LA MUJER Y LA
SOCIEDAD INDIVIDUALISTA
EN LA OBRA DE
ANDAHAZI
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana
de Filosofía
Resumen
En la novela, Mateo
Colón busca conquistar el amor de la prostituta Mona Sofía a través de métodos
naturales o ejerciendo el peligroso oficio de herbolario, estudiando las
propiedades de la mandrágora y la belladona, pues se movía en el impreciso
límite de la farmacia y la brujería. El equívoco de que la mujer ha de amar al
que la complace sexualmente resulta ser en la novela una profunda ilusión del
anatomista. Sencillamente no comprende a la mujer. En las modernas sociedades
liberales el sexo sin amor parece confirmarse ampliamente en la práctica del
“amor libre”. La mujer moderna lejos de compartir la ilusión del anatomista
Mateo Colón de que mediante el sexo se logra el amor, al contrario lo refuta.
El sexo no lleva necesariamente al amor, aunque se olvida por lo general
confirmar la otra parte de la verdad, a saber, que el amor sin sexo es posible.
Por su parte Mona Sofía
es un personaje repulsivo y moralmente inaceptable que denigra la figura de la
mujer hasta los límites más enfermizos posibles. En este punto existe un
paralelismo con la situación actual de la mujer en la sociedad industrial y
post-industrial. La mujer de hoy busca ser menos emocional y más racional, pero
¿se pregunta acaso qué tipo de racionalidad está siguiendo? La moderna mujer
liberada está convencida de que el hombre ha logrado un mejor control de sus
emociones, hasta el punto de parecer frío, por un proceso de adaptación al
medio social. No obstante, se reafirma en su convicción que ser mujer jamás
tendrá que ver con masculinizarse. No obstante, son las propias mujeres quienes
confiesan el verdadero tormento que es tener como superior a otra mujer. Sólo
la mujer liberada que ha sabido lo que es tener como jefe a otra mujer, sabe
añorar lo que ha perdido al dejar de tener un jefe varón. Pero existe otro
paralelismo, además de la frialdad, entre el personaje Mona Sofía y la mujer
liberada actual: cierto automatismo que la aleja de la propia racionalidad. Si
Mateo Colón encarna el dominio del otro por el sexo, la puttana Sofía es el
dominio del otro por el dinero para obtener placer. Llegados a este punto es
posible recién trazar el cuadro completo de la mujer en el individualismo de la
modernidad, donde las cuatro virtudes cardinales de raíz platónica: Prudencia,
Fortaleza, Justicia y Templanza, agonizan inmisericordemente.
Una
obra literaria que aborda la figura de la mujer en el alumbramiento del feroz
individualismo del Renacimiento del siglo XVI fue la novela premiada en el año
1996 por la
Fundación Fortabat El
Anatomista, del escritor argentino
Federico Andahazi. No es una obra feminista ni mucho menos, es una obra sobre
el poder extraño y frío encanto del sexo femenino. Pero a su vez contiene
elementos hedonistas y materialistas que son muy comunes en nuestro tiempo. La
despiadada y fría lógica comercial del time
is money se impone con estremecedor parentesco.
No
se trata de hacer derivar a la mujer real moderna a partir de las ficciones
literarias sino de identificar en dichas ficciones lo que hay de verdad
profunda en la condición humana femenina. Novelas de heroínas y antiheroínas
son también Madame Bovary de
Flaubert, páginas que delinean a la mujer adúltera, mala madre, ladrona y
suicida, Casa de muñecas de Henri
Ibsen, cuyo personaje Nora es descrito sin pensar en el movimiento de
emancipación de la mujer, La romana (1947)
de Alberto Moravia, libro que cuenta la severa moral de una meretriz, Lolita (1955) de Vladimir Nabokov, libro
que universaliza el término para designar a la mujer emancipada, La casa de las bellas durmientes (1961)
de Yasunari Kawabata, cuyas páginas revelan la pulsión de muerte que hay en la
entraña del sexo, El cuaderno dorado (1962)
de Doris Lessing, que captura el espíritu sin grandeza de antiheroínas de los
años 50 y 60. Por lo demás no estamos en el siglo erótico de Occidente, el
dieciocho, sino en el siglo sexista de mediados del veinte y albores del
veintiuno de una época de exaltación del nihilismo, relativismo, escepticismo,
cinismo, corporeísmo, sensualismo, lo débil, light, blando y ligero.
No
es extraño que en la literatura se advierta el sentido profundo de los
fenómenos culturales. Menos
extraño es aun que el propio novelista no apunte el sentido recóndito de su
creación. Uno de los principales escritores y críticos franceses de la
posguerra que ha ejercido enorme influencia sobre Foucault y muchos otros, es
Maurice Blanchot, el cual sostiene en su obra de 1955 El espacio literario (Paidós, Barcelona, 1992) que el texto
literario es a la vez irreducible a explicaciones sociológicas o psicológicas,
es indeterminado en el sentido de que no es posible nunca recuperar todo el
significado y la importancia de un texto literario. Además cada época trae su
propia interpretación, por lo que el carácter exacto de una obra no está
presente para ningún autor ni lector.
Claro que la intención de Blanchot no
es convertir a la literatura en un imponderable metafísico, aunque queda en la
nebulosa lo que debe entenderse por dicho “carácter exacto” de la obra en
cuestión. Quizá sea más modesto pero más exacta la afirmación de su compatriota
Philippe Sollers quien en su libro El
individuo y la libertad: ensayos de crítica de la cultura (Ed. 62,
Barcelona, 1986) concluye que la gran literatura es excepcional porque constituye un desafío a la
imaginación. En nuestro medio el renombrado escritor Vargas Llosa ha sostenido
en su libro La verdad de las mentiras (1990)
que la buena literatura revela el fenómeno humano pero también enseña a
imaginar otra realidad, gracias a lo cual la civilización no se aletarga ni
desespiritualiza. Afirmaciones certeras que contrastan con la desafortunada
calificación de la novela como “mentira”. Constituye un equívoco llamar a la
fantasía literaria “mentira”, porque con ello atribuye a la ficción libre un
propósito cognoscitivo y moral que no tiene. La fantasía novelesca recrea lo
real, mientras que la mentira tergiversa lo real.
En este sentido y muy lejos de las
intenciones del autor, El anatomista
simboliza el fracaso del crudo individualismo renacentista que retrata el
espíritu de la modernidad. Por nuestra parte sería un error histórico no
advertir las diferencias reales entre el individualismo renacentista y el
individualismo moderno a partir de la Ilustración.
Mientras que el primero desafía el orden trascendente sin
negarlo, en cambio el segundo niega el orden trascendente sin sustituciones. En
la novela, su personaje Mateo Colón busca conquistar el amor de la prostituta
Mona Sofía a través de métodos naturales, o para ser más precisos, ejerciendo
el peligroso oficio de herbolario, estudiando las propiedades de la mandrágora
y la belladona, pues se movía en el impreciso límite de la farmacia y la brujería.
Sigue el camino de las especias y busca la hierba de los dioses para hallar el
ungüento del amor. Pero quiso el destino o el autor que Mateo Colón fuera a dar
de casualidad con el descubrimiento del amor
veneris aplicando la frotación en el hasta entonces desconocido pene
femenino. Por ello, la lógica subyacente de la novela se desenvuelve bajo el
ropaje del renacimiento pero con el contenido de la modernidad ilustrada. Es el
experimento y no la religión lo que lo lleva a dar con el amor veneris. El
papel de la magia en la creación de la ciencia moderna es hoy un hecho
reconocido y ampliamente aceptado, pero en esto justamente reside una dirección
del espíritu moderno que dirige secretamente el desarrollo de la novela de
Andahazi.
Mateo Colón no es un mago medieval que
invoca espíritus para sus hechizos, es más bien un herbolario o un alquimista
que busca la piedra filosofal del sexo para revelarle los secretos de la
naturaleza femenina. Sus técnicas son de laboratorio y sus experimentos están
orientados en la búsqueda de la ley natural de causa y efecto. Si bien es
cierto que no puede ser tomado como un científico moderno, sin embargo por sus
técnicas, visión espiritual del mundo, objeto, práctica y método comparte el
espíritu fundador de la ciencia moderna. Lo irónico del personaje andahaziano
es que en su empeño por buscar y preparar la quintaesencia del amor, viene a
convertirse en un anatomista en vez de un herbolario. Lo cual lejos de ponerlo
en duda de su anterior camino lo confirma en su visión naturalista e inmanente
del mundo.
El anatomista está más próximo a un
Hipócrates o Galeno que a un Paracelso o Lulio, haciendo la salvedad que
mientras los dos primeros quieren curar en cambio Mateo Colón quiere dominar el
placer sexual de las mujeres. Pero su intención se basa en un profundo
equívoco, expresado maravillosamente en el parco y trágico diálogo final:
-
“Amor mío [le dice a Mona Sofía], amor
mío –repetía a la vez que acariciaba su dulce “América”. ¿Me amáis?
El
anatomista sintió un levísimo temblor en el pulpejo de sus dedos y pudo
escuchar un susurro. Mona Sofía movió los ojos hacia la ventana y sin mover los
labios, con una voz que parecía provenir del fondo de una caverna, habló:
-
“Tu tiempo se acabó –le escuchó decir el anatomista, antes de emitir un
estertor, que fue el último”.
El equívoco de que la
mujer ha de amar al que la complace sexualmente resulta ser en la novela una
profunda ilusión del anatomista. La sexualidad de la mujer es más difusa, tiene
mayor capacidad para sentir que el hombre, el sexo abarca a toda su persona
porque es mucho más emotiva y por ello es para la mujer mucho más importante la
intimidad, las caricias, el sentirse amada. Las prácticas no coitales y las
caricias no genitales son en la mujer la fórmula mágica para llegar a su
corazón. La lucha por el orgasmo aniquila muchas veces no sólo el propio
orgasmo sino toda sensualidad posible. La opinión de expertos sexólogos está
dividida, unos opinan que toda actividad sexual privada entre adultos que
consientan libremente es lícita, otros que estiman que el placer sexual es
fuente de unión y contento entre el hombre y la mujer dentro del matrimonio
para desarrollar y enriquecer las relaciones interpersonales, y otros apuntan
desde la llamada ética de la situación
que en la sexualidad no hay normas de
valor absoluto y las decisiones que se toman depende de las circunstancias de
cada situación. Volviendo a la novela vemos que Mateo Colón consigue llevar a
la agonizante Mona Sofía al orgasmo clitoril, pero no por ello logra que ella
lo ame. En él no hay tanteo ni seducción. Sencillamente no comprende a la
mujer.
En las modernas
sociedades liberales el sexo sin amor parece confirmarse ampliamente en la
práctica del “amor libre”. La mujer supuestamente liberada del culto a la
virginidad decide acostarse con cuanto varón le guste y ello sin pensar en el
matrimonio ni en la procreación sino en el simple gusto corporal de satisfacer
el apetito sexual, y lo más probable es que cuando decida casarse, si es el
caso, no lo haga con quien más disfrutó sexualmente sino con quien la haga
sentirse amada. La mujer moderna lejos de compartir la ilusión del anatomista
Mateo Colón de que mediante el sexo se logra el amor, al contrario lo refuta.
El sexo no lleva necesariamente al amor, aunque se olvida por lo general
confirmar la otra parte de la verdad, a saber, que el amor sin sexo es posible.
Lo curioso es cómo
siendo la mujer una criatura mucho más emocional e intimista pueda practicar el
sexo sin amor. Esto equivale a una situación que cuando no es prostitución,
como el de Mona Sofía, es diversión. A la mujer la sociedad no le exige
reafirmar su sexualidad como en el hombre, sentirse dueña de su cuerpo y de su
placer no es para ella un acto público sino privado. Pero ahora con el avance de
la enfermedad maldita, el sida, entre la población heterosexual se ha refrenado
ligeramente ha promiscuidad sexual.
¿Es el equívoco de
Mateo Colón el error de la modernidad? En cierta forma sí, porque confunde el
fin con los medios. El protagonista encarna la conciencia individual que se
sumerge en el flujo de la existencia para el dominio, el control y la negación
de la voluntad individual. Es un
personaje que encarna una conciencia de la muerte porque desplaza a la
libertad del corazón mismo de nuestra existencia. La libertad no puede quedar
reducida a los imperativos de los sentidos, pero Mateo Colón no lo comprende
como tampoco lo entiende en nuestro tiempo la publicidad, el mercadeo y la
industria al servicio de los sentidos.
Baudrillard había
hablado de la sociedad de la sensación, de telepolitas domésticos conectados
con prótesis tecnológicas que anulan las certidumbres de los hechos. De forma
análoga, Mateo Colón sufre el eclipse de toda profundidad y la liquidación total de lo subjetivo por cuanto que reduce
al amor al acto mecánico de la estimulación orgiástica. Baudrillard describe la
filosofía de las masas babélicas indiferenciadas y Andahazi en su novela se
explaya en la periclitación de sujetos mediumnizados por la estupefacción
mecanicista sin alma. Son las almas muertas de un mundo moralmente neutro.
¿Y Mona Sofía?
Encarna la frialdad patológica de una racionalidad que se rige por los
parámetros de la productividad, la eficacia y la inserción al mercado. Ella
abre el infierno de una lógica que ha proscrito el alma e implanta la anomia
esteparia de la cosificación física y mental más perfecta para proclamar el
triunfo del atrofiamiento moral de la sociedad individualista contemporánea.
Mona Sofía es a todas luces un ser patológico que maltrata su alma y tiene
embotada su humanidad por el condumio y el lucro. Se trata de un personaje
repulsivo e inaceptable que denigra la figura de la mujer hasta los límites más
enfermizos posibles. Como la realidad supera con creces todo tipo de fantasía
lo más probable es suponer que no sólo se trata de un personaje posible sino
incluso superado en la propia realidad. Mona Sofía no encarna la maldad en su
alambicada pureza porque su accionar no desborda el meretricio, sino que más
bien lleva uno de los rasgos más impresionantes del mal, a saber la frialdad o
absoluta carencia de sentimientos nobles, a su máxima expresión.
En este punto existe
un paralelismo con la situación actual de la mujer en la sociedad industrial y
post-industrial. La mujer de hoy busca ser menos emocional y más racional, pero
¿se pregunta acaso qué tipo de racionalidad está siguiendo? La moderna mujer
liberada está convencida de que el hombre ha logrado un mejor control de sus
emociones, hasta el punto de parecer frío, por un proceso de adaptación al
medio social. Entonces ella se distancia del hogar mediante el trabajo, porque
no se conforma con que el hombre tenga un rango superior en la vida pública,
busca mejores puestos de trabajo, mejores salarios en igualdad de condiciones,
prioridad en el acceso del campo laboral y se erige sin complejos en cabeza de
familia en la vida privada. Entonces comienza a pensar que ser mujer es reunir
en sí misma todas las posibilidades, está convencida en su capacidad para
desempeñar las mismas profesiones, responsabilidades y papeles que han sido
identificados como masculinos. No obstante, se reafirma en su convicción que
ser mujer jamás tendrá que ver con masculinizarse. A partir de aquí deduce que
la mujer es capaz de pensar no sólo en su casa sino también en el Universo,
como el hombre. Entonces vemos cada vez más mujeres elegidas como Presidentes
de su país, bajo la sospecha de que el poder masculino sólo ha servido para
desorganizar la sociedad y conducirla a una deplorable situación de pobreza,
violencia y materialismo. Pero aquí cabe preguntarse ¿cómo piensa la mujer
liberada edificar un mundo más piadoso, misericordioso y caritativo si comienza
cambiando su piel delicada y sensible por una más fría y racional? ¿Con esa
racionalidad no terminará obrando como el hombre que condena? Además ¿es acaso
justa la imagen del hombre que manejan cuando la historia ha demostrado la
existencia de líderes espirituales como Buda, Jesús, Gandhi, entre otros, que
difundieron la doctrina del amor y la solidaridad?
Lo cierto es que en
la mayor parte de los casos el esfuerzo de la mujer de ser tan competitiva y
racional como el hombre la ha deformado hasta límites monstruosos y crueles. En
primer lugar, son las propias mujeres quienes confiesan el verdadero tormento
que es tener como superior a otra mujer. La jefa por lo general es despiadada,
furibunda, descontrolada, intolerable, irascible, celosa, competitiva al
extremo, vengativa, perfeccionista, acaparadora, injusta y atormentadora en
demasía. Sólo la mujer liberada que ha sabido lo que es tener como jefe a otra
mujer, sabe añorar lo que ha perdido al dejar de tener un jefe varón. El jefe
masculino es por principio condescendiente, bondadoso, tolerante y controlado
con la subordinada, y no es cierto que este comportamiento obedezca casi
siempre a un oscuro deseo de seducir a la hembra que tiene enfrente, sino a un
uso racional de su energía vital que lo lleva a ser más magnánimo con la mujer
especialmente. Sólo el homosexual masculino, que es competitivo con el género opuesto,
se siente incómodo siendo tolerante con las imperfecciones manifiestas en la
mujer.
Pero existe otro
paralelismo, además de la frialdad, entre el personaje Mona Sofía y la mujer
liberada actual: cierto automatismo que la aleja de la propia racionalidad. Las
palabras finales de la puttana Sofía:
“tu tiempo se acabó” representan la
voluntad de dominar al otro por el dinero. El “tanto tienes tanto vales” se vuelve en reflejo automático del
individualismo anético de la modernidad. La fórmula maligna se resume en el
infernal círculo vicioso del capital y el tiempo. Si Mateo Colón encarna el
dominio del otro por el sexo, la puttana Sofía es el dominio del otro por el
caudal. Y el caso es que junto al poder de Leviatán y el sexismo de Príapo, el
tercer dios moderno es la codicia de Mamóm.
La gran
pregunta que se impone en el decurso de la cuestión es si se pueden establecer
brevemente los principales rasgos femeninos, para dejar sentado a partir de
aquí cómo los mismos pueden ser alterados o perturbados por el influjo social.
Esto es, que los seres humanos no son ni tabulae
rasae ni víctimas de la anatomía del destino.
Así, en
la cultura de la India
–el Kamasutra por ejemplo- y en la cultura romana –Ovidio en su Arte de amar- el instinto sexual de la
mujer es presentado mucho más poderoso que en el hombre, cosa escandalosa de
admitir en la civilización occidental del siglo XIX y comienzos del XX. Para el
destacado pensador inglés de fines del siglo Havelock Ellis los principales
rasgos femeninos son tres: mayor afectabilidad, menor tendencia a la variación
y conservatismo biológico e infantilidad. Por ejemplo, su menor tendencia a la
variación la predispone hacia la estabilidad en contraposición al varón, cuya
mayor tendencia a la variación hace que entre éstos sea más común el genio, el
idiota y el criminal. Weininger por su parte exige que la mujer se libere de sí
misma si quiere consumar su emancipación, claro que imbuido de moral victoriana
confundió su liberación con la renuncia de la mujer a su función sexual en vez
de a un estado social que convertía al sexo en su única opción posible.
Freud no es más halagador con las
características de la mujer: envidiosa, histérica, de limitados intereses
intelectuales y hostiles a la cultura. Karen Horney consideró la opinión de
Freud como un producto del “narcisismo masculino”, que el sentimiento de
inferioridad femenino no es constitucional sino adquirido y la creación
cultural masculina es una reacción compensatoria ante la creatividad biológica
de la mujer, terreno en el que ella es superior. Según Clara Thompson es
posible explicar cada rasgo atribuído por Freud a la mujer en base de
influencias de las “presiones culturales”. Profundizando en el punto Helen B.
Thompson subrayó que las diferencias psicológicas entre los sexos se debían a
las influencias sociales, por lo que la evolución de la vida intelectual de la
mujer depende más que de las características psicológicas sexuales innatas, de
las necesidades e ideales sociales. Sex
and Society de W. I. Thomas subrayó que el remedio a la inutilidad de la
mujer moderna parece encontrarse en el terreno educacional.
Actualmente ya no
existe una atmósfera hostil sobre la actividad de las mujeres, toda clase de
estímulos han venido a sustituir la otrora abundante falta de aliento sobre sus
obras, al aceptar nuevas funciones y hacerse cargo de tareas socialmente
valiosas la mujer ha mejorado su posición legal y vive la desaparición de
muchos de sus sentimientos de inferioridad, se considera importante que sea
capaz de ganarse la vida, con ello ha perdido
buena parte de su timidez, pasividad, tendencias masoquistas y su manera
tradicional de imponerse por medios indirectos. Las mujeres actuales tienen
intereses más objetivos e impersonales, sin embargo ninguna de las funciones
femeninas tradicionales ha desaparecido. El trabajo doméstico, el
sentimentalismo y la procreación podrá no ocupar su tiempo principal pero ella
no se desliga de la oscura administración de la esclavizante casa y más aun
debe añadir a ello la dura presión de la esclavizante sociedad individualista.
Pues no todo periodo de individualismo es pródigo en estímulos creativos sino
también en negativos y disolventes. Así, la nueva moral sexual al considerar
menos meritorio el recato, la modestia, la pasividad, la castidad y la
virginidad retroalimenta en círculos cada vez más extendidos una enorme y amenazante ola de prostitución pornográfica que instrumentaliza a la mujer hasta
siniestros límites amorales. Cuando toda una legión de jovencitas liberadas
acude a este nefando negocio con el fin de hacer dinero rápido en una sociedad
consumista y manipuladora, entonces es posible pensar que el apocalipsis del
matrimonio tradicional va acompañado de una oscura administración de una
esclavizante sociedad anética. Ha llegado la apoteosis de la
Mona Sofía del “time is money”.
Hoy la
veterana y rica Europa envejece al compás de la estrepitosa caída del índice de
natalidad, las mujeres víctimas de la ideología del progreso dejaron pasar su
edad reproductora al abocarse al trabajo, estudio, viajes o placer. Los pocos
niños que quedan son cuidados con esmero pero por lo mismo también son
consentidos, creciendo entre el capricho y la irresponsabilidad. Se trata de un
círculo vicioso autodestructivo que amenaza con extenderse por toda la cultura
occidental y que tiene que ver más con la razón técnica que con la razón
humanística que la vio nacer. Si en su momento la primera guerra mundial
representó un papel importante en el fortalecimiento del papel social de la
mujer, en la actualidad el desarrollo de las nuevas tecnologías (especialmente
la biogenética) preparan el terreno para un nuevo y demencial estadio de la
liberación femenina sin el concurso del varón como fecundador, compañero y
sustentador de la familia.
Llegados
a este punto es posible recién trazar el cuadro completo de la mujer en el
individualismo de la modernidad. Para tomarle el pulso a una civilización hay
que ver qué tipos de hombres y mujeres está engendrando, cuáles son sus
cualidades, probidades y libertades. La sociedad del capitalismo cibernético
actual lejos de acercar a la mujer al trabajo intelectual y rodearla de
virtudes superiores la ha convertido en otro ser económico sin alma. De sus
tradicionales cualidades destierra la castidad, frugalidad y buen carácter para
manipular el cuidado de su belleza con la cosmética y la cirugía, su
laboriosidad con la igualdad de derechos y su necesidad de higiene mental con
el gimnasio, técnicas de relajación y lo light. La frugal
y laboriosa mujer tradicional ha sido sustituida por la moderna mujer
consumista, egoísta y hedonista. Mientras tanto las cuatro virtudes cardinales
de raíz platónica -Prudencia, Fortaleza, Justicia y Templanza- en la sociedad
moderna y posmoderna son sustituidas por el predominio del poder, el sexo y la
codicia. Entonces las primeras virtudes que se quiebran y se abandonan son
justamente las virtudes cardinales. Hoy se impone como valor lo contrario de la Fortaleza , lo débil y lo
light, el reverso de la
Justicia la injusticia y la insolidaridad, y el anverso de la
templanza y la prudencia, lo irreflexión y la obscenidad.
Si a esto
le añadimos que el clima espiritual de la época es de incredulidad y ateísmo
práctico entonces tenemos que al abandono de las virtudes cardinales se vienen
a sumar el olvido de las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Entonces
nos preguntamos si ¿será la mujer liberada consciente del pavoroso panorama
individualista de la sociedad que la devora? Creemos que no, pero justamente en
su ignorancia radica la salvación de la humanidad. No será la razón sino su
corazón de mujer, esposa y madre la que le tendrá que decir que los designios
socioculturales competitivos e individualistas asignados por una sociedad
profundamente cosificada ponen a la mujer y a la civilización misma al borde
del colapso. La mujer actual es la nueva víctima de la ideología del progreso,
sus cambios en el seno de la sociedad liberal han convertido su emancipación en
su nueva esclavitud y el problema no estriba en el desarrollo de sus nuevas
facultades sino en la manipulación y distorsión de las mismas que ponen en
peligro la continuidad de su existencia y con ella la de toda la especie
humana.
La novela
El anatomista de Federico Andahazi ha
servido de catalizador para reflexionar sobre el efecto que tiene la sociedad
individualista sobre la mujer actual. Sus personajes Mateo Colón y Mona Sofía
refractan personalidades profundadamente distorsionadas por el clima espiritual
de su época. Pero lo más sugerente de ambos es la manera sesgada, unilateral y
cosificante de ver al otro, al prójimo. Y esto es justamente el tipo trágico de
enajenación que ha ido en aumento en la llamada moderna sociedad del progreso.
Ediciones
y bibliografía.-
Federico Andahazi, El anatomista, Biblioteca
Latinoamericana contemporánea, Lima 2000. Olga Bertomeu, Guía práctica de la sexualidad femenina, Colección Fin de siglo,
Madrid 1996. Llusiá Botella, La mujer en
la familia moderna, Alameda, Madrid 1970. Rita Freedman, Amar nuestro cuerpo, Paidós, Barcelona
1988. Julián Fernández de Quero, Guía
práctica de la sexualidad masculina, Ediciones Temas de Hoy, Madrid 1996. S. Freud, Tres ensayos para una teoría sexual, Alianza editorial, Madrid
1978. Duro González, Represión sexual,
dominación social, Akal, Madrid 1976. A . Kinsey, Conducta sexual del macho humano, Instituto Kinsey, 1948. W. Master
y V. Jonson, Incompatibilidad sexual
humana, Intermédica, Buenos Aires 1977. El mismo: La homosexualidad en perspectiva, Intermédica, Buenos Aires 1976.
Gregorio Marañon, Tres ensayos sobre la
vida sexual, Biblioteca Nueva, Madrid 1924. W. Reich, La revolución sexual, Planeta, Barcelona 1985. M . Sagrera, Sociología de la sexualidad, Siglo XXI,
México 1975. G .
Tordjman, La violencia, el sexo y el amor, Gedisa, Barcelona 1981.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.