domingo, 14 de diciembre de 2025

EL FRACASO DE LA IZQUIERDA PERUANA

 


EL FRACASO DE LA IZQUIERDA PERUANA

Introducción

El fracaso de la izquierda peruana constituye uno de los episodios más dolorosos y paradigmáticos de la historia política contemporánea del país. En el tránsito de las décadas de 1970 y 1980, cuando la crisis económica, la violencia política y la descomposición del Estado abrían un horizonte de posibilidades para la insurgencia socialista, la izquierda organizada en la Izquierda Unida (IU) no logró consolidarse como alternativa revolucionaria. El libro de Osmar Gonzales, Señales sin respuesta, publicado originalmente en 1989 y reeditado en 2024, se erige como testimonio de ese fracaso, pero también como síntoma de las limitaciones teóricas y políticas de una lectura que permanece atrapada en el horizonte reformista y pequeñoburgués.

Contexto histórico

Para comprender la magnitud de este fracaso es necesario situarlo en el contexto histórico. El Perú de los años ochenta estaba marcado por una crisis estructural: hiperinflación, desempleo, corrupción y un Estado incapaz de garantizar la estabilidad social. En ese escenario, la izquierda aparecía como una fuerza con potencial de disputar la hegemonía política. La Izquierda Unida, fundada en 1980 como coalición de diversos partidos marxistas, socialistas y progresistas, logró en sus primeros años un respaldo significativo en las urnas y se convirtió en la segunda fuerza política del país. Sin embargo, ese ascenso inicial pronto se vio socavado por tensiones internas, rivalidades caudillistas y la incapacidad de articular un proyecto común.

Al mismo tiempo, el país vivía la irrupción de Sendero Luminoso, cuya estrategia insurreccional se basaba en la violencia extrema y en el culto a la personalidad de Abimael Guzmán. Mientras la IU se hundía en el parlamentarismo burgués, Sendero se consumía en un violentismo brutal, aislado de las masas y condenado por su propia lógica sectaria. La izquierda peruana quedó así dividida entre dos polos igualmente inviables: el reformismo electoral y el mesianismo violento.

En este contexto, el libro de Osmar Gonzales adquiere relevancia como testimonio de la frustración vivida por los intelectuales vinculados a la revista El Zorro de Abajo. Gonzales recoge la experiencia de quienes, desde dentro de la IU, observaron cómo un proyecto que parecía posible se desmoronaba en pocos días. Su relato transmite la sensación de derrota, de impotencia y de desencanto que acompañó el derrumbe del Congreso de 1989, cuando las disputas internas hicieron imposible consolidar la unidad.

Sin embargo, la reedición de Señales sin respuesta en 2024, sin modificaciones, revela que Gonzales no ha revisado ni enriquecido su análisis a la luz de la experiencia histórica posterior ni de las lecciones que la teoría marxista-leninista ofrece para comprender la derrota. Su obra se mantiene como un relato crítico y vivencial, pero insuficiente para afrontar el problema desde la perspectiva leninista, que exige una evaluación rigurosa de las condiciones objetivas y subjetivas de la lucha de clases, así como de las desviaciones estratégicas que condujeron a la ruina del proyecto socialista peruano.

El fracaso de la izquierda peruana no fue un hecho aislado ni meramente coyuntural, sino el resultado de una combinación de factores estructurales e ideológicos: la crisis del Estado, la violencia de Sendero, el caudillismo de la IU y la ausencia de un partido de vanguardia. En este sentido, el libro de Gonzales es valioso como memoria, pero limitado como teoría. Su reedición sin cambios confirma que la izquierda peruana aún no ha madurado para alcanzar su fase revolucionaria, y que permanece atrapada en el reformismo pequeñoburgués que Lenin habría denunciado como una desviación fatal.

El enfoque de Osmar Gonzales frente al enfoque leninista 

En Señales sin respuesta, Osmar Gonzales centra su mirada en la experiencia de los llamados “zorros”, un grupo de intelectuales vinculados a la revista El Zorro de Abajo. Su análisis se concentra en el papel de estos pensadores y en la frustración que acompañó el derrumbe de la Izquierda Unida en el Congreso de 1989. La tesis central de Gonzales es que el fracaso de la izquierda peruana se debió a la incapacidad de superar el caudillismo y la fragmentación interna, así como a la imposibilidad de institucionalizar un proyecto colectivo que respondiera a las demandas sociales.

Este enfoque, aunque valioso como testimonio histórico y cultural, se mantiene en el plano de la crítica institucional y vivencial. Gonzales describe la frustración, la rabia y la impotencia de quienes vieron cómo un proyecto que parecía posible se deshacía en pocos días. Sin embargo, su análisis no trasciende hacia una crítica revolucionaria de fondo: no examina la subordinación de la IU al parlamentarismo burgués ni la ausencia de un partido de vanguardia capaz de articular todas las formas de lucha.

Desde el enfoque leninista, el fracaso de la IU se explica de manera distinta. Lenin habría señalado que la izquierda peruana se hundió porque se enquistó en la estrategia parlamentaria burguesa, renunciando a la construcción de un partido único de vanguardia. Mientras Sendero Luminoso se consumía en un violentismo brutal, aislado de las masas y marcado por el narcisismo mesiánico de Abimael Guzmán, la IU se aferraba al juego electoral, atrapada en caudillismos y en la ilusión de que la vía parlamentaria bastaba para transformar la sociedad.

La diferencia entre ambos enfoques se hace más clara si se recurre a ejemplos históricos. Lenin, en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, insistía en que la participación en el parlamento burgués podía ser útil, pero únicamente si estaba subordinada a una estrategia revolucionaria más amplia. El parlamento debía ser un espacio para la propaganda y la agitación, no un fin en sí mismo. En cambio, la IU convirtió la participación parlamentaria en su eje central, perdiendo de vista la necesidad de construir un partido disciplinado y centralizado.

Comparar este fracaso con otros procesos latinoamericanos permite dimensionar mejor sus limitaciones. En Chile, la Unidad Popular encabezada por Salvador Allende también se enfrentó al dilema de la vía parlamentaria. Aunque logró llegar al gobierno en 1970, su incapacidad de articular un poder popular paralelo y de enfrentar la reacción burguesa con una estrategia revolucionaria terminó en el golpe militar de 1973. En Nicaragua, por el contrario, el Frente Sandinista de Liberación Nacional logró articular la lucha armada con la construcción de un proyecto político más amplio, alcanzando el poder en 1979. La diferencia radica en que los sandinistas supieron combinar diversas formas de lucha bajo una dirección centralizada, mientras que la izquierda peruana quedó atrapada en la división entre el violentismo de Sendero y el parlamentarismo de la IU.

El contraste también puede hacerse con Cuba, donde el Movimiento 26 de Julio, bajo la dirección de Fidel Castro, logró articular la lucha armada con un proyecto político que, tras el triunfo de 1959, se transformó en un partido único de vanguardia. En ese caso, las condiciones subjetivas —unidad de dirección, disciplina, claridad ideológica— permitieron que la revolución se consolidara. En el Perú, en cambio, esas condiciones estaban bloqueadas por el narcisismo de Guzmán y las egolatrías de los líderes de la IU.

En suma, mientras Osmar Gonzales interpreta el fracaso de la izquierda peruana como resultado del caudillismo y la falta de institucionalización, el enfoque leninista lo explica como consecuencia de una desviación estratégica: la subordinación al parlamentarismo burgués y la incapacidad de construir un partido de vanguardia capaz de articular todas las formas de lucha. La comparación con otros procesos latinoamericanos confirma que la izquierda peruana no supo superar sus limitaciones subjetivas y que, a diferencia de Cuba o Nicaragua, quedó atrapada en un foso insalvable entre el reformismo electoral y el violentismo sectario.

La reedición de 2024 y sus implicancias

La reedición de Señales sin respuesta en el año 2024, sin modificaciones sustanciales respecto a su versión original de 1989, constituye un hecho revelador y cargado de simbolismo. No se trata únicamente de la recuperación de un texto histórico, sino de la confirmación de que su autor, Osmar Gonzales, permanece anclado en el mismo horizonte interpretativo que lo llevó a escribir la obra en el momento del derrumbe de la Izquierda Unida. Esta persistencia indica que, transcurridas casi cuatro décadas, Gonzales no ha incorporado una perspectiva leninista ni ha revisado críticamente las limitaciones de su análisis.

El hecho de que el libro se reedite sin cambios muestra que su mirada sigue siendo pequeñoburguesa y socialdemócrata, centrada en el caudillismo y en la incapacidad de institucionalización, pero sin enfrentar el problema de fondo: la subordinación de la IU al parlamentarismo burgués y la ausencia de un partido de vanguardia. En este sentido, la obra se mantiene como un testimonio cultural y vivencial, pero no como una guía teórica para la acción revolucionaria. La reedición, lejos de actualizar el diagnóstico, lo cristaliza en una visión que se ha vuelto insuficiente para comprender las dinámicas actuales de la izquierda peruana y mundial.

Además, la reedición se produce en un contexto internacional radicalmente distinto al de los años ochenta. El mundo actual está marcado por la multipolaridad liderada por China, una potencia que, a diferencia de la Unión Soviética, no interviene en los asuntos internos de otros Estados ni apoya procesos revolucionarios violentos. China privilegia la estabilidad política y las relaciones económicas, lo que significa que la izquierda peruana carece de un referente internacional dispuesto a respaldar una estrategia insurreccional.

Este nuevo escenario multipolar tiene consecuencias profundas:

  • Desaparición del referente revolucionario externo: mientras en los años sesenta y setenta la URSS y, en menor medida, Cuba podían servir de apoyo simbólico o material a movimientos insurgentes, hoy China se muestra reacia a cualquier forma de intervención que implique desestabilización.

  • Pragmatismo económico como principio rector: la política exterior china se centra en asegurar mercados, inversiones y recursos estratégicos. La revolución armada, con su carga de violencia e incertidumbre, es vista como un riesgo para la estabilidad necesaria en el comercio internacional.

  • Clausura de la vía insurreccional: sin apoyo externo y con condiciones internas fragmentadas, la izquierda peruana se ve empujada hacia el reformismo y la institucionalidad, atrapada en el mismo horizonte que Osmar Gonzales describe, pero sin capacidad de superarlo.

La reedición de Señales sin respuesta en 2024, sin modificaciones, se convierte así en símbolo de esta clausura: un testimonio que confirma que la izquierda peruana aún no ha madurado —y probablemente no madurará— para alcanzar su fase revolucionaria leninista. El libro, al no incorporar la crítica al parlamentarismo burgués ni la necesidad de un partido de vanguardia, refleja la persistencia de una izquierda que se resigna al reformismo pequeñoburgués, ahora reforzado por un contexto internacional que desalienta cualquier intento de revolución armada.

Las condiciones subjetivas y la inmadurez revolucionaria 

Si bien las condiciones objetivas del Perú en los años ochenta —crisis económica, represión estatal, violencia generalizada, descomposición institucional— podían haber abierto un espacio para la insurgencia socialista, las condiciones subjetivas resultaron decisivas en impedir la maduración de una estrategia leninista. La historia demuestra que no basta con que las contradicciones sociales se agudicen; es indispensable que exista un partido de vanguardia capaz de articular las fuerzas dispersas, disciplinarlas y conducirlas hacia la toma del poder. En el Perú, esa condición subjetiva nunca se materializó.

La figura de Abimael Guzmán se convirtió en un obstáculo insalvable. Su personalidad narcisista y mesiánica transformó al Partido Comunista del Perú–Sendero Luminoso en una organización cerrada, dogmática y sectaria. Guzmán impuso un violentismo absoluto, aislado de las masas, marcado por el culto a su persona y por una concepción apocalíptica de la revolución. En lugar de construir un partido de vanguardia capaz de articular diversas formas de lucha, Sendero se convirtió en una maquinaria de destrucción que confundió la violencia con la emancipación. Desde una perspectiva leninista, esta deriva anulaba cualquier posibilidad de integrar la vía armada en una estrategia más amplia y disciplinada.

Los líderes de la Izquierda Unida (IU) mostraron una incapacidad similar, aunque en otro registro. Sus egolatrías caudillistas impidieron consolidar un frente disciplinado y con dirección única. Cada corriente defendía su propio espacio de poder, lo que fragmentó la organización y la redujo a una coalición electoral sin cohesión estratégica. En términos leninistas, esto significaba la ausencia de centralismo democrático y de un programa revolucionario común. La IU se convirtió en un frente parlamentario atrapado en disputas internas, incapaz de convertirse en vanguardia de las masas.

La combinación de ambos factores —el narcisismo de Guzmán y el caudillismo de los líderes de IU— creó un foso insalvable entre la vía armada y la vía parlamentaria. Las condiciones subjetivas que Lenin consideraba indispensables (unidad de dirección, disciplina, subordinación de las tácticas a una estrategia común) estaban bloqueadas por personalismos extremos. Así, la izquierda peruana quedó dividida entre el violentismo sectario y el reformismo parlamentario, sin posibilidad de articular una estrategia revolucionaria integral.

Comparar esta situación con otros procesos latinoamericanos refuerza la conclusión. En Cuba, el Movimiento 26 de Julio logró superar los personalismos y consolidar una dirección única bajo Fidel Castro, transformando la lucha armada en un proyecto político que desembocó en la construcción de un partido de vanguardia. En Nicaragua, el Frente Sandinista supo articular diversas corrientes bajo una estrategia común, alcanzando el poder en 1979. En el Perú, en cambio, los personalismos extremos bloquearon cualquier posibilidad de maduración revolucionaria.

La inmadurez de la izquierda peruana se manifiesta, entonces, en la incapacidad de superar los personalismos y de construir una organización disciplinada. Mientras Guzmán convertía la violencia en culto mesiánico, los líderes de la IU se enredaban en disputas caudillistas. El resultado fue un fracaso doble: el violento aislamiento de Sendero y el reformismo impotente de la IU.

Conclusión

El fracaso de la izquierda peruana no puede ser entendido como un episodio aislado ni como una mera coyuntura política de los años ochenta. Se trata de un fenómeno estructural que revela la persistente inmadurez de las fuerzas progresistas del país y su incapacidad de articular un proyecto revolucionario bajo los parámetros del marxismo-leninismo. La reedición de Señales sin respuesta en 2024, sin modificaciones, y la derrota del mesianismo de Sendero Luminoso son dos señales que, lejos de abrir un horizonte emancipador, confirman que la izquierda peruana aún no ha alcanzado —y probablemente no alcanzará— la madurez necesaria para convertirse en fuerza transformadora.

La obra de Osmar Gonzales, valiosa como testimonio cultural y vivencial, se mantiene atrapada en el horizonte pequeñoburgués y socialdemócrata. Al centrarse en el caudillismo y la falta de institucionalización, su análisis omite la crítica leninista fundamental: la subordinación de la IU al parlamentarismo burgués y la ausencia de un partido de vanguardia capaz de articular todas las formas de lucha. La reedición sin cambios cristaliza esa visión limitada, convirtiéndola en símbolo de una izquierda que se resigna al reformismo y que no logra superar sus propias contradicciones internas.

Por otro lado, la derrota de Sendero Luminoso muestra el fracaso del violentismo mesiánico. El narcisismo de Abimael Guzmán transformó la organización en una secta dogmática y destructiva, aislada de las masas y marcada por la violencia apocalíptica. En lugar de ser vanguardia, Sendero se convirtió en caricatura sangrienta de la revolución, incapaz de construir hegemonía popular. Así, mientras la IU se hundía en el parlamentarismo, Sendero se consumía en el violentismo, y entre ambos se abrió un foso insalvable.

La combinación de estos límites internos se ve reforzada por el nuevo contexto internacional. El mundo multipolar liderado por China privilegia la estabilidad política y las relaciones económicas, rechazando cualquier apoyo a procesos revolucionarios violentos. A diferencia de la Unión Soviética, que en determinados momentos respaldó insurgencias socialistas, China se muestra reacia a intervenir en los asuntos internos de otros Estados. En este escenario, la izquierda peruana carece de un referente internacional dispuesto a respaldar una estrategia insurreccional.

La conclusión es contundente: la izquierda peruana se encuentra doblemente clausurada. Por un lado, sus condiciones subjetivas —fragmentación, caudillismo, narcisismo— impiden la construcción de un partido de vanguardia. Por otro, sus condiciones internacionales —multipolaridad pragmática, rechazo a la violencia revolucionaria— bloquean cualquier posibilidad de apoyo externo. La revolución socialista en el Perú, bajo los parámetros leninistas, permanece cerrada.

Este fracaso, sin embargo, no debe ser leído únicamente como derrota, sino como advertencia. La historia enseña que sin partido de vanguardia, sin unidad de dirección y sin condiciones subjetivas maduras, la revolución se convierte en ilusión o en caricatura sangrienta. La izquierda peruana, atrapada entre el reformismo impotente y el violentismo sectario, constituye un ejemplo de cómo la falta de maduración política puede condenar a un proyecto emancipador al fracaso.

En suma, el fracaso de la izquierda peruana es la confirmación de que las condiciones subjetivas y objetivas nunca se articularon en un proyecto revolucionario integral. La reedición del libro de Osmar Gonzales y la derrota de Sendero Luminoso son dos señales que, lejos de abrir un horizonte emancipador, confirman que la izquierda peruana aún no ha madurado —y probablemente no madurará— para alcanzar su fase revolucionaria leninista.

Diversos libros han abordado la experiencia de la izquierda peruana y la guerra interna de Sendero Luminoso, desde perspectivas históricas, sociológicas y culturales. Entre ellos destacan Una revolución precaria. Sendero Luminoso y la guerra en el Perú, 1980-1992 de Renzo Aroni Sulca y Ponciano del Pino, que examina la precariedad ideológica y material del proyecto senderista; Jamás tan cerca arremetió lo lejos de Carlos Iván Degregori, que analiza la construcción discursiva y simbólica del liderazgo de Guzmán; y estudios literarios como La novela y la memoria del conflicto armado de Sendero Luminoso en el Perú de Christopher Akos Morriss, que exploran cómo la narrativa peruana contemporánea ha representado el trauma colectivo. 

Estos textos, aunque valiosos por su rigor y por la riqueza de sus testimonios, se mantienen en el plano descriptivo y analítico, sin trascender hacia una crítica revolucionaria de fondo. Ninguno de ellos llega a nuestras conclusiones leninistas: la constatación de que el fracaso de la izquierda peruana se debió a la ausencia de un partido de vanguardia, a la subordinación al parlamentarismo burgués y al bloqueo de las condiciones subjetivas por el narcisismo de Guzmán y el caudillismo de la IU. En este sentido, nuestra lectura se diferencia radicalmente, pues no se limita a narrar la derrota, sino que la interpreta como síntoma de una inmadurez revolucionaria que, en el contexto multipolar actual, permanece clausurada.

Bibliografía

  • Degregori, Carlos Iván. Jamás tan cerca arremetió lo lejos: Sendero Luminoso y la violencia en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2010.

  • González, Osmar. Señales sin respuesta. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 1989.

  • González, Osmar. Señales sin respuesta. 2ª ed. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2024.

  • Morriss, Christopher Akos. La novela y la memoria del conflicto armado de Sendero Luminoso en el Perú. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2019.

  • Ponciano del Pino, y Renzo Aroni Sulca. Una revolución precaria: Sendero Luminoso y la guerra en el Perú, 1980-1992. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2021.

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