lunes, 16 de diciembre de 2024

ARGUEDAS Y LA TÉCNICA

 

ARGUEDAS Y LA TÉCNICA

Gustavo Flores Quelopana

 

Las repercusiones que tienen las palabras de Arguedas sobre que el hombre moderno ha fracasado en su intento de “quitarle el rostro a Dios” nos llevan a reflexionar sobre dos puntos fundamentales: la técnica de los medios de masas y la ingeniería genética.

Empecemos por lo segundo, la ingeniería genética. Pues lo primero lo abordaremos en capítulo aparte. Lo diremos con más precisión. Al surgir la tecnociencia se ha podido diferenciar con más precisión dos clases de técnicas: la alotécnica, como constructo mecánico no natural; y la homeotécnica, como código que sigue el modus operandi de la naturaleza. Tanto es así que se puede afirmar que con la genética y la informática ha comenzado la era poshumana, donde todo se resuelve en códigos y algoritmos.

La tecnociencia se columbra como algo completamente diferente a las contranaturalezas de la primera técnica. Sus especialistas hablan de “naturalismo biologista” como sucedáneo del materialismo. Esto ha permitido a las ciencias de la vida y genómicas acelerar el fin de la idea de que la ciencia es éticamente neutral -lo cual es su aporte-, repotenciar el problema ético con la ecoética y la bioética, impulsar un bioderecho que impida la manipulación descontrolada de genes con fines subalternos, buscar la justicia distributiva y el acceso equitativo en biotecnología con valores éticos bien definidos.

En buena cuenta, las ciencias de la vida han puesto en evidencia la primacía del criterio ético sobre el científico y la necesidad de recuperar la dimensión teleológica, metafísica, religiosa y trascendente de la vida. Nada de lo cual oculta que la biotecnología tenga sus riesgos -armas biológicas, genetismo elitista, etc.- junto a sus beneficios -medicina, alimentos y ambiente mejorado-.

A partir de aquí una de las principales críticas que se dirige a la tecnociencia y a la biotecnología es que reduce el problema de la vida a lo biológico y no toma en cuenta la dimensión sobrenatural, espiritual y eterna de la vida. En otras palabras, que dicho naturalismo biologista se trata de un conciliábulo de inmanentistas y temporalistas. En su defensa lo modernos ingenieros genéticos argumentan que al aliviar las enfermedades hereditarias no hacen sino contribuir a disolver el miedo a la técnica y que contribuyen con el arte divino de la creación.

Esto último nos recuerda el ideal ancestral de la Cábala, el gnosticismo, la alquimia y la teosofía como intento de descubrir e imitar los procedimientos escritos por Dios en la naturaleza. En la actual era poshumana con el surgimiento de la homeotécnica son los genetistas y los informáticos los que con códigos y algoritmos se erigen como sus sucesores. Aunque en realidad, el gnosticismo clásico se constituye en una contracorriente y ontología disidente que deslegitima toda clase de mejoras por los modernos demiurgos o dioses chapuceros, dado que no es posible una optimización terrenal por la desconfianza de todo hacedor divino o humano.

Frente al gnosticismo y a la cultura moderna de ingeniería está la tradición cristiana con su tesis del Dios creador y omnipotente, autor de una obra perfecta. La cual recoge el axioma optimista de la ontología platónica de “todo lo existente es bueno”. Esta teología del hacer no tiene que colisionar necesariamente con la homeotécnica actual, siempre y cuando no transgreda los umbrales éticos. Otra cosa es que los caminos de la ciencia no coincidan con los de los magnates del planeta.

Efectivamente, la plutocracia moderna entronizada en el poder mundial occidental sueña con la empresa de Elon Musk Neuralink hacer más inteligentes a los hombres con interfaces de la Inteligencia artificial; Jeff Bezos persigue vencer a la muerte y lograr la inmortalidad con la biotecnología y al mismo propósito se suman los magnates Larry Page y Sergey Brin; Bill Gates que obsesionado con la disminución de la población trabaja en dudosas vacunas que son vistas como armas biológicas y a su esfuerzo eugenésico se le suma el oráculo en inversiones Warren Buffet; Marck Zuckerberg también pretende manipular el genoma humano para acabar con las enfermedades; y George Soros, como el más tenebroso, desalmado y avezado de todos megamillonarios, es el gran promotor del transhumanismo y la ideología LGTB.

En una palabra, los dueños del planeta -como los llama Cristina Martín Jiménez en su libro del mismo nombre (2023)- emprenden la guerra antropológica mediante la tecnociencia -como con acierto escribe Miklos Lukacs en su obra Neo entes (2022)- enarbolando el proyecto transhumanista como ideología cientificista y tecnolátrica de los megamillonarios del planeta que en su soberbia desean convertirse en dioses. Esta sería la versión más peligrosa y amenazante de la homeotécnica con su corifeo Yuval Harari a la cabeza.

Dónde quedó, entonces, el “quitarle el rostro a Dios” de Arguedas. ¿Pensaría a la homeotécnica, más orgánica y teleológica como un “quitarle el rostro a Dios”? Si el hombre moderno de la pre-homeotécnica le parece que ha fracasado con su praxis transformadora en su intento de hacer desaparecer lo divino ¿le parecerá lo contrario el hombre moderno de la homeotécnica?

En un primer contraste su afirmación da la impresión que no estaría en contra de llevar a cabo mejoras responsables mediante lo técnico genético. Por lo demás, la ancestral cultura andina lo viene haciendo en su medida en el ámbito vegetal y animal desde hace milenios. Aparentemente su aserto sobre el fracaso de “quitarle el rostro a Dios” lo hermana a la frase heideggeriana en su Carta sobre el humanismo del pastor del ser. Si el hombre moderno de la transformación del mundo fracasó en su intento de “quitarle el rostro a Dios”, entonces debería retirarse al claro del meditar silencioso y vigilante de la apertura del ser.

Pero ha sido Peter Sloterdijk en Normas para el Parque Humano (2000) quien rescatando la frase de Heidegger sobre el pastor del ser ha señalado el potencial de barbarie que se encierra en la genética artificial y que puede llevar al hombre a la autocosificación extrema. Su sospecha no deja de ser legítima, pues podemos interrogarnos si la presencia presente del ser acaso puede permanecer prístina tras su domesticación antropotécnica. En el fondo es pensar el tema del hombre y su proceso de humanización. ¿No es la historia misma testimonio viviente del proceso de “crianza humana”? ¿Puede alguna especie viviente sobrevivir sin “crianza” alguna? ¿No es la vida misma una forma de crianza distinta a la de la materia?

Todo esto nos llevaría muy lejos y por el momento no es necesario para vislumbrar la acotación arguediana. La cosa es que Arguedas expresa dicha opinión en Europa y en su ver se expresa como un pastor del ser. Toma distancia del hombre transformador moderno, atisba más profundo en el abismo del ser, y advierte el fracaso de la antropotecnia aún no homeotécnica para borrar la huella de lo divino.

Ahora bien, Arguedas ha hecho una observación ajena al poderío de la técnica, no se deja deslumbrar por ella, toma distancia y atalaya a Dios en el horizonte. Su ser pastoral se parece al buen pastor del cristianismo, que cuida vigilante al rebaño. Arguedas no se deja hipnotizar ni adormitar por el polihacedor de la modernidad, reacciona ante él y le señala su fracaso. Él permanece despierto y despierta su intuición espiritual. Hasta aquí está dentro del paradigma filosófico del buen pastor cristiano y hasta andino.

Pero hay otra faceta que se manifiesta con otro tipo de pastor que se dedica a la crianza y a la construcción genética.  Este último sería el del capitalismo cárnico contemporáneo, como bien indica Sloterdijk. Pero Arguedas con su frase permanece fiel a su pastor de la prototécnica y distante al moderno pastor de la homeotécnica, que amenaza la propia dignidad humana con la eliminación de los ejemplares humanos no deseados. Para Kant los hombres no son medios sino fines en sí mismos, y por lo mismo no pueden ser miembros instrumentales en una cadena de crianza. Y es aquí donde sólo puede lucir la profundidad de la frase heideggeriana sobre el pastor del ser si la unimos con el amor cristiano.

Efectivamente, en el aserto de Arguedas se revela un profundo amor sobre su creación. O sea, el problema del ser no es desentrañable al margen del misterio del amor de Dios. Sólo así puede cabalmente comprenderse el fracaso del moderno hombre transformador del mundo que ha procedido sin amor sobre el ser. Pero la ofensa a la naturaleza está unida a la ofensa a la dignidad humana que en su visión evolucionista ha sido relativizada a lo biológico, material y natural. Pues no sólo en lo natural sino también en lo humano, el hombre transformador de la modernidad ha fracasado en su ominoso intento por borrar el “rostro de Dios”.

1 comentario:

  1. Fernanda Iriarte
    Realmente nos invita a reflexionar sobre la relación entre técnica, ética y espiritualidad en la era poshumana. Se cuestiona cómo la tecnociencia, especialmente la ingeniería genética, reconfigura la vida al reducirla a códigos y algoritmos, poniendo en riesgo su dimensión trascendente. La observación de Arguedas sobre el fracaso del hombre moderno para "quitarle el rostro a Dios" resuena aquí, pues la técnica, lejos de borrar lo divino, evidencia la necesidad de recuperar el amor y la dignidad en nuestra relación con el ser.

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