TOMAS DE AQUINO Y LA REVOLUCIÓN HETERODOXA DEL ARISTOTELISMO
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Fue el averroísmo latino y árabe el que enarboló la “revolución aristotélica” con la “doctrina de la doble verdad” y la consecuente autonomía de la razón. Los principios filosóficos de Averroes eran intolerables tanto para la ortodoxia musulmana como para el dogma cristiano.
Filosóficamente la asimilación árabe de la filosofía aristotélica por parte de Averroes fue sin duda revolucionaria tanto para la cultura medieval musulmana como cristiana, pero es justo hacer una salvedad: mientras que el averroísmo quiso restaurar a Aristóteles, Tomás de Aquino dio con la clave de la síntesis cristiano-aristotélica.
En este sentido, Averroes es un ortodoxo de Aristóteles que no logra revolucionar su tradición religiosa, en su cultura su restauración fracasa; mientras que Santo Tomás es un heterodoxo peripatético que consigue revolucionar su fe, en la cultura occidental su asimilación fructificó el desarrollo científico.
Repetir ortodoxamente a Aristóteles sólo condujo a que la ciencia árabe sea eminentemente mágica, en cambio asimilarlo heterodoxamente llevó a que la ciencia occidental sea experimental. El tomismo es una filosofía cristiana independiente del neoplatonismo agustiniano y del aristotelismo.
1.
LA ORTODOXIA ARISTOTÉLICO-AVERROÍSTA
Fue el averroísmo latino y árabe el que enarboló la revolución aristotélica con la “doctrina de la doble verdad” y la consecuente autonomía de la razón. A principios del siglo XIII Europa no conocía a Aristóteles, maduraba la crisis de la teología católica heredada de las tradiciones patrísticas que habían estado vigentes por ochocientos años. Incluso durante el siglo XI Pedro Damiani, siguiendo a Tertuliano, seguía argumentando que todas las pretensiones científicas al conocimiento del universo y al descubrimiento de las leyes del ser eran absurdas.
Tertuliano, Ireneo, Taciano, Hermio y Basilio heredaron a la teología cristiana un encarnizado y militante fideísmo. “¿Qué tienen en común Atenas y Jerusalén –señalaba Tertuliano- la Academia y la Iglesia, entre los herejes y los cristianos?...después del Evangelio sobra toda investigación”. La otra alternativa provenía de la orientación neoplatónica y era planteada por San Agustín, admitir a la razón para refutar la falta de fe de los herejes. Los Padres de la iglesia habían sido cartaginenses, beréberes y nubios.
En el siglo XII surgieron las escuelas catedralicias –la escuela de Chartres y de San Víctor- que con la teología dialéctica desplazaban a la teología monástica y su estudio místico-contemplativo. No buscaban la unión mística con Dios sino el saber mediante la dialéctica. El espíritu de las nuevas escuelas fue reciamente combatido por Bernardo de Clavaral quien consiguió la condenación de las tesis de Abelardo pero no pudo hacer lo mismo con Gilberto de Poitiers. Con la fundación de las universidades en el siglo XIII llegaron a su ocaso pero cumplió su misión de desarrollar el saber científico siguiendo el método escolástico.
Pero a partir del siglo XII llegaron a Europa corrientes nuevas, que los filósofos musulmanes traían del Asia la metafísica aristotélica. Algunas obras de Aristóteles sobre lógica y física eran ya conocidas desde antes, pero sus principales trabajos sobre metafísica y ética sólo llegaron a manos de los escolásticos desde fines del siglo XII y comienzos del XIII. En 1250, Roberto, obispo de Lincoln, traduce al latín la Ética a Nicómaco y los dominicos Alberto el Grande y Tomás de Aquino escriben preciosos comentarios sobre el Estagirita, alentando la traducción de sus obras. Se trataban de traducciones latinas directas de textos griegos y de libros que citaban y comentaban a los filósofos árabes.
A Averroes y Avicena les corresponde el mérito de provocar que los teólogos medievales pusieran toda su atención en las serias implicancias para la fe de la filosofía del Estagirita. Al ser la cultura árabe la propagadora del aristotelismo los teólogos cristianos se vieron obligados a librar un combate en dos frentes, en el campo de la fe y de la filosofía. Los principios filosóficos de Averroes eran intolerables tanto para la ortodoxia musulmana como para el dogma cristiano. Pero la primera reacción oficial de la Iglesia aconteció cuando la Física fue condenada en 1209, la Metafísica en 1215 y el Concilio de París de 1210 prohibió la discusión y lectura de las obras de Aristóteles así como se exigió que se las quemaran. La inquietud se hizo mayor cuando en la propia Universidad de París, “el horno –a decir del Papa- en que se cuece el pan espiritual del mundo latino”, comenzaron a expandirse las tesis averroístas.
El abanderado del averroísmo latino era Siger de Brabante. En 1260 sus conferencias en la facultad de artes liberales entusiasmaban a la juventud estudiantil, su aula siempre estaba repleta, defendió con entusiasmo y elocuencia la doble verdad, pero en 1277, tres años después de la muerte de Tomás de Aquino, fue procesado, tuvo que abandonar París y en 1280 fue asesinado por su secretario. Pero paulatinamente la posición oficial fue cambiando de postura, permitiendo ya en 1250 que se dieran en París cursos públicos sobre Aristóteles para que cincuenta años más tarde se convirtiera en su filósofo emblemático.
Para la Iglesia lo preocupante de la filosofía de Averroes era su posición ante el problema básico entre la fe y la razón, entre la revelación y el conocimiento. Siguiendo a la filosofía de Aristóteles el averroísmo, abogando por la independencia del conocimiento racional, no dejaba a la religión más que la fe. Saber y creer son cosas diferentes, la razón y la fe tienen cada una su propio camino. Una razón autónoma y juez de sí misma favorecía el desarrollo de la experimentación, la observación y la investigación natural, por lo que la marea ascendente del filosofismo aristotélico amenazaba la hegemonía de la religión y la sustitución de sus verdades. El filósofo seguirá el camino de Aristóteles, el teólogo el de Jesucristo o Mahoma.
Pero no sólo estas tesis eran intolerables para la ortodoxia musulmana y cristiana sino que también lo eran las tesis de la eternidad del mundo y la infinidad de la materia y del movimiento. Ambas rechazaban la concepción creacionista del mundo a partir de la nada, pero tampoco dejaban lugar a la creación divina de cada alma racional, la inmortalidad del alma individual, la voluntad libre y la vida eterna. A todo esto se añadía el planteamiento directo averroísta de la idea de la ley natural universal sin ligazón con la providencia divina.
Filosóficamente la asimilación árabe de la filosofía aristotélica por parte de Averroes fue sin duda revolucionaria tanto para la cultura medieval musulmana como cristiana, pero es justo hacer una salvedad: mientras que el averroísmo quiso restaurar a Aristóteles, Tomás de Aquino dio con la clave de la síntesis cristiano-aristotélica.
En este sentido, Averroes es un ortodoxo de Aristóteles que no logra revolucionar su tradición religiosa, en su cultura su restauración fracasa; mientras que Santo Tomás es un heterodoxo peripatético que consigue revolucionar su fe, en la cultura occidental su asimilación fructificó el desarrollo científico. La dispar postura entre Averroes y el Aquinate puede contribuir a comprender el desigual destino del pensamiento científico tanto en el mundo musulmán como en el mundo cristiano. Repetir ortodoxamente a Aristóteles sólo condujo a que la ciencia árabe sea eminentemente mágica, en cambio asimilarlo heterodoxamente llevó a que la ciencia occidental sea experimental.
2.
LA CONVERSIÓN DE LA IGLESIA AL PERIPATETISMO
Esta primera revolución aristotélica fue árabe, tuvo su representante en Averroes y provocó la reacción del obispo Tempier, quien condenó en su interposición 219 tesis averroístas por heréticas. Pero las condenaciones y prohibiciones de la Iglesia a la herejía antiagustiniana no tenían impacto, había llegado el momento en que el platonismo cristiano tenía que ceder su reinado a la escolástica peripatética.
En buena cuenta, la conversión de la Iglesia al Peripatetismo fue obra de una serie de pensadores eminentes, menos originales que San Anselmo y Abelardo, pero más eruditos. A la cabeza de todos ellos se encontraba Alejandro de Hales, profesor de Teología de París famoso por sus comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo y De anima de Aristóteles.
No menos erudito era Guillermo de Auvernia, obispo de París, el cual conocía a fondo los comentarios árabes del Estagirita; el dominico Vicente de Beauvais preceptor de los hijos de San Luis, al cual se debe la creación del término quidditas en lugar del ti estí aristotélico y aportó una terminología nueva; el dominico Alberto el Grande, comentarista de la mayor parte de las obras de Aristóteles, redescubridor de la dimensión corporal de la existencia humana, gran aficionado a las ciencias naturales, precursor de Roger Bacon, Raimundo Lulio y del renacimiento científico; y el franciscano Juan de Fidanza, conocido bajo el nombre de San Buenaventura, quien une en un mismo abrazo a Platón y Aristóteles, la filosofía racional y el misticismo contemplativo, la piedad y la ciencia.
La Iglesia reconoció los servicios de varios de los peripatéticos del siglo XIII otorgándole por ejemplo el título de doctor irrefutable a Alejandro de Hales y a Juan de Fidanza se le otorgó el título de doctor seráfico y se le admitió en el número de los santos. Sin duda, Aristóteles era pagano y por ello adversario de la fe, pero si a pesar de ello su doctrina se encontraba de acuerdo con el Evangelio entonces servía para glorificar más Cristo. Además veía con buenos ojos que el Estagirita profesaba con buenos ojos a un Dios del Universo, distinto al de la fe cristiana, es cierto, pero que no comulgaba con la invasión de la herejía panteísta que se protegía con el nombre de Platón. Más aún, la Iglesia ya se estaba familiarizando con la noción de naturaleza y de su acción respecto de Dios y de los efectos de su voluntad.
Además, el sistema aristotélico era jerárquico, colocando a Dios en su cúspide. Pero la ventaja capital que favorecía la asimilación con la filosofía aristotélica era que la Iglesia mostraba su capacidad de seguir desarrollándose a través de un sistema que era la sola expresión auténtica de la razón humana. Ahora ya no se trataba de demostrar el concierto entre el dogma y la razón natural sino de demostrar la verdad del dogma acudiendo a la autoridad de Aristóteles. Al adoptar como suya la filosofía de Aristóteles la Iglesia confiaba en disciplinar el libre pensamiento, que había gozado de relativa independencia durante el período platónico, y evitar así situaciones tan incómodas como aquella que lo que estaba bien para San Anselmo le parecía mal a Abelardo.
Pero a estas ventajas se entremezclaba el inconveniente de colocar la autoridad de Aristóteles y de la filosofía por encima de la autoridad de la Iglesia y de la religión, y además entrañaba el serio peligro para la omnipotencia eclesiástica de favorecer el gusto por la ciencia y el espíritu de análisis.
En fin, la ilustre lista de la pléyade peripatética del siglo XIII se completa con su cumbre: el dominico Tomás de Aquino y su rival Duns Scoto. Si con San Agustín culmina la filosofía patrística neoplatónica, con Santo Tomás el cristianismo cuenta con su primera filosofía independiente y con Duns Scoto la filosofía termina separándose de la teología. Lo que vendrá después sería la sustitución del peripatetismo escolástico por el peripatetismo nominalista, la decadencia de la escolástica, la afición a las ciencias experimentales, el renacimiento de las letras, la magia, la teosofía, la lucha de aristotélicos contra aristotélicos, la reforma religiosa y el movimiento científico.
3.
LA HETERODOXIA ARISTOTÉLICO-TOMISTA
No es aquí el lugar para tratar con extensión las posiciones filosóficas fundamentales del tomismo, a las cuales sólo se hará referencia para demostrar que el doctor angélico al ser el más consecuente jefe del aristotelismo cristiano no se limitó a repetir el espíritu y la letra del Estagirita. Tomistas contemporáneos como Macheral, Mercier, Gilson, Grabmann, Sertillanges, entre otros, son unánimes al sostener que la solución del Aquinate consiste en aceptar la filosofía de Aristóteles sólo en aquello que no entra en contradicción directa con las doctrinas de la Iglesia. Es decir, que el Aristóteles de Tomás es unas veces compartido, otras rechazado, corregido y complementado. Incluso se deja influir por otras corrientes de pensamiento, no importándole interpretar siempre bien a su maestro.
En otros términos, pese al minucioso estudio de Aristóteles y las constantes referencias a él, nunca Tomás de Aquino sacaba las conclusiones que obtenía el Estagirita. Apreciaba al Peripatético pero no lo repetía ni lo aprobaba en todo. Al contrario, reformuló muchos principios y juicios aristotélicos como el referente a la autonomía de la razón (la razón ha sido creada para conocer la verdad autónomamente), el ente concreto y sus principios (la esencia no existe más que realizada en el ente existente, el cual se capta como evidencia intuitiva de la autoconciencia humana), el conocimiento racional de Dios (Dios es incomprensible porque no es el ser sino la causa del ser de las cosas y el conocimiento humano sólo llega a una demostración a posteriori de su existencia) y la antropología (el alma humana sólo puede entenderse por el cuerpo y es incorruptible por la resurrección del misterio evangélico).
Es más, la doctrina de la creación es el aspecto más rotundo en que destruye de manera resuelta la concepción antigua; allí no hay la impersonalidad de la causa primera, la inacción de ésta, su no participación en todo lo que existe y ausencia absoluta de providencia. El concepto tomista del ser como esse, la correlación entre esencia y existencia, al igual que el concepto de creatio no existe en la metafísica aristotélica.
En realidad, no tiene fundamento aquella interpretación de los viejos tomistas que pretenden verlo como un leal aristotélico, ni estotra que le niega cualquier filiación con el Peripatético (William Wertz, Por qué Tomás de Aquino no fue Aristotélico) ni aquella otra postura ideologizada del marxismo que por heterodoxo le quiere achacar un pretendido reaccionarismo filosófico anticientista y antinaturalista (B. Byjovski, Erosión de la filosofía sempiterna). El tomismo es una filosofía cristiana independiente del neoplatonismo agustiniano y del aristotelismo.
En él no hay ni ideas eternas ni movimiento eterno. Su concepción del alma superó el dualismo del platonismo y del Peripatético y al pensar el ser desde la subjetividad precursó la Edad Moderna. Si el tomismo hubiese sido una deliberada estrategia de la Iglesia para mantener su hegemonía no hubiese sido rechazado cuando el doctor angélico se encontraba vivo y no hubiese esperado tanto hasta el siglo XX para que se convierta en la filosofía de la Iglesia.
4.
COLOFÓN
El medievalista inglés Christopher Dawson (Ensayos acerca de la Edad Media) señaló lo antihistórico de tildar a la cultura de la Edad Media como oscurantista, responsable de retrasar y detener el pensamiento científico. Es falso suponer que la Edad Oscura fue oscura por ser religiosa, dicha distorsión recae sobre la cultura secular del Imperio romano. Por el contrario, la más notable realización de la cultura medieval fue la recuperación por los musulmanes de la ciencia y el pensamiento griego y su desarrollo por el cristianismo.
En el siglo XII el judaísmo tuvo su edad de oro, mientras que el Islam dirigía a Occidente en ciencia y filosofía. Tanto el judaísmo, el cristianismo y el Islam se sintieron amenazados en sus dogmas por la revolución aristotélica emprendida por Averroes y Avicena. Pero mientras la ortodoxia averroísta se convirtió en un formidable obstáculo para el progreso científico de la cultura árabe, en cambio, la síntesis heterodoxa aristotélico-tomista contribuyó a renovar la tradición teológica y desarrollar el idealismo científico de Roger Bacon.
Es cierto que la investigación científica de Oxford en el siglo XIII y de París en el siglo XIV fueron arrollados por la escolástica tardía, que era francamente anticientífica y antihumanista, pero lo mismo no se puede afirmar de la escolástica temprana ni de la alta escolástica.
Lima, Salamanca 25 de Julio del 2012
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