MISERIA DEL CAPITALISMO DIGITAL
Y DE LA TECNOUTOPÍA (II)
Gustavo Flores
Quelopana
Capítulo 2
Capitalismo cibernético
El capitalismo
cibernético es la última mutación del hiperimperialismo de las megacorporaciones
privadas con soberanía propia. El hiperimperialismo como nueva fase del
capitalismo imperialista tuvo su primera fase en el capitalismo neoliberal y a
ésta le ha seguido el capitalismo digital. Las formas anteriores de capitalismo
fueron: el capitalismo mercantil, el capitalismo industrial, el capitalismo
posindustrial o neoliberal y ahora el capitalismo digital. Lo que distingue al
hiperimperialismo del imperialismo clásico es su nueva forma de soberanía por
encima de los Estados-nación, la forma posindustrial del trabajo, el megapoder
de los monopolios, la desmaterialización de la producción, el carácter especulativo
de la ganancia que convierte el planeta en un casino global y el
establecimiento de un mundo descentrado. Quizá lo más importante que surge a la
sombra de este poder que gobierna el planeta entero es el potencial revolucionario
mayor que se genera, al enfrentar directamente al capital y al trabajo sin mediación
del Estado-nación, tal como subrayan Antonio Negri y Michael Hardt en su obra Imperio
(2002).
El
capitalismo cibernético ha sido llamado también capitalismo cognitivo por el
economista y ensayista francés Moulier Boutang en su libro Capitalismo cognitivo
(2007), donde el valor, la riqueza y la complejidad del sistema económico
mundial se supedita a lo digital. Se trata de la tercera forma de capitalismo
que deja nuevamente atrás al socialismo. Aunque señala bien que se trata de una
nueva forma de capitalismo, su énfasis en lo cognitivo pierde de vista su
diferenciación respecto al capitalismo neoliberal. Por su parte, poniendo énfasis
en el aspecto de la ciberseguridad la socióloga estadounidense Shoshana Zudof en su obra La era del
capitalismo de la vigilancia (2002), afirma
que Google y Facebook se han convertido en “antitéticas a la democracia”,
porque gracias a los asistentes personales, empresas como Google y Amazon,
recopilan inmensas cantidades de datos sobre sus usuarios con el objetivo de obtener
beneficios económicos. Y los usuarios comparten estas informaciones por conveniencia,
sin percibir las implicaciones que ello supone para su vida privada. Lo cual
sin duda es completamente cierto. Por ejemplo, se hizo público en julio del 2021
que el software espía israelí Pegasus sirvió para rastrear terroristas,
políticos, periodistas, activistas y empresarios de todo el mundo; que los gobiernos
de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón habrían usado dicho programa para
espionaje telefónico a su oponente político López Obrador; que la disputa de Apple
y Facebook por el control de los datos de los usuarios va más allá de fines comerciales;
el 30 de julio del 2020 se conoció cómo un espía de Singapur que trabajó para
la inteligencia China durante cuatro años convirtió Linkedin en una red de espionaje
contra Estados Unidos; en abril del 2021 se conoció de una grave laguna de seguridad
que afecta a millones de usuarios de WhatsApp; y en agosto del 2012 Edward Snowden, el excontratista de la CIA y la Agencia de Seguridad
Nacional de EE.UU. (NSA) que en 2013 reveló el programa de espionaje
electrónico masivo en el país norteamericano, ha respaldado una petición contra el plan de Apple de escanear
las fotos de todos los usuarios de iPhone, calificándolo de asalto a la
privacidad. En pocas palabras, el
ciberdelito y el capitalismo de la vigilancia se va volviendo pandémico y los
datos personales no están a buen recaudo en las redes sociales. Todo lo contrario,
son muy vulnerables.
Pero el capitalismo cibernético profundiza la mediocridad
humana hasta límites impensados. En realidad,
la humanidad digital es una humanidad sin lugar y del
anonimato. Es el lugar donde la anomia se siente segura. Marc Augé es un
etnólogo francés que acuñó el concepto "no-lugar" para referirse a
los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser
considerados como "lugares". Estas ideas las desarrolla en su obra Los
no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad (1992).
Son lugares antropológicos los históricos o los vitales, así como aquellos
otros espacios en los que nos relacionamos. Un no-lugar es una autopista, una
habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado, una cafetería, un parque,
una playa... Carece de la configuración de los espacios, es en cambio
circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. No
personaliza ni aporta a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos
o componentes. Y en ellos la relación o comunicación es más artificial. Nos
identifica el tique de paso, un D.N.I, la tarjeta de crédito, un boleto. Esto
permite la desinhibición del individuo. Lo singular del caso es que permite
hallar el no lugar desde y en la soledad. En cierta forma el capitalismo
digital es la profundización de la soledad humana, donde el trato directo con
el prójimo es sustituido por el trato digital. Así el individuo se siente más
seguro y menos vulnerable en medio de un mundo que se volvió más cruel y
amenazante. Lo digital se vuelve en trinchera ante la deshumanización creciente
de las relaciones humanas, y donde el trato es reducido al mínimo indispensable.
Este
fenómeno se hace presente en el llamado “hikikomorismo” japonés. El hikikomorismo
es una patología del comportamiento que consiste en encerrarse en casa y no salir
de ella durante un periodo de tiempo prolongado y este aislamiento social
solamente es compensado con relaciones online. Por eso, al contrario de lo que sostiene
el filósofo peruano Miguel Dávila en su ensayo Cerebro de filósofo, corazón
de revolucionario (2013), el hikikomori no es un alma bella y activa sino
el triunfo de la autodestructiva sociedad psicopática del capitalismo tardío.
La verdad es que desde sus inicios la revolución técnica afectó las relaciones
y actividades del ser humano, porque va cancelando su existencia individual. La
individualidad del hombre es triturada en lo social, anula la privacidad, masifica
y adapta; en lo económico lo reduce a productor y consumidor; en lo político es
absorbido a manipulado por el Estado tecnológico, totalitario, policiaco y
propagandístico; y en lo cultural el internet, la web y las redes sociales reemplazaron
a la radio, televisión, cine y prensa, triturando su tiempo libre. El
hikikomorismo es voluntario y por consiguiente muy diferente al confinamiento obligatorio
al que se vio forzada la población mundial durante la pandemia del Covid y que
provocó cuadros de ansiedad, irritabilidad, nerviosismo y depresión. Al parecer,
ni acelerando tecnolátricamente, ni retrasando tecnofóbicamente el avance
tecnológico se puede recuperar la individualidad, libertad y creatividad del
hombre, sino mediante un nuevo estilo de vida -que en el lenguaje de Fromm
sería anteponer el ser al tener-, un cambio de metas y una revolución de la
conciencia. En la era digital del capitalismo cibernético la técnica avasalla
al individuo tal como lo hizo en la era industrial. Por ello, la recuperación
de la individualidad humana no transita por la técnica sino por la política,
capaz de superar la enajenación capitalista para un nuevo pacto social.
Ahora
bien, si pretendemos definir la diferencia sustancial entre el hiperimperialismo
del capitalismo neoliberal con el hiperimperialismo del capitalismo digital se
tiene que decir que mientras el primero es una economía especulativa, el segundo
es una economía contributiva. Y es contributiva porque es el propio ciudadano
el que cede voluntariamente sus datos personales con fines sociales o recreacionales
sin darse cuenta de que estos son utilizados con fines comerciales. El capitalismo
digital que avanza con las GAFAM impone el nuevo pacto social de la economía contributiva,
dentro de un marco neoliberal que sigue la ley económica capitalista de la concentración
del capital en las megadata. Su negocio es utilizar los datos personales sin
permiso del usuario, al cual convierte de ciudadano en consumidor, para obtener
ganancias. El contrato social del neoliberalismo está caduco, el capitalismo
digital dejó atrás el capitalismo mercantil, industrial y neoliberal, para
imponer el hiperimperialismo de las GAFAM, los cuales manejan a gobiernos
transitorios y a los ciudadanos en una economía contributiva digitalizada. En
pocas palabras, la economía contributiva convierte al ciudadano en consumidor y
auxiliar de la producción y de la distribución sin compensación financiera
alguna. El internet se convirtió en un medio sutil de hacer dinero mediante la
extracción de datos. Mientras tanto la humanidad del algoritmo se vuelve más
solitaria, individualista y superficial.
Los
sistemas políticos han demostrado que no son capaces de controlar a las grandes
corporaciones cibernéticas. Pero al mismo tiempo se han dado cuenta de que
están ante un gran becerro de oro en la digitalización de la economía
contemporánea. Pero para aprovechar los beneficios de la economía digital
necesitan legislar y los grandes ecosistemas como Google, Amazon, Facebook,
Apple y Microsoft son reacios a la regulación estatal. En la era de la máquina
inteligente se necesita beneficiar a la sociedad a partir de la regulación del
capitalismo digital. Los monopolios digitales se autolegitiman porque no se les
opone ninguna opción política. Vivimos el fin del mercado liberal porque está
desapareciendo el intercambio equilibrado entre bienes y servicios competitivos.
En una palabra, la extracción de datos aniquila toda reciprocidad del contrato
con los usuarios. Se viola la propia ley del libre mercado de la oferta y la
demanda. En su lugar tenemos piratería y saqueo de los datos personales de los
ciudadanos. Ya Galbraith había advertido a fines de los años sesenta que los
monopolios tienden a sustituir la libre competencia del mercado por la
planificación tecnocrática y tecnológica, cosa que lo ratifica recientemente
Jonathan Tepper en su libro El mito del capitalismo. Los monopolios y la
muerte de la competencia (2019), pero esta vez refiriéndose específicamente
a Facebook y Google. En otras palabras, para Tepper el aumento de la
desigualdad tiene que ver con la desaparición del mercado abierto y su sustitución
por el mercado cerrado de los grandes monopolios. Es decir, en el capitalismo
digital los monopolios modelan los intercambios, crean todas las necesidades en
función de sus capacidades de producción y de los big data. Con ello se
deja atrás a los agentes consumidores decisivos en un medio competitivo y en su
lugar los individuos son solamente usuarios de bienes y servicios. ¡Nunca se
hubiera pensado en una abolición tan sutil del libre mercado! El capitalismo
digital se basa en la explotación mercantil de los datos personales y con ello
influye hasta en los resultados electorales y políticos. El uso abusivo de datos
de usuarios genera enormes ganancias en publicidad que al final van a parar a
paraísos fiscales. La evasión fiscal de las
GAFAM es proverbial. Es insólito que toda la publicidad en la casi totalidad de
los países del mundo está gravada, menos la que se realiza por Internet. En
compensación Netflix pagó a Canadá 500 millones de dólares como regalo en
contrapartida por no pagar impuestos. En los tres mercados más importantes de
negocios del internet (EE. UU., China y Europa) apenas pagan 1.9% en impuestos
mientras que todos los demás negocios pagan entre el 35 al 19 %. ¿Cuánto se
deja de recaudar de impuestos en el Perú y demás países en desarrollo, con una
población que hace uso masivo del internet? En otras palabras, Google, Apple,
Facebook, Amazon y Microsoft, constituyen el capitalismo digital cuya norma es
la evasión fiscal y la transferencia de ganancias a los paraísos fiscales.
Las GAFAM venden datos brutos a desarrolladores
externos, pero es el modelo de negocio lo que está en cuestión. Canadá y Europa
ya pusieron límites a la utilización de datos. Para frenar el capitalismo informacional
en el tráfico de datos personales se requiere legislar sobre derechos de autor.
Pues las GAFAM sacan provecho sin pedir permiso a nadie por el uso de los datos
personales. El ciberespacio sólo ve consumidores y no ciudadanos, porque escapa
a la regulación política de los Estados. Sin duda hay que abolir la neutralidad
de la red. Los datos personales son bienes comunes y ese debe ser su estatuto
legal. Sobre esa base se debe legislar el lucrativo tráfico de
datos personales que efectúa el capitalismo digital. Estas son ideas que se derivan
del libro de Elinor Ostrom, El gobierno y uso de los bienes comunes
(2018), Premio Nobel de Economía del 2009, obra que rápidamente se ha colocado
como un paradigma del pensamiento social, en especial para el campo de la conservación
de los recursos naturales. Elinor Ostrom responde con argumentos de fondo a la
opinión de los conservacionistas, politólogos y políticos, de que los recursos
poseídos y administrados colectivamente están por definición condenados a la sobreexplotación
y al deterioro. Contra la idea de que la
propiedad de recursos de uso común conduce a la sobreexplotación de los
recursos naturales -lo que obligaría a su privatización o a que el Estado los
administre-, Ostrom muestra cómo usuarios y propietarios de esos bienes han
sabido crear instituciones que permiten el aprovechamiento sustentable,
evitando así la "tragedia de los bienes comunes". Ostrom concluye que
no existen "buenas reglas" adecuadas para toda ocasión, sino
principios para el diseño de las reglas de gobierno de los recursos de uso
común. La obra es fundamental para quienes buscan favorecer acuerdos y normas
que conduzcan al uso sustentable de los bienes comunes, ya sean sistemas
naturales o resultado de la creación social. Ostrom echa mano de la teoría de
juegos, el diseño institucional y el análisis de la cooperación de los usuarios
de recursos comunes para proponer que el compromiso de las partes involucradas
y su capacidad de supervisión son clave en la gestión de instituciones efectivas
de acción colectiva.
Los megadatos experimentan una fiebre de oro y es
necesaria su regulación estatal. ¿Pero será suficiente? ¿Acaso la crisis global
que genera la nueva economía contributiva se puede resolver con una economía de
mercado sin especulación financiera, evasión fiscal y con enfoque ecológico?
¿Es suficiente denunciar el capitalismo digital solamente desde el punto de
vista tributario proponiendo reformas al capitalismo sin cambiar el sistema
mismo? ¿No es una ingenuidad romántica creer en el capitalismo y denostar el
imperialismo monopólico de las GAFAM? La GAFAM manejan un producto inmaterial y
como la legislación afecta sólo a los productos materiales se aprovechan del
vacío para acumular ganancias y llevarlas a paraísos fiscales. El nuevo capitalismo
exige un nuevo marco jurídico. Se trata de subordinar el desarrollo tecnológico
al control democrático. La utopía del internet resultó ser un espejismo.
Capítulo 3
Civilización digital
La
crisis global no sólo es económica sino ecológica y el capitalismo digital del
ciberespacio se muestra incapaz o poco interesado en solucionar tan graves
problemas en el tiempo tan corto que nos queda antes del advenimiento de la
catástrofe.
El
colapso irreversible de la civilización tiene un 90% de probabilidad de que
acontezca porque la deforestación global y la sobrepoblación amenazan con hacer
la vida insustentable. Sencillamente el mayor nivel tecnológico conduce al
crecimiento poblacional y a un mayor consumo forestal, lo cual exige un uso más
efectivo de los recursos. Se requerirán soluciones tecnológicas en veinte o
máximo cuarenta años para evitar el colapso ecológico del planeta. La crítica
que se ha hecho a este estudio es que no toma en cuenta que la deforestación
global ha disminuido de 7 a 4 millones de hectáreas según el Programa de las Naciones
Unidas para el medio Ambiente. Pero en 2020 hubo tres veces más desplazados por
catástrofes climáticas que por violencia en conflictos armados. El verano del
2021 fue el verano del clima extremo, de las inundaciones desastrosas en
Alemania, y de los incendios forestales más calamitosos en Australia, Estados
Unidos, Grecia e Italia. Los puntos de no retorno ya estamos activando.
Pero
no todo es encontrar una tecnología más poderosa, sino que lo fundamental es crear
un modelo de vida y de sociedad diferente a la del capitalismo. Simplemente el
capitalismo mismo lleva a un estilo de vida insustentable. Incluso el
capitalismo digital, porque su utilización comercial de los datos personales
sólo está orientado a incentivar la producción y el consumo sin ningún
miramiento ecológico. En otras palabras, el talón de Aquiles de una
civilización digital es no mirar más allá para crear una sociedad diferente a
la capitalista.
Las
GAFAM se han insertado en la investigación y procesamiento de los datos en
salud, educación y transporte público para obtener ganancias. Y para ello
requiere de un marco neoliberal reprivatizador. Investigan el genoma humano
para prometer longevidad. Sus proyectos son futuristas pero ajenos al problema
ecológico. Todos compiten en el procesamiento de datos de salud. Buscan crear
los nanobots y robots quirúrgicos. Mientras tanto la industria farmacéutica es
seducida por las redes sociales médicas. El capitalismo cognitivo explota datos
en todos los campos, pero para maximizar sus ganancias. Esta falta de ética es parecida
a la del crash del 2008 por el fraude montado por el sistema financiero
internacional a través de las hipotecas subprime o préstamos insolventes.
Esta falta de ética en las finanzas hoy es encarnada por el capitalismo digital
de las GAFAM al negociar los datos privados y al evadir impuestos, pero también
en incursionar en otros campos sociales presididos por el sólo criterio de la
ganancia. La crisis ética del capitalismo prosigue y se ahonda, pero bajo
diversas formas, y se viene a sumar a la crisis de consumismo y a la crisis
ecológica. Así, un sistema de salud de las GAFAM aplicaría inmisericordemente la
eutanasia a toxicómanos, dementes y centenarios por no ser rentables. La
democracia liberal que prioriza la libertad sobre la justicia y la vida ha
conseguido despenalizar la eutanasia activa en Países Bajos, Bélgica,
Luxemburgo, Colombia, Canadá y España, mientras que la eutanasia pasiva o suicidio
asistido en legal en Alemania, Suiza, Argentina, Chile, Uruguay y en varios
estados estadounidenses. El avance de la cultura de la muerte también incentiva
la campaña en favor del aborto y va de la mano con la deshumanización
avasalladora del decadente sistema capitalista imperante. Y preparan el camino
hacia una globalidad totalitaria de lo redituable. Y en su ciega ambición
egoísta no se dan cuenta que el reloj del apocalipsis ecológico deja poco
tiempo a la humanidad.
Igualmente,
al invadir el campo educativo preocupa que las GAFAM no estén sujetos a las
mismas regulaciones que los demás. El peligro es que implanten una educación
desnacionalizadora, cosmopolita y de consumidores a nivel global. El primer
paso ya fue dado por las reformas educativas por competencias impulsados desde
el marco neoliberal. La instrumentalización económica de la educación distorsiona
su propósito instructivo y formativo, generando un colosal ejército de
tornillos intercambiables y sin sentido de la vida. En una palabra, el
capitalismo digital como las demás formas anteriores de capitalismo no entiende
ni comprenderá jamás que el ecosistema está por encima de la ganancia y del
interés individual. Por ello, la civilización digital que preconiza el
capitalismo informacional de las GAFAM no está a la altura de los graves
desafíos que enfrenta la humanidad en el presente.
El
nuevo pensamiento económico exige romper con el enfoque matematizante de la
razón calculadora e instrumental de la modernidad, el supuesto de que los mercados
se corrigen solos o que deben ser manipulados por la voluntad de los monopolios,
que los recursos del planeta son infinitos, exige que los actores económicos sean
racionales. Se requiere tomar en cuenta la teoría del caos, el cálculo matemático
no lineal, consideraciones éticas y cualitativas, además de conformar equipos
interdisciplinarios presididos por una mentalidad humanística. Con la economía
contributiva del capitalismo digital no tiene futuro la civilización informacional,
dado que la ciencia económica profundiza su crisis porque sus fundamentos
epistémicos no son evidencias científicas sino intereses inmorales y utilitarios.
Al
abordar el tema de la civilización digital hay que entender dos cosas, una, que
el capitalismo no es inmortal, y dos, que el mercado no hay que suprimirlo sino
planificarlo. Los horrores sociales del neoliberalismo dejaron demostrado que los
mercados no se controlan solos. Y en las consideraciones de una política
anticrisis hay que tomar en cuenta en primer lugar, el impacto social, en
segundo lugar, el parámetro ecológico, y en tercer lugar, la regulación del
sistema financiero. El mercado no se identifica con el capitalismo, hay
diversas formas de mercado y éste es susceptible de moldeamiento, porque el
propósito fundamental de la economía ha cambiado radicalmente con el factor ecológico.
Los recursos finitos del planeta imponen un modelo de civilización más austero
y cuidadoso con los recursos no renovables del planeta. Lo cual implica
edificar una civilización no consumista, por lo tanto, no capitalista. La
civilización del futuro será digital pero no capitalista, y recién el
ciberespacio será puesto al servicio del hombre y no de la ganancia. Las
máquinas recién dejarán de ser los amenazadores Moloc que desalojan a la
humanidad de los puestos de trabajo en todos los sectores, y, al contrario, se
convertirán en aliados de su vida puesta al servicio del amor y del
conocimiento. La civilización digital bajo el capitalismo convierte a los
ciudadanos en consumidores. Pero la grave coyuntura planetaria exige que sea
puesta al servicio de la conversión de los ciudadanos en seres humanos plenos.
Pero
la civilización digital es también la era del colapso del empleo, del posempleo.
Jeremy Rifkin es un sociólogo y economista estadounidense. En su libro del 2006,
Fin del trabajo, sostiene que estamos en una nueva fase de la historia
humana, caracterizada por la decadencia inexorable del trabajo. Las actuales
cifras de desempleo, a escala mundial, son las mayores desde la gran depresión
de los años 30. Los ordenadores, la robótica, las telecomunicaciones y otras
formas de alta tecnología están sustituyendo rápidamente a los seres humanos en
la mayor parte de los sectores económicos, trátese de los procesos de
fabricación, de la distribución al por menor, del transporte, de la agricultura
o de las diferentes actividades funcionariales. La gran mayoría de los trabajos
desaparecerán para no volver nunca. Una élite controlará y gestionará la
economía global de alta tecnología; y un creciente número de trabajadores
permanentemente desplazados, con pocas perspectivas de futuro y aún menos esperanzas
de conseguir un trabajo aceptable en un mundo cada vez más automatizado.
Entramos
a la era del posmercado, que exige poner en marcha nuevos modos de generación
de ingresos y de reparto del poder. Ya en la década de los años 90 Viviane
Forrester había advertido en su obra El horror económico que el
capitalismo financiero aplicando la cibernética al crecimiento económico convirtió
al empleo en costoso, así las empresas dejan de ser generadoras de empleo, sino
que lo son de desempleo y las masas humanas se vuelven prescindibles, desparece
el empleo y el salario, pero no la ganancia, mundializándose la miseria. Surge
una civilización donde colapsa el trabajo. Se vuelve un reto hallar un modo de
supervivencia que no dependa de la remuneración del trabajo y ello sólo es posible
dentro de un marco político socialista. Si bien el fin del trabajo puede
suponer el final de la civilización tal como la hemos conocido hasta ahora,
quizá también sea el inicio de una gran transformación social que traiga
consigo el renacimiento del espíritu humano.
La
era digital aceleró la automatización y destrucción del trabajo en todas las
áreas, salvo educación, salud y cultura. El empleo acelera su declive. Puede
sobrevenir una explosión social. Ante esto la élite mundial alienta soluciones
fascistoides y eugenésicas. Todo esto impone la distribución de la riqueza
mediante el salario ciudadano universal. Pero, además se necesita una nueva
filosofía del trabajo que concibe que es mejor trabajar voluntaria y
creadoramente en lo que a uno le gusta en vez de hacer cosas enajenantes a
cambio de un salario. El filósofo belga Philippe Van Parijs en su libro con Yannick Vanderborght, La
renta básica (2003), estudia el tema del mínimo social como renta mínima
garantizada. La idea de cómo calcular el mínimo social es clave para brindar
protección a los menos afortunados y construir una sociedad más igualitaria. No
busca abolir el capitalismo, pero su propuesta de un salario ciudadano
universal violaría el derecho de explotación del capitalismo. Según Parijs, el
salario ciudadano haría factible la justicia distributiva y la igualdad de
oportunidades para todos. Pero en realidad, y esta es la crítica a su
planteamiento, el salario ciudadano no implanta la igualdad económica,
simplemente ayuda a realizar una justicia social más igualitaria. Para
construir una sociedad más igualitaria no basta un cambio de rumbo de las
instituciones, sino que debe ir acompañado por transformaciones económicas
profundas. El autor belga no se da cuenta de que allí está la clave para
desmontar la estructura del mismo capitalismo, a saber, en la abolición del
trabajo asalariado y el mercado laboral. La inmoralidad estructural del
capitalismo reside en que los problemas del capitalismo son los del incremento
de la ganancia y esos no son los problemas del hombre. El capitalismo nihiliza
al hombre, destruye el sentido de la vida y pervierte la vida cultural. Además,
su inmoralidad estructural encuentra en las crisis oportunidades idóneas para
hacer negocios -como lo demuestra Naomi Klein en su libro La doctrina del shock
(2007)-. El capitalismo digital no está exento de este terrorismo estructural porque
comienza reduciendo al ciudadano en consumidor y comercializando sus datos
personales sin su permiso. Con la renta ciudadana universal se pondría término
al ejército de desocupados, porque cada quien se ocuparía de lo que le apasiona.
Sólo desde que comienza a funcionar la ley de la oferta y la demanda del
trabajo asalariado empieza el capitalismo. Y esto es así porque el capitalismo
tiene una causalidad estructural. La creación de una renta básica ciudadana
mundial tendría el efecto de desmontar el punto nodal desde el que nace la
estructura monstruosa del capitalismo: la necesidad de trabajar por parte del
ejército de expropiados. Esa es la estructura profunda de la economía
capitalista que descubrió Marx. Subrayaba que sin el ejército de expropiados es
imposible el capitalismo, porque el aniquilamiento de la propiedad privada del
trabajo propio es la piedra fundacional de la propiedad privada capitalista. Por
eso, negar el derecho natural a la propiedad privada, como lo hace Rawls, tiene
un sentido muy limitado, porque no puede ser negado para el trabajo propio de
índole no capitalista. Rawls debió ser más preciso y decir que la propiedad
privada “capitalista” no es un derecho natural, y no lo es porque se basa en una
estructura perversa. O sea, lo que hace capital al capital es la estructura
capitalista y no otra cosa. Lo que hace capital a los mega datos es la
estructura misma del capitalismo. El capital no es una cosa, sino que es una
relación social, la cual genera sus propias injusticias sociales. Pues bien, liberado
el hombre de la necesidad de trabajo por el salario ciudadano, se desmonta la
máquina perversa del capitalismo.
Entonces la solución más consistente a
la destrucción del empleo bajo el capitalismo digital no es el salario
ciudadano universal por sí mismo, sino implementarlo dentro de un nuevo tipo de
sociedad. Mientras tanto el autoempleo, el emprendorismo y la educación son paliativos,
pero no soluciones. Se ha mencionado que otra solución es gravar las tecnologías
de las GAFAM para subir el salario mínimo, porque por ahora los beneficios de
la digitalización sólo beneficia a los más ricos. No obstante, gravar
impositivamente a las nuevas tecnologías no es por sí sola la solución si no se
hacen en conjunto con el cambio de sociedad que la humanidad requiere en estos
momentos. Todo indica que vamos hacia un mundo totalmente automatizado y,
formalmente, ello es una ventaja porque la tecnología podría liberar al hombre
de tareas enajenantes y penosas, liberando su tiempo para que lo dedique a la
cultura, la salud, la invención y lo comunitario.
Se viene un mundo nuevo y totalmente automatizado.
Vivimos el declive inexorable del empleo. No hay retroceso posible. Si no
asumimos que se viene un cambio brutal, el caos social advendrá sin remedio. ¿Es
esto una amenaza o un avance para el hombre? Ante el avance arrollador de la
automatización del trabajo y la perspectiva que en 20 años más del 70 % de los
escasos empleos decentemente remunerados en el mundo sean desempeñados por
robots, se plantea como solución no sólo el salario ciudadano -universal,
automático, y permanente-, que evite la explosión social y el empobrecimiento
de los excluidos, sino también una nueva filosofía del trabajo dentro de un
nuevo tipo de sociedad no capitalista. Es decir, no se trata solamente de que
la nueva riqueza no sea acumulada por el 1 % de la población, sino que se trata
de que si no se efectúan cambios estructurales profundos vamos hacia una
sociedad de desocupación estructural y de medidas eugenésicas totalitarias. Por
otro lado, una sociedad sin empleo, pero con salario universal ciudadano no es
necesariamente más infeliz. Al verse la humanidad liberada de los trabajos
penosos y alienantes la tecnología deja a la gente libre para dedicarse a las
actividades que responda por su vocación. La abolición del empleo junto al
reemplazo del capitalismo es el primer paso hacia el reino de la libertad desde
el reino de la necesidad. Será el paso más serio que la Humanidad pueda dar en
su historia hacia el socialismo y su tránsito hacia el comunismo. El trabajo
humano se convertirá en ocupación creativa y autorrealizadora.
Al parecer, la historia la da la razón tanto a Schumpeter
como a Marx porque ambos ven a la técnica como un poderoso factor de cambio
social, la diferencia es que el primero prescinde de la lucha social, mientras
que el segundo no. No estamos acercando a una era en que el capitalismo se
volverá socialismo ya sea por una revolución o por la fuerza del cambio
técnico. Después de todo la esencia de la técnica no es la técnica, sino el
conjunto de relaciones sociales establecidos por los hombres. Por eso, los
magnates de la revolución digital, los Bill Gates y compañía, saben que les
queda poco tiempo para seguir usufructuando privadamente, bajo la sombra del
neoliberalismo, de los beneficios de la revolución informacional que pertenece
a toda la humanidad. Las GAFAM -Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft-
acumularon fortunas evadiendo en un 90% el pago de impuestos gracias a los
paraísos fiscales, macdonalizaron el trabajo, renunciaron a sus obligaciones
morales y convirtieron a los ciudadanos en consumidores. Pero se acerca el fin
de los magnates tecnológicos y de tales injusticias. la nueva filosofía del
trabajo concebirá que el empleo se extingue, pero brota el trabajo que
enriquecerá el cuerpo y el espíritu -la gente hará lo que le guste-, y todo
ello será en un marco socialista, producto de la evolución tecnológica y de la
revolución social. En la nueva filosofía del trabajo se entenderá que el
descanso vuelve a la gente más creativa, saludable y feliz, dejando de ser la
actividad penosa que siempre fue.
La era digital en el marco del
capitalismo cibernético hace que los robots roben puestos de trabajo en todos
los sectores, desde la agricultura a la industria pesada, pasando por el sector
servicios. La civilización digital emerge amenazadora porque los robots no sólo
roban los puestos de trabajo, sino que también degradan la calidad de los
empleos y de los salarios. La supresión de los empleos se acelera. Hay sectores
que aun resisten al desempleo, pero los trabajos se vuelven cada vez más precarios
y temporales. Volver a trabajar se vuelve cada vez más difícil. La abolición
del trabajo en la era digital genera ansiedad, miedo, inseguridad, soledad,
frustración, conservatismo, desesperación. La civilización digital bajo el
capitalismo cibernético se vuelve más ansiogénica. La soledad y la frustración
del hombre se dispara a niveles alarmantes. La sociedad se torna más
psicopática, estresante, suicida, paranoica, sádica, peligrosa y amenazadora. Mientras
tanto la población aumenta, el medio ambiente se degrada, el cambio climático
se vuelve irreversible. La desigualdad social aumenta y la explosión social
amenaza. Y quienes lideran esta destrucción del empleo son los líderes del
capitalismo digital: las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft). O
sea, los que impulsan el transhumanismo están a la cabeza de la robótica
informacional y la automatización del trabajo. Eso alienta soluciones fascistas
y eugenésicas de la extrema derecha. La robótica está parada y nos pone sobre
un volcán, que no tiene visos de solución si no columbramos un nuevo tipo de
sociedad. El nuevo pacto social con la economía contributiva es una buena idea,
pero bajo el capitalismo se vuelve en una lógica perversa que sólo busca la
ganancia en vez de satisfacer las verdaderas necesidades del hombre.
Pero la civilización digital y la
invasión robótica dentro de la lógica del capitalismo no sólo se vive como un
angustiante colapso laboral, sino sobre todo como una crisis de horizontes
existenciales. El hombre se encuentra en una encrucijada donde las nuevas
tecnologías empujan hacia un laberinto deshumanizador, donde el hombre quiere
sentirse como una eficiente máquina y comienza a soñar en volverse ciborg. Esto
es precisamente lo que advierte el filósofo español Jordi Pigem en su obra Ángeles
o robots. La interioridad humana en la sociedad hipertecnológica (2018), al
poner el acento en el impacto de las nuevas tecnologías sobre la condición humana.
Esta misma condición humana se ha visto abruptamente involucrada en el mundo
digital con motivo del largo confinamiento por la pandemia del Covid y con
consecuencias inciertas. Esto es precisamente lo que advierte el asesor
empresarial Carlos Cáceres Valdebenito en su libro El forzado inicio de la
era digital (2020). Pero en realidad, la subjetividad huera en la
civilización digital es resultado no tanto de la rutina mecánica, la producción
masiva, la repetición, la estandarización y la subestimación de lo individual,
sino por el hecho de darse dentro de un tipo de sociedad que pone la
imaginación y la inteligencia sólo en función de lo lúdico, lo hedonístico y lo
narciso. Es decir, no es la máquina del Internet por sí mismo lo que hace de
nuestras mentes un organismo frívolo y superficial, sino que es la sociedad en
que opera la que le inyecta esos valores disolventes. Y así en vez de plantear
y promover la individuación cultural, el resultado es la nueva barbarie del
hombre cibernético.
El videojuego que comenzó como un escape
maquinal para los niños confinados en las urbes, con el tiempo se volvió en
símbolo y prótesis de una población adulta que busca compensar lúdicamente la
realización adulta de su personalidad. Pero estas formas de escapismo psicológico
son peores porque no crean valores, sino que reproducen hasta en lo lúdico la
competitividad, la eficiencia y los valores irracionales del capitalismo. La
habilidad adquirida en el videojuego se vuelve en rutina mecánica psicomotriz
que muchas veces lleva hacia una tensión imposible de soportar y hace que la
vida sea imposible de sobrellevar sin más vigorosos videojuegos compensatorios.
Al final, esta regularidad sin creatividad produce apatía y atrofia, a tal
grado que los campos deportivos en los barrios lucen desiertos, sin jóvenes que
prefieran lo irregular e incierto que está presente en el deporte. Antes de la
civilización digital o bajo la civilización mecánica la desmesurada pasión por
el deporte y la música se explicaba como una forma de escapar de lo regular y
mecánico mediante lo accidental, imprevisible, la relajación y la animación; en
cambio en la actual era digital la desmesurada pasión por los videojuegos nace
como una forma de sentirse seguro en lo mecánico y previsible. La adicción a
los videojuegos se vuelve en una verdadera epidemia en la civilización digital
del capitalismo porque en el fondo se trata de un paliativo hacia el dolor de
la existencia truncada, enajenada y anestesiada.
La fobia al dolor -algofobia- o miedo al
sufrimiento conduce hacia el consenso, la desvigorización del conflicto. Al
final la política pierde vitalidad, la posdemocracia es incapaz hasta de reformas
profundas. La ideología liberal de resciliencia convierte al ser humano en un
ser de rendimiento, felicidad, pensamiento positivo, con el fin de potenciar el
rendimiento, un humano insensible al dolor y perpetuamente feliz. El dolor está
impedido de expresarse, mudo, se trata de una cultura de la complacencia, del
deleite y satisfacción. La cultura deviene en economía, y arte y consuno se
mezclan. Ya el arte no es chocante, no estremece, ahora complace. La vida que
rechaza al dolor es una vida cosificada. La vida sin angustia y dolor se
empobrece. Pero ahora la poética del dolor desaparece en la sociedad que
entroniza la sedación. El hombre hedonista posmoderno elimina el dolor físico y
psíquico, posterga todo lo agónico, no sabe extraer lo creativo del dolor. Por
eso la filósofa belga Chantal Mouffe preconiza una democracia agonista, reprocha
a la izquierda por haber vuelto caducas las fórmulas revolucionarias y sostiene que los tiempos actuales son profundamente
antirrevolucionarios, al negar el conflicto como lo esencial de toda política
democrática. (La paradoja democrática. El peligro del consenso en la política
contemporánea, 2000). Pero en la sociedad del rendimiento el dolor pierde
sentido, se convierte en asunto médico, carece de espiritualidad. Porque la
sociedad liberal busca explotar la felicidad. Con el dolor desterrado la vida
humana ya no es humana, deviene en vida de zombis. La comunicación total es el
desnudamiento pornográfico, es el ocuparse de sí mismo, en un narcisismo que se
desentiende de la preocupación social. El sufrimiento se privatiza y la
psicología positiva sustituye los revolucionarios con los coach. Al final se trata
de inmunizar a la sociedad del dolor. El dolor es un asunto privado. Pero a la existencia
le es inherente el dolor, y al reprimirlo se torna depresión, estrés y
trivialización apática. Lo que se prioriza es la supervivencia, que en el fondo
le hace el juego a la tanatofobia. Y el teletrabajo es la extinción de la
metafísica en el hogar.
El filósofo coreano Byung-Chul Han se
refiere en este sentido en su libro La sociedad paliativa (2020). Y es que,
en realidad, el capitalismo digital es una sociedad analgésica, que expulsa el
dolor y el sufrimiento mediante las distracciones y evasiones del internet, la
web y las redes sociales. Al desconocer el potencial creativo del dolor lo
primero en afectarse es la inteligencia, la convierte en mero cálculo sin
espíritu, coacta la idea de lo otro y ahonda el narcisismo solipsista. Lo más
acorde a esta distorsión es la evasión cultural del transhumanismo que sueña
con eliminar el dolor máximo, a saber, la muerte. Pero el precio de la
inmortalidad cibernética será perder la vida humana misma. Las vidas de las
personas han dejado de ser interesantes porque eluden el dolor, lo niegan, lo
eluden, lo disfrazan. Pero la sociedad del rendimiento no llega a eliminar el
dolor, porque el aislamiento y la soledad amplifican el dolor. Por eso se elude
la verdad, porque la verdad es dolorosa. Se busca enamorarse sin sufrir, se
establece el amor como consumo, sin heridas ni dolores. En la embriaguez de ego
se cosifica al prójimo, reina la indiferencia, la igual validez de todo. Todo
vale. El resultado es una reducción de la capacidad de empatía, y con ello
queda expedito el camino para consumir al prójimo como mera cosa. Es una época
posfáctica, es una anestesia de la realidad, porque la realidad duele. Se trata
a apartar la mirada de la realidad para que reine la ausencia del dolor. El
shock del virus del Covid es enmascarado con una mentalidad de positividad, que
en el fondo desvitaliza el espíritu al ocultar el dolor.
El fin de la historia no es la apoteosis
de la democracia liberal -como cree Francis Fukuyama-, sino de la encarnación
gris de una sociedad sin contradicción, ni dialéctica. El último hombre de la
democracia liberal es el reemplazo del hombre por el consumo. Por eso no es un
defensor de la democracia liberal, al contrario, está dispuesto a deponer su
libertad a cambio de confort y seguridad anestésica. El capitalismo de
vigilancia o la tecnopolítica autoriza el acceso totalitario a la vida personal.
No estamos en la biopolítica sino en la tecnopolítica, que incluso genera
riqueza. Vamos hacia una sociedad que elimine el dolor a costa del sacrifico de
la libertad. Y eso parece no importarle al mentor del transhumanismo hedonista,
David Pearce (El imperativo hedonista, 1995). Se trata de una ideología
que preconiza la eliminación de todo tipo de experiencia desagradable acorde
con el Pathos de la sociedad consumista de la satisfacción. Su fe ciega en la
nanotecnología, la ingeniería genética, la biopsiquiatría desemboca en los delirios
cientistas de la ingeniería del paraíso donde las drogas acaben con todo tipo de
sufrimiento. Los vaticinios de Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz,
incluso en el manejo de las emociones recurriendo a drogas (el soma), el
triunfo de los dioses del consumo y la comodidad, tienden a hacerse realidad. La
sociedad digital se asume perfecta, el dolor se reduce a un asunto psíquico. No
hay necesidad de revolución, sino de anestesia. Esa es la meta del hombre
desespiritualizado, alcanzar una sublime felicidad. Sin embargo, no será el
último hombre, sino el hombre poshumano el que alcance la inmortalidad al
precio de su propia humanidad. Pues la vida sin dolor es una vida cosificada. Los
grandes artistas y pensadores testimonian la necesidad del dolor para que
emerja el espíritu. La civilización digital capitalista reprime la expresión del
dolor, establece una anodina felicidad y promueve la mercantilización de la
cultura.
En una palabra, la civilización digital
es una nueva relación social que para no volverse contra lo humano requiere ser
instrumentalizado desde una nueva sociedad humanística y no capitalista.
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