viernes, 6 de enero de 2012

EL GENIO Y LA MUJER


EL GENIO Y LA MUJER
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

Cuando se pasa revista a los genios se advierte que de todas las áreas de la actividad humana puede provenir el genio, claro que ello no significa que no exista una jerarquía que atienda a su complejidad y profundidad. No es lo mismo ser un genio de la culinaria que en un laboratorio de física, ni escribir una novela que describir filosóficamente la estructura de la realidad.

No hay dificultad de nuestra parte para subrayar lo que afirma Spranger en su célebre libro Formas de Vida, respecto a que el hombre es una estructura espiritual jerarquizada por un valor que puede ser distinto en cada individuo. Así, considera como tipos básicos ideales: hombre teorético, económico, social, político y religioso. Lo más importante en Spranger es que su clasificación responde a una antítesis de valores, que se ordenan en una configuración permanente que elude el relativismo y hace posible la vida moral. Entonces, no hay dificultad en afirmar que la vida del genio, como la vida humana, es básicamente creación de valores.

¿Pero la mujer tiene genio? ¿Está en condiciones de ser genial? ¿Es capaz acaso de un  tipo distinto de genio respecto al masculino? En toda lista de los genios solemos encontrar a Hipatía, Santa Teresa de Jesús, G. Sand, Mme. De Savigné, Mme. Ackermann, etc. Pero en este punto es fácil reconocer que la opinión ha estado muy dividida. En el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Francesa, la naciente democracia excluyó a la mujer de la vida pública y ciudadana. El argumento de fondo que se debatía era si la mujer tenía una razón o era apenas una musa de la razón.

En la discusión intervinieron Marechal, Mme. Gacon-Dufour, Mme. Clement-Hémery, Condorcet, Fourier, Proudhon, Stendhal, Cabanis, Balzac, Josef de Maistre, Sade, entre otros. Para los racionalistas la mujer tiene una razón sexuada, para los minimalistas la razón no tiene sexo. Los primeros suponen que la mujer sólo tiene razón práctica y no razón teórica. Los segundos afirman que la mujer puede ser un genio. La moderna investigación neufisiológica y psicológica ha demostrado que la razón es sexuada, hormonas diferentes en el hombre y la mujer hacen que la razón responda de diversa forma, lo cual restaura la visión esencialista de la razón. La diferencia de los sexos se refleja en la diferente manifestación de la razón.

Entonces la pregunta es: ¿Puede la razón sexuada en la mujer alcanzar el nivel genial? ¿Por qué son raros los Premios Nobel mujeres? Parece que la verdad está en el justo medio, entre los maximalistas y los minimalistas. Aunque la excepción confirma la regla, se puede admitir que la mujer puede alcanzar el genio teórico en el arte y poesía, en aquellas áreas que exigen una mayor participación emocional, Mme. Curie también sería una excepción. En otras palabras, el genio teórico no es frecuente en la mujer, casi no se da, pero es posible y más bien tenemos casos históricos de discípulas, pero no creadoras (Safo, Hipatía, Cleopatra, etc.).

Incluso la “Karl Marx de los hombres”, me refiero a Esther Vilar y su tan atacado libro El varón domado, podría admitir que la verdadera liberación de la mujer no está en la igualdad de los derechos del hombre, sino en renunciar al dominio sobre el varón. Esta autora supera la trillada opinión de que la mujer es feliz cuando es dominada por el hombre, al contrario, afirma que es ella la dominadora. Es pasiva y receptiva no sólo porque le conviene, sino porque su cuerpo la predispone a ello. En lo que mantiene la opinión tradicional, es en su convencimiento de que la mujer está excluida de la vida trascendental. Esta filípica tan descarnada y desembozada sobre la mujer le valió el odio de las de su propio género. Cierta vez que llegaba de dar conferencias en Europa fue recibida en el aeropuerto de Buenos Aires como una repulsiva traidora por sus compatriotas feministas. Lo que le haría pensar en el viejo adagio: “La mujer no perdona, se le perdona”.

Para Esther Vilar la mujer es un ser animalesco que no se interesa por la vida espiritual, todo lo trivializa y lo reduce a su placer físico, siendo su inteligencia igual al del varón se deja atrofiar porque no lo necesita para la sobrevivencia, le basta contraprestar su vagina para que un hombre trabaje por ellas, son ellas las que eligen vivir como tontas o parasitarias. Su dependencia respecto al hombre es sólo material y nunca espiritual. El hombre a diferencia de la mujer es un ser espiritual, es curioso, piensa, es creador, tiene hondos sentimientos. La mujer sólo se interesa por lo inmediatamente útil para sí misma, en cambio al hombre le concierne la humanidad entera. El universo es masculino pero ha sido pensado para ser útil a la mujer. La mujer es más insensible que le varón, está acostumbrada a ver sangre, representa la comedia de que es sentimental pero en realidad es fría y calculadora, se sirve de su sexo para esclavizar al hombre, el cual se lo da como recompensa, la libido femenina carece de potencia, sólo se interesa por la sexualidad masculina para tener hijos y realizar sus planes, utiliza a los hijos para domar al varón, se divierte en vicios estúpidos, es reacia a todo lo que es cultura, su obsesión por la moda, el espectáculo y la cosmética revela a unos seres cretinos y embrutecidos. Mujeres intelectuales que renuncian a tener hijos y a explotar al varón casi no hay, y hay otra clase de mujeres que son las emancipadas, que por lo general son como las demás, egoístas, se desentienden del marido, hijos y casa y se gasta todo en disfraces.

En suma, si para Esther Vilar la mujer es un ser frío, insensible, sin compasión, egoísta, trivial, embrutecido, obsedido por lo corporal, sometida a las tormentas de su cuerpo, y que sólo busca lo útil y el poder sometiendo y esclavizando al hombre, entonces está negada para el genio. O en todo caso, la mujer es genial esclavizando y explotando al hombre, equivalente a un genio maligno del sexo, que esclaviza al hombre aprovechando que éste tiene una proclividad a la psicopatía sexual. El hombre queda reducido a una máquina de fogosidad carnal y de hacer dinero. Que, por otra parte, ha demostrado cierta genialidad para ello. No por casualidad las personas más ricas del planeta son hombres, entre ellos Bill Gates y el mexicano Slim. Aunque muy bien saben que ningún ajuar funerario podrán llevarse a la otra vida, pues vinieron desnudos al mundo y se irán igualmente desnudos. Simmel expresaba en su Filosofía del dinero, que la esencia del dinero es la indiferencia a todo valor, que permite el abandono de lo cualitativo por lo cuantitativo y es modelo de encadenamiento de los fines a los medios. Es curioso que de todos los valores masculinos, el valor económico sea el preferido por la mujer. Hay cierta proclividad de las féminas hacia el fetichismo de la mercancía, como un peligro permanente de la tragedia de la cultura. 

Se podría argumentar que si la mujer explota al hombre, es porque el hombre edificó una sociedad para ser explotado por ella. En otros términos, la mujer explotadora es también hechura del hombre. Lo cual Esther Vilar también lo suscribe. Y por tanto su falta de genio e inteligencia también es responsabilidad del hombre. ¿Hasta qué punto la mujer puede dejar de ser una domesticadora del hombre con traidores trucos para convertirlo en un esclavo sumiso? ¿Será el control del impulso sexual tanto en el hombre como en la mujer la clave para que haga realidad la liberación de la mujer?

En la discusión sobre la posibilidad del genio en la mujer, también terció en este punto un recio cruzado llamado Otto Weininger, con su libro Sexo y Carácter, y para el cual la mujer no puede ser filósofa porque no ama la verdad, ni la soledad, no tiene voluntad, lógica, ni alma, no pertenece al mundo inteligible, vive poseída por el sexo, no tiene talento, ni memoria, menos genio. La mujer es materia, el hombre es forma. Algo parecido a lo afirmado por la filosofía india Sankya de que lo femenino es Prakrity o cuerpo y lo masculino es Purusa o conocimiento. La solución radical de Weininger, de honda resonancia religiosa y tan repudiada por irreligiosos y feministas, es que la humanidad no podrá redimirse sin abolir el sexo, sin castidad universal, que reafirma la vida divina de la individualidad moral y no corporal.

El movimiento feminista en el trasegar de su lucha se fue dando cuenta que la mujer requería construir su propia simbología que coadyuvara a su efectiva liberación y lograr su propia genialidad. Efectivamente, si la primera generación feminista estuvo marcada por la “parcialidad” de su lucha por la igualdad social, los derechos civiles y democráticos, quedando atrapada en la simbología, cultura y lenguaje masculino, la segunda generación feminista incluso llegó a sugerir la creación de una divinidad femenina, para ayudar a vencer la “incompletud” de su falta de simbolización. Pero no fue, sino, con la tercera generación feminista que aflora el reconocimiento de la riqueza intrínseca de la “mismidad” de la naturaleza femenina, que se siente entusiasmada por ser una criatura con una elevada inteligencia emocional, llena de empatía y sociabilidad, conocimiento de sí misma y sensibilidad. A partir de aquí se atribuye a la mujer genio emocional y artístico.

La lingüista y analista francesa Lucy Irigaray en su libro Yo, tú, nosotras (1992) se dedicó a construir formas femeninas de simbolización y lenguaje basándose en la teoría lacaneana de lo real, defendió luego la opinión de que el mundo simbólico es fundamentalmente masculino y patriarcal, el cual expresa la imaginación de los hombres solamente. De esta forma, el feminismo igualitario –dice- quedó atrapado en la simbología, cultura y lenguaje masculino. Para Irigaray la mujer no puede encontrar su propia identidad en el simbolismo fálico, sino que debe crear su propio simbolismo, lenguaje y cultura, debe subvertir el orden fálico de lo simbólico, que es origen de la opresión de la mujer, responsable de su cosificación, frustración y carencia-exclusión. Incluso llegó a sugerir la creación de una divinidad femenina para ayudar a vencer la falta de simbolización en la mujer. La mujer sería, así, el prototipo de la alteridad excluida, irrepresentable en la simbología fálica. No es que la mujer no sea un animal simbólico, sino, que lo ha sido con el sucedáneo del simbolismo patriarcal. Fue simplemente la musa de la razón masculina.

Otra importante filósofa francesa es Michele Le Doeuff con su libro El estudio y la Rueca (1993), ella ha subrayado que la razón y la racionalidad han sido esencialmente masculinas y se opone al sexismo filosófico en nombre de la filosofía misma, reconoce que, por lo general, las mujeres han preferido el papel de discípulas o partidarias de grandes filósofos sin atreverse a elaborar teorías propias. Está convencida que la filosofía es liberadora, reverencia a los filósofos del siglo XVIII a los que pone de modelo del pensamiento autónomo, al que las mujeres deben aspirar, no debiendo renunciar a la filosofía para demostrar que la mujer también puede ser filósofa. Es decir, que la razón no tiene sexo y la mujer puede ser genial.

También la politóloga inglesa Carole Pateman, en su libro The sexual contract (1988), ha insistido en que es necesario transformar la teoría democrático-liberal porque la esfera pública es varonil, racional, libre, justa y universal, de este modo la incorporación de la mujer a la esfera pública es problemática, debiendo conducirse como hombres competitivos o bajo el paternalismo de la lógica fálica.  Pero Pateman cree que las mujeres son capaces de trascender su naturaleza y garantizar la incorporación de la individualidad femenina a la vida política. En esto hay cierta contradicción. Cómo incorporar su feminidad a la vida política si el camino es trascender su propia naturaleza femenina. Esta paradoja sería superada por la lógica del cuidado Carol Gilligan.

Por nuestra parte, nos preguntamos si la insistente búsqueda de racionalidad en la mujer no desnaturaliza lo propiamente femenino, si en vez de ayudar más bien trunca su desarrollo autónomo y libre de una naturaleza dotada de una más delicada sensibilidad y emotividad. Al parecer, la mujer muy lejos de haberse liberado ha desembocado hacia una mayor esclavitud, tratando de conquistar la igualdad con el hombre se imaginó que podía hacer lo mismo que él pero en versión femenina. El resultado ha sido su despersonalización. Las limitaciones del segundo feminismo demostraron que el negocio para la mujer no estaba ni en una educación que trascienda su naturaleza, ni en el intento denodado de ser y pensar como el hombre. La cultura mercantilizada está al servicio de la atrofia psíquica de la mujer y del hombre, en caso de la mujer la reduce a “mujer objeto”, se convierte en el opio de las minorías que encubren un orden irracional. Sólo cuando se suprima la cultura mercantilizada surgirá el brillo de otra cultura que libere la totalidad de las relaciones humanas del anetismo imperante.

Es valioso mencionar a Hannah Arendt, que al estudiar el totalitarismo insistió en el fenómeno de la carencia de amor como el factor que predispone potencialmente al fascismo, pues el autoritario es superficial y frío, desprecia al débil, a la madre, a la mujer y a los valores femeninos. De ahí la relación entre homosexualismo y decadencia de la familia. La virilización de la mujer ha favorecido la feminización del hombre. La cultura afeminada es producto de la pérdida de los valores de la propia mujer que se siente mejor siendo ruda, tosca y soez. Una infancia sin carga afectiva materna no sólo es potencialmente fascista sino libertina, cuando no pervertida y disipada. En verdad, la familia clásica al operar como ideología constituye una barrera contra la barbarie humana, la psicopatía social y el homosexualismo potencial. Menoscabar el papel de la mujer en la formación de los hijos crea sociedades con un Ego débil y su Super-ego autoritario, tanto individual como socialmente.

Los feminismos de primera y segunda generación estaban guiados, así, por el paradigma de la razón universalista de la modernidad, pero la crisis de la razón universalista ha favorecido no sólo la revalorización de lo emocional e intuitivo, sino la posibilidad de abordar la realidad femenina desde el terreno nuevo de los sentimientos, aspecto tan descuidado y menospreciado por la tradición intelectualista y la metodología de la ciencia empírica. Prácticamente el papel de la mujer ha cobrado una mayor importancia con la revalorización de lo emocional, desde los aportes de la nueva educación hecha por la pedagogía experimental de la escuela activa, pasando por la psicología genética –que resalta el importante papel de los sentimientos en el rol educativo de la mujer- hasta los avances de la etología –que destaca la naturaleza emocional de los mamíferos superiores-, para terminar con el énfasis dado a las inteligencias múltiples de Gardner y la inteligencia emocional de Goleman.

Especialmente Goleman, en su libro La inteligencia emocional, ha revelado que la civilización occidental restringió lo emocional a lo femenino, tenida como criatura inferior y débil, puso el énfasis en el cerebro racional o lo intelectivo, descuidando el cerebro emocional y generando sociedades alfabetas literalmente pero analfabetas emocionalmente. Ser mujer no supone ser persona altamente racional, lo cual ha significado que la mujer quede atrapada en el estereotipo masculinista que las ha vuelto irreconocibles, sino que se sienta entusiasmada por ser una criatura con una elevada inteligencia emocional, llenas de empatía y sociabilidad, conocimiento de sí mismas y sensibilidad. Sólo así la identidad femenina no tendrá que masculinizarse y podrá ir hacia su mismidad sin rancios clichés deformantes.

Este giro ya se puede advertir en la filósofa posmoderna Carol Gilligan en su libro La moral y la teoría (1985), quien complementa la “ética de la justicia” masculina con la “ética del cuidado” femenina, que se basa en una desigualdad emocional de la mujer que la hace más cuidadosa, dulce y buena que el hombre. Lo singular es que esto acontezca justo cuando en la sociedad globalizada triunfa el paradigma de la “mujer-objeto” sobre el de la “mujer-humanizada”. La Humanidad tiene en el acervo de la mismidad femenina un gran activo, no sólo para ayudar al desarrollo personal, sino para que la mujer reconozca lo peculiar del genio femenino. El enfoque posmoderno de Carol Gilligan, respecto a la mismidad femenina, nace de la necesidad de romper con la lógica instrumental de la modernidad –objetivismo, productividad, eficacia y economicismo-, responsable del proceso de desintegración del matrimonio, el hogar y la familia.

En suma, y para concluir con este delicado acápite sobre la relación entre el genio y la mujer, creo que la discusión no se ubica en la determinación de si la razón es sexuada o no, sino más bien en el reconocimiento de las diferencias y peculiaridades del genio según el género. A esto ha ayudado mucho el feminismo de la “mismidad” señalando el rico acervo peculiar de la mujer, intransferible y único.

La mujer creyó ser libre comparándose con el hombre, luego se percató que se movía en la lógica del hombre y trató de superarlo con una simbología propia. Pero el problema la desbordó. En momentos en que la propia civilización occidental y cristiana parece estar en su fase terminal, con la instauración de una era administrada, que liquida el matrimonio, la familia, el sentido de la vida, la prohibición sexual y las relaciones humanas no utilitarias, la mujer se percata de la enorme importancia de su rol formativo como compañera, madre y esposa, portadora de una lógica no utilitaria, y al que no debe renunciar. Su papel genial está ahí.

De modo que, al parecer, según el género hay dos tipos de genio: el genio creador masculino, que se realiza en sí mismo, y el genio criador femenino, que se realiza en el Otro a través de uno. Aunque el caso de la poetisa mapocha Gabriela Mistral y de la novelista chilena Isabel Allende nos aconsejaría prudentemente mantener abierta la posibilidad del genio creador en la mujer. De cualquier forma no le faltaba razón al poeta y patriota cubano José Martí cuando afirmaba: “La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombres y mujeres que en ella se produce”.

Y sin embargo, existe un rol central en la mujer y es el de madre. ¿Hay madres geniales? La pregunta tiene una apariencia baladí, pero es de lo más decisiva. Razón no le faltaba a Balzac cuando afirmaba: “Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada, ni verdadera que la de vuestra madre”. Sólo una madre sabe lo que es el amor infinito y ser feliz. Es el amor de madre el que, quizá, retrata mejor la capacidad humana para el amor desinteresado, tan encomiosamente explicitado en el Libro de Job. Madres, decía León Tolstoi, sois vosotras las que tenéis en vuestras manos la salvación del mundo.

El genio natural de la mujer para ser buena madre tiene, no obstante, sus excepciones. Madres egoístas e insensibles formarán seres glaciales y utilitarios. Madres castradoras, verdugos de sus propios hijos, ajenas al destino de su prole, son la cuna que mece la desgracia del mundo. No es casual que los psicópatas hayan tenido madres golpeadoras, humilladoras o inmorales. En consecuencia, la verdadera misión de la madre no es servir de apoyo, sino hacer que ese apoyo sea innecesario. He ahí el genio materno en su más verdadera y grande realización. Por eso, la enorme preocupación que existe en la actualidad por la ausencia de la madre en el hogar, donde los hijos quedan abandonados a su suerte, creciendo a expensar de migajas de cariño y refugiándose en los abuelos, amigos, pandillas o en las drogas. Con la telemática la madre debe trabajar desde el hogar, donde su presencia es vital.

Si hay genio en la maternidad, ¿lo habrá en la belleza de la mujer? Alejandro Casona decía: “La belleza es la otra forma de la verdad”. Una mujer es bella no sólo por su cuerpo, dado por la naturaleza, sino también por su espíritu, obtenido por la educación. La desproporción entre ambos aspectos la afea. Entonces, ¿en qué consiste la belleza de la mujer? Se ha reparado que mientras el desnudo masculino inspira heroísmo, el desnudo femenino incita el erotismo. No en vano las esculturas griegas son un homenaje a la belleza de la forma humana.

En realidad, la belleza masculina consiste en la dignidad y la valentía y la belleza femenina en la honradez y el pudor. En este tenor parecería que estamos repitiendo a Plotino cuando pensaba que el mundo sensible es engañoso, el cosmos noético no, pues ser y belleza son de la misma naturaleza. Parece que estuviésemos diciendo que una mujer con sofrosine, es decir, con moderación, es más bella que una de simple cuerpo bello. Pablo Picasso solía exclamar: “No me importa la belleza”. Y es que para el genial pintor español el arte cubista no está sujeto a la simetría física o moral, no es una mímesis o copia de lo exterior, sino que es una iluminación del ser. Pero también podríamos decir que en la mujer se advierte una belleza dionisíaca, externa, nocturna, sensual y perturbadora, y otra belleza apolínea, interna, diurna, austera y equilibrada. La mujer nocturna no es la misma que la mujer diurna. Una amiga decía que las mujeres poco agraciadas adoptan la belleza moral y las muy agraciadas la belleza sensual. Por supuesto que, como generalización, esto no pasa de ser un mito o un prejuicio más.

En todo caso en la belleza femenina está el genio de la naturaleza y no el genio humano. Incluso la cosmética y la moda es un atisbo remoto de lo que el genio humano pretende hacer con el genio de la naturaleza en lo concerniente a la belleza. Más allá del relativismo moderno, lo bello es cumplimiento ontológico del ser, ser que también se completa con la educación. Pero lo que nos preguntamos en el comienzo era la presencia del genio humano en la mujer y es obvio que su manifestación en ella es patente y afortunada.

Lima, Salamanca 27 de marzo del 2011

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