TÚPAC AMARU Y SU CRITICISMO REVOLUCIONARIO NEOPLATÓNICO INDÍGENA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Hay en la historia hombres decisivos para la
humanidad y su nación, estimulantes tanto para la filosofía como para el
pensamiento. Túpac Amaru II es uno de ellos. Se trata de un personaje único e
irrepetible cuya acción dejó una huella indeleble. El pensamiento filosófico
colonial no se restringe a figuras hispanas o criollas pues abarca también
figuras indígenas que efectúan la simbiosis entre lo milenario precolombino y la
caritas cristiana. En Túpac Amaru II quedó plasmado el espíritu de su tiempo,
de su raza, un pensamiento guía, una visión de país, y un destino
suprahistórico. Sólo a la filosofía le corresponde desentrañar la médula de su
mensaje espiritual más profundo. Hay que tener presente que el núcleo esencial
de toda gran filosofía no sólo es racional sino también metafísico existencial
y que la grandeza humana es la actualización de lo eterno y universal que ha
puesto Dios en nosotros. Cuando se tratan de cosas humanas se agudiza una verdad:
no todo es aprehensible ni demostrable porque ese es el misterio de la
condición humana.
La enorme novedad que rompe con los cánones establecidos
dentro del pensamiento filosófico colonial es la figura de Túpac Amaru II, pues
es el primer criollo indígena que destroza el reformismo colonial para adoptar
una postura revolucionaria inédita y profunda. Este criollo con sangre real
inca, al encabezar la mayor rebelión anticolonial hispanoamericana lo hace con
una postura indigenista e independentista inusitada. Esto es, fue el primero
en pedir la libertad de toda América de
cualquier sujeción a España como de su monarca, implicando la separación
política y la eliminación de todas las formas de explotación indígena (mita minera, reparto
de mercancías, obrajes, de los corregimientos, alcabalas y aduanas). Además
abolió la esclavitud negra por primera vez en América (16
de noviembre de 1780). Túpac Amaru II
es el verdadero precursor de la independencia del Perú y fundador de la identidad
nacional peruana.
Es decir, su clarividencia histórica lo hizo avanzar
fue mucho más lejos del neoplatonismo providencialista del Inca Garcilaso, del
neoplatonismo mesiánico de Guamán Poma, del sincretismo cosmogónico de Juan
Santa Cruz Pachacuti, del misticismo salvífico de Antonio Ruíz de Montoya, de
la defensa de la dignidad humana del indio de José de Acosta y del comunismo
católico jesuita. Incluso su rebelión independentista profundiza y lleva a la
práctica el movimiento contra el absolutismo europeo, el derecho de resistencia
y la soberanía del pueblo de los jesuitas neoescolásticos renacentistas
Mariana, Vitoria y Suárez. Pero siendo más auténtico y peruanista que los
venideros mentores ilustrados de la Revolución francesa y la Revolución americana,
en un genial acto intrahistórico de palingenesia cultural deja de protestar
contra el mal gobierno de los corregidores, va más lejos que los criollos que
simplemente se oponían al reformismo borbónico pero eran fieles a la corona, y
radicalizándose asume el mesianismo incásico, se enlaza con el pasado milenario
andino proclamándose Inca. El 4 de
noviembre de 1780 se inicia la rebelión de José Gabriel
Condorcanqui contra la dominación española, adoptando el nombre de Túpac Amaru
II, en honor de su antepasado el último Inca de Vilcabamba. Se proclama "Inca,
Señor de los Césares y Amazonas", y
jura con el siguiente bando su coronación: "...Don
José Primero, por la gracia de Dios, Inca Rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile,
Buenos Aires y Continentes de los Mares del Sur, Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas con dominio en el Gran
Paititi, Comisario Distribuidor de la Piedad Divina, etc...".
Al asumir el título real de Inca no sólo buscaba la
creación de un reino independiente de España,
gobernado por una monarquía hereditaria incaica, a través de la creación de un
ejército y una administración propias, introduciendo una tributación única a
todos los súbditos, libertad de comercio y trabajo, sino que el apelativo de
Inca implicaba atributos mesiánicos, era el redentor y restaurador del mundo,
se le atribuían rasgos divinos. El Inca se comunicaría con el pueblo mediante
un lenguaje simbólico mesiánico (instrumentos musicales tradicionales, en el
uso de banderas, insignias y vestimentas incaicas), Justamente por presentarse
como milagroso salvador de los indios la Iglesia lo excomulgó. De haber
triunfado la rebelión independentista de Túpac Amaru lo más probable es que por
razones políticas la ruptura con Roma hubiese sido inevitable, pero por razones
religiosas se habría abierto camino un cristianismo sincrético andino en vez de
regresionar hacia un redivivo paganismo.
Esto significa que el legado antiabsolutista neoescolástico corría por sus venas
robustecido por el ideario liberal de la Ilustración y el romanticismo por el
pasado incásico. Pero esta singular mezcla en su espíritu entre escolasticismo,
iluminismo y romanticismo precolombino posibilitado por su criollismo
indigenista, no iba dirigido al establecimiento de una democracia liberal sino
de un absolutismo autóctono incaico. Reactualiza la visión integralista del
Perú del Inca Garcilaso fusionando en un nudo de raíces planetarias la razón
social del indio, la razón técnica del europeo y la razón estética del negro.
He aquí que reluce un neoplatonismo cristiano de ancestral estirpe, a saber, la
primacía del ideal sobre lo real. El mundo debía de ser conformado según las
leyes del divino creador. Un Pachacuti se impone en la restructuración del
mundo. Pero Túpac Amaru no es un descreído ni un deísta volteriano, al
contrario, conserva la acendrada fe indígena en Dios, pero su divinidad es
cristiana, por ello su neoplatonismo revolucionario asume la fisonomía de un
criticismo cristiano. La duda cartesiana no penetra en su ser, su preocupación
principal es la revolución social plasmando el mensaje divino, no en vano es su
mentor el sacerdote criollo Antonio López de Sosa y luego estudia en el Colegio San Francisco de Borja. Pero
esta educación cristiana es asimilada de una forma particular. Asume un
mesianismo andino cristianizado.
Este sincretismo se hace manifiesto en las órdenes
impartidas a sus miles de huestes, que iban al campo de batalla sin miedo a
morir, prometiéndoles la resurrección al quinto día. Al respecto, las palabras
de Túpac Amaru II a su compañero de lucha, Bernardo Sucacagua, afirmando
que las personas que murieran siéndole fieles tendrían su recompensa, sugieren
que aquél se veía a sí mismo como redentor. El
obispo del Cuzco afirmó que Túpac Amaru II, había
persuadido a los indios de que los que muriesen en su servicio resucitarían al
tercer día. Sahuaraura Tito Atauchi afirmó que los indios se arrojaban a
pelear en las batallas sin temor y ciegamente, pero aún estando mal heridos no
querían invocar el nombre de Jesús, ni
confesarse. Ello se debería a que Túpac Amaru II les había dicho que el que no
dijese Jesús resucitaría al tercer día, y los que lo invocaban, no. Igualmente
se presentaba el modelo peruano, que preveía la resurrección al quinto día. El sistema de creencias
indígenas aceptaba a Túpac Amaru como dios, redentor y liberador de los oprimidos, vale
decir como una figura equivalente a la de Jesucristo.
El Inca reforzaba esta
creencia, al afirmar que los españoles habían impedido a los indígenas el
acceso al dios verdadero, siendo él mismo quien designaría personas que les
enseñaran la verdad.
Esto significa que la figura mesiánica del Inca en Túpac Amaru no representaba
una simple restauración del pasado pagano -dos siglos de evangelización no
habían transcurrido en vano y no serían echados al tacho colero-, sino que implicaba
la asunción de un paradigma teológico Teocéntrico o cristológico normativo (Cristo
ya no es el único y constitutivo salvador de todos los hombres, sino es tan
sólo normativo, modelo o símbolo de salvación, en el que se comparan todas las
demás religiones no cristianas). Aquí se sustituye la mediación universal
cristológica por la mediación universal salvífica de Dios, lo que da lugar a un
pluralismo religioso (a esta posición teológica se han plegado los católicos
Jacques Dupuis, Troeltsch y Paul Tillich, Christianity and the encounter of
the world religions, 1963).
En otras palabras, el mesianismo incaico de Túpac Amaru no representa necesariamente
la asunción de una opción anticatólica o anticristiana, sino tan sólo un apartamiento
respecto al: (1) paradigma Eclesiocéntrico o cristología exclusiva (la
salvación sólo se da en la Iglesia y nunca fuera de ella, Extra Ecclesiam Nulla Salus); (2) paradigma
Cristocéntrico inclusivo (todos se salvan, aunque no lo sepan, sólo por la
mediación de Cristo y la voluntad salvífica universal de Dios, este
Cristocentrismo inclusivo se puede subdividir en dos posturas más: la teoría
del cumplimiento y la teoría de la presencia de Cristo en otras religiones); y (3)
al paradigma del Teocentrismo o cristología no normativa (propone una
revolución copernicana pasando de la perspectiva cristocéntrica a la
teocéntrica, solamente Dios, no necesariamente como creador ni personal,
engloba todas las religiones, por lo cual se abandona toda reivindicación del
significado único de Cristo y del cristianismo). Ante esto el Magisterio
eclesiástico defiende la idea de que las religiones no cristianas no
ofrecen salvación a sus seguidores, sino tan sólo preparación hacia Cristo.
José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II encarna un
mensaje filosófico inusitado con la más importante rebelión política, social y
cultural anticolonial hispanoamericana del siglo dieciocho. Marqués de Oropesa, José Gabriel Túpac Amaru, natural de Surimana,
Canas, Virreinato del Perú, nacido el 19 de
marzo de 1738 y ejecutado en el Cuzco el 18 de mayo de 1781, descendía de Túpac
Amaru I (último Inca ejecutado por los españoles en el siglo XVI).
Lideró la denominada «Gran rebelión» que se desarrolló abarcando
dos virreinatos: el Virreinato del Río de la Plata y el Virreinato del Perú, pertenecientes al Reino de España, rebelión iniciada el 4 de
noviembre de 1780 con la captura y ejecución del corregidor Antonio de Arriaga.
Curaca adinerado que se dedicaba al comercio. De
origen mestizo en el que confluía la sangre del Sapa Inca Túpac
Amaru con la de los criollos. Habiendo
sido criado hasta los 12 años por el sacerdote criollo Antonio López de Sosa y
luego en el Colegio San Francisco de Borja, dominaba
el quechua, el latín, leía con devoción al Inca Garcilaso, las Sagradas
Escrituras, las Siete Partidas de
Alfonso el Sabio, a Voltaire y Rousseau, mostró preferencia por lo criollo
llegando a dominar el latín y a utilizar refinadas vestimentas
hispanas, pero posteriormente se vistió como un noble inca, hizo uso activo de
la lengua nativa quechua en su vida y proclamas.
En 1776 las Reformas borbónicas crean el virreinato del Río
de la Plata, escindiendo del virreinato del Perú los territorios de la Real Audiencia de Charcas, que en aquel
entonces atravesaba una importante ruta comercial terrestre, uniendo las
ciudades de Cuzco, Arequipa, Puno, La Paz y Altiplano hasta Potosí. La
separación implicó transferencia de beneficios económicos hacia Buenos
Aires en detrimento de Lima. Este cambió
afectó a Túpac Amaru. Por sus prósperas actividades económicas, Condorcanqui fue
sometido por los españoles al pago de prebendas. Los arrieros que vivían en la
región de la cuenca del Río de la Plata, presionaban para tener el monopolio
del tránsito de mineral por el Alto Perú. Como curaca mediaba entre el
corregidor y los indígenas a su cargo pero al verse afectado, como el resto de
la población, por el establecimiento de aduanas y el alza de alcabalas, realizó
reclamos en Tinta, Cusco, y luego en Lima, pidiendo también que los indígenas
fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas. Fue simplemente desoído.
Se subleva y su sensacional avance se
extendió a tal punto que los indígenas sublevados en el llano de Casanare, en la región de Nueva Granada, lo reconocieron como rey
de América. Movimientos posteriores invocaron su nombre para obtener el apoyo
de los indígenas
(Felipe Velasco Túpac Inca Yupanqui, quien pretendió levantarse en Huarochirí, Lima en 1783 y la Conspiración de los tres Antonios en la
Capitanía General de Chile el 1 de enero de 1781), ante las noticias
de los avances de Túpac Amaru II en el Virreinato del Perú. Simplemente la rebelión de
Túpac Amaru II había marcado ya el inicio de la Etapa Emancipadora de la historia del Perú.
El 4 de noviembre de 1780 Túpac Amaru II dio el
primer grito de libertad y difundió una proclama independentista, dando
comienzo a la insurrección. El corregidor Antonio de Arriaga fue tomado
prisionero y condenado a morir en el cadalso. Los rebeldes instalaron su
cuartel general en Tungasuca. Micaela se convirtió en la principal consejera de
Túpac Amaru II, participó en el juicio sumario contra Arriaga y asumió
múltiples roles en el movimiento. Los indígenas tenían prohibida la tenencia de
armas de fuego. Micaela fue la encargada del aprovisionamiento de las tropas,
lo que incluía conseguir y distribuir dinero, alimentos, vestimentas y armas.
Expedía los salvoconductos para facilitar el movimiento de quienes viajaban a
través de amplios territorios. Estuvo a cargo de la retaguardia indígena,
demostrando gran diligencia y capacidad, implementando medidas de seguridad y
luchando contra el espionaje. Implementó un eficiente sistema de
comunicaciones, organizando un servicio de chasquis a caballo que
llevaban rápidamente información de un punto a otro del territorio rebelde.
Una verdadera legión de luchadoras andinas trabajaron junto
a Micaela. Para ellas se trataba también de restablecer el rol de la mujer
indígena con participación en la vida social y política, tradición que el
sistema colonial intentó abolir convirtiéndolas en víctimas de todo tipo de
abusos. Estas mujeres participaban también en la batalla, junto a sus hijos y
maridos. También lo hacía Micaela, quien con su carácter enérgico infundía
aliento a Túpac Amaru desde el mismo campo de batalla. Luego del triunfo de la
batalla de Sangarará (18 de noviembre de 1780) fue constituida jefe interino de
la rebelión. Túpac Amaru expide un mensaje a los pueblos del Perú, convocando a
los criollos a unirse a la causa india: “Vivamos como
hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación
de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos
compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen”. En marzo de 1781 el ejército de Túpac Amaru
contaba con siete mil hombres y mujeres dispuestos a pelear hasta la muerte
contra la corona española, quienes proclamaron a Túpac Amaru II como Emperador
de América.
Tras ser capturado el 6 de abril de 1781, fue
llevado al Cuzco encadenado y montado en una mula. Ingresó a la ciudad una
semana después, "con
semblante sereno" mientras
las campanas de la Catedral repicaban celebrando su captura. Cuando el
visitador Areche, enviado por el rey Carlos III de España, le exigió el nombre de
los cómplices Túpac Amaru II le contestó: "Solamente
tú y yo somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y yo por tratar de
libertarlo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte." El 18 de mayo de 1781, en acto público
en la Plaza de Armas de Cuzco, se cumplió la
ejecución de Túpac Amaru II, su familia y sus seguidores. Al pie del cadalso
Túpac Amaru II fue obligado a presenciar la tortura y asesinato de sus aliados
y amigos, su tío, sus dos hijos mayores y finalmente su esposa, en ese orden.
Después, al igual que hicieron con varios de sus lugartenientes, con su tío y su hijo mayor, le cortaron la lengua. Luego se intentó descuartizarlo vivo, atando cada una de sus extremidades a sendos. Un testigo describió los hechos: "No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio [sic] en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía una araña." Al ser la acción infructuosa optaron por decapitarlo y despedazarlo. Su testa fue exhibida en una lanza en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca (actual Chumbivilcas) y en Santa Rosa (Melgar, Puno). De igual forma hicieron con su familia y seguidores. El hijo menor de Condorcanqui, Fernando, al ser un niño de 10 años, no fue ejecutado, mas se le obligó a presenciar el suplicio y muerte de toda su familia y a pasar por debajo de la horca de los ejecutados, para luego ser desterrado a África con órdenes de prisión perpetua. No obstante el navío zozobró y acabó en Cádiz, siendo encarcelado en las mazmorras de dicha ciudad. Sus condiciones de encarcelamiento serían tan penosas que apenas sobrevivió hasta los 27 años. Falleció en España en 1798. Tras la derrota de su movimiento las autoridades coloniales exterminaron la escasa clase indígena noble y extendieron la represión contra lo indígena.
Después, al igual que hicieron con varios de sus lugartenientes, con su tío y su hijo mayor, le cortaron la lengua. Luego se intentó descuartizarlo vivo, atando cada una de sus extremidades a sendos. Un testigo describió los hechos: "No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio [sic] en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire, en un estado que parecía una araña." Al ser la acción infructuosa optaron por decapitarlo y despedazarlo. Su testa fue exhibida en una lanza en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Livitaca (actual Chumbivilcas) y en Santa Rosa (Melgar, Puno). De igual forma hicieron con su familia y seguidores. El hijo menor de Condorcanqui, Fernando, al ser un niño de 10 años, no fue ejecutado, mas se le obligó a presenciar el suplicio y muerte de toda su familia y a pasar por debajo de la horca de los ejecutados, para luego ser desterrado a África con órdenes de prisión perpetua. No obstante el navío zozobró y acabó en Cádiz, siendo encarcelado en las mazmorras de dicha ciudad. Sus condiciones de encarcelamiento serían tan penosas que apenas sobrevivió hasta los 27 años. Falleció en España en 1798. Tras la derrota de su movimiento las autoridades coloniales exterminaron la escasa clase indígena noble y extendieron la represión contra lo indígena.
Pero a pesar de la ejecución de Túpac Amaru II y de
su familia, el gobierno virreinal no logró sofocar la rebelión,
que continuó acaudillada por su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru, al tiempo
que se extendía por el Alto Perú y la región de Jujuy. Reprimida la sublevación tupamarista de 1780, se evidenció
contra los criollos mala voluntad de parte de la Corona
Española. Y así como sucedió con la ejecución y muerte de Atahualpa, la
ejecución y muerte de Túpac Amaru revivió el mito de Inkarrí (imaginar
el regreso de un Inca para enderezar el mundo injusto), como
símbolo poderoso usado para unificar poblaciones indígenas divididas por la
geografía y las fronteras étnicas. No faltaron muchos nobles incaicos que lo consideraron
un "advenedizo fraudulento", más que un verdadero redentor,
aunque él se reivindicara como descendiente del último inca. Considerado como
un impostor por ser mestizo, no obtuvo el decisivo apoyo de los doce ayllus reales (o panacas) del Cuzco. Otro motivo
que contribuyó a la derrota del movimiento fue que muchos caciques se vieron en
la necesidad de defender todo aquello que les significaba riqueza, prestigio y
poder alcanzado con los españoles. En su apoyo a Túpac Amaru los caciques y
curas se mostraron ambivalentes como los criollos. El bajo clero de las parroquias provinciales le dio
mayor apoyo por su condición de hablar quechua o aymara y tener
mayor contacto cultural con los indígenas.
Finalmente, nos volvemos a preguntar por la
importancia filosófica de Túpac Amaru. Y lo primero que nos asalta es algo de
carácter universal, esto es, la liberación de la opresión no sólo tiene una
dimensión transhistórica sino también histórica. La unión ontológica con Dios
también implica luchar por el bien temporal. Sin darnos a nosotros mismos para
dedicar la vida a los Otros no se puede escuchar la voz interior de Dios. O
expresado más sencillamente: sin la lucha revolucionaria por cambiar el mundo por
amor al prójimo en la perspectiva del Reino no hay verdadero amor a Dios. Esta
es la dimensión universal de Túpac Amaru. Ahora bien, la lucha independentista de
nuestro rebelde indígena congregando a los hombres de todas las razas oprimidas
–incluso criollos- bajo la hegemonía de una andinidad renovada y con el objetivo
de lograr un Buen Gobierno de estirpe incásica, implica no una visión
secularizada de la vida sino reencantada con lo mítico, metafórico, simbólico y
alegórico. Es una dirección poderosamente reactiva contra la médula misma de la
modernidad y su regnum hominis. Su
teocentrismo normativo implicaba una recia reactualización de la
espiritualización del mundo. Su movimiento representa una restauración más
rigurosa e intransigente del fundamento trascendente o divino del orden humano
y natural. Representó un asalto a la razón en lo cognoscitivo, moral, religioso
y político. Paradójico que la más contundente expresión por la recuperación de
la nacionalidad y la independencia del Perú se exprese en pleno iluminismo por
vías no iluministas sino providencialistas –el mito de Inkarrí lo testimonia-.
El alma profundamente religiosa del indio peruano y su larga opresión sufrida
contribuyó a rescatar el fundamento andino actualizado con el saber clásico-cristiano.
Y esta quizá sea la dimensión más local de su gesta libertaria.
Lima, Salamanca 24 de enero del 2016
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