LA MITOMÓRFICA IDEA PREHISTORICA DEL ALMA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de
Filosofía
Lejos de ser fantasía la vida eterna o
experimentar el ser del hombre unido al ser de la divinidad, esta es un medio
efectivo y cierto de la evolución racional humana.
Y lo más asombroso es que ello aconteció con las motivaciones que dieron lugar
al primer enterramiento en la prehistoria. Resulta realmente imposible que los
humanos se decidieran a rendir tributo y memoria a sus congéneres fallecidos
sin que se concibiera la idea de “algo” que sobrevive a la muerte. Y ese algo
representaría la prehistórica idea del alma. ¿Pero se trata de una idea sin
concepto, como las ideas estéticas? ¿Una intuición espiritual primitiva? ¿Se
trató de la rememoración de una verdad primordial? ¿Era un signo del destino
trascendente humano?
Se ha observado a los elefantes
acompañar a sus muertos. Es famosa la historia del perro terrier llamado Bobby
que permaneció fiel ante la tumba de su amo hasta fallecer. Esta especie de
duelo parental también se ha advertido en simios y aves. En suma, son conocidas
muchas reacciones insólitas de los animales ante la muerte, pero todavía no se
sabe si estas actitudes son un verdadero entendimiento de la muerte o es
solamente tristeza ocasionada por la separación de un ser querido. Un can
entierra su hueso, y los felinos ocultan sus presas, pero ninguno hace lo mismo
con el cadáver de la manada. No se ha notado entre los animales un acto que
señale la idea que algo sobrevive a la muerte. Esta misteriosa idea sólo le
sobreviene al hombre. Todo indica que los animales no son consciente ante la
muerte. No obstante, desconcierta la capacidad de ciertos animales de percibir
la muerte. No existe ninguna explicación científica al respecto y se le suele
atribuir a una misteriosa facultad animal paranormal. Algo parecido a lo que
acontece con ciertos perros que reposan su cabeza o alguna parte de su cuerpo
sobre la parte humana afectada por el cáncer, y muchas veces tiene un efecto
curativo. Es conocido el caso del gato llamado Oscar en un Centro mental de
Rhode Island, quien haciendo gala de un sexto sentido solía acompañar a los
pacientes que iban a morir. Este poder paranormal de presentir la muerte
también se ha notado en palomas. Incluso perros que “sienten” la muerte de su
amo a cientos de kilómetros de distancia. Ello desbarata la teoría que se trata
de la percepción de un olor. Pero si no sienten un olor entonces qué perciben. ¿Son
afectados por una especie de energía psíquica o espiritual? ¿Respondía el gato
Oscar a esta fuerza invisible? ¿Pero si se trata de un fenómeno condicionado de
estímulo respuesta, entonces por qué no había una congregación de gatos en cada
moribundo? Esto hace añicos la explicación conductista de la percepción animal
de la muerte.
El modelo experimental y empírico de
la explicación científica es insuficiente para dar cuenta de estos hechos.
Parece que las teorías científicas abren paso a las teorías religiosas y
filosóficas. Ahora bien, los animales perciben la muerte pero no saben lo que
es la muerte. No tienen ritos ni enterramientos funerarios. Si la percepción de
la muerte en los animales puede ser un hecho común ello no significa que tengan
una idea de la muerte. Además, en el hombre ocurre lo contrario. La percepción
de la muerte es un hecho extraordinario y nada común. El hombre no percibe la
muerte pero tiene una idea de lo que es. Cuál fue esta idea en los primeros
enterramientos de la prehistoria. De qué clase de idea se trató. No era lo mismo
olvidar la técnica para prender fuego que perder a un pariente. De lo primero
dependía la sobrevivencia de los vivos, pero de lo segundo dependía la “sobrevivencia”
del muerto.
Podemos imaginar al primer homo erectus
que dominó el fuego, cocinando sus alimentos, fabricando sus armas, mejorando
sus viviendas, ahuyentando a las bestias y empezando su carrera hacia la
humanización. Hasta podemos imaginar al homo erectus llorando de dolor por la
pérdida de un ser querido. Lloroso y conmovido por su ida sería presa de un
sentimiento de orfandad existencial muy profunda. ¿Se agudizó la idea de la Nada?
Lo más seguro es que sí. La Nada, como carencia o privación, se afincaría entre
los primeros humanos a través de la muerte de los parientes. La idea da la Nada
en sentido absoluto tardaría miles de años más en hacer su aparición. Entonces,
¿Podemos concebir al hombre de hace 800
mil años concibiendo alguna idea de la muerte? Afirmar que los arqueólogos al
no encontrar enterramientos tan antiguos testimonia que no tuvieron idea de la
muerte es dar un paso muy inseguro. Sencillamente pudieron haber realizado
ritos sin enterramientos, enterramientos precarios, o haber tenido una idea muy
extraña lo que se debía hacer con el cadáver. Pero lo más seguro es pensar que
la idea de la muerte es lo que distingue al hombre de la especie animal. La
experiencia de la muerte acentuó más al hombre en su condición de criatura
metafísica.
Pues bien, pero qué implica la idea de
la muerte. La idea de la muerte implica tres cosas fundamentales y de proporciones
descomunales: 1. Comprender la nada en todas las cosas yendo más allá de lo
contingente, 2. Salir del ente y atisbar el Ser incentivando la especulación
metaempírica, y 3. Apertura de un horizonte transhistórico, que universaliza la
experiencia entre un principio y un fin desconocido. Por eso, no es
desproporcionado sostener la irrupción
de la idea de muerte, y no el fuego, fue lo que disparó la humanización. Con la
idea de la muerte se hizo más importante la vida. La mortalidad cobra una importancia
suprema, porque aquel reino oscuro y desconocido de la muerte atrae
enigmáticamente buscando explicación y suscitando pensar en la vida del más
allá.
También la muerte potencia poderosamente
el lenguaje simbólico, el único lenguaje universal producido por el hombre. Una
cosa era soñar con la cacería de un mamut o el dar muerte a un tigre dientes de
sable que soñar con un difunto. El freudismo recuperó el significado del
lenguaje simbólico pero la etnología la mantiene olvidada. Es inevitable
remontar el lenguaje simbólico a la prehistoria. Pero es más importante para
comprender la idea de la muerte en la prehistoria asumir una hermenéutica
remitizante y trascendente que otra desmitizante, naturalista, cientificista e
inmanentista. De lo contrario todo el material onírico se reduce a actividades
mentales de índole estrechamente subjetivas. Superando el agnosticismo
inmanentista que predispone hacia un cientificismo, no hay duda que se puede
afirmar que hay sueños que son estrictamente psicológicos, pero los hay también
de índole trascendente y paranormal. No se trata de negar el punto de vista
psicológico, sino de ampliar los puntos de vista con otro de índole espiritualista.
El psicologismo estrecho toma los sueños como engañosos deseos irracionales o
como verdaderos indicios de conflictos psíquicos, pero en sentido estrictamente
inmanente.
Pero aquí el tema central es que la
muerte no concluye con el enterramiento del difunto, sino que se hace presente
con un rico material onírico que se acentúa en los llamados chamanes u hombres
visionarios de la prehistoria. Sería en estos últimos en donde el material
onírico aparece no como un elemento psicológico sino de una fuente extramental.
Esta fuente extramental se referiría a mundos sutiles de los muertos, demonios,
ángeles, semidioses y dioses, que universalizan la experiencia humana de la
vida hacia realidades que explicarían la ruptura de lo histórico con lo
ontológico. Esta experiencia desde la vida hacia la muerte y desde la muerte hacia
la vida constituye el horizonte mitomórfico desde el cual fructificarán los
mitos. Nuevamente aquí hallamos que el horizonte mitomórfico precede al
horizonte mitocrático y al horizonte lógico. Es más, la idea de la muerte en el
hombre lo convierte en la criatura mitomórfica por excelencia, sin la cual no
hubiese sido posible el razonamiento analógico del mito ni el razonamiento
deductivo de la lógica conceptual. No es que lo mitomórfico carezca de lógica,
al contrario, su lógica es cualitativamente diferente a la lógica analógica del
mito y a la lógica deductiva del concepto lógico. Aquí nos hallamos en territorio
primordial y arcaico del pensamiento humano. Encender el fuego y cazar el
mastodonte implica un tipo de razonamiento lógico. Concebir la idea de la
muerte es un acto de mayor profundidad y complejidad. No sabemos con certeza y
exactitud cómo era. Pero se puede columbrar la operación mental que representa.
Por supuesto que no puede ser exactamente como un pájaro canta para encontrar
pareja, ni como el cocodrilo entierra y cuida de sus huevos hasta que nazcan
las crías. En el hombre no es una cuestión de instinto, es un acto espiritual
que trasciende la naturaleza y refrenda una función metaempírica. Si la idea de
la muerte naciera de un acto biológico instintivo, entonces muchas otras criaturas
del reino animal también efectuarían entierros y rito funerarios. Pero es obvio
que no es así. Esto es un signo poderoso que indica que el hombre más que pertenecer
al reino animal pertenece al reino espiritual. El tipo de lógica del hombre
prehistórico que lo llevó no sólo a perfeccionar instrumentos hasta concebir la
idea de la muerte no implica la existencia de otros principios lógicos. La tres
leyes clásicas –identidad, contradicción y tercio excluso- son universales y
las mismas. Lo único que varió fue la combinación y hegemonía entre las mismas.
Ahora bien, la analogía –razonamiento característico
de la lógica mitocrática- no pudo haber presidido el origen de la idea de la
muerte. Pues, entre la vida y la muerte la semejanza es por principio nula. No
hay analogía entre el ente Vida y el ente Muerte. Aunque se puede pensar que es
un tipo especial de razonamiento analógico, a saber, el que va del efecto a la
causa o viceversa. El acto de enterrar un muerto no sólo indica respeto, sino
la idea de que hay “algo” que le sobrevive. Ninguna evidencia empírica puede
refrendar dicha idea. Incluso a primera vista luce ilógica, luce como un acto
irracional, ilógico. Sorprende que tal cosa metaempírica haya advenido sobre
los humanos prehistóricos. Pero el soñar con un muerto o la visión del chamán
del paleolítico da consistencia a dicha idea de la muerte. Que los muertos
hablen en sueños, aparezcan en forma fantasmal o por medio del chamán describe
un tipo de razonamiento que indudablemente tiene que ver con la noción
analógica del ser. Es la propia realidad la que sugiere un razonamiento
específico. Aparentemente se sugiere un razonamiento analógico.
El análisis tomista de la analogía por
Cayetano es valioso aquí, sobre todo, en su distinción entre lo análogo y lo
analogado. La Vida y la Muerte no fueron cosas análogas para el hombre
prehistórico, de lo contrario no lo hubiese desconcertado hasta el punto de efectuar
ritos de enterramientos. No son cosas análogas pero sí son cosas analogadas. Esto
implica asumir una interpretación metafísica y no fenomenista, ni funcionalista
ni lógico-semántica de la analogía. Pero también mediante el razonamiento
unívoco se puede efectuar una idea metafísica. El caso más palmario es el
panteísmo. De modo que una visión ontológica de la analogía es más compleja que
la que aparece en la lógica formal clásica. Y por ello menos adecuada para
aplicarlo al razonamiento prehistórico.
Nunca se podrá dar una formulación
exacta de la propiedad formal implicada en la metafísica idea prehistórica de
la muerte. Pero se puede columbrar que dos cosas analogadas no necesariamente
representan un razonamiento analógico. Puede ser un razonamiento unívoco con
apariencia analógica. El pensamiento unívoco supone semejanza o identidad. Por
la semejanza tiene un parecido con el razonamiento analógico cualitativo, aunque
éste es básicamente proporcionalidad cuantitativa. De manera que todo indica que
la idea prehistórica del alma no nace de una igualdad analógica de razón aplicada
al campo ontológico, sino de la prescindencia de las diferencias para formular
un universal unívoco. Todo lo cual lleva a pensar que la idea de una substancia
permanente que sobrevive a la muerte es más primitiva de lo que se supone y
corresponde a la racionalidad unívoca del hombre del paleolítico.
Es más, resulta atinente pensar que la
idea de la muerte tiene un efecto profundo tanto en la mente como en el
corazón. Y con la idea de la muerte corre parejo el crecimiento del razonar y
del amor. No hay duda que la muerte es la única cosa que aterra siempre, pero
también mueve los sentimientos y los pensamientos de modo insuperable. En
última instancia, lo único que nos separa de la idea muerte es el Amor. Por amor
morimos pero también vivimos y revivimos. Y esto es tan cierto que el
chamanismo y las religiones de todos los tiempos se basan en la promesa de
vencer a la muerte. No se trata simplemente de la existencia en el hombre de un
deseo de no morir, sino de la percepción de lo ultraterrenal y universal a
través de la idea de la muerte. Con
frecuencia se dice que lo terrible no es la muerte sino el morir. No obstante,
la historia milenaria de las religiones testimonia que el hombre experimenta
como más terrible la incertidumbre por la vida más allá de la muerte.
Es cierto que las evidencias de enterramientos
prehistóricos se remontan al neandertal de hace 80 mil años. Pero lo más seguro
es que la idea del alma y de la muerte sea mucho más antigua de lo que las
pruebas empíricas señalan. Desde el Neandertal o sea hace ¡80 mil años!
efectuaban enterramientos con ritos y ceremonias religiosas. ¿Tenían idea del
alma? ¿Es esta idea prehistórica del alma la mayor evidencia de que el hombre
es una criatura metafísica? ¿Esta idea supone la forma conceptual o simbólica?
¿Llevó la idea del alma a la idea de lo divino? ¿Qué tipo de reflexión implican
estas ideas prehistóricas sobre el alma: animista, mitológica, lógica-conceptual?
Cuando en
1856 se descubrió el primer entierro de un Neandertal en una cueva del Valle de
Neander, en Alemania, nadie le dio el significado debido. Solo después del
descubrimiento de un entierro en Spy (Bélgica) en 1885, y otro en 1908, en la
cueva de La Chapelle-aux-Saints, en Francia, una fosa que contenía los restos
de un cazador, rodeado por huesos despedazados de animales y menesteres de
sílice. En 1912, los hallazgos de tumbas cerca de La Ferrassie
dieron origen a sistemáticas excavaciones cuyos resultados en 1934, no dejaban
dudas sobre ritos, ceremonias y creencias muy elaboradas. En Crimea, sobre el Mar Negro, se encontraron, en 1924,
tumbas en la caverna de Kiik-Koba. En 1930 el hallazgo de fósiles en el Monte
Carmelo, cerca a la ciudad de Haifa.
Pero el descubrimiento más
asombroso de todos ocurrió en 1960 en la caverna de Shanidar, en los montes
Zagros, al norte de Irak, donde con una antigüedad de unos 60 mil años,
encontraron los restos de 6 Neandertales. Se encontró la sepultura de un
cazador sobre un lecho de ramas y flores, con grandes cantidades de polen.
El
resultado de las indagaciones era que los Neandertalenses desde hace 80 mil
años enterraban a sus muertos, apreciaron la maravilla de la vida humana con
mayor claridad, aparentemente, que sus predecesores, y buscaron preservarla.
Los entierros significan que tuvieron creencias sobre una esencia humana -alma
o espíritu- que sobrevive a la muerte.
El enterramiento neandertal
significa la primera evidencia de modalidad ontológica postpersonal. ¿Pero esta
idea de que la muerte no es el final, que es una creencia abrumadora de la
humanidad, se reviste bajo la forma de un pensamiento animista, mitológico o
conceptual Kant en su Crítica del Juicio admitía en el ámbito
estético “ideas sin concepto”. Yo creo que hay que extender dicho planteamiento
kantiano a diversos periodos de la vida humana, sobre todo para etapas
prehistóricas.
Es decir,
el hombre prehistórico captó de forma puramente intuitiva la primera idea
metafísica de la historia de la humanidad, a saber, la idea del alma. Esto
significa que la metafísica del hombre primitivo, y ni siquiera hablamos del posterior
hombre cromagnon, evidencia el ejercicio del pensamiento sobre la base de la
mera intuición sin mediación conceptual.
Asi habría funcionado el razonamiento univoco mitomórfico del paleolítico. Pero esta idea sin concepto del alma que sobrevive a la
muerte, ¿es producto de las cosas mismas o del sentido de inmortalidad humana?
Si optamos por lo primero aceptamos el objetivismo de la vida después de la
muerte. Como hemos visto, para
responder a la pregunta sobre cómo concebía el hombre prehistórico la idea del
alma que sobrevive a la muerte es inevitable referirnos a la creencia en el
otro mundo, los fantasmas y los sueños. El mundo onírico, los fenómenos
preternaturales y sobrenaturales, y la idea de otro mundo, tienen para la mente
humana prehistórica la evidencia de una verdad incontrovertible. Resultan ser acaecimientos
objetivos incuestionables.
Desde esta base la idea de la vida
después de la muerte tuvo que tener un impacto profundo sobre la evolución
racional y ética de la conciencia humana. Aquí todavía no hablamos de
religiones ni de mitos, sino de lo numinoso. O sea de la manifestación
preternatural y sobrenatural del fenómeno religioso y trascendente. Es en este
contexto cuando lo religioso aparece con mayor fuerza y nitidez como religación
de lo humano con lo divino.
En otras palabras, lo que
sobrevive del hombre no lo hace para vagar de modo incierto en el más allá, y
sí, más bien, conduce hacia la idea de una primera soteriología y teleología
intuitiva donde el alma sobreviviente guarda un fin superior en el más allá.
Esta idea
prehistórica del alma guarda dentro de sí una intención mítica y es una prueba
de que la metafísica intuitiva es más remota que la mitología. Esta metafísica
intuitiva corresponde a la racionalidad mitomórfica. A la luz de estos
razonamientos, es difícil estar de acuerdo con G. Gusdorf (Mito y metafísica)
para admitir que la mitología encierra una metafísica primera. No es la
mitología la que encierra la primera metafísica. Es lo mitomórfico la que la
contiene. Es el pensamiento prehistórico el que siendo pre-mítico encierra la
verdadera metafísica primera del pensamiento humano.
Si esto es cierto, como creo que
lo es, entonces plantea un desafío a la propia teoría filosófica mitocrática.
Pues, cómo concebir esta forma de pensar substancial prehistórica. Por un lado,
confirma que el hombre es la criatura filosófica por excelencia. O sea que se
pregunta por las cosas esenciales del universo. Por otro, antes que el mito es
la intuición la forma que tiene la razón para responder a los enigmas del
cosmos. Y por último, que antes que la forma mitocrática de filosofar hay una
forma anterior que corresponde a la humanidad prehistórica, a saber la forma
mitomórfica. Asi, perfilo mejor mi primer planteamiento al respecto (Las
filosofías marginadas). La que denomino el filosofar empiriocrático
de la prehistoria es racionalidad mitomórfica. Denominación que tiene nada
que ver con una forma de pensar capaz de extraer intuiciones generales de
experiencias particulares.
El
filosofar empiriocrático mitomórfico sería la forma de filosofar del hombre
prehistórico. Esto escandaliza a los filósofos eurocéntricos conceptualistas,
para quienes la filosofía solamente es discurso conceptual, o sea la forma griega.
La humanidad sabrá tener compasión del dogma eurocéntrico.
Lo real es que el hombre de todos
los tiempos siempre se ha sentido desconcertado y asombrado por las situaciones
límite de la existencia. Y el hombre prehistórico no fue la excepción. Filosofó
a su manera y a su nivel intuitivo-racional. Luego con los milenios vendría la
forma simbólica del filosofar mitocrático, al cual sucedería el filosofar
conceptual de Grecia.
El nacer, morir y sobrevivir
despertó el asombro del hombre prehistórico y sobre esta experiencia fecundó la
idea de la vida más allá de la muerte. La evidencia de los entierros de hace 80
mil años del hombre de neandertal así lo testimonian, y lo más probables es que
seguirá retrotrayendo más atrás hasta llegar al homo erectus. Esta capacidad de
la razón humana –ya sea en su forma intuitiva, mitológica o conceptual- para
elevarse de lo particular a lo general, de lo mortal a lo inmortal, de lo
finito a lo infinito, es uno de los grandes enigmas de la condición humana
llamada siempre por lo Absoluto. Y en auxilio viene la fe y la teologia con su idea de la gracia. O sea, la capacidad humana hacia lo universal es una gracia puesta por el Creador en el alma humana.
31 de Agosto 2017
_Buen cavileo filosófico sobre la idea de la muerte mi estimado Gustavo Flores Quelopana. Tal vez lo que queda en evidencia desde tiempos remotos, es que los humanos saben que algo raro hay en ese hecho de la muerte física. Claro...lo que se dedujo luego es que hay una condición de "vida posterior" y en ello interviene el concepto de "Alma". Pero el "Alma" no es un concepto, sino una realidad que muchos desconocen. El Alma es sólo un vehículo físico No-Material (intagible visualmente) que contiene a la "Conciencia" del Humano. Pero el Humano no es humano porque haya descubierto al fuego o al misterio de la muerte como paso entre dos dimensiones conectadas. El Humano es humano porque su tipo de "Conciencia" es la única que "Piensa". Pensar es propio de la Conciencia, en cambio razonar es propio del cerebro, y ambos son distintos aunque parezcan "Uno solo". Para ser más exacto diré que: "No es la Vida lo que continúa luego de la muerte, sino que es "la existencia del Estado Consciente de la Mente", lo que se perpetúa en el plano del Universo Paralelo de la No-Materia. Gracias amigo. Un abrazo
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