UN SOLDADO DEL HUMANISMO
Comentario al libro EL PLACER DEL
MAL de Gustavo Flores Quelopana
Por: Luis Enrique Alvizuri
Como
en toda notable obra filosófica, se nos plantea al leer El placer del mal
una imperiosa necesidad de profundizar con detenimiento en las ideas allí
vertidas, tarea que puede demandar varias conscientes relecturas. Pero al final
el resultado es sumamente grato ya que su autor, el filósofo peruano Gustavo
Flores Quelopana, nos lleva con vehemencia hacia puntos de vista que despejan
dudas, encaminan confusiones y abren interrogantes.
Este
escrito está conformado por varios ensayos que abordan distintos temas, todos
vinculados por el eje conductor de denunciar los movimientos erráticos de una
sociedad occidental que se halla desquiciada a causa de la desvirtuación de su
estructura religiosa. Esto es lo que se deja entender a través de enunciados
como: “La religión es el principal elemento determinante que actúa en la
formación de la civilización” y “El cristianismo es el alma de la cultura
occidental, y la crisis de ésta (civilización) es la profunda crisis del
cristianismo mismo”. (Pórtico).
No nos encontramos ante un hombre que piensa
por simple ejercicio sino ante un militante, ante un creyente insuflado de fe y
también [-1]ante un
soldado de la ética que no se resigna a ver cómo el ser humano se degrada y se
hunde en la desgracia que él mismo ha propugnado. Flores Quelopana, apartado de
las insulsas y adormecedoras aulas y de los cómodos y bien remunerados —pero no
neutrales— castillos de marfil institucionales, coge la pluma y la emplea como
un arma salvadora para buscar un hálito de vida trascendente, no importándole
las honras y los intereses mundanos que puedan ser afectados por sus palabras.
Su interés es el pensamiento elevador, la filosofía auténtica, que solo tiene
razón de ser cuando es para hacer el bien; por eso se ensaña contra el mal, sus
orígenes y sus consecuencias.
Y
ese mal lo identifica como la razón técnica, la cual es “... una forma
subjetiva de ver al hombre, su esencia y forma de entenderse... que lo inducirá
a interpretar su voluntad como infinita, a quebrar sus lazos con la naturaleza,
el prójimo y lo trascendente, para edificar un mundo en donde medios y fines
son determinados por el individuo libre y en donde la máquina, de medio, se
convierte en fin es sí mismo”. (p. 73). Y, a contracorriente de lo que se
podría pensar, culpa del desarrollo de ese pensamiento al cristianismo puesto
que “...el detalle es que este factor (el deseo de salvación del mundo) en el
cristianismo se da con un fuerte reconocimiento de la Persona y del Amor, lo
que implicó el desarrollo de la individualidad, la voluntad y la libertad
personal, lo que favoreció a la larga la inventiva, el ingenio mecánico y el
deseo de mejorar la vida mediante artefactos construidos a escala”. (p. 65).
Esto
a su vez ha desembocado en la aparición de una voluntad de poder, la
cual debe ser entendida como el afán de “... dominio e instrumentalización que
termina devorando al propio hombre”. (p. 72). Pero nuestro prolífico filósofo
no solo se queda en la cómoda posición de identificar el problema y dejar al
lector que lo reflexione y encuentre su respuesta personal al respecto; también
elabora una alternativa a modo de rescate. Ello porque él mismo se identifica
con los postulados de la religión cristiana que profesa, muy distante por
supuesto de esa desvirtuación de cristianismo con que se embanderan las
poderosas naciones de Occidente. Esa visión le impulsa a creer que sí existe
una salida al problema del mal en el hombre, y esta es: el personalismo metafísico,
el cual, a su entender, “... recupera el ser trascendente, postula un humanismo
que restituye a la persona su integridad inmanente y trascendente, restablece
la preeminencia del saber culto y el de salvación sobre el saber tecnológico y
cuyo fin ya no será primordialmente la dominación externa del mundo vital sino
la dominación interna del mundo moral”. (p. 83).
Todo
ello enmarcado dentro de la perspectiva de reafirmar la fe en la Persona
Creadora, Dios, quien debe ser visto como “... Persona verdaderamente existente
y autónoma, consciente y libre, de quien no puede deducirse ningún principio
hipostasiado. Por ello, será también contrario a todo mecanismo materialista, que
es un disfraz moderno del impersonalismo”. (p. 84).
Vemos entonces que, si bien reconoce que el
origen del problema estuvo en la religión cristiana, culpable de desencadenar
la deformadora razón técnica, cree que la solución se encuentra en esa misma
fe, pero recuperando su verdadera esencia perdida, tal como así lo dice: “... para
el personalismo metafísico propuesto, el respeto a la persona garantiza la
tolerancia, haciendo que su dignidad no dependa del hombre mismo sino que lo
reciba del Amor, Ser absoluto y creador. Amor que en la dimensión humana eleva
la intersubjetividad y coloca en lugar preeminente una voluntad de servicio a
contrapeso de una voluntad de poder”. (p.90).
Esta
búsqueda de superación se percibe igualmente en otros pasajes cuando expresa
que “... la amenaza está en nosotros mismos, que nos mostramos incapaces de
volver a las prerrogativas del espíritu”. (p. 112) o “... la existencia humana
es religiosa porque implica una estructuración ontológica de nuestra finitud
ante lo infinito, lo que nos da una identidad esencial y de base que hace
posible incluso la sociabilidad”. (p. 128). Podemos decir por todo esto que,
por la profundidad del análisis y la propuesta, además de la universalidad del
tema, estamos ante una obra fundamental en la historia pensamiento humano y de
la filosofía peruana; y el responsable de ello es un apasionado, impetuoso,
punzante y espiritualista pensador llamado Gustavo Flores Quelopana.
Luis Enrique Alvizuri
Miembro
Honorario de IIPCIAL
Lima, 4
de setiembre 2004
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