ANETISMO
Y CORRUPCIÓN
Gustavo Flores
Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
La Escuela Académico Profesional de Filosofía Facultad
de la Universidad Nacional Federico Villarreal me ha invitado, a través de la
profesora y fraternal amiga Ruth Romero Huamaní, al Cuarto Foro de Filosofía Villarrealino
a presentar algunas reflexiones sobre el grave tema de la “Ética y Corrupción”,
con el fin de promover una filosofía para el desarrollo ético.
La corrupción en la sociedad posmoderna se ha
institucionalizado hasta tal punto que ha sobrepasado el campo de la ética y es
más bien un problema cultural-civilizacional. Lo más preocupante es que en
ninguna etapa de la historia humana se han postulado tantos sistemas de ética
posibles como en la actualidad. Aparte de la tradicional ética heterónoma de
cariz religioso tenemos una multitud de éticas autónomas y no por ello el mundo
actual es más ético, al contrario, es más anético.
Si seguimos el libro Los Lenguajes de la Ética del profesor sanmarquino Miguel Polo
Santillán, podemos encontrar que tenemos las éticas analíticas (intuicionismo
de Moore, lo indecible de Wittgenstein, emotivismo de Ayer, emotivismo de
Stevenson, prescriptivismo de Hare), éticas axiológicas (material de los
valores de Scheler, platonismo axiológico de N. Hartmann), éticas
existencialistas (ontológica de Heidegger, de la libertad absoluta de Sartre),
las éticas procedimentales (fundamentadora de Apel, del discurso de Habermas,
de la justicia de Rawls), éticas sustancialistas (de la identidad de Taylor, de
la vida buena de MacIntyre, de la justicia de Sandel y Walzer), ética de la
alteridad (Levinas), ética de la responsabilidad (Jonas), ética débil
(Vattimo), ética pragmática (Rorty) y, añadiríamos, la ética de la autognosis
del propio Polo. Además, habría que mencionar que ya Foucault había excluido a
las normas éticas universales y recordar la ética sin religión de Victoria Camps,
quien sostiene que no creer en la salvación definitiva no es relativismo porque
puede hallarse satisfacción en la práctica ética misma. O sea retrocede al
antiguo dilema de ser bueno sin Dios, lo que lleva en la práctica a la
autodivinización humana y al fortalecimiento del narcisismo moderno.
Es decir, el panorama ético contemporáneo es enorme y
variado y, sin duda, ha enriquecido a la filosofía práctica, pero, a su vez, es
reflejo del empobrecimiento ético-moral del hombre actual. No porque abunden
más reflexiones éticas es que seamos más éticos y morales, por el contrario,
abundan justamente porque somos menos éticos y más inmorales. Y el deterioro se
deja sentir en el propio campo del pensamiento, el derecho, la economía, la
legislación, la medicina, el diseño de las instituciones y en la vida
cotidiana.
Para ilustrar lo dicho basta constatar, por ejemplo,
que la actual crisis económica europea y norteamericana data del crash del
2008, esto es, de las famosas hipotecas subprime
o préstamos insolventes que fueron producto de un fraude global montado por el
sistema financiero internacional, hasta hoy no tiene sanción moral ni legal. Es
decir, al consumismo desenfrenado le sigue la crisis ecológica y la crisis
ética. La crisis ética se ha venido a sumar a la confluencia peligrosa de otras
crisis decisivas (climática, familiar, energética, poblacional, alimenticia,
etc.).
Lo asombroso es que la abundancia de sistemas éticos
coincide con el suicidio ético de la humanidad, porque el darviniano “sálvese
quien pueda” impone su dictado en medio de la extinción del trabajo y el
aumento estrepitoso de la desigualdad social tras cuarenta años de
neoliberalismo global. Los hombres sin Absoluto de la cultura posmoderna
afrontan la crisis del mundo actual ampliando el voluntarismo permisivo, el
individualismo anárquico y el hedonismo nihilista.
¿A qué obedece este deterioro de la vida moral y
erosión de la vida ética? La sociedad cibernética ha creado seres egoístas,
avaros y egotistas, reemplazando la gran promesa de satisfacer todos los deseos
sociales de la sociedad industrial por la otra gran promesa de satisfacer todos
los deseos a nivel individual. Su alternativa antropológica es crear el hombre
sin capacidad crítica, consumismo extremo, sin memoria, aburrido, saturado,
indiferente, evasivo y dependiente de las prótesis tecnológicas. Es decir,
producir todo un contingente de cerebros descentrados cuyo alimento espiritual
es andar sin rumbo esclavizado a los medios audiovisuales.
Pero si bien es cierto, que el deterioro de la vida
moral y ética se expresa en una perversa estructura social, sin embargo,
debemos rebasar el enfoque sociológico e ir más a la raíz para preguntarnos
sobre la mentalidad que dio lugar a la sociedad presente. Hay que interrogarse
sobre la forma de pensar que generó e hizo posible la actual sociedad anética.
De poco servirá la agudeza de la crítica psicológica y social si no vamos hacia
la mentalidad que sustenta la actual forma de vivir y sentir el mundo. Pues
toda una Weltanschauung y Lebensanschauung le son propias a la
sociedad del extremo individualismo de la cultura posmoderna.
Y sin más ambages hay que decir que la nueva mentalidad
que dio origen a la forma de pensar imperante en nuestro tiempo es el “empirismo”.
La racionalidad científica de la actual civilización técnica es sólo su
consecuencia y no su causa. Hoy el verdadero sanctasanctórum no es la verdad científica sino el empirismo, como
aquel modo de pensar que inclusive acepta la existencia de las entidades
inobservables siempre y cuando se den dentro de un horizonte inmanente y no
trascendente. De aquí se deriva la hegemonía de la hermenéutica de lo finito. Este
rechazo empirista de toda metafísica es el verdadera núcleo epistémico que
rompe con la tradición mitocrático-metafórica arcaica, la tradición
esencialista griega y la tradición personalista cristiana del Medioevo, y
convierte lo fáctico en lo único válido negando las verdades inmutables,
eternas y trascendentes.
De aquí, que el verdadero apóstol del credo empirista por
el hecho concreto en la modernidad, no fue el científico sino el historiador.
La ciencia misma quedó teñida de empirismo histórico. El realismo científico
tomó el lugar del realismo metafísico. Pero el hecho no es una noción simple y
está teñida de teoría. Esto hizo que la epistemología neopositivista de
Schilck, Carnap y Neurath, tras las demoledoras críticas de Popper a la
inducción, fuese superada por la epistemología histórica de Lakatos, Toulmin,
Quine, Hanson, Putnam y Kuhn, hasta llegar a la crítica anti-epistemológica de
la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty, Ricoeur, Habermas y Apel, quienes
proponen en vez de la epistemología a la misma hermenéutica, pues afirman que
el método experimental no se aplica al ámbito histórico humano.
No obstante, el problema central de la hermenéutica de
la finitud no es solamente cómo mantenerse en la objetividad y eludir el
relativismo admitiendo de que no hay una única interpretación válida, sino que
convierte en hecho supremo al sujeto interpretante. La verdad como
correspondencia es totalmente desplazada por la verdad como lenguaje. El hecho
supremo es el tamiz lingüístico. En otras palabras, el lenguaje es el último
dios en la hermenéutica de la finitud. No hay normas universales sólo modos de
vida. El relativismo, así, es inevitable.
Nosotros somos los herederos del realismo de los
hechos y los nuevos hechos son las interpretaciones, y toda interpretación es
temporal, finita e histórica porque el hombre lo es. En una palabra, no se ha
superado la adicción al “espíritu empírico”. La cosa es dato empírico y
elaboración de sentido racional. De esta forma, las esencias se convirtieron en
meros conceptos subjetivos y lo real fue lo fáctico decretado por mente del
nuevo emperador: el hombre. Este deus in
terris o diosecillo terrenal validó sólo los símbolos discursivos de la
ciencia y la teoría e inauguró la metafísica moderna del percipi.
Pero la verdad es otra, porque todo pensar comienza
viendo con los ojos del alma y no con los ojos del cuerpo. La cosa es dato del
alma antes que dato empírico. Por eso el tejido de la significación de la cosa
no es la ley natural y el hecho histórico, sino la ley espiritual y el hecho
transhistórico. En otras palabras, sólo un pensar no objetivo, intuitivo y
simbólico presentativo puede ir más allá del imperio de lo empírico.
Actualmente vivimos el divorcio profundo entre la
inteligencia discursiva de la ciencia y la lógica, con la inteligencia no
discursiva del arte, el mito, la religión y las humanidades.
Esto ha achatado el universo moral a dimensiones opresivas
y dio rienda suelta a la crueldad del hombre. El hombre moderno carece de mito
metafísico y necesita recuperar su anhelo armonioso de los absolutos (la
naturaleza de los griegos, Dios del Medioevo, el Hombre de la modernidad y la Sociedad
de la contemporaneidad).
El empirismo ha empobrecido el contenido mental del
hombre, lo cual lo lleva a la barbarie del anetismo. Para ser anético no se
requiere ser un malvado practicante, basta asumir como ideal una libertad sin Justicia
para contribuir al derrumbe moral del mundo. Y esta es la principal causa de la
perturbación ética del mundo presente, convertido en un pandemónium por la
indiferencia ante el deterioro de la vida mental y moral del hombre.
No hay duda que vivimos una nueva fase de salvajismo
hipertecnológico, de una época finisecular sin razón, perturbada por una
omnipotente razón discursiva que devora la realidad recortándola en nuestras
mentes y corazones. Y como no hay retorno al pasado, es un error soñar con la
vuelta a filosofías tradicionales y, más bien, hay que reconstruir la filosofía
desde dentro para contrarrestar la actual orgía de pragmatismo a través de un
nuevo momento dialéctico de la razón humana, donde lo discursivo vaya de la
mano con lo intuitivo.
Lima, Salamanca 19 de Noviembre del 2013