HEGEL Y LA GLAMOROSA POSMODERNIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Contra lo que se pueda pensar, la cultura débil, pragmática y light de la posmodernidad, no es reactiva a la densa filosofía hegeliana en su conjunto, sino que, al contrario, rescata de ella el momento más controvertible, como es aquella aseveración de que con el triunfo de la sociedad de mercado la historia del mundo llega a su término.
En el Curso de Jena Hegel decía que “El Espíritu es tiempo”, pero el saber absoluto lo lleva más allá de la temporalidad, reconciliando sus aspectos históricos con una verdad en sí intemporal. Esta unión estaba representada por el advenimiento del “Estado universal y homogéneo”. Por su parte Hyppolite pensaba que Marx, al sostener que el comunismo haría desaparecer la contradicción entre la esencia social del hombre y su existencia de hecho, tampoco dejaba mucho lugar a lo negativo, profesando un optimismo difícilmente conciliable con la dialéctica de la historia hegeliana. En cambio la dialéctica hegeliana mantiene siempre en el seno de la mediación la tensión de la oposición.
Uno de los conocedores más importantes de Hegel, René Serreau, escribió en su libro Hegel y el hegelianismo, capítulo VI, que la conmoción de la Primera Guerra Mundial, la publicación de los Escritos teológicos de juventud y la orientación existencial de las filosofías que tuvieron gran éxito en Alemania primero y luego en Francia, después de 1930, contribuyeron a un renovado interés por el hegelianismo. Ahora bien, nosotros podemos constatar que en la actual globalización neoliberal posmoderna no existen dichos tres factores: Europa vive casi siete décadas de paz, la moda del existencialismo filosófico ya pasó y el misticismo irracionalista de los escritos juveniles de Hegel ya no hechizan en una época descreída, porque nacido del Sturm und Drang pone el énfasis romántico en el sentimiento religioso del amor.
Entonces, si en nuestra época posmoderna no es lo romántico ni lo místico lo que atrae en Hegel, menos aun será el erizado despliegue dialéctico de la Idea, para una sensibilidad muelle y hedonista que se agota al menor esfuerzo intelectual. La Fenomenología del Espíritu, obra extremadamente rica y frondosa pero bastante obscura e incluso confusa, que aun conserva la huella romántica y de la cual no estaba Hegel totalmente satisfecho, otorga un lugar preferencial a aspectos concretos de la vida humana y tiene un carácter más “vital y existencial”, frente a la Lógica y a la Enciclopedia cuyo carácter es “esencialista”, esta obra, decíamos, fue explotada por el neoliberalismo a través de Francis Fukuyama en su libro El fin de la historia y el último hombre, es decir, no es el aspecto esencialista ni existencial lo que subyuga al neoliberalismo de moda, sino el considerar el triunfo universal de la sociedad de mercado como el advenimiento de –según Kojève- un “Estado universal y homogéneo”.
He aquí el elemento hegeliano que seduce a la ideología neoliberal de nuestra posmodernidad: lo que le atrae no es el aparato filosófico o religioso, es más bien el político. Pero está viciada por una teoría del deseo que carece de una noción de justicia. En otras palabras, y en lenguaje hegeliano, la posmodernidad neoliberal es la supresión de la dialéctica del amo y del esclavo, para quedarse con un amo sin heroísmo que se envilece en el goce pragmático del consumismo.
El esclavo, que en Hegel se libera por el trabajo, no cuenta, porque, en primer lugar, los puestos de trabajo –como lo expuso Viviane Forrester en El horror económico- están en extinción y, en segundo lugar, porque la riqueza de productiva se ha vuelto especulativa. Bajo la máscara de una sociedad no autoritaria y pluralista, proclaman el fin de la subjetividad de la modernidad tardía y una nueva época que se enfrenta a la muerte del sujeto, pero que en el fondo sólo es la narcisista resurrección de la carne, la planetización de la miseria –el Banco Credit Suisse informó en el 2010 que el abismo social entre ricos y pobres ha crecido dramáticamente en los últimos treinta años- y el irracionalismo reaccionario cuya auto-trascendencia de la razón culmina en el vacuo nihilismo.
La filosofía política de Hegel siempre estuvo sujeta a las más disímiles interpretaciones. Lo más común es verlo como un apologista de la monarquía prusiana, que encarnó en el Estado lo “divino terrestre”. Gans, que publicó la Filosofía del Derecho completándola con notas de los cursos, escribió en su prefacio que Hegel nunca repudió los grandes principios de la Revolución francesa. Y lo mismo relata Victor Cousin, quien pudo conversar a diario con él durante seis meses en Berlín. John Dewey y Victor Basch defienden una postura intermedia, donde la doctrina del Estado aparece como un compromiso entre “la filosofía de la autoridad y la filosofía de la libertad”. Por Rosenkranz sabemos que aceptó acompañar a medianoche en una barca a los camaradas de su alumno encarcelado para darle algunas palabras de consuelo, exponiéndose a recibir las balas del centinela. En todo caso nunca tuvo nada en común con el reaccionarismo de Schopenhauer que se jactaba de haber ayudado a los soldados, en 1848, a sofocar la sublevación de la “canalla soberana”.
La manipulación ideológica del aspecto político de la filosofía hegeliana quiere tapar el sol con un dedo: la verdad es que tras el llamado fin de la historia y el triunfo global de la sociedad de mercado está la horrible realidad que la globalización neoliberal generó un abismo social tan gigantesco que su nueva ley es la desigualdad social acelerada y profunda.
Pero hay un aspecto más. Si el esclavo no encuentra trabajo para realizar su liberación y el amo prescinde del esclavo porque su riqueza se obtiene ya no de la explotación sino de la especulación financiera, entonces la dialéctica del amo y del esclavo no se suprime, sino que se lleva a un nivel más profundo, donde los contrarios dejan de tener un mero contenido se clase y abarca un aspecto civilizatorio que exige alcanzar una nueva síntesis histórica a través de la activa socialización de la enorme riqueza acumulada en pocas manos.
El mundo actual está ad portas de grandes colisiones entre la sociedad civil y las instituciones políticas y económicas establecidas (guerras, golpes de estado, revoluciones). El período de felicidad, de armonía, de ausencia de contradicciones, que quiere imponer el capitalismo cibernético está llegando a su final, se está acabando un período no histórico y estamos ingresando a un decisivo ciclo histórico.
En otras palabras, la filosofía hegeliana tiene una doble faz. Por un lado, apunta a la reconciliación con la realidad existente que quiere comprender racionalmente. Pero por otro lado, el movimiento dialéctico que domina el sistema hegeliano justifica la idea de un desarrollo condicionado por los antagonismos. Esto significa que actualmente la lucha del espíritu humano por el reconocimiento prosigue, sólo que hoy como ayer la derecha se queda con el lado conservador y la izquierda con el lado revolucionario. Sólo que esta izquierda revolucionaria, que está todavía en ciernes, no debe confundírsela con la cacareada nueva izquierda en boga que sólo aspira a subsanar al capitalismo de sus excesos (ricos que no pagan impuestos, control de monopolios y finanzas) y retroceder el reloj de la historia hacia el fenecido capitalismo de bienestar. Esta izquierda reformista y transaccional será barrida, dentro de la lógica hegeliana, por las nuevas posibilidades históricas que devienen para resolver las contradicciones de la estructura existente.
Hegel entendido sin mutilaciones ni manipulaciones ideológicas y, al contrario, teniendo en cuenta ambos lados de su filosofía –el conservador y el dialéctico- sentencia a muerte a la glamorosa, y a la vez injusta, posmodernidad neoliberal.
Lima, Salamanca 02 de febrero 2013
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