NIHILISMO Y PÉRDIDA DE
SENTIDO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El tema nos lleva inevitablemente a una discusión
con la tesis heideggeriana sobre la pérdida del sentido del ser en el pensar
occidental, el cual reza: el pensar técnico y objetivista que impera en la
modernidad nace en el conceptualismo socrático-platónico griego.
La bomba atómica ya comienza a existir desde que
el ser es entendido como Razón y cálculo. Así, para Heidegger la filosofía fue
originariamente un corresponder que traduce a lenguaje el llamado del ser del
ente. Luego devino, desde Aristóteles, en un pensar ontoteológico del ente en
cuanto tal. La filosofía antes que búsqueda (Platón) fue armonía (Heráclito) y
el temple de ánimo que lo posibilitó fue el asombro, en cambio para el hombre
moderno es la angustia ante el ser.
Este cambio de pensar acontece con Sócrates y
Platón. El ser ya no es entendido como lo que suscita el decir y el pensar sino
como Razón, Principio y cálculo. El dominio del principio de razón determina el
ser de la era técnica. La filosofía como metafísica (estudio del ente) ha
encontrado su final en el desarrollo de las ciencias. La tarea del pensar
consiste en abandonar el pensar ontoteológico, precursor de la era técnica, y
replantear la posibilidad de un pensar que se interrogue no por el ser del
ente, sino por el ser en cuanto ser, por la posibilidad de la presencia en
cuanto tal.
Estas consideraciones las vierte Heidegger en tres
conocidas conferencias [1], en las cuales se refleja que se encuentra
lejos de su abandonada vía de analítica existencial de Ser y Tiempo de
1927. Es decir, corresponde a un periodo que deja atrás lo que un estudioso
como R. Kröner clasifica como “filosofía de la muerte” (1927), “filosofía de la
nada” (1929) y “filosofía del ser” (1930); para arribar luego a una “filosofía
de la gracia” (1942), donde sigue una vía análoga a la del idealismo romántico
alemán que mitologiza el ser.
En realidad, en los últimos escritos abandonó el
tema de la existencia para centrarse en el ser. El ser no puede entenderse, ni
describirse, sólo evocarse. Predomina un tono profético y apocalíptico, que
anuncia una nueva era para el hombre enajenado, el olvido del ser, la necesidad
de destruir el pensar hecho y la llegada del nihilismo [2]. Heidegger
como profeta del nihilismo en realidad visualiza, con clarividencia, el gran
desconcierto en que se sume la humanidad en una era dominada por el pensar
técnico y objetivista.
En primer lugar, resulta esquemático suscribir la
opinión heideggeriana sobre que la ontología antigua trabaja con conceptos de
“cosas” y que, en cambio, la ontología contemporánea arriba al concepto de
“existencia” y cosas. No es cierto que Platón tome el ser como esencia, idea o
concepto, pues la verdad total nunca será posesión del concepto. No otra cosa
representa la alegoría de la caverna.
Por lo demás, neoplatonismo, agustinismo y Eckhart
se propusieron conocer sin conceptos, objetividad y representación, sin olvido
del ser. Buscar el ser en sí que está más allá de toda esencia, en la negación
de la negación que no termina en un puro concepto trascendente. En cambio,
Heidegger en su última etapa termina en una supermetafísica mística, poética y
estética, donde la filosofía queda convertida en un arte y la razón filosófica
no tiene nada que decir. Recordemos que afirma “el ser no puede entenderse, ni
describirse, sólo evocarse”.
En segundo lugar, su abandono de la analítica
existencial resulta precipitado, porque si no puede brindar una ontología es
más por su estrecho marco inmanentista del dasein, cuya
temporalidad se ve restringida a la cotidianidad, historicidad y la
intratemporalidad, sin considerar la transtemporalidad o la vida eterna. Lo
cual significa que todo ser en general se basa en el tiempo. Más bien, el
concepto de eternidad lo considera sacado de la comprensión vulgar del tiempo,
en el sentido del ahora ininterrumpido. Heidegger incluso se llega a preguntar
si el “ser en el mundo” tiene una instancia más alta que el ser para la muerte,
pero deja incontestada dicha posibilidad [3].
En tercer lugar, también es notoria su excesiva
atención al “temor” y la “angustia”, y su escasa aplicación a la fe, la
esperanza y el amor como estructuras existenciarias genuinas del dasein.
De ahí que la “cura” termine en una temporalidad finita, es decir, para la
muerte, que no puede dar respuesta a la cuestión del ser en general. Y en
cuarto lugar, como para él no hay ningún absoluto como elemento superior al
tiempo primordial, entonces culpa al pensar ontoteológico de la pérdida
del sentido del ser.
¿Acaso la ontología tradicional no preguntó
también por el sentido del ser en general a través de un ente privilegiado
(Dios, infinito, pensar)? La tarea del pensar, nos dice, consiste en abandonar
el pensar ontoteológico, precursor de la era técnica. Pero a lo que en realidad
se refiere es al pensar al ser en cuanto ser como ente, no obstante Dios, que
puede ser pensado como un ente, no es un ente y por consiguiente resulta
ilegítimo confundir el Dios-idea con el Dios-viviente. El pensar ontoteológico
precisa ser denunciado y rectificado pero ello no justifica confundir la
realidad teológica con el pensar entificante del pensar ontoteológico.
En otras palabras, el inmanentismo fundamental que
entroniza el culto a la humanidad de su primera etapa, es tan incapaz de
generar el reclamado nuevo modo de pensar, como el retorno a la ontología
objetivista de su última etapa, que sólo busca místicamente un pensamiento que
“deje que el ser sea” [4], convirtiéndose exactamente en un
fatalista quietismo oriental.
Todo su pensamiento está dominado por un abandono
quietista a la realidad fáctica. En consecuencia, la filosofía está incapacitada
de poder salir del hoyo del nihilismo si antes no replantea originariamente un
corresponder que traduce a lenguaje el llamado del ser del ente teniendo en
cuenta tanto la dimensión de la inmanencia como de la trascendencia. Finitud,
falsabilidad y totalidad imperfecta son las nuevas categorías por las cuales la
filosofía contemporánea acentúa el ocaso del romanticismo para abordar
descarnadamente al hombre y a la realidad. Pero por lo visto ha llevado muy
lejos su pretensión de negar la rigidez estática de la verdad, la naturaleza
infinita del hombre y alcanzar verdades permanentes e inmutables.
Es decir, se pasó al otro extremo, el de la
inmanencia solipsista. Y tenía que ser así para poder mostrar su significado
último, demostrar que no pudo superar dialécticamente la categoría hegeliana de
“totalidad” ni la kierkegaardiana de “posibilidad”, y hacer ver la necesidad de
un nuevo pensar filosófico y teológico que integre lo finito y lo infinito, lo
inmanente y lo trascendente, la totalidad imperfecta y la totalidad perfecta,
la posibilidad y la determinación. A pesar de que el romanticismo ha sido
rechazado en sus aspectos más interesantes, las nuevas categorías ya están
presentes, como las de alteridad y trascendencia, sólo hace falta integrarlas
con nuevo sentido. De todas formas el romanticismo, demolido pero no superado,
todavía actúa a través de su herencia más engañosa, esto es, el primado de la
presencialidad del hecho, el predominio de lo empírico, el factum.
Por consiguiente, el obstáculo no es el pensar
ontoteológico del ente en cuanto tal, sino aquel pensar que se limita a la
realidad fáctica y al opresivo primado de los hechos empíricos. En una palabra,
el obstáculo es el pensar empirista. El empirismo se ha convertido en un
prejuicio ambiente no sólo porque es la tendencia natural de nuestra
inteligencia de entrar en contacto con el mundo, sino porque el clima cultural
lo promueve como el medio privilegiado para conocer el mundo y deducir los
conceptos y las existencias.
De modo, que en la crisis nihilista de la
modernidad tardía o posmoderna, la salvación del hombre deberá empezar por la
reconstrucción de su propio pensamiento, y esto es tarea de la filosofía. La
filosofía es búsqueda de la armonía entre el ser y el ente a través del pensar.
Pensar que tiene tanto una dimensión objetivista, identitaria y logocrática,
como otra dimensión transobjetiva, armonía de contrarios y mitocrática [5].
Este cambio de pensar debe suscitar una nueva
jerarquización entre los saberes, en donde el pensar humanístico guíe el pensar
como Razón, Principio y cálculo. Esta nueva conjunción entre las dos
dimensiones de la razón deberá determinar el ser de la era técnica, evitando
que así la ciencia y la vida pierdan su sentido humano. La filosofía como metafísica
del ente ha encontrado su realización en el desarrollo de las ciencias y la
eclosión de la era nihilista.
La tarea del pensar consistirá en subordinar la
metafísica del ente, precursor de la era técnica, a la metafísica del ser,
reedificadora de un nuevo despertar religioso. Replantear la posibilidad
de un pensar que se interrogue tanto por el ser del ente como por el ser en
cuanto ser, es la salida al callejón sin salida del nihilismo y al sinsentido
de la vida. Hasta tal punto es cierto e imperativo la necesidad de un nuevo
pensar para superar el sinsentido de la vida, que se puede afirmar que el
pensar de la modernidad tardía ha devenido en fatigado y “viejo pensar”, no
pudiendo haber dado un desarrollo creativo a la contribución fundamental de Kierkegaard
con su categoría de lo posible.
La enérgica afirmación de la realidad finita del
hombre por parte de Kierkegaard y Marx, tras la disolución del hegelianismo, no
ha desembocado en una mejor comprensión de la estructura de la persona humana.
Mientras para Kierkegaard existir es fundamentalmente establecer una relación
privada, singular e irrepetible del hombre consigo mismo y con Dios, para Marx
existir es esencialmente coexistir determinado en la estructura social.
El marxismo concluyó en la conocida capitulación de
la libertad personal, y las dificultades que el existencialismo de Heidegger,
Jaspers, Barth y Sartre encontró en la categoría de lo posible fue
que la entendió como imposibilidad radical. El hombre está condenado a ser
libre, y, con ello, se olvidó lo entrevisto por Kierkegaard sobre la libertad
como posibilidad de no ser, de hundirse en la nada, de extraviar la finitud en
el apartamiento de lo que otorga el ser, a saber, Dios.
Es decir, la libertad coincide con la necesidad y
por tanto se anula a sí misma, esto es, revive el fantasma hegeliano de la
reducción de la realidad finita a la infinitud de la razón. El pensar
posmoderno cruzó la frontera hacia el otro extremo, recargó la categoría de lo posible
desvinculándolo del ser infinito, y afirmó el divorcio completo entre
la libertad y la necesidad, exageración que también termina anulando la
libertad misma en una libertad sin sentido, anética, donde el
coexistir queda en segundo plano respecto al existir finito y único,
debilitándose las responsabilidades personales de solidaridad, amor y justicia.
Por consiguiente, habiéndose entregado al existir
finito una voluntad de verdad desproporcionada, la
consecuencia inevitable era que la vida perdiera su sentido en un demencial
solipsismo egolátrico del yo único y soberano propio de las decadentes
sociedades liberales. La libertad finita como posibilidad de no ser en la inmanencia y
en la trascendencia ha quedado reducida a posibilidad
de no ser meramente en la inmanencia. El horizonte
ontológico de la propia finitud quedó afectado por la reducción nihilista de la
historia de la modernidad tardía.
En la erosión nihilista de la sociedad
postmetafísica el hombre sin absoluto vive la fantasía de una libertad
autárquica sin Dios, pero una lectura escatológica del Hijo Pródigo lleva a
descubrir que no faltaran quienes en medio de las tinieblas de esa autonomía
extraviada sean capaces de descubrir a Dios.
No es accidental que la radicalización del
subjetivismo de la modernidad tardía coincida con la filosofía del mercado del
capitalismo cibernético. El mercado exige para su triunfo completo una nueva
racionalidad única, a saber, la racionalidad histórica interpretativa, donde se
disuelve todo principio de autoridad y objetividad y se opone hermenéutica a
violencia anómica.
Al disolverse la idea de un significado de
dirección unitaria de la historia de la humanidad, que fue guía de la tradición
moderna, la historia no sólo es asumida como un hecho complejo sino que se
afirma una ética sin imperativo absoluto, donde sólo es ético respetar la
opción de la multiplicidad. En la ética postmetafísica cada individuo haría
valer su propia idea moral en el diálogo social.
El hombre se queda solo con su actitud pragmática
de prueba y error, es el fin del filósofo consejero del príncipe. Como se
observa, el problema del hombre moderno sigue siendo su libertad, una autonomía
sin centros ontológicos fuertes en el subjectum y en el objectum desembocó
en el nihilismo. El fin de la metafísica tiene una lógica engañosa y una
dirección antihumana. El paulatino predominio desde la modernidad de la
afirmación de la vida y del mundo con un sesgo empirista ha desembocado en una
pragmática cultura occidental vaciada de interioridad y de espiritualidad.
El nihilismo de la modernidad tardía vuelve a los
hombres contra lo humano no sólo porque la tecnocracia es profundamente
nihilista y arruina el espíritu de abstracción -como lo destacó Gabriel Marcel [6] -,
sino, porque la devastación de la reflexión se apodera de las masas y ellas
mismas no sólo proceden a hacer la abstracción del prójimo y más bien lo
extienden a sí mismos.
Es decir, el extremo peligro que vive el mundo de
hoy radica en que la despersonalización y el envilecimiento han rebasado los
márgenes de la tiranía burocrática y tecnocrática para identificarse con el
hombre masa del mercado, que se degrada en la atmósfera anti espiritual
desfavorable a la reflexión y a la toma de conciencia.
El tecnificado mundo contemporáneo convirtiendo al
hombre en un código vuelve al pensamiento en innecesario y a la vida con
sentido en superfluo. Su libertad debe ser manipulada, neutralizada y sometida
finamente con los mecanismos de una falsa libertad, mientras poderes anónimos
corporativos del dinero manejan los hilos de un mundo nihilista donde el hombre
ha sido reducido a una abstracción vacía y sin valor, su precio es ínfimo y su
dignidad es retórica.
Foucault y Deleuze hablaron de la agonía del
hombre, pero en la modernidad tardía se trata de las exequias del hombre. El
hombre desquiciado de hoy trabaja para ser sustituido por humanoides robóticos
que trabajen y hasta piensen por él. El ciclo de la autoaniquilación cultural
se va cerrando en una profunda cosificación humana.
NOTAS
[1] Martín
Heidegger, Qué es eso de la filosofía, 1955; El principio de razón, 1957; y El final de la filosofía y la tarea del pensar, en: ¿Qué es
Filosofía, comentado por J. L. Molinuevo, Bitácora, Madrid 1980.
[2] Véase
especialmente: Carta sobre el humanismo, donde
Heidegger insiste en que el hombre sólo es en la medida en que permanezca en su
sabia pasividad, pastoreando la casa del ser, de la cual nunca será su dueño o
arquitecto.
[3] Cf. Martín
Heidegger, Ser y tiempo, FCE, México,
1993, p. 340.
[4] Cf. Martín
Heidegger, La doctrina platónica de la verdad, traducciones
de Juan García Bacca y Alberto Wagner de Reyna, Santiago de Chile, Universidad
de Chile, s/f.
[5] Cf. mi obra Filosofía mitocrática y mitocratología, IIPCIAL, Lima
2010.
[6] Cf. G. Marcel, Los hombres contra lo humano, Caparrós,
Madrid, 2001.
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