En estos momentos de quiebre de la institucionalidad democrática en el país, crisis política profunda, y corrupción generalizada en los tres poderes del Estado viene bien reseñar la obra de Francisco Miro Quesada HUMANISMO Y REVOLUCIÓN (1969).
Este libro lo escribe Francisco Miro Quesada a los 51 años, refleja su pensamiento maduro y es una respuesta al momento transformador que se vive en el Perú bajo el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada encabezado por el General Velasco Alvarado.
La publicación de la obra no pasó desapercibida. Entre el rechazo de su empingorotada familia y clase oligárquica que lo vieron como una traición, la condena desde la izquierda por su crítica al marxismo y la dialéctica, la adhesión de amigos y admiradores por defender el socialismo, la democracia, la revolución y el humanismo al mismo tiempo, y la polémica con políticos e intelectuales de derecha por defender el humanismo revolucionario y el socialismo a pesar de no estar de acuerdo con el gobierno de Velasco por dictador, se hicieron presentes.
Una gran parte de intelectuales y filósofos de las clases medias apoyaron al Gobierno de Velasco por verlo como una esperanza a las urgentes reformas estructurales que requería el país. En suma, la derecha lo repudió, la izquierda lo condenó y sólo una pequeña parte de la clase media lo respaldó. Por ese entonces Augusto Salazar Bondy ya estaba en su etapa desarrollista revolucionaria y en 1969 publicaría ENTRE ESCILA Y CARIBDIS. REFLEXIONES DE LA VIDA PERUANA. Todavía en 1974 el gobierno expropiaría el diario El Comercio.
El capítulo primero define la ideología como ciencia de la acción política y concepción del mundo de una determinada clase.
El capítulo segundo sostiene que vivir es teorizar, pero la libertad no es teoría sino lo impredecible. Así, la historia es la sucesión de falsas teorías. El hombre puede renunciar a teorizar sobre sí mismo, se trata de prescindir de las teorías con fines de conocimiento, postulando tan sólo la solidaridad entre los otros.
El capítulo tercero trata sobre la ideología humanista. Existe el humanismo como actitud y como ideología que postula el principio de autotelia -el hombre es un fin en sí mismo-. La meta de la praxis revolucionaria es la sociedad justa y libre, hay que aceptar la democracia y rechazar la dictadura.
El capítulo cuarto sostiene que la filosofía ha mostrado que la razón tiene sus limitaciones intrínsecas y problemas insolubles. El drama de la cultura racional es verse frustrada por la no realización del ideal racional. Pero hay dos principios políticos que permiten encauzar la praxis política: la no arbitrariedad y autotelia.
El capítulo quinto afirma que la meta de la revolución es el humanismo y no el orden jerárquico de las clases. El socialismo democrático es la alternativa de libre asociación y creación.
El capítulo sexto trata sobre ideología y teoría, concluyendo que las teorías no son ideologías sino ideologizables. Por ello, la verdad de una teoría es independiente de los fines ideológicos perseguidos.
El capítulo séptimo sobre dialéctica, lógica y humanismo busca probar que la filosofía dialéctica es falsa e inoperante para la revolución. El humanismo y la lógica formal bastan para fundamentar la praxis revolucionaria. La dialéctica es un método refutado por las ciencias naturales y no da cuenta de los procesos sociales. El humanismo es el único sentido de la historia.
El gobierno de Velasco también se declaró humanista, socialista y revolucionario, pero no restauró la democracia. El socialismo humanista de FMQ se parece más al capitalismo avanzado que al socialismo, cosa ya abordada por Marcuse, con una alta distribución de renta y propiedad. Sobrevilla señala que su concepción de revolución es formal porque no aborda los elementos reales de la producción social. Su humanismo abstracto no toma en cuenta los elementos reales para su realización.
En suma, el socialismo humanista mesocrático de FMQ era en solitario la propuesta más avanzada de la alta burguesía peruana ante la honda crisis estructural que sacudía el país.
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