martes, 21 de enero de 2025

ANA MARÍA GÁLVEZ Y ARGUEDAS

 

Ana María Gálvez, destacada antropóloga y célebre descubridora del Gato Volador o teoría del Chuqui Chinchay, cuenta su peculiar relación con Arguedas.
Primero, tras unas desacertadas palabras del ex presidente de la República sobre Arguedas, ella como directora del Museo Inca Garcilaso de la Ciudad Imperial organizó un evento de desagravio a Arguedas con motivo de la celebración de su natalicio, el cual fue todo un éxito.
Segundo, al escribir su libro clave sobre el Chuqui Chinchay tuvo que comparar las traducciones sobre el Manuscrito de Huarochirí, descubriendo que fue Arguedas quien traduce osqollo como gato Montés y qoa como gato mítico.

En la foto exhibe mi reciente obra sobre Arguedas.

AUTOCONOCIMIENTO Y LIBERTAD de Pablo Quintanilla



Pablo Quintanilla aborda el problema del autoconocimiento y la libertad desde un naturalismo epistémico y ontológico no reductivista. 

Pero este enfoque netamente inmanentista impide una comprensión completa y orgánica de estos problemas y de la realidad misma, donde por principio lo sobrenatural queda excluido de plano. Entonces, la problemática de la libertad y del autoengaño queda limitado al plano de lo mental -cómo evitar el autoengaño, la racionalización y el desconocimiento ingenuo- y lo social -libertad como vida digna según los valores de cada sistema social-. Por lo demás, Quintanilla sigue a Aristóteles en su asunción de que las emociones son una forma de autoconocimiento sin confrontar otros enfoques que lo niegan -estoicismo, budismo, taoísmo, hinduismo-.

Sin embargo, no siendo el hombre un ente enteramente natural, se exige de suyo no excluir el ámbito de lo espiritual, y, por ende, sobrepasar el punto de partida naturalista que asume Quintanilla. De modo que el autoconocimiento y la libertad no se reduce a la interacción entre elementos biológicos y culturales e involucra, por el contrario, el despliegue del ámbito de lo sobrenatural y espiritual. 

Si el paganismo disolvió la libertad humana en capricho de los dioses, el destino o la determinación del cosmos, y si Pelagio sostuvo que el hombre es libre de todo condicionamiento de la ayuda divina, Quintanilla en esto último coincide con el pelagianismo. Todo el tema de la libertad y el autoconocimiento queda reducido a lo mental y lo social. No estoy afirmando que Quintanilla no sea cristiano, al contrario, lo que hay que percibir es que el pelagianismo tiene su repercusión en el siglo veinte con Rudolf Bultmann, el cual con su enfoque desmitologizante despoja a Cristo de todo lo sobrenatural y de su divinidad incurriendo en pelagianismo. 

Como breve digresión esto me trae a la memoria la evangelización propuesta por la curia alemana a partir de la desacralización de Cristo, como no es Dios proponen cambiar el evangelio, ordenar sacerdotisas, aprobar el matrimonio homosexual y apoyar la moral circunstancial del mundo anético de la apostasía y falta de caridad. 

Lo que es propio de Pelagio y Bultmann es la secularización de Cristo y éste es el cristianismo que es acorde con la postura de Pablo Quintanilla. Para Bultmann Satanás es mero concepto mitológico que debe ser reinterpretado bajo la cosmovisión científica. Exactamente lo mismo sucede bajo el naturalismo epistémico y ontológico de Quintanilla. Pero si Satanás es un mito, entonces el pecado original, la caída, la encarnación, la redención y el juicio final también lo son. En consecuencia, del cristianismo no queda nada. Y en esta visión secularizada que implica su naturalismo ontológico y epistémico carece de sentido trascendente el movimiento descendente de la pasión y la cruz como también el movimiento ascendente de la Encarnación y Redención como proceso único de la historia de la salvación. Todo esto queda remitido al plano de la "simulación mental".

Este aspecto secularista es de gran repercusión por cuanto que en su perspectiva naturalista la relación ontológica, epistemológica y moral queda restringida al ámbito inmanente. A lo sumo la fe queda relegada al plano privado. En otras palabras, la libertad del individuo es valiosa al margen de cualquier consideración trascendente con el Tú absoluto de Dios. Lo cual nos recuerda lo sucedido con la modernidad nominalista, racionalista y empirista, al ser al mismo tiempo un nihilismo que empobrece el espíritu espantosamente, un nihilismo que muestra la vanidad del mundo al cerrar la posibilidad de ir hacia Dios, y un estancarse en la nada, con toda la libertad que dispone el hombre antropológico actual.

La verdad es que desde la perspectiva del naturalismo ontológico y epistémico la fe no cumple ningún papel relevante, apenas podría ser otra forma de "simulación mental", de ahí que en el libro de Quintanilla no se examine el papel que tiene la fe en la libertad y autoconocimiento del hombre. Se descuida por completo el hecho de que la fe religiosa y no la ciencia es la que da sentido a la vida, valores y principios morales, crea comunidad emocional y social, genera racionalidad no instrumental y motiva la reflexión interior. Pero la obra de Quintanilla deja el sabor agrio que todo esto no es sino "simulación mental".

Naturalmente que Quintanilla es un hombre de la modernidad secularista y como tal piensa que la libertad humana puede estar condicionada pero no determinada por fuerzas externas. Pero flaco favor le hace su punto de partida inmanentista al dejar sin explicación la inclinación al mal de la libertad humana. En este sentido, su perspectiva naturalista excluye todo abordamiento metafísico y teológico del tema llevándonos hacia una solución kantiana del mal como perteneciente al ámbito del deber ser. 

No obstante, no es así. En todo caso el deber ser kantiano se halla velado por el mito culturalista posmoderno donde la existencia humana queda absolutizada. Esta postura llega al paroxismo con la ideología de género que afirma que el sexo es una construcción social e individual. No hay duda de que estamos ante corrientes de pensamiento que expresan el agotamiento del espíritu de la modernidad tardía, con su imposición de la voluntad de verdad y voluntad de poder al interior de la subjetividad humana.

Su naturalismo ético delinea una antropología inmanente muy distinta a la antropología trascendente de San Agustín donde el mal es resultado posible de nuestra libertad, porque el hombre necesita de la gracia divina para obrar bien. Para san Agustín la libertad humana para ser auténtica no puede ser una libertad contra Dios. Y para santo Tomás de Aquino la voluntad humana es libre sólo en un cierto grado, se entiende en el marco de la razón y la voluntad, siendo el libre albedrío un don divino, consiste en obrar acorde con la razón y permite elegir entre el bien y el mal. La verdadera libertad para el Aquinate es elegir lo conforme a la ley divina. 

En una palabra, se es libre cuando se actúa conforme a la naturaleza racional, moral y la ley divina. Tanto Agustín como el Aquinate dilucidan la libertad desde el punto de vista del Ser, mientras Quintanilla lo hace desde el punto de vista del conocer. Es por ello que en su abordamiento queda mediatizado el problema de la libertad como posibilidad de elegir lo moralmente correcto, eligiendo el bien y alejarse del mal. Su enfoque naturalista resulta siendo una justificación mentalista del relativismo moral y del nihilismo imperante de la modernidad tardía. Su preocupación no es cómo evitar que la libertad humana efectúe la desmalignización del mal y la malignización del bien, sino, más bien, detenerse en el análisis de lo que llama la "simulación mental", como mecanismo que justifica el proceder de la libertad.

Su naturalismo ontológico y epistémico al borrar de un plumazo la consideración de la antropología metafísica de que el hombre es "imagen de Dios" -imago dei- hace que el tema del ser, la verdad y el bien pasen a segundo plano ante la preeminencia del conocer y lo emocional. Lo primero será efecto relativo de lo segundo. ¡Viva el relativismo! Y así se justifica que las compuertas del "todo vale" ´posmoderno queden abiertas de par en par.

En realidad, un naturalismo epistémico y ontológico no reductivista limita la comprensión plena de conceptos como el autoconocimiento y la libertad. Desde la perspectiva naturalista de Quintanilla, el conocimiento y la libertad se explican en función de la interacción entre elementos biológicos y culturales, evitando recurrir a lo sobrenatural. Este enfoque fenomenista consiste en una visión científica de la realidad, donde se busca explicar fenómenos a partir de causas naturales y verificables.

Sin embargo, esta postura resulta insatisfactoria porque la dimensión espiritual es esencial para entender completamente la naturaleza humana. Si aceptamos que el ser humano no es un ente enteramente natural y que el ámbito espiritual es relevante, entonces el naturalismo, incluso en su forma no reductivista, podría ser visto como insuficiente.

La integración de lo espiritual y sobrenatural plantea un desafío a los enfoques naturalistas, ya que introduce elementos que no son fácilmente accesibles a través de la metodología científica tradicional. Esta postura invita a una reflexión más holística sobre la realidad humana, reconociendo que aspectos como la autoconciencia y la libertad podrían tener dimensiones que van más allá de lo meramente biológico y cultural.

De ahí la importancia de considerar múltiples dimensiones de la realidad humana para obtener una comprensión más completa y orgánica de conceptos tan profundos como el autoconocimiento y la libertad. En suma, el naturalismo epistémico y ontológico que nos brinda Pablo Quintanilla es una visión pelagiana de la libertad y el autoconocimiento. 

Pero el asunto no queda en lo meramente teórico, sino que se enlaza con lo profético. Quiero decir que resulta verdaderamente preocupante asumir un naturalismo epistémico y ontológico cuando las señales del Fin de los Tiempos -diferente al Fin del Mundo- ya están dadas con la apostasía generalizada y la escandalosa falta de caridad. Espiritualmente resulta suicida insistir en un enfoque naturalista cuando ya se percibe que estamos viviendo en las postrimerías y en medio de la urgencia de la conversión.

Finalmente, para calibrar el sentido último de esta obra no hay que perder de vista la clave inmanentista y secular en la que está transido su espíritu. Y con ello no rompe ni va más allá del horizonte de la agónica modernidad que nos azota con su inmanencia minúscula.

PERÚ: PROBLEMA Y POSIBILIDAD de Basadre

 

En esta obra de 1931 Jorge Basadre (1903-1980/77) expresa su fe en el socialismo para resolver los problemas y posibilidades del Perú. Lejos de empantanarse en el pasado precolombino, en los coloridos del coloniaje y el tortuoso devenir de la República ve los desafíos y oportunidades que tiene el país en su futuro.
En su obra de 1958 "La promesa de la vida peruana" su fe en el socialismo se atempera señalando la necesidad de un socialismo que combine los ideales de la libertad individual con el ideal colectivo del estado redistribuidor.
En suma, el Perú es una totalidad en integración, dirigido hacia el futuro, propicio para la aleación de razas y culturas, tradiciones y creencias. Y la cercanía actual de la China con el Perú le viene a dar la razón al visionarismo de Basadre.