martes, 9 de mayo de 2017

GIRO HERMENÉUTICO DE OCCIDENTE

EL GIRO HERMENÉUTICO DE OCCIDENTE
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Sinopsis
El hombre occidental tras las terribles experiencias nazi y comunista de la II Guerra responsabilizó de su extravío nihilista a la metafísica de los absolutos. En esa creencia de los límites de lo finito actúa la hermenéutica crítica de Gadamer como en el “pensamiento débil” de Vattimo, vigilando la disolución de todas las estructuras fuertes o perentorias que no permiten ser discutidas. El giro de la filosofía hermenéutica busca una racionalidad y subjetualidad superior a la moderna, abierta a lo otro y a la comunidad, y cree encontrarla tanto en la consumación de la historia nihilista del ser como en el respeto de las diferencias y pluralidades, en una convivencia regida no por la Verdad sino por la tolerancia. La ontología del límite busca desarticular los fundamentos metafísicos del nihilismo relativista de la hipermodernidad tardía, que convierte a la sociedad en un campo de exterminio de todos contra todos con el fin de promover la afanosa competitividad por el consumo en el interior de cualquier orden. Sin embargo, al desembocar en un nihilismo pluralista termina en nombre de la liberación de cada uno nivelando a todos los individuos en medio de las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global. Es por esto que la hermenéutica posmoderna no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto con su insistencia en oponer una hermenéutica de la diferencia frente a otra relativista, desembocando en la indiferencia metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como consenso, interpretación y valor.

La autocrítica antiplatónica
de Occidente
La postmodernidad como crítica de la cultura nace a partir Mayo del 68 con los movimientos de género, pacifistas, ecologistas, pensamiento pluralista y post-capitalista. Lo que se discute es el pensamiento postmetafísico, la decadencia de la historia de Occidente, su racionalidad encarnada en el Sujeto moderno y el nihilismo. Los pensadores posmetafísicos van elaborando el tema del nihilismo, la crítica de la racionalidad de la metafísica dialéctica desde Platón a Hegel y los frutos tecnocientíficos de la razón universal. Pero en realidad la autocrítica de Occidente empieza después de la II Guerra Mundial, la cual provocó que todos los movimientos culturales concertaran discutiendo la racionalidad de la Ilustración, el positivismo cientificista y el historicismo progresista. Ulteriormente de la II Guerra Mundial el pensamiento crítico se alzaba unísono contra las ínfulas totalizantes del hegelianismo, el marxismo totalitario y el liberalismo relativista del capital, cuyo terror se imponía en nombre del humanismo, la racionalidad, la libertad y el progreso.

La Escuela de Francfort, continuada por Habermas y Apel, la hermenéutica heideggeriano-gadameriana, que revelaba un diferente Aristóteles griego, ni platonizado ni cristianizado, y el deconstruccionismo de Derrida, no aplazarían discutir estos fenómenos. De manera que la hermenéutica alemana y el postestructuralismo francés continuaban acercándose. Pero es Gadamer el que elabora una filosofía hermenéutica en Verdad y Método:

“Aristóteles calificó [la hermenéutica] como la  ciencia “más   arquitectónica”   porque   reunía   en   sí  todas las ciencias y artes del saber antiguo. Hasta la retórica quedaba incluida en ella. La pretensión universal de la hermenéutica consiste así en ordenar a ella todas las ciencias, en captar las opciones de éxito cognoscitivo de todos los métodos […]. Si la “política” como filosofía práctica es algo más que una técnica suprema, otro tanto cabe decir de la hermenéutica. Ésta ha de llevar todo lo que las ciencias pueden conocer a la relación de consenso que nos envuelve a nosotros mismos”.

Habermas, Derrida, Lyotard, Foucault y Deleuze se concentrarían en el tema del nihilismo y el sujeto; coincidiendo en atribuir el naufragio de la Ilustración a la racionalidad metafísica, guiada por la dialéctica del idealismo racionalista y su culminación hegeliano-marxiana. Foucault en la Arqueología del saber hablará sobre la archivística, que permite la interpretación del conocimiento histórico de las distintas epistemes, y sobre la inconmensurabilidad entre las epocalidades, como estratos históricos superpuestos y reescritos con las distorsiones de sentido que cubren los mismos significantes. Por su parte, Vattimo enfilaba sus baterías contra la violencia de la racionalidad moderna, consideraba la hermenéutica como la única reconstrucción posible de la racionalidad después de la muerte de Dios y señalaba el límite del cristianismo no-dogmático en el amor racional comunitario, como acervo espiritual enterrado por la razón metafísica secularizada.

La aproximación de los pensadores posmetafísicos señala la diferencia de la filosofía de la era de la interpretación, para efectuar una inversión del nihilismo capitalista. En esta inversión la posmodernidad conjuga la crítica de la modernidad burguesa, con el nexo de la ontología estética de la experiencia del lenguaje, cambiando el significado del ser de “es” en lo que “se da”,  es decir, como evento o impresionismo ontológico que varía la historia de la metafísica moderna y subraya la legitimidad de la diferencia para salir del nihilismo ilimitado del capitalismo. En la era posmoderna de la interpretación el posthumanismo hermenéutico y postestructuralista se convertía en un camino del postnihilismo. Se plantea así reconocer el espíritu objetivo sin el absoluto de Hegel, como razón o lenguaje común de toda realidad, siempre política, simbólica e inscrita en el contexto lingüístico oral, escritural y artístico.  La búsqueda de la racionalidad y el ser del lenguaje prestan atención que entre las palabras y las imágenes está el otro, como dimensión constituyente de la alteridad. Entonces, se dan a prioris epistémicos, como opiniones autorizadas  en obras canónicas para la comunidad capaces de informar transhistóricamente.

El hombre occidental tras la II Guerra responsabilizó de su extravío nihilista a la metafísica de los absolutos. En esa creencia de los límites de lo finito actúa la hermenéutica crítica de Gadamer, el deconstruccionismo de Derrida y el “pensamiento débil” de Vattimo, vigilando la disolución de todas las estructuras fuertes o perentorias que no permiten ser discutidas. El distintivo giro ontológico, hermenéutico y estético del pensamiento posmoderno busca, en oposición a la supuesta violencia de la metafísica occidental identitaria, una racionalidad y subjetualidad superior a la moderna, abierta a lo otro y a la colectividad, y cree encontrarla en la hermenéutica, como koiné o lengua común, como en la consumación de la historia nihilista del ser, en el respeto de las diferencias y en una convivencia regida no por la Verdad sino por la tolerancia.

La ontología del límite  
El poder descomunal de la hipermodernidad capitalista se deshacía en la miseria del genocidio de Auschwitz, los crímenes del gulag soviético y el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. La modernidad ilustrada quedaba evidenciada en las terribles experiencias nazi y comunista, el quebranto tecnocrático del planeta, las culturas y las tradiciones vivas de toda la tierra, la descomunal e injusta deuda externa de los países más pobres del planeta, la violencia, el genocidio y la explotación pavorosa con tecnologías arrasadoras. Esto fue un condicionante para que la racionalidad hermenéutica, después del descomunal holocausto de la II  Guerra Mundial, llevara al extremo la ontología del límite, la racionalidad afirmativa de la finitud y la historia-lenguaje-sentido de Occidente.

El propio Habermas (1987) inscribe su teoría de la sociedad en un cuádruple giro: el abandono del logocentrismo, la puesta en situación de la razón, el rechazo de la visión totalizante kantiano-hegeliana de la filosofía de la reflexión y la radicalización lógico-lingüística nacida con Frege. Se trataba en los filósofos postmetafísicos del descubrimiento del espíritu del límite como alteridad y articulación de unidad plural. Vattimo bautiza a la hermenéutica como nueva koiné de la no-violencia y de la educación estético-pública del hombre.

Gadamer, al interpretar el lenguaje no sólo como un simple instrumento del pensamiento sino como un elemento irreemplazable en la experiencia del hombre, llevó a la racionalidad afirmativa de la finitud a todas las esferas del saber. Abordando la verdad desde una perspectiva no científica quiere mostrar que la experiencia de la verdad puede ser realizada a partir del arte. La noción de “conciencia de la determinación histórica” permite vivir las obras del pasado porque una obra de arte es un hecho histórico que pertenece a la historia. De forma que, la racionalidad hermenéutica constituye una experiencia ineludible en la experiencia humana. Así escribe:

“Todo historiador de las ciencias sabe hasta qué punto los propios problemas, experiencias intelectuales, desgracias y esperanzas de una época, determinan la orientación de la ciencia y la investigación. Pero la antigua pretensión de universalidad que Platón atribuyera a la retórica se prolonga especialmente en el ámbito de las ciencias comprensivas, cuyo tema universal es el hombre inmerso en las tradiciones […]. Eso no significa que se menosprecie aquí o se limite el rigor metodológico de la ciencia moderna. Las denominadas “ciencias hermenéuticas” o “del espíritu” están sujetas a los mismos criterios de racionalidad crítica que caracterizan al método de todas las ciencias […]. Pero pueden apelar sobre todo al ejemplo de la filosofía práctica, que en Aristóteles se pudo llamar también “política” (Ibid).

Las ideas de Kant-Hegel-Marx, herencia secularizada cristiano-platónica, eran el centro del cuestionamiento de la historia de los efectos. Pues en los hechos, la metafísica, la razón y la libertad se realizaban inversamente por la razón instrumental y la tecnociencia en  expansión  planetaria. El centro de la discusión era la racionalidad dialéctica de la historia, suscitada por Nietzsche y el segundo Heidegger, propia del idealismo alemán y heredera de la utopía metafísica cristiano-platónica, secularizada por la modernidad ilustrada. Contra el nihilismo del comunismo y del capitalismo se iba alzando la racionalidad hermenéutica con el respeto de las diferencias o multiplicidades, en medio de la difusa hipermodernidad entregada al sometimiento del consumo.

Para la crítica racional postmoderna los “límites” son condición de posibilidad de las diferencias, las comunidades y la experiencia posible. En el origen del giro hermenéutico está la denuncia de la condición ilegítima de los poderes universalizantes hipermodernos. La hermenéutica de la finitud desarticula los fundamentos metafísicos nihilistas de la hipermodernidad tardía, deconstruye sus mitologemas y desentraña los absolutos de la racionalidad, para instalar un nihilismo relativista del pluralismo de las diferencias. Se trata de la sustitución de la racionalidad instrumental de la Ilustración, que mitologiza el progreso histórico y tecnocientífico,  para entregar su fe incondicional a la racionalidad hermenéutica que adviene con la filosofía de la interpretación como parámetro del pensamiento.

La racionalidad hermenéutica inquiere disolver los fundamentos metafísicos del poder, que responsabiliza de originar la guerra y retroalimentar la lógica del capital. La ontología del límite busca desarticular los fundamentos metafísicos del nihilismo relativista de la hipermodernidad tardía, que convierte a la sociedad en un campo de exterminio de todos contra todos con el fin de promover la deshumanizante competitividad por el consumo. Sin embargo, al desembocar en un nihilismo pluralista termina en nombre de la liberación de cada uno nivelando a todos los individuos en medio de las potencias y fuerzas modernas dirigidas hacia la nada global. Además, nada garantiza que los “límites” no sean la condición de posibilidad de nuevas formas de violencia y de guerras que hagan trizas la visión idílica de la ontología del límite y de la indiferente tolerancia.

Contra el olvido de lo divino otro

La hermenéutica histórica de Occidente es también la meditación sobre el mal que se argumentó con los poderes universalizantes de la racionalidad ilustrada. La moderna racionalidad neoilustrada olvida la noesis filosófica de lo divino otro, como racionalidad del discurso teológico-dogmático mismo, y pretende perpetuar una crítica emancipadora sin consentir la racionalidad hermenéutica, que desenmascara la secularización de la teodicea de la historia universal.

Teresa Oñate (2007), filósofa española discípula de G. Vattimo, sostiene que si la diferencia ontológica se pone entre el hombre y lo divino, se obtendrá que el hombre no es dueño de las restantes realidades, ni del lenguaje ni del tiempo-espacio. Pues lo divino es lo otro del hombre mortal y sólo con esa diferencia se abre el espacio racional contramitológico de la filosofía contradogmática, el cristianismo espiritual-hermenéutico vattimiano del logos del amor y su ética racional de la no violencia. Lo cual exige mantener abierta la diferencia puesto que el hombre no es dios y ese dios todopoderoso no es sino el dios fabricado por el hombre mitológico, porque dios no es el hombre, ni su imagen, ni nada que tenga que ver con el poder. Para Oñate, rechazar los totalitarismos también significa rechazar al dios mitológico del poder, pero no para afirmar dialécticamente su no existencia desembocando en el relativismo sin límite de los nihilismos humanistas. Busca, más bien, oponer a la hermenéutica relativista de la hipermodernidad tardía una hermenéutica no relativista de la diferencia, de la alteridad, donde lo Otro radical sea no sólo las otras culturas sino también Dios.

No obstante, no se ve cómo puede ser posible admitir a Dios en un esquema filosófico donde la Verdad objetiva es sustituida por el consenso. Incluso la propia racionalidad suprajudicativa se mantiene en el horizonte de la inmanencia, donde el estatuto práxico-ético determina que “no hay hechos sino interpretaciones”. Ni siquiera es posible hablar de la esencia inverificable e inobjetivable de lo divino otro, como diferencia ontológica límite de la realidad, puesto que la filosofía interpretativa se constituye en un rechazo completo de todo esencialismo, a favor de la asunción de un extremo nominalismo. En la hermenéutica posmoderna las esencias no son objetos iluminados (objetivismo) ni presencias iluminantes (misticismo), pues lo transobjetivo y misterioso pertenece al campo de la interpretación. De este modo, el factum de la racionalidad hermenéutica no es volver a pensar infructuosamente lo divino desde el principio, sino reducir su sentido a lo inmanente práctico-lingüístico, porque la noesis racional práctica toma el lugar de la noesis racional teórica, lo que “conviene hacer” es preferible a lo que “es”. Por esto, el fundamentalismo dogmático y el nihilismo hermenéutico son, en realidad, las dos caras de la misma negación de la diferencia ontológica. La verdad hermenéutica como límite es acción lingüístico-racional sin doctrina determinada, la verdad ontológica es vista sólo como lazo social del logos común no mitológico. La verdad ontológica se vuelve entonces racionalidad ético-política. En buena cuenta, la postmodernidad sólo trata de la verdad práctica y de la ontología de la acción comunicativa.

Pero para Oñate se trata de la diferencia ontológica entre el ámbito del ser y del ente, de los principios y los fenómenos, de cómo la hermenéutica actual intenta recuperar la racionalidad noético-práctica de la verdad ontológica interpretativa, condenada por la modernidad ilustrada al sinsentido de ser una pretendida intuición intelectual de Ideas metafísicas del hypokeímenon o fundamento. La noesis racional práctica, como experiencia ética de los límites constituyentes del pensar mismo, nunca pretendió ser una intuición de conceptos sino una virtud intelectual comunicativa, a pesar que fuese transformada en lugar de las virtudes racionales de los dogmas de fe excluyentes, propios de las religiones monoteístas reveladas.

Para los neonietzscheanos posmodernos la modernidad no debe ser salvada sino abolida, pero lo posmoderno no es lo antimoderno, más bien forma parte del proyecto no autoritario y pluralista de la subjetividad hipermoderna; para los habermasianos la modernidad es un proyecto incompleto que debe ser salvado mediante una racionalidad sustantiva que defienda los derechos naturales contra  la opresión del poder. Esto implica una redistribución de las epistemes que abarque las aportaciones de ambas posiciones, considerar el conocimiento  en  representaciones  dialógicos  donde  la objetividad de la Verdad tiene en cuenta la historicidad de la interpretación.

Cierto que en la dialéctica hermenéutica la teoría no se asimila sin más a la racionalidad científica propia de las ciencias naturales, sino que se abre a un campo teorético-práctico amplio como el retórico-literario y la vida política, en medio de sus muchos lenguajes racionales: jurídicos, mediáticos, pedagógicos,  artísticos, éticos, etc. A propósito dice Gadamer:

“Dado que la hermenéutica inserta la aportación de las ciencias en esta relación de consenso que nos liga con la tradición llegada a nosotros en una unidad vital, no es un mero método ni una serie de métodos, como ocurrió en el siglo XIX […], cuando la hermenéutica se convirtió en teoría metodológica de las ciencias filológicas, sino que es filosofía. No se limita a dar razón de los procedimientos que aplica la ciencia, sino también de las cuestiones previas a la aplicación de cualquier ciencia –como la retórica, el tema de Platón–. Sus cuestiones son las cuestiones que determinan todo el saber y el obrar humano, esas cuestiones “extremas o máximas” que son decisivas para el ser humano como tal y para su elección del “bien” (Ibid).

En la diferencia ontológica se cumple como límite la primacía de la verdad ontológica pero como lazo social del logos común no mitológico. La verdad hermenéutica como límite es acción lingüístico-racional, no comporta doctrina alguna, pero exige el reconocimiento de una experiencia de la vida política. La razón ilustrada separa entre sí “verdad”, reducida a la lógica y la ciencia, “virtud”, vaciada de causalidad, confinada al campo moral, y “política”, dejada en manos de la pragmática instrumental al servicio de los intereses del poder económico. Pero la “verdad ontológica” y no solamente “lógica” vuelve a ocupar el ámbito práctico de la acción que denominamos virtud, rompiendo con el abstraccionismo de la moral a favor de una racionalidad ético-política. En el arte la hermenéutica ve la experiencia estética y poética invadiendo todo el campo racional y empírico, se concentra en la ontología estética del espacio lingüístico de la obra de arte, como acción de la verdad ontológica. Mientras que en la racionalidad ilustrada la experiencia estética consiste en permitir el gusto y el juicio libre del sujeto.

La postmodernidad trata de la verdad práctica y de la ontología crítica de la acción comunicativa. En el tejido posbélico y postcolonial caracterizado por el pacifismo de la civilidad se trata para la hermenéutica de estar a favor de la creatividad de lo otro, los consensos y los disensos racionales, en medio del logos de la paz. Priorizar el aprendizaje de la tolerancia y el límite está en el núcleo de la hermenéutica, lo que permite manifestar en la aseveración del límite y la finitud el secreto de la alteridad, como pluralidad de diferencias articuladas. La revivificación de posiciones neoilustradas en las denominadas culturas hispanas tocan a distribuciones políticas que expresan el malestar de una identidad que no responde al molde europeo del giro hermenéutico, y que si bien pueden estar delimitados por la mentalidad neocolonial de una burguesía en ascenso social expresa algo más que esto. Expresa el profundo malestar de la cultura hispanoamericana con su raíz andina o autóctona que no cesa de brotar incesantemente. 

Mi amigo influido por Heidegger y Vattimo, el filósofo Víctor Samuel Rivera (2006) sostiene que la modernidad es un tipo particular de enfermedad mental caracterizado por la locura del solipsismo, es decir, del individuo que termina encerrándose en sí mismo e incurriendo en la imposibilidad de postular la existencia del Otro. ¿Será, entonces, la hermenéutica posmoderna la salida de este solipsismo o su agravamiento? Al respecto cabe hablar de la “circularidad” del pensamiento hermenéutico. En efecto, la eficacia histórica y el lenguaje constituyen la conciencia, en la misma medida en que la conciencia se realiza en lo lingüístico e histórico. La constitución hermenéutica del mundo ya no depende del hombre sino del lenguaje, pero la constitución lingüística se funda en una conciencia hermenéutica.

Vale decir, que la circularidad hermenéutica no se centra en un horizonte epistemológico ni ontológico, como investigación del sentido del ser, sino en la exploración del ser histórico manifestado en la tradición del lenguaje. La “universalidad” del todo vale de la hermenéutica es histórica y se opone tanto al racionalismo abstracto como al relativismo concreto. Es por esto, que descubrir por parte de la hermenéutica posmoderna la afirmación del límite y la finitud como el secreto de la alteridad y pluralidad inagotable de diferencias articuladas, no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto con su insistencia en oponer una hermenéutica de la diferencia frente a otra relativista, desembocando en la indiferencia metafísica y el establecimiento pragmático de la verdad como consenso, interpretación y valor.

El fundador de la hermenéutica, Aristóteles, anotaba contra Platón defendiendo que el ser y el uno se dan en el lenguaje porque: “El ser y el uno se dicen de plurales maneras en relación al límite”. Pero es en la famosa sentencia gadameriana: “El ser que puede ser comprendido es lenguaje”, donde se plasma la era de la filosofía hermenéutica. El estatuto práxico-ético de la verdad ontológica, siguiendo al segundo Heidegger, vuelve a plantear la racionalidad práctica y la filosofía de la acción noética en el centro de la hermenéutica. La cita Vattimo: “No hay hechos sino interpretaciones” condensa una Europa en profunda mutación cultural por el giro hermenéutico, donde el nihilismo pluralista de la filosofía interpretativa pretende reemplazar el nihilismo relativista de hipermodernidad.

En suma, el giro de Occidente hacia la hermenéutica posmoderna no supera el régimen de la eternidad inmanente y agudiza la soledad del sujeto moderno, dado que el parámetro de la verdad ontológica será el estatuto práxico-ético sin imperativos absolutos. Idolatrar el hecho vigente, el evento o el impresionismo ontológico equivale a des-divinizar y des-absolutizar el mundo, desviar la mente y el corazón de lo invisible hacia lo visible; no se trata de aferrarse al mundo por ser visto como creación de Dios,  sino de aferrarse al mundo porque es asumido como interpretación del hombre. La máxima injusticia está aquí determinada porque se hace depender el ser del propio saber de lo finito, despreciando la gracia de lo infinito. El hombre posmoderno en su inmanentismo pluralista y relativista no cree en el día del juicio en el que no le preguntarán qué leyó, qué hizo, cómo habló sino cuán honestamente vivió,  porque  en  el  horizonte  del  evento  nihilista sólo importa la vida pacífica y tolerante entre las interpretaciones finitas de los entes particulares. Anteponer la convivencia pacífica y tolerante a la vida virtuosa y a la buena conciencia tiene el efecto fáctico de cubrir la tierra con la espesa y terrorífica bruma de las tinieblas. Creer que el hombre puede vivir sin necesidad de Dios y de absolutos es desconocer la naturaleza lábil y atribulada de lo finito humano, es sacralizar lo que de por sí es fallido. El hombre bueno siempre se reconoce falible, digno de lástima, el impuro quiere ser muy libre, es seducido por la vana alegría, no refrena sus sentidos y se asume como perfecto. Este último es el hombre nihilista posmoderno del imperio interpretativo, que cambió la verdad ontológica por la mentira ontológica. Si bajo la filosofía de los imperativos absolutos las personas tenían un sentido claro del bien y del mal, ahora, en cambio, bajo la filosofía nihilista posmoderna cada uno puede hacer lo que se le antoje y se desata un pragmatismo depravado donde se pulula en un mundo pagano ávido de placeres. La hermenéutica posmoderna es la filosofía de una época de relajación moral, de autogratificación vacía, donde se normaliza el todo vale, la brutalidad y el libertinaje occidental.

BIBLIOGRAFIA
Deleuze, G. (1995) Mil Mesetas, Pre-Textos, España.
Derrida, J. (1989) La escritura y la diferencia, Anthropos.
Foucault, M. (1966). Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México.
Foucault, M. (1969). Arqueología del saber, Siglo XXI, México Gadamer, H. G. (1977) Verdad y Método, Sígueme, Salamanca.
Habermas, J. (1992) Conocimiento e Interés, Taurus, España.
Habermas, J. (1987) Teoría de la acción comunicativa, Taurus.
Lyotard, F. (1983) La condición posmoderna, Planeta, B. Aires.
Oñate, T. (2007) Hermenéutica espiritual y ontología del límite, Ponencia en el Seminario de la UNMSM, Lima.

Rivera, V. S. (2006) La Demencia de la modernidad, IIPCIAL, Lima. Vattimo, G. (1990) Ética de la interpretación, Paidós, Barcelona.

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