EL PROBLEMA DEL
CUERPO Y EL ALMA
EN TOMÁS DE AQUINO
Gustavo Flores Quelopana/Past President de la
Sociedad Internacional Tomás de Aquino-Perú
Disertación en la Asamblea del 18 de Junio del 2011
1.
LA UNIDAD PSICOFÍSICA
Santo Tomás llega a una
definición del hombre tras su análisis de la relación entre cuerpo y alma.
Llegar a una posición propia no le fue fácil, debido a la presencia de dos
robustas posiciones filosóficas de concebir la constitución metafísica del
hombre.
De un lado, la exposición
dualista de la relación entre alma y cuerpo con Platón, Aristóteles y Plotino
que pusieron el acento en el alma humana o en la inteligencia, cuya
preexistencia y reencarnación hace que pueda unirse a varios cuerpos. Esta
concepción de la reencarnación la tienen en común con las filosofías y religiones
orientales. En Orígenes, por influencia del neoplatonismo, también aparece la
idea de la preexistencia del alma. Y en San Agustín una concepción semejante
encuentra expresión cuando sostiene que el hombre tiene una sustancia que
participa de la razón y gobierna el cuerpo (De
quantitate animae 13, 21).
La literatura ascética
cristiana conserva este dualismo y en la filosofía posrenacentista la filosofía
de Descartes la reproduce. Los argumentos a favor esgrimidos van desde que el
alma no es una simple armonía con el cuerpo y lo gobierna, la inteligencia
trasciende las capacidades de la materia y la capacidad de autoconciencia que
tiene la hace diferente.
De otro lado, la posición
monista de la relación entre alma y cuerpo está presente desde los atomistas,
epicúreos, se prolonga hasta los materialistas de la Ilustración y el
epifenomenismo. Sus argumentos ponen hincapié en la correlación que hay entre
los procesos psíquicos y las condiciones físicas, los desórdenes orgánicos
producen alteraciones psíquicas.
Como ambas posiciones son
defendibles la posición intermedia adoptada por Tomás de Aquino no sólo parece
ser la más adecuada, sino también la que evita las unilateralidades. En este
punto también parte de la realidad concreta, para afirmar que el hombre no es
sólo alma, sino que el cuerpo forma parte de su esencia. Es decir, no deduce de
principios generales la esencia del hombre, sino que muy sensatamente constata
que no sólo se piensa, pues también se siente y sentir no es una operación solo
del alma sino también del cuerpo.
El alma no es una sustancia
independiente del cuerpo ni depende del cuerpo para sobrevivir, ya que
sobrevive a la muerte de éste. La premisa teológica es que el hombre es una
criatura de Dios, pero eso no impide definir con mayor precisión su esencia. Es
Dios el que crea libremente, ex prima
intentione Dei, al hombre como un
compuesto de alma y cuerpo (De potentia
3, 19).
De modo que el alma no es
anterior al cuerpo, es el acto o forma del cuerpo, principio vital que hace que
el hombre conozca y se mueva. Por eso Dios crea una sustancia que subsiste por
su cuenta, es una entelequia del cuerpo.
Consciente que su teoría
supera las posibilidades extremas de concebir la constitución psicofísica del
hombre, incluso la de Aristóteles, no ahorra espacio para refutarlas, pero lo
hace cuidando de no destacar su propio pensamiento.
En suma, la teoría del alma
de Aquinate no es la misma a la que se encuentra en el De
anima del Aristóteles histórico. Santo Tomás habla como el Peripatético del
alma vegetativa, sensitiva y racional, pero cuando dice que el alma es la forma
del cuerpo no lo hace en el sentido que el ser humano esté compuesto de dos
sustancias. Conforman una unidad psicofísica, lo cual no significa que sean
indistinguibles, pues se tratan de sustancias incompletas cuya unión forman una
sustancia.
La persona es una sustancia
completa de naturaleza racional, de modo que el alma humana que sobrevive a la
muerte no es en sentido estricto una persona humana. Con ello, el santo estaba rechazando
la idea de Avicena yuxtaposiciones no
fusionadas que no constituyen un verdadero compuesto, seguido por el
agustinismo, que en cada compuesto permanecen las formas de los elementos que
lo componen.
Esto lo lleva a rechazar la
teoría platónica del alma a la que se adscribía el platonismo judaico musulmán
de los franciscanos, por lo menos en la idea que el alma es un compuesto de
materia y forma. Para Platón el alma tiene ideas innatas, preexiste al cuerpo,
y la utiliza como un instrumento extrínseco. El santo nunca creyó que el alma existiera antes de su unión con el
cuerpo, pero tampoco que dependiera del cuerpo para existir.
Aplicó su teoría general de
la materia como principio de individuación al alma y que el entendimiento es
como una tablilla de cera capaz de recibir impresiones, pero sin poseerlas aun.
Dice que si el conocimiento fuese anamnesis
o reminiscencia no habría necesidad que el alma se vinculase al cuerpo.
Considera que el alma intelectual ocupa la posición inferior entre las sustancias
intelectuales, carece del conocimiento innato de los ángeles y tiene que reunir
su conocimiento a partir de las cosas materiales percibidas por los sentidos (S th.
Ia, 76, 5).
Las consecuencias
epistemológicas de su teoría del alma ponen énfasis en la significación
esencial de los sentidos para que el alma adquiera conocimiento. La idea de no descuidar el aspecto físico y
la dependencia de las actividades psíquicas respecto de las condiciones
fisiológicas, lo hereda del recio empirismo de Aristóteles. Varias veces se
refiere a las personas de contextura ruda y piel gruesa como mentalmente
ineptas y a las persona con buen sentido del
tacto como poseedora de un claro entendimiento, para afirmar que la intelección
está íntimamente ligada a las disposiciones orgánicas (S. th. Ia, IIae, 50, 4 ad 3).
La comprensión metafísica
del hilemorfismo lleva a entender al
alma y al cuerpo como principios metafísicos que se comportan como materia y
forma. Pero la única forma sustancial
del hombre es el alma intelectual, cuyo coprincipio es la materia prima como
potencia pura. Su ser sensible-espiritual lo debe el hombre al anima intellectiva.
La concepción de la unidad
psicofísica del hombre, tan compatible con los descubrimientos de la
investigación moderna, concibe que su esencia sea ser espíritu y forma corporis o sea que su realización
precisa de un cuerpo (De ver. XVI, I-13).
La unión del alma con el
cuerpo no es para el Aquinate un castigo por un pecado. Al contrario, la
facultad de sentir y de entender que tiene el alma no lo puede ejercer sin el
cuerpo. Se trata entonces de una unión esencial y no accidental que está en
función de la perfección de su naturaleza (Quaestio
disputata de anima, 2 ad 14).
2.
LA INMORTALIDAD
Santo Tomás piensa que la
materia puede corromperse porque la forma puede separarse de ella, en este
sentido, el alma como forma pura puede separarse del cuerpo, sobrevivir a la
muerte y ser inmortal. La unidad psicofísica entre alma y cuerpo es sólo un
aspecto del alma, porque el alma no puede separarse de sí misma y corromperse.
Encuentra que muchas
facultades del alma dependen del cuerpo, como los sentidos corporales, pero hay
actividades que en sí mismas trascienden el poder de la materia, como la
inteligencia que conoce cosas distintas de las puramente materiales. Esto
prueba que el entendimiento no es cuerpo y la autoconciencia es el signo nítido
del carácter inmaterial de la inteligencia humana (C. g. 2, 49).
Luego las actividades
superiores del alma humana prueban la espiritualidad o inmaterialidad del
entendimiento, entonces esta inmaterialidad demuestra que el alma trasciende la
materia. Como era muy consciente que el alma en muchos casos se presentaba como
una función de la materia, consideraba importante probar que ésta tiene otras funciones
que no son intrínsecamente dependientes del cuerpo.
Las distintas facultades del
alma -vegetativa, sensitiva y racional- no significan que existan en el hombre
diversas almas, porque los diferentes niveles de actividad vital no conforman
una jerarquía de almas; las plantas sólo poseen una, la vegetal, los animal
otra, la sensitiva y el hombre no tiene más que la racional. De modo que en
virtud de su alma racional el ser humano puede desarrollar las actividades
vitales de las plantas y animales pero en un grado superior que está ligado a
la posesión del entendimiento.
No es que sea fácil
percatarse de la existencia del alma y menos de su inmortalidad, pues el alma
no es algo transparente por sí misma ni observable inmediatamente. Por medio de
la introspección uno se da cuenta de que piensa, pero no del entendimiento ni
del alma. Para el Aquinate todos somos conscientes de nuestras actividades
mentales, las cuales contienen implícitamente una noción del carácter del alma.
Por eso sus análisis del alma
no son un salto al vacío de la especulación, porque cuando afirma que el
conocimiento humano es fruto de la experiencia sensible pero que hay
actividades psíquicas independientes del cuerpo, lo que está diciendo es que
alma es a la vez dependiente e independiente del cuerpo.
Esto no lo lleva, pues, al
sostenimiento de dos posiciones incompatibles, porque mientras el alma está
unida al cuerpo conoce a través de la experiencia sensible, pero existen
actividades superiores del alma que no dependen de la sensibilidad, es decir,
del cuerpo. Acaecida la muerte el alma ya no depende de sus facultades
sensitivas, pero puede conocer a los objetos espirituales.
En esta vida el hombre no
puede conocer nada sin la experiencia sensible, ni siquiera sin el uso de imágenes
lo que Dios le ha revelado. Pero cuando el alma se separa del cuerpo entonces
ya no depende de los sentidos ni de la imaginación. Esto es lo que Santo Tomás
llama praeter naturam o más allá de
la naturaleza. Pero en la condición de separación del cuerpo el alma ya no es
estrictamente una persona humana, pues persona indica la unión de alma y
cuerpo. De modo que las actividades superiores del alma son intrínsecamente
independientes del cuerpo, pero extrínsecamente dependientes porque mientras
esté unido al cuerpo depende de la
experiencia sensible.
Esto puede conducir a un mal
entendido, en el sentido de creer que el hombre está mejor en estado de
separación del cuerpo. Pero el estado natural del alma es su unión con el
cuerpo. Es más, dice el santo que el estar sin el cuerpo es contraria a la
naturaleza del alma, y lo contra natura no puede ser perpetuo, por consiguiente
la separación del alma respecto del cuerpo sólo es temporal, siendo preciso que
nuevamente se una al cuerpo, es decir, resucite entre los muertos.
De modo que la inmortalidad
de las almas exige la resurrección de los cuerpos (C. g. 4, 79). Esto quiere decir teológicamente que ni siquiera el
hombre que alcanza la salvación muriendo en estado de gracia, está mejor sin
esperar la resurrección de la carne. Dicho de otra forma, el alma como forma
pura es inmortal pero dicha forma no está destinada a subsistir así siempre,
sino que habiéndose separado de un cuerpo corrompible debe esperar la
resurrección de la carne para volver a su estado natural y unirse esta vez
nuevamente a un cuerpo, pero a un cuerpo glorioso en caso de merecerlo.
La inmortalidad del alma no
es un bien en sí mismo, sino una característica intrínseca del alma que tras la
muerte terrenal se separa temporalmente del cuerpo corrompible, pero que está
destinada a volver a la carne para luego del juicio volver a unirse a un
cuerpo. Lo que le espera puede ser el premio o el castigo eterno. Acontecida la muerte terrenal el estar el
alma sin cuerpo sólo es temporal, volverá a ella y será nuevamente persona en
la resurrección de la carne, allí se decidirá su suerte en el juicio final.
Entonces se conocerá la suerte eterna de cada uno de los hombres y de sus almas
nuevamente unidas a su cuerpo. Lo que persiste en el alma separada del cuerpo
es la individualidad más no la personalidad, porque el alma intelectiva no se
destruye al destruirse el cuerpo.
Para Aristóteles decir que
algo es la forma del cuerpo equivale a decir que es inseparable de ese cuerpo.
El alma que es la entelequia o forma del cuerpo no incluye el intelecto
inmortal. El entendimiento inmortal es eterno y existe tanto antes como después
de su presencia en el cuerpo, por ende no es parte del alma sino que le viene
de fuera.
Esta no
es la posición
del Aquinatense, para el cual sólo hay
un alma en el hombre y toda ella sobrevive a la muerte. El Estagirita pone el
acento en diferenciar el alma humana del entendimiento inmortal y considera que
la psyche humana no puede existir al
margen de las funciones biológicas del cuerpo. No hay inmortalidad ni
persistencia en la existencia después de la disolución del ser compuesto. De
este modo es patente que Santo Tomás se distanció de la interpretación del alma
dada por el Aristóteles histórico.
Al mismo tiempo, es cierto
que Tomás quiere combinar la doctrina platónica de la inmortalidad con la
doctrina aristotélica de la relación entre el alma y el cuerpo. Pero además
afirma que el alma es la forma del cuerpo y separada del cuerpo no está en su
condición natural. Entre la muerte y la resurrección hay individualidad del
alma pero no persona, porque toda persona es sustancia completa o unidad entre
alma y cuerpo. El alma como forma pura es inmortal, espiritual e incorpórea, es
decir intrínsecamente su existencia no está ligada al cuerpo ni a la materia.
En este punto crucial de la
presencia de una forma espiritual y la inmortalidad es que Guillermo de Occam
afirma que ambas son verdades de fe, imposibles de obtener por reflexión
filosófica. Pero santo Tomás mismo admite que no tenemos una intuición directa
del alma como sustancia espiritual, sin embargo la interpretación de los datos
empíricos permite deducirla por el razonamiento. La teoría sobre la naturaleza
espiritual del alma implica una interpretación incontrastable, como también lo
son las del materialismo que afirma que el cerebro secreta pensamientos como el
hígado secreta la bilis, o del epifenomenismo que sostiene que la inteligencia
adviene cuando el cerebro alcanza un determinado grado de evolución.
Lo cierto es que el argumento
del Aquinate a favor del carácter espiritual del alma humana descansa en el
hecho de que el hombre ejercita actividades psíquicas intelectuales que no
dependen del órgano corporal, y si no dependen entonces la forma de estas
actividades es espiritual. Esto no equivale a decir que exista actividad
intelectual que no dependa de los movimientos cerebrales, sino que aun
dependiendo en un sentido físico no depende del cerebro en un sentido
intelectual.
El tomismo admite dos cosas:
que el alma y el cuerpo conforman una unidad psicofísica y por tanto sus
actividades dependen del cuerpo; pero su existencia no se agota en su unión
esencial con el cuerpo. Lo que significa admitir mente sin cuerpo o alma
subsistente post mortem en su forma puramente intelectual, individual y simple.
Pienso que esta es una interpretación tan legítima e imposible de desestimar al lado de teorías
materialistas cuyas motivaciones fundamentales son, aunque no quieran
reconocer, de carácter intuitivo.
3.
LA INCORRUPTIBILIDAD
Sólo se puede corromper lo
que tiene un contrario, el alma intelectiva no tiene contrarios porque el
entendimiento mismo de los contrarios forma en el alma una sola ciencia. Luego,
el alma intelectiva no se puede corromper per
se ni per accidens (S. th. Ia, 75,
6). Pero que el alma sea inmortal no significa que Dios no pueda
aniquilarla.
Si el alma humana tiene un
carácter espiritual, entonces persiste tras la muerte del cuerpo. Toda
substancia intelectual es incorruptible (S.
th. Ia, 75, 6). En la vida sensible el hombre aprehende la existencia en el
presente y rechaza la muerte instintivamente, pero como ser intelectual desea y
concibe la existencia perdurable. El hombre alcanza la perpetuidad por el alma,
mediante la cual aprehende el ser en absoluto y perdurablemente (C. g. 2, 79).
En este argumento Santo
Tomás no habla sencillamente de un deseo natural de sobrevivencia, sino de un
deseo consciente de inmortalidad, que presupone la idea de una existencia
perdurable. Este deseo es la forma en que toma en un ser intelectual el impulso
a la conservación de la vida y es una señal de la incorruptibilidad del alma
humana.
Los pensadores medievales,
como Duns Scoto, mantuvieron la opinión que la existencia de actividades
humanas que trascienden el poder de un agente material no demuestra que el alma
sobreviva a la disolución del ser compuesto,
y que por tanto primero se debe demostrar que el alma humana es capaz de
sobrevivir a la muerte.
El argumento de la
inmortalidad por el deseo natural no parece convincente, pero estaba dirigido a
combatir la teoría de un solo intelecto inmortal en todos los hombres, que era
expuesta en la época por un grupo de profesores de la Facultad de Artes de la
Universidad de París. El santo mantenía que el Peripatético había sido malinterpretado,
pues la teoría de un solo intelecto en todos los hombres era incapaz de
explicar las diferentes ideas y vidas intelectuales en las personas. El
argumento que combatía provenía de una interpretación de Averroes que termina
negando la inmortalidad personal. Si fuera cierta no tendría sentido atribuir
responsabilidad moral a los actos voluntarios (De unitate intellectus contra Averroístas).
En consecuencia, el
argumento de la inmortalidad personal por el deseo natural estaba dirigido a
refutar las interpretaciones averroístas en boga de un solo intelecto inmortal.
Poner énfasis en el “deseo natural” del alma como indicio (signum) de inmortalidad equivalía a acentuar su carácter personal y
privado.
CONCLUSIÓN
Contra el dualismo el santo
nunca creyó que el alma existiera antes de su unión con el cuerpo, pero contra
el monismo naturalista tampoco juzgó que dependiera del cuerpo para existir. La
concepción de la unidad psicofísica del hombre, es compatible con los
descubrimientos de la investigación científica moderna, pero a diferencia de
ésta no la hace dependiente del cuerpo para existir.
La unión del alma con el
cuerpo no es para el Aquinate un castigo por un pecado. Se trata entonces de
una unión esencial y no accidental que está en función de la perfección de su
naturaleza.
Santo Tomás piensa que la
unidad psicofísica entre alma y cuerpo es sólo un aspecto del alma, porque el
alma no puede separarse de sí misma y corromperse.
Muchas facultades del alma dependen del
cuerpo, como los sentidos corporales, pero hay actividades que en sí mismas trascienden el poder de la materia,
como la inteligencia que conoce cosas distintas de las puramente materiales.
Esto prueba que el entendimiento no es cuerpo y la autoconciencia es el signo
nítido del carácter inmaterial de la inteligencia humana.
Las actividades superiores del alma humana prueban la espiritualidad o
inmaterialidad del entendimiento, entonces esta inmaterialidad demuestra que el
alma trasciende la materia y que es inmortal.
No es que sea fácil percatarse
de la existencia del alma y menos de su inmortalidad, pues el alma no es algo
transparente por sí misma ni observable inmediatamente. Por medio de la
introspección uno se da cuenta de que piensa, pero no del entendimiento ni del
alma. Pero hay actividades psíquicas
independientes del cuerpo, lo que demuestra que el alma es a la vez
dependiente e independiente del cuerpo.
El estar sin el cuerpo es
contrario a la naturaleza del alma, por consiguiente la separación del alma
respecto del cuerpo sólo es temporal, siendo preciso que nuevamente se una al
cuerpo, es decir, resucite entre los muertos. De modo que la inmortalidad de
las almas exige la resurrección de los cuerpos.
La inmortalidad del alma no
es un bien en sí mismo, porque lo que le espera puede ser el premio o el
castigo eterno. Acontecida la muerte
terrenal el estar el alma volverá al cuerpo y será nuevamente persona en la
resurrección de la carne, allí se decidirá su suerte en el juicio final.
Entonces se conocerá la suerte eterna.
El argumento de un deseo natural
y consciente de inmortalidad, presupone el impulso a la conservación de la vida
y es una señal de la incorruptibilidad del alma humana.
En síntesis, el alma humana es inmortal pero el hombre es una espiritualidad encarnada pero no reducida al cuerpo.
En síntesis, el alma humana es inmortal pero el hombre es una espiritualidad encarnada pero no reducida al cuerpo.
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