En esta obra (1966) Foucault (1926-1984) pretende liberarse de la fenomenología, el existencialismo y de la epistemología. La famosa expresión "muerte del hombre" aparece por primera vez en el libro y sólo una vez al final, pero fue una provocación para toda una generación educada bajo el existencialismo.
Dos ideas centrales presiden sus páginas: la idea de episteme (cada época tiene su episteme o apriori histórico que determina su saber) y la discontinuidad (entre epistemes no hay progreso sino corte histórico). Si la episteme clásica se configura como una relación entre lo finito y lo infinito, la episteme moderna aborda la finitud desde la finitud. El hombre y el sueño antropológico es una invención moderna. Psicoanálisis, etnología y filología disuelven al hombre en estructuras inconscientes que lo determinan y se le escapan. La episteme es un fantasma sin alma. La llegada del hombre al saber coincide con el fin de la episteme que decreta la muerte del hombre.
Foucault es otro intento fallido de escapar del idealismo subjetivo en la modernidad imperialista, donde toda la cultura y el espíritu objetivo queda hipostasiado, la episteme queda convertida en una estructura sin sujeto. El filo irracionalista de su pensamiento queda evidenciado en el divorcio entre la idea de estructura y praxis humana. Sencillamente la historia ya no lo hacen los hombres, sino las zombis estructuras del saber. Las teorías ya no ascienden de la realidad a los libros, sino que la realidad asciende al mundo por la teoría. Si desde Schopenhauer y Nietzsche el conocimiento del mundo se vuelve en interpretación del mundo, con Foucault las estructuras ciegas del mundo configuran el propio mundo. Con ello se refleja la profundización del irracionalismo en la filosofía burguesa bajo el imperialismo.
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