martes, 7 de octubre de 2025

EL CRISTIANISMO ADOCENADO DE YOGANANDA

 

EL CRISTIANISMO ADOCENADO DE YOGANANDA

La reformulación del cristianismo por parte de Paramahansa Yogananda constituye una de las expresiones más sofisticadas del sincretismo espiritual moderno. Su intento de armonizar la figura de Jesucristo con los principios del yoga y la metafísica hindú se expone principalmente en dos obras clave: Autobiografía de un yogui (1946) y La Segunda Venida de Cristo: La resurrección del Cristo interior (publicada póstumamente en 2004, basada en sus enseñanzas y escritos). En ellas, Yogananda no niega a Cristo, pero lo reinterpreta profundamente, convirtiéndolo en un maestro de autorrealización más que en el Hijo único de Dios encarnado para redimir al mundo. Esta operación, aunque bien intencionada, desactiva el núcleo dramático y redentor del cristianismo, transformándolo en una doctrina de elevación interior y serenidad cósmica.

En Autobiografía de un yogui, Yogananda presenta a Jesús como uno de los grandes avatares, al mismo nivel que Krishna o Buda. La figura de Cristo es universalizada, despojada de su singularidad histórica y teológica, y reinterpretada como símbolo del alma iluminada. Esta visión se profundiza en La Segunda Venida de Cristo, donde Yogananda ofrece una lectura esotérica de los Evangelios. Los milagros, las parábolas y las enseñanzas de Jesús son entendidos como metáforas de procesos internos de despertar espiritual. La cruz deja de ser el lugar donde se vence el pecado, y se convierte en un símbolo del desapego. La resurrección no es la victoria sobre la muerte, sino la manifestación de la conciencia divina. En este marco, el cristianismo se convierte en una técnica de perfeccionamiento interior, compatible con el gusto espiritual posmoderno, pero ajena a la lógica de la gracia, del sacrificio y de la redención.

Este cristianismo adocenado es cómodo, elegante, y profundamente atractivo para una cultura que busca paz sin conflicto, espiritualidad sin dogma, trascendencia sin compromiso. No exige conversión, sino introspección. No interpela, sino acompaña. No confronta el mal, sino lo disuelve en vibraciones. Es una espiritualidad sin cruz, sin sangre, sin escándalo. Y aunque puede ofrecer consuelo, no salva en el sentido cristiano: no transforma radicalmente al ser humano por la acción de Dios, sino que lo invita a perfeccionarse por sí mismo.

Yogananda, al universalizar a Cristo, lo deshistoriza. Lo arranca de su contexto judío, de su encarnación concreta, de su misión única. Lo convierte en una voz más del coro espiritual de la humanidad. Pero el cristianismo no afirma que Cristo sea una voz más: afirma que es el Verbo, la Palabra definitiva, el camino, la verdad y la vida. En ese sentido, la propuesta de Yogananda —aunque rica en intuiciones místicas— rebaja el cristianismo a una espiritualidad genérica, lo adocena, lo domestica.

No se trata de rechazar el diálogo interreligioso ni de negar la profundidad de otras tradiciones. Pero sí de reconocer que no todo puede ser armonizado sin pérdida. El cristianismo, para ser fiel a sí mismo, debe conservar su escándalo, su singularidad, su cruz. Yogananda ofrece paz, pero el Evangelio ofrece salvación. La diferencia no es menor: es ontológica, es teológica, es definitiva.

En tiempos donde la espiritualidad se ha convertido en un mercado de experiencias, el cristianismo adocenado de Yogananda aparece como una opción atractiva, pero profundamente insuficiente. Porque el Evangelio no es una técnica, ni una filosofía, ni una vía de iluminación. Es una historia concreta, una revelación encarnada, una promesa de redención. Y esa promesa no puede ser reducida a una metáfora del alma. Cristo no vino a enseñarnos a meditar: vino a morir por nosotros. Y esa verdad, por incómoda que sea, es la que salva.

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