martes, 26 de noviembre de 2024

PSICOANÁLISIS DEL ATEÍSMO MODERNO

 

El número creciente de intelectuales y apreciados amigos que con ligero orgullo se declaran ateos me hizo volver sobre las páginas del libro de Ignace Lepp "Psicoanálisis del ateísmo moderno". Libro publicado en 1963 pero que mantiene una actualidad palpitante.
Para Lepp el ateísmo moderno es historicista, inmanentista, empirista, racionalista y cientificista. Y aunque reconozca la universalidad de la creencia religiosa no cree en ninguna realidad que trasciende el orden empírico. Distingue entre ateos neuróticos y psíquicamente enfermos, y ateos psíquicamente sanos (marxista, racionalista, existencialista, empirista, ético y práctico). En suma, para Lepp el ateísmo sería dos formas (enfermo y sano) y tres tipos (neurótico, teórico y práctico).
Lepp señala que lo común entre los diversos tipos de ateísmo es el de conducirse como si no existiese una realidad trascendente de lo empírico y material. La cultura secular de nuestro tiempo bloquea la fe, empobrece la afectividad religiosa y lleva a la razón al ateísmo.
Por mi parte concluyo que el ateísmo moderno refleja la hemorragia de subjetividad que caracteriza a la modernidad nihilista actual, que terminó reemplazando el absoluto trascendente por la nihilista multiplicidad de mónadas individuales subjetivas.

Ante la ola de creciente ateísmo es necesario abandonar no sólo el estilo de vida consumista e individualista, materialista y hedonista, que exagera el papel de lo racional dentro de la lógica terrenalista imperante, sino que hay que reconocer la importancia de la afectividad para ver desde ahí lo religioso como una racionalidad no instrumental, una necesidad psíquica sana, que hermana a los hombres y que reconoce que somos criaturas con vocación de trascendencia.

ASPECTOS FILOSÓFICOS RELEVANTES DE LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO

 

ASPECTOS FILOSÓFICOS RELEVANTES DE LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO
En primer lugar, se trata de una carta relevante por su fe en Dios y por su elevación moral. Se suele pensar que se trata del documento menos teológico del NT, referido a la vida práctica y no a la doctrina. Pero nada más lejos de la verdad, "porque si la fe no es nada sin obras" se debe a que Dios es bueno y reside en el prójimo.
Al enfatizar que "la fe sin obras está muerta" desbarata la elitista ataraxia individualista y egoísta de epicúreos, estoicos y escépticos. De modo que ridiculiza a los cristianos que creen ser salvos diciendo simplemente que creen en Dios. El diablo también cree en Dios, pero no hace su voluntad. La fe sin obras es vacía, y equivale a la incredulidad del creyente, a un ateísmo práctico.
Este poderoso mensaje es consecuente cuando contra los ricos opresores dice: "Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas, comidas de polillas". "Habéis condenado y daros muerte al justo, sin que él os haga resistencia".
En realidad, el paso de la razón a la fe estaba preparado por la crítica ecléctica y escéptica de los siglos IV y II A.C. y la atmósfera de creciente religiosidad por el declive del imperio macedónico y el auge del imperio romano. Del siglo II A.C. al siglo IV D.C. el pensamiento filosófico se desenvuelve en una atmósfera de predominio del problema religioso.
Así, las religiones orientales -entre ellas el cristianismo- y el misticismo alejandrino penetró rápidamente en Occidente, donde se produjo el sincretismo pagano -neopitagóricos, platónicos pitagorizantes y neoplatónicos- y el sincretismo judeo cristiano -Filón Hebreo-.
Para Filón la liberación es por gracia de Dios, para los neopitagóricos y platónicos neopitagorizantes el alma se libera no por gracia sino por su virtud y esfuerzo personal. En contraste la Epístola de Santiago insiste en la ides del "hombre vano".
Por su parte, el neoplatonismo terminó perdiendo la batalla ante el cristianismo porque su inefable dios-Uno es indiferente al mundo, mundo que retornaba al Uno de todas maneras.

Otro problema es quién escribió la carta. Algunos exégetas creen que corresponde a un judío precristiano por la intensidad de la literatura sapiencial que resuena en sus líneas. Sabiduría que, por lo demás, insiste en conducirse con rectitud. Sólo una vez se menciona a Jesucristo. Lo que sí se sabe es que su autor dominaba el griego con maestría. O sea, se trata de un hebreo palestino con evidente formación helenística y escrito para los que vivían en la diáspora después de la destrucción de Jerusalén en el año 70.