METÁFORA Y FILOSOFÍA MITOCRÁTICA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
I
A estas alturas de la crisis de la razón universalista
no sólo ha quedado claro que no se puede definir monoculturalmente a la
filosofía sino que existe una imbricación profunda entre la crisis de la Razón
y la crisis del Mito como resultado del imperio de la razón objetivista y
cientificista de la cultura occidental.
La tesis central es que la filosofía también surgió en
las culturas autóctonas ancestrales-no occidentales, bajo la forma de
mentalidad mitocrática. Esto
significa, en mi opinión, que la filosofía mitocrática es una orientación en el
mundo, que se lleva a cabo mediante el mito (filosofía mitocrática) o el
concepto (filosofía logocrática). Es más, existe un logos filosófico, que sincrónicamente surgió como discurso
homogéneo en el Mito de todas las sociedades ancestrales, y que diacrónicamente
presenta una variación de su eje lógico del Mito a la Razón a partir de Grecia.
II
Como
puede advertirse, esta posición toma distancia de aquellos que trazan una
distinción absoluta entre Mito y Razón, porque considero que en la narración
mítica también existe una forma de filosofía que, si bien escapa al lenguaje discursivo, da cuenta del
origen del mundo a través de un lenguaje
simbólico y metafórico. El lenguaje de la filosofía ancestral, presente
tanto en el estadio mágico como en el estadio mítico, es un lenguaje simbólico.
El lenguaje mítico coloca al hombre frente al arcano y lo libera de lo
inmanente.
Se
trata de un saber ver y oír por encima de la conceptuación a través del logos
participativo y analógico. Este logos ni siquiera desaparece en el horizonte
conceptual sino que se encuentra como una sombra permanente que acompaña al
pensamiento. También en la Revelación sobrenatural está presente el lenguaje
simbólico. Así, el lenguaje religioso de la Biblia es un lenguaje simbólico que
“da que pensar”, aunque aquí se integra la razón y el amor en un nivel tal, que
desborda lo mítico, para posibilitar la participación cognoscente y amatoria de
Dios.
Es
decir, que en el lenguaje simbólico no se termina de descubrir la riqueza del
sentido porque se trata de un lenguaje multívoco y plurisignificativo, que
procura alcanzar una realidad
trascendente y que, al mismo tiempo despierta a la persona humana a la
dimensión profunda del ser. Hay realidades que no pueden comprenderse
plenamente sólo por la razón, aquí lo simbólico y metafórico abre otro acceso a
lo real. El caso es corriente en poesía, pues el sentido metafórico de la
expresión produce una ambivalencia que descubre varios niveles de sentido en lo
real. El universo cognoscitivo en el logos del Mytho abre para el hombre otra
ventana de la realidad y aun así ésta siempre queda ignota y desconocida,
porque el mito es el intento permanente de reconciliar lo irreconciliable, de
ahí que su lógica sea lógica de la diferencia y no lógica de la identidad.
Para
Lévi Strauss (Antropología estructural,
Barcelona, Paidós 1992, p. 229) los mitos representan la mente que los crea, y
no una realidad exterior, por eso es que no puede reducirse a un solo contenido
uniforme, sino que es una estructura dinámica que surge de la asimetría entre
la creencia y la realidad, la identidad y la diferencia. Pero esta
subjetivización del mito nos llevaría hacia una posición ficcionalista, o como
decía Vaihinger: el saber es un mito útil. Claro, esta no es la intención del
antropólogo estructuralista, aunque no deja de ser ambivalente su insistencia
en el carácter científico de la antropología que no coincide con su opinión de
que la ciencia no puede dejar de ser completamente mítica (Mitológicas I: Lo crudo y lo cocido, México, FCE 1968).
De estas
tesis se pueden extraer conclusiones escépticas, e incluso irracionalistas,
sobre las cuales Lévi Strauss siempre se mostró reacio a asumir. Si la ciencia
es completamente mítica, entonces su conocimiento es subjetivo, en consecuencia
no es posible una ciencia imparcial. Es más, si no hay ciencia imparcial,
entonces la racionalidad es la nada, y en consecuencia la irracionalidad es el
ser. Si la irracionalidad es el ser, entonces la realidad es igual al absurdo,
y en consecuencia solo queda la fe. Estas consecuencias tienen una estrecha
proximidad al escatologismo nihilista de un Soloviev y un Chestov, incluso al
absurdismo de Camus y al irracionalismo del italiano Rensi. Pero por lo demás,
son parte de la característica básica de la filosofía actual señalada por M. F.
Sciacca: es una reacción contra la razón raciocinante (La filosofía hoy, 2 vols. Ed. Luis Miracle, Barcelona1964).
III
Al
contrario de lo sostenido en este punto por Lévi Strauss, pienso que el mito no
solamente representa la mente que los crea, sino incluso una peculiar captación
de la realidad exterior en su alteridad y contradicción. En efecto, es la
propia contradicción de lo real la que produce mitos y no a la inversa. Y esto,
aunque lo parezca a primera vista, no es negar la posibilidad de la ciencia
imparcial, porque admite la posibilidad de un camino infinito hacia la verdad.
La verdad es objetiva y eterna, los medios para llegar a ella son relativos y
temporales. Esto es, el filósofo mitocrático y el filósofo en general sólo
vislumbra la verdad, pero ésta jamás se desvela completa. En cambio, para
Platón sólo el filósofo logra la contemplación de las Ideas, más lo que queda
en el alma no son las ideas sino los conceptos (Rep. 533 e- 534 a). Allí queda expresada la convicción racionalista
que para el filósofo logocrático el concepto atrapa la verdad de la cosa. Por
ello, se puede afirmar que el sentido del conocimiento humano es multívoco,
aunque finito, porque el sentido de lo real mismo es plurisignicativo e
infinito.
El
hombre mismo es una tensión permanente entre magia, mito, revelación y razón,
entre metáfora y concepto, porque su ser vive en una inmanencia plantada en la
trascendencia. Por eso, que la crisis del
mito implica la crisis de la razón y ambas se traducen en una crisis del logos
humano, tan patéticamente puesto en evidencia en la presente globalización
de occidente.
De manera
que, mientras en la herencia griega recibida por occidente el Mito siempre ha
estado en conflicto con la Razón, en la tradición no occidental no se dio una
relación conflictiva entre ambas, pues el modo analítico de pensar existió pero
se subordinó al modo de pensar sintético-simbólico. Dicho de otra forma,
metodológicamente es posible distinguir Mito y Razón, pero orgánicamente sus
fronteras son menos nítidas y borrosas. Aristóteles, desde el imperio del
principio de identidad, proclamó la universalidad de la razón, pero nosotros
podemos advertir más bien la universalidad del mito, más en un sentido distinto
al de Lévi Strauss. Pues mientras en él el mito es subjetivo, es decir
representa la mente de quien la crea, yo, por el contrario, afirmo que el mito
no sólo refleja la mente del mitólogo sino la particular manera de mostrarse la
realidad. Es decir, mente y realidad interactúan en una estructura dinámica que
desvela lo real de un modo peculiar. Tanto así que la ciencia es una nueva
transformación de la universalidad del mito. Y la universalidad del mito ha
sido puesta en evidencia, tras la crítica del post-estructuralismo, sobre todo en la dependencia excesiva del
racionalismo occidental respecto a la lógica de la identidad. Occidente, desde los griegos, se jactó de una
Razón que pensaba sin supuestos, pues bien hoy sus supuestos están en evidencia
y son los responsables de una lógica excluyente de la complejidad, la mediación
y la diferencia.
Sin
embargo, subsiste un problema en esta universalización del mito, y ésta
consistiría en suponer que entonces el triunfo del principio de identidad en la
lógica logocrática de Occidente es otra de sus transformaciones. Y yo creo que
aquí hay que hacer una distinción. La lógica de la diferencia no es la misma
que la lógica de la identidad, por tanto una refleja el camino del Mito y la
otra el camino de la Razón. Pero a su vez esto no excluye la posibilidad de la
transformación del Mito, en su mutación hacia la Razón funciona de otra forma
para que al final triunfe otro tipo de mito, en este caso, los mitos de la
razón. Es decir, que junto al Mito puro, con su lógica de la diferencia y
predominio de la armonía de los contrarios, se daría un Mito elevado a su
segunda potencia en la Razón, la cual también generaría otras formas míticas.
Todo lo cual nos llevaría hacia una antropología filosófica sobre el hombre
como una criatura mítica, esto es, entregado en cuerpo y alma a la distinción entre el problema del
ser y el sentido inexpresable del ser.
Esta
imbricación compleja y sutil entre Mito y Razón ha sido puesto en evidencia en
las actuales investigaciones sobre las misteriosas técnicas de la asombrosa
ingeniería megalítica, cuyo uso de colosales bloques de piedra en el santuario
de Stonehenge, la pirámides de Egipto, los impresionantes templos judíos y
romanos, las edificaciones Mayas hasta la ciudadela inca de Machu Picchu abonan
en favor de la tesis de que al logos humano le pertenece de suyo tanto el modo
simbólico-sintético como el modo analítico de pensar.
IV
Pero
en lo referente al logos humano no basta con indicar que tanto el modo
simbólico como el modo analítico de pensar le pertenecen, sino que es la forma
como el hombre estructura su experiencia para poder vivir. De modo que el logos
humano es cambiante y dinámico, padece mutaciones, está más allá de la razón
pura del racionalismo como de la razón narrativa y así la filosofía resulta
ligada al funcionamiento mismo del logos humano. Esto queda dicho no en el
sentido de explicar por qué con el hombre griego empezó la filosofía sino por
qué la filosofía empezó con el hombre mismo. Es preciso dar cuenta del paradójico
origen en que la fe y la pérdida de la misma ponen en marcha dos formas de
hacer filosofía, una mítica y la otra conceptual. Es precisamente este carácter
orgánico de la filosofía en el hombre lo que permite a la filosofía ser algo
más que esquemas de sistemas filosóficos. Es necesario un regreso hacia el
momento primigenio en que unos hombres sintieron la necesidad de filosofar
recurriendo a los mitos, a las alegorías y a los símbolos.
El
análisis de los mitos del pensamiento ancestral saca a la luz un saber que
permitió a la humanidad naciente subsistir por milenios. Es decir, la noción de
mito no sólo enseña la primacía de lo vivido, sino que la filosofía antes de
ser ordenación de conceptos es comprensión de la existencia real. Por ello, los
mitos encierran una metafísica vital. Esta fue la conclusión a la que arribó un
investigador como Georges Gusdorf (Mito y
metafísica, Nova 1960) defendiendo la idea de que el análisis de los mitos
primitivos ayuda a dar un sentido nuevo a la filosofía, pues los mitos
contienen un saber que permitió a la
humanidad vivir milenios, la filosofía antes de ser ordenación de conceptos es
primacía de lo vivido, y que la mitología es una metafísica primera y la
metafísica es una mitología segunda, pues todas las grandes filosofías tienen
intención mítica.
Sobre esto último, es decir, la intención mítica, parece
sugerir que la tentación de la filosofía es el mito. Un Cioran (La tentación del existir, Taurus, 1988)
reafirmaría aquí la necesidad vital de la humanidad de la mentira, pues la duda
permite vivir pero desvitaliza la sociedad y la arruina en un irreversible
proceso de decadencia. Existe una coincidencia profunda, en este sentido, entre
Gusdorf y Cioran, pues ambos sostienen la importancia de creer en algo para llenar
el vacío del existir o del vivir. Sólo que es necesario hacer aquí al respecto
una atingencia. Nosotros no podemos admitir que la metafísica primera de la
filosofía mítica sea una mentira, pues hacerlo nos llevaría hacia una postura
epistémica agnóstica.
Al
contrario, la fe que supone el Mito, muy parecida a la fe en la Razón, permite
el develamiento de distintos sectores de la realidad al margen de hacer
efectivamente soportable la vida. En consecuencia, la filosofía mitocrática no
es que tenga una intención mítica sino que ella misma es mito, y el mito no es
una mentira, es otro tipo de verdad. Otro punto conexo con éste es que para
Cioran el hombre solitario llena el universo del vacío con el lenguaje
simbólico de la poesía, como un medio para justificar su existencia. Aquí hay
otro atisbo profundo de este lúcido inconformista, el cual indica la función
del lenguaje simbólico-poético como el medio más idóneo que encuentra el hombre
desasido de su ser para reencontrar la unidad perdida del ser. Y es que
mediante la poesía el hombre establece una experiencia
metafísica empática con todo lo existente y lo real es experimentado como
unidad en la diversidad.
Ahora
bien, resulta particularmente valioso el señalamiento de Gusdorf refiriéndose a
los mitos como una filosofía primera de carácter vital, es decir,
simbólica-alegórica. Para esto es necesario que dejemos mencionado lo que aquí
se entiende por análisis y símbolo. Empecemos por el análisis. Hoy en día en la
literatura filosófica se entiende el término “análisis” como descomposición de
un todo en sus partes, en el sentido de análisis de un concepto. Así,
encontramos que mientras el análisis ocupa una parte importante en el trabajo
filosófico de Aristóteles, en Hegel
representa una parte mínima a favor del aspecto sintético-especulativo.
Y en la Edad antigua el término “análisis” fue entendido como la resolución de
lo complejo en lo simple. Es éste último sentido, como método resolutivo, al
que nos referimos como una facultad característica de la mente racional.
V
Pero
hay otra capacidad, y nos referimos a la facultad simbólica. El símbolo en su
acepción más lata ha sido entendido como todo signo que representa algo, pero
también puede ser caracterizado como capacidad para figurar, en este sentido
habla Kant de símbolo como representación del objeto según la analogía (K. d. U. 59).
Pues
bien, si el símbolo es la figura, la simbolización es la capacidad de
figuración para designar una realidad inaccesible teóricamente al conocimiento.
Esta definición es parte de la “teoría romántica del símbolo y del simbolismo”,
a la cual pertenecen tendencias epistemológicas y filosófico-religiosas. Pero lo
que hay que resaltar es que en la noción fundamental de
simbolización –mística, práctica o matemática, pues ello no introduce ninguna
diferencia esencial- radica el horizonte
mismo de lo humano. Sólo que la teoría cassireana del hombre como animal symbolicum (Philosophie der symbolischen Formen, III, 1929, p.109), puede ser completada con la idea de la
doble vertiente del logos humano, a saber, simbólico-metafórico y
analítico-conceptual.
Esta distinción es necesaria en cuanto no solamente es
importante distinguir símbolo puramente representativo o “corporificador”, de
naturaleza esencialmente designativa y ostensiva, y símbolo puramente formal,
como producto del análisis racional. Es, pues, plausible estimar no sólo que lo
símbolos pueden contener partes no simbólicas (Ogden y Richards, El significado del significado, 1945),
dado que hay partes no simbólicas que no provienen del símbolo ni de la
simbolización, sino del análisis deductivo. Esto significa que el notable poder de simbolización tiene su
contraparte y complemento en el poder de
conceptualización, como ámbitos distintos y originarios del logos humano.
Esta
es la razón por la que en el hombre, considerado individualmente e
históricamente, existe una continua oscilación y alternancia, cuando no
convivencia, entre el logos de la ratio
y el logos del mytho. Se podría
preguntar si esta oscilación tiene algo que ver con el papel de los mitos en
nuestra sociedad y respondo que sí. Ya Roland Barthes (Mitologías, Siglo XXI, 1980) ha llamado la atención en el mito de
la eficacia pura de la sociedad cibernética, en el mito del héroe o semidiós
expresado en el culto a los ídolos de la música, del cine, de la política o del
deporte, como falsificaciones de lo real por parte de la ideología
pequeño-burguesa. Por tanto, Barthes busca rehabilitar lo real haciéndolo
comprensible a través de una depuración de mitos. Pero hay que puntualizar que
este uso espurio del mito, revelado por Barthes, no es el uso originario del
mito mismo. El propio Barthes en otro libro (El imperio de los signos, Mondadori, 1991) ha señalado que
Occidente es semiocrático, es decir, el signo está racionalizado, erigido en
norma absoluta y posee una suerte de poder oculto. De modo análogo, es posible
afirmar que el símbolo del mito originario no está racionalizado y por tanto se
despliega libre de las nociones de significante y de significado, que constituyen
nuestra civilización nacida en Grecia. De ahí que los símbolos de la filosofía
mítica sean multívocos y plurisignificativos.
VI
La
perspectiva Mitocratológica trata de emprender una desconstrucción derridiana
del concepto mismo de la “filosofía”, que nos remonte a las fuentes mismas,
donde la filosofía antes de ser ordenación de conceptos fue comprensión de
imágenes metafóricas. Esto es, si el lenguaje metafórico es o no justificado en
filosofía.
La
metáfora es la figura de discurso en una sola palabra, es un tropo por
semejanza. Platón usó con mucha frecuencia la metáfora o el lenguaje figurado y
aunque en ninguno de sus diálogos presenta una teoría que permita saber lo que
es la metáfora y por qué su uso resulta legítimo en filosofía, sin embargo, un
autor como Pierre Louis considera que el mito en Platón es la coronación de la
metáfora (cf. Las metáforas de Platón,
1945). Pero la metáfora no sólo es transposición por analogía, sino también es
comparación, por ello la metáfora no sólo explica sino describe. Cuando se dice, por ejemplo, el educador es un sembrador, no sólo hay
una comparación de ideas sino una explicación de la idea.
Parafraseando
a Unamuno, se puede decir que el discurrir en metáforas es uno de los modos más
naturales y espontáneos de filosofar. Para Aristóteles (Poética, 21, 1457 b 7), que predicó una extrema sobriedad expresiva
para lograr un lenguaje científico libre de ambigüedades y equivocidad, la
metáfora consiste en dar a una cosa un nombre que pertenece a otra sobre la base
de una analogía. De resultas tenemos que, para el peripatético la expresión
multívoca de la metáfora representa un estorbo para lograr la precisión de la
definición. Contrapuesto a Platón dirá que “todo lo que se dice mediante
metáforas es oscuro”. Para el tomista M. D. Chenu (Introducción al estudio de Santo Tomás de Aquino, 1954) las
metáforas en Santo Tomás de Aquino tienden más al símil y a la comparación y
son empleadas para ilustrar un problema de difícil comprensión. En la época
moderna predominó la tendencia nominalista y empirista a eliminar la metáfora a
pesar de su empleo metafísico por parte de los idealistas alemanes.
Schopenhauer consideraba que el lenguaje poético-metafórico no es ajeno a la expresión filosófica.
Nietzsche también fue puesto en entredicho por mucho tiempo por la filosofía
“académica”, no sólo por el contenido de su pensar sino por el uso de la
metáfora.
VII
En
la filosofía contemporánea el rechazo del lenguaje figurado en filosofía se ha
prolongado por los filósofos de tendencia analítica y lógico-positivista,
considerando que la metáfora pertenece al lenguaje emotivo y no enuncia nada
sobre lo real. En cambio, Bergson, Ortega, Ogden, I. A. Richards, Martin Foss,
A. M. MacIver y W. M. Urban, han considerado la metáfora como un problema
central para el pensar filosófico. Para Bergson (Pensamiento y movimiento, 1945) la inteligencia usa el lenguaje
simbólico, la intuición, en cambio, usa el lenguaje metafórico, que no es
descriptiva o representativa sino sugiere, y es apropiada especialmente para el
mundo espiritual. Por nuestra parte, se puede afirmar que esta idea es muy
fecunda y permite apreciar que el filosofar metafórico alegórico del pensar
mitocrático al estar centrada en las cuestiones espirituales empleó la intuición
y la metáfora para expresar ideas filosóficas. Estas ideas no tenían el
carácter descriptivo de la definición aristotélica, pero sí efectuaban una
explicación y descripción metafórica sobre la base de la transposición y
comparación de ideas. Aquí lo importante no era la precisión, lo claro y
distinto, por el contrario, el fondo espiritual de la realidad justificaba la
multivocidad y plurisignificación.
Por
su parte W. M. Urban (Lenguaje y
realidad, 1952) llama la atención sobre la predicación analógica, la cual
no sólo predica emociones sino también hechos, por lo cual siempre dice algo
acerca de la realidad, aun cuando una traducción al lenguaje literal no siempre
es posible, de modo que lejos de ser ambigua y equívoca pone de manifiesto
características de la realidad que sólo ella
puede mostrar. Así, y contra los que pretenden identificar el progreso
de la filosofía con la disolución de lo metafórico, la metáfora no sólo es
propia de los estadios primitivos del conocimiento sino que s parte
constitutiva permanente de todo lenguaje. Martin Foss (Símbolo y metáfora en la experiencia humana, 1949) señala que la
metáfora alcanza una región distinta de la descrita por la imagen y el símbolo.
Mientras la imagen y el símbolo sacrifican una parte fundamental de lo real, la
inteligibilidad y la universalidad respectivamente, la metáfora ilumina el
reino de la personalidad, la totalidad y la completud en continuo crecimiento.
Ortega y Gasset (Las dos grandes
metáforas, El Espectador, IV, 1925), con su claridad habitual, sostiene que
“la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyo medio conseguimos
aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual”, en la
ciencia es suplente, en la poesía es constituyente. A. M. MacIver (“Metaphor”, Analysis, VII, 1940, pp. 61-67) ha
destacado que no hay término de un lenguaje natural cualquiera que no sea o no
haya sido metafórico. Y Richards (Filosofía
y retórica, 1936) mantiene que la metáfora es un préstamo entre
pensamientos y una transacción entre conceptos. Un último estudio que se puede
mencionar es el de Paul Ricoeur (La
metáfora viva, 1980) en donde se reprocha el primado de la metáfora palabra
en detrimento de la teoría de la metáfora proposición.
VIII
Esta
rápida revisión de la discusión filosófica sobre la metáfora nos es provechosa
en el sentido que permite hacer las siguientes afirmaciones:
1. La metáfora es
constitutiva de todo lenguaje, sea primitivo o moderno.
2. Permite aprehender
lo que está más allá del concepto y la razón.
3. La expresión metafórica
comprende una dinámica entre pensamientos y conceptos.
4. Sus conceptos no son
unívocos sino multívocos.
5. Dicen algo acerca de la realidad y no se limitan a
las emociones.
6. Su predicación particular pone de manifiesto características reales
que sólo ella
puede mostrar.
7. Al contrario
de la imagen y el símbolo, la metáfora no sacrifica el reino de la
personalidad, la totalidad y la completud.
8. Es usada por la intuición para
expresar el mundo espiritual.
9. El lenguaje metafórico está justificado en
filosofía.
Muy
bien, estas notas son una prueba que justifica el uso de la metáfora en la
expresión filosófica, y permiten apreciar que el filosofar metafórico alegórico
del pensar mitocrático la empleó para expresar ideas filosóficas sobre el
origen y sentido del mundo de los dioses o teogonía y el mundo visible o
cosmogonía. Estas ideas metafóricas no tenían el carácter descriptivo de la
definición aristotélica, pero efectuaban una explicación y descripción sobre la
base de la transposición y comparación de ideas. Aquí lo importante era
aprehender el fondo espiritual de la realidad, llena de la multivocidad y
plurisignificación. Mientras el símbolo y la definición es útil para dominar y
organizar lo real, la metáfora es valiosa para entrar en contacto con lo
espiritual y suprarracional.
Si
la metáfora no es obstáculo para filosofar, y si los mitos están constituidos
de metáforas, entonces se puede admitir la existencia de la filosofía
mitocrática antes y después de los griegos. Lo fue “después” porque el mito
siguió seduciendo a la filosofía espiritualista y lo fue “antes” porque el
filosofar es una condición del existir humano. Como luego veremos, antes de la
metáfora y durante la etapa de la paleolítica filosofía empiriocrática el
vehículo expresivo fue el símbolo, el sacrificio y la invocación mágica.
La
amplitud del hecho mitocrático es tal que forma una era entera de varias
civilizaciones antiguas. Se trata de captar la dialéctica nunca conclusa del
logos humano, en su movimiento de oposición entre lo irracional y lo racional.
La
ruptura del diálogo, siempre inconcluso, entre el mito y la razón en la
presente civilización objetivista, anética, nihilista y de la increencia ha
contribuido significativamente a la crisis de la razón misma y con ello ha
profundizado la crisis que el hombre experimenta consigo mismo a través de la
disolución del ethos humanista.
Lima, Salamanca 09 de junio 2012
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