EL HEGEL DE D´HONDT
(Reseña)
Para Jacques D´Hondt Hegel no puede ser comprendido al margen de su contexto histórico concreto. El mismo que está circunscripto por tres situaciones específicas: la crisis del absolutismo, las guerras napoleónicas, y las revoluciones burguesas. Cosa parecida ocurre con la filosofía en el momento presente, que no puede ser entendida sin considerar: la crisis del Hegemón norteamericano con el mundo unipolar, la guerra en Ucrania, y el surgimiento del nuevo orden mundial multipolar. Lo que significa que filósofo que no se plante frente a la hora de su tiempo, como lo hizo Hegel, sencillamente está fuera de la historia.
Hegel no reconoce ni a la familia, la escuela, o a la pequeña patria el haberse hecho filósofo. Para él siempre se trató de un ascenso del pensamiento y la conciencia desde la certeza sensible hacia el saber absoluto. Pero, sin duda, el despotismo reinante en Suabia, la Revolución francesa y el deseo de ver la unificación alemana por Prusia influyeron en su reflexión. D´Hondt nos recuerda que siempre el gobierno prusiano vio a los hegelianos como subversivos, y por ello nombró en la Universidad de Berlín a su enemigo declarado para combatirlo: Schelling, pero sin resultados.
Hegel. El último filósofo que explicó la totalidad (1998) es el libro de D´Hondt (1920-2012) -profesor honorario de la Universidad de Poitiers y perteneció al comité de dirección de la Hegel-Vereinigung- que tiene muchos méritos. Pero quizá el principal sea -basándose incluso en los archivos de la policía prusiana- el de hacer trizas la imagen consagrada por la crítica y los historiadores de que Hegel era el filósofo del absolutismo estatal prusiano. Hegel sentía gran entusiasmo por la Revolución francesa, pero a diferencia del tono moral kantiano para él se trataba de la reconciliación de lo divino con el mundo.
Nada menos cierto. A la luz de la nueva documentación desmiente la imagen consagrada por Rosenkranz, Kuno Fischer, y Dilthey. Los cuales tampoco mencionaron la existencia del hijo ilegítimo Louis, el cual no hizo feliz a su padre, a pesar de que Hegel lo reconoció, y al final -revela D´Hondt- amargó la vida del filósofo, muriendo a los 24 años como soldado sin pena ni gloria. Demuestra, en consecuencia, que coexiste en Hegel una imagen pública conservadora y otra imagen clandestina-privada revolucionaria. Ayudó a sus amigos perseguidos políticos. El caso Víctor Cousin es paradigmático, y si Hegel salió bien librado fue gracias a sus buenas relaciones con las altas esferas (el reformista tímido de Hardenberg, el ministro de cultura Altenstein, el director de enseñanza superior Schulze). Nunca se acogió a la protección del rey, la corte o los nobles, sino de burócratas funcionarios que cumplían honradamente un papel progresista. Hegel siempre fue un simple plebeyo. No era solvente, ni tuvo criados como Descartes. Y su doble lenguaje estuvo condicionado por vivir bajo una época de opresión.
Ningún otro gran filósofo antes de Hegel mostró compromiso con los perseguidos políticos. Hegel era vigilado por la policía prusiana y es mencionado reiteradamente en sus archivos. Pero la policía prusiana sí pudo encarnizarse con los ayudantes de Hegel (Carové y otros). Por eso D´Hondt admite que Hegel no es un personaje fácil de abarcar por sus facetas contradictorias. Su imagen pública no coincide con la clandestina vida secreta que llevaba. D´Hondt también es el primero en investigar la masonería de Hegel, señalando que Fichte, Lessing y Goethe también era masones, debido a que representaba los más progresista de la época contra el despotismo monárquico.
No pasa desapercibido el hecho de que la correspondencia de Hegel ha llegado muy mutilada por motivos políticos. Su mujer e hijo destruyeron su correspondencia familiar, y la mantenida con Hölderlin y Schelling se conocen como las Cartas Suizas. Predominaba en ellas las palabras en clave (Iglesia, Invivible, Reino de Dios) para eludir la vigilancia policial, no ser objeto de represión ni encarcelamiento. El tono de las cartas es subversivo, pero se impone la prudencia.
El filósofo de la contradicción encarnó la contradicción misma. Y mantuvo en lo secreto de sus clases su panteísmo, ateísmo, irreligiosidad, el rechazo de la creación, la Trinidad y la trascendencia de Dios. Esta duplicidad no era exclusiva de Hegel, sino de los tiempos de feroz represión monárquica restauradora. Pero era cierto que Hegel prefería el reformismo a la revolución. Pero Hegel admoniza en su último artículo sobre la política inglesa: "Si no se dan las reformas vendrá la Revolución". El artículo fue censurado por el rey Federico Guillermo III, porque muchas de sus críticas también se aplicaban a Prusia. Después de todo la vigilancia estrecha de Guillermo III a Hegel seguía la tradición familiar que anteriormente se había dado con Wolff bajo Federico Guillermo I, que lo expulsó de sus Estados bajo pena de horca; y con Kant bajo Federico Guillermo II, que le prohibió abordar cuestiones morales y religiosas.
Hegel tuvo que convertirse en un maestro del disimulo, de las frases retorcidas y esotéricas para ocultarse y pasar desapercibido de la represión reinante. Ciertamente que el entusiasmo juvenil por el tiranicidio se fue moderando en la madurez, pero nunca dejó de traslucir posturas contra el absolutismo. Antes que monarquista Hegel no era cesarista. En una palabra, Hegel nunca fue el filósofo del absolutismo prusiano. D´Hondt logra su propósito de redescubrir a Hegel y restituir una imagen viva, inquietante y seductora.
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