viernes, 10 de octubre de 2025

Macera y Ruíz Zevallos: súbditos del paradigma moderno


Macera y Ruíz Zevallos: súbditos del paradigma moderno

Este ensayo se basa en el análisis del artículo de Augusto Ruíz Zevallos titulado “Más amigo de Platón: filosofía y política en Pablo Macera”, incluido en el libro Pensar la historia peruana, editado por Alex Loayza Pérez, Universidad Ricardo Palma, Lima, 2021, pp. 277–326.

La modernidad, en su despliegue filosófico, ha operado una transformación radical en el modo en que se concibe la política, la justicia, la verdad y el ser. Esta transformación no ha sido meramente conceptual, sino ontológica: ha desplazado el fundamento metafísico de la política y lo ha sustituido por un paradigma inmanentista, subjetivista, naturalista y escéptico. 

En este nuevo horizonte, la política deja de ser una búsqueda del bien común enraizada en la verdad del ser, y se convierte en una técnica de gestión de intereses, una administración de demandas, una praxis instrumental. Es en este contexto que debe leerse el pensamiento de Pablo Macera y el análisis que de él hace Augusto Ruíz Zevallos. Ambos, sin advertirlo, se revelan como súbditos del paradigma moderno, operando dentro de un marco conceptual que ha renunciado a la metafísica y ha obliterado el ser.

Ruíz Zevallos sostiene que Macera privilegia la justicia sobre la verdad, y que son las creencias populares las que impulsan la justicia. Según esta lectura, Macera estaría más comprometido con los hombres del presente que con los principios universales, más amigo de Platón —entendido como símbolo de la filosofía política— que de la verdad misma. Pero esta tesis, aunque sugerente, se queda en la superficie. 

Lo que no advierte Ruíz es que tanto él como Macera están operando sobre un criterio de justicia estrictamente moderno, donde los trascendentales escolásticos —verdad, bien, justicia, libertad— han sido disgregados y autonomizados. Esta disgregación no es accidental, sino estructural: refleja la hegemonía del principio de inmanencia sobre el principio de trascendencia, la sustitución de la metafísica de las esencias por la metafísica del concepto, la renuncia al ser como fundamento y la instalación del sujeto como medida de todas las cosas.

En este marco, la justicia ya no se funda en la verdad ontológica del ser, sino en consensos, narrativas, emociones, creencias populares. La política deja de ser una disciplina ordenada por el bien común y se convierte en una técnica de gestión de lo social. Este desplazamiento es tan profundo que ni Macera ni Ruíz Zevallos parecen advertirlo. 

Ambos analizan la política desde disciplinas —la historia y la sociología— que ya están profundamente marcadas por el paradigma moderno, sin cuestionar sus presupuestos filosóficos más hondos. Por eso, aunque critican o interpretan fenómenos políticos, lo hacen desde una lógica que ha renunciado a la pregunta por el ser, por el bien, por la verdad.

Macera, al privilegiar las creencias populares como motor de la justicia, no está siendo platónico, como sugiere Ruíz, sino moderno. No busca la verdad como fundamento, sino la justicia como efecto de la subjetividad colectiva. En Platón, la política está subordinada a la verdad, al bien, al orden del ser. El filósofo es amigo de la verdad porque reconoce que la justicia solo puede fundarse en lo que es, no en lo que parece. 

En cambio, la modernidad rompe esa subordinación: instala un pensamiento político que ya no busca el bien en el orden del ser, sino en la voluntad del sujeto, en la opinión pública, en la eficacia técnica. Macera no traiciona la verdad: simplemente no la reconoce como instancia superior, porque su pensamiento está ya inmerso en el paradigma inmanentista.

Ruíz Zevallos, como sociólogo, tampoco escapa a esta lógica. Su análisis parte de una concepción de la política como técnica, como administración de lo social, como gestión de creencias. No advierte que el problema no radica en la política como tal, sino en el marco moderno que la ha vaciado de su dimensión metafísica. Al operar dentro de este marco, Ruíz no puede trascenderlo, porque no lo interroga desde fuera, desde una instancia superior. Como diría Eric Voegelin, está atrapado en la “inmanencia cerrada” del mundo moderno, donde la política se ha convertido en una praxis sin logos, en una acción sin sentido último.

La frase que da título al artículo —“más amigo de Platón que de la verdad”— pierde su fuerza en este contexto. No se trata de elegir entre Platón y la verdad, sino de advertir que ambos han sido abandonados. Macera no elige entre fidelidad al maestro y compromiso con la verdad: simplemente opera en un horizonte donde la verdad ha sido disuelta, donde el ser ha sido obliterado, donde la política ya no se funda en principios ontológicos, sino en creencias contingentes. En ese sentido, Macera no es amigo de Platón ni de la verdad: es súbdito de la desfundamentación metafísica moderna.

La desfundamentación metafísica de la política no es un fenómeno aislado ni exclusivo del pensamiento peruano. Es el resultado de un largo proceso histórico que comienza con el giro antropológico moderno, se consolida con el racionalismo ilustrado, y alcanza su forma más radical en el nihilismo contemporáneo. En este proceso, la política ha sido despojada de su dimensión ontológica, ética y teleológica, y reducida a una técnica de gestión, a una praxis instrumental, a una administración de deseos. Lo que llega a su pináculo en Habermas y su teoría del consenso. Esta transformación ha sido denunciada por diversos pensadores que, desde distintas tradiciones, han intentado restaurar el fundamento perdido. Entre ellos destacan Eric Voegelin, Alasdair MacIntyre, Augusto Del Noce y Leo Strauss.

Eric Voegelin, en su crítica al gnosticismo político moderno, sostiene que la pérdida del fundamento trascendente ha llevado a la política a encerrarse en una “inmanencia cerrada”, donde el sentido ya no se busca en el orden del ser, sino en construcciones ideológicas. Voegelin advierte que esta clausura del horizonte ontológico produce una política sin verdad, sin orientación, sin alma. En este marco, los actores políticos —como Macera y Ruíz Zevallos— ya no pueden pensar la política como parte de una totalidad ordenada, sino como una técnica de gestión de lo social. La justicia se convierte en una función del consenso, y la verdad en una categoría sospechosa, elitista, incluso opresiva.

Alasdair MacIntyre, por su parte, en After Virtue, denuncia la fragmentación moral de la modernidad, que ha convertido los juicios éticos en expresiones de preferencia subjetiva. En este contexto, la política pierde su capacidad de orientar la vida común hacia bienes compartidos, y se convierte en una arena de negociación entre intereses. MacIntyre propone una recuperación de las tradiciones éticas teleológicas, como la aristotélica, donde la política está subordinada al bien humano, al telos de la vida racional. Esta propuesta contrasta radicalmente con el enfoque de Macera, quien, al privilegiar las creencias populares como motor de la justicia, se sitúa en el horizonte relativista que MacIntyre critica.

Augusto Del Noce, en su análisis del pensamiento moderno, identifica el proceso de secularización como una forma de nihilismo. Para Del Noce, la modernidad no es simplemente una emancipación de la metafísica, sino una negación activa del ser. Esta negación se manifiesta en la política como tecnocracia, como administración sin verdad, como gestión sin sentido. Del Noce advierte que el pensamiento moderno, al renunciar a la metafísica, se vuelve incapaz de resistir el totalitarismo, porque ya no tiene criterios trascendentes para juzgar el poder. Y esto es lo que vemos en la lucha contra el neofascismo de Trump. En este sentido, el pensamiento de Macera y Ruíz Zevallos, al operar dentro del paradigma moderno, se vuelve vulnerable a la instrumentalización de la política, a su reducción a técnica, a su vaciamiento ético.

Leo Strauss, finalmente, propone una recuperación de la filosofía política clásica, donde la política está subordinada a la verdad, al bien, al orden natural. Strauss denuncia que la modernidad ha sustituido la filosofía por la ideología, y que esta sustitución ha producido una política sin fundamento, sin orientación, sin nobleza. En su lectura de Platón, Strauss insiste en que el filósofo es amigo de la verdad porque reconoce que la justicia solo puede fundarse en el conocimiento del bien. Esta visión contrasta con la tesis de Ruíz Zevallos, quien interpreta a Macera como “más amigo de Platón que de la verdad”, sin advertir que el Platón que invoca ha sido ya desfigurado por el paradigma moderno.

En este contexto, la frase que da título al artículo de Ruíz Zevallos se revela como equívoca. No se trata de que Macera sacrifique la verdad por la justicia, como si estuviera operando dentro de un marco platónico. Se trata de que Macera ya no reconoce la verdad como instancia superior, porque su pensamiento está inmerso en el paradigma moderno, donde la verdad ha sido disuelta, el ser obliterado, y la política convertida en técnica. En ese sentido, Macera no es amigo de Platón.

Bibliografía

Del Noce, Augusto

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  • Voegelin, Eric. La nueva ciencia de la política. Madrid: Ediciones Rialp, 1992.

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