SOPA
DE PIEDRA
Gustavo Flores Quelopana
Después de la pandemia del
Covid, se han encendido las alarmas por el incremento de la pandemia del
hambre. En España y Perú, Estados Unidos y la India sucede lo mismo, el hambre
azota. Se calcula que 150 millones de seres humanos padecen hambruna. Esto es
como decir que el Mundo se ha vuelto en un inmenso campo de concentración.
Ante esto, morir de amor es
un lujo, mientras que morir de hambre no. Por eso, la compasión por el
hambriento es universal pero incómoda. La pandemia está mostrando de modo
descarnada la enorme crisis de misericordia que se padece globalmente. Incluso las
vacunas, el Primer Mundo supuestamente civilizado trata de acaparlas dejando
sin opción a los países pobres.
Mirando la epidemia de obesidad
del Primer Mundo se suele olvidar la pandemia de hambre que azota todavía a la
humanidad, especialmente en el Tercer Mundo. Así, el primer plano de los
venales medios de comunicación se lo suelen llevar, con indecencia y sin pudor,
las inmensas fortunas de los multimillonarios del planeta y no se dedica ni
media línea al mayor fracaso de la modernidad hipertecnológica, a saber, el
hambre en el mundo.
Según la OMS al día mueren
de hambre 8,500 niños. Pero también, más del 90% de los suicidios tienen por
causa la necesidad económica, y sólo el resto las desilusiones amorosas.
Entonces, ¿No es acaso una pandemia el hambre actual?
La hipocresía de la buena
sociedad suele ignorar el hambre. Schiller decía que el mundo se pone en
movimiento por el hambre y por el amor. Se oye decir que en el capitalismo
decadente el impulso por comer ha amainado con la anorexia y la bulimia. Y en
esa orgía dionisiaca del narcisista hombre posmoderno, que se siente gozoso por
su libertad sin dogmas ni dioses, el hambre ocupa el último lugar de sus sicalípticos
pensamientos.
Pero eso, el hambre en el
Primer Mundo es un lujo sedicente de la burguesía tardía, narcisista, hedonista
y egoísta. El hambre es un impulso fundamental que nos impulsa a vivir, pero en
la fenomenología pequeñoburguesa de Heidegger es la angustia. El pútrido
subjetivismo de la modernidad pequeñoburguesa se ha olvidado del hambre. Todo
surge del pensar. Los afectos han sido remitidos al asilo de la insapiencia y
por ello son eliminados.
Bajo el predominio del
pathos abstracto se olvida del hambre. Ya el Transhumanismo sueña con ciborgs
que nunca sienten hambre. Pero el hambre se renueva y resulta inextingible. Hay
hambre en la riqueza y en la pobreza, pero resulta liquidadora en la miseria.
Cierta vez, sorprenden al
filósofo Diógenes el cínico, en plena masturbación, y ante el reproche
responde: "No puedo engañar a mi estómago, pero al menos puedo hacerlo con
el sexo". Efectivamente, es hambre es abrupto, imperioso e impostergable.
Su saciedad es lo más ligado a la vida que tenemos. Por eso, no satisfacer el
hambre apaga la esperanza en el alma.
La sopa de piedra no es el
ayuno del místico, ni la frugalidad del hombre light, sino la pesadilla diurna
de un mundo luciferino que se solaza en la pura inmanencia y extravió la
caridad junto con la misericordia.
27 de enero 2021
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