Manifiesto de un
Cristiano-Andino
Por una ética del don, la justicia y la
dignidad sin condiciones
1. No somos enemigos. No venimos a imponer, sino a dialogar. No
defendemos un dios contra otro, ni una cultura sobre otra. Somos aliados en la
búsqueda de la verdad, la justicia y la vida buena. En este tiempo de
desencuentros, es urgente construir puentes entre nuestras herencias —lo
ancestral y lo revelado— sin renunciar a nuestra fe ni clausurar nuestras
raíces.
2. Somos cristianos sin colonialismo y
andinos sin fundamentalismo. Creemos en un cristianismo encarnado en la historia, no en su versión
imperial ni colonial. El Evangelio que seguimos no nace del poder, sino de un
Crucificado que se entrega por amor. No proponemos una superioridad espiritual,
sino una transfiguración ética: desde la reciprocidad funcional hacia la
gratuidad del don.
3. El pensamiento andino es valioso, pero
necesita ser iluminado. Admiramos la ética relacional del ayni, su respeto por la
naturaleza y su sentido de comunidad. Pero también reconocemos sus límites: no
puede acoger plenamente al que no puede devolver. El niño, el anciano, el
enfermo, el discapacitado… quedan vulnerables cuando la reciprocidad se vuelve
ley. Aquí no negamos lo andino, pero proclamamos que el amor cristiano va
más allá: es don, no deuda.
4. La caridad no es control: es revolución. “La caridad no busca lo suyo” (1 Cor 13,5).
La caridad auténtica no domina ni anestesia: dignifica desde la gratuidad.
No se administra desde el poder, sino que brota desde la compasión. Es amor que
se dirige precisamente a quienes no pueden devolver. En un mundo funcionalista,
la caridad es escándalo.
5. No confundimos el Evangelio con quienes lo
traicionaron. Reconocemos, sin ambigüedades, que el cristianismo ha sido manipulado
por imperios, ejércitos y doctrinas. Pero rechazamos que esas traiciones sean
el corazón del Evangelio. No juzgamos a Cristo por quienes lo han usado,
sino por lo que vivió y enseñó: perdonar al enemigo, defender al pobre,
denunciar al poder sin perder la ternura.
6. El respeto no exige silencio. Valoramos la espiritualidad andina, pero no
creemos que toda diferencia deba ser relativizada. El respeto auténtico no
significa callar la propia fe, sino poder expresarla sin temor. Como
cristianos, creemos que Cristo es el Logos hecho carne, y que su verdad no
necesita imponerse, porque se ofrece como un don que puede ser libremente
rechazado. Pero merece ser escuchado.
7. Queremos un diálogo sin trincheras. Estamos convencidos de que el mundo
necesita narrativas de encuentro, no monólogos de exclusión. Las
cosmovisiones pueden encontrarse sin borrarse. Podemos hablar desde nuestras
diferencias —el ayllu y el Evangelio, la Pachamama y el Creador, el ayni y la
gracia— no para mezclarlas sin rigor, sino para buscar juntos una ética que
ponga al vulnerable en el centro.
Cristiano-andino
no es contradicción: es vocación. Es creer que Dios puede hablarnos desde el
trueno del Sinaí y desde la tierra fértil del Apurímac; desde las
Bienaventuranzas y desde el silencio de la puna; desde una cruz de madera y
desde la wiphala al viento.
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