LA NADA DEL NIHILISMO
Gustavo Flores Quelopana
El hombre de esta época narcisista conoce
muy bien la existencia en la frontera de la Nada. Insuflada su alma de pura
indiferencia se ha desconectado de todo lo que pueda llegar a ser. Y cuando se
conecta sólo sabe resaltar la fugacidad del evento. Haciendo de lo contingente
lo absoluto, todo ha quedado pulverizado en la nadificación del no-ser.
El devenir y el tiempo se ha convertido
en lo eterno, que en realidad es la desaparición de la eternidad misma. Este
hombre sin Dios y sin dogmas sólo se ve rodeado por el enorme poder de la Nada.
Corroído por el escepticismo y el relativismo la Nada reina y se regodea como
fantasma en las entrañas de una era situacional y sin normas.
La Nada nihilista ha crecido
estremecedoramente en este algo real y, sobre todo, ha dejado que lo real sea
concebido exclusivamente como proceso. En otras palabras, ha sucumbido a la
concepción temporal del ser, extraviando su lado eterno. O sea, en su horizonte
inmanentista se aferra a la creencia que el devenir sale de la nada y retorna a
la nada. Su convicción contradictoria de que el ente es una nada le garantiza
operar con convenciones sin creer demasiado en ellas.
A esta situación esquizofrénica, donde
impera la inteligencia cínica, la concibe como la "libertad
ilimitada". Su neutralización nihilista de los valores es la conclusión
inevitable del proceso de secularización. Pero en ella pierde su potencia
histórica negadora, sume al mundo en el fin de la historia, porque el hombre
desaparece en su pura nada. De ahí que emerja el estancamiento político
mundial, el fin del espíritu y el auge de la estupidez humana.
El maestro de la superchería
pequeñoburguesa de la nada -Heidegger-, afirma que el darse de la Nada no
depende del hombre sino del ser y, por tanto, ésta debe liberarse hasta su
cumplimiento esencial. No podía esperarse otra cosa de quien temporaliza
previamente el ser mismo. Pero el ser no es la nada, ni se agota en el tiempo.
Es por eso, que Heidegger no puede penetrar en la verdadera fenomenología del
nihilismo. Su ontologismo secularizado -volver a la visión presocrática del ser
como presencia y la verdad como desocultamiento, para recuperar la visión
directa del ser- es lo que lo conduce a la mistificación de la nada.
Por otro lado, de todos los postulados
nietzscheanos -nihilismo como lógica de la decadencia, la doctrina de la
voluntad de poder y el eterno retorno- el hombre narcisista actual sólo se
queda con el nihilismo extremo que acepta la falta de sentido del universo. Sólo
hay la Nada eterna y, junto a ella, pero de modo provisorio, está nuestra
libertad sin límites de dioses ni de dogmas. No hay verdad, ni ideales, ni
ídolos. Sólo Yo ante la brutal Nada.
¿Cómo hemos llegado a semejante
charlatanería enfermiza y cadavérica que se atraganta con la Nada? Mucho tiene
que ver en ello la cosmología científica que desarraigó al hombre de su casa
cósmica y lo dejó varado en medio del mundo. Pero la ciencia y la técnica no
son más que expresiones -al igual que el dinero- del imperio de la razón
funcional sobre la razón substancial.
Lo cierto es que el nihilismo actualmente
se respira en el aire, como potencia de lo negativo, lo precario y la
incertidumbre. La obsesión de las masas por la nada, señala que ésta dejó de
ser obsesión de experimento de las vanguardias y se volvió en el espíritu del
corriente hombre hedonista actual. Pero en el nihilismo posmoderno hay mucho de
reacción psicológica defensiva. El mundo se ha vuelto tan aburrido o
insoportablemente insufrible y amenazante que es mejor volverse indiferente a
lo humano mismo. Es el efecto de vivir en tiempos crepusculares y
finiseculares.
28 de enero 2021 (Tiempos de Pandemia)
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