NEOPLATONISMO RENACENTISTA NOVOHISPANO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
Cuatro son las características centrales del neoplatonismo de la escuela
de Alejandría fundada por Ammonio Saccas y cuyo mayor representante es Plotino,
a saber, carácter revelado de la verdad, absoluta trascendencia divina, teoría
de la emanación y retorno extático del mundo a Dios. Por su parte, el
cristianismo conservó las siguientes ideas griegas: crítica al politeísmo
(escépticos y epicúreos), metafísica de la voluntad (Plotino), mundo ideal,
escatología, pureza ética, desprecio del mundo, preferencia por su suprasensible
(Platón y Filón), valoración de lo sensible (Aristóteles), ley eterna, razones
seminales, ciudad de Dios (estoicos).
En realidad, la filosofía de la Edad Media cristianizó la metafísica de
las esencias de origen griego con el teísmo, creacionismo, hombre como alma,
libertad humana y plan divino. La diferencia entre la Patrística y la
Escolástica más bien se dio en el énfasis que puso la primera en el criterio
platónico del Ser como ser verdadero, y la importancia que le concedió la
segunda en el criterio aristotélico del ser como una especie de trasmundo, que
terminaría por sustituir el ser verdadero por el ser en general de Escoto y
Ockham. Pero a pesar de esta diferencia el espíritu que anima a la filosofía
cristiana se mantiene a través de la unidad entre ciencia y fe, razón y
religión como clima espiritual común para árabes, judíos y cristianos[1].
La filosofía del renacimiento es un hervor juvenil y exaltado que se
despliega en todas direcciones en búsqueda de lo nuevo: mística y magia, matematización
de las ciencias naturales, nueva concepción del hombre y del Estado. Sueña con
Giordano Bruno con el infinito pero se abate en la pesadilla de lo finito, con
Montaigne, Charron y Francisco Sánchez se caerá presa del escepticismo y con
Maquiavelo del relativismo. Dos son la figuras fundadoras: Cusa y Suárez, éste
último fundador de la neoescolástica renacentista española. Ambos están en las
raíces del pensamiento moderno, aun cuando mucho de la Edad Moderna se halla en
Abelardo, Escoto, Ockham y Cusa. En una palabra, el Renacimiento vuelve al
platonismo, aristotelismo, estoicismo y humanismo; incluso el problema de la
libertad ya estaba debatido en la Edad Media y sólo vuelve en la Edad Moderna
con más fuerza porque el propio poder secular lo exige perentoriamente.
No obstante, el aporte original del Renacimiento fue el humanismo y la
contribución revolucionaria es el nuevo concepto cuantitativo mecanicista de la
ciencia creado por los fundadores de la física moderna, la cual fue un golpe
mortal a la concepción eidética del ser. Al mismo tiempo el surgimiento de la
nueva escolástica española, portuguesa y alemana, que dominó en escuelas y
universidades del siglo dieciséis y diecisiete, hizo posible a los grandes
filósofos sistemáticos modernos desde el siglo diecisiete al diecinueve.
Ahora bien, el platonismo del Renacimiento fue posible gracias a la
llegada de los sabios bizantinos tras la caída de Constantinopla. Pero el
platonismo renacentista italiano hereda el neoplatonismo cristiano del Imperio
Bizantino. Dionisio Areopagita a fines del siglo V intenta asociar el
neoplatonismo al cristianismo o interpretar la dogmática cristiana desde el
punto de vista neoplatónico. En el siglo VI el Concilio de Constantinopla (533)
cita al pseudo-Dionisio por primera vez; pero fue San Máximo (580-662) el
Confesor el que introdujo el neoplatonismo de Dionisio al cristianismo.
La filosofía bizantina por mucho tiempo fue vista estrechamente sólo
como un medio preparatorio para el platonismo italiano y el humanismo
renacentista, pero en realidad Bizancio no sólo fue Psellos, Bessarión y
Pletón, sino que es un movimiento ideológico propio caracterizado por un
ecumenismo griego y un cristianismo que enfatiza la “unión con el todo” antes
que la “difusión universal”. Su filosofía consolida el cristianismo con
herramientas griegas. Por eso el espíritu de Bizancio no fue por el derrotero
del subjetivismo ni del practicismo occidental sino por el platonismo místico
heredado por el Oriente[2].
Sin Bizancio no es posible entender la herencia platónico-aristotélica de los
árabes, el enlace entre la mística bizantina y la mística alemana del siglo
catorce a través de Escoto Erígena –que tradujo el pseudo-Dionisio y a San
Máximo-, la propagación del cristianismo entre los eslavos y la diarquía
Isáurica adoptada por el zarismo ruso. Bizancio después de vencer a los árabes,
búlgaros, eslavos y demás pueblos conservó la herencia de la civilización
grecorromana, de la que se consideraba depositaria y continuadora.
La presencia de lo religioso en la filosofía griega no es extraña y su
presencia lo demostró el orfismo y su potente influjo entre los siglos VI al IV
A.C. sobre Heráclito, Empédocles, pitagóricos y Platón. En la filosofía
helenística romana (siglos II A.C. al V D.C.) los estoicos, neopitagóricos,
platónicos pitagorizantes, neoplatónicos, el sincretismo pagano y el
sincretismo judeo cristiano se obsesionaron con el problema de la salvación del
alma. Las únicas corrientes no religiosas eran la epicúrea, la cínica y los
escépticos.
La batalla de cuatrocientos años del neoplatonismo contra el
cristianismo la perdió porque la exigencia religiosa de la época no se colmaba
con un dios inefable, cuya obra no era deseada, ni había lugar para la
inmortalidad personal, indiferente al mundo y sin bondad divina. La emanación
de Plotino era incompatible con la bondad de Dios y todo el proceso cósmico
terminaba retornando al principio metafísico de todas formas al margen de su
desenvolvimiento ético. Además para Plotino el mal no existe en las cosas sino
en la materia, el bien y el mal son partes de la razón universal, por tanto
toda falta es involuntaria. El cristianismo daría respuesta a este punto
concibiendo que Dios crea todas las cosas, incluyendo la materia que no es sede
del mal, descartando así toda existencia física o sustancial del mal, La causa
del mal sería el ejercicio del libre albedrío sin virtud.
El neoplatonismo de Plotino tiene como tema fundamental la imagen de una
vida del Universo que alterna entre su emanación de Dios y su absorción en
Dios. Tal imagen preocupaba al espíritu griego desde los estoicos. Pero en los
griegos se trata es un tema puramente filosófico, porque sigue el itinerario
del proceso lógico que comprende la división del género en sus especies y después
el retorno de éstas al género. En el neoplatonismo se trata de un proceso de
necesidad natural y eterna. En cambio para el neoplatonismo cristiano,
especialmente bizantino, el proceso teocéntrico de alejamiento del primer
principio y después de retorno a él es de carácter histórico y refleja los
momentos de la creación, la caída y la redención. Es en Bizancio donde el
oriental monaquismo místico oscuro e irracional de Egipto es derrotado por el
monaquismo especulativo, racional y práctico. A partir de Bizancio el
misticismo espiritual favoreció la recepción del neoplatonismo en el
cristianismo.
El cristianismo captando más profundamente la naturaleza de Dios y del
hombre comprenden que este proceso no responde a una necesidad natural y
eterna, sino que se trata de una historia cuyo autor es Dios, donde lo
histórico-dramático ocupa el lugar de lo lógico, y la omnipotencia y
omnisciencia del Creador dispensa de una explicación sistemática del Universo.
San Dionisio Areopagita revistió a la imagen cristiana con las
apariencias del neoplatonismo, pero no notó su diferencia profunda entre ambas
y la aparición histórica de Jesús quedaba sin importancia junto a una
cristología que se transformaba en una doctrina del verbo. Fue el filósofo
bizantino San Máximo justamente el que corrige este defecto de Dionisio,
siguiéndolo en lo de la emanación y reabsorción pero corrigiéndolo en lo tocante a la concepción cristológica.
Este neoplatonismo rectificado, que concibe a la salvación como la unión de las
criaturas en Dios, es el que se introduce en el Renacimiento italiano. Los
griegos Pletón y Bessarión son los abanderados del nuevo platonismo. El
Medioevo sólo conoció tres obras de Platón: Fedón,
Timeo y Menón. Pletón se encargaría de hacer escuchar en Florencia a un Platón
más integral. Pletón y Bessarión salvaron a Platón para el renacimiento. Cusa,
Pico de la Mirandola y Marsilio Ficino son exponentes del neoplatonismo
renacentista que concede mayor importancia al hombre y su función en el mundo.
La especulación de Cusa sobre el infinito donde no hay un punto central cósmico
precursa la ciencia de la naturaleza de Copérnico y Kepler; Ficino traduce a
Platón y Plotino y desdibuja lo cristiano; y Pico tiende a un nuevo paganismo
al hacer del hombre un demiurgo creador, un deus
in terris.
En el Nuevo Mundo la estrecha relación entre la fe y la filosofía hizo
que en una primera etapa dominara la preocupación
cristiano-humanista antropológica-moral, abarcando ésta tanto al pensamiento
neoescolástico novohispano de dominicos y jesuitas, al neoplatonismo científico
renacentista, subyacente en el paradigma epistemológico organicista o vitalista
del arte curativo de la segunda escolástica jesuita, al neoplatonismo
providencialista del Inca Garcilaso y al platonismo mesiánico de Guamán Poma de
Ayala, ambos vinculados a un fondo escatológico indiano.
Por lo demás, la ontología mítica indiana, donde existía la noción
optimista de ciclos cósmicos regeneradores de transformación mundial o
cataclismos, llamados Pachacuti, al igual que las demás ontologías ancestrales,
tiene una estructura platónica para explicar el mundo. Dicha estructura sirve
de bisagra espiritual e intelectual también en la asimilación del pensamiento
cristiano por parte del piadoso poblador andino. Lo que se aprecia
poderosamente en el platonismo mesiánico de Guamán Poma de Ayala. Sólo con el
cristianismo el hombre deja de defenderse de la historia, de todo lo que parece
nuevo e irreversible y de la ausencia de arquetipo celeste y repetición cósmica[3].
Como es manifiesto en el neoplatonismo providencialista del Inca Garcilaso de
la Vega. Efectivamente, sólo la fe cristiana al introducir la noción del valor
de la persona humana supera el tema arcaico de la eterna repetición de los
ciclos cósmicos restauradores del orden universal.
[1]
Queda mucho por explorar sobre la génesis de las ideas
filosóficas de la Edad Media, Así un conocedor tan profundo como A. E. Taylor afirma que en los puntos
decisivos la concepción del mundo medieval nunca desplazó al platonismo (Platonism and its influence, 1927, p.
28). E. Hoffmann es de la opinión contraria y piensa que el platonismo no
aportó nada. Mientras que W. Jaeger sostiene que entre ambas figuras hay más
concordancia que discordia (Aristóteles,
FCE 1993). En la Iglesia la postura ante Aristóteles fue disímil. Así si el
Papa Inocencio III prohibió el estudio de la Metafísica por su afinidad con el panteísmo neoplatónico arábigo,
el Papa Gregorio IX en 1231 dejó libre la investigación de todo Aristóteles
hasta que no se examinase su valor.
[2]
Una exposición detenida de la importancia de este
periodo y de sus pensadores puede
encontrarse en Basilio Tatakis, Filosofía
Bizantina, Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1952.
[3]
El filósofo rumano Mircea Eliade argumenta que el mito
del eterno retorno revela el horizonte de arquetipos y repetición del hombre
premoderno no cristiano. El hombre moderno (y medieval) carece de este
horizonte pero sus filosofías historicistas no lo liberan de este terror a la
historia porque lo devuelven a la nada. Sólo una libertad que tiene su fuente
en Dios puede defenderlo del terror a la historia (Cfr. El Mito del Eterno Retorno, 1951).
Hola, cómo puedo citar este artículo.
ResponderEliminarFlores Quelopana, Gustavo. Neoplatonismo renacentista novohispano, en:www.gusfilosofar.blogspot.com
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