METACIENCIA O LÍMITES METAFÍSICOS
DE LA CIENCIA
Cosmos y Escatología
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
La
actividad fundamental que está sucediendo en todo el Universo, desde la vida de las estrellas
pasando por todas las formas de especies vivientes hasta las formas de
inteligencia artificial, es el colapso gradual e inexorable que apaga toda
actividad y enfrenta a toda la materia a la catástrofe y muerte final. Todas
las maravillas de la creación caerán en el silencio, y más tarde o más temprano
la segunda ley de la termodinámica, la entropía, se llevará el triunfo final.
Dentro de este proceso apocalíptico, que puede ser considerado sólo como un
breve interludio entre el caos del fuego original y el caos del fuego final, o
más precisamente entre la enigmática nada desde el cual emergió el cosmos hacia
la nada en el cual sucumbirá, cabe, sin embargo, hacerse la pregunta límite por
el significado de todo este holocausto, que no va aparentemente desde el ser
hacia el ser, ni del ser hacia la nada, o la nada hacia el ser, sino desde la
nada hacia la nada. Con lo cual el Universo parece estar carente de propósito y
significado. En todo caso, la pregunta metafísica fundamental no parece ser,
como Heidegger afirmó, ¿por qué hay ente y no más bien nada?, sino ¿por qué de
la nada hay ser? El Universo es realmente un sitio muy especial, pero ¿de dónde
procede toda esta dirección inexorable? ¿Cuál es su significado último y
profundo? Si toda la actividad cósmica disminuirá hasta cesar, si el Universo
entero palidecerá en un holocausto que lo hará desaparecer, entonces ¿por qué
de la nada tuvo que emerger el ser? Pero, si nada surge de la nada se colige, a
la sazón, que sólo un Ser Superior guiado, por un propósito benévolo, puede
haber dado origen a toda la creación, sacando al cosmos desde la nada, enigma
capital de la cosmología moderna. Cuando Newton construyó un modelo de
relojería del sistema solar alguien elogió su ingenio para construir mecanismo
tan complicado, pero sin inmutarse respondió que Dios debió haber sido mucho más
ingenioso al construir el original. Sin embargo, hay científicos que rechazan
la posibilidad que el Universo sea una obra planeada, y, como Stephen Hawking,
afirman que su mecanismo central, fruto del ciego azar, está a nuestro alcance.
Resulta
siendo profundamente paradójico no sólo que en un universo asediado por la
entropía pueda haber crecido el orden, sino que al final todo termine por ser
engullido por el desorden. Estos enigmas científicos, que tocan temas
fundamentales de la filosofía y de la teología, como estrictamente no siguen aquí
un tratamiento científico, sino que están imbricados de reflexiones filosóficas
y considerandos teológicos, los llamo Metaciencia.
II
La ciencia
moderna continúa aportando mucho al pensamiento filosófico y teológico en temas
tan fundamentales como el nacimiento, la vida y la muerte en el Universo. Así
las cuestiones que se plantea la ciencia son hoy más que nunca cuestiones
filosóficas y este libro no es de epistemología ni de ciencia, sino de
meditaciones metafísicas sobre la ciencia, o más precisamente sobre el ser de
la inteligencia artificial, los límites metafísicos de la evolución y el
significado sobre el final del universo. A este conjunto de reflexiones lo
denomino METACIENCIA, entendida como aquella reflexión filosófica sobre las
implicancias metafísicas que entrañan los problemas y descubrimientos
científicos.
La
superación del positivismo en la ciencia permite a ésta no negarse a reconocer
las realidades que estudia la filosofía. “Usted es teólogo, yo soy naturalista;
nuestros caminos son distintos. Yo trato de descubrir hechos sin preocuparme de
lo que dice el Génesis”, le escribió Charles Darwin al reverendo Brodie Innes.
No obstante, no sólo la comprensión de estas diferencias entre ciencia y
religión, ciencia y metafísica no estuvo libre de conflictos, sino que mientras
la ciencia actual más ahonda en la explicación de cómo surgió el mundo se topa
con las clásicas preguntas de carácter metafísico y teológico.
Estamos
en un punto de inflexión del conocimiento científico en que ciencia y religión,
ciencia y metafísica se vuelven a encontrar pero esta vez para abismarse en los
insondables misterios del universo. En cosmología los científicos se ven ante
la pregunta inevitable de si el universo es resultado de un plan inteligente,
el big bang puede ser entendido como creatio ex nihilo, el paso de la simetría
inicial a la asimetría actual del cosmos hace necesario el arbitraje no del azar
sino de una Voluntad, el planteamiento de conceptos no verificables como la
existencia de una “energía oscura” que empuja el universo hacia su expansión
llevándolo a una muerte térmica, de la “materia oscura” como aquella fuerza que
mantiene unida el cosmos, la existencia hipotética de “agujeros de gusano” y
”agujeros blancos”, pues los agujeros negros son los únicos confirmados hasta
el momento, el vaticinio de una “edad oscura del universo” en que los propios
agujeros negros sin más materia que devorar se habrán extinguido, son ejemplos
recientes y palpables de la necesidad que tiene la ciencia de recurrir a
hipótesis metafísicas plausibles. Situación paradójica que contradice lo dicho
por Newton: “Yo no hago hipótesis”.
La
nueva ciencia lleva hacia posiciones holísticas, más abiertas al arte, la
religión, el símbolo y la trascendencia. En el fondo se trata de una
recuperación del logos humano de su integridad y polivalencia. Lo que Émile
Meyerson criticó como el proceso del pensar científico que tiende a
violentar la realidad en aras de la
identidad, tendencia que es en el fondo la misma exigencia de la razón y que
fue subrayada por la filosofía posestructuralista, es lo que en mis
investigaciones he llamado el totalitarismo conceptolátrico de la razón logocrática
de Occidente. Sin embargo, la crisis universalista de la razón y el agotamiento
de la cruzada antimetafísica de la epistemología hizo que el ancestral logos
del mytho recuperase su papel provocando inusitados encuentros con el logos de
la ratio. Este es nuestro propósito, reflexionar sobre lo real sin desconocer
tanto el dominio de la ciencia, la filosofía y la religión. Se pretende un
discurrir integral. El racionalismo decimonónico que sustituye lo diverso por
lo único retrocede, porque la lógica conceptual y discursiva nos conduce a un
pensar metafórico donde ratio y mytho se empiezan a dar la mano. El pensar
logocrático occidental está fatigado y vuelve la mirada hacia su otrora despreciada
enemiga, a saber, el pensar mitocrático.
Ahora cuando son evidentes los límites del racionalismo es cuando penetra por
los poros de la ciencia el pensar mitocrático mismo, llena de fe, poesía, arte,
mística y organicismo vitalista.
Los
excelentes trabajos sobre ciencia y epistemología de Popper, Couturat, Koyré,
Duhem, Lakatos, Russell, Reichenbach, Kuhn, Bunge, Agazzi, Mosterín, Penrose
entre otros, y en nuestro medio las valiosas investigaciones sanmarquinas de J.
Sanz, C. Alvarado de Piérola, J. C. Ballón, Raimundo Casas y C. Matta; nos
eximen en nuestro caso de pretender una reflexión epistemológica sobre la
naturaleza de la ciencia, más bien
lo que se busca en
estas páginas es deliberar
sobre sus límites metacientíficos, donde se entrecruza con la metafísica y la
teología. A esto denominamos Metaciencia.
El
afán neopositivista de enterrar a la metafísica ha fracasado y esto acontece
desde la crítica popperiana al principio de verificación y su sustitución por
el principio de falsación, el naufragio de la concepción estándar de Putnam, la
idea de Hanson que toda observación está cargada de teoría, las ideas de
Toulmin de reemplazar la teoría verdadera por la teoría adecuada, Kuhn acuña el
concepto de paradigma, Quine critica la división entre enunciados analíticos y
sintéticos, Hintikka propone un nuevo sistema de lógica inductiva, hasta la
crítica antiepistemológica de la filosofía hermenéutica de Gadamer, Rorty,
Ricoeur, Habermas y Otto Apel, que subrayan que el método experimental no se
aplica al ámbito histórico humano. No fue el anarquismo epistemológico de
Feyerabend el que destronó a la ciencia y a la razón objetivante de su lugar
acostumbrado en el mundo moderno, sino que fue el propio derrotero de la
autocrítica razón occidental la que restituyó a la metafísica en el presente.
Esto es, la dinámica interna del logos humano, ascética, armónica y
cosmocéntrica en Oriente y heroica, vitalista y antropocéntrica en Occidente,
tienden a interceptarse en momentos en que la humanidad repara, quien sabe si
tardíamente, en que el motor de la historia no puede ser la ciencia sino la
fraternidad y el amor universal.
La
epistemología neopositivista con Schlick, Carnap y Neurath abandonó toda
especulación metafísica, pero Popper con su demoledora
crítica a la inducción exigía una nueva epistemología.
Se terminó renunciando el análisis lógico de las proposiciones científicas por
la estructura histórica del descubrimiento científico. No obstante Lakatos
abandona las reconstrucciones históricas de Kuhn para atender a la historia
interna de la ciencia. Con estos nuevos desarrollos terminó la cruzada antimetafísica
de la epistemología, se volvió más modesta y más consciente de sus
limitaciones.
En
consecuencia, cuando se habla de las limitaciones metafísicas de la ciencia se
está aludiendo a su característico naturalismo, es decir, su referencia a
entidades verificables experimentalmente.
Sin embargo,
esto mismo delimita
su contexto categorial que no da cuenta
del ámbito de lo sobrenatural. La explicación científica se explaya a través
del modelo nomológico deductivo, que afirma una conexión necesaria, y el modelo
nomológico probabilístico, que expresa regularidades no necesarias. Para Julio
Sanz, quizá el profesor sanmarquino de epistemología más filosófico que haya
tenido esa casa de estudios, las leyes científicas son enunciados acerca de la
realidad, tienen un correlato en la naturaleza descritas de modo aproximado,
por lo que no son reglas (instrumentalismo), ni operaciones (operacionalismo),
ni relaciones lógicas (empirismo lógico) ni conjeturas (relativismo). Llamó
escépticos, con razón, a Popper, Nagel y Bunge. Sanz se distinguió en sus
libros por no ser un mero expositor ni un mero apologista del método
científico, sino que cogió, como verdadero filósofo, las cosas desde la raíz
asumiendo siempre una posición personal. Postura que en estos días, de libros
muy bien informados, se deja extrañar. El profesor-autor técnico ha tomado el
lugar del profesor-autor pensador. Ahora bien, mientras para los inductivistas
las leyes científicas surgen de observaciones, para los deductivistas nacen de
problemas. Esto lleva directamente al asunto del desarrollo de la ciencia. Para
Kuhn, que rechaza la teoría de la correspondencia de la verdad, el desarrollo
científico se realiza por cambios traumáticos llamados revoluciones
científicas, para Popper esto lleva al relativismo historicista, y Toulmin
niega que haya revolución en favor de un evolucionismo científico.
Sobre
la incomprensión de las diferencias entre la ciencia y la metafísica se puede
decir que antes eran los fanáticos de la especulación desenfrenada quienes
entorpecían el camino de la ciencia, luego fueron los exaltados de la ciencia y
del método empírico quienes entorpecían la metafísica, ahora el clima se
atempera y favorece un diálogo positivo. Lo que hay que afirmar es que no hay
que permitir que la ciencia se cierre a las realidades de la filosofía ni que
la filosofía se lance sin trabas por las vías de la especulación desenfrenada. Sin
embargo, bajo las brumas aun no disipadas del cientificismo finisecular brota
una postrera impostura, la llamada “filosofía aplicada”, basada en una copia
mal hecha entre la diferencia que existe con la ciencia puramente cognoscitiva
y la ciencia aplicada o puramente utilitaria. La impostura de la filosofía
aplicada ha renunciado a comprender mejor las cosas cambiándola por el
propósito de mejorar nuestro dominio sobre ellas. Ya no es filosofía sino
tecnología meramente pragmática.
III
Finalmente volvemos a preguntarnos: ¿Qué
es la Metaciencia? Es un neologismo que hemos creado para referirnos al estudio
de los problemas fronterizos entre filosofía, teología y ciencia, derivados de
la propia investigación científica. Su propósito es demostrar los límites
metafísicos de la ciencia, destacando que su posible solución radica en el
planteamiento de problemas fundamentales de la realidad. También puede ser entendida
como la doctrina que enuncia que los problemas de la ciencia son profundamente
filosóficos y teológicos.
En
un sentido varroniano muy general podemos distinguir tres formas de
Metaciencia: la Metaciencia fabulosa,
es la Metaciencia que emplean los literatos para configurar relatos de ficción.
La Metaciencia natural, es la de los
científicos, que tiene por objeto lo que la naturaleza es, su comportamiento,
estructura y efectos. En fin, la Metaciencia
filosófico-teológica, es la de los filósofos no empiristas y teólogos, y
tiene por objeto la reflexión sobre el sentido de la realidad en base a los
resultados provisionales.de la ciencia.
En
un sentido más específicamente histórico-filosófico se pueden distinguir tres
sentidos: 1) la Metaciencia metafísica; 2) la Metaciencia natural; 3)
Metaciencia revelada. La Metaciencia metafísica es el conocimiento de las
primeras causas y principios mediante la luz de la naturaleza y de la razón. La
Metaciencia natural es el conocimiento de las causas de la naturaleza mediante
la observación y experimentación de las cosas creadas. Y la Metaciencia
revelada es la que obtiene sus principios a través de la revelación. Desde este
punto de vista todos los teólogos, filósofos y científicos hacen Metaciencia,
aun los materialistas, por cuanto se ocupan de los primeros principios de las
cosas en su debido nivel y jerarquía.
Ahora
bien, debido a que la Metaciencia no es estrictamente ciencia sino una especulación
filosófico-teológica, a partir de algunos resultados de la ciencia, no es raro
que no satisfaga al científico ni a muchas posiciones filosóficas e incluso
teológicas, especialmente a la teología negativa con el Seudo Dionisio
Areopagita, Plotino, Scoto Erígena, Eckhart, Cusa, Kierkegaard y Barth, que
considera que lo finito no puede alcanzar lo infinito por ningún nombre,
predicado o posibilidad humana. Pero este libro no busca convencer sino hacer
solamente pensar.
Por
otro lado, puede predominar la opinión de que la Metaciencia no es más que una
filosofía teologizante, término creado por Croce para referirse a problemas mal
planteados e insolubles. Pero aquí hay que señalar que la filosofía a lo largo
de su historia no ha podido evitar la
teologización cuando se ha planteado la cuestión de la ciencia del ser en
cuanto ser, o sea de la sustancia eterna, separada e inmóvil, o sea Dios.
Heidegger intentó evitarlo, evitó hacer según él “ontoteología” pero a costa de
romper la unidad con el ser mismo y degradarlo a la categoría de un ente. Opera
sin duda en Heidegger la metafísica voluntarista de la mística alemana que
convierte la investigación del ser en un supraser y entonces se afana en
superar la metafísica óntica para alcanzar un pensamiento ontológico, aun más
riguroso que el pensamiento conceptual. Aquí no veo la necesidad de asumir tal
artificiosa separación entre Dios y el ser en cuanto ser, sin que ello no
signifique cuestionar las limitaciones del pensamiento conceptual, sino que en
nada daña a la filosofía y sí más bien la beneficia entenderse como reflexión
teologizante.
Sin
más consideraciones que hacer, por lo pronto, espero que el neologismo tenga
mejor suerte en bien del conocimiento humano.
Por
último, no pienso ocultar mi concepción cristiana del universo. A la luz de los aportes de la cosmología científica, de la filosofía de la física y de la reflexión teológica pienso que el
universo no es un proceso eterno sino temporal de existencia y nadificación en
el que se abarca a todos los seres. Y así la presencia de la entropía argumenta a favor de esta tesis. El Universo entero no marcha hacia un mayor orden, sino hacia un mayor desorden, hasta que llegue el momento de su colapso total, macro y microfísico, será el fin de las cuatro fuerzas fundamentales, el retorno de la materia a la nada.
Todo lo cual lleva a pensar que primero está Dios trino que crea ex nihilo por
amor, es distinto a su creación y es increado, y que hace posible todo lo existente. Luego está el mundo de las ideas
o causas primordiales, que es eterno y contiene los prototipos de todas las
cosas existentes, que es creada y crea. Le sigue el mundo fenoménico espacio
temporal o sensible (ángeles, hombres y cosas) que es creada y no crea sino que
transforma, formada en el comienzo como perfecta pero por el pecado original
sufrió daño en su vida sobrenatural. Finalmente, está la muerte que ni es
creada ni crea sino que destruye lo existente en la nada, se introduce al
cosmos a partir de la Caída del hombre, fue derrotada por la Redención de
Cristo y desaparecerá tras el Juicio Final. De modo, que sólo con Dios no sólo
el hombre sino todo el cosmos logran la plenitud ontológica, donde lo natural y
lo sobrenatural se integran nuevamente como al principio. El Cosmos mismo está inserto, por tanto, en un proceso escatológico.
Lima, Salamanca 2010
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