EL ESPÍRITU INDEPENDIENTE Y HUMANISTA DE LA SOCIEDAD PERUANA DE FILOSOFÍA
85 AÑOS DE EXISTENCIA
Por Gustavo Flores Quelopana
Han pasado ochenta y cinco años desde que la Sociedad Peruana de Filosofía (SPF) fue fundada en Lima, en 1940, por el insigne pensador Víctor Andrés Belaúnde. No fue una casualidad ni un gesto académico más. Fue un acto profundamente espiritual, filosófico y político en el sentido más noble del término. Ese mismo año, Europa ardía: París había caído bajo las botas del ejército nazi, y Londres era bombardeada noche tras noche por la Luftwaffe en lo que sería conocido como el Blitz. Las bombas no solo destruían ciudades, también demolían los pilares de la civilización occidental. La razón ilustrada, que había prometido progreso, libertad y dignidad, se veía humillada por el totalitarismo, el odio racial y la violencia ideológica. Belaúnde, testigo lúcido de ese colapso, comprendió que el Perú necesitaba un espacio de reflexión libre, humanista y abierto, donde la filosofía pudiera resistir la barbarie y reconstruir el pensamiento desde sus raíces más profundas.
Décadas después de su fundación, la Sociedad encontró en Francisco Miró Quesada Cantuarias —Paco, como lo llamábamos con respeto y afecto— a un conductor intelectual de enorme talla. Filósofo riguroso, periodista agudo y pensador de vocación pública, Paco supo preservar el espíritu plural y libre de la SPF sin someterla jamás a ninguna corriente filosófica dominante ni a ningún partido político. Aunque tenía simpatías personales por Acción Popular y por Fernando Belaúnde Terry, jamás confundió esas afinidades con la línea institucional de la Sociedad. Bajo su liderazgo, la SPF se abrió a todas las voces del pensamiento peruano, desde tomistas hasta marxistas, desde positivistas hasta fenomenólogos, sin perder su independencia. Fue él quien evitó que la Sociedad cayera bajo la órbita de alguna universidad o se convirtiera en una capilla doctrinaria. Su visión era clara: la filosofía debía ser un espacio de diálogo, no de militancia; de búsqueda, no de adoctrinamiento. Por su parte, Víctor Andrés Belaúnde, aunque fundador y figura tutelar de la Sociedad, se fue alejando progresivamente de su conducción directa. Las razones fueron múltiples: sus crecientes responsabilidades diplomáticas —que lo llevarían a representar al Perú ante la ONU y a presidir la Asamblea General en 1959—, su dedicación a la docencia internacional, y su profunda vocación por el humanismo cristiano, que lo llevó a priorizar espacios de reflexión espiritual más allá del ámbito institucional. No fue un abandono, sino una retirada respetuosa, confiando en que la Sociedad seguiría fiel a su espíritu fundacional.
Desde entonces, la SPF ha sido un faro de pensamiento en medio de las tormentas ideológicas, políticas y culturales que han atravesado nuestro país y el mundo. Y cuando en 2019 me tocó asumir la presidencia de esta institución, lo hice con la plena conciencia de que no se trataba de administrar una asociación académica más, sino de custodiar un legado, de reactivar una llama que nunca debió apagarse. Después de un interregno de casi una década de inactividad, tras el fallecimiento de María Luisa Rivara de Tuesta, fui elegido en sesión extraordinaria realizada en San Marcos para dirigir su reflotamiento. No fue una tarea fácil, pero sí profundamente necesaria.
Mi gestión estuvo guiada por un principio irrenunciable: la defensa del espíritu independiente y humanista de la Sociedad Peruana de Filosofía. Me opuse con firmeza —y lo sigo haciendo— a que la SPF se convierta en una trinchera ideológica, en un instrumento de propaganda o en una capilla doctrinaria. Rechacé que se sometiera a cualquier corriente filosófica dominante, y especialmente me manifesté en contra del predominio ideológico de las tendencias relativistas de la posmodernidad, que pretenden disolver la verdad en una multiplicidad de discursos sin fundamento, y que muchas veces confunden el pensamiento crítico con el nihilismo.
La filosofía, para mí, no es un juego de lenguaje ni una construcción arbitraria. Es una búsqueda seria, rigurosa y apasionada de la verdad, del sentido, de la dignidad humana. Por eso, durante mi presidencia, me aseguré de que la SPF no se subordinara a ninguna universidad, a ningún partido político, ni a ninguna ideología. Siguiendo el ejemplo de Francisco Miró Quesada Cantuarias —quien también supo mantener la independencia de la Sociedad frente a sus propias simpatías políticas con Acción Popular—, abrí las puertas de la SPF a intelectuales de diversas disciplinas: historiadores, físicos, juristas, literatos, científicos. Porque la filosofía no vive encerrada en sí misma; dialoga con todo el saber humano.
También me opuse a que la SPF se confundiera con un colegio profesional de filósofos. No somos una entidad gremial ni una oficina de acreditación. Somos —y debemos seguir siendo— un espacio de encuentro, de diálogo, de reflexión libre. Muchos confunden la SPF con una agremiación profesional, donde basta tener un diploma para ingresar, pero no es así y nunca fue así. Lo que se exige es obra escrita, pensamiento original, capacidad creadora. La SPF no es para diplomados en filosofía, sino para todos los intelectuales que crean filosofía, provengan del área del conocimiento que provengan. La filosofía no se certifica, se vive. No se encierra en títulos, se expresa en preguntas, en inquietudes, en búsquedas compartidas.
Durante estos 85 años, la SPF ha sido testigo de transformaciones profundas en el pensamiento peruano. Desde el tomismo y el positivismo de sus primeros años, pasando por el existencialismo, el marxismo crítico, la filosofía analítica y las corrientes contemporáneas, la Sociedad ha sabido acoger la diversidad sin perder su identidad. Esa identidad no está en una doctrina, sino en un espíritu: el espíritu humanista, abierto, independiente, que cree en la razón sin dogmatismos, en la fe sin fanatismos, en la libertad sin relativismo. Vivimos tiempos profundamente antifilosóficos, meramente funcionalistas, pragmáticos, nihilistas, hedonistas, anéticos y marcados por la postverdad. La filosofía está en cama UCI, debilitada por el espíritu disolvente de la modernidad y la posmodernidad occidental neoliberal. Vivimos las horas más dramáticas de su existencia. No darse cuenta o negarlo es la mayor insensatez filosófica, una ceguera que pone en peligro a la filosofía misma. Hemos entrado en una era post-occidental, un giro civilizatorio donde declina la razón instrumental, escéptica y fragmentaria, y nos aproximamos a un revival de la razón unida a la fe, a una nueva síntesis espiritual. En ese contexto, la Sociedad Peruana de Filosofía está llamada a ser faro en esta transformación mundial, a iluminar el tránsito hacia una nueva conciencia filosófica.
Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar ese espíritu. En un mundo fragmentado por ideologías, polarizado por discursos de odio, y confundido por la proliferación de verdades alternativas, la filosofía debe volver a ser lo que siempre fue: una guía, una brújula, una luz. Y la Sociedad Peruana de Filosofía, con sus 85 años de existencia, está llamada a ser ese espacio donde el pensamiento se cultiva con rigor, con libertad y con amor por la verdad.
Este ensayo no es solo una reflexión personal. Es un llamado a todos los que creen que la filosofía importa, que el pensamiento tiene consecuencias, que la cultura no es un lujo sino una necesidad. La SPF no es mía, ni de ningún presidente, ni de ninguna corriente. Es de todos los que se atreven a pensar, a preguntar, a dialogar. Y mientras ese espíritu siga vivo, la Sociedad seguirá cumpliendo su misión.
Ahora, bajo la presidencia de Rubén Quiroz —quien ya se encuentra en su segundo periodo, sumando seis años de liderazgo— la SPF está en pleno proceso de relanzamiento y estabilización. Con un equipo talentoso y dedicado, se efectúa una gestión bastante destacada, cosa nada fácil en medio de inevitables tormentas políticas, ideológicas y académicas. Pero debe primar el espíritu filosófico e institucional para que la SPF siga avanzando en medio de un mar embravecido. Y digo esto porque en el reciente Congreso Nacional de Filosofía realizado en San Marcos, en el acto final, el presidente de dicho congreso agradeció a cuanta universidad pudo, pero ni media palabra para la SPF. Creo que esas omisiones —deliberadas o no— no deben primar, porque en filosofía no somos amigos de personas, sino de la verdad.
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