NUEVA UTOPÍA PARA LA CONVIVENCIA HUMANA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la
Sociedad Peruana de Filosofía
(Conferencia pronunciada el 22 de Noviembre del 2013)
La Facultad de Educación y CCSS y el Departamento de
Filosofía y Arte de la Universidad Nacional de Trujillo, que en los últimos
tiempos ha tomado un vuelo tan notorio, me ha invitado, a través de la
estudiante Clariza Huamaní Arotoma, Presidenta de la Comisión Organizadora, la
estudiante Eyleen Nureña Alva, Coordinadora del Comité Académico, y el célebre
filósofo trujillano, Dr. Víctor Baltodano Azabache, en el marco del Primer
Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú a presentar algunas
reflexiones sobre el “espinoso” tema de la “Convivencia Social”, con el fin de
impulsar una filosofía para el desarrollo humano.
Y digo “espinoso” porque actualmente para nadie es un
secreto y, al contrario, es una verdad de Perogrullo que la sociedad de mercado
de hoy está diseñada para que el hombre no se conduzca por lo que es, sino por lo que acumula y tiene. Es indudable que actualmente la
convivencia social está dañada a nivel planetario por el aumento inaudito de la
desigualdad económica, la destrucción ambiental y la injusticia social. ¡Nunca, en
ningún tiempo de la historia conocida por la humanidad, existió un puñado social
tan reducido que concentre en tan pocas manos cerca del 90% de la riqueza
mundial!
Estamos
inmersos en un peligroso ciclo histórico de deterioro mundial de la convivencia
social y humana. Se va imponiendo el proyecto luciferino de hacer funcionar a
la humanidad con la utilidad intercambiable de la máquina. El hombre global de
hoy no convive sino compite, y afila las garras tras la ambición, el poder y el
placer. Tras cerca de 40 años del predominio de la utopía liberal el
capitalismo global ha demostrado que sólo gestiona la crisis pero no la
resuelve, su lógica sólo asegura la rentabilidad financiera del capital
excedente, no pertenece a su lógica una teoría de la distribución de la ganancia
y por ello no lleva al progreso social ni al desarrollo de la democracia.
Al
contrario, la utopía liberal con su credo de que el desarrollo equivale a la
expansión del mercado desató la más inaudita crisis global jamás conocida.
Pues, la actual crisis mundial no sólo es económica y ecológica, sino, sobre
todo, es humana. La irreflexiva pretensión de hacer funcionar al mundo como un
mercado y una máquina ha puesto al hombre al borde de la barbarie. Su creencia
que con la tecnología y la ciencia se consigue el desarrollo humano también
sucumbe, pues no sólo se viene una incontrolable crisis de agua, alimentos y
energía, sino que el predominio de la inteligencia artificial está generando la
proliferación de los cerebros
descentrados en la web, sin capacidad crítica ni poder de concentración. Pues
la ciencia y la técnica también contienen posibilidades perversas y ominosas
que llevan hacia la barbarie. Y cada vez queda más claro que sería un error
buscar en la ciencia, la técnica, como en la educación, una solución a todos
los problemas del presente.
De
manera que el hombre convertido tan sólo en un valor de cambio pierde su
dignidad y sentido de la vida, reduce su existencia al salario, al precio, a la
despiadada competencia por el tener, remitiendo al olvido su autorrealización
personal y vida espiritual. Se convierte en una cosa más entre las cosas. Su alienación se ha vuelto más profunda y
tornó en cosificación. Es el triunfo
prometeico del hombre anético, que
conquista el mundo pero que se pierde a sí mismo.
En
otras palabras, ¡Nunca como ahora, la convivencia social se ha encontrado en
una encrucijada tan grave y tan amenazada por el grave problema de la
deshumanización creciente y acelerada a nivel planetario!
El análisis sociológico de Ferdinand Tönnies (Comunidad y Sociedad, 1887) sostiene que
la voluntad orgánica desarrolla la
comunidad (Gemeinschaft), forma de
vida antigua, donde prima el hombre natural, con lazos reales fundados en lazos
de sangre, de localidad y creencia, donde el estatuto representa el derecho natural, pero su destino es
evolucionar hacia la sociedad. Mientras la voluntad
racional desarrolla la sociedad (Gesellschaft),
de individuos abstractos, sin lazos reales, insertos en el mercado mundial,
donde el único valor es el de cambio, ligado al beneficio económico, donde el contrato representa el derecho de la
sociedad, en el cual el individuo deviene en persona y el tipo perfecto es el comerciante. En buena cuenta, Tönnies intenta
mostrar la íntima trabazón entre racionalidad,
sociedad y capitalismo. Tríada que Marx y gran parte del pensamiento
socialista del siglo XX intentó desmontar infructuosamente.
La susodicha racionalidad
del beneficio del capitalismo nos ha conducido a la barbarie y no menos
bárbara se manifestó la racionalidad de
la distribución bajo el fenecido socialismo real. Pero la pregunta que aquí
nos asalta es que si pertenece a la esencia misma de la razón tal destino. Si
es así acaso nos hace falta una nueva forma de pensar. Y si es necesaria una
nueva forma de pensar qué condiciones históricas darán lugar a ella. Además,
queda pendiente la interrogante si el alumbramiento de una nueva forma de
pensar en una nueva fase histórica se hará de forma traumática o paulatina.
En la esencia de la razón coexisten dos órdenes: el
discursivo, lógico y teórico-práctico, y el intuitivo, participativo y
contemplativo. Este último alcanzó su mayor grado de desarrollo en las
civilizaciones ancestrales o en la llamada mentalidad arcaica. Ve el cosmos como
una totalidad viviente animada, donde el mundo fenoménico revela el destino. Emplea
conceptos-imágenes, su comunicación es alegórica, poética, metafórica,
simbólica, analógica y alegórica. Su forma conceptual es estética. Sus formas
de sabiduría comprenden la mántica, la horoscopía, el mito, la magia, la
profecía. El sentido de su sabiduría es oracular, escatológica, revelación,
iniciación e intuición. Su esfera ontológica es onírica, pática y cósmica. El
propósito de su saber simbólico es lo que la cosa “quiere decir”. Su filosofía se resuelve en una teoría
intuitiva del destino. Prestó grandes beneficios, fue la cuna de la humanidad y
la gestora de los grandes maestros espirituales de la humanidad. Buda,
Confucio, Lao Tsé, Zaratustra y Jesús pertenecen a este tipo de orden racional.
Jaspers incluye a Sócrates, el padre del concepto, en este grupo al que llama
el “tiempo eje”. Y el principal enemigo a este orden de racionalidad es la
actual orgía de pragmatismo y tecnicismo que nos asola.
El otro orden racional, el llamado lógico-discursivo,
basado en el principio de identidad y de no contradicción, ha sido el baluarte
sobre el cual se ha edificado desde la modernidad la ciencia, la técnica y el
pensamiento moderno. Está basado en conceptos puros de la lógica, su interpretación
del cosmos es matemático-cuantitativo, su forma conceptual es lógica y
experimental, su forma de sabiduría es objetiva, el sentido de su saber es el
cálculo y la predicción, su esfera ontológica es el fenómeno opuesto a la cosa
en sí, resuelve el ser en el aparecer o en lo fenoménico, el propósito de su
saber es lo que la “cosa es” para alcanzar su dominio y control, y culmina en
una filosofía que se resuelve en una teoría de las causas y efectos.
Y aun cuando la teoría de la relatividad y la teoría
de los cuantas provocó la crisis de la concepción mecánico-materialista del
universo, sin embargo el camino del paradigma matemático griego hacia la realidad
sigue incólume. Esto ha conducido a que físicos de partículas y cosmólogos
crean que estamos ad portas de una
teoría final de todas las cosas, como símbolo de triunfo y superioridad del
orden discursivo de la racionalidad objetivo-experimental. A pesar de ello,
físicos tan eminentes como Roger Penrose (El
camino a la realidad, 2006), ha manifestado sus dudas que tal meta se
logre, basados en que si bien es cierto de que el camino matemático hacia la
realidad nos ha servido de mucho no obstante no se ha encontrado todavía el
verdadero camino hacia la realidad. En otras palabras, esto equivale a decir
que el camino del pensamiento científico y del orden discursivo de la razón
está lejos de penetrar en el corazón de lo real mismo.
Esta es una conclusión muy grave puesto que si el orden
discursivo de la razón opera meramente a nivel de la capa fenoménica de lo real,
entonces la inevitable consecuencia humana tenía que ser el olvido de su
esencia y la deshumanización del hombre. Lo cual se ha traducido en el intento
erróneo de tratar de solucionar todos los problemas humanos a través de la
ciencia y de la técnica. El resultado final no ha sido la reconstrucción humana
y social sino su destrucción. Con esto ha quedado nítidamente establecido que
la ciencia no busca “verdades” ni “verosimilitudes” popperianas, sino que
construye modelos ficticios para manipular la realidad con éxito relativo en el
mundo material y humano.
En otras palabras, la axiomatización científica tiene
que ver menos cono lo real y mucho
más con la manipulación de lo real.
En este punto el pensamiento científico y el orden discursivo de la razón estarían
mostrando un pronunciado cariz ideológico, en la medida en que enfatiza la
voluntad de poder a través del “control” ya sea natural o social. No es
entonces casualidad lo señalado por los pensadores de la Escuela de Frankfurt,
al subrayar que la razón instrumental suprime la individualidad sirviéndose de
la ciencia y la tecnología.
En este punto hay que tener en cuenta las tres etapas
de la civilización técnica señalado por Lewis Mumford (Técnica y civilización, 1934), esto es: su fase eotécnica (basada
en el agua y la madera) que regularizó el tiempo con la invención del reloj
(siglos X-XVI); su fase paleotécnica (basado en el carbón y el hierro), que
incrementó la energía mecánica con la invención del telar mecánico y la locomotora
(siglos XVII-XIX); y su fase neotécnica (basado en la electricidad y aleación)
multiplicó la producción de bienes, contrajo el tiempo y el espacio,
estandarizó la producción, el producto y al hombre.
Lo interesante aquí es que Mumford señala que la
civilización técnica en su fase neotécnica se hizo posible que lo cuantitativo y
mecánico sea más sensible a lo cualitativo, lo orgánico y teleológico. Volvió
el respeto por el color, lo estético, las cantidades diminutas, lo invisible,
lo ergonómico, la sensibilidad más fina, la comunicación instantánea, todo lo
cual produce un cambio de valores. Con ello si la máquina fue antes enemiga de
la vida hoy se vuelve la aliada de ella.
Con esto surge una pregunta desconcertante. ¿Se dirige
el orden discursivo de la razón hacia la confluencia con el orden intuitivo de
la racionalidad? Si fuese así estaríamos ante un cambio inaudito de
consecuencias imprevisibles para el destino humano. ¿Acaso las corrientes
intrahistóricas de la racionalidad humana van hacia una nueva Edad Media en el
sentido de la apertura de un nuevo horizonte de espiritualidad y mística nunca
antes visto? ¿Qué significaría que el orden teórico-pragmático de la razón
sufra una síntesis con el orden participativo-espiritual de la racionalidad?
En la historia no hay retrocesos, hay avances,
congelamientos o declives. En este sentido, lo más probable sea que ante el ocaso
de la modernidad alumbre una nueva síntesis de la razón, que no nos lleve a una
edad media oscurantista como la predicha por Nicolás Berdiaev, sino, por el
contrario, será una nueva Edad Media llena de espiritualidad y mística donde
ciencia y humanismo hayan depuesto su otrora antagonismo y se enlacen en un
redivivo y más potente Renacimiento humano e histórico. Nos permite mantener el
optimismo con respecto a una renovación análoga al renacimiento los caminos que
va tomando la propia razón lógica frente a la razón participativa.
No hay duda de que el avance de tal derrotero significará
derribar el actual orden político y financiero de los monopolios megacorporativos
que se han adueñado del planeta, que se resisten a socializar los beneficios de
la civilización técnica en su actual fase neotécnica, y que son el principal
obstáculo para que se acelere la revolución mental y espiritual que tanto
requiere la humanidad del presente. Si estos esfuerzos prosperan, entonces la
época de las hazañas de la ciencia divorciada de la ética y del humanismo
quedarán como cosa propia de una era oscura e infeliz, donde el hombre consumía
su existencia en el tener olvidando su ser. Recién, entonces, emergerá un
ambiente de inmarcesible concordia en las relaciones humanas y una auténtica
convivencia social, donde la realización de los valores esté basada en la
encarnación de las virtudes.
En una palabra, el camino de la reconstrucción de la
convivencia social transita antes que por utopías políticas y económicas por
una reconciliación de la razón humana consigo misma y con la realidad. Esa
utopía epistémica es la utopía de la reconciliación del antiguo divorcio entre
mito y razón, lo subjetivo y lo objetivo, lo espiritual y lo material, lo
inmanente y lo trascendente, lo humano y lo divino. Será el triunfo de un nuevo
principio de realidad, una nueva metafísica y una nueva ciencia, sobre la base
de una nueva síntesis dialéctica en el seno mismo de la razón humana.
Muchas gracias
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