COMPRENDER LO
RELIGIOSO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Contra lo que
se piensa comprender lo religioso no nos
dispensa de cualquier relación con la comunidad humana ni nos coloca en un
espacio aséptico alejado de todas las formas de vida, en cuyo lugar se instala
una especie de fantasmagoría ficcional. Todo lo contrario, su objetivo es
liberarnos de las convenciones externas y retrotraernos a la majestad de
nuestra propia dignidad interna. Por ello, Dios no nos quiere subyugados ni esclavos, sino que nos desea libres, como nos creó. Sólo accede a Dios quien se piensa a sí mismo como libre. La revelación y las Escrituras son importantes pero jamás sustituirán cómo habla Dios en el corazón. Su presencia en nosotros es permanente. Además se plantea otra cuestión. ¿Cuál es el
auténtico telos del comprender
religioso, dónde radica el objetivo final, acaso hay que buscarlo fuera o dentro de sí mismo? ¿Pero entonces de qué mismidad se trata? ¿Será la formación y desarrollo integral de la
propia humanitas?
Es evidente
que nuestro tema hay que vislumbrar en un doble sentido, a saber, y con mayor
precisión en la sociedad empírica y en la sociedad ideal, entre lo que es bajo las actuales circunstancias y
entre lo que puede y debe ser en el futuro. Comprender lo
religioso no renuncia a hablar al hombre relativista de nuestro tiempo, pero se
trata de educar al hombre que está por venir. La hedonista sociedad presente no
está madura para su asunción, ella se ve cuidadosamente cuestionada para que su
realidad empírica no eclipse las posibilidades
ideales que se hacen valer frente al nihilismo de nuestro tiempo.
Es decir, a
nombre de la humanitas y en contra de
la actual societas debemos
desarrollar el significado universal del “comprender lo religioso”. No se trata
de renunciar a la colectividad de los hombres, más bien se trata de descubrir
en sí mismo el arquetipo de un universo estructurado merced a una mirada
interna.
Veamos. El
calvinismo y el luteranismo buscaron comprender la esencia de lo religioso
prescindiendo de la fe en la tradición por la fe en los pasajes de la Biblia. Rousseau
prescindiendo de la “inspiración” externa
propone la preeminencia de la teología moral como forma interna de sentir a Dios en la
experiencia moral. Esta visión la consuma Lessing cuando considera el
desarrollo de la religión bajo la imagen de la Educación del género humano.
Es decir, a
Dios se le descubre fundamentalmente no en las manifestaciones externas de la fe en los milagros o en
una fe libresca, sino en la manifestación interna
de la idea de una personalidad libre,
que es capaz de darse a sí mismo una ley que no viene de la naturaleza y sí,
más bien, del reino de lo inteligible. Esta idea de libertad va unida a la idea de bien,
como bien actuar, por tanto está ligada a la idea de justicia. Este orden inteligible, eterno e inmutable está inscrito por
Dios en el corazón del hombre, y por
eso no puede verse refutada por la multiplicidad y el arbitrio de los estatutos
positivos.
Comprender lo
religioso nos hace ver el brillo de Dios en la conciencia moral del hombre, la
cual no es ejemplo que aplana, nivela
y uniformiza, sino solidaridad entre
la voluntad humana y la voluntad divina, donde cada cual debe recorrer su
propio camino. De poco sirve inculcar verdades religiosas abstractas si antes
no se activa la disposición por comprender lo religioso, pues en el mundo de la
voluntad uno es lo que hace por sí mismo.
Siempre he
guardado la convicción de que comprender
lo religioso no es lo mismo que conocer lo
religioso, siempre me he sentido más cerca de la verdad por la viva impresión
en vez de por el gélido lenguaje abstracto. En lo primero hay una ligazón
existencial y en lo segundo un lazo mental. Conocer a Dios no es amarlo
necesariamente, se le puede sentir envidia y descaminarse hacia el odio como el
Maligno. En cambio comprender es amar
solidariamente en una misma voluntad.
Lo primero
implica solidaridad de propósito y telos
común, lo segundo exige solamente universalidad categorial. En lo primero habla
el corazón en el segundo habla la razón. Esto significa que cuando se equipara la
naturaleza de la humanitas con su destino, es el hombre un ser religioso y no un animal religioso. Lo biológico se deja atrás
para poner en su lugar un fundamento ético-religioso puramente ideal.
La certeza
religiosa sólo puede ser autoconvicción y convencimiento para uno mismo desde
el fondo de su acción moral y de su conciencia. Esto no significa que el hombre
es su propio creador y salvador, aunque en sentido ético lo sea en sentido
restringido o sea es necesaria su propia colaboración activa. Pero lo decisivo
aquí es que Dios queda justificado por la dignidad
del hombre. Dios es así el pilar del afianzamiento y desarrollo de tal
dignidad y sin él sólo se tiene un superdesarrollo material acompañado de un
subdesarrollo moral, tal como acontece en el secularizado mundo moderno.
Es por ello
que sin comprender lo religioso no hay auténtica educación del género humano,
ni verdadero humanismo, ni exitosa gestión del Estado redistributivo, ni real
economía de la solidaridad, porque sin el sentimiento interno de Dios el hombre
se vuelve inhumano, la visión prometeica inmanentista autosuficiente ocupa su
lugar y todo su quehacer se degrada moralmente en el omnipotente voluntarismo
sin trascendencia.
Así, sólo se
puede resguardar el desarrollo integral del hombre comprendiendo lo religioso
como la dignidad de una persona libre
creada por Dios y que capaz de darse a sí mismo una ley. De ahí que la fe externa
en Dios sea inferior a la fe interna en Dios. La certeza interna de Dios es moral y racional, y no solamente moral como lo pensaban Rousseau y Kant. Tanto la dimensión ética como la dimensión racional están en el centro de la religión. No todas las alternativas que se remontan hasta Dios partiendo de la naturaleza están aniquiliadas, ni tampoco la teleología inserta en la naturaleza nos impide deducir una suprema inteligencia.
Pero precisamente
el humanismo sin Dios de la modernidad secularizada nos ha conducido hacia una
civilización deshumanizada porque supone que la dignidad humana no necesita de
ningún fundamente trascendente y con ello cree que basta una economía de la superabundancia y un Estado
de bienestar porque abriga la convicción de que el asunto capital del
hombre es su felicidad. Pero esto no es cierto, pues el asunto capital del hombre es su dignidad. De qué sirve una vida feliz sin dignidad, de nada. El hombre feliz sin dignidad es achatado a su dimensión biológica y a la mera animalidad. La felicidad no exige necesariamente la libertad, en cambio a la dignidad le es inherente la libertad y el hombre que bajo el yugo externo se somete voluntariamente capitula a lo más humano que tiene, a saber, la capacidad de decidir autónomamente a asumir su responsabilidad. Sólo es libre el responsable de sus actos, el irresponsable es vicioso, depravado o inimputable. Justamente el hombre de la triunfante sociedad capitalista ha prostituido su voluntad porque ya no tiene dignidad sino precio, y el precio es valor externo y negación del valor intrínseco. La falsa felicidad se compra con dinero, la verdadera es indesligable de la dignidad, o sea del acto libre.
Profundo
error. Aquí se han tomados los medios como fines y la consecuencia ha sido la
destrucción moral del hombre. La
principal misión de una civilización no es la felicidad sino la dignidad, la
felicidad es consecuencia de la dignidad, por ello sin dignidad no hay verdadera
felicidad.
El orden
invertido de los valores operado por la modernidad inmanentista sólo genera
seres glaciales, materialistas, consumistas, mediocres y egoístas, chatos espiritualmente,
que sólo viven para el goce y el puro usufructo. Tanto es así que no basta
civilizar la economía incluyendo en ella una lógica de la solidaridad, la
gratuidad y la fraternidad –todos los cuales excluidos por la globalización
neoliberal actual-, sino que es necesario subrayar que la dimensión social sin
la dimensión religiosa se extravía en
el irracional endiosamiento del hombre.
La
distribución de la riqueza es necesaria e impostergable pero sin perder el eje
trascendente de la comprensión religiosa, único camino que asegura al hombre
esquivar su propio endiosamiento y desbarrar en el subdesarrollo moral. Además,
la comprensión de lo religioso en su dimensión social se justifica como amor al
prójimo, a la Tierra y a lo trascendente; en su dimensión gnoseológica indica
que lo divino se oculta y se muestra escapando a lo conceptual pero no a lo
existencial; y en su dimensión pneumática señala que no es copia, imitación, ni
gesto externo, sino construcción de los afectos en una vivencia que trasciende
la razón. Hay que creer para
comprender y hay que comprender para
creer, pero la experiencia previa a esto corresponde al sentir. Sin el sentir no es
posible ni creer ni comprender lo divino. Y aquí el sentir religioso no
tiene que ver con lo innato-sensible ni la naturaleza, sino con un instinto
moral-espiritual de carácter divino.
La religión vivida siempre tendrá primacía sobre la
religión pensada, porque la primera
es creadora mientras la segunda es universalizadora. La vivencia existencial de
lo religioso no es lo santo demostrado empíricamente, sino una realidad trascendente
que irrumpe en nuestras vidas
dejándose participar. Por ello, una
forma fundamental de participación es el sentimiento inscrito en el corazón sobre
nuestra libertad y dignidad, que revela un poder ontológico trascendente que
reafirma nuestra responsabilidad.
Resumiendo el
significado de estas consideraciones, la irrupción ontológica de lo divino es
también estética y axiológica, pero sólo en esta última se revela toda la
dignidad de la libertad humana como solidaridad con la voluntad divina. Sólo
así se entiende por qué la historia de la revelación
está conclusa pero la historia de la salvación
continúa, o sea hay que enfatizar la conexión de Dios con la libertad humana.
Lima, Salamanca 23 de marzo del 2016
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