EXTINCIÓN DE LAS CULTURAS
Gustavo Flores Quelopana
Cada cultura tiene su propia manera de morir. Así sucedió en el pasado cuando la cultura alcanza su etapa de civilización. Cuál es nuestra forma de extinción.
Spengler señala tres formas: 1. recogerse en sí mismo (el nihilismo indio budista), 2. la contemplación pasiva (el nihilismo heleno de Epicuro, Antístenes y Zenón) y 3. la DESTRUCCIÓN DE LOS IDEALES (nihilismo fáustico de occidente).
Los grandes ideales políticos del hombre fáustico fueron la solidaridad, la fraternidad y la solidaridad. Los cuales han muerto en beneficio de la reducida elite megacorporativa del mundo. Cuando el alma es aniquilada la realidad pierde peso -Bauman llama "vida líquida"-, impera la falta de profundidad, el sentimiento cósmico decae, el civilizado hombre fáustico se vuelve irreligioso, se impone la moral plebeya y la filosofía del trabajo.
Ateo, sofístico y sensualista vive en la superficie, en lo inánime, práctico y extensivo. No es extraño que el hombre culto -en la fase de apogeo cultural- no tenga problemas morales porque vive en la moral, en cambio el hombre civilizado sí tiene problemas morales porque no vive en la moral. En la cultura impera lo interno, en la civilización lo externo -la cultura se vuelve simulacro decía Baudrillard-.
Nuestra cultura está muriendo y su extinción espiritual va asociada a la hegemonía de la razón funcional sobre la razón substancial. Aquí sólo rige el cerebro porque el alma se ha despedido. La civilización ha ocupado el puesto de la cultura porque lo que se vive no es la rebelión de las masas, sino la rebelión terminal de la civilización contra la cultura.
Al morir la cultura fáustica los hombres se vuelven femeniles, blandos, inorgánicos, fluctuantes, demócratas, artificiales, desarraigados, urbanos anómicos y anéticos, frívolos, escépticos, incapaces de acción superior, se sienten más allá del bien y del mal, sanchopancescos y materialistas. El alma declinante del civilizado fáustico es ametafísico, egoísta, positivista y decadente. Por todo ello resulta iluso e ingenuo proponer erigir una nueva civilización, cuando lo que se requiere primero es edificar una nueva cultura.
En realidad, la destrucción de la estructura metafísico-teológica por el empirismo, el racionalismo y la Ilustración, ha dejado sin posibilidad de reconstruir una nueva civilización. El error básico fue hacer de la Razón humana el fundamento de sí misma. Así se derivó hacia la instauración del regnum hominis y un mesianismo laico que perdió a Dios. El asalto de la razón de los valores espirituales desembocó en el reino de la materia y del nihilismo. Por eso, el desafío es restaurar el fundamento trascendente del orden natural y humano reconciliado con lo inmanente.
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