LO CÍVICO
COMO ESFERA VALORATIVA PROPIA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
El presente prólogo que
escribo al libro ¡HIMNOS EN LA ACTUALIDAD! ¿PARA QUÉ? del himnólogo peruano Julio
César Rivera Dávalos, no apareció en dicha obra porque Rivera procedió a efectuar cambios y recortes arbitrarios de contenido con los cuales no estuve de acuerdo. Por eso preferí retirar mi Prólogo, que en realidad no era tal sino que constituía un Estudio Crítico.
Así mismo, una vez que dicho libro fue publicado y lo tuve en mis manos, advertí que muchas menciones a mi pensamiento se habían sistemáticamente suprimido. Incluso se eliminó mi nombre del Indice Onomástico y se recortaron las menciones de mis obras en la Bibliografía. El más notorio recorte incumbe a mi Crítica de la razón mística, donde me explayo sobre la tipologías de los sentidos significativos y que en la obra de Rivera se consigna sin mencionarme en la página 112. O la mención de mi libro La globalización del hiperimperialismo en la página 340 siendo excluido de la bibliografía.
Lo más risible de todos estos recortes y supresiones injustos es que soy mencionado en las páginas 6, 24, 203, 340 y 356 pero no soy consignado en el mentado Indice de nombres. Es inevitable pensar que no se trata de una omisión involuntaria sino, todo lo contrario, se trata de una torpe eliminación dirigida que busca ocultar mi aporte como colaborador en dicha obra.
En suma, los actos inamistosos, personalistas, e ingratos, fueron:
1. Recortó drásticamente mi Estudio crítico y pretendió presentarlo como Prólogo. Ante lo cual retiré mi escrito.
2. Eliminó la mención de mi nombre del Indice Onomástico a pesar de estar mentado en varias páginas del texto.
3. Redujo a la mínima expresión la mención de mis obras empleadas en su Bibliografía
3. Omitió citar mi obra Crítica de la razón mística en el lugar correspondiente.
Naturalmente que este infeliz episodio de alevosa deslealtad y vil desagradecimiento dañó seriamente la confianza y la propia amistad. "Vivir sin amigos no es vivir" escribió Cicerón. Pero vivir con falsos amigos es peor que vivir con enemigos.
Pero quizá lo más serio es que ahora considero a nivel teórico con más desapasionamiento y serenidad que no parece haber mucho fundamento en esperanzarse en una revolución mental y moral a través de la renovación de las letras del himno patrio. Es como suponer que el cambio de color de una bandera va a producir mejores ciudadanos. El verdadero impacto de las letras de un himno sobre la mentalidad nacional es posible que sea real, pero no es significativa. En todo caso, su fuerza moral y renovadora es bastante modesta y poco importante. Esto no disminuye en nada el valor del descubrimiento del carácter valorativo de lo cívico y de los símbolos patrios.
Eso sí, trabajar este tema de lo cívico y de los símbolos nacionales asesorando a Rivera me dio muchas satisfacciones teoréticas. Quizá una de las más interesantes es hacer arrancado al símbolo patrio de la égida de lo consuetudinario. Y haberle encontrado un estatus propio. Mi colaboración data desde su segundo libro -El poder de un símbolo patrio-, pero mientras allí la investigación simbólica desentrañaba la esfera timética en cambio aquí se desentraña su esfera ético-cívica.
Contra lo que muchos ágrafos puedan pensar, elaborar un libro al alimón no es un demérito. Por el contrario, es un enorme mérito de poder sincronizar dos mentes en un mismo objetivo y tema. Y es así porque exige desprendimiento, generosidad e idealismo. Cosa muy poco común en nuestros lares nacionales, tan obsedidos por el personalismo y el protagonismo. Y en esto último incurrió Rivera.
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Esta es una obra que constituye una crucial fundamentación de la himnología, como disciplina filosófica, con un enfoque de carácter científico y fenomenológico, ampliando notablemente el dominio de las ideas a priori en la fenomenología del sentimiento, y demostrando conexiones esenciales, antes ocultas, en la esfera cívica.
Así mismo, una vez que dicho libro fue publicado y lo tuve en mis manos, advertí que muchas menciones a mi pensamiento se habían sistemáticamente suprimido. Incluso se eliminó mi nombre del Indice Onomástico y se recortaron las menciones de mis obras en la Bibliografía. El más notorio recorte incumbe a mi Crítica de la razón mística, donde me explayo sobre la tipologías de los sentidos significativos y que en la obra de Rivera se consigna sin mencionarme en la página 112. O la mención de mi libro La globalización del hiperimperialismo en la página 340 siendo excluido de la bibliografía.
Lo más risible de todos estos recortes y supresiones injustos es que soy mencionado en las páginas 6, 24, 203, 340 y 356 pero no soy consignado en el mentado Indice de nombres. Es inevitable pensar que no se trata de una omisión involuntaria sino, todo lo contrario, se trata de una torpe eliminación dirigida que busca ocultar mi aporte como colaborador en dicha obra.
En suma, los actos inamistosos, personalistas, e ingratos, fueron:
1. Recortó drásticamente mi Estudio crítico y pretendió presentarlo como Prólogo. Ante lo cual retiré mi escrito.
2. Eliminó la mención de mi nombre del Indice Onomástico a pesar de estar mentado en varias páginas del texto.
3. Redujo a la mínima expresión la mención de mis obras empleadas en su Bibliografía
3. Omitió citar mi obra Crítica de la razón mística en el lugar correspondiente.
Naturalmente que este infeliz episodio de alevosa deslealtad y vil desagradecimiento dañó seriamente la confianza y la propia amistad. "Vivir sin amigos no es vivir" escribió Cicerón. Pero vivir con falsos amigos es peor que vivir con enemigos.
Pero quizá lo más serio es que ahora considero a nivel teórico con más desapasionamiento y serenidad que no parece haber mucho fundamento en esperanzarse en una revolución mental y moral a través de la renovación de las letras del himno patrio. Es como suponer que el cambio de color de una bandera va a producir mejores ciudadanos. El verdadero impacto de las letras de un himno sobre la mentalidad nacional es posible que sea real, pero no es significativa. En todo caso, su fuerza moral y renovadora es bastante modesta y poco importante. Esto no disminuye en nada el valor del descubrimiento del carácter valorativo de lo cívico y de los símbolos patrios.
Eso sí, trabajar este tema de lo cívico y de los símbolos nacionales asesorando a Rivera me dio muchas satisfacciones teoréticas. Quizá una de las más interesantes es hacer arrancado al símbolo patrio de la égida de lo consuetudinario. Y haberle encontrado un estatus propio. Mi colaboración data desde su segundo libro -El poder de un símbolo patrio-, pero mientras allí la investigación simbólica desentrañaba la esfera timética en cambio aquí se desentraña su esfera ético-cívica.
Contra lo que muchos ágrafos puedan pensar, elaborar un libro al alimón no es un demérito. Por el contrario, es un enorme mérito de poder sincronizar dos mentes en un mismo objetivo y tema. Y es así porque exige desprendimiento, generosidad e idealismo. Cosa muy poco común en nuestros lares nacionales, tan obsedidos por el personalismo y el protagonismo. Y en esto último incurrió Rivera.
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Esta es una obra que constituye una crucial fundamentación de la himnología, como disciplina filosófica, con un enfoque de carácter científico y fenomenológico, ampliando notablemente el dominio de las ideas a priori en la fenomenología del sentimiento, y demostrando conexiones esenciales, antes ocultas, en la esfera cívica.
Esta obra tiene una
posición central en el contexto de los trabajos que hasta ahora ha publicado el
autor, por cuanto contiene no sólo la fundamentación filosófica de lo hímnico,
sino que incluye una teoría complementaria acerca de las relaciones estrechas entre
religión, lo trascendente, lo cívico y lo moral. Esto contribuye a un
ahondamiento del concepto y fundamentación del principio
de solidaridad, ya descubierta en su obra anterior, como
basamento de la nueva teoría de las formas esenciales de los grupos
humanos y de la filosofía social. Es por ello que el autor propone con
exactitud y agudeza la teoría de la experiencia de las esencias en lo
cívico.
El espíritu que anima la
presente filosofía hímnica, tiene carácter objetivo y ético, donde
resulta necesario establecer el
axioma que en el símbolo hímnico los valores consuetudinarios deben estar
subordinados a los valores éticos cívicos, y no a la inversa,
por ello el autor confirma que la emocionalidad cívico ético está
estrechamente ligada al imperio moral y
al objetivismo axiológico,
Para el autor lo
cívico y moralmente valioso no es solamente la persona aislada, sino sobre todo
la persona vinculada a lo trascendente,
a lo espiritual y al prójimo, que se siente unida
solidariamente con la humanidad. Esto es, que lejos de promover un estrecho y
miope nacionalismo, por el contrario restituye el reino axiológico de las
personas a través del principio de solidaridad. Es decir, esta obra y la
teoría acerca de la emocionalidad cívico ética tienden a promover y fortalecer la moral individual y colectiva.
Es más, dado que la teoría del autor se sitúa en el centro
vivo de la capacidad activa de la persona individual, desarrolla la
reivindicación del derecho de modificar la tradición y de rechazar con energía
cualquier dirección del ethos que haga depender el valor esencial
de la persona originaria, de su relación con un mundo de bienes, costumbres
y de una comunidad que existe
independiente de ella. El sentido
y valor final de esta obra se mide, en último término, exclusivamente por
el puro ser (no por los valores del rendimiento ni la utilidad) y por la bondad
más perfecta que sea posible desplegar en la más pura belleza y armonía íntima
de las personas.
Precisamente por estar
centrado en el puro ser, el autor va mucho más allá de la ética de bienes
y fines de Aristóteles, de la ética de las virtudes del
estoicismo, de la ética del deber ser de Kant, de la ética de
situación del capitalismo, sin ir a parar en un objetivismo y
ontologismo que fosiliza el espíritu vivo en un objetivismo esencial estático
de los valores. En este sentido, la postura axiológica de Julio Rivera no tiene
reparos en asumir que los valores se plasman y son vigentes en cuanto son
realizados a través de los sentimientos. Este es el sentido de su
estricto personalismo. Personalismo que colisiona con la perspectiva
nominalista de la filosofía moderna, la cual desterrando todo valor en lo trascendente
reduce el universo humano a un puro relativismo y pragmatismo inconsistente.
Se puede sostener, sin
dubitaciones, que esta obra maestra del autor se encuentra inspirada en la ética personalista de los valores del filósofo alemán Max Scheler. La tesis
ético-cívica, como esencia del símbolo hímnico, concebida por Rivera Dávalos tiene
la virtud de presentar: 1. Una crítica a la
tradición consuetudinaria, y 2. asienta
la existencia de la emocionalidad cívico ética como un acto del
espíritu vivo de la personalidad humana, para captar valores específicos del
reino de lo cívico.
Aplicando la
fenomenología, la metafísica, la dialéctica, la
axiología, la semiótica y la hermenéutica al símbolo hímnico, descubre el
reino ontológico de lo cívico, a través de la emoción de
valores específicos que son objeto de una intuición inmediata.
Esta vinculación entre lo
axiológico y lo ontológico lleva al autor a asentar lo legal
en la ética del deber ser, y a su vez fundar la ética del deber ser en la
teoría de las virtudes, la que a su vez se basa en la teoría de los
valores, y éstos se asientan en la teoría de la persona humana. Y finalmente esta
teoría se fundamenta en la intuición primaria del ser. Esto significa
que lo axiológico está basado en una metafísica de la persona, la
cual a su vez se fundamenta en la
metafísica del ser.
En realidad, el autor llega
a estas conclusiones efectuando un análisis fenomenológico del símbolo patrio.
En este análisis se revela un a priori o un ser ideal que no es una
posición del sujeto. Se trata de una intuición de una singular esencia
cívica unida a un análisis filosófico. Las esencias son dadas antes de la
experiencia y por eso son a priori. El contenido de las esencias es
independiente de la observación y de la experiencia. Por eso en la experiencia
fenomenológica se dan los hechos mismos y de modo inmediato, y no necesariamente
por medio de símbolos, signos o fórmulas. Esto quiere decir que el
análisis del símbolo patrio nos retrotrae a una intuición esencial en el
que se distingue la categoría como concepto y como contenido de
intuición categorial.
Ello significa que la
experiencia fenomenológica es distinta a la experiencia de la cosmovisión
natural y de la experiencia de la ciencia. Esto es, la experiencia
fenomenológica hímnica trasciende la expresión simbólica y va al
hecho mismo de la intuición esencial del valor, contenido en la emocionalidad
ético-cívica. Por eso podemos decir que la experiencia fenomenológica, en
la que se basa este libro, es asimbólica, intuición y deducción
filosófica, porque en ella no cabe la separación de lo “mentado” y
lo “dado”.
Esto quiere decir que
recién en la correspondencia entre lo pensado y lo dado aparece el fenómeno
hímnico y simbólico; por cuanto la
experiencia fenomenológica no tiene nada que ver con el prejuicio
psicologista de la percepción “intima”, cuanto más si el criterio
consuetudinario que se servía como basamento tradicional de la hermenéutica
hímnica era de carácter psicologista. Es decir, la experiencia
fenomenológica es capaz de cumplir con el análisis de las
esencias de todos los símbolos posibles,
porque ella es principalmente asimbólica en la intuición simbólica, en la
correspondencia con la esencia dada.
Cuando el análisis
fenomenológico señala que la nueva clave de la simbología hímnica
es la emocionalidad cívico-ética, se está aludiendo a intuiciones
de esencias y no necesariamente a productos de la razón. Y esto es así porque
el gran aporte de la experiencia fenomenológica es haber demostrado que lo dado
sobrepasa a lo pensado. La emocionalidad ético-cívica es un a priori
porque se funda en esencias. Es una conexión “dada” y no producida o fabricada
por la razón, de manera que es “intuida” y no “hecha” por la conciencia
intencional del sujeto cognoscente. Se trata de primitivas conexiones de
cosas, pero no de leyes, ni de objetos por la sola razón.
Toda conducta cívica se
cimienta en la intuición cívica, todo civismo debe también desembocar en los
hechos de que dispone todo conocimiento cívico y a sus relaciones a priori.
Pues, no es civismo el conocimiento y la intuición misma cívica. Cívico es más bien, en primer lugar la
formulación según las leyes del juicio de aquello que es dado en la
esfera del conocimiento cívico. Y, es civismo
filosófico aquello que se limita al contenido a priori de lo que está dado
con evidencia en el conocimiento cívico.
El querer cívico no debe emprender su camino a través del civismo -mediante
el cual ningún hombre se hace cívico-, sino a través del
conocimiento y de la intuición cívica. Lo dado cívico es un a priori
material válido para una región especial de objetos. No está demás
indicar que la noción a priori que se maneja en este libro no es
formal ni racional como en Kant, sino de índole fenomenológico.
De suyo se comprende la
complejidad ínsita en la nueva clave del símbolo hímnico. Así, el
valor cívico tiene una triple vinculación con las autónomas esferas
ontológicas, a saber: con el valor estético de los símbolos nacionales, con el
valor moral que entrañan los mismos, y finalmente con el valor religioso del
sentimiento de lo sagrado o reverencia patriótica.
Por ello, en su dimensión estética su valor ideal
está depositado en objetos y cosas inmanentes. Por su dimensión ética su
valor normativo está depositado en
personas. Y por su dimensión
religiosa se vincula a una entidad supra-personal, como es la Patria. Por
ello, el reino del valor cívico involucra también y, además, al sentimiento
nacional, la consciencia de identidad
nacional, al carácter nacional y a la mentalidad nacional, como
valores cívicos propios.
De modo que el valor cívico
no representa la simple sumatoria del valor cívico, moral y religioso,
sino que es una esfera valorativa propia. El objeto cívico por
excelencia es la idea y sentimiento de patria, y el valor cívico por su
forma es una actualización de su dimensión estética, y por su contenido una
actualización de su dimensión ético religiosa. El acto cívico, de este modo,
tiene por su contenido una conexión ético religiosa y por su
forma una conexión estética.
En este sentido, no debe
afirmarse que el ser superior del valor cívico se percibe
sentimentalmente o que el valor superior es “preferido” o “postergado”,
toda vez que, la esencia del ser superior del valor cívico, como de todo
valor, es dado forzosa y esencialmente en el preferir. El acto de preferir no se equipara
al acto de elegir en general y, por tanto, a un acto de tendencia.
El acto de preferir se
realiza sin ningún tender, elegir ni querer. Así decimos: prefiero la orquídea
a la madreselva, etc., sin pensar en una elección. El preferir
cívico, como todo preferir valorativo es de carácter apriórico y tiene lugar
entre los valores mismos con independencia de los bienes. Un preferir de esta
naturaleza comprende complejos enteros de bienes. Todo lo cual supone una
superioridad ínsita en la esencia de los valores respectivos.
Un valor simbólico
auténtico, como el himno patrio, implica que se haya concentrado en él
simbólicamente lo sagrado, lo bueno y lo bello; pero también posee, justamente
por ello, un valor fenoménico propio, en nada relacionado únicamente con su
valor como música y poesía. En este sentido, el valor simbólico de un himno
patrio es que comparte un valor
sacramental que hace alusión a su función específicamente simbólica de algo
venerable.
El símbolo hímnico viene a
ser parte de un complejo sensorial existente por sí, es decir de una Tradición.
Esto es, que se trata de un símbolo que ya pertenece a la esfera del medio
social, pero este medio que es la tradición tiene a la vez elementos fijos y
móviles, reconocibles e identificables
por un auténtico tradicionismo e
invisibles para el petrificado tradicionalismo.
De ahí que el autor mediante la propuesta de una nueva letra perciba la
necesidad de cambiar el curso del proceso sensorial del símbolo hímnico que
está inserto en la tradición. Se comprende entonces, que el símbolo hímnico sea
parte de un vivir, hechos que dan a lo cívico su unidad interna y un carácter dinámico.
El valor del símbolo
hímnico no es un ideal (interpretación idealista y racionalista) ni de una
interpretación (nominalismo) ni una
experiencia íntima (psicologismo), sino que es un hecho que pertenece al reino ontológico del ser, que es captado
por la intuición emocional del valor. Es decir, todo comportamiento primario
respecto al mundo no sólo es representativa, sino también una aprehensión emocional de valores. Lo cívico
no es moral ni deber únicamente, sino también intuición emocional del valor de
lo cívico. Por eso, lo cívico no implica una subordinación a lo ético, sino una
intersección de conductas habituales de
estilos de vida.
El autor pone énfasis en el valor de lo cívico, llevándonos hacia
el principio de solidaridad; aun cuando en el
mundo moderno de hoy se aplica el
principio del individualismo desvirtuando el principio de solidaridad. Esto se
debe a que, en primer lugar, el principio de solidaridad es enlazado con una "solidaridad de intereses" cuando,
por el contrario, debe basarse en la "solidaridad moral".
En segundo lugar, dicho
principio de solidaridad es desmejorado
y socavado desde el momento en que se enaltece la alteración de los valores que
pone el valor del "trabajo", la praxis, el esfuerzo personal, sobre
la dimensión espiritual, la superioridad histórica y biológica. En otras palabras,
en el ascenso y descenso de los valores morales del principio de solidaridad
que es base de lo cívico, ha sido fuertemente invertido en el mundo burgués
moderno por la insensata teoría que atribuye máximo valor a todo lo que
proviene del trabajo. Y esto es otra de las manifestaciones más palmarias
de la crisis de la conciencia occidental, que al desterrar lo trascendente
acabó por invertir el orden del valor.
Por todo ello, este libro
marca un antes y un después dentro de las investigaciones de la simbología
hímnica. Y las reflexiones no podrán seguir siendo como hasta hoy lo fueron, porque
el mayor logro de Julio Rivera es haber demostrado que la esencia de todo himno
patrio es el carácter ético-cívico de un símbolo patrio.
En otras palabras, un himno
es un símbolo complejo, que involucra lo estético y lo consuetudinario, pero lo
que lo hace especial es su vinculación intrínseca con la esfera
ético-valorativa, y, en este sentido, con lo trascendente.
De manera que, no se trata
de un símbolo estético más, sino de un símbolo que combina lo estético y lo
discursivo, para captar su contenido esencial en la intuición emocional de los
valores cívicos. Esta sola demostración es de alta estima, porque hasta el
presente se creía que la vigencia de los himnos nacionales estaban
supeditados a la esfera de lo estético y de lo consuetudinario, pero Rivera
Dávalos tras un sutil análisis fenomenológico revela que no es así, y que por
el contrario, lo que prima en este símbolo patrio es su simbología
ético-cívica. De manera que a través de un
himno patrio se capta
simbólicamente todo un universo valorativo que representa lo histórico y
trans-histórico de una nación.
Este aporte es sumamente
significativo, porque a partir de ahora ya no serán suficientes los análisis
meramente historiológicos, historicistas, legalistas, sociológicos,
psicológicos y positivos sobre un himno patrio. Más bien es la reflexión
filosófica valorativa, más que la estética y la lingüística, la que se muestra
valedera para desentrañar su verdadero contenido.
Julio Rivera llega a este
nuevo hito del planteamiento hímnico, después de un paciente estudio y análisis que ha logrado
desentrañar las limitaciones de los
variados enfoques del conservadurismo.
Hace diez años que apareció su primera investigación del tema, El mito de un símbolo patrio (2004), y
por entonces, primó el enfoque mítico. La principal conclusión, todavía válida,
es que, sin involucrar el contenido verdadero encerrado en todo mito, se pueden
generar pseudo-mitos que manipulan consciente o inconscientemente la conciencia
colectiva de una comunidad.
Cuatro años después pasa a
la etapa timética, El poder de un
símbolo patrio (2008), donde analiza el dominio sobre la mentalidad
nacional del contenido significado y
sentido de las letras de un himno patrio. Esta etapa es sumamente importante al
destacar la preeminencia del factor subjetivo para una transformación de las condiciones objetivas.
Es decir, todo auténtico
cambio viene de dentro hacia afuera y no de fuera hacia dentro. Esto indica ya
una dirección ética que iluminaría en esta su tercera obra. Pero será en la
presente obra, ¡Himnos en la actualidad!
¿Para qué? (2015), donde efectivamente llega a descubrir
la nueva clave, a saber, que el símbolo hímnico no puede ser entendido
cabalmente a partir de su contenido estético y consuetudinario, porque la
esfera ontológica con la que está relacionada va más allá del mero gusto y
costumbre personal, y hunde sus raíces en valores constitutivos de la civilidad
y eticidad. Esta conclusión pertenece a su presente etapa epistémica.
De ahí que otro
descubrimiento fundamental de Julio Rivera sea el ubicar y reconocer al valor
de lo cívico dentro de la Tabla Jerárquica del Valor de Max Scheler y sin lo cual el símbolo
patrio carece de verdadero fundamento autónomo. Lo cívico estaría por encima de los valores vitales, útiles,
económicos y, es hermano de los valores éticos, estéticos y religiosos. O sea, es parte de los valores
superiores, pero además sirve de conexión entre todos ellos porque su contenido
sintetiza ideas, valores, belleza y veneración.
Este es un aporte
sobresaliente que jamás fue anteriormente resaltado. Y al hacerlo eleva la
filosofía del valor a una dimensión comunitaria con una dimensión
universal, donde el hombre se forja en su captación y realización constante
de los valores, en el seno de una comunidad nacional.
Vale subrayar lo cívico
porque implica no sólo el reconocimiento de los valores de la
trascendencia y de los valores morales, sino también por la necesidad de una ejecución habitual. Es
decir, la forja indeleble de las virtudes de una sociedad. No hay duda que la
teoría hímnica de Julio Rivera está indisolublemente unida a la teoría de la
virtud, como formación de hábitos que interiorizan la práctica del bien.
En verdad, no existe otra
forma más coherente de humanizar al hombre. La virtud de lo cívico, sin
embargo, cobra una autonomía propia en su teoría simbólica hímnica, porque lo
cívico es aquella esfera de la virtud con dimensión comunitaria. Ya lo decía el
milenario sabio chino Confucio: “Enseñad con el ejemplo”. Ahora se comprende
que ahondando la distinción de Simmel entre “sociación y asociación”, concibe a
lo cívico como el núcleo de la sociedad
misma.
Efectivamente, revolucionar
la vida pública en consonancia con la vida privada, teniendo como eje supremo
la práctica de la virtud cívica, es su aporte insoslayable. Y esta práctica, no
sólo es oriental, sino también de raigambre andina, no olvidemos que Cápac significa
“virtuoso” y las máximas del Inca Pachacútec, trasmitidas por el Inca
Garcilaso, a partir de los escritos del Padre Blas Valera, ponen especial
énfasis en la importancia de los valores cívicos; y el autor, como andino
cusqueño que es, no hace más que continuar y resaltar la vigencia de los
valores cívicos de nuestra cultura
originaria precolombina.
Un auténtico himno patrio promueve valores
cívicos y antepone lo ético a lo estético. La importancia de la filosofía para
captar esta región profunda de la simbología hímnica queda resaltada con
energía y claridad. Es por eso que, sin lugar a dudas, podemos considerar con
toda justicia a Julio Rivera como el padre de la himnología filosófica
contemporánea.
A partir de este aporte
trascendental no sólo el pensamiento filosófico, sino también el
dirigencial, político y educativo,
deberán tener muy presente el análisis y las conclusiones de la presente obra,
porque está llamada a forjar la base de la conciencia e identidad nacional y
esclarecer un asunto que se mantenía en la penumbra de lo meramente estético y
consuetudinario.
Además, esta obra
constituye una respuesta coherente a los afanes desnacionalizadores de la
globalización neoliberal, que en casi tres décadas de reinado absoluto –como
bien se resalta en esta obra- lo único que ha conseguido es aumentar la
desigualdad mundial hasta límites insoportables e inauditos.
Por eso estimo un acierto que su autor haya considerado la
fundación de una institución (Instituto de Investigación de la Mentalidad
Nacional-INIMEN) para asesorar a los gobiernos que lo requieran y que
contribuya en todas las naciones del mundo a forjar un sano amor por la patria,
a través del respeto de la estructura valorativa contenida en todo himno
patrio, y cuya violación –según queda explicado- genera toda una serie de
distorsiones no sólo en la mentalidad nacional, sino incluso en el propio
progreso del país.
Con este libro los líderes
mundiales cuentan con una bitácora ética, estética, pedagógica y simbólica para
fortalecer la mentalidad y conciencia nacional, como verdaderos fundamentos
para desarrollar una cultura y vida espiritual generosa y solidaria.
Por último, esta obra
resalta el valor de los valores del espíritu humano, y entre ellos el
religioso, porque comprende muy bien que sin el ámbito de lo sagrado no existe
un verdadero amor por la patria. Pues Dios y la Patria son dos ejes
metaempíricos que ennoblecen la vida comunitaria y fijan la mirada del hombre
en lo trascendente.
Además, hay que subrayar
otros tres aportes originales del libro: (1) el deducir del principio de
“sociación” de Simmel el principio de lo cívico como fundamento de la vida
social; (2) crear, a contrapelo de una refutación al experto en política
internacional Thomas Friedman que sostiene que “la tierra es plana”, la
categoría “modelo piramidal” de la sociedad neoliberal de las megacorporaciones
privadas mundiales; y (3) poner en contacto la esencia hímnica con toda la
problemática histórico-concreta de nuestro tiempo, esto es, demostrando que la
mirada filosófica es totalizante y no particularizante. A partir de esto se
entiende mejor su subtítulo: “Un giro
himnológico y mental en plena era de la desigualdad”. O sea que pone en
estrecho contacto la teoría con la praxis, resaltando el carácter profundamente
revolucionario de la obra.
No obstante, de modo inevitable
emerge la pregunta sobre cómo pudo surgir un cuestionamiento tan radical al
himno nacional del Perú en Rivera Dávalos. A este respecto, se muestra como un
hombre con espíritu inconforme de la
tradición recibida. Esta desarmonía señala una relación trágica, un choque y
una lucha entre su determinación individual frente al destino junto con la
estructura del ambiente que lo rodea.
El conflicto entre un himno
heredado y una determinación valorativa respecto al mismo se hace trágico, en
el sentido eminente de la expresión, no solamente allí donde la realidad
fortuita de un hombre se opone a la tradición heredada de un pueblo. En Rivera
vemos a un hombre que con el socorro de Dios pone resistencia a la
determinación del destino de una colectividad que acepta pasivamente un himno
por razones consuetudinarias.
Por el contrario, su determinación individual
es un acto valorativo de suyo intemporal, que se yergue bajo la forma de una
personalidad espiritual. Por eso, en la imagen de su determinación individual
vemos a un destino personal obrar contra la determinación del destino
supraindividual.
Al respecto, se podría
pensar que la esfera de su elección está ya determinado por el destino, pero lo
que el destino no determina, es el mismo acto de la elección que siempre es
resultado de un acto libre. Pensar lo contrario, sería caer en el esquema
fatalista de la heimarmene griega,
o incurrir en su reducción a un acto de elección divina como sucede en la
elección para la gracia en San Agustín y Calvino.
Es preciso
entender que Rivera no comparte la perspectiva
funcionalista de la modernidad y es más afín a la perspectiva substancialista
clásica y cristiana, que cree en el valor independiente de lo trascedente. Bien
señala que la inversión valorativa introducida por la modernidad entroniza
el valor de lo útil sobre los demás valores, marcando el rumbo decadente de una
civilización que marcha ciega respecto a
los valores superiores y va dando tumbos tras la irrefrenable búsqueda
de la ganancia y la acumulación.
En esta vida moderna donde prima el
individualismo y la inversión
de los valores, se encarna en todos los aspectos de la vida social y
cultural la pérdida del sentido de la vida y la auténtica capacidad de goce. De
ahí que veamos en la perspectiva valorativa asumida por Rivera como una cruzada contra los errores de la
modernidad, cuya alteración de los
valores ha sumido a la humanidad en una senda autodestructiva.
Si alguna lección suprema
nos deja la filosofía cívica e hímnica de Rivera es aquella que nos permite
subrayar la imperiosa necesidad de rescatar los valores en su verdadera
dimensión a fin de evitar la decadencia
de la civilización moderna.
En este sentido, el
percatarse Rivera de la inversión valorativa de la modernidad, que
penetra en los íntimos rincones del símbolo hímnico, le permite descubrir un
contenido ético que le da su peculiaridad especialísima, a partir del cual
lo pone en capacidad para denunciar la manipulación del orden simbólico
en todo orden de cosas, especialmente en
el socio-económico y político.
Así, con gran destreza y
perspicacia totalizadora, Rivera sabe
enlazar el contenido cívico- ético del símbolo hímnico con la
crítica del modelo piramidal de la
economía neoliberal mundial, que desde de su expansión económica global vivida a partir de 1980 hasta el año
2000 ha pasado a su etapa de expansión
militar belicista-guerrerista, siendo todo esto liderado por una vesánica y bellaca élite oligárquica
transnacional que se irroga
el derecho de administrar no sólo las decisiones y el destino de una determinada potencia sino también
de la humanidad entera.
En este sentido, Rivera
entra en polémica con el periodista norteamericano Thomas Friedmann y su
bestseller La Tierra es Plana, para
oponerle su propia concepción piramidal del orden social global. Y coincide con
la propuesta del economista galo Thomas Piketty expresado en su libro El Capital del siglo XXI, donde enuncia
que una profunda reforma tributaria puede contribuir a cambiar el presente
estado de desigualdad social bajo la globalización neoliberal.
Por todo ello, el lector
del presente libro extraerá un provecho
mayor de lo esperado al advertir que el
tratamiento dado al símbolo hímnico rebasa largamente las
limitaciones del marco académico y teórico, para establecer con gran
realismo filosófico su verdadera trabazón
con toda una totalidad concreta
de carácter histórico social.
Lima, 17 de abril 2017
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