LÍMITES METAFÍSICOS DE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
CREACIÓN Y EVOLUCIÓN
Jornada Universitaria “Razón y Fe” en el Bicentenario del natalicio de Charles Darwin y los 150 años de la publicación “El Origen de las Especies”
(Universidad Ricardo Palma- Jueves 12 de Noviembre 2009)
Distinguido Dr. Padre Francisco Chávarry, estimados miembros de la Mesa de Honor, después de escuchar tan lúcidas intervenciones permítanme añadir unas breves reflexiones sobre el tema que hoy nos convoca. Yo quisiera agregar a las ideas científicas aquí vertidas algunas ideas de carácter filosófico.
I. En primer lugar quisiera llamar la atención sobre la limitación metafísica de la teoría de la evolución. Este punto se traduce en la pregunta: ¿Es la Evolución creadora? En segundo lugar, haremos la pregunta inversa: ¿Es la Creación Evolutiva?
Sobre la primera pregunta: ¿Es la Evolución Creadora? Diremos que el argumento será como sigue: Si la teoría de la evolución no da cuenta del desarrollo de todos los fenómenos temporales, menos aun puede se le puede aplicar como fundamento para la explicación fundamental de todo lo existente.
Veamos. Hasta 1930 la filosofía se encontró fascinada por la teoría de la evolución y le dio una extensión cósmica. De ahí nacen el élan vital de Bergson, el emergentismo de Samuel Alexander, el procesualismo de N.A. Whitehead, los cuales habían tenido su modesto antecedente en el positivismo evolucionista spenceriano. Pero por circunstancias históricas y culturales que son bastante conocidas, la idea de progreso pierde su prestigio y comienza a ser cuestionada; junto a ella la teoría de la evolución pierde su embrujo para los filósofos y es abandonada. Un papel importante también lo cumple en ello, nada menos que los avances de la genética, que terminó transformando los presupuestos del evolucionismo desde un determinismo hasta un posibilismo abierto a las mutaciones azarosas y desde un materialismo doctrinario hacia un materialismo metodológico.
Pues bien, ahora cuando las aguas están más calmas se puede reflexionar sobre las limitaciones metafísicas de la teoría de la evolución.
Comencemos por la teoría fenomenológica de los objetos, según la cual se pueden distinguir tres regiones del ser:
1. el ser real, 2. el ser ideal y 3. el ser irreal.
Después veremos que no son tres sino cuatro. El ser real comprende:
- el ser material, el ser biológico, el ser psíquico y el espiritual.
El ser ideal abarca:
- los objetos lógicos, matemáticos, y semióticos.
Y el ser ideal comprende: los objetos creados por el hombre.
Para proseguir debemos añadir a esta enumeración las características de las tres regiones.
- El ser real es: en sí, deviene, es temporal e individual.
- El ser ideal es en sí, es permanente, intemporal y universal.
- El ser irreal es para otro, dependiente, temporal y a la vez intemporal.
Ahora bien, teniendo este cuadro ontológico se impone la pregunta siguiente: ¿La evolución opera en todos lo niveles del ser real? En otros términos ¿hay evolución en la materia, lo biológico, lo psíquico y lo espiritual?
En lo material la primera refutación a la evolución la encontramos en la primera ley de la termodinámica, llamada entropía. El universo no avanza hacia un mayor orden sino que su dirección es en reversa, va desde un orden hacia un desorden. Y a nivel cuántico microfísico la evolución cede su lugar también a la incertidumbre, el azar y lo contingente. Y al afirmar esto no sólo hay que tener presente al físico teórico Werner Heisenberg (La imagen de la naturaleza en la física actual, Seix Barral, 1957) sino también al filósofo natural Jacques Monod (El azar y la necesidad, Seix Barral 1970).
En lo biológico la evolución tiene todavía su bastión más fuerte, sin embargo las mutaciones, la teoría catastrofista, la teoría de los juegos, y la falta de evidencia completa sobre los eslabones perdidos, atempera bastante su evidencia y validez empírica.
En el orden de lo psíquico no hay duda que hay una evolución de la mente, pero en la mente no todo se explica por evolución. La genialidad, la inspiración y la creatividad rompen los esquemas de explicación evolutiva y nos llevan hacia nuevas fronteras del conocimiento estocástico y probabilístico.
En la vida espiritual es aun más difícil encontrar aplicación a la teoría de la evolución. Empezando porque la fe es entendida como una virtud teologal concedida libremente por Dios en su caridad. Esto es, no tenemos fe porque evolucionamos personalmente sino porque la pedimos a nuestro Creador. Algo similar tenemos con la salvación del alma. No nos salvamos por evolución, sino por la gracia misericordiosa de Dios. Y lo mismo sucede con la Nueva Tierra y el Nuevo Cielo que implica la Nueva Jerusalén. En segundo lugar, el orden de la jerarquía de los seres no se explica por evolución, desde la materia inerte, pasando por el gusano, la flor, el animal, el hombre hasta llegar a los ángeles, no encontramos una explicación evolutiva dado que lo que aparentemente se muestra como una línea progresiva, que va de lo simple a lo complejo, se esfuma al apreciar la enorme complejidad y anonadante belleza de lo simple ahora revelado en la teoría de los fractales. Además, de un orden a otro habría que contar con los eslabones que interconecten y éstos son inhallables.
Entonces, a estas alturas, podemos volver a plantearnos la pregunta del principio:
1. ¿Cómo la teoría de la evolución va a dar cuenta del desarrollo de todos los fenómenos temporales, si apenas puede hacerlo con un trozo de los fenómenos biológicos?
2. ¿Cómo la teoría de la evolución va a oponerse al creacionismo si vemos que existen ámbitos del ser (ser ideal, ser irreal) que no son su resultado?
Obviamente que estas regiones del ser no pueden haber salido de la evolución, su orden y sentido así lo niegan. Por tanto deben ser fruto de un orden superior que les dio origen y existencia. Cuál es ese orden que supera las explicaciones evolucionistas. Si la evolución es vista ahora como un modesto e importante intento de explicar el origen y desarrollo de ciertos fenómenos biológicos, y de orden temporal, entonces quiere decir que hay un principio que esté sobre ella y explique la total complejidad de lo existente tiene que estar más allá del tiempo, debe estar en lo eterno, debe ser eterno, debe ser Dios. En otras palabras, las limitaciones metafísicas de la teoría evolucionista nos devuelven a Dios.
Ahora bien, cómo encaja Dios en este esquema ontológico. Si como habíamos dicho no son tres (real, ideal, irreal) sino cuatro las regiones del ser, entonces ¿cuál será el cuarto? No puede ser otro más que el Ser Eterno.
Sólo así, es decir superando las limitaciones de la ontología hartmanniana, podemos estar ante un completo cuadro ontológico. De resultas tenemos: el ser real, el ser ideal, el ser irreal y el ser eterno. Siendo el Ser Eterno la última causa y el fundamento final del origen de todos los seres del orden temporal.
II. Muy bien, si el primer análisis nos demostró que la Evolución no explica toda la realidad, no sólo no explica todos los fenómenos temporales, menos aun explicará los eternos. Es aquí entonces que surge la segunda pregunta: ¿Será la Creación Evolutiva?
Esta fue la solución encontrada por el padre Teilhard de Chardin (El fenómeno humano, Ed. Orbis 1974) y divulgado por el neurofisiólogo Paul Chauchard (La Creación evolutiva, Ed. Fontanella, Barcelona 1969). Ambos propusieron una síntesis entre creación y evolución tratando de conciliar ciencia y fe sin confundirlos.
Según Chardin existe una energética del Espíritu, una Noogénesis ascensional, que a contracorriente de la entropía da sentido a la evolución y al universo como un proceso irreversible personalizante. Es decir, Dios no reabsorbe sino personaliza en un universo homocéntrico y en un hombre teomorfo. El cosmos no es un absurdo, pues se está espiritualizando. La evolución tiene un sentido sobrenatural, crítico y salvífico.
Sobre lo consignado hay tres observaciones que hacer a las ideas de Chardin. Primero, la idea de Noogénesis ascensional está demasiado hipotecada a la idea de progreso y desarrollo, hoy puesta seriamente en cuestión. Segundo, si Dios está en un proceso personalizante irreversible entonces por qué el universo se dirige hacia su muerte térmica. Y tercero, si el cosmos se está espiritualizando a través de una evolución sobrenatural, entonces ya no tiene sentido ni la Redención ni el Juicio Final, ni el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra que se darán después de ésta.
Pienso que la riqueza del tomismo en sintetizar el saber empírico con el saber metafísico no nos debe llevar hacia síntesis apresuradas. Al contrario, ni la Fe ni la Iglesia pierde algo si se reconoce que así como la Evolución no es creadora, tampoco la Creación es evolutiva. Que la evolución sea necesariamente progresiva está seriamente en cuestión, y que la Creación sea ascensional, yendo de lo simple a lo complejo, está en contradicción con la omnipotencia de Dios.
Actualmente ni el optimista progreso es el rasgo fundamental de la evolución, ni un plan evolutivo proyectado de antemano caracteriza a la Creación. Pues, no sólo muchas especies se han extinguido –como los dinosaurios- muchísimo antes de que sus caracteres sean readquiridos por los mamíferos, sino que no sólo el orden, el desorden, el azar, la necesidad más también el milagro son posibilidades aprovechadas por la Creación. En otros términos, la evolución no es la ley principal de la vida sino algo que la implica y a la vez la desborda, esto es, la Gracia de la divinidad.
Si la ley principal de la vida fuese la Evolución entonces la vida sobrenatural ya no sería fruto del acto salvífico del Redentor, sino el resultado del proceso irreversible de la evolución sobrenatural.
Dios engendra el mundo celeste en la eternidad, y creó de la nada el universo o el mundo terrenal en lo temporal e histórico. En la eternidad no hay evolución porque no hay sucesión ni cambio. La evolución es un acontecimiento sólo ubicable en el mundo temporal e incluso dentro éste es sólo una de las líneas por el que corre la naturaleza. Esto demuestra que la complejidad de la creación divina desborda con mucho a la teoría de la evolución. No se trata de negar la evolución, como lo hacen las sectas fundamentalistas, sino de señalar sus límites después de 200 años de formulada.
Hay que tomar en cuenta que no sólo nuestra naturaleza y nuestra voluntad están dañadas por el acto de la Caída, sino que incluso lo está la Naturaleza misma. Por tanto la Evolución no puede estar exenta de dicho daño, y la Gracia divina así como trabaja con la naturaleza que encuentra en nosotros, del mismo modo trabaja con el mundo natural. Por eso que la historia del mundo no es en definitiva la historia de la evolución sino la historia de la salvación. De modo que, lo esencial de la vida en el reino celestial, contemplar en unión con Cristo directamente la faz de Dios, no será resultado de la evolución ni natural ni sobrenatural, sino de la Gracia misericordiosa del Señor.
La presencia de Dios en la naturaleza y en el hombre es ontológica. El hombre y la naturaleza son seres que pueden ser llenados por Dios, pero eso no nos debe hacer olvidar que este mundo ha sido entregado al Enemigo y en consecuencia la plenitud de Dios sólo se hará manifiesta al Final de los Tiempos, y no antes por ninguna evolución. El misterio del pecado, que incluso irrumpió en el reino de lo preternatural, hace que no sólo el hombre sino también la naturaleza estén en lucha permanente contra él. En el primero a través de su lucha contra su disolución moral, y en la segunda a través de su resistencia a su destrucción entrópica.
En conclusión, el examen de los límites filosófico-teológicos nos muestra que después de la efervescencia por la teoría de la evolución podemos afirmar que ésta ha desembocado inusitadamente siendo otra prueba de la existencia de Dios y de su prodigiosa obra. A partir de lo cual se deduce que la Evolución no da cuenta de todo el orden temporal, menos aun del orden eterno. Y que la Obra Divina de Creación, Redención, Salvación y Juicio no puede ser reducida ni comprendida plenamente forzando su síntesis con la evolución.
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