ESENCIA DEL
AUTODIDACTISMO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Cientos de
miles de diplomas de grado en el mundo son obtenidos con propósitos meramente
laborales, o sea de ascenso social y, por consiguiente, nada tienen que ver con
el amor al conocimiento o al ideal. No obstante, los superficiales prejuicios
sociales conceden una estima superlativa a la creencia que el único que sabe es
el que exhibe una acreditación universitaria y, con ello, se subestima el valor
superior que tiene el autodidactismo, hasta el límite nefando de marginarlo de
la vida académica.
A esto llamo “academolatría”
o adoración idolátrica del mundo académico, que en buena cuenta es efecto de la
tecnificación de los conocimientos y de la pérdida paulatina del marco
humanista en los mismos. La consecuencia, como regla general, ha sido la
hegemonía social del mediocre justamente en donde menos debería darse, esto es,
en la vida universitaria.
Varios son
los casos, y todos ellos ilustres, que ejemplifican lo que afirmamos. La historia
del autodidactismo en el Perú es muy rica y variada, el genio y el talento
rebosa y se desborda incontenible por todas las calzadas, tanto así que las
rutas maestras en el mundo de las ideas, la geografía, la antropología, la
historia, el arte, fueron abiertas por autodidactas como Antonio Raimondi,
Oscar Lostaunau, Teodoro Núñez Ureta, José Carlos Mariátegui, Haya de la Torre,
Emilio Choy, María Rostworowski, Iyari Sánchez González, etc.
Otros
ejemplos ilustrativos más recientes lo tenemos en Jorge Luis Borges, el Nobel
de Literatura José Saramago, Woody Allen que nunca fue a una escuela de cine,
Stanley Kubrick, Quentin Tarantino que encontró en las salas de cine su salón
de clases para hacer nuevos films.
Esta
manifestación creadora del autodidactismo se desparrama por toda América y
otras partes del mundo. Se recuerda, por ejemplo, el caso del matemático
argentino Misha Cotlar a quien la Universidad de Buenos Aires, con estrechos
criterios burocráticos, le urgía por el título para continuar con su labor
docente. Pues bien, fue la Universidad de Michigan la que le otorgó el título
de doctor en matemáticas sin haber hecho estudios universitarios por la alta
excelencia de sus investigaciones. Retornó Cotlar a la UBA y les entregó el
título exigido, documento que en realidad no refrendaba nada, al contrario, más
bien denunciaba el mendaz y estrecho criterio académico que antepone el
requisito formal al talento y a la investigación.
Lo cual
demuestra que las universidades latinoamericanas, miméticas y anatópicas por
antonomasia, anquilosan y petrifican todo lo que tocan por su estrecha
mentalidad burocrática, y en vez de promover la creatividad, la invención y la
innovación estimulan la copia y la repetición del saber anglosajón y
eurocéntrico.
Lo dicho
tiene especial importancia debido no sólo porque se vislumbra el ingreso de la
humanidad a la era del conocimiento, sino porque la institución universitaria
sufre una degradación orgánica muy profunda, que la ha convertido en un kiosco
comercial donde se expenden títulos y grados sin importar la real apropiación
del conocimiento. Y así vemos desfilar legiones enteras de graduados
universitarios que atropellan las reglas básicas de la ortografía, retuercen la
semántica y pulverizan lo poco aprendido en la academia con un comportamiento
social poco ético.
En realidad
una universidad comercializada y convertida en un negocio más dentro de la sociedad
consumista y de la cultura del “todo vale”, tiene que relativizar el conocimiento
mismo, poniendo énfasis únicamente en la masificación de la educación superior.
Un efecto colateral del industrialismo y de la cosificación social sobre la academia es que se priorice lo cuantitativo sobre lo cualitativo.
Hay que
decirlo con todas sus letras: el modelo masivo de educación superior ha
fracasado no por estar dirigido a las masas, sino, porque los estándares del
saber han perdido su eje humanístico, la falta creciente de contacto crítico con
el mundo real, la incomunicación con el autodidactismo que introduce nuevas
energías y vitalidad creadora, y el espíritu burocrático del homo academicus, son tendencias que se
van fortaleciendo ante la pérdida de
prestigio e importancia del mundo humanístico y la desproporcionada hegemonía
que cobra el mundo científico-técnico.
La crisis de
la universidad en el orbe es consecuencia del avance de la racionalidad
instrumental y el retroceso de la racionalidad substancial o humanística. La
nueva universidad no está pensada para el espíritu humano sino para el
creciente poder de las cosas sobre el hombre, y ante ello, constituye una
amenaza los aportes generalmente humanísticos de las mentalidades autodidactas.
Volviendo al
genio y figura del autodidacta hay que recordar que en los inicios del mundo
moderno lo fueron en filosofía Leibniz, Hume, Spinoza, Rousseau. En realidad el
autodidactismo puede ser sistémico o ensayístico, es indiferente en cuanto a
sus formas, simplemente se da. Así como la calidad intelectual del autodidacta
se da independientemente de obtener un título académico, de la misma forma su
expresión puede ser mediante el trabajo sistemático que construye con rigor y
metodismo o mediante el ensayismo con sus giros brillantes, intuiciones
profundas y atrevidas representaciones generalizadoras. Lo cual no niega que el
espíritu latino sea más espontáneo, abierto, fragmentario e improvisador que el
espíritu nórdico más sistemático, preciso y metódico.
Antes de
intentar atrapar la esencia del autodidactismo es preciso destacar un rasgo
común, a saber, la férrea voluntad.
No es casual que antes de ser magnates, exitosos ejecutivos y laureados con el
Nobel, hombres que fueron rechazados por la universidad como el multimillonario
Warren Buffet, para quien ser impugnado por Harvard resultó ser mejor de lo que
esperaba; Lee Bollinger, cuyo rechazo también por Harvard cimentó su convicción
de que dependía tan sólo de él definir sus talentos y potencial; el Nobel de
medicina Harold Varmus, cuyo rechazo a la universidad de sus sueños lo hizo
involucrarse más en el centro de enseñanza que lo cobijó; y el empresario
fundador de CNN Ted Turner, quien después de dos rechazos universitarios,
Princeton y Harvard, se unió a la empresa de la familia y la transformó en un
coloso, años después le otorgarían un grado universitario.
Y cuando
hablamos de una “férrea voluntad” estamos aludiendo a una acendrada disposición
de índole moral, esto es, la capacidad de la libre voluntad para imponerse a sí mismo su propia ley y
obligación. Efectivamente, el autodidacta es aquella persona que suple el aula,
los horarios, la supervisión, los exámenes, etc., con una disciplina escolar
autoimpuesta que no es de índole externa
sino de índole interna. Y en verdad
ningún cambio en lo externo prospera cuando no va acompañado de un visceral
cambio interno.
Pero hay algo
más interesante en la formación del autodidacta. Y es que su autoformación
intelectual, que no conoce horarios, limitación de sacrificios, ni presiones externas,
va puliendo sin cesar el diamante interior que todos llevamos dentro y que muy
pocos lo despiertan, va forjando con placer
un carácter substancial, profundo, firme, constante, indagador, va
incrementando su energía de realización interior, su concentración, tenacidad,
ardor y entusiasmo por el ideal.
Esto es, la
férrea voluntad del autodidacta no es más que su aspecto externo, dado que su amor por el ideal constituye su aspecto
interno y la capa más profunda de su esencia. El ideal no solamente se opone a
lo real y se identifica con el poder de atracción del valor, sino que el ideal
es la conciencia de la insuficiencia de
lo realizado y de lo real y el llamado nostálgico del bien a rebasar lo
real. Por eso, el autodidacta generalmente llama la atención por las ideas
nuevas, fuera de los paradigmas vigentes, otea más allá de los compromisos
compartidos, trae nuevas generalizaciones simbólicas y casi siempre constituye
un desafío para la matriz disciplinar.
Y
precisamente porque el autodidacta, cuando es genio, puede estar fuera del
paradigma vigente, o sea más allá de la constelación de los compromisos de
grupo, trae interpretaciones que parten de una nueva intuición, percepción o
experiencia. Mientras un académico trabaja para su institución y sus colegas,
el autodidacta lo hace para la humanidad y precisamente por eso su admisión es
más difícil, puesto que cambia el punto de vista consuetudinario.
Generalmente
su aporte a la revolución teórica es invisible y pasa desapercibido, hasta que
los nuevos hechos históricos influyen para que sean recuperados para la
historia de las ideas. Muchas veces el autodidacta nace muerto para su presente
y vivo para su futuro. Pero el autodidacta tiene el especial don de poner en
cuestión el paradigma vigente e incrementar la tensión teórica en un mundo
descoyuntado. También promueven micro revoluciones teóricas de carácter
acumulativo para la formulación de un nuevo paradigma.
Por ejemplo,
el eurocentrismo filosófico (la filosofía es de origen griego) funciona
actualmente como un modelo vigente y aceptada por la filosofía normalizada y
académica. Otras visiones no eurocéntricas (existencialismo jaspersiano, culturalismo
católico, nativismo, homeomorfismo, interculturalismo, mitocratismo, etc.) ya
están presentes pero no constituyen un paradigma vigente. No por ello dejan de
ser revoluciones teóricas silenciosas. Esto hace pensar que una revolución
teórica requiere tanto condiciones teóricas internas y externas (sociales,
culturales, económicas, políticas, etc.).
Finalmente,
para nosotros la superioridad intrínseca del autodidacta radica en un puro ethos axiológico, no sólo porque es
él quien percibe con más claridad el don de perfectibilidad
sino porque su acción siempre es conforme a una ética donde prima el deber y no el sentimiento, o mejor, donde el amor al ideal es ideal ético de
perfección. La formación intelectual del autodidacta es adhesión autónoma
de la libertad a la ley interna que es abrazada con pasión ética.
Esta pasión ética se convierte en misión ética con validez incondicional, puesto que su
autoformación intelectual no sirve sin la base de su libertad moral. El Pathos o experiencia del autodidacta
moviliza su Ethos o deber ser, a
través del cual se expresa el Logos o
razonamiento, proceso en el cual queda evidenciado que lo que el hombre puede saber no está divorciado de lo que
el hombre debe ser.
Lima, Salamanca 20 de marzo del 2016
Efectivamente apreciado Gustavo la academolatría mata el espíritu fecundo de la creación y la innovación.
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