DEBATE ENTRE UN GNÓSTICO Y UN CRISTIANO
Introducción: Dos visiones del espíritu humano
En el corazón de toda búsqueda espiritual late una pregunta esencial: ¿quién soy? A lo largo de los siglos, distintas tradiciones han ofrecido respuestas radicalmente distintas a esta inquietud. Dos de ellas —el gnosticismo y el cristianismo— han marcado caminos opuestos en la forma de entender al ser humano, su origen, su destino y su relación con lo divino.
El gnosticismo propone que dentro del ser humano habita una chispa divina atrapada en la materia, y que la verdadera salvación no viene de fuera, sino del despertar interior. Según esta visión, el mundo físico es una ilusión o una prisión, y el ego —con sus pasiones, traumas, deseos y miedos— es una falsa identidad que debe ser disuelta. Solo a través del conocimiento profundo, de una psicología espiritual que trascienda la fe tradicional, puede el espíritu liberarse y retornar a su origen eterno.
El cristianismo, en cambio, afirma que el ser humano ha sido creado por un Dios personal, bueno y amoroso, y que ha caído en el pecado, lo cual ha herido su alma y su libertad. La salvación no se alcanza por introspección ni por esfuerzo humano, sino por la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. El cristiano no busca escapar del mundo, sino redimirlo. El ego no se elimina, se transforma. La fe no es una ilusión, sino una respuesta viva al encuentro con el Dios que se ha hecho carne, ha muerto por amor y ha resucitado para abrirnos el camino a la vida eterna.
Este diálogo entre Salomón, el gnóstico, y Gustavo, el cristiano, pone en tensión estas dos visiones del hombre y del espíritu. A través de sus palabras, se confrontan dos formas de entender la verdad, el amor, la conciencia y la salvación. El lector está invitado no solo a observar el debate, sino a dejarse interpelar por él.
Obra teatral en un acto
Personajes:
Salomón: gnóstico apasionado, crítico del cristianismo, defensor del despertar interior.
Gustavo: cristiano firme, reflexivo, defensor de la fe y la redención en Cristo.
Escenario: Un espacio sobrio, con dos sillas enfrentadas. Al fondo, una cruz y una vela encendida. El ambiente es íntimo, casi contemplativo.
ESCENA I — La chispa y la sombra
Salomón (de pie, mirando al público): El espíritu es eterno. No necesita salvación. Lo que pide salvación es el ego, esa basura psíquica que nos llena de traumas, vicios, pasiones. El ego es una distorsión. Solo cuando lo disolvemos, podemos despertar a la verdad espiritual.
Gustavo (sentado, sereno): Salomón, entiendo tu diagnóstico, pero no comparto tu solución. El cristianismo no niega que el ego pueda volverse tirano, pero no lo considera una ilusión que debe desaparecer. Es parte de nuestra humanidad, y necesita redención. No basta con disolverlo. Hay que entregarlo.
ESCENA II — La fe y la introspección
Salomón (con tono desafiante): La gracia es una idea cómoda. Esperar que algo externo nos salve es infantil. La fe cristiana anestesia. Cree, espera, confía… pero no transforma. El ego se disfraza de devoción. La religión se convierte en teatro.
Gustavo (levantándose lentamente): La fe no es evasión, es encuentro. No es pasividad, es entrega. Jesús no vino a ofrecer consuelo superficial, sino a cargar con el pecado del mundo. La cruz no es comodidad, es sacrificio. La conversión que tú buscas, nosotros la llamamos gracia. Y no es obra del ego, sino del Espíritu Santo.
ESCENA III — El amor humano y el amor divino
Salomón (caminando en círculos): El amor humano está lleno de apego, deseo, sentimentalismo. No es amor, es necesidad. El verdadero amor es desapego, sabiduría, luz.
Gustavo (con firmeza): El amor que no se encarna no es amor. Dios no se quedó en conceptos: se hizo carne. El amor divino no es frío intelecto, es fuego que purifica. El cristianismo no idealiza el amor humano, lo redime. Lo transforma. El amor verdadero no es ausencia de pasión, sino presencia de entrega.
ESCENA IV — La Iglesia y la traición
Salomón (con tono acusador): La Iglesia ha sido una fábrica de dogmas y crímenes. Se habla de amor, pero se practica el poder. Se predica humildad, pero se vive en vanidad. El ego cristiano se disfraza de santidad. La moral cristiana se acomoda al ego. Es una fábrica de ateos. El mundo se hunde en la inconsciencia.
Gustavo (con dolor y convicción): Dices que el ego distorsiona lo divino. Pero lo que describes no es el cristianismo auténtico, sino su corrupción. Y en eso, estamos de acuerdo. Cuando la fe se vive sin conversión, sin humildad, sin amor, se convierte en ideología. Jesús lo denunció: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”
Salomón: ¿Entonces admites que la religión puede ser peligrosa?
Gustavo: Sí. Pero no confundas la traición de algunos con la verdad del Evangelio. Cristo no vino a maquillar el ego, sino a crucificarlo. No vino a justificar nuestras sombras, sino a iluminarlas con su gracia.
ESCENA V — La redención y el Espíritu
Salomón: ¿Y esa gracia qué hace con nuestras miserias?
Gustavo: Las reconoce, las llama por su nombre, y las redime. No por introspección, sino por encuentro con el Amor que sana.
Salomón: ¿Amor? ¿No es eso sentimentalismo?
Gustavo: La fe cristiana no es inconsciencia, es luz para la conciencia. No es evasión, es encarnación. No es una moral elástica, sino una llamada radical a la santidad. Morir al ego para vivir en Cristo.
Salomón: Pero muchos han cometido crímenes en nombre de esa fe.
Gustavo: Sí. Pero eso no desacredita a Cristo, sino a quienes lo usaron como máscara. La cruz no es símbolo de poder, sino de entrega.
ESCENA VI — El destino del yo
Salomón: Tú hablas de entregar el ego. Yo hablo de disolverlo. ¿Cuál es la diferencia?
Gustavo: Tú quieres eliminar el yo. Nosotros queremos transformarlo. No somos salvados por eliminar el yo, sino por convertirlo en comunión con Dios.
Salomón: ¿Y el conocimiento?
Gustavo: El conocimiento no salva. Solo el Amor salva.
Salomón: ¿Y ese amor tiene rostro?
Gustavo: Sí. Ese Amor tiene un nombre: Jesús.
ESCENA VII — El final del camino
Salomón: Entonces, ¿debo renunciar a mi búsqueda interior?
Gustavo (acercándose con ternura): No. Pero debes reconocer que la verdad no nace del esfuerzo humano, sino del encuentro con Dios. Tu búsqueda puede ser el comienzo. Pero solo Cristo puede ser el destino.
(Silencio. Salomón baja la mirada. Gustavo enciende una vela. La luz crece lentamente.)
FIN
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