiciones, preguntas e intentos de respuesta; pero, igualmente, existe una búsqueda del amor, de la felicidad, sin dejar de lado la búsqueda de la belleza de la palabra necesaria para representar con la debida fuerza los cuestionamientos que nos nacen de las profundidades del alma y las inseguridades que nos da la vida terrena.

Lima, Surco 29 de setiembre 2012  


AUTOEXÉGESIS


Y aquí me tengo nuevamente, en esta oportunidad quise escribir una cosa y me emergió otra.

Este breve escrito ha brotado como una súbita exhalación no de mis manos sino de mi corazón. Con esto no quiero atribuirle ningún carácter romántico. Por el contrario, confieso que la intención primigenia era escribir una novela autobiográfica pero el hado travieso de Euterpe, la musa de la poesía lírica, se entrometió, me interceptó en el camino para manifestarse con una exaltación extraña, colindante con el horror, el vacío, la angustia y el absurdo. Lo cual no es extraño en el mundo de hoy donde el hombre está contra lo humano.

Pero así como de intensa fue su revelación, también fue breve su duración. Rapsódico rapto que apenas duró dos semanas. Sin forzar la inspiración así he querido dejarla, sintética, sin digresión, ni episodio, con imágenes inconexas, con sustantivos y pocos verbos, con retórica libre, hermética, oscura, sin rima ni metro. Todo incita a la liberación de las emociones básicas de la psique. Pero a este nivel nada se deja encerrar en una fórmula, ni a ser sometida a principio, número o técnica.

Es comprensible, entonces, mi perplejidad en fondo y forma al sentirme abandonado por la musa. La consecuencia en todo ello no ha sido ni una autobiografía, ni una novela, ni un poemario. Yo diría que es una inaudita novela poemática, una novela lírica. De allí el título Novsia, nov de novela y sia de la terminación poesía.

Se supone que parecido experimento realizó César Vallejo con el extraño nombre de su desconcertante poemario Trilce. En la literatura peruana un caso similar de experimento novelístico ocurrió con Martín Adán y su Casa de Cartón. Sólo que tengo la impresión que en mí se acentúa más la nota surrealista.

Como se sabe, la técnica central en la formación de la imagen surrealista es la yuxtaposición de los opuestos. De ahí su aparente incongruencia y dificultad de control voluntario. Pero aquí no escribo poesía surrealista como Arthur Rimbaud, André Breton, Xavier Abril, César Moro y Adolfo Westphalen, sino, que resultó una novela surrealista.

Y esto ha sido impremeditado, advenedizo, casi automático. En todo caso, sí doy testimonio de que he sido consciente de vertiginosos extravíos líricos no ajenos a la incursión en la esencia de la poesía o, como expresaba Heidegger, en aquel estrato ontológico de “instauración del ser por la palabra”.

Sin embargo, esto hay que entenderlo bien. No se trata de un ejerció semántico ni estilístico, sino de visiones   extrañas   que   sobrecogen   el  ánima  hasta  lo indecible y todo esto acontece a través del vehículo de la palabra. Lo cual no quiere decir que lo lírico cae por entero en la perspectiva del arte verbal, como sugiere Jakobson, sino que hay ámbitos no lingüísticos que intervienen.

Y si en sus líneas el tema de lo divino es reiterado es porque en el trance poético se siente la huella de Dios. Por último, sólo dos veces uso jerga melográfica. Leitmotiv significa motivo-guía y Finale Subito o último movimiento de una composición que indica que la pieza ha terminado. Así doy por concluido el breve y extraño escrito.

Ramón Gómez de la Serna ha dicho que en el hombre todo es camino. Y hay caminos y “caminos”. El camino seguido en esta obra es el de la necesidad de lo Absoluto, como un rasgo noble pero también atípico para el hombre posmoderno de fines del siglo XX y comienzo del XXI. Por tanto aquí el héroe es anti-Fausto, enemigo de entregarse sin freno al dominio del mundo perdiendo su alma, y, por el contrario, va en dirección opuesta al super-hombre fáustico incapaz de aceptar su limitación y finitud. Karen Horney calificó de neurótico al prototipo fáustico que quiere conocerlo todo. Y este es justamente el perfil de la personalidad enferma del hombre moderno de la civilización técnica.

Esa aspiración a conocer todo, tener todo y desear todo, incapaz de aceptar su limitación, es lo característico del hombre mercantilizado consumido por la inquietud y devorado por el deseo. Se trata de un superhombre que en el fondo se revela como un infrahombre, hombre sin medida ni propósito, carente de confianza en sí mismo, que se siente pequeño ante los demás y su externa alegría es en el fondo una interna desolación. Contra todo esto se yergue este texto, en una profunda aspiración por recuperar nuestra humanidad, y cuyo espíritu está animado por un pathos donde lo irreal no equivale al activismo devastador del extravertido descubridor fáustico sino que se constituye en un viaje al infinito interior donde lo inmanente se enlaza con lo trascendente. Bachelard afirmó que hay poetas del aire, del fuego, de la tierra y del agua. Aquí la sublimación más típica es la aérea, donde la inspiración convertida en aerolito se bifurca por las constelaciones sin fin, pero buscando siempre el comienzo.
Un viejo adagio dice que “no hay hijo feo para ninguna madre”, más hay que añadirle que “tampoco para ningún padre”. No obstante, invité a dos apreciados amigos a expresar su opinión sobre el presente escrito, los cuales no hacen de comadronas aunque sí de padrinos. Yo he preferido escribir estas cuartillas antes de leer sus estudios y dejar así al leyente a que desembolse sus propias conclusiones tras leer todo el conjunto. E plúribis únum o “a partir de muchos uno”.

G.F.Q.
Lima, Salamanca 28 de Agosto 2012



N O V S I A

 

LEITMOTIV

Polvo seré, más polvo enamorado
Quevedo

Qué difícil es leer en Lima cuando inverna. Debe ser porque su mar es una piedra antigua que está en liquidación. Se me congelan los dedos, mi nariz es un botón de hielo y mis pies piden la atención que reclaman mis lecturas. Para colmo la pelada en mi cabeza aúlla como lobo de estepa y también me distrae. Y de lo lejano no cesan de clamar las voces de las almas de viejas huacas arrasadas en el paisaje citadino. Quiero concentrarme en la lectura pero me toca el hombro el grisáceo cielo y me pide que lo escuche, que lo comprenda, que le preste un pañuelo para secar sus penas, me promete dejar un rayito de calor sólo para mí, yo no le creo, lo miro escéptico, a lo Montaigne, y me tira la puerta junto con una gélida mueca de desdén que me llega hasta los huesos. Apenas he pestañeado unos párrafos y la tiránica hora se descuelga de la pared para increpar mi descuido cronológico, me sacude  las solapas del alma, para que salga de ahí, me pide que le haga caso, me señala mi adormecido estómago que tranquilito no muge, me deja leer, bueno es él, brinca hasta las ollas y como piedra que ha de caer insiste en que es hora de atender otros menesteres. Estoy solo, debería hacerle caso, pero las horas de mi alma no son las horas del tiempo, su tic tac tiene un no sé qué, obviamente no pertenece a este mundo, espero que no sea del otro, que no me jale de los pies, yo sólo quiero leer, una galletita a las once, una bebida a las doce, me levanto a estirar las piernas y a calentar lo recóndito, que siempre ríe, nunca está triste, es un sol alegre, se distrae muchas veces, no me hace caso, tiene su mundo, yo tengo el mío, como las sombras que pasean por mi casa pero que son tranquilas. Me llama el poncho, amable, caliente, esperanzador, me dice que podemos ganar al invierno limense, que no durará, y mis dedos que bailan alegres para sacar las gotas heladas que se anudan en sus yemas. Qué difícil es leer en Lima cuando inverna, porque su mar es una piedra antigua que está en liquidación.

 

CAPÍTULO I

Sólo al no parecer pasa la vida
Porque viento letal es la mirada.
Martín Adán

Quieres saber cómo me masturbo, me pregunta ella sin motivo, mientras no cesa de mirarme las bragas. Cómo adivinar que una estrella tan linda tuviera un brillo tan opaco, cómo saber que su estela de cometa volara sin altura. Me siento como tratando de tocar el agua sin mojarme, no soy nada, no soy nadie, soy tan sólo un ente fálico provocado hasta el hartazgo. Me hubiese gustado seria, inmaculada, virginal, paralela con sus hermosos ojos de girasol, sus delineados y finos labios de capullo, su afilado rostro de marfil; oh! tan bella fachada en tan descuidado jardín. Yo, sentado en el confortable de mi sala, la agüeito tratando de descifrar el enigma de esfinge de su estrecho cuerpo de pie. Si los zarzales lúbricos de su vida no ahogaran el rosal de su alma más bien me estaría inquiriendo si la amo, si suspiro en plenilunio por sus senos, si estoy presto a morirme por su dicha. ¡Pero no! copulatoria, ipso facto la Afrodita me espeta un clima orgiástico, me reclama con delicia la spermata, y el cernícalo  que  todo  hombre  guarda  encerrado  en  siete llaves no se suelta estragado, está contenido por el duende del signo, un sentimiento tan puro que ella no comprende, más el azor agita las alas, olfatea el sahumerio de hembra férvida, y el incordio de su interpelación flota bermejo, uxorial, cinegético, impúdico, como extraño acíbar mezclado de ambrosía, y va trepando desde las piernas desnudas hasta la pendencia del chakra semental. Barrabás empuja mi bajel como piara para seguir la travesurita estragada de la bella moza, y yo crisopéyico, alquimista, me observo como rancho baldío, antiguo y al socaire de una turbia entropía. Cómo adivinar la cábala de sombras negras, disfrazadas de lutos con sus uñas largas, que salen de las iglesias con sus brazos como colgajos, sus hórridas almas brunas, con velos de Euménides, si me arqueo como embeleco de pasto labrado. Y el nenúfar que no me quita la mirada y con sonrisa maliciosa remacha: Quieres saber cómo me masturbo, y no cesa de mirarme las bragas.


 

CAPÍTULO II

¡Oh muerte que das vida!
Fray Luis de León

Como saltador de pértiga olímpica, esta tarde mis ideas me han sacado a pasear. Yo, como siempre, sin ganas, quería quedarme entre mis libros, seguir oliendo el vetusto aroma a neblina de infolio, pero ellas, como dueñas antojadizas, han querido salir. Me pudieron dejar, volar solas, pero clementes se acordaron de mí. Estoy sentado departiendo entre ellas y con mi amigo de barba caifásica, que luce un voluminoso vientre bisiesto, y unos ojos pequeños de puercoespín. Le decimos Kiko. En la conversación miraflorina ellas esculcan lo horizontal y lo perpendicular. Las veo tan pronto subidas al sauce del parque como trepando en los juegos infantiles de los impúberes. No me preocupo, ellas cuidan de mí, yo no de ellas. Mi amigo me habla de la singularidad cósmica, del gravitón y del bosón, por ratos suena como si él estuviera en trance poético, etéreo, impertérrito se me confunde con la banca de madera, y a ratos pareciera como si el parque hablara  por su voz. Ya no es él, es el todo, holístico y recóndito, circular y esférico, la areté de su razonamiento rueda blando por la yerba, como la pelota multicolor que se le escapa a una bebé de las manos. Sopla el viento frígido sobre nuestra sien, cruza una torneada hurí que nos rapta la mirada, hasta las ideas resultan saciadas, y es que la Verdad echar de ver a su hermana la Belleza. De pronto la tertulia se torna baladí, las ideas se han cansado de jugar, enjuto el pensamiento, estólido el gesto, el ensimismamiento se impone y como cariátides que sostienen frentes cansadas sólo miramos la oriflama de la vida y los arpegios del silencio. Mi amigo se pone de pie y nimbado de apetito huye a su vergel heliogábalo. A mí me espera todavía una hora de viaje de retorno a casa, pero no me preocupa porque como saltador de pértiga olímpica, esta tarde mis ideas me han sacado a pasear.


 

CAPÍTULO III

Pocos hay viejos y dichosos
Séneca

Me despierto con la nada del antes y la nada del después, aunque pienso en ella desde el alba todo me parece ser pura posibilidad. Ante la angustia de no poder cumplir todas las posibilidades que se despliegan ante mí, me siento culpable. La posibilidad vivida de que ya no haya más posibilidades ante mí no sólo es la muerte sino también la vida. Tu amor que deseo y no lo tengo es pura temporalidad en la posibilidad. Yo te asumo sin subterfugios mortales, no te anticipo ni te retrotraigo, es mi ser imposible que no me pertenece, que adviene sin que lo pida y te desea sin poder tenerte. ¡Señor! Si ella ni sabe que la quiero, por qué creo que la llevo latiente en mi corazón, si las mañanas son noches y las noches son días cómo atrevo a alzar la mirada al Gólgota de mis congojas. Tú ya no estás, te fuiste con el crepúsculo del después y la esperanza de lo ulterior, y sin embargo ebrio de soledad vago como sombra que huye del tiempo y vela por embarcarse en los arrecifes del destino, sin ti, con ella,  solo  como  la  piedra  arrojada  al  mar,  toco la vida como quien da golpecitos a la puerta de una casa y sólo me contesta el silencio, y comprendo que son los mugidos de la alborada en flor, de la preñez de lo ahíto y el rebote de un no sé qué que ulula como las olas del mar. Si el presente es como los besos de mis sueños, que se empeñan por ser perennes cuando clamo por no despertar, si mi sonrisa lleva como alforja un profundo lamento por no tenerte, ni encontrarte, entonces dime qué es la existencia que es sin ser siendo y que no es siendo lo que es. No sé si soy porque siento o porque no siento, pero mi sentir es como una bruma que se afloja y se diluye como vaho que fue en un presente que ya no es.
Si yo no permanezco en mí ser, sino tan sólo la devoción de mi amor es la fina cuerda en que tiendo mis alegrías y mis penas, dime entonces cómo es ese milagro del existir. No respondes, no importa, tampoco lo entendería. En pocas horas ya llega el mañana en que me despierto con la nada del antes y la nada del después.

 

CAPÍTULO IV

La manera de hacer es ser
Lao Tsé

Hoy es domingo y festonean mis alegrías como seda china. Se han despertado antes que yo, se han desprendido de los sueños al compás de las palomas que en esta mañana fría ni siquiera emprenden vuelo y lucen en los postes públicos como gorritos de arlequín. Quieren revivir pasadas y nuevas ilusiones, saben dibujar prístinas alegrías en la pizarra gris del cielo limeño. Y sin mirar las hipotenusas que serias echan un vistazo a su candor, ellas se libran a la ilusión, al juego y a la piedad de ser felices como siempre lo fueron desde el empíreo. La pelota ha esperado serena siete días en el patio, se la ha pasado conversando con las tórtolas, los pichones y los pinzones, animadamente contando sus proezas domingueras que permite hacer a nuestros pies. Ya la escucho y dice que está de levita, presta a combatir porfiadamente como gladiador en una nueva lid. Mis fatigados huesos la escuchan, sonríen amables por pasadas hazañas y renovados ensueños. Todavía Salamanca duerme, mi futbolero hijo le sigue, la quimera no quita sus favores de los párpados de todo el barrio. A lo lejos apenas se deja escuchar el paso espaciado de un solitario automóvil tras otro. La modorra de fin de semana da mil vueltas en los lechos, el silencio quiere seguir imperando en la ciudad de los temblores pero comprende que tiene tiempo extra los domingos, entonces se solaza imperativo con su realeza ubicua de trono africano. Lo ven pasar ceremonioso con su larga cabellera azul profundo y recibe al unísono el saludo del trino melodioso de los pájaros y el ladrido severo de los falderos. Nuevamente todo es silencio, el descanso tiene patente de corso este día, estamos en la Tierra y aquí las cosas son así. Allá arriba en el Hananpacha y por allí abajo en el Ucopacha las cosas son distintas, pero aquí sin ser perfectas pretenden ser buenas. Hoy es domingo y festonean mis alegrías como seda china.

 

CAPÍTULO V

Veo el recinto bajo el sol,
Y la cúpula blanquecina
Federico Mistral

¡Mi gato duerme como Sultán debajo de la fuente del Palacio moro de la Alhambra, junto a los marmóleos leones, y yo también! Me llevaron los gendarmes a la celda fría por insistir como mi gato en dormir debajo de la fuente del palacio de la Alhambra. Protesté como protesta todo buen cristiano. No me hicieron caso. Al contrario, los celadores del Palacio primero me tomaron por ido, luego al ver que mi determinación iba en serio y que no atendía a sus caras airadas, lo intentaron por la fuerza y me resistí. Por las buenas, entonces, lo pretendieron. Llamaron a los curadores de mandil blanco, los cuales con sus explicaciones sobre la transpiración humana que haría daño al mármol de los seis leones recién higienizados tras siglos de moho y herrumbre tampoco me convencieron. Fue cuando recurrieron a la fuerza pública, la misma que me pone ante Usted su Señoría. Y como me pregunta por mis motivos  por  los  que  quiero  dormir  allí  como  mi gato, porque además le expreso que antes nadie me lo preguntó, digo que soy hombre gótico en ánimo vertical, barroco en el desarrollo complejo y romántico en el impulso sentido. Del vientre de mi madre no salí rodando como todos, sino con pipa doctoral. La potencia tranquila de mis lluvias andinas jamás me da dolor de cabeza. Culto y releído soy un jubilado a quien se le desborda la esencia, nunca estropeé lo público ni privado, mi talante pacífico gusta de paseos parnasianos y suele resbalar por disloques surrealistas, aunque algo obstinado dos veces enviudé, duermo bien despierto, mi cuarto concluye en el viático inverecundo de diosas derramadas,  no tengo depresiones ni sufro las soledades de los poetas, simplemente que reclamo para el ser humano que soy, el derecho a poder dormir como mi gato, siquiera por tres infinitas lunas, pues llega feliz a casa y yo quiero esa felicidad, no hay sinrazón que siendo hombre creado por el Señor no goce de tal derecho. El Juez asintió. ¡Mi gato duerme como Sultán debajo de la fuente del Palacio moro de la Alhambra, junto a los marmóleos leones, y yo también!



CAPÍTULO VI

No hemos nacido solamente para nosotros
Cicerón

¿Para qué sirve  la Filosofía, sino, para adosar con plumas las espinas de la vida? Cierta vez, durante mi estadía en la ciudad de Bucaramanga, hermosa ciudad colombiana donde fueron a dar mis huesos para dar una conferencia sobre las “Filosofías Ancestrales” en la Escuela Normal de dicha ciudad, se me acercó cariacontecida una rozagante profesora santanderina y me preguntó si tenía tiempo para acompañarla a su salón en el segundo piso para exponerles a sus normalistas algunas breves palabras sobre la importancia del estudio de la filosofía. Atravesamos un patio revestido de columnas conventuales, conversábamos cosas intrascendentes mientras subíamos las escaleras, marchamos otro trecho de pasajes con pisos de porcelanato antiguo, y en mi interior no cesaba de buscar los mensajes adecuadas que hiciera comprender a dichos oyentes sobre la importancia del estudio de tan alambicada y abstrusa disciplina, pero a cada el empeño resultaba infructuoso, ninguna fórmula me parecía conveniente, las ideas evasivas huían de mi mente, la profesora abrió su salón, los alumnos estaban esperándonos en sus pupitres, las miradas de unos reflejaban interés, otros curiosidad, estotros indiferencia burlona, pero el ambiente general, iluminado con los rayos de sol que entraban por las ventanas, favoreció una inesperada y repentina inspiración que mirándolos a los ojos les inquirí:
-Alce la mano el que no quiere ser feliz.
Nadie lo hizo. Entonces volví a la carga.
-Eleve la mano el que no quiere ser amado.
Y nadie la levantó. A continuación solicité lo mismo respecto a la justicia, el bien, la belleza y la verdad. Y nadie osó levantar las manos por tan extrañas preguntas. Entonces, les dije unas breves palabras finales:
-Justamente porque a todos ustedes les interesa esos excelsos valores pueden sentir la mayor estima por la filosofía, pues esos son sus temas supremos.
Los ojos de los pupilos brillaron de admiración por la entraña tan humana de la filosofía.
Hoy que todo esto lo vuelvo a pensar agrego que la filosofía es como la rosa, necesaria por inútil, hermosa y misteriosa. ¿Para qué sirve  la Filosofía, sino, para adosar con plumas las espinas de la vida?

 

CAPÍTULO VII

Poesía, tú no vas: Tú vienes  de originarme,
Martín Adán

Hago poesía para olvidar que porfío en la mortaja de la vida. Ante la nada que ha quedado el amor, revoco tu perfecta voz ensortijada de sonrisas. ¿Será ésta la nada de Dios? ¡Oh mi pobre Musa! Si la vida es apenas como un río en que echamos barcos de papel, como la gitana que arroja las cartas del destino sin saber de quejidos ni suspiros. Juglaba Dios como el gorrión, rociando sin mengua su esencia florida. ¡Obre la muerte su miel! ¡Amase la vida su hiel! Si la humanidad tiene en el corazón tu llamarada, que lo ilumina como la luna grande en pleno día. Rediviva poesía, artesa de besos y dolor. Poesía, eres como el amor, nunca serás tan cerebral como visceral. Fluyes vaporosa como humo de sacrificio, pechando hondo en mi cuerpo y pena, áspera y ceniza, adánica y cainita, ensalmas la losa que llega al alma y clavas profundo tu colmillo de marfil. Aquella puerta sin puerta del horno insaciable del averno, queda pigmea ante tu garra del olvido, que no se acuerda de no recordar.   Huelo   el   desayuno   de  todas  las  mañanas, incluso de aquellos que no tienen desayuno, y no dejan de soñar. Tú te acuerdas Señor, de nuestro olvido, de los rescoldos ignorados por nuestra nadería. Y la noche se pega a la mejilla, escuchando su voz callada de melancolía. Esta pasión acosada de visiones baña nuestro rostro de lágrimas. Si me estrello como el pétalo en la brevedad, curvo y crispado el hacha de la dicha acomoda su filo en nuestros cuellos. A ti, mujer, te es propio el éxtasis del cuerpo. Al flechado hombre, el éxtasis de la mente. Ya todo es pasmo, ya todo es cisma, como la substancia misma, rueda en ubicuidad la materia hermafrodita, intemperada creatura, raigambre de soledad verdadera, ovillo de envergadura. De celestial singladura cayó el orgasmo, lírica, futura y pura. Carente de metro octosílabo se yergue el tenebroso relámpago en la errabunda esfera. Su certidumbre es un epígrafe de un gesto mayor, donde jugamos a ser y no ser. Hago poesía para olvidar que porfío en la mortaja de la vida.

 

CAPÍTULO VIII

Mi corazón palpita cuando miro un arco iris en el cielo
G. Wordsworth

¡Esta noche estoy en llamas por el rizo de tu blandura que acaricia mi páramo! Salte pueril un beso de tu boca ardiente. Ninfa panspérmica de hojas festoneadas y espinosas. Tu primavera escancia la manzana del paraíso, como mucilaginosa sustancia amorfa que desgaja la pastora en el velamen de su prosa egóglica. Suelo idílico de hembra que digitas el ansia del hado mío. Mientras que el licor del ojo alerta, como la sombra del acanto de flores rojas, van gritando la inmortalidad del que sueña el circunloquio de la estrella. Y la hora dorada que espeta sus hedores en la canícula ardiente de tus labios…mientras el tumulto alucinante de la blanca luz brota de las aureolas de tus pechos de hembra sola. Y yo me muevo a tientas ciñendo como monstruo marino tu hermosura…Tu mar de sirena se da ignota, como rosa de los vientos que impulsa mi bajel…yo ya te conozco…yo ya te he amado…y no obstante, todo es nuevo y maravilloso…Y la ensenada del mundo que agita innombrable la violácea realidad malévola, que atisba con descuido en la playa deshumanada de nuestras escamas… ¡Ay, eternidad arrebatada! Alud de túes efímeros que se desgarran en amores soñados… Y a lo lejos ulula la tregua del deseo de vivir y la oscuridad del desayuno del morir… ¡Trémolo hombre caído! Suspenso pasas rozando con tu arpón las grandes olas estelares. Y la arena de antiguos naufragios se desquita en nuestros amores de aurora; mas quiero el espesor del halo de tus ojos, que se mecen en mis sienes como almohada, y esa copa que mantienes rehén de olvido para la parca inerme, yo no la quiero, pero no la temo, será en su momento bienvenida, porque la fragancia de tu amor, ¡algún día alma mía!, me dará la vida eterna. Perder y perseguir una elegía, cuando sin mensura voy dando tumbos como número gótico en el fondo de tu alma, yo no sé de exhortos quietos, de paz lejana, ni rosa distante. Danza, mi bien, que estos huesos que mantienes por la carne arrebatada y el corazón ahíto se descolgarán un día de la hora inquieta para ir mudo hacia el eterno mañana.
¡Esta noche estoy en llamas por el rizo de tu blandura que acaricia mi páramo!

 

CAPÍTULO IX

¡Oh, si esta carne, sólida, tan sólida,
Pudiera derretirse, liquidarse (Hamlet)
Shakespeare

Soy siendo sin haber sido. Si tu rosal de vidrio que trepida romance hila como llanto de Luna desde lo hondo de un velo, si la cadencia zángana de tus suspiros resuenan duro y perfecto en la vividera de mi cuerpo, si la cifra negra que me persigue toca ritual en tu cofa de piano, si el silbo de tus deseos conjura los olvidos en los lamentos de los vientos, ¡uf, que miseria! Si el estertor moribundo de la vanidad del mundo pinta con inefable acento la avidez insaciable de extrañezas, si la Muerte aduanera otea perseverante como epígrafe de cadalso, si el hermoso cielo luminoso nos llega yacido en pupila ciega, si esta playa  revestida de espuma acaricia tus pies como hechizo de perlas, si detenido en el olvido de tu belleza la Esfinge labra noctívaga y sin desmayo la ultimidad de tus ancas poderosas, si la víscera del Sol despliega su rayo impetuoso en el palmo de tu redondo vientre, si todo rebulle, tiembla, se sofoca en la marea eviterna  de  un  mañana  que nunca cae y de un ayer que nunca fue, si el sido es un nadir donde el tiempo valetudinario arrima su codo en la sien, si el río glogotea despintando la roca dura y la caliza gea, si toda la sangre que corre en el mundo es el curso real de un navío agridulce que despabilado reluce su ceguera, si los verdaderos poemas sonoros hacen cadena andrajosa y quebrantada para detener el olvido de la memoria sin recuerdo y el recuerdo sin archivo, si mi mano de poeta pesa en las líneas ceñudas de mi frente los secretos guardados en el sepulcro del Bendito, si, en suma, quiero sujetarme en el es que no es, sino siendo en un será incierto y un sido que ya no es, entonces, aunque me aferre a la onda de un errar inseguro y furtivo, soy siendo sin haber sido.

 

CAPÍTULO X

Estamos cuerpo a cuerpo, estamos contra el suelo
Nacemos dondequiera y no tenemos límites
Pablo Éluard


¡Prendido en los atavíos de luz vivo abrasado y me quemo nonato en cenagosa estrella!, combusto por el embate alado de un sino incorpóreo, que ruge cual dragón herido en los silentes cielos, donde refulge la belleza como es y como nunca ha sido. No soporto el reverbero de sus olas que suspiran en mi pobre carne, el marfil mullido de un lugar sin epitafios, sin tumbas ni olvido. Quisiera ser de allá pero mis párpados enjugan el espasmo de un acá, con leña, fuego y descuido. Yo cierro los ojos de mi alma para no ver, pero imposible, se trata de una luz que es más antigua que el día y la noche, más arcaica que la tiniebla, pero paralela al vórtice de tu amor. Me aniego, sofoco, ahogo con el corazón estrujado por los acordes invisibles de su invocación misteriosa. No hay dios que detenga su ruido, que alivie esta locura, pobre mente sombría hecha de luz y que no soporta la mayor ansiada luz. Si estamos hechos para ella, por qué este sufrimiento, este azogue que escama el sentimiento y diluye el pensamiento. Son como grapas en el pecho que a cada respiro recuerdan nuestro origen y destino. Un ritornelo de dolor y dicha, matrimonial astronomía, que signa la bahía azulosa de iterados recuerdos, adonde el tiempo enjuga sus infinitos de flores, misas y ensueños. Y la luz cavadora me ha herido de hambre sabatina, hasta hacerme acariciar al niño que guardamos muy adentro, muy a la mano, muy siempre, en el yo mismo, no engendrado ni muerto. Así ha de ser, así será, embriagados de rocío y niebla del mar… ¡Sombras de luz a cada instante! De domingo a junio, de octubre a lunes, siempre la luz, la cegadora irradiación que está delante y detrás de nosotros, con nosotros y a través nuestro. En el gesto, en el ternísimo cero, en el aire del precipicio, en la columna de tus voces y en los caminos de nuestros hermanos. ¡Prendido en los atavíos de luz vivo abrasado y me quemo nonato en cenagosa estrella!

 

CAPÍTULO XI

Solamente lo interior es cercano,
Todo lo demás es remoto
Rilke

¡Entre la mente de Dios y el principio del mundo, mora el glacial silencio!, sin pulso firme en el torbellino del mar, el estanque de baba del mundo fluye con                       algas y arena como fuente de eterna juventud. Desde la solera del mero protozoario hasta las alas níveas del etéreo ángel, el confundido hombre se abate como rama inclinada al árbol sin oración. Con abrigo de bicolor coleóptero arrastro en ligera humedad la armonía del verso, mientras que despabilado el flamígero Atlante se zafa de los astros para navegar en la cerrazón de tu envergadura ilimitada. Arriba, la mudez del ígneo cometa recita vectoriales sonidos de plata,  que en cascadas saltan en sus entrañas minerales del no ser al ser. De ti, el paquidermo amparo que modela languideces, son ya las voces del horizonte que lamenta la noche de lava, que ciega reluce de cruces cristalizadas entre  Psique  y  Eros.  ¡Ay, pregunto, por qué la filosófica consistencia que flamea impúber en los colgados corazones! En el derrotero de endechas aflicciones lo huero marea, modelando la onda inorgánica del orgasmo infecundo. ¡Tumba que rebulles en mis adentros! Que revientas la carne del alma y las uñas de los pensamientos, disipa estas vivaces piezas incólumes de nostalgias y sueños. El hombre es un cactus tenaz anonadado por el florete venenoso de la muerte. Toda la tierra es un vértigo coloreado que agoniza lasciva entre los filamentos de la corola que nunca cae y que jamás deja de flotar. Quimera que surtes el incontestable río, arrimas la costa ardiente al Absoluto iluminante. Y la breve flor sentada en un banco de arena, ha fijado con voluntad pura recibir la clausura del tiempo. Sin gozo y consternado voy ahumando la escasa miel de mi colmena impelido a desandar una insondable profundidad de nenúfares serenos. ¡Entre la mente de Dios y el principio del mundo, mora el glacial silencio!

                                                
FINALE SUBITO

Solamente lo interior es cercano,
Todo lo demás es remoto
Rilke


¡Por tus pestañas adivino el torrente de desierto ignorado! Apártate lobo de estas hondas flores que caen por la mejilla de la Luna. Si ardido por la brasa del océano caníbal veo desatarse la furia de tu deseo y deleite saturnal. Tan poco duran tus facciones estériles que entre tanta nube preñada de horizonte entreveo la ciega fortuna y el apreciado camino que aturden las sombras que derrocha tu hermosura. Sancho de celos voy por estos lances venturosos pleiteando digresiones con Dios, pero no te asombre si te pesa el corazón por infernal pasión. Llegó la hora con la sonrisa calavera en que se caza, se medita y trasnocha; ella en su alcoba y yo prodigando licor de estrellas mientras la viandas crúzanse acogotando el horroroso apetito. “Ámame”, dice ella. Y la luz del firmamento con semblante de oración fervorosa me arroja como tigre a apurar el voto de delectación. Cayó ella sin sentido, tendióle la tierra de espaldas, como el jardín puro que mira a los balcones barbados y melancólicos exhalar su ronco trueno de benditos remordimientos. Más tiéndeme la mano en velo obscuro porque este bamboleo vacilante recuerda la estancia planetaria que purga con su elipse. Y la luz prosigue con su afilada punta, pasó largo tiempo embozando su mirada, donde las tinieblas se pierden y el relámpago tose. Lector de buena memoria entregadme en esta noche castellana todos los sueños de gala y mis muchos arrepentimientos. La hora sonó, el mundo se espanta, ocúltate púdica flor, que en ardua carrera de la azulada esfera los eternos fuegos cabalgan con estrépito para anegar nuestra sacra prisión. Bosque, mar, montaña, inflamado amor de mujer, cándido y espléndido caerá postrada la capa lóbrega para que el rayo diamantino de tu pupila penetre en seráfica mansión. ¡Por tus pestañas adivino el torrente de desierto ignorado!


FIN



COLOFÓN A NOVSIA
Por:
Luis Enrique Alvizuri
Filósofo y escritor


Contra el ritmo actual
Salimos de este extraño paseo por el mundo de la palabra que nos ha ofrecido Flores Quelopana. Y decimos extraño no porque lo sea sino porque la era lo hace así; el idioma contemporáneo, y por lo tanto, los oídos actuales, se han apartado y se distancian aún más de sinfonías lejanas como ésta.

Novsia nos ha tratado de introducir a un plano de la conciencia del autor tratando así de desnudarse él, algo que resulta un tabú a inicios del siglo XXI donde la norma del pensamiento es el estar de acuerdo con la versión oficial, cosa similar a lo ocurrido en épocas pasadas durante el predominio imperial de diferentes civilizaciones.

El hombre moderno, sumamente atenazado por los medios de comunicación vibrantes, ansiosos y estridentes, se siente en incapacidad de darle tiempo al tiempo, de configurar en su mente imágenes que vayan más allá de la realidad del ritmo actual. Las horas, en las grandes ciudades, están todas ocupadas por discursos establecidos; cada instante tiene su ley y su verdad y es difícil otorgarle un espacio a expresiones casi oníricas. Esto constriñe la palabra libre, como la de esta obra, y la restringe a estar solo orientada exclusivamente a seres que se hallan en otras sintonías de vida, mayormente personas que, por diversas razones, no se encuentran subidas en el vertiginoso tren de la prisa por cumplir con la rutina.

Interés por la interioridad
¿Quiénes son aquellos que podrían tener la paciencia y la capacidad de asimilar alocuciones que no intentan introducir al ser humano en la avidez de la modernidad sino más bien de extraerlo de ella? Tal vez los renegados, los que no aceptan las ideas supuestamente verdaderas, aquellos que, platónicamente hablando, salieron un día de la caverna engañosa y descubrieron que las cosas no eran como se plantean cotidianamente. Solo para estos iluminados, que pueden probar potajes cargados sin sentir la pesadez del exceso, es esta clase de textos.

¿A alguien le puede interesar hoy en día lo que sienta interiormente una persona? Probablemente no, puesto que el afán está centrado en que ella más bien nos diga cómo triunfar, cómo lograr el éxito, cómo obtener más dinero o cómo desempeñarse mejor en las distintas actividades. Eso sí es algo útil, no así los sentires que, por el contrario, no dejan nada práctico como para desarrollar las velocidades exigidas por la producción.
En el arte contemporáneo se nota esto aún más claramente pues, tanto en la literatura como en la música, lo esencial se ha volcado hacia lo sensorial, a lo superficial, a la reacción del receptor que, sin pensar ni evaluar nada, simplemente salta de sus asientos o se mueve al ritmo que le pongan. Las editoriales exigen libros apropiados para los lapsos vacíos de la mente, aquellos que se dan entre las jornadas de trabajo o en los períodos vacacionales, que tengan la virtud de causar emociones que vayan a la par de las existencias laborales.

La Edad Media de la modernidad
Hacer pensar, ir más allá, es ocioso pues ya todo está dicho y todo está en su lugar. Es la noche de los tiempos, la Edad Media moderna, donde todo aquello que no encaja es sospechoso de terrorismo o un atentado contra el sistema.

Novsia es, entonces, aquello que se niega a marchar en el tren y que, por el contrario, procura bajarnos de él para decirnos cosas que hoy a nadie interesan, que parecen inservibles, insustanciales y dilapidadoras de tiempo. El ser humano de hoy es una máquina de producir y su realización de vida son sus índices matemáticos: cuánto ha elaborado y cuánto ha acumulado.

Escape del utilitarismo moderno
Queda abierta la pregunta sobre qué tanto valen la pena estos intentos y si están orientados más a la posteridad que al presente. Por el momento, tan interesante será dejarse llevar por las líneas de este trabajo como conocer al lector que lo haga para indagar en él porqué su espíritu está apto para insuflarse de magias que, aparentemente, no conducen a nada.

Tal vez el hombre moderno, que tiene horror al vacío (a aquello que no tiene explicación), necesite un poco de nada para que pueda escapar de la prisión del utilitarismo y aspirar a vivir algo de la verdadera libertad, que no es la de comprar y vender en el mercado sino la de percibir que puede elegir su destino.

Lima, San Borja 02 de Octubre 2012


Esta obra se terminó de imprimir
en sistema por demanda
en el mes de Octubre
del año 2012
en
Lima Perú