LA FILOSOFIA ANDINA MITOCRÁTICA
En la obra de Chacón*
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
A continuación ilustro
la recepción de mi categoría de la filosofía mitocrática citando el libro
recientemente publicado del pensador peruanista Hugo Chacón Málaga “Nación
Andina”.
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La civilización
andina debe interpretarse a la luz de cuatro aspectos: su filosofía, la
concepción del ser y la naturaleza; las particulares formas del trabajo
y sus articulaciones asociativas, la notable pluralidad cultural
edificada a lo largo de milenios y la geografía que la contuvo. Soslayar
alguno de los componentes no contribuye a mejorar la comprensión de su
formación social y económica. Existen, sin duda, elementos adicionales a
considerar, pero, estos son insoslayables.
Sobre la
filosofía andina se ha extendido un manto de ignorancia o silencio. Una manera
de no verse amenazada ha sido tolerar
que la reflexión filosófica alcance una forma menor del pensamiento y denominarla cosmovisión, marbete con el que disfrazan la alienación,
tranquilizan conciencias y esconden la incapacidad de ver más allá de los
marcos conceptuales del pensamiento dominante.
La filosofía
ancestral ha recibido un trato similar al que se depara a otras aportaciones
culturales originarias: aceptación y tolerancia mientras no amenace las débiles
defensas de la cultura oficial. Bajo el contexto descrito, no ha habido forma
de aprehender los signos fundamentales de nuestra filosofía ancestral que ya se
observan excluyentes con la occidental en la narración que hace el soldado
Cristóbal de Mena de la reacción que suscita en Atahualpa tener entre sus manos
la Biblia cristiana (Cap. VI, p. 203).
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Pocos
vislumbraron que la reductiva cosmovisión andina no podía ser la explicación
convincente de su densa y compleja configuración cultural. No hubo, en el
firmamento especulativo criollo resquicio por donde se filtrara la duda o una
débil reflexión sobre el sustrato filosófico que vertebró tamaña civilización.
Más pudo la colonialidad mental y la alienación ideológica.
Para entenderlo
en su dimensión cierta eran quizá innecesarias sapientes elucubraciones,
bastaba formular elementales preguntas para señalar a la filosofía y teología
andinas como causa primera de la originalidad y calidad de su desarrollo. ¿Pudo
la complejidad cultural nativa, su densidad civilizatoria acreditada por
la diversidad de lenguas habladas en el territorio, alcanzar sus altos
niveles de integración, cultivando el animismo pedestre y ramplón, que se le ha
endilgado? (Cap. VI, pp. 204-205).
¿Se observa en
el Qoricancha, templo mayor de la religión andina, espacio grandilocuente y
particular para albergar la pagana e inabarcable divinidad solar?; el sobrio y
ascético recinto ¿no muestra acaso una hornacina prudente, austera, preparada
para un waykey, hermano superior entre pares, antes que barroco espacio
para una divinidad inabarcable e inalcanzable? La vasta y densa normatividad
ética y moral, ¿vislumbran ausencia de una trama filosófica previa?
Vemos entonces
que hay escasos resquicios que puedan anular la afirmación que sustenta el
desarrollo de un pensamiento filosófico en la civilización andina. Los
detractores de cuño occidental que listan exigencias de aprobación deberían percibir
que aun calificando al pensamiento andino con formatos foráneos vemos
que cataloga con suficiencia en la plataforma filosófica homogeneizadora: posee
una concepción del ser, de la materia y del universo, también una
interpretación de la divinidad y exhibe avanzados criterios éticos y morales.
Pero no es este
el camino que se debe seguir para explicar los pormenores constitutivos de la
filosofía andina, sino, como veremos más adelante, el señalado por el filósofo
nacional Gustavo Flores Quelopana
con su inaugural teoría del Mito como Logos filosófico.
Terminar de
descorrer el velo del interés y la ignorancia eurocéntrica que se cierne sobre
la filosofía y religión andina es una necesidad fundamental para reconfigurar
su real estatus civilizatorio. Y no se trata de un prurito académico que ordene
el pasado y nos reconcilie con la verdad, está en baza impedir se extravíe una
herencia histórica que dificulte erigir el ser nacional.
Requerimos extraer
de ese antiguo sustrato los fundamentos de una nueva hegemonía cultural andina
que propicie construir una nueva civilización que reemplace las excrecencias de
la declinante civilización occidental y cristiana que nunca propicio comunidad
y tampoco integración ni pudo construir nación. Es urgente acompañar la ingente
capacidad creadora del pueblo
con elementos organizados de un
pensamiento superior que ningún pueblo ha desechado en la forja de su
identidad y destino. Es necesario auxiliar el desarrollo cultural ejecutado con
dispersión y muchas veces inorgánico, dotar de fundamentos filosóficos al
próximo nuevo ciclo cultural andino (Cap. VI, pp. 207-208).
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La huella de
Ginés de Sepúlveda ha hecho historia en el país, de distintas maneras hallamos
sus postulados en cada acto que los peruanos ejecutan; observar los hechos con
mirada ajena. La pretensión de armar un cuerpo nacional sin ubicar sus partes
en el lugar correspondiente explica por qué muchos pensadores, incluso
contestatarios o revolucionarios, no
logran configurar un armónico cuerpo nacional: consideran que nuestra herencia andina es un problema a resolver, sin
considerar que constituye la solución.
Señalar la
existencia de filosofía en la sociedad antigua es un paso menos complicado que
determinar sus características constitutivas. Para satisfacción de la verdad
histórica, diversos estudiosos nacionales dedican su tiempo a reconstruir,
recrear, el corpus filosófico andino. En restringidos ámbitos académicos se han
dado desde hace muchos años elaboraciones teóricas sobre estas disonancias
filosóficas y culturales. En el último medio siglo las ideas han ido en
progreso y desarrollo.
En los años
recientes la producción teórica del filósofo Gustavo Flores Quelopana se constituye en la más firme intercesora
de la filosofía nuestra. De él proviene un sólido cuerpo de pensamiento que ha
logrado desentrañar sus elementos formativos. Ha concluido señalando que en la
base de su filosofía se encuentra el pensamiento mítico. Acuña para ello una
categoría nueva: filosofía mitocrática, fundada en el logos del mito en
oposición a la filosofía logocrática, de origen griego, fundada en el logos de
la ratio.
Rescata el
pensar filosófico de los especialistas y lo distribuye entre los anónimos seres
humanos, porque el pensar filosófico no es un coto cerrado de sabios
pensadores, sino parte inalienable de la condición humana, como lo afirma en Filosofía
mitocrática y mitocratología, donde señala que un criterio multívoco y
no unívoco de la filosofía permite reconocerla como una creación permanente del
espíritu humano y no sólo de los griegos ni de la cultura occidental; y por
otro, que la filosofía americana, en particular, no es una adaptación del estilo
continental ni un producto heterogéneo, sino que es un rasgo fundamental de la
América anterior a la conquista.
Precisa las
razones que explican la renuencia de los pensadores nacionales para acompañarlo
en su posición: el eurocentrismo vergonzante y la definición monocultural
de los académicos, que conduce a negar la denominación de filosofía a todo
aquello que no posea orígenes griegos. A partir de aquella idea, en apariencia
inocua, Flores elabora un conjunto
de proposiciones que echa por tierra las limitaciones de la cosmovisión para
interpretar el alto pensamiento andino y se adentra en el territorio de la
filosofía como sustento de su civilización.
Flores instala de pie lo que estaba de cabeza al determinar
que el pensamiento mítico sustenta la filosofía andina y explicar su naturaleza
divergente de la racional y analítica filosofía occidental (Cap. VI, pp
213-214).
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Es urgente reflexionar sobre la construcción y
desarrollo de una filosofía nacional de cuño andino-amazónico. Poseemos las
condiciones objetivas, concretas; la tenemos entre manos y se trata del
continente filosófico previo a la invasión que, labrado en miles de años
de ejercicio del pensamiento, preserva vigentes sus basamentos fundamentales en
la mentalidad de nuestro pueblo, en sus valores y estilos de vida, conservados
y expandidos con austeridad y estoicismo a través de toda esta etapa de
exterminio y dominación. Ha sido un pensamiento en permanente colisión con la
lógica dominante, dueña de formas conceptuales estéticas y no lógicas donde la concepción del mundo se
entiende como totalidad viviente o animada, accesible a través de los sentidos
y del espíritu.
El desafío al avasallamiento de las primeras horas
de la invasión ha continuado su soterrada resistencia en las centurias siguientes.
A quienes rehúsan aceptarlo habría que invitarlos a observar los millones de
peruanos y peruanas para quienes el mito y la magia son parte indesligable de
su textura humana.
No nos referimos a la magia y al mito subalterno de
oráculo y predicciones, obviamente, hablamos de la magia como fulgor de vida,
como principio integrador del ser humano y la naturaleza, como
ingrediente fundamental en la estética y también ética y moral del pueblo
andino; nos referimos al mito como sustento de comunitaria vida, como
orientadora de una forma viviente y animada, participativa.
El mito debe constituirse en elemento esperanzador
de realizaciones futuras. El mito como verdad extraída de la experiencia
humana y que ella misma la transforma en normas éticas y morales que orientan y
obligan a toda una comunidad. El mito como conjunto integrador que otorga
coherencia al comportamiento social y le provee de metas y objetivos a
alcanzar.
El desarrollo andino de antaño demuestra que una
filosofía mitocrática, denominación de Flores
Quelopana, fue sustento de ciencia y desarrollo de matemática, geometría,
ingeniería, arquitectura, hidráulica, y también de formas de escritura que aún
no logramos descifrar. También fue sustento de una sociedad multicultural de
inéditas proporciones. El gran reto que confronta la filosofía nacional es hallar el método, el procedimiento que
integre el mito al quehacer diario y productivo, a la investigación y
a una manera distinta de hacer ciencia y tecnología (Cap. VII, pp. 268-269).
* Los párrafos han sido
tomados de la obra “Nacion andina” (Lima, mayo 2017) de Hugo Chacon Málaga.
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