domingo, 12 de octubre de 2025

 


Reseña crítica de “Hacia una revisión histórica de la invasión y conquista” de Elmer Robles Ortiz

I. El gesto de ruptura y la tesis central

En Hacia una revisión histórica de la invasión y conquista, Elmer Robles Ortiz propone una lectura radicalmente crítica del proceso que tradicionalmente se ha llamado “conquista de América”. Publicada por el Fondo Editorial de la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO) en Trujillo en 2022, esta obra se inscribe en una corriente intelectual que busca desmontar los relatos fundacionales del colonialismo y reconfigurar la conciencia histórica latinoamericana desde una perspectiva descolonizadora.

Desde las primeras páginas, Robles se posiciona no como un historiador convencional, sino como un ensayista comprometido con la ética de la memoria. Su objetivo no es reconstruir hechos, sino interpelar el relato. No busca una cronología, sino una ruptura. Y esa ruptura comienza con una afirmación contundente: la conquista fue una invasión violenta, ideológicamente justificada, que aún persiste como matriz cultural en la sociedad latinoamericana contemporánea.

La tesis: la conquista como invasión y persistencia

La tesis central de Robles puede formularse así:

El proceso de conquista no fue un encuentro civilizador, sino una invasión sistemática que destruyó culturas, impuso estructuras de poder y justificó su violencia mediante discursos religiosos, jurídicos y filosóficos. Esta matriz colonial no terminó con la independencia, sino que continúa operando en las formas de consumo, pensamiento y organización social actuales.

Robles no se limita a denunciar el pasado. Su mirada está puesta en el presente. Para él, la historia no es una disciplina académica, sino una herramienta de conciencia. El relato oficial —el que se enseña en las escuelas, el que se repite en los discursos patrióticos, el que se celebra en las efemérides— ha perpetuado una visión eurocéntrica que naturaliza el sometimiento de los pueblos originarios y borra su agencia histórica.

El gesto de ruptura

Lo que distingue esta obra no es solo su tesis, sino su tono y su intención. Robles escribe con la urgencia de quien quiere despertar. Su estilo es ensayístico, provocador, a veces aforístico. No busca convencer con datos, sino con conciencia. Y en ese sentido, su obra se parece más a una intervención filosófica que a una investigación historiográfica.

Este gesto de ruptura tiene aciertos notables. Robles logra:

  • Cuestionar el canon historiográfico tradicional, que glorifica a los conquistadores y minimiza la violencia estructural del proceso.

  • Reivindicar la voz indígena, no como objeto de estudio, sino como sujeto histórico.

  • Conectar el pasado con el presente, mostrando cómo el colonialismo sigue operando en el lenguaje, en la educación, en el consumo, en la política.

Pero también tiene limitaciones que deben ser señaladas con rigor.

La omisión del imperialismo incaico

Uno de los puntos más críticos de la obra es su omisión del carácter conquistador del Imperio Inca. Robles denuncia con fuerza el eurocentrismo, pero no cuestiona el incacentrismo. Al presentar a los incas como víctimas puras del colonialismo, omite su papel como conquistadores de otros pueblos andinos, lo que debilita su propuesta de revisión histórica.

Antes de la llegada de los españoles, el Tahuantinsuyo había sometido militarmente a decenas de culturas regionales: chachapoyas, huancas, cañaris, chimús, entre otros. Impuso el quechua como lengua oficial, desplazó poblaciones mediante el sistema de mitmaqkuna, y centralizó el poder en el Cusco. Estos hechos muestran que la dominación no comenzó con los europeos, sino que ya existía en formas prehispánicas.

Al no reconocer esto, Robles corre el riesgo de idealizar el mundo indígena, presentándolo como homogéneo, pacífico y moralmente superior. Esta idealización, aunque comprensible como reacción al discurso colonial, simplifica la historia y borra la pluralidad del mundo andino.

El incacentrismo como problema

Así como es denunciable el eurocentrismo, también lo es el incacentrismo. Este consiste en situar al Imperio Inca como el centro absoluto del mundo indígena, ignorando o subordinando a otras culturas originarias. El incacentrismo reproduce una lógica vertical del poder, donde el Cusco representa la cúspide y los demás pueblos son vistos como periféricos.

Robles, al no problematizar esta dimensión, reproduce una forma de esencialismo invertido: el indígena como símbolo, no como sujeto histórico con contradicciones, intereses y agencia propia. Una historia verdaderamente descolonizadora no debe reemplazar un centro por otro, sino descentrar todos los centros.

Conclusión

La primera parte de esta reseña ha explorado la tesis central de Elmer Robles Ortiz, sus aciertos en la crítica al discurso colonial, y sus limitaciones al omitir el carácter imperial del Tahuantinsuyo. Su obra es valiosa como provocación ética, pero requiere ser complementada con una mirada más plural, más crítica, más historiográficamente rigurosa.

II. Arquitectura del discurso y genealogía intelectual

La estructura del discurso: más ensayo que historia

La obra de Robles no se presenta como una investigación historiográfica convencional. No sigue una metodología de archivo, ni se apoya en una sistematización de fuentes primarias. En cambio, se despliega como un ensayo filosófico-político, con un tono reflexivo, provocador y a veces aforístico. La estructura del texto responde más a una lógica de interpelación ética que a una reconstrucción factual.

Cada capítulo funciona como una unidad de pensamiento, donde Robles lanza ideas, cuestiona certezas, y propone rupturas. No hay una progresión cronológica ni una narrativa lineal. Lo que hay es una constelación de conceptos, articulados en torno a una tesis central: la conquista fue una invasión, y su legado sigue operando en la cultura latinoamericana contemporánea. Este estilo tiene ventajas y riesgos. Por un lado, permite una lectura ágil, comprometida, que interpela al lector más allá del dato. Por otro, limita el rigor historiográfico, ya que muchas afirmaciones se presentan sin contraste documental ni debate con otras corrientes historiográficas.

Influencias filosóficas y teóricas

El pensamiento de Robles se nutre de una genealogía intelectual latinoamericana crítica, que incluye:

  • José Carlos Mariátegui: Robles retoma la idea de que la historia es una construcción ideológica, y que el relato oficial sirve a los intereses del poder. Como Mariátegui, busca una lectura revolucionaria del pasado, que permita transformar el presente.

  • José María Arguedas: En su reivindicación de la cosmovisión andina y su crítica al mestizaje como imposición, Robles se alinea con Arguedas en la defensa de la voz indígena como portadora de sentido.

  • Gustavo Gutiérrez: La dimensión ética de la obra —su preocupación por la justicia, la dignidad y la liberación— remite a la teología de la liberación, aunque Robles no la cite explícitamente.

  • Pensamiento decolonial: Autores como Aníbal Quijano, Enrique Dussel y Walter Mignolo están presentes en la crítica a la matriz colonial del poder y del saber. Robles comparte con ellos la idea de que la modernidad se construyó sobre la colonialidad, y que descolonizar el pensamiento es una tarea urgente.

Una crítica desde América Latina

Lo que distingue la obra de Robles es que su crítica no se formula desde una perspectiva externa, sino desde dentro de América Latina. No busca una historia universal, sino una historia situada, que responda a las necesidades de los pueblos latinoamericanos de recuperar su memoria, su dignidad y su capacidad de narrarse a sí mismos.

En ese sentido, Robles no escribe para los historiadores, sino para los ciudadanos. Su obra es un llamado a despertar, a cuestionar, a resistir. Y aunque su estilo puede parecer más filosófico que historiográfico, su intención es profundamente política: transformar la conciencia histórica para transformar la cultura.

El presente como campo de batalla

Uno de los aportes más interesantes de la obra es su insistencia en que la conquista no terminó, sino que continúa. Robles señala que el comportamiento social actual —consumista, superficial, alienado— es una consecuencia del colonialismo cultural. La educación, los medios, el lenguaje, incluso la espiritualidad, están marcados por una lógica de dominación que se originó en la invasión europea. Esta lectura conecta el pasado con el presente, y convierte la historia en una herramienta de resistencia. Para Robles, revisar la historia no es un ejercicio académico, sino una forma de liberación. Y en ese sentido, su obra se inscribe en una tradición de pensamiento latinoamericano que busca reconstruir la identidad desde la memoria crítica.

III. Idealización, omisiones y el problema del incacentrismo

La idealización del mundo indígena

Uno de los aspectos más discutibles de la obra de Robles es su tendencia a idealizar la cultura precolombina, especialmente la andina, como si se tratara de un universo armónico, pacífico y moralmente superior. Esta postura, aunque comprensible como reacción al discurso colonial que deshumanizó a los pueblos originarios, corre el riesgo de construir una nueva forma de esencialismo.

En lugar de presentar a los pueblos indígenas como sujetos históricos complejos —con conflictos internos, estructuras de poder, estrategias de expansión y resistencia— Robles los retrata como víctimas puras, sin contradicciones ni agencia política. Esta visión, aunque bien intencionada, simplifica la historia y borra la diversidad cultural que caracterizó al mundo prehispánico.

La omisión del imperialismo incaico

El caso más evidente de esta idealización es la omisión del carácter conquistador del Imperio Inca. Robles denuncia con fuerza la invasión europea, pero no problematiza el expansionismo del Tahuantinsuyo, que sometió militarmente a decenas de pueblos andinos antes de la llegada de los españoles.

Los incas:

  • Conquistaron territorios mediante guerras, alianzas forzadas y desplazamientos poblacionales.

  • Impusieron el quechua como lengua oficial, aunque no era la lengua madre de muchos pueblos.

  • Aplicaron el sistema de mitmaqkuna, que consistía en el traslado forzoso de comunidades para controlar regiones estratégicas.

  • Centralizaron el poder en el Cusco, estableciendo una élite dominante que gobernaba sobre una diversidad de culturas regionales.

Estos hechos muestran que la dominación no comenzó con los españoles, sino que ya existía en formas prehispánicas. Al no reconocer esto, Robles pierde una oportunidad clave para construir una crítica más profunda y coherente.

El incacentrismo como espejo del eurocentrismo

Así como el eurocentrismo impone una visión occidental como medida universal, el incacentrismo sitúa al Imperio Inca como el centro absoluto del mundo indígena, ignorando o subordinando a otras culturas originarias. Esta postura reproduce una lógica vertical del poder, donde el Cusco representa la cúspide y los demás pueblos son vistos como periféricos o subordinados.

Robles, al no cuestionar esta estructura, reproduce una forma de colonialismo invertido. En lugar de descolonizar la historia, la reconfigura desde otro centro, sin desmontar la lógica de exclusión. Una historia verdaderamente crítica debe descentrar todos los centros, reconociendo la pluralidad de voces, memorias y experiencias.

¿Qué pierde la obra al no abordar esto?

  1. Complejidad histórica: La historia del mundo andino no puede reducirse a una oposición entre indígenas buenos y europeos malos. Hubo conflictos, alianzas, traiciones, resistencias internas. Ignorar esto empobrece el análisis.

  2. Agencia indígena: Muchos pueblos colaboraron con los españoles para liberarse del dominio inca. Al no considerar esto, Robles niega la capacidad de decisión y estrategia de los pueblos originarios.

  3. Rigor historiográfico: Una revisión seria de la historia debe incluir todas las formas de poder, no solo las coloniales. Ignorar el imperialismo incaico debilita la propuesta descolonizadora.

¿Cómo podría haberse enriquecido su enfoque?

  • Reconociendo que la violencia no comenzó con los españoles, aunque sí se transformó radicalmente con ellos.

  • Analizando cómo la estructura imperial incaica fue aprovechada por los conquistadores para consolidar su dominio.

  • Explorando cómo algunos pueblos indígenas vieron en los españoles una oportunidad para liberarse del dominio inca, lo cual complejiza la idea de una “resistencia unificada”.

Entre denuncia e idealización

La obra de Robles se mueve entre dos polos: la denuncia del colonialismo europeo y la idealización del mundo indígena. Pero al no problematizar el poder prehispánico, corre el riesgo de reemplazar un mito por otro. Y en ese sentido, su propuesta de revisión histórica queda incompleta.

Una verdadera descolonización exige reconocer todas las formas de dominación, incluso las que ocurrieron antes de la llegada de Europa. Solo así podremos construir una historia plural, crítica y profundamente humana.

IV. Historia como conciencia, cultura como campo de batalla

Historia como herramienta de conciencia

Más allá de sus aciertos y omisiones historiográficas, la obra de Robles se sostiene sobre una convicción profunda: la historia no es un archivo muerto, sino una herramienta viva de conciencia. Para él, revisar el pasado no es un ejercicio académico, sino una forma de despertar, de romper con la alienación cultural, de recuperar la dignidad perdida.

Esta postura convierte su libro en una especie de manifiesto ético, donde el conocimiento histórico se pone al servicio de la transformación personal y colectiva. Robles no escribe para especialistas, sino para ciudadanos. Su objetivo no es reconstruir hechos, sino reconfigurar la mirada. Y en ese sentido, su obra se inscribe en una tradición latinoamericana que entiende la historia como acto político.

La cultura como campo de batalla

Uno de los aportes más provocadores de Robles es su lectura del presente como continuación del colonialismo. Para él, la invasión no terminó con la independencia, ni con la república, ni con la modernización. Sigue operando en:

  • El lenguaje que usamos.

  • Las formas de consumo que adoptamos.

  • La educación que recibimos.

  • La espiritualidad que practicamos.

  • La forma en que nos relacionamos con el poder, con el cuerpo, con el otro.

En este marco, la cultura se convierte en el verdadero campo de batalla. No se trata solo de resistir políticamente, sino de reconstruir el sentido, de recuperar la capacidad de narrarnos desde nuestras propias raíces, sin repetir los modelos impuestos por el colonizador.

La denuncia del comportamiento social actual

Robles es especialmente crítico con lo que él llama el comportamiento social superficial y consumista. Para él, la invasión no solo destruyó templos y lenguas, sino que instaló una forma de vivir desconectada del sentido profundo, una cultura del espectáculo, del individualismo, de la banalidad. Esta crítica, aunque formulada en términos generales, apunta a una crisis espiritual. Robles no solo denuncia el colonialismo externo, sino el colonialismo interior, ese que nos lleva a repetir patrones de dominación, a despreciar lo propio, a vivir sin conciencia histórica.

La dimensión espiritual del discurso

Aunque no se presenta como teólogo, Robles incorpora una dimensión espiritual en su crítica. Su preocupación por la dignidad, por la memoria, por el sentido, remite a una ética que va más allá de lo político. En varios pasajes, su lenguaje se acerca al de la teología de la liberación, aunque sin citarla directamente. Esta dimensión espiritual le permite conectar la historia con la interioridad. Para Robles, la verdadera resistencia comienza en el alma, en la forma en que nos relacionamos con el misterio, con el dolor, con la esperanza. Y en ese sentido, su obra no solo interpela al historiador, sino al creyente, al pensador, al ciudadano común.

Historia, identidad y discernimiento

En el fondo, lo que Robles propone es una revisión de la identidad latinoamericana. No como nostalgia, ni como reivindicación étnica, sino como discernimiento profundo. ¿Quiénes somos? ¿Qué relatos nos configuran? ¿Qué heridas seguimos repitiendo? ¿Qué memorias necesitamos sanar?

Su obra es una invitación a mirar el pasado no como carga, sino como clave de lectura del presente. Y en ese sentido, el discernimiento se convierte en el eje de su propuesta: discernir entre lo impuesto y lo propio, entre lo superficial y lo esencial, entre lo que aliena y lo que libera.

V. Evaluación final y horizontes de diálogo

Aportes fundamentales

La obra de Elmer Robles Ortiz representa un esfuerzo valiente y necesario por revisar críticamente el relato histórico oficial sobre la conquista de América. Su principal aporte reside en:

  • Desenmascarar el discurso colonial que ha glorificado la invasión europea como empresa civilizadora.

  • Reivindicar la memoria indígena como fuente de dignidad, resistencia y sentido.

  • Conectar el pasado con el presente, mostrando cómo la matriz colonial sigue operando en la cultura latinoamericana actual.

  • Proponer una historia como herramienta de conciencia, más que como acumulación de datos.

Robles logra articular una crítica ética, cultural y espiritual que interpela al lector desde su identidad latinoamericana. Su obra no busca neutralidad, sino transformación. Y en ese sentido, se inscribe en una tradición de pensamiento comprometido con la liberación.

Límites y omisiones

Sin embargo, la obra también presenta límites importantes que deben ser señalados con honestidad intelectual:

  • Idealización del mundo indígena: Robles tiende a presentar a los pueblos originarios como víctimas puras, sin reconocer sus propias estructuras de poder, conflictos internos y estrategias de expansión.

  • Omisión del imperialismo incaico: Al no problematizar el carácter conquistador del Tahuantinsuyo, la obra corre el riesgo de reproducir un incacentrismo que excluye otras culturas regionales.

  • Simplificación del proceso de conquista: La narrativa se construye como una oposición binaria entre invasores y invadidos, sin explorar la complejidad de alianzas, resistencias y colaboraciones indígenas.

Entre el eurocentrismo y el incacentrismo

Uno de los hallazgos más importantes de esta reseña es que así como es denunciable el eurocentrismo, también lo es el incacentrismo. Reemplazar un centro por otro no es descolonizar: es reconfigurar la exclusión. Una historia verdaderamente crítica debe descentrar todos los centros, reconocer la pluralidad de voces, y construir una memoria que abrace la complejidad.

Horizontes de diálogo

La obra de Robles podría dialogar fructíferamente con varias corrientes contemporáneas:

  • Historiografía crítica latinoamericana: Autores como Edmundo O’Gorman, Pablo González Casanova o Silvia Rivera Cusicanqui ofrecen lecturas más matizadas del proceso de conquista y colonización.

  • Pensamiento decolonial: El diálogo con Aníbal Quijano, Enrique Dussel y Walter Mignolo permitiría profundizar en la crítica a la colonialidad del poder y del saber.

  • Teología de la liberación: La dimensión espiritual de la obra podría enriquecerse con el pensamiento de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff o Jon Sobrino.

  • Filosofía intercultural: El enfoque de Robles podría abrirse a una reflexión más plural sobre las cosmovisiones indígenas, sin reducirlas a una sola matriz cusqueña.

Una obra que provoca, no que concluye

Hacia una revisión histórica de la invasión y conquista no es una obra que cierre debates, sino que los abre. Su valor reside en provocar preguntas, desestabilizar certezas, invitar a pensar. Y aunque sus límites deben ser reconocidos, su gesto de ruptura merece ser celebrado. Robles nos recuerda que la historia no es solo lo que ocurrió, sino lo que seguimos repitiendo. Y que revisarla no es mirar atrás, sino prepararnos para mirar hacia adelante con más claridad, más conciencia y más dignidad.

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