NEOPLATONISMO PROVIDENCIALISTA
DEL INCA GARCILASO Y LA NUEVA
AMERCANIDAD
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El Inca Garcilaso no es neoplatónico porque idealiza la realidad en un
Estado perfecto, sino porque ansía que el ideal se plasme en la realidad. Con
gran veracidad refiere la idolatría de los indios pero al mismo tiempo resalta
la justicia del imperio y cómo rastrearon los incas al verdadero Dios. El
incario no podía ser para Garcilaso un Estado perfecto, porque si bien se
respetaba la justicia le faltaba la luz de la verdadera religión. Pero ahora
que ya se había recibido la verdadera religión podía convertirse en el Estado
ideal bajo un monarca Inca cristianizado. Por ello, no sólo en Acosta, sino
también en Garcilaso se distingue con claridad meridiana la gran enseñanza de
la filosofía Virreynal, a saber, que “sin amor la otredad es objetividad”. El
prójimo no podía alcanzar la verdadera justicia sin la caridad cristiana.
En primer lugar es preciso señalar que el neoplatonismo barroco
cristiano del Inca Garcilaso comparte profundamente con el neoplatonismo
cristiano bizantino, la idea que el proceso teocéntrico de alejamiento del
primer principio y después de retorno a él es de carácter eminentemente
histórico y refleja los momentos de la creación, la caída y la redención.
Esta idea se encuentra expresada en la tesis central de su convicción
filosófica, a saber, el providencialismo neoplatónico cristiano según la cual
Dios ha dispuesto que el futuro cristiano del Perú por su gran historia esté
reservado a los propios peruleros ya sean indios, mestizos y blancos. Pero en
el Inca Garcilaso existe algo más profundo, a saber, una correspondencia en la
forma con el cristianismo occidental y una coincidencia en fondo con el
cristianismo oriental. Y esto se advierte nítidamente al tender hacia un
ecumenismo similar al espíritu griego. Es por ello que en el cristianismo
neoplatónico providencialista que abraza se enfatiza sobremanera la “unión con
el todo” antes que la “difusión universal”. La “unión con el todo” está más
próximo a su espíritu mestizo, en cambio con la evangelización del Nuevo Mundo
estima que la “difusión universal” está cumplida y sólo se trata de
desarrollarla dejando en libertad a los propios peruleros.
Su nombre de bautismo era Gómez Suárez de Figueroa, ya en España, años
después, lo cambió por el de Inca Garcilaso de la Vega como reafirmación de la
herencia de dos razas y dos nobles estirpes en una sola. Nace en el Cuzco,
Gobernación de Nueva Castilla, el 12 de abril de 1539 y fallece en Córdova,
España, un 24 de abril de 1616, la misma fecha de Shakespeare y Miguel de
Cervantes. Fue el primer escritor americano junto con Sor Juana Inés de la Cruz
y Juan Ruíz de Alarcón.
Como buen mestizo era melancólico y nostálgico, vivió como filósofo,
sabio y prudente, como ibérico era complicado y contradictorio y como indio era
sensible, tímido y reservado, corregía y pulía sin cesar sus escritos. Regía en
él un sentido filosófico, un sentimiento poético y una visión religiosa de la
vida. De pluma veraz, vigorosa y autorizada, crédulo y de buena fe en la
idealización incaica, dio un imperio depurado. Su tardía aparición como
escritor se debió a que desconfiaba de sus propias fuerzas y a su timidez,
reflejada al escoger el género menos ostentoso de hacer historia, a saber, los
Comentarios.
En España vivió como guerrero, filósofo, historiador y sacerdote, por
eso no fue un hombre de la Edad Media sino del Renacimiento. Su rápida
adaptación se explica porque provenía de un imperio donde también el ámbito de
desarrollo era la ciudad, predominaba el ideal cortesano, se vivía la expansión
política imperial y señoreaba un teocentrismo similar al renacimiento español
de la Contrarreforma (1560-1648), que atajó hasta donde pudo el
antropocentrismo secularista. Su renacentismo es barroco, porque su
idealización de la realidad está presidida por el ansia de equilibrio entre lo
real y el ideal. Lo barroco es vital y real y Garcilaso a tono con la
Contrarreforma aspira a plasmar el ideal en la realidad. Por eso, como
auténtico mestizo, su Perú raigal es de futuro, augural y sus páginas están
repletas de desbordamientos y presagios.
Es el primer filósofo mestizo y neoplatónico de América, testimoniado no
sólo por la excelente traducción de los Diálogos
de Amor de León Hebreo, sino, también, por la asunción de una metafísica de
la luz que concibe a Dios como una realidad privilegiada, que sirve de
fundamento al providencialismo neoantropocéntrico de su obra histórica. De las
cinco obras[1]
que escribió sólo los Diálogos son
estrictamente un libro de filosofía, el resto son obras históricas, pero su más
importante libro, esto es, los Comentarios
Reales de los Incas, están insuflados de una visión filosófica que la
sustenta.
El carácter platónico de las ideas del Inca se expresa por su forma en
su utopismo, espíritu poético, idealización y sincretismo; y por su contenido a
través de su visión providencialista de la historia y la metafísica de la luz.
En las Escrituras “Dios es luz” (Juan IV, 24) y entre los Incas el Sol era una
divinidad. Además, su visión providencialista de la obra civilizadora incásica
se complementaba muy bien con la evangelización cristiana, inscrita dentro de
aquella metafísica de la luz de la inteligencia divina.
En otras palabras, existe un fundamento metafísico filosófico
neoplatónico que sirve de fundamento a su humanismo y a su postura utópica. Esta
afinidad doctrinaria es muy probable que esté detrás de la elección del libro
de León Hebreo, Diálogos de Amor,
para su traducción.
Efectivamente, la teoría del amor de León Hebreo (copulativo,
universal y productivo) no sólo se corresponde, sino que coincide con la
metafísica de la luz. El amor como la luz es una realidad superior
privilegiada, es Dios mismo o es de Dios; irradia hacia todas la criaturas, es
la forma sustancial en la jerarquía de los seres; es aspiración de los seres a
lo superior y difusión de Dios hacia lo inferior. El significado metafísico que tiene el amor es evidente,
pues, al producir y dar origen a lo inferior, resulta siendo como la luz otro
de los nombres de Dios.
Tanto León Hebreo como Garcilaso de la Vega el Inca pertenecen
cabalmente a los primeros tiempos de la ciencia, sus escritos y planteamientos
deben dejar traslucir una posición determinada frente a ésta. En sus primeros
tiempos, siglos XV, XVI y XVII, el dominio de la naturaleza era visto como la
recuperación del conocimiento antes de la caída de Adán, por tanto profecía,
magia natural y gloria de la
Iglesia se mezclaban. No obstante, la formación teológica que
adquiere en la Metrópoli lo previene de idolatrías.
Así cuando Garcilaso escribe sobre
el Testamento y muerte de Manco Cápac subraya la condición de esta dinastía
como “hijos del Sol”. Quizá, la afirmación más controversial del Inca sea
aquella que dice: “Lo que yo puedo
conjeturar del origen de este príncipe es que debió ser un indio de buen
entendimiento y que con astucia y sagacidad para ser estimado, fingió aquella
fábula que él y los suyos eran hijos del Sol”. Y luego remata: “He dicho esto,
porque ni los incas ni la gente común dan otro origen a sus reyes”.
En la metafísica de la luz Dios es concebido dentro de la Teoría del Amor divino como
“Sol de justicia” (Libro I, cap.
III), el cual envió –amor productivo- “la
luz de sus divinos rayos a aquellos idólatras, para que los hallasen no tan
salvajes, sino más dóciles para recibir la fe católica”. Estas expresiones
garcilasianas no son meros recursos estilísticos o metáforas literarias del
diálogo más representativo del neoplatonismo renacentista. Todo lo contrario,
es empleo consciente de un aparato conceptual aprendido de sus lecturas
filosóficas neoplatónicas, que le sirven de fundamento metafísico en la
explicación de la historia. Y es que Garcilaso no es pura descripción
historiográfica sino a su vez interpretación historiológica, ambas como partes
correlativas en el estudio de la historia, pues mientras la historiografía es
eurística y narrativa, la historiología es hermenéutica filosófica, teorética y
metahistoria.
Otra razón por la que siente atraído
por los Diálogos de amor es que le
ofrecen un ejemplo de sincretismo triunfante, esto es, la conciliación entre
Platón y Aristóteles, la Biblia
y el Talmud, la mántica y la cábala. Este
excelente eclecticismo, muy común en el Renacimiento, representa para
Garcilaso el prototipo de una posible solución armónica entre los dos mundos:
el perulero y el hispánico. Escribe al final de los Comentarios: “espero no haber servido menos en ella a los españoles
que ganaron aquel imperio, que a los incas que lo poseyeron”.
En decir, Garcilaso encontró un
modelo de sincretismo armónico en León Hebreo y el neoplatonismo florentino, la
teoría del amor (copulativo, universal, productivo e intelectivo) y la
metafísica de la luz (divinos rayos de la fe). Este último le sirve de hilo
conductor para ofrecer no una mera historia de un autor humanista, sino una
verdadera interpretación histórica, una historiología filosófica basada en un
neo-antropologismo renacentista y, a la vez, en un providencialismo
teocéntrico.
La luz superior y privilegiada es
Dios mismo, la cual actúa no sólo sobre el conocimiento del hombre sino sobre los acontecimientos de
los pueblos. La tesis filosófica neoplatónica central de los Comentarios es que el curso de la
historia depende de la luz de Dios, como medio y objeto de su infusión que está
oculta a la razón.
“Los
reyes incas y sus amautas, que eran filósofos, rastrearon con lumbre natural al
verdadero sumo Dios…al cual llamaron Pachacamac”, y luego más
adelante precisa, “a Pachacamac
tuviéronle mayor adoración que al Sol…su famoso templo está dedicado a este
Dios no conocido…De manera que los incas no adoraron mas dioses que a los dos
que hemos dicho, visible e invisible” (libro II, cap. IV). El lado visible
e invisible de Dios, revelado y oculto a la razón vino a precisarse nítidamente
con la enseñanza de la fe católica.
Estas puntualidades conducen al Inca
Garcilaso a asumir una finalidad inmanente al devenir histórico, pero como
astucia no de la razón, como en Hegel, sino de la Luz de Dios. Esto no
significaba la explicación de los hechos históricos recurriendo a explicaciones
sobrenaturales o a priori, pues la causa única y primera de la Historia es Dios pero
éste actúa a través de una causalidad natural.
En este sentido, la perspectiva
providencialista de los Comentarios
reales (1609) aparecen preludiando los Discours
L¨ Histoire universelle de Bossuet (1681). En ambos se desarrolla la misma
filosofía católica de la historia, salvo por una diferencia muy significativa,
esto es: no es eurocéntrica. Se trata de que el Inca deje entreabierta la
posibilidad de que la historia misma del pueblo incaico, una vez recibido el
evangelio de Cristo, está en inmejorables condiciones para sacar adelante y con
autonomía los designios de la
Providencia.
En los tiempos de Garcilaso se
respira esta atmósfera de “imperio universal”, pero la idea de un Imperio
cristiano universal no se encuentra en él indisolublemente unido al imperio
español. Así, considera que la misión civilizadora de los incas se detuvo con
los españoles, y con ello no era posible progresar en la edificación del
Imperio universal cristiano.
Ahora bien, una idea recurrente en
el Inca Garcilaso es asociar el nombre de los Amautas al de “filósofos”. Como
si con insistencia sugiriera la idea de que en la tierra de los incas hubo este
tipo de sabiduría. Él, que había leído mucha filosofía neoplatónica en la
biblioteca de su tío Alonso de Vargas, identificó la sabiduría de los amautas
con los filósofos, pero lo más importante es que con ello abría la posibilidad
de un filosofar no eurocéntrico en el mundo ancestral precolombino. De modo que
Garcilaso Inca se encuentra en el arranque de la discusión de un filosofar de
origen no griego.
De su descripción se deduce que los
amautas filósofos eran sabios que abarcaban tanto el saber teórico como el
práctico. Los que abordaban el saber teórico barruntaban sobre las causas
primeras que Dios puso en las cosas, los que abordaban el saber práctico lo
hacían ocupándose de las causas segundas. En consecuencia, el saber intelectual
era sólo una de las notas esenciales de la sabiduría del sabio amauta.
Garcilaso habla de estos amautas que
filosofaron cuando aborda la astrología, la filosofía moral, la filosofía
natural, el pronóstico de eclipses de sol y de luna,
medicina, teología, geometría, aritmética y música. Todo lo cual describe
nítidamente un tipo de forma humana en la cual se encarna el saber filosófico,
no se trata del filósofo stricto sensu
sino del sabio.
Hubo amautas que discurrieron sobre
las causas primeras, la inmortalidad del alma o el alma como espíritu inmortal,
el hombre como compuesto de cuerpo y alma, el hombre es racional y los animales
no. Dividían el universo en tres mundos: el mundo celeste, de los buenos, donde
iban los virtuosos, también llamada Hanan Pacha; el mundo de la generación y
corrupción, denominado Hurin Pacha; y el mundo de abajo o casa del demonio,
destino de los malos, llamado el Ucu pacha. Además del alma racional,
diferenciaron entre alma vegetativa y alma sensitiva. Y hubo otros amautas que
silogizaron sobre las causas segundas. Obviamente no descarta aquellos que
combinaban la orientación estrictamente contemplativa con la orientación
práctica.
Garcilaso no alcanzó a conocer todo
el conocimiento especulativo de los incas y lo poco que obtuvo le pareció con
razón muy pequeño comparado con lo encontrado en Occidente. Por lo demás, era
un alma sinceramente religiosa y al adoptar el cristianismo católico lo hizo
con toda la fuerza que un indo-hispano de entonces era capaz de hacerlo. Su fe
y convicción religiosa nueva no obnubiló al mestizo pero sí lo condicionó hasta
la medida de introducir adjetivos tales como “supersticiones”, “hechicerías”,
“idolatrías”, ”boberías” entre otros para referirse a ciertas creencias y
conocimientos nativos.
En la polémica que establece Garcilaso contra las injustificadas
adulteraciones de palabras y significados introducidos por la mayoría de
cronistas españoles, deja ver cuál es su
actitud al respecto: la aculturación cristiana del Nuevo Mundo no puede hacerse
a través de una conciliación forzada y mal hecha de doctrinas totalmente disidentes entre sí. No hay lugar
para un pseudo-sincretismo religioso, para fenómenos de superposición y fusión
de creencias de distinta naturaleza. Esto lo lleva a enfrentarse con los curas
doctrineros, afanados en demostrar la existencia entre los indios de un Dios
creador con el fin de adaptarlos al cristianismo.
Para los teólogos españoles los indios, a pesar de sus extravíos
diabólicos, conocieron al único Dios con la razón natural. En cambio Garcilaso
afirmó que ni la aculturación cristiana ni la religiosidad inca necesita de
estos distorsionantes favores. Su conclusión es categórica: los incas
admitieron la inmortalidad del alma, la resurrección universal, y vislumbraron
por la razón natural al único Dios, pero no como Hacedor ni como Creador, sino como Animador, Ordenador o Vivificador del Universo.
No conocieron a un único Dios Creador, vislumbraron el monoteísmo de un
Dios Ordenador frente al Caos material. Más desconcertante les resultaba a los
indios idólatras el monoteísmo trinitarista cristiano. En la concepción
religiosa precolombina había un dualismo complementario de base, incompatible
con la omnipotencia divina cristiana. La base metafísica del cristianismo, cual
es: Creatrum ex nihilo, era
sencillamente extraña a la base metafísica de la teología precolombina,
radicada en un metafísico dualismo complementario y en un nihil ex nihilo.
Esto estorbó a los curas doctrineros y se emprendió la destrucción de la
religión del otro. Al cortarle el espinazo espiritual a la civilización andina se
destruyó su religión pero no su religiosidad. La evangelización no fue hecha
mediante una síntesis armoniosa y desde entonces el problema neurálgico del
Perú y del Nuevo Mundo antes que político, económico o social es espiritual y
sigue siendo religioso.
Garcilaso no carece de una visión
propia del destino espiritual del Perú, escribe con todo su corazón de espíritu
mestizo que es posible una nación autogobernada por peruleros evangelizados. A
diferencia de Guamán Poma de Ayala preconiza una nación mestiza, autárquica, de
sano nacionalismo, pero formando parte del imperio cristiano universal. Lejos
de compartir la convicción con los misioneros españoles de que las religiones
indias eran diabólicas por el contrario se esforzó por demostrar que en ellas se
vislumbró la luz de Cristo. De la adhesión a la armoniosa concepción del mundo
de los Diálogos de Amor, después de
la utopía de los Comentarios y la
epopeya de La Florida, pasará
lentamente a cierto estoicismo cristiano donde se percibe un desengaño del mundo,
que se refleja en su trágica Historia
General del Perú. Su estoicismo cristiano pone énfasis en la vida virtuosa.
Fórmula explosiva que llevará a la prohibición de los Comentarios en 1782 por las autoridades españolas al considerarla
peligrosa para la población aborigen al otorgar al Tahuantinsuyo la imagen de
una edad de oro.
Así para el Inca, la honra rebasa la
vida social y política, por ello no será la nobleza ni la fama sino solamente
la virtud, el mérito personal e individual lo que está por encima de lo
colectivo, la ley y el Rey. Con ello no solamente antepone lo ético a lo
político y contradice la razón de estado de Maquiavelo, sino que justifica los
intentos emancipatorios y rebeldes contra la corona y la defensa de una nueva
americanidad.
De este modo, resulta asombrosa la
clarividencia de este hombre del renacimiento tardío al ser entre todos los
escritores y pensadores sobre el Nuevo Mundo, el que columbra más lejos al
pensar una nación autónoma y cristiana de indios, mestizos y españoles. Esta
especulación sobre tan delicado tema también es compartida por Vitoria y
Carranza que no suscribirán las causas justificantes de la guerra contra los
indios americanos. Especialmente Carranza, combatiendo las tesis imperialistas
de Sepúlveda, propondrá un simple protectorado político temporal de 16 a 18
años de duración, para después dejar a aquellos pueblos ya enseñados, en su
primera libertad. Idea con la cual coincidirían en gran parte el Inca
Garcilaso, Guamán Poma de Ayala y Juan Santacruz Pachacuti.
En realidad, por sus presupuestos,
postulados y repercusión el Inca Garcilaso fue la figura más importante del
período del humanismo teológico y la prolongación del espíritu religioso,
justiciero y enciclopédico de los amautas filósofos. Garcilaso es la síntesis
entre la piedad cristiana y la justicia incaica. Su grandeza estriba en que
supo avizorar en un instante trágico un futuro promisorio y fecundo para la
nación en formación.
El Inca Garcilaso es el escritor y
el pensador de la nueva peruanidad pensada dentro de la promesa providencial y
la esperanza fecunda en el hondón trágico de la Conquista española y el
comienzo del Virreynato del Perú. Su ofrenda es la crucifixión de dos mundos en
el altar de la virtud y la justicia, donde lo ético-religioso debe presidir la
razón política. Su espíritu lejos está del secularismo antropocéntrico del
renacentista desatado y, por el contrario, su mesura y prudencia de la prosapia
de los viejos amautas lo inclina a pensar como
Bellarmino que el derecho se deriva de la naturaleza racional y de la voluntad
de Dios. Y en esto existe una profunda coincidencia con Suárez y Vitoria.
Además, al colocar el Inca a la virtud por encima incluso del rey argumenta
como los salmantinos contra la soberanía del Estado de Grocio y a favor de la
soberanía del pueblo, como un poder recibido de Dios.
Garcilaso vio el mal desatado pero
jamás se le ocurrió pensar como los protestantes y Grocio que la naturaleza
humana está totalmente corrompida por el pecado original. Por eso su concepto
de derecho natural no está totalmente secularizado ni carece de metafísica,
debido a que como católico está provisto de la idea de la ley eterna y el habitus principiorum. La naturaleza
racional humana en el Inca Garcilaso no es una ficción humanística, y, como
neoplatónico, es más bien la naturaleza humana ideal de las razones eternas. Su
antropología es optimista.
La coincidencia del Inca Garcilaso
con los jesuitas renacentistas como Bellarmino y Suárez contra los abusos del
absolutismo, no está lejos del tiranicidio de José de Mariana. Antes de todos
ellos esto ya lo había dicho Melanchthon, mientras que Grocio está en contra de
todo esto y como buen monarcómano polemiza contra Juan de Althaus (1557-1638)
rechazando que un monarca pueda ser matado.
En otras palabras, el Inca Garcilaso
por el camino neoplatónico coincidirá con la escolástica renovada del tomismo,
por parte de Cayetano, Mariana, Suárez y Vitoria, en lo referente al derecho de
gentes, la soberanía del pueblo, el derecho natural y el derecho de
resistencia. Tal es la importancia y repercusión de este movimiento que sin él
es imposible entender bien la Revolución Francesa y la Ilustración. Además, la
escolástica católica española del periodo barroco influyó decisivamente en los
racionalistas sistemáticos del siglo diecisiete y predominó en las escuelas
hasta fines de ese mismo siglo. Tanto fue así que la duda de Descartes no pasó
de ser metódica puesto que su preocupación principal era apuntalar la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma, igual que la metafísica clásica
de Suárez. No en vano estudió en el colegio jesuita de La Flèche.
En documentos de las letras del
siglo diecisiete el neoplatonismo literario también se hizo presente en el Discurso en loor de la poesía de la
poetisa anónima y en la Definición de
Amor de Diego Ávalos y Figueroa[2].
En suma, el Inca Garcilaso no fue un
pensador escolástico ni un filósofo tomista, pero su coincidencia fundamental
con la escolástica barroca es de espíritu. Efectivamente, por un lado es la
reafirmación de la metafísica realista que admite la primacía del ser sobre el
conocer y la naturaleza racional del hombre; y por otro lado es la afirmación
de la presencia divina en la historia. Aun más, el íntimo vínculo entre la
escolástica barroca y el neoplatonismo barroco se da a través de un humanismo
teológico que enfatiza la persona de Cristo lejos tanto del naturalismo como
del historicismo. Es la paradoja que representa la ordenación y subordinación
de la Creación a la Encarnación del Hijo de Dios, y la consiguiente primacía de
la Persona de Cristo.
Pero no sólo es un pathos sino también un geos lo que motiva al Inca a sostener
ideas humanistas teológicas de profunda imbricación con el platonismo ínsito en
el pueblo andino. El platonismo ancestral de su terruño lo condiciona
espiritualmente. Su nueva fe cristiano católica lo impulsa no sólo a ser
partidario de la independencia de la Iglesia respecto del Estado, sino a llevar
dicha autonomía a lo moral y político para preconizar una nación autónoma de
indios y mestizos previamente evangelizada. Su tema fue: el problema de la
peruanidad desde la verdad cristiana.
Lima, Salamanca 29 de Junio 2014
[1]
Nos referimos a la obras siguientes: Diálogos de Amor (1590), La Florida del Inca (1605), Comentarios Reales de los Incas (1609), Historia General del Perú (1617-póstuma)
y Genealogía o Relación de la
descendencia del famoso Garci Pérez de Vargas (1929-póstuma).)
[2]
Cfr. Diego Mejía de Fernangil, Parnaso Antártico, primera parte Sevilla, 1608; Miscelánea Austral, primera parte; El apogeo de la literatura colonial,
Biblioteca de la Cultura Peruana, París 1939, p. 13.
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