El libro Basadre, ese desconocido, editado en el año 2004 por la Universidad Ricardo Palma, constituye una obra singular dentro de los estudios dedicados a Jorge Basadre, pues se propone rescatar dimensiones poco atendidas de su figura y, al mismo tiempo, ofrecer una base documental que permita nuevas investigaciones. La obra se organiza en dos partes claramente diferenciadas, cada una con un aporte específico que, en conjunto, configuran un volumen de referencia.
La primera parte, a cargo de David Sobrevilla, se compone de seis estudios que buscan iluminar aspectos menos visibles del historiador tacneño. Aquí se presenta a Basadre no solo como el autor monumental de la Historia de la República del Perú, sino como un intelectual integral, un filósofo de la historia y un ensayista político y cultural. Sobrevilla muestra cómo Basadre reflexionó críticamente sobre la modernidad, la nación y la cultura, tres ejes que atraviesan su pensamiento. En cuanto a la modernidad, Basadre advertía los riesgos de una modernización superficial, imitativa y sin raíces, defendiendo en cambio una modernidad auténtica, sustentada en ciudadanía activa, educación sólida y cultura democrática. Respecto a la nación, la concebía como un proyecto inconcluso, marcado por fracturas sociales y desigualdades, pero con la posibilidad de realizar la “promesa de la vida peruana” si se lograba cohesión e identidad compartida. En relación con la cultura, la entendía como el cemento de la nación, capaz de articular la diversidad y dar sentido a la modernidad, integrando lo indígena, lo mestizo y lo criollo en una visión plural y democrática. Además, Sobrevilla rescata los “años difíciles” de Basadre, en los que las crisis personales y políticas marcaron su sensibilidad histórica, y el “tiempo de cosecha”, cuando consolidó su obra madura. También subraya su papel como funcionario público, intentando llevar sus ideas a la práctica en el ámbito educativo y cultural.
Un aspecto fundamental que Sobrevilla destaca es la filosofía de la historia que Basadre adoptó. Se trata de una perspectiva de raíz idealista e historicista, influida tanto por la tradición clásica griega como por la filosofía alemana moderna. Basadre concebía la historia como un proceso de permanencias y cambios, donde el pasado debía ser comprendido para proyectar un futuro posible. Para él, la historia era un instrumento de conciencia nacional, capaz de revelar las fracturas del país y, al mismo tiempo, abrir la posibilidad de construir una nación cohesionada. Pensar al Perú como “promesa” es, en este sentido, una postura idealista: la nación no es un hecho consumado, sino una posibilidad abierta que debe realizarse en el futuro. Aquí resulta iluminador vincular esta idea con la entelequia aristotélica: así como en Aristóteles todo ser tiende a realizar su esencia, en Basadre la nación peruana tiende a actualizarse en la medida en que se aproxima a sus ideales. Los valores de ciudadanía, educación, democracia y cultura plural funcionan como ese telos que orienta el devenir histórico. La historia, entonces, no es solo relato de hechos, sino el camino hacia la realización de esa entelequia nacional.
La segunda parte, elaborada por Miguel Ángel Rodríguez Rea, aporta la base documental y bibliográfica que convierte al libro en una herramienta académica de largo alcance. Aquí se presenta una bibliografía selecta de las obras escritas por Basadre —libros, artículos, ensayos— y de los estudios que otros autores han dedicado a su figura. Lo más importante de esta sección es la sistematización inédita: antes existían referencias dispersas, pero no un corpus organizado que permitiera acceder de manera ordenada a las fuentes primarias y secundarias. Rodríguez Rea ofrece así un mapa de lectura que muestra la amplitud y diversidad de la producción basadriana, desde su obra historiográfica hasta sus escritos menos conocidos sobre educación, cultura y política. Al reunir tanto lo escrito por Basadre como lo escrito sobre él, se ofrece una visión panorámica de su legado y se facilita el trabajo de investigadores y estudiantes. Esta parte convierte al libro en un puente documental entre generaciones, asegurando que el “Basadre desconocido” pueda ser explorado en profundidad.
El aporte general del libro radica en que, por primera vez, se ofrece una obra de esta envergadura dedicada exclusivamente a Jorge Basadre: una combinación de estudios críticos y bibliografía exhaustiva que lo presenta como un intelectual integral y, al mismo tiempo, proporciona las herramientas para que otros continúen investigando. Su tesis central es clara: Basadre debe ser comprendido no solo como historiador, sino como un pensador que reflexionó sobre la modernidad, la nación y la cultura, y que concibió la historia —desde una filosofía idealista e historicista, cercana a la noción aristotélica de entelequia— como instrumento para pensar el destino del Perú.
En este sentido, resulta enriquecedor contrastar la visión de Basadre con la de otros pensadores. Frente a Marx, que concebía la historia como lucha de clases y motor materialista, Basadre la entendía como proyecto idealista orientado por valores y promesas. A diferencia de Gabriel Tarde, que veía en la imitación social la clave de la vida colectiva, Basadre subrayaba la necesidad de cultura y educación como motores de cohesión nacional. Aunque compartía con Dilthey la idea de comprender la historia desde la experiencia vivida, añadía un horizonte normativo: la historia debía guiar hacia la realización de la nación. Frente al análisis económico-cultural de Sombart, Basadre se centraba en la historia política y social del Perú como camino hacia la ciudadanía. Mientras Windelband distinguía entre ciencias nomotéticas e idiográficas, Basadre se situaba en la tradición idiográfica, pero con un telos idealista que trascendía la mera descripción. Durkheim veía la sociedad como hecho social objetivo; Basadre, en cambio, concebía la nación como tarea ética y cultural. Frente al historicismo teológico de Troeltsch, Basadre proponía un historicismo secular, centrado en la promesa nacional. Pareto analizaba las élites y sus ciclos, mientras Basadre buscaba la democratización y la ampliación de ciudadanía como fin histórico. Veblen criticaba el consumo ostentoso, pero Basadre se preocupaba más por la fragilidad institucional y la necesidad de cultura democrática. Weber interpretaba la historia a través de la racionalización y la ética protestante; Basadre lo hacía desde la fragilidad peruana y la necesidad de cohesión cultural. Simmel exploraba las formas sociales y la vida urbana, mientras Basadre se enfocaba en la construcción nacional y en la educación como base. Spengler veía la historia como ciclos de decadencia cultural, en tanto Basadre la concebía como promesa abierta hacia el futuro. Toynbee entendía la historia como respuesta a desafíos, y aunque Basadre coincidía parcialmente, enfatizaba que el desafío peruano debía resolverse con ciudadanía y cultura plural. Karl Mannheim, con su sociología del conocimiento, concebía las ideas como productos de contextos sociales específicos; Basadre, en cambio, veía en los ideales nacionales no solo un reflejo de condiciones sociales, sino un horizonte normativo que debía orientar la acción histórica. Ferdinand Tönnies distinguía entre Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad), mostrando la transición hacia formas modernas de organización social; Basadre, sin desconocer esa tensión, insistía en que la nación peruana debía articular comunidad y sociedad a través de la cultura y la educación, evitando que la modernidad destruyera los vínculos colectivos.
Estas comparaciones, omitidas por Sobrevilla en la primera parte del libro, ayudan a precisar el pensamiento histórico y filosófico de Basadre. Permiten reparar en que su visión idealista y normativa, aunque rica y fecunda, no reconoce lo trascendente y se mantiene dentro de los límites inmanentistas de la modernidad. En ese sentido, Basadre es profundamente moderno y hasta kantiano, pues se atiene a lo fenoménico: incluso el ideal, en su concepción, pertenece al ámbito de lo dado en la experiencia histórica y cultural. Su giro hacia lo concreto autónomo de lo trascendente constituye, precisamente, tanto la fuerza como la limitación de su pensamiento: fuerza porque lo hace profundamente moderno y normativo, capaz de orientar la acción histórica hacia la ciudadanía y la cultura; limitación porque al divorciarse tajantemente de la visión providencialista y trascendente de la historia, su filosofía se priva de un horizonte más amplio, quedando confinada a la modernidad y a una lectura kantiana de la historia como fenómeno.
En definitiva, Basadre, ese desconocido revela a un pensador que, dialogando con las grandes tradiciones filosóficas y sociológicas, se distingue por haber concebido la historia como promesa y tarea, vinculada inseparablemente al destino del Perú. Sin embargo, esta concepción se resiente por su tajante divorcio con la visión providencialista y trascendente de la historia: al mantenerse dentro de los márgenes inmanentistas de la modernidad, Basadre reduce el horizonte histórico a lo fenoménico, incluso cuando se trata del ideal. Esto no lo advierte Sobrevilla porque él también es otro inmanentista.
El giro de Basadre hacia lo concreto autónomo de lo trascendente constituye tanto la fuerza como la limitación de su pensamiento: fuerza porque lo hace profundamente moderno y normativo, capaz de orientar la acción histórica hacia la ciudadanía y la cultura; limitación porque, al no reconocer lo trascendente, su filosofía de la historia se priva de un horizonte más amplio, quedando confinada a la modernidad y a una lectura kantiana de la historia como fenómeno.
Así, el libro muestra a contrapelo un Basadre que dialoga con Marx, Tarde, Dilthey, Sombart, Windelband, Durkheim, Troeltsch, Pareto, Veblen, Weber, Simmel, Spengler, Toynbee, Mannheim y Tönnies, pero que se diferencia de todos ellos por su apuesta idealista y normativa, profundamente moderna, que concibe la historia como tarea ética y cultural, aunque limitada por su desvinculación de cualquier dimensión trascendente o providencialista.