El ser en tránsito: de la permanencia a la encarnación en la filosofía postoccidental
Por Gustavo Flores Quelopana
La historia de la filosofía occidental puede ser leída como una larga meditación sobre el ser. Desde los presocráticos hasta los pensadores contemporáneos, el ser ha sido interrogado, definido, desafiado, encarnado y, en tiempos recientes, deseado. Esta conversación propone una lectura genealógica y dinámica de esa meditación, articulando tres grandes momentos históricos —la antigüedad clásica, la Edad Media y la modernidad— y reconociendo que hoy nos encontramos en un nuevo umbral: la era postoccidental, donde el ser se reconfigura como principio permanente y encarnado a la vez.
La filosofía griega y helenístico-romana se centró en el ser como esencia permanente. El arjé presocrático, las Ideas platónicas, la sustancia aristotélica y el Uno neoplatónico son expresiones de una búsqueda por lo eterno, lo inteligible, lo estable. El mundo sensible era visto como sombra o accidente; la verdad residía en lo que no cambia. Esta ontología confiaba en la razón como vía de acceso al fundamento último del cosmos.
La filosofía medieval, en cambio, desplazó el centro hacia el ser como esencia infinita. Dios, uno y trino, providente y personal, se convirtió en el horizonte ontológico. La teología escolástica, especialmente en Tomás de Aquino, articuló una metafísica del acto de ser como participación en el Ser divino. La gracia no anulaba la naturaleza, sino que la elevaba. La trascendencia se pensaba como plenitud, y la inmanencia como apertura. El ser humano era imagen de Dios, inquieto hasta descansar en Él.
La modernidad introdujo una ruptura: el ser se volvió contingente, subjetivo, problemático. Descartes lo afirmó en el cogito, Kant lo condicionó por las estructuras del conocimiento, Hegel lo convirtió en proceso dialéctico, y Nietzsche lo disolvió en voluntad de poder. La lógica se volvió logística, y el deseo irrumpió como fuerza ontológica. La posmodernidad llevó esta exasperación al límite: el ser dejó de ser esencia para convertirse en diferencia, en acontecimiento, en deseo. Derrida, Deleuze, Lyotard y Butler pensaron el ser como fuga, como construcción, como performance. El sujeto se descentra, la verdad se fragmenta, el deseo se vuelve principio creativo.
Sin embargo, la tendencia cristiana en el siglo XX ofreció una respuesta alternativa: una ontología de la encarnación. El neotomismo renovado, el personalismo, el existencialismo cristiano y la epistemología de la fe buscaron ligar más íntimamente la trascendencia con la inmanencia. La Encarnación de Cristo se convirtió en clave hermenéutica: Dios no sólo es principio, sino presencia; no sólo es eterno, sino histórico. Teólogos como Rahner, Chardin, Schillebeeckx, de Lubac, Gutiérrez, Küng, Congar, Chenu, Balthasar y Maritain —este último como precursor— articularon una visión del ser como don, como comunión, como historia habitada por lo divino.
El tomismo postconciliar, lejos de repetir fórmulas escolásticas, releyó a Tomás desde la experiencia, la cultura, la justicia y la apertura al mundo. Cornelio Fabro profundizó el acto de ser como apertura al misterio. Maritain propuso un humanismo integral, donde la persona es imagen de Dios y sujeto histórico. Balthasar pensó el ser como drama, como belleza encarnada. Congar y Chenu mostraron que la historia es lugar teológico. Gutiérrez afirmó que la lucha por la justicia es experiencia de Dios. Todos ellos contribuyeron a una ontología encarnada, relacional, esperanzada.
Hoy, en la era postoccidental, esta meditación sobre el ser entra en un nuevo tránsito. Ya no se trata de elegir entre esencia o deseo, entre trascendencia o inmanencia. El ser se piensa como principio permanente —no como sustancia fija, sino como presencia originaria— y como encarnación histórica —no como accidente, sino como revelación. Se integra la pluralidad cultural, la memoria herida, la espiritualidad del cuerpo, la apertura al otro. Pensadores como Jean-Luc Marion, Byung-Chul Han, Enrique Dussel y las filosofías del Sur reconfiguran el ser desde el don, el silencio, la alteridad y la comunión.
En esta misma era postoccidental de tránsito, nace un revival de las culturas andinas, muchas veces desde un enfoque fundamentalista, que busca recuperar símbolos, rituales y cosmovisiones ancestrales como respuesta a la crisis de sentido. Sin embargo, este renacimiento ocurre en un contexto donde el hombre andino está profundamente cristianizado, pero también desorientado por la cultura relativista posmoderna. En medio de esta tensión, todo indica que Latinoamérica se encamina hacia una asunción del ser como principio permanente y encarnado a la vez, integrando lo ancestral y lo cristiano, lo espiritual y lo histórico, en una síntesis inédita.
En este contexto, mis obras reconocen que el ser, en su tránsito actual, no sólo se piensa desde la tradición, sino que se actualiza desde la experiencia, el deseo, la encarnación y la apertura histórica. El ser, en mi pensamiento, es principio permanente, encarnación concreta, deseo abierto, historia vivida. Es una ontología que no clausura, sino que transita; que no impone, sino que revela; que no se repite, sino que se crea.
Este ensayo es testimonio de ese tránsito. No como resumen, sino como despliegue. No como cierre, sino como apertura. Porque el ser, como la filosofía, está siempre en camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.