ANTENOR ORREGO ANTE LA CONDICION HUMANA
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
“ El profesor te esclaviza a un oficio;
el maestro te liberta hacia la vida”
A. Orrego, Discriminaciones
Semblanza
Lejos de las frívolas voces mundanales y urbanas nace Antenor Orrego en la tierra ubérrima y campesina de la Hacienda Montán, ubicada en el bucólico ambiente andino del departamento de Cajamarca. La vida sencilla y clara de este místico retiro florido y pastoril de sus primeros años infantiles deja una huella imborrable en su alma y le inspirará a su inteligencia esa lucidez y profundidad que sabe aprisionar un fragmento de la eternidad. Así, con 28 años a cuestas expresará su predilección por la vida campesina en un artículo suyo publicado en 1920 en el diario Trujillano La Reforma:
“Amigos míos de la ciudad: estoy harto de vuestra complejidad... vuestra civilización ha reducido la vida... si gustáseis vosotros este sabor eglógico a tierra mojada, a leche caliente y humeante... si gustáseis esta paz...” (1)
Don José Asunción Orrego, su padre, y Doña Victoria Espinoza, su madre, pertenecían a una antigua familia arraigada en la sierra norte del Perú. En Antenor su estirpe Vasca se delataba en su tez blanca, ojos verdes y pelo rubianco. Desde muy niño lo llevaron a Trujillo a cursar estudios en el colegio del Seminario de San Carlos y San Marcelo. En 1909 inicia sus estudios superiores en la Universidad de Trujillo, ciudad que por temperamento y afinidad lo adoptaría como hijo auténtico de la ciudad hidalga. Allí cursará estudios de Filosofía, Letras, Jurisprudencia y Ciencias Políticas, llegando a ser Presidente del Centro Federado de Estudiantes de Trujillo. En Lima concluirá sus estudios de Filosofía en la Universidad de San Marcos el año 1927. Se casó con una dama de Ascope de clase media, doña Carmela Spelucín de Orrego, con quien tuvo tres hijos y sobrevivió a la muerte de su esposo.
Demostrando que pertenecía a la estirpe de los Montalvos, Martís, y Gonzáles Prada funda en 1914, con apenas 22 años, el “Grupo Trujillo”, destacando su misión de maestro como mentor y conductor de una juvenil pléyade de intelectuales y artistas, penetrados de un profundo afán de renovación en las letras y en la actitud cívica y humana. El Grupo Trujillo cohesionó espíritus ejemplares como Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido, Macedonio De La Torre, Oscar Imaña, Haya de la Torre, César Vallejo – sobre el cual fue el primero en advertir su genio lírico - , y más adelante Ciro Alegría, Alfredo Rebaza Acosta y el pintor Mariano Alcántara La Torre.
Su notable magisterio y creatividad filosófico-literaria no tardó en volcarse al periodismo, cuya primera época aparece en el diario La Reforma de Trujillo entre los años 1915 y 1920. Desde entonces podemos apreciar su entrañable devoción por la belleza en la joyante reverberación de un estilo literario que creó una modalidad sintáctica barroca, cuajada de hipérbatos y metáforas, donde la palabra fluye con melodía, cromatismo y sugerencia, en este sentido afirmara Sánchez que Antenor Orrego:
“ ... como buen descendiente del Siglo de Oro, fue arcaizante él mismo, a fuer de moderno, como ocurre en Darío y en Vallejo, grandes manejadores de arcaísmos y neologismos, de palabras raigales que nunca acaban de ser nuevas ni dejan de ser antiguas” (2)
Pero sus responsabilidades directivas no se limitaron al diario La Reforma (1915) sino también al diario La Libertad (1917) así como La Semana (1918). Más adelante, asociado con Alcides Spelucín fundó el diario El Norte (1923 – 1932) medio influyente que daría nuevo nombre al Grupo Trujillo (a partir de entonces Grupo Norte). De 1926 a 1929 colabora en la Revista Amauta, cuyos ensayos son compilados póstumamente bajo el título Estación Primera (1961).
Bajo la dictadura leguiísta (1919 – 1930) sufre prisión por dos veces, la primera en 1921 y la segunda en 1927. Al derrumbarse el régimen por la crisis capitalista de 1929, que deprimió drásticamente la economía primaria y exportadora del Perú, Orrego se encuentra entre los fundadores del Partido Aprista en 1930. Será elegido al año siguiente, 1931, diputado por Trujillo al Congreso Constituyente. Pero el nuevo caudillo, Sánchez Cerro desata una feroz cacería política contra comunistas y apristas, siendo Antenor recluido en prisión nuevamente tras el desafuero impuesto a los representantes del APRA el 12 de febrero de 1931. El 7 de Julio de 1932 estallará la revolución de Trujillo de los cañaveleros encabezados por el anarcoaprista el Búfalo Barreto, que será aplastada cruentamente por aire mar y tierra. Pero el caudillo de turno será asesinado en 1933 y al iniciarse el gobierno de Oscar R. Benavides será liberado para dirigir transitoriamente los diarios La Tribuna y La Antorcha. Orrego no era hombre hecho para la prédica claustral, era un pensador penetrante con vocación por la acción, sin embargo no hubo cliente del Real Felipe, la Intendencia, el Sexto y el Frontón que no haya conocido la actitud absorta del maestro peripatético durante su cautiverio.
“ De ahí que cuando le hunden en la cárcel, resulte superando y liberándose, confortado con sus meditaciones y confortando a los demás con sus enseñanzas” contará Luis A. Sánchez (3).
La tranquilidad será efímera y la persecución política se prolongará hasta 1945, año en que el APRA por primera vez será mayoría en el Parlamento con el gobierno de Bustamante y Rivero, siendo Orrego elegido por abrumadora mayoría como Senador por el departamento de La Libertad. En 1946 es elegido Rector de la Universidad de Trujillo, universidad que le otorgó el mismo año el doctorado Honoris Causa. Sus tres años de rectorado fueron de acuciosa promoción del conocimiento e investigación de la Realidad Nacional, se gestionó la adquisición del terreno para construir la ciudad universitaria, creó las facultades de Educación, Comercio y Medicina y fundó el Instituto de Antropología que restauraría los monumentos arqueológicos de Chan Chan. (4).
Pero la dictadura de Odría (1948 – 1956) reinició la persecución implacable del APRA en su conjunto, llegando a dar Orrego a prisión nuevamente. El fin del régimen de Odría significó también el viraje político del APRA, cuyos brazos más combativos habían sido aniquilados. Orrego recuperó su libertad en 1956 y asumió la dirección del diario La Tribuna (1957- 1958), del cual se aleja por su estado de salud que ya empezaba a resentirse tras tantos años de presidio y persecución. Ocupará entonces la presidencia del consejo de redacción y mantiene su columna editorial “Efigie del Tiempo”, torreón desde el que defenderá el régimen democrático, la justicia social y las libertades públicas. En 1959 viaja a la Argentina para participar en el célebre simposio sobre Vallejo organizado por la Universidad de Córdova, sustentando la tesis ontológica de la “esencia del ser” en la poesía vallejiana (5). Resulta sintomático que su nueva y última etapa de palingenésica angustia existencial coincida con el abandono de la línea de insurrección popular de su partido, como si la nostalgia por el otrora ímpetu revolucionario se sublimara en la palingenesia ontológica de los seres.
Antenor Orrego, amauta, profeta de los Pueblos Continentes y del Humanismo Americano, cerrará sus ojos repentinamente el 17 de Julio de 1960 a los 68 años. El fue el centro mismo y el gestor de esa generación desconcertante en el crepúsculo de la belle époque y el inicio de la emoción social.
En vida sólo publicó tres libros: Notas Marginales (ideología poemática) (1922), Monólogo Eterno (1929) y Pueblo Continente (1937, 1957, 1987), dejando inédito su importante libro Hacia un Humanismo Americano (1965) y otros trabajos de la misma proporción a lo editado. En 1995 aparecen sus obras completas en cinco tomos.
Antenor Orrego era una cátedra de moral, de política y de periodismo, físicamente era menudo, canoso, suave de manos y de voz, de ancha frente, sus ojos verdes miraban con bondadosa franqueza, trasmitiendo una ternura tagoriana que lo acompañaría toda la vida; su vida era sencilla, digna y de decorosa pobreza. Nació como pensador y murió como combatiente. Es así, que nuestro pensador y artista de pura cepa nos dirá sobre el valor formativo del sufrimiento en el Monólogo Eterno:
“Nuestro dolor hace nuestro camino, es un instrumento o vehículo de ascensión o depuración. Por desgracia pocos hombres alcanzan a sentir la majestuosa responsabilidad de su lágrima... quien asuma la máxima conciencia de la responsabilidad de su dolor es el hombre que ha arribado a la suprema sabiduría de la vida; es aquel que marcha, derechamente, hacia la fuente de la gracia” (6).
Antenor Orrego fue el filósofo de la historia de la polémica Generación de 1923, integrada por Mariátegui, Haya de la Torre, Antero Peralta y Luis Alberto Sánchez. Cierto que la generación del 23 no se entiende sin los Novecentistas (García Calderón, Riva Agüero, Javier Prado, Encina, Villarán y Víctor Andrés Belaunde) que principiaron la preocupación por la esencia del país. Pero Orrego trasciende los linderos de nuestra historia nacional para asumir un mesianismo continental, que rescata la nueva conciencia americana que advino con la brillante generación de Rodó, Vasconcelos, González Prada, Martí y otros, quienes se propusieron una vuelta a la realidad y la historia propia, al hablar de mestizaje no sólo racial sino cultural, del nuevo hombre, de la síntesis de valores, prepararon el terreno para la irrupción de la conciencia nacional, continental y de una nueva filosofía de la historia propiamente latinoamericana. Y el primero en madurar filosóficamente la idea será Antenor Orrego desde un espiritualismo revolucionario y latinoamericano. En este sentido, la síntesis que efectúa Orrego entre el ideal unionista de Bolívar, la conciencia cosmopolita y americana de los modernistas, la conciencia nacional de los novecentistas, y el compromiso social de la Generación del 23 desbrozó el camino para la venidera filosofía de la liberación, el proyecto asuntivo del filosofar latinoamericano y el reto de la integración continental todavía inconclusa. Y en ello justamente reside su mayor e invalorable mérito doctrinario.
La esencia de lo humano
Un único tema atraviesa toda la obra orregiana, a saber: el destino del Hombre y del Continente Americano.
Esta idea matriz lo persigue como hilo conductor desde su etapa del esteticismo religioso (1918-1929), que concibe al hombre como un dios encadenado, como un Prometeo que refleja la síntesis de lo animal y de lo divino, pero que se encuentra clavado en la tierra ansiando conocer el Absoluto. Luego pasa a la etapa culturológica (1930-1949), donde ve al hombre individual como la expresión de todo un Pueblo-Continente, portador de nuevas e inauditas expresiones espirituales que revelan el sentido cósmico de la raza americana. En la subsiguiente etapa Humanista (1950-1956), conceptúa al hombre americano como el portador de una fusión dialéctica de gérmenes culturales que lo destinan a convertirse en el epicentro de una nueva época y cultura mundial; esto significará que nuestra trayectoria histórica no sólo nos encamina hacia la constitución de un Pueblo-Continente sino a ser los forjadores del humanismo americano, capaces para resolver la crisis humana contemporánea. Y por último se encuentra la breve y trunca etapa metafísica ontológica (1957-1960), donde concibe al Hombre como nudo y centro del Cosmos, pero no como vanidad antropocéntrica y egolátrica sino como responsabilidad trascendental, como conciencia despierta a la realidad del Ser, cuyo destello en el hombre se difunde en la entraña del universo. Siendo la responsabilidad trascendente del hombre indemostrable racionalmente deviene así en una creencia, en una fe de facto que implica una emoción ontológica.
La Idea Estético Teológica del hombre
La indagación por la esencia del hombre en la etapa del esteticismo religioso de Orrego se expresa a través de una prosa filosófica-literaria en el que se invita a vivir para el conocimiento, el amor, el dolor y la belleza, los cuales son caminos para acercarse a Dios. Así escribe:
“Varón estético eres, es decir, expresión de lo divino, centella de Dios, emanación de lo infinito... Tu estética es la depuración de tu amor porque sólo ella señala la categoría de tu corazón... Y ya que tienes la categoría de tu corazón a un paso de Dios le verás, le pensarás, le conocerás, y le amarás” (7)
Lejos de ateísmo pero también del cristianismo Orrego es hombre religioso sin confesión alguna, cree que el “sacerdocio organizado ha sido una mentira en todos los tiempos y todos los pueblos”, cree que las “las religiones no son verdaderas”, pero también cree que “Dios en el hombre es limitado y que fuera de nosotros es ilimitado” (8)
Para Orrego el conocimiento y la comprensión de Dios es un asunto humano de intuición estética personal recibida del Dios mismo. En realidad, lo que aquí tenemos es que la esencia estética de lo humano se constituye en un argumento nuevo para demostrar la existencia de Dios: el hombre como expresión estética de lo divino demuestra su existencia. Trátase de una panteísmo, presente desde Averroes hasta Hegel y Eduard von Hartmann, pasando por Spinoza, que considera la identidad parcial del espíritu humano y el divino.
La doctrina del hombre como “pequeño dios” que por su intuición estética puede acercarse a lo infinito y a lo absoluto corresponde a una idea del hombre de carácter teológico-estético, donde el hombre antes que mens, logos o razón es visto como intuición, emoción, amor y belleza al compás de un Dios concebido como Principio Divino.
La idea raciovitalista del hombre
Pero la antropología filosófica de Orrego no se mantiene fija sino viva y dinámica por lo que su concepción de la esencia de lo humano sufrirá una sustancial modificación al pasar a la etapa culturológica. En ésta asume cabalmente el compromiso social que caracteriza a la polémica Generación del 23, ya no será simplemente una pluma atenta a los acontecimientos mundiales y políticos de su periodo anterior (9), sino que ahora será un pensador comprometido partidariamente, lo cual unido a las lecturas de Marx, Haya, Vasconcelos, Hegel , Spengler y Ortega influirán poderosamente en su nueva valoración del ser humano.
Por lo pronto quedan relegadas las otroras consideraciones estéticas y místicas para ubicar al hombre como ser social, concreto e histórico, y ello a pesar que el propio Orrego remonta las ideas principales de su obra Pueblo Continente (1939) a su obra juvenil Notas Marginales (1922), a los esquemas del Monólogo Eterno (1929) así como a los ensayos aparecidos en La Pluma de Montevideo y en Amauta de Mariátegui.
No es posible valorar la nueva concepción de lo humano que porta su libro Pueblo Continente sin antes reconocer que la entidad de sus conceptos de fondo acerca del problema culturológico de lo americano supera la exégesis aprista, el marxismo indoamericamno de Haya –que sólo aparece en la tercera sección del libro y de modo sorpresivo- y que puede ser perfectamente desglosado de su americanismo sin que el libro pierda unidad y estructura lógica.
Así sobre el nuevo hombre de América, Orrego dirá en Pueblo Continente:
“Ni el indio, ni el europeo ni el mestizo, como tales étnicos y culturales son el americano que ha de crear una cultura original.... es absurdo pretender el advenimiento de una América indígena y una resurrección de sus antiguas culturas porque la historia nunca da un paso atrás... si América Latina ha de expresar un mensaje original para el mundo ha de ser hacia el porvenir y hacia delante. Ha de ser obra de creación y no copia regresiva...” (10)
Y más adelante es más categórico al precisar sobre el mestizaje como sigue:
“Empero, si es absurdo el prurito indigenista, es más absurdo y antibiológico el prurito europeizante a ultranza... ni el indio como indio ni el europeo como europeo tienen porvenir en América... por su parte el mestizo o criollo, es una forma o etapa de transición hacia el nuevo hombre de América. El mestizaje es un camino de los pueblos, pero no un objetivo y una meta. El mestizaje es un puente, un escalón, un estado transitivo pero nunca una forma estable y orgánica de vida... América está cumpliendo o ha cumplido ya su función de osario o pudridero (de razas y culturas) para ser la macrocósmica entraña del porvenir” (11).
Orrego no ve el nuevo hombre americano ni en el alma mestiza, india o europea como base de una nueva cultura original, al contrario, para él, el continente americano es geos, dato primordial, molde que es la base de un ethos, como el vaso que da forma al contenido del líquido. El nuevo tipo de hombre americano todavía no se ve, está en camino como creación y no como regresión y copia.
“América –dirá- es un continente en que se degradan los productos culturales del pasado, pero en que al mismo tiempo se prepara una nueva cultura. De ésta antigüedad y entremezclamiento telúrico de todas las progenies está surgiendo un gran pueblo con posibilidades inauditas de nuevas y superadas expresiones espirituales” (12)
Para Orrego, el destino del hombre americano consciente de concebirse así mismo como un pueblo continente consiste en resolver la crisis del hombre contemporáneo, porque si:
“El espíritu alumbró en el Oriente, allí la Verdad se hizo carne, en Occidente la verdad se plasmo en investigación... en América el legado de Oriente es “Conócete a ti misma”, apodérate de la realidad intima de tu ser... que Europa no te puede trasmitir... sólo entonces serás una Raza creadora que Sabe y que Puede...”(13)
Y porque su meta es crear una raza política y culturalmente libres, y no sólo simplemente libertos y manumitidos que siente añoranza por las palabras y ademanes ajenos, es que escribe en su Prólogo de 1957 estas expresiones de Advertencia:
“Extensos sectores de la juventud están perdiendo toda curiosidad y autonomía mentales... es incalculable el estrago mental que el prurito marxista a producido en la juventud de América... bajo el agobio de un dogmatismo de un nuevo cuño el cerebro se paraliza `y es imposible pensar por cuenta propia... la juventud ya no piensa sino cita... los movimientos ideológicos, estéticos y religiosos se agostan en América se deforman, se descomponen en légamo escolar, erudito y académico... lo esencial no es acumular datos, ni apilar documentación bibliográfica abundante sino pensar con profundidad “. (14) .
Asi de categórico se expresa Orrego en su convicción que el nuevo hombre americano, de nuestro pueblo continente, sólo alcanzará su originalidad cuando sea capaz de expresar un pensamiento propio, sin congelarse siendo un repetidor de textos o un ratoncillo devorador de bibliotecas.
Todas estas tesis nos permiten plantearnos la pregunta: ¿ Qué idea del hombre ostenta Orrego en esta su segunda etapa culturológica?.
Cuando nos dice al final de su libro Pueblo Continente, que la gran fuente creadora del hombre está en su propio espíritu, en las profundidades de su ser, siendo el legado del Oriente hacia América el grito: Conócete a tí misma, como condición para llegar al verdadero conocimiento y a la realización de su misión histórica, entonces vemos surgir la idea del hombre como saber, logos, razón ; pero con una peculiaridad muy importante: que para Orrego :“ la filosofia se equivoca al valerse sólo de la razón, la función de la razón es solo servir de instrumento del conocimiento y nada más”.(15) Exige asi una dilatación de la razón que se aviene muy bien con su interpretación orientalista del oráculo de Delfos:
“Antes que en los griegos – escribe – el conócete a tí mismo era practicado y vivido en todos los pueblos orientales, porque de allí emanaba su más profunda sabiduría” (16)
Por ello, su idea del hombre como homo sapiens no es la repetición del modelo griego, sino su profundización, en la que conviene precisar las siguientes notas metafísicas:
<!--[if !supportLists]-->1. <!--[endif]-->Tanto el Hombre como la Naturaleza llevan en sí un agente divino;
<!--[if !supportLists]-->2. <!--[endif]-->Ese agente se identifica ontológicamente con el geos, que es el Continente como base de la Cultura, y con el ethos que es el espíritu que brota de la base telúrica;
<!--[if !supportLists]-->3. <!--[endif]-->Ese agente como geos y sabiduría humana tienen poder y fuerza para plasmar el mundo;
<!--[if !supportLists]-->4. <!--[endif]-->Y dicho agente es absolutamente constante en la historia, en los pueblos y en las clases.
No está demás subrayar, que así como Hegel llevó a cabo un enorme progreso al negar la constancia de la razón humana, de modo similar Orrego estima que América no es un mero crisol de razas y culturas sino que es un continente en que se degradan los productos culturales pero para preparar una nueva cultura. Esto es, que concibe a las culturas como personalidades totales en el que hay también un factor psicológico y psicobiológico.Esto significa, que el ethos individual y colectivo no puede ser prestado desde fuera, de un fatum cultural ajeno, sino que debe ser resultado de la maduración de la tendencia evolutiva espiritual propia.
En este sentido, Orrego como Spengler y Schelling, considera las culturas como organismos que nacen, crecen y mueren; y por eso mismo son vistas por él como grandes personalidades totales características, que definen la estructura espiritual del hombre porque abarcan tanto al individuo como a sus objetivaciones.Es asi, que cuando Orrego bucea en el abismo del biometabolismo psíquico del continente descubre que América va constituyendo su propia conciencia histórica.
Para Orrego, la declinación de Europa corre paralela a la declinación de la razón formal y el futuro de América exige que se potencie el pensamiento vital más acorde con las incitaciones de nuestra tierra, y que éste se constituya en el órgano adecuado para captarla y expresarla. La idea raciovitalista del hombre en Orrego no es de orden epistemológico, como en Ortega, sino de orden culturológico, donde la potencia individual y personal es una encarnación de las fuerzas históricas y sociales del proceso vital de una cultura. (17)
En suma, la idea antropológica de Orrego en ésta su segunda etapa anda a horcajadas entre la idea del hombre como homo sapiens y la idea del hombre como homo vital; pero como no busca anular la razón sino tan sólo un dilatamiento de su concepto, adopta en consecuencia un raciovitalismo que expresa mejor el potencial exuberante de nuestra América.
La idea integracionista del hombre.
Hacia un Humanismo Americano, obra publicada póstumamente en 1966 y que desarrolla algunos de los temas tratados en Pueblo Continente, presenta una indagación ontológica del ser individual del hombre y el ser colectivo de los pueblos con una admirable fuerza de expresión que revela su actitud sacerdotal de devoción por la belleza y las ideas abstractas.
Orrego fue una preclara mente filosófica con el verbo florido de un poeta, y como Guyau, Kierkegaard, Unamuno y Ortega, desarrolló una filosofía ensayística que lo llevaría a filosofar poetizando y a poetizar filosofando. Porque su obra nace de un íntimo respeto por su temperamento es que se puede decir que en Orrego existe una correspondencia exacta entre Hombre y Obra, ni el hombre es superior a la obra ni la obra es superior al hombre. Esta unidad le sirvió como piedra de toque para meditar profundamente sobre el destino humano, ahíto en el plano aterrador de la relatividad del mundo y las ansias de plenitud, elevación y eternidad.
La condición dramática y desgarradora del hombre americano la percibe con toda nitidez en esta obra cuando sostiene que a nuestro Continente “ la constriñen dos tumbas; el sepulcro indigenista de los necrólatras o el complejo de edipo de la madre indígena; y el sepulcro europeo, que es el complejo de edipo de la madre española... mientras preconicemos un neoquechuismo o un neoaymarismo, como continuidad comtemporánea y orgánica de la antigua América, no nos libraremos de la fascinación de la tumba y los espectros sepulcrales que yugulan nuestra vida... si las culturas indígenas fueron incapaces de absorver al invasor en los primeros años de la Conquista, cuando todavía latía poderoso su elan vital, menos podrán hacerlo ahora cuando la pendiente disgregativa se encuentra en sus postreros escalones... seamos yema de sarmiento, y no astilla cadavérica de catafalco”(18).
Pero si el sepulcro indígena es peligroso porque es una evasión que se infiltra en nosotros con el adormecimiento nostálgico del recuerdo, el sepulcro español o europeo es más letal porque nos arranca del alma la matriz placentaria de la tierra y nos condena a la esterilidad infecunda. Por ello, Orrego concibe a Latinoamérica como un cadáver androide donde el hombre americano carece de armonía interior, psíquicamente está enfermo, su alma es la encrucijada psíquica del mundo, necesita una nueva armonía entre Ciencia y Arte, raciocinio e intuición, acción y contemplación; un mundo puramente científico le parece tan deshumanizado como un mundo puramente artístico, la decadencia de lo humano por el predominio unilateral de la civilización técnico científica nos ha precipitado en una malestar angustioso, arrojando al desván del inconsciente la fuerzas creadoras de nuestra alma (19).
Asi para el hombre americano, de modo especial se plantea la tarea grandiosa en la época contemporánea de conquistar un renacimiento espiritual, “ ninguna tierra como la nuestra -nos dirá- está conformada para una nueva y fecunda faena del Espíritu”.Aplicando la teoría de las imágenes arquetípicas de Jung, piensa que son éstas fuerzas las que conforman el cuerpo y el alma del hombre; la raza, el medio , el clima, entre otros son meros conductores de estas fuerzas arquetípicas que en realidad son la acción del Espíritu (20).
Por eso, sobre la gran faena del Espíritu afirma que:
“ el pueblo no es la raza, ni la religión, ni la lengua, ni las costumbres, que son meros accidentes de una fuerza más sutil y superior que las conforma” (21).
Concibe que la cultura americana debe partir de su propia circunstancia, debe ser un pensamiento histórico y no un pensamiento intemporal. La tarea es ardua y difícil –nos dice- por la fascinación de nuestro pasado petrificado y muerto y el deslumbramiento del magisterio europeo. En este punto, Orrego tiene una profunda coincidencia con las reflexiones filosóficas de Víctor Andrés Belaunde, quien indicaba en sus Meditaciones Peruanas al anatopismo o aspiraciones colectivas ajenas a la realidad peruana como uno de los grandes males. Sólo que para Orrego el anatopismo sería una tendencia invivíta no sólo en la historia o cultura nacional sino sobre todo continental.
Pero la salud espiritual en los hombres y en los pueblos presenta para Orrego una congruencia maravillosa, del seno más hondo de la vida emerge el mandato humanístico de que no podremos ser sin servir, esto es, que ve con nitidez la necesidad de anteponer a la voluntad de poder la voluntad de servir, porque ésta resulta ser una vocación esencial que coincide con las raíces más profundas de nuestro ser y de la vida misma.
Pero Orrego precisa, que la circunstancia americana se configura en el sentimiento de unidad entendida como emoción metafísica y trayectoria vital del hombre contemporáneo. Con la misma clarividencia con que denuncia la unilateralidad racionalista en la modernidad, anticipándose en este aspecto al pensamiento postmoderno, así también señala que la trayectoria del hombre contemporáneo está signado por el sentimiento de unidad , vislumbrando igualmente los venideros procesos de globalización planetaria que actualmente vivimos.
Pero Orrego está convencido que América está destinada a ser el epicentro de una irradiación cultural, de una nueva encarnación de la conciencia cósmica. De América “nacerá una cultura universal, ecuménica y planetaria” , porque “ vive bajo el signo de la unidad, de la integración, lo cual no es un tópico académico sino una vivencia colectiva “ (22).
Justamente afirmará que “ la presencia de ésta raíz integracionista es la presencia de un Nuevo Humanismo Americano”; por lo demás “ el mundo corre hacia su unificación”, pero “ América se encamina hacia un Estado Mundial Indoamericano distinto culturalmente a lo europeo y a lo precolombino”(23). De ahí nace la necesidad de indagar el ser histórico de la Nueva América para obtener una cabal comprensión de su pensamiento ante la condición humana.
Orrego para tal propósito plantea una tesis previa, a saber, que “ la esencia del ser del hombre está compuesta de varias capas sucesivas y temporales... pero su ser más profundo y auténtico, es decir, la capa trascendente y eterna...” es la “... realidad espiritual... (que) no se alcanza sino a través de la angustia, que nos sacude ( para descubrir ) la falsedad o la Nada de estas diversas capas provisorias de nuestro ser “ y así “ mientras no descubramos nada ... no alcanzaremos tampoco el pleno alumbramiento de nuestro ser trascendente” (24).
Precisamente por esto la interpretación existencialista del hombre, especialmente sartreana, le parece a Orrego insostenible, porque al convertirnos en permanentes proyectos lanzados hacia el futuro nunca acabamos de realizarnos sino con la muerte, que nos convierte en una suerte de “cadáver fáctico incapaz de prolongación vital alguna”, “el existencialismo sartreano -escribe- parece negar toda trascendencia extra terrestre del ser y desemboca en una final y absoluta nada”, porque bien visto “el sentimiento de libertad a donde desemboca es una puerta abierta hacia la arbitrariedad y el capricho sin ninguna luz que lo ilumine”; en este sentido “el hecho que surja en nuestra época el existencialismo sartreano...nos está indicando que el hombre contemporáneo ha ingresado a una crisis total que abraza todos los ámbitos de la vida humana” (25)
Pero para Orrego existe una estructura ontológica paritaria entre el ser individual del hombre y el ser colectivo de los pueblos, no teniendo éstos últimos “otra medida que su vigencia histórica y su fertilidad vital”. Aquí es precisamente el momento en que expresa:
“hemos llegado al tema central de estas meditaciones. El ser auténtico de la nueva América emerge de dos negaciones totales y radicales... de allí su sentido trágico y agónico... el ser del nuevo hombre americano irrumpe entre un orgulloso NO a la Europa invasora y conquistadora... y un rotundo NO a la idolatría del sepulcro del pasado del incario o del coloniaje hispano”(26)
Se trata de dos nihilizaciones radicales (europeo e indígena) que apuntan hacia el hecho demostrado de que el ser íntimo del hombre no puede trasplantarse impunemente a una tierra o a una época extraña. Ni la tierra ni el tiempo son elementos inertes sino “constelaciones originales de energías vivas y operantes”. Así como ni las almas de los individuos ni de los pueblos pueden importase sin perder su autenticidad e identidad vitales, del mismo modo “ tampoco la poesía, el arte, la literatura, la filosofía pueden ser artificialmente transplantadas”. Por ello, Orrego remarca:
“las creaciones geniales y universales de otros pueblos sirven para enriquecer nuestra conciencia, para afinar y cultivar nuestra sensibilidad, para profundizar y acrecentar nuestro pensamiento, pero nunca para reemplazarlo”(27)
Analizando más en detalle el fenómeno del nuevo ser americano, Orrego describe tres actitudes de fuga del presente dramático:
Primera Nihilización: el alter ego esnobista, falsificado y servilmente imitativo del mestizo europeizante.
Segunda Nihilización: el alter ego sepulcral del mestizo indigenizante, y el alter ego de reliquia del mestizo colonialista.
Tercera Nihilización: la enajenación aberrante, atávica y bárbara del mulato y el negro con tendencias regresivas hacia formas culturales primitivas y selváticas latrías mágicos animistas.
El mestizaje en la condición humana es un puente, un camino y un avance en el proceso orgánico de amestizamiento, pero hay dos zonas –señala Orrego- que la han resistido, a saber, “la zona inmigrante europea... que vive en un estado de permanente fuga,... y la zona del indio puro, ... sumido en una suerte de sopor espasmódico”. Estas “son las zonas antiamericanas que no tienen otro porvenir que la modificación o fosilización integral de su modo de ser. Se diría que viven un proceso de mineralización” (28)
Para Orrego, la unificación política, primero, y la unificación antropológica, después, de América Latina son la sustentación material y visible de un sentimiento de unidad universal encarnado en el continente como “conciencia de su nuevo ser histórico y ampliación de la conciencia anterior”. Por ello al basarse en el análisis objetivo de los hechos pondrá énfasis en que lo expuesto “no se trata de una profecía de nuevo cuño, ni de un reciente y trivial mesianismo ... sino que se trata de la versión inteligible de una época mundial vista desde América por un americano de hoy” (29)
El método que aplica es lo que él denomina “dialéctica histórica de la razón vital” (30), ajeno tanto al sistema racionalista y determinista, cerrado y rígido de Hegel, como también a la especulación meramente discursiva; pero siempre abierta a la captación de lo Eterno en la historia. En este respecto y coincidiendo con Jaspers escribe:
“... podemos decir que la historia no es sino Eternidad actualizada en encarnaciones temporales... que la historia es apresamiento y realización de lo permanente, de lo esencial e invariable en el tiempo. Por ello el hombre verdaderamente histórico, el creador, es siempre un ser sediento de Eternidad”(31)
Los gérmenes históricos que conforman la condición humana en la cultura americana provienen de dos focos culturales de poderosa irradiación: México y Perú.
“la tensión mexicano-europea recae su acento sobre el pathos de la libertad, y la tensión andino-europea marca su acentuación en el pathos de la justicia”(32)
La constelación libertad-justicia delinea una doble tensión polar de dos valores espirituales tan íntimamente trabados que parecen “en su esencia un único misterio que el hombre no ha podido dominar todavía”, es la doble dimensión de la naturaleza integral del hombre. Estos valores “constituyen los gérmenes históricos que entrarán en la nueva constelación vital del renacimiento americano”. Mientras que el hombre mexicano ha salido al mundo en busca de la libertad, el hombre andino –escribe Orrego- ha salido al mundo en busca de la justicia (33). Ambas sinfonías americanas se combinan en un acorde intemporal para expresar aquello que “balbuceando llamamos: Vida, o Espíritu o Eternidad”.
Sin embargo, para Orrego no está emergiendo la vieja cultura indígena en la sociedad actual, como cree Toynbee (34),esto equivale a no distinguir en toda cultura su morfología y su esencia; la primera está definitivamente desintegrada desde el choque cultural de la Conquista, la segunda sobrevive en el inconsciente colectivo del pueblo (35). Pero la cultura europea con la primera y segunda guerra mundial ha perdido vigencia, por eso sostiene Orrego que esta situación favorece la emersión de los gérmenes culturales, que no son de la fenecida cultura indígena sino que son una nueva fecundación y fusión dialéctica de una nueva unidad cultural (36). De este modo:
“Así como la cultura del Renacimiento fue la época de fusión de muchas estirpes antagónicas que fecundo el Humanismo (de modo similar) en una época que ha entrado en una crisis radical ¿no podrá hablarse de un Humanismo Americano que funde todas las estirpes conocidas del planeta?”(37).
Así, América surge de un apretado nudo de raíces planetarias, su ser trasparenta la integración universal de todas las razas (india, blanca, negra),en ella se da el aporte de la razón social del indio con el sentido de la tierra, de la razón estética del negro con el sentido de la belleza, y de la razón técnica del blanco con el sentido instrumental. De este modo, América es la expresión integral del orbe entero, es el epicentro del surgimiento de una cultura superior como coordinación de las fuerzas inferiores vitales con las energías superiores del espíritu (38).
Hacia un Humanismo Americano refleja lo que llamo la idea integracionista del hombre, en el sentido que ve lo humano como el apretado nudo histórico de raíces que integran lo temporal con lo Eterno, lo racional con lo intuitivo, lo metafísico con lo vital, lo material y lo espiritual, donde su ser está compuesto de varias capas temporales sucesivas hasta llegar a su ser más profundo, que es la capa trascendente y eterna, la cual implica una prolongación vital más allá de la muerte y de la absoluta Nada. El auténtico ser eterno de la criatura humana exige cruzar el puente de la nihilización personal a través de la angustia, y de la nihilización cultural a través del emerger de los gérmenes culturales, cuya fecundación dialéctica estructurará una nueva fisonomía morfológica y esencial, cuya expresión externa será un neohumanismo americano que realice la síntesis armoniosa entre los ideales de la libertad y la justicia, entre la razón social, la razón estética y la razón instrumental. Esta es la condición humana en el continente americano para Antenor Orrego
La Idea Holística del Hombre
Meditaciones Ontológicas es un texto inédito recientemente salido a la luz con la edición de sus obras completas en 1995, en ella se puede apreciar cómo el tema de la historia y la cultura lo lleva hacia el problema del Ser; al concebir a éstas como, encarnaciones sucesivas de los distintos aspectos de su esencia, y cómo la nueva temática ontológica le permite indagar más profundamente sobre el tema predilecto que atraviesa toda su obra, a saber, el problema del Hombre y de su Destino.
Para Orrego la condición humana quedaría trunca con meras disquisiciones culturológicas, que conducen hacia el alumbramiento de una nueva conciencia histórica en el Continente Americano, porque concibe las culturas, los pueblos y los acontecimientos significativos como resultado de tensiones espirituales provocadas por la libertad en la historia, que por excelencia es creatividad. La libertad como valor supremo, por el cual llegan al mundo todos los demás valores, se identifica con el Ser, y el hombre es la mirífica iridiscencia a través del cual fluye el Ser a la vida del mundo.
Al nacer nos encontramos frente al hecho escandaloso que la libertad del ser humano no ha intervenido para nada en la coyuntura misma de su nacimiento, y sin embargo, surgen con él las responsabilidades de facto, indeliberadas y sin decisión personal. Pero el hombre que nace sin la intervención de su libertad descubre que tiende hacia ella con todas sus fuerzas, y es debido a que el sentimiento de libertad se encuentra en el fondo más profundo de nuestro ser, reside como sentimiento, como inmanencia, dispuesta a desplegarse en una realidad concreta. Pero Orrego afirma además que:
“La filosofía sólo constata un facto y es que el hombre por el solo hecho de serlo, por haber alcanzado en la creación la categoría humana posee la libertad en su aspecto o dimensión inmanente, o dicho en otras palabras en su aspecto de posibilidad” (39)
Empero esta persecución de la libertad sería imposible sin una fe previa en ella. La fe en la libertad como inmanencia, como disposición facultativa es un absoluto a priori, un escándalo que no tiene explicación racional. Nuestro espíritu por intuición interna arriba a esta creencia asumiéndola como certidumbre. Pero Orrego enfatiza que no hay ni ha habido nunca un pensar filosófico que no parte de las creencias, se trata de una debilidad insalvable del conocimiento racional. Las creencias son supuestos fundamentales e inmediatos que envuelven la condición humana con el carácter de factos, y desde los cuales partimos en nuestra reflexiones discursivas. Por ejemplo, dirá, nuestra idea de que las leyes de nuestra razón son también las leyes de la realidad es el cómodo o fértil “supuesto” de toda nuestra ciencia occidental. Pero bien visto es un acto de fe indemostrable lógicamente que está en la raíz del conocimiento científico y lo circunda completamente.
En este sentido, nuestro filósofo coincide con Ortega y Gasset al vincular el significado de la fe y de la creencia con la estructura metafísica de la existencia humana; como en el filósofo español él también asume que la creencia no es un mero creer sino que constituye el estrato más profundo de la vida humana, pero con la salvedad ontológica primordial de que la fe es la condición de la misma libertad humana.
Así el hombre nace y existe pero a diferencia del animal que lo hace sin destino inmediato, él por el contrario anhela su trascendencia hacia la libertad. El hombre sólo encuentra su libertad en el trascender, esto significa “que el ser auténtico del hombre sólo se encuentra en su trascendencia, más allá de sí mismo”. Pero la trascendencia para Orrego no se relaciona solamente con la concepción neoplatónica de la divinidad, según la cual es la condición del principio divino o del ser que está fuera de toda experiencia humana. Por el contrario, es el acto de libertad creadora del hombre mismo, nuestro ser incompleto que señala una carencia y ausencia de Ser. Así Orrego abraza un sentido activo de la Trascendencia, que en la filosofía tradicional se remonta también a Plotino, a San Agustín, y que fue reasumida por la filosofía contemporánea con Husserl, N. Hartmann, Heidegger y Sartre.
Pero a diferencia de todos ellos no se quedará con un sentido antropocéntrico y egolátrico de la realidad trascendente de la existencia humana sino que distinguirá la Trascendencia como acto libre y la Trascendencia misma, es decir, el ser que busca expresarse y recrearse a sí mismo a través de la conciencia del hombre. El destello del ser en el hombre, que se difunde como imperativo de libertad y conciencia, es la trascendencia misma. En este tenor dirigirá sus principales críticas a Heidegger:
“Pensar como Heidegger que el ser de las cosas existe solamente en tanto el hombre las percibe, en tanto el hombre las incorpore al mundo del ser ahí, es otro acto... que significa recaer en un nuevo idealismo, que decreta desde afuera, como dictador supremo, el ser de las cosas ...”(40)
En efecto, lo que Orrego percibe es que Heidegger no ha podido sacudirse de la poderosa garra cartesiana, dentro de la cual da vueltas como en una jaula laberíntica, su pensamiento se queda en la encrucijada del ser allí sin llegar al Ser, que era su objetivo. En contrapartida con el filósofo alemán, dirá que el Ser es una presencia extralógica que comienza a revelarse preontológicamente en la condición humana, pero no solamente el hombre sino todos los seres del Universo pueden ser y son una ventana, una revelación hacia el Ser, como poder y misterio que penetra y nos circunda. En este punto, se observa, cómo el realismo antiobjetivista de Orrego discrepa con el sentido unívoco del ser heideggeriano, según el cual, ser y tiempo son lo mismo, el ser es inmanente y temporal.
Es evidente, que lo que limita el pensamiento antiobjetivista de Heidegger en su ateísmo, por el contrario la apertura religiosa de Orrego lo faculta para advertir que el Ser no es sólo inmanente sino también trascendente. Con ello se pone a las puertas de una ontología antiabsolutista y del sentido multívoco del Ser; exigiéndonos como tarea un giro metafísico que rompa tanto con la univocidad trascendente de Platón como con la univocidad inmanente-temporal de Aristóteles. En otros términos, Orrego percibe la necesidad de romper con la metafísica egoica y subjetiva de la modernidad pero no para retroceder a una metafísica trascendente sino para avanzar, para decirlo en lenguaje actual, hacia una metafísica postmoderna e integral, holística y multívoca.
Pero no todo en Orrego es discrepancia con Heidegger, y su coincidencia más significativa es la reivindicación del lenguaje poético, como el vehículo privilegiado por el cual el Ser llega al mundo. Enriqueciendo este juicio, piensa que toda emoción humana o sensación lleva consigo una operación prejudicativa, preconceptual, prelógica o preracional. Reclama que es necesario admitir que la inteligencia o facultad de conocer la realidad también se ejercita por la sensibilidad, la sensación, la emoción intuitiva, sin inducción, sin deducción, ni inferencias racionales.
Desde este punto de vista, conocer no es amoldar la intuición al concepto sino el concepto a la intuición. Así, las realidades del misterio religioso, místico o estético no pueden asirse jamás con el ejercicio categórico, inferente y discursivo del entendimiento, sino que el órgano espiritual para la captación del misterio es la fe, que como amor iluminado transmuta la inteligencia y lo faculta para alcanzar el misterio. Pone como ejemplo a la creación estética: Ante la novena sinfonía de Beethoven el entendimiento queda en suspenso y sin raciocinio alguno la llama espiritual enciende la comprensión interna de este fenómeno musical. Por ello, remarca Orrego:
“El Hombre no puede vivir indiferente al misterio que lo envuelve por todos los flancos de su breve existencia”. (41)
Por ello, cuando nos dice que en el misterio no se trata de “captación de la verdad” lo que hace es subrayar, al igual que Gabriel Marcel, que lo verificable no es lo único verdadero, que las realidades metafísicas son inverificables, existenciales y sólo se dejan participar, aquí las esencias no son objetos iluminados sino presencias iluminantes.
Pero el caso es que el hombre tiene dos naturalezas: natural e histórica. Y dentro de este doble facto, el hombre llega a su libertad nihilizando a ambos. Creando con su libertad nuevo conocimiento, nueva sabiduría del ser, nuevas realidades históricas puede trascender los dos factos cadavéricos que lo circundan y lo constriñen. Y esto es posible porque la cultura es una totalidad viva e incompleta, siempre impulsada hacia su Trascendencia, y en esta trascendencia encuentra el hombre su misión por excelencia en la dimensión de su libertad. “En este sentido el hombre es la vía por excelencia a través del cual discurre el ser a la vida del mundo”.
No obstante, no todos los hombres son capaces de volver sus rostros hacia la dimensión de su libertad. El Ser llega al hombre como valor a través de la historia, pero aquellos que falsifican y enmascaran en las rutinas de la cultura al verdadero Ser, aquellos que abjuran de su permanente y viviente fluencia son los llamados Hombres Perjuros, congelantes de su libertad creadora de valores. Al contrario, aquel que por un acto violento y heroico de su libertad es capaz de sentirse deficiente, de sentir su totalidad como ausencia se encuentra en el ámbito de la libertad del Hombre Fehaciente, éste conjura al Ser y lo trae a la existencia, a la manera de los mártires cristianos que con su fe en la libertad hacen posible la irrupción del Ser en la tierra. El hombre fehaciente levanta al Ser desde la nada de la angustia tras múltiples evasiones, tras incontables negaciones:
“De esta suerte, el hombre fehaciente monta la guardia del Ser, lo vigila en su autenticidad para sacar al mundo de su naufragio tenebroso…el valor es la única manera en que puede descender el Ser a la tierra. El valor es la humanización del Ser…”(42)
Pero la temporalización del valor no significa suscribir el relativismo valorativo, sino que representa, por un lado, la relación del valor con el hombre, y por otro lado, la independencia del valor mismo. Sólo en este sentido puede entenderse que Orrego insista que la temporalidad hace realidad la irrupción del Ser y la Eternidad en la historia.
Por consiguiente, el valor no es una mera preferencia, no es un mero ideal, ni una simple posibilidad de elección, sino que tiene que ver tanto con las auténticas posibilidades de elección, como con el status metafísico de lo valioso. Precisamente por ello, Orrego no es un historicista como Dilthey, que cree que la verdad se hace en la historia, sino que él cree en la historicidad, según la cual la verdad se revela en la historia. Por eso es que afirmará:
“La verdadera historia no es sino la actualización de la realidad”(43)
Sin embargo, la Historia para Orrego no es sino un lado de la Totalidad del hombre, el otro lado está en la Naturaleza. El Ser también llega envuelto en los velos de su apariencia exterior tangible y audible. Para alcanzar la irrupción del Ser desde la Naturaleza el hombre tiene que amplificar su conciencia y su sensibilidad, tiene que lograr un grado de mancomunidad con el Todo, tiene que religarse con el cosmos. Este es un vislumbrar el Ser desde la naturaleza que no tiene relación con la manera distinta de como lo hace la ciencia.
“La ciencia es sólo una disección racional de la Naturaleza. Ha violado en verdad el pudor virginal del ser y lo ha obligado a retirarse…a interiorizarse en una dimensión que no alcanzan las técnicas operatorias del investigador…en realidad, la ciencia resbala sobre la piel de la Naturaleza…”(44)
Sólo saliendo de su egocentrismo de su conciencia de separatividad, puede el hombre alcanzar su plenaria libertad. El mundo actual se ha planetizado, se ha reducido a escala realmente pasmosa, se ha interiorizado porque ya no existe ningún afuera. Ahora los descubrimientos hay que hacerlos en sentido vertical, hacia dentro, en profundidad. El hombre ahora debe luchar en su dimensión moral para alcanzar el dominio de sí mismo, lograr su último designio, la perfección e integración de su ser que lo lleva hasta la puerta de su trascendencia. Sólo entonces, escribirá Orrego, el hombre ya no será un ser incompleto sino un Ser Total:
“Quiere decir esto, que el hombre para alcanzar su totalidad tiene que interiorizarse tan profundamente en sus raíces cósmicas…que sea capas de enlazarse por medio de estas raíces con las raíces del Universo entero”(45)
Pero la conciencia de su totalidad en el hombre no significa desembocar en el vacío de la Nada sino antes bien es un reconocimiento de sus raíces universales más profundas y primordiales. En este sentido, Orrego compartirá con Teilhard de Chardin la convicción de que el cosmos no es un absurdo que termina en la nada, a contra corriente de la entropía existe para él una energética del Ser que da sentido a la naturaleza, a la historia y al Ser individual.
Que la trascendencia misma está en estas raíces primordiales nadie puede recusarla, que Antenor tiene un sentido religioso bastante pronunciado es otro hecho evidente, que el Dios de nuestro filósofo es a la vez trascendente e inmanente también es otro hecho incontrovertible, pero que su Dios es cristiano no está del todo claro, hasta que al final de sus Meditaciones pone en labios del Maestro de la Parábola del Diamante las siguientes palabras:
“Mientras no sientas a Jesucristo viviente dentro de tí; mientras no te sientas Cristo redivivo tu mismo, no habrás alcanzado la más leve brizna de verdad” (46)
Esta idea que relaciona a Jesucristo con la verdad pudo verse empañada en sus etapas primeras por un anticlericalismo que nunca llegó al extremo del ateismo. Al contrario, desde cuando escribe en 1928: “El hombre es un poema de Dios”, hasta cuando cita a Jesús podemos rastrear en él una idea de Dios de inconfundibles resonancias cristianas: inmanente y trascendente, creador, revelado y amoroso. En todo caso, Orrego no pone el acento solamente en el aspecto ético del cristianismo, como es el caso de las tendencias modernistas, sino que su visión espiritual lo lleva hacia la revalorización de los aspectos metafísicos.
La idea holística del hombre (alcanzar la totalidad por la interiorización espiritual) trasmite un mensaje profundo a la condición humana contemporánea tan azotada por la indiferencia el nihilismo y el hedonismo, el cual es:
Prepárate para asumir la misión trascendente de tu ser
que desde los evos oscuros de la eternidad
Dios esta descendiendo sobre ti
<!--[if !supportFootnotes]-->
<!--[endif]-->
<!--[endif]-->
<!--[if !supportLists]-->(1) <!--[endif]-->Mi retiro campesino, tomo 1, p. 451 – 453; en Obras Completas de Antenor Orrego, publicado en 5 tomos por el Instituto Cambio y Desarrollo con el auspicio de la Universidad Cesar Vallejo, editorial Pachacútec, Lima 1995.
<!--[if !supportLists]-->(2) <!--[endif]-->El Gallo vuelve a cantar tres veces, en O.C., Tomo V, p. 322
<!--[if !supportLists]-->(4) <!--[endif]-->Orrego rector de la Universidad de Trujillo, O.C., Tomo V, p. 247
<!--[if !supportLists]-->(5) <!--[endif]-->Sentido Americano y Universal de la poesía de Cesar Vallejo, O.C., T. III, p. 100-112
<!--[if !supportLists]-->(6) <!--[endif]-->Dolor y Responsabilidad, en Monólogo Eterno, O.C., T. I, p. 96
<!--[if !supportLists]-->(8) <!--[endif]-->Religión Error y Mentira, en Notas Marginales, O.C., T. I, pp. 75 – 76
<!--[if !supportLists]-->(9) <!--[endif]-->Veáse los artículos del diario La Reforma y El Norte, tan atentos a los aconteceres mundiales de la primera pos-guerra mundial; O.C., T. I, pp. 321 – 423
<!--[if !supportLists]-->(10) <!--[endif]--> Hacia una nueva pulsación cultural, en Pueblo Continente, O.C., T. I, pp. 155 – 161
<!--[if !supportLists]-->(14) <!--[endif]--> Ibid, prólogo a la segunda edición, O.C., T. I, pp. 116 – 123
<!--[if !supportLists]-->(15) <!--[endif]--> Veáse “Apuntes para una Filosofía o interpretación del pensamiento”, O.C., T. I, pp. 270 – 272
<!--[if !supportLists]-->(17) <!--[endif]-->A propósito del raciovitalismo se puede precisar el desencanto que se sentía en Occidente por la fría razón formal, ya manifiesta en la reacción espiritualista de Renouvier, Maine de Biran, Lachelier, Bergson y Ortega. Especialmente este último escribe en 1923 El Tema de Nuestro Tiempo, consagrándose a una critica de la razón formal a la que opone a la razón vital; en 1930 en su libro La Rebelión de las Masas enunciará la tesis: Europa se ha quedado sin moral. Sobre todo, estos dos libros con sus tesis principales pueden rastrearse en la obra Pueblo Continente (1939) de Orrego, que por lo demás era un ávido estudioso de las corrientes filosóficas en boga
<!--[if !supportLists]-->(18) <!--[endif]--> Hacia un Humanismo Americano, cap. VII, El constreñimiento de dos tumbas, O.C., T. II, pp. 84 – 92
(22) Ibid, p. 153
(23) Ibid, p. 158
(24) Ibid, pp. 164 – 165
(28) Ibid, p. 174
(29) Ibid, p. 176
(35) Ibid, p. 190
(36) Ibid, p. 192
(38) Ibid, p. 213
(39) Meditaciones Ontológicas, cap. I, O.C., T. V, pp. 15 - 18-
(43) Ibid, El Tiempo y el Ser, pp. 45 – 46
(44) Ibid, Totalidad y Naturaleza, pp. 33 – 35.Otro filósofo peruano que trató posteriormente en 1971 sobre el impacto de la ciencia en el espíritu humano fue Mariano Iberico, en su obra La Aparición Histórica. Iberico coincide con Orrego en dos puntos: (1) La convicción de que Occidente ha desembocado en el triunfo de la homogeneización universal, y (2) El convencimiento de volver al espíritu su primacía social. Pero las diferencias son más notables. Mientras Iberico vuelve a la estética para reestablecer el fundamento religioso, Orrego vuelve a la metafísica como piedra de toque para el renacimiento espiritual; mientras Iberico cree que la fe en la técnica y en el sentido económico son los responsables de la homogeneización del mundo, Orrego cree que el triunfo de la razón instrumental occidental y el desequilibrio entre ciencia y cultura son los responsables de la crisis humana.
(45) Ibid, p. 45
(46) Ibid, La Parábola del Diamante, pp. 57 -61
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