lunes, 4 de noviembre de 2024

El renacimiento del filosofar

 


El renacimiento del filosofar

Luis Enrique Alvizuri

 

Comentario al libro Filosofía mitocrática y mitocratología del filósofo Gustavo Flores Quelopana, miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía, presentado en la Casa Museo Ricardo Palma, ciudad de Lima, el martes 25 de mayo del 2010.

 

Lo que el filósofo peruano Gustavo Flores Quelopana nos plantea en su libro Filosofía mitocrática y mitocratología es algo que él ya ha venido sosteniendo en anteriores publicaciones: que el filosofar no es privativo de una cultura, en este caso Occidente, sino que es un hecho dado, propio de todo ser humano. Esto lo atribuye al filosofare, un elemento inherente a nuestra especie que nos impele a reflexionar sobre nuestro ser y su circunstancia. Estamos entonces ante un renovado esfuerzo por democratizar la más alta expresión del pensamiento, la filosofía, despojándola de ser solo el privilegio de una cultura dominante.

 

De esto se desprenden muchas cosas importantes y cruciales para la visión actual del ser humano en general y el desarrollo de todas sus manifestaciones culturales particulares. Si todos los hombres tienen la capacidad intrínseca de desenvolverse en el terreno filosófico, con propiedad y con soltura, de más está decir que ello conlleva una independencia de conciencia y de pensamiento, paso previo obligado a poseer también autonomía en materia de criterio, juicio, ética y valores. Lo gravital de esto es que lleva a que la autoridad de lo académico, dependiente siempre del poder de turno, se vea menoscaba y puesta en cuestión, abriéndose la puerta a pensamientos “políticamente incorrectos” —para expresarlo de una manera hoy de moda— que a la larga serán el germen de futuros cambios profundos en la concepción acerca de cómo debe ser la humanidad.

 

Es así que vemos que, con este aporte, la filosofía recupera el papel que ella siempre tuvo: el de ser la generadora de las ideas-madre que toda sociedad posee. Y decimos que recupera dicho rol en vista que, como suele suceder, cuando un sistema es totalitario, hegemónico y cerrado —como el actual capitalismo— éste no admite dudas y cuestionamientos a sus principios básicos, ya que el hacerlo implicaría poner en entredicho su veracidad absoluta. La filosofía, como muchas otras expresiones humanas, ha estado sometida y supervigilada pudiendo así ser controlada, encauzando de este modo todos sus productos, y creándose un engendro seudo filosófico cuya mayor preocupación es el cómo adaptarse a la realidad y no morir en el intento.

 

Recordando a Thomas Kuhn y a su famoso paradigma, se podría decir que en la filosofía contemporánea existe el meticuloso cuidado de no producir transformaciones sustanciales; la filosofía oficial solamente se ocupa de maquillar las expresiones lingüísticas y revolotear sobre una superficie manoseada, aceptada y reconocida. Es por ello que las últimas corrientes de pensamiento filosófico, gestadas al interior de la cultura occidental, no han apuntado al meollo del problema, la esencia del ser humano, sino que se han desviado hacia oficios vanos pero rentables, principalmente, a analizar las formas del filosofar y sus herramientas para hacerlo. De ahí que se ve hoy que las dos corrientes más importantes en este terreno están dedicadas, la una, al análisis exhaustivo de las palabras, la llamada filosofía analítica —suponiendo que allí se encuentra lo esencial del acto filosófico— y la otra, la posmoderna, en darle vueltas al sinsentido de lo ya filosofado, pero sin poder hacer otra cosa que deconstruir lo construido para ver qué se puede hallar en medio del caos resultante.

 

La consecuencia de esta situación, inútil para efectos prácticos, ha llevado a que se genere en el hombre común una percepción de que la filosofía es una especulación intonsa, que da vueltas sobre lo mismo, sin ninguna vinculación directa con el usuario principal: el ser humano. Es vista entonces como un ente que se muerde la cola, que no sale del encasillamiento de apelar siempre a Platón para cualquier cosa, sabiendo que todo ello acabará en el acostumbrado relativismo e inacción por parte de algún filósofo de turno. Las palabras de éste, por muy acomodadas que estén, se las terminará llevando el viento, y no pasarán de ser un simple discurso con un tufillo de maestro de escuela quien recomienda a sus alumnos portarse bien y hacer caso a sus progenitores.

 

En medio de este panorama, aburrido de optar por una verborrea con visos de alquimia secreta, se hace necesario que surjan filósofos que no estén atrapados por la lógica del sistema —para el cual todo ya está dicho y resuelto, siendo su preocupación solo una mera repetición de lo mismo pero expresado en forma diferente. Ello pasa necesariamente por el desligamiento de los principales derroteros que orientan al pensador a llegar a esas conclusiones (algo similar a lo que ocurre en el arte contemporáneo en el sentido que a las academias ingresan jóvenes habilidosos que luego salen expertos en hacer obras absurdas, carentes de sentido y de belleza, denominadas “instalaciones”, o sonidos disparatados y cacofónicos llamados pomposamente “música contemporánea”). Un pensador que desee ejercer su oficio llevado por su impulso natural a filosofar debe evitar ser obligado, mediante los fórceps tradicionales, a convencerse que es necesario reprimirse y adaptarse al sistema. Tiene más bien que huir de la carcelería de las aulas puesto que ellas no representan ni remotamente la orientación original de la práctica filosófica —la cual se da entre un maestro y un discípulo, y de forma libre y espontánea. Difícilmente se verá por los pasillos universitarios a dichos personajes. Esto porque ello es visto como un sinónimo de atraso, y es objeto de burla por parte de las autoridades. Se impone así el criterio de lo sistemático, de lo investigativo, como si la filosofía fuese una ciencia, cuando es en realidad más un producto de la inspiración y de la observación personal de parte del filósofo, tal como ocurre con el auténtico y sufrido artista. 

 

Y se rechaza esto porque hoy se considera al filosofar como una técnica mental, como si de un ejercicio físico se tratase para desarrollar determinado músculo —cual un moderno “pilates” cerebral. Sin embargo, el verdadero filosofar, que no reniega del conocimiento acumulado por el hombre, no consiste en hurgar en el pasado ni en encontrar las articulaciones de las palabras —cosa que es buena si se tratase de descubrir un lenguaje desconocido. La filosofía es, fundamentalmente, un acto creativo a cargo de un filósofo, es una innovación en la forma de pensar acerca de lo que somos y de dónde venimos. Un rápido recuento de las más importantes obras de la historia filosófica nos demuestra claramente que los grandes pensadores de todos los tiempos son aquellos que, basados en su propia inspiración, conciben esquemas y modos de entender la realidad hasta antes de ellos inimaginada. Muy pocos sustentan sus elucubraciones apelando a las de otros, del mismo modo que un poeta no suele escribir utilizando las palabras y los giros que los grandes vates ya emplearon. Lo que la gente espera es siempre la versión personal del poeta y no el copioso análisis de lo ya realizado. Igual ocurre con el filósofo, donde su deber es dar a conocer lo que él ha pensado, descubierto o creado, no así que discursee sobre lo mucho que sabe acerca de la obra de algún colega; eso al receptor poco le interesa y solo sirve para demostrar una buena memoria o cuánto tiempo se ha perdido en rebuscar en las bibliotecas intimidades ajenas.

 

Es por ello que decimos que la obra de Flores Quelopana se encauza más por este sendero: por el de la libertad de pensar y de crear al filosofar, y no por el de demostrar una erudición petulante y ociosa, más aún en una época donde la Internet ofrece casi toda la información, resumida y contrastada, en cuestión de segundos y al alcance del lego. La gran mayoría de los que se dice que son filósofos caben dentro de este esquema, puesto que, en vez de ser creadores, son especialistas en lo que otros crearon, sin darse cuenta que así le hacen el juego al sistema al no cambiar nada de lo que ya está revisado y aprobado.

 

Flores Quelopana nos lleva a cuestionar profundamente nuestra idea acerca de que la filosofía es un invento de los griegos y que solo la cultura occidental es la gestora y guardiana de la pureza del filosofar, atribuyéndose ella ser la única capaz de realizarlo correctamente. En su libro el autor nos explica que todo esto parte principalmente del prejuicio y de la incapacidad de ver las cosas desde una altura mayor que nos permita descubrir el verdadero mapa del lugar, de tal manera que se pueda entender que las cosas no son como parecen ser desde la plaza del pueblo. Si bien los griegos pueden haber desarrollado una forma de filosofar, decir que solo ellos lo hicieron y que su modo de efectuarla es el único posible resulta tan absurdo como afirmar que, porque la palabra arquitectura es de origen griego, entonces son ellos los inventores del arte de la construcción. El hecho que la alocución ‘filosofía’ sea de raíz griega no nos debe llevar a pensar que es una potestad exclusiva de tal pueblo, como si el uso de la palabra baranda significara que los indios fueron los creadores de tal agarradera para bajar las escaleras.

 

Entonces, si se quiere saber qué es la filosofía en toda su amplitud, no se puede constreñir su definición y desarrollo a solo un punto de vista cultural: tiene que ser entendida como una acción humana y universal. En este libro encontramos esa perspectiva —lo cual no es ajeno a su contexto, pues los seres humanos no podemos escapar a ser un producto de nuestro tiempo. Vivimos hoy en un momento coyuntural de la sociedad. Por un lado, numerosas posiciones políticas que antes nos daban la impresión de tener resuelto el mundo han sido dejadas de lado para dar paso a una visión pragmatista y economicista de la existencia, en la cual solo interesa la supervivencia del individuo de la mejor manera posible, sin perspectivas mayores que la satisfacción de las necesidades. Las anteriores ideas que nos remitían a una dimensión compleja, como la de ver la vida más allá de lo terrenal, están hoy por hoy menoscabadas por una estructura de pensamiento híper realista, sujeto a la inmediatez, y que exige, antes de creer en algo, que se presente la prueba tangible y concreta de lo que se dice (con lo cual desaparece el concepto fe del vocabulario pues se vuelve obsoleto e innecesario dado que no es demostrable).

 

Por otro lado, este mismo sistema omnipotente, denominado como sociedad de mercado, vive en constantes instancias de crisis, lo cual lleva al hombre común a pensar que es imposible alcanzar sus verdaderos anhelos de claridad y paz dentro de la batahola frenética de las compras y ventas en un sistema mercantilista. A esto se suma una novedosa visión, resultado de la Modernidad, que es la posibilidad de que el ser humano sea el responsable de su propia destrucción —y con ello la de la naturaleza— lo cual establece una incertidumbre e inseguridad antes nunca vista a lo largo de nuestra historia. La Modernidad recién nos está mostrando su otra cara y con ello el ser humano empieza a verla tal como ella realmente es: como una devoradora de la materia, una explotadora del recurso natural, una maquinaria de destrucción sin medida ni control.

 

Flores Quelopana se desenvuelve en esta realidad, subsiste dentro de este maremagno de angustia y de temor, de inseguridad total acerca de lo que el hombre contemporáneo hace, y por eso sale a responderle con filosofía. Pero él no está solo en el intento; su alimento es también sus propios contemporáneos más cercanos, quienes contribuyen de alguna manera a que geste las ideas que él expresa. Se encuentra acompañado por otros que también comparten esa visión liberadora de la filosofía, que no creen en la preeminencia de Occidente para ser la medida de todas las cosas y que también piensan que el filosofar es universal y no un hecho cultural —aunque cada cultura le imprime su propia esencia y estilo. No dudamos que el autor ha sabido recoger todos estos aportes provenientes de quienes avanzan por el mismo camino. El mérito de nuestro filósofo está en que no se duerme sobre el pesimismo de la falta de apoyo o de recursos; todo lo contrario, cual informal peruano sale adelante, sin miedo, y gesta su propia editorial con lo que posee en el bolsillo, y sin mayor empacho se exhibe abiertamente ante la mirada impávida del mundo académico, que no acierta a entender cómo alguien puede hacer tanta bulla con tan poco papel.

 

Este rompimiento con el esquema tradicional de la filosofía es, a nuestro entender, la principal virtud del libro de Flores Quelopana. De ahí en adelante todo puede pasar pues, como dijimos al comienzo, una vez que se encuentra la llave que abre todas las puertas, el cielo es el límite, y todo se puede replantear desde el punto de vista creativo. A partir de ello es posible reescribir la historia de la filosofía, como efectivamente lo hace, e incluso enmendarle la plana a los más famosos filósofos académicos, quienes no pudieron escapar a la ceguera de su entorno y de su tiempo. De ahí que es comprensible que él pueda proponernos, no solo un esquema personal de qué es la filosofía, sino también dónde ella está, cómo se da y, de paso, cómo puede ser la que le pertenece a los mundos no occidentales, como es el caso del mundo andino.

 

Flores Quelopana nos invita a conocer una manera de filosofar que él denomina mitocrática, la cual se opone —o yo diría se complementa— con la que llama logocrática, que vendría a ser la que normalmente se piensa que es la única filosofía posible. Creo que lo importante no es ver qué tan cierto es o no esto, puesto que ya mencionamos que, al no ser una ciencia, la filosofía es esencialmente un acto creativo que surge de una nada previa, de modo que no se puede encontrar antecedentes a lo que antes no existía. Si esta forma de entender las cosas nos agrada, nos parece correcta o explica bien nuestra realidad, será un asunto propio de nuestro criterio selectivo. La idea que la filosofía es la búsqueda de la verdad, una total y absoluta, como si ella fuera algo realmente existente en algún lado, no es lo que actualmente prima en el pensamiento contemporáneo, pues ello nos haría agotarnos en el intento de demostrar, primero, la existencia de dicha verdad, y eso nos puede tomar una eternidad. Lo que hoy necesitamos son más bien filosofías frescas, esperanzadoras, revitalizantes y reconstituyentes, que renueven la fe en la vida y no la destruyan para que, supuestamente, permitan que el hombre viva, pues ello no es más que un contradictorio y paradigmático sinsentido.

 

Pienso que la propuesta filosófica de Gustavo Flores Quelopana, al igual que la que practican muchos de sus más cercanos, va en ese sentido; en el de la renovación y del cambio, en el de las nuevas iniciativas y los nuevos horizontes. Es una filosofía liberadora, que nos da a entender que los no occidentales no somos dependientes sino creadores de nuestro propio destino. Este es el nuevo rumbo que hoy nos sugiere el filósofo limeño: el renacimiento del filosofar, liberado ya de la carga del convencionalismo y del dominio del poder. Lo que pueda pasar a partir de ahora pertenece al misterio, en el cual él fervorosamente cree. Se ha abierto aquí una caja de Pandora y, a partir de este momento, el mundo podrá ser nuevamente entendido y redibujado, devolviéndonos con ello el entusiasmo por vivir y por soñar con utopías aún posibles, aún mejores.

 

 

 

Amatorium: Un poemario a contracorriente



 Amatorium: Un poemario a contracorriente

Luis Enrique Alvizuri, 19 de abril del 2012.

 

El filósofo y escritor Gustavo Flores Quelopana nos vuelve a presentar otra de sus obras en su ya vasto bagaje literario tratándose esta vez de un poemario al que ha intitulado Amatorium. Tal como se señala en la reseña, este trabajo pretende ser “…un tránsito hacia un neo romanticismo que sintetiza el alma introvertida y nostálgica del indio taciturno con la pasión desbordante y galante del hispanoamericano, alma a su vez angustiada por la apocalipsis moral y climática de la posmodernidad”.

 

Esta misma presentación nos anuncia un eje temático que no necesariamente se circunscribe al interés hacia el sexo femenino, sino que esencialmente se centra en las más hondas preocupaciones del ser humano, algo que abarca aspectos que van más allá del drama personal del deseo carnal.

 

Toda creación es la huella en el caminar de un ser, es su firma por la cual es posible descifrar un mundo interior siempre cerrado y desconocido a los sentidos. En el caso de Flores Quelopana, este poemario nos revela una vez más al hombre que desde un principio se ha dado a conocer como un profundo pensador y analista, típica actitud que caracteriza a los filósofos. Porque Flores Quelopana es un filósofo, y aun cuando haga una poesía que intenta dirigirse aparentemente a la mujer, no puede desligarse de su esencia natural que es la filosofía. Quien escribe estas líneas comparte con él este mismo oficio por eso le es más asequible entenderlo. Bastaría con comparar alguna de sus líneas con lo que comúnmente se entiende por poesía para vislumbrar que su estro no se agota en solo la perecedera carne o en los recuerdos sensoriales de lejanas caricias, sino que se entrecruzan con los principales hilos que mueven su espíritu: la mística y reflexión.

 

Cada uno de los 54 poemas insertos en este libro contienen una mezcla peculiar de estos tres orígenes: la pasión humana y personal, la búsqueda de una trascendencia mediante la fe y la preocupación permanente por el desarrollo y destino de toda la especie humana. Esta clase de expresiones nos remite de algún modo a la poesía mística española del siglo XVII con San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús donde el objetivo de las ansiedades y esperanzas son siempre Dios como iluminación y anhelo, pero por intermedio de la experiencia mundana. El mismo vocablo amatorium que sirve de título nos advierte que el poeta intenta ubicarse en un plano que no es precisamente el moderno sino, todo lo contrario, uno más cercano a un romanticismo tardío. A un lector contemporáneo puede resultarle extraña o hasta obsoleta esta actitud pues se nota claramente que se retoman los valores del pasado premoderno donde aún no había calado el pragmatismo y el uso de la palabra llana, casi vulgar, para la manifestación sublime. Aún más, la poesía actual justamente se esmera en negar todo tipo de elevación puesto que se agota en el consumo inmediato del placer terrenal y rechaza todo aquello que se proyecte más allá de la utilidad. Lejos de la mirada vallejiana o la dimensión de Eguren, los poetas del siglo XX y XXI, influenciados por el ritmo y los horizontes de la sociedad de mercado y sus parámetros, sobredimensionan su propio ser, que toman como centro para su sentir, y se abocan desesperadamente en transmitir su individuismo muchas veces carente de la mayor profundidad puesto que de allí está erradicada la proyección ultraterrena y metafísica. Se puede decir que la poesía moderna se indefendió de la agresión del sistema y se enconchabó en sus propios miedos y frustraciones sin lograr sacar la cabeza más allá de la realidad que el mundo material del consumo permite. Los intentos socialistas del siglo pasado quedaron en el olvido en medio de un triste convencimiento que poetizar es solo sufrir lánguidamente de impotencia.

 

Flores Quelopana pareciera rebelarse ante ese desencanto y minimalismo de hoy, en donde prima lo crematístico y comercial en desmedro de las manifestaciones del espíritu, y recurre a un pasado que para él estuvo pleno de contenido, de ahí se desprende el que encontremos términos que nadie ahora se atrevería a emplear por temor a la calificación de “arcaico”. Palabras como bermejo, céfiro, áureo, bergamasco, prístina, brezo, arrobada, inmarcesible, vesperal, zarzal, oráculo, argénteo y muchas más por el estilo navegan sin pudor por sus versos, haciendo caso omiso a los posibles críticos dispuestos a ubicarlo en el gabinete de lo pasatista y falto de originalidad. Es cierto que al lector del siglo XXI tales voces le sonarán a palimpsesto, más apropiado para exégetas que para personas atareadas y atosigadas por los medios masivos y estupidizantes actuales, pero habría que preguntarse si no existirá detrás de esto una forma sutil de protesta ante un sistema que ha deshumanizado al humano y ha desacralizado a lo sagrado. Mientras que, para el pensamiento oficial, propio de Wall Street, la realidad es res, cosa, en Flores el Universo retoma sus antiguas vestiduras y se plaga de dioses y luces expulsadas por las nociones cartesianas y por el agiotismo fenicio de los anglosajones y banqueros judíos. Se podría incluso semejar a la última gran marcha anti moderna habida en el siglo XX cuando un grupo de intelectuales propuso el retorno a la naturaleza como cura para esta enfermedad creando el frustrado movimiento hippie.

 

Los aires místicos con los que se arropa el erotismo del poeta se rebelan desde los mismos títulos de los poemas como: Ángelus, En este vuelo terrenal…, Ángel exterminador, Misterio grato, Se lo di al cielo, ¡Salve espíritu!, Deo gratia, Sueña eternidad, Alma herida, Con piedad y celo, Cielo silente, Milagros. Y si hablamos del estilo nada extraño le será éste para quien esté acostumbrado al manejo de la Biblia encontrar un claro ritmo salmódico que se repite con frecuencia en muchos de los poemas. Se puede citar Cielo silente cuando dice: “En los límites del cielo silente, / pienso en ti, Marta mía. / Atesoro cuando ensortijabas tu cabello/ al advertir que te miraba. / Y mis ojos te hacían toda mía,/ y yo existía porque tú lo sentías. En los límites del cielo silente, / pienso en ti, Marta mía.” O también Corazón: “He vivido al galope, / de querencias y pasiones. / Descarnando mundos sin posesiones, / como tábano valiente/ amé volando la vida, / pegando tenazmente/ mi prolongada nariz, / donde de incienso y pólvora/ se enciende la poderosa frente. He vivido al galope, / de querencias y pasiones.”

 

Y siguiendo con las ineludibles menciones teológicas podemos referirnos a Impureza pura, en el que convergen la simbología cristiana y la ansiedad corporal: “¡Oh impureza pura, de manos santas! / Y en aquella hora fría, / de lujuria, bacanal y vergel, / vi aquella mujer enclavada en su cruz, / ocultando en su seno un cirio de luz.” También lo hallamos en ¡Muerte! ¿dónde está tu corazón?: “¡Muerte! ¿dónde está tu corazón? / Yo comprendo tu maléfico veneno, / más, serán rotas las cadenas de tu cieno, / cuando la Eternidad te haya besado.” Una más sería Misterio grato: “Dame Señor, las cosas temporales para usar / y las celestiales para desear, porque/ sólo visitados por ti, vivimos y somos levantados. / Es un misterio grato, que Dios haya amado/ la idea de la existencia del hombre.”

 

Como se ve, la presencia del complejo mundo de la fe se inmiscuye entre las miradas, los perfumes y los balcones que son materia tradicional de la poesía romántica y finisecular de los inicios de la modernidad. Podría objetarse que se trata de una obra calcada de viejos libros novecentistas españoles parodiando esto a un febril Quijote que se embriaga de ciertas lecturas hasta hacerlas suyas. Quizá. Pero viniendo de un escritor de ensayos de filosofía acostumbrado a la crítica profunda y al detalle escondido es imposible creerlo, por lo que es más que seguro que esa ha sido la intención del autor: la utilización de figuras literarias en desuso para causar el efecto de contraste, yendo en contra de las modas y los convencionalismos para los que en la poesía lo más importante es la libertad total del verso al punto que ha devenido en caótica, dispersa e incomprensible. Al perder todos los referentes absolutos (Dios, la belleza, la reflexión filosófica, la armonía) la poesía moderna se ha desvanecido en las aguas turbulentas del ruido y el apurado frenesí de los compromisos laborales que no dan tiempo más que para ver televisión para coger el sueño. Flores Quelopana pareciera haberse enviado a sí mismo al pasado, cual novela de ciencia ficción, y con levita y pañuelo estuviese al pie de una ventana señorial engalanando a una dama cuyos únicos atributos son el ser fémina y estar en edad de merecer.

 

Pero un tercer elemento que completa la trilogía de ingredientes en este poemario es el filosófico en donde, junto con el halago y la exultación de la belleza física, se entremezclan reflexiones y pensamientos obviamente muy necesarios para el propio autor, aunque probablemente no tanto para la supuesta receptora de sus versos. Como muestra se puede citar un fragmento de Presentimientos: “La soñé como mi único tesoro y desde/ Mis adentros digo: ¡Eso es vivir para no morir! Que la única eterna juventud/ Es la que ganamos con el oro de las ilusiones. Amén.” También en Bella Taylor encontramos: “No indagues el secreto, ni busques la verdad, Porque desde los hondos valles hasta las altas cimas/ La fuente más pura encuentra siempre légamo al pie…” Y en Con piedad y cielo: “Yacía bella, angelical en el funeral, / con sus hermosos ojos cerrados, / en contrito réquiem ritual, / dulce descansaba mi amada.”

 

Igualmente, no se puede ignorar que existen toques clásicos que hacen recordar a poetas como Shakespeare en el caso de Alma herida: “¿Qué conducta es digna para un alma herida? / Sufrir los dardos sórdidos y tiros del desamor, / un breve mes, un breve día, / luego me buscas con amorosa hambre…” O en el de Epitafio: “¡Nadie ose perturbar esta tumba! Aquí yace con las cuencas vacías/ un cráneo de selvas foscas, / un corazón que ardió como fuego, / dos manos que se extendieron como garras, / un cadáver que sorbió el fragante veneno”. También hay pasajes logrados que tienen un peso significativo propio como en La soledad: “Yo lo sé, y lo digo con lagrimones, / Tú partiste antes, / porque la soledad/ era más mi compañera, Y es cierto.” O en el mismo poema: La vida es como un sueño, / un día llegamos sin saber ni prever, / y al otro levantamos velas sabiendo/ menos de lo que creemos.”

 

Pero si hubiera que destacar un poema, entre varios, podría resaltarse el titulado No te quiero. “Si me buscaba, mañana tarde y noche/ la suave ninfa de los bosques,/ me preguntaba yo si su aroma a violeta/ sentía atracción por un viejo roble./ Terminé queriéndola como bestia irracional,/ sin concretos y vibrando a puro sentimiento,/ sin reparar que un diente de sierpe,/ se hundía sin cariño en mi agreste añoranza./ Sus piececitos hechiceros/ dejaron el rosal deshecho, ella/ como criatura errante, amarga doncella, me espetó con rostro indecible:/ “Uf, no te quiero ¡Vejete!./ Mi débil corazón perdió sus compás./ ¡No más!… ¡Oh, nunca más!” Tampoco se puede desdeñar lo logrado en materia netamente erótica, como en el titulado Tu cabello: ¡Ay de mi —repuso ella—/ Y con su mano de nácar/ accedió a mi ruego, / con el meñique dio un capirotazo, / y el moño deshecho dejó llover/ en cascada hasta la espalda, / una lisa y radiante cabellera negra”.

 

Por otro lado, a pesar de lo reseñado en la contratapa es muy poco lo que de raíz andina se puede encontrar en el poemario; apenas algunas expresiones como ayacuchana, amaranto o Ande. Abundan más bien las de claro origen hispánico, razón por la cual ciertas palabras hacen recordar a las obras clásicas del llamado Siglo de oro. Y si de poesía peruana se trata en el poema titulado Lleno de años se hace una clara referencia a Eguren: “Cual Diana trépida de albos lirios / como guirnalda festiva, / alegre vive la fugitiva, / derrochando rutilante juventud. /”

 

Amatorium es una obra que suscita justificables preguntas en el lector quien de primera intención puede pensar que está ante un texto extemporáneo, pero al leerse con el debido detenimiento que toda poesía requiere se entenderá cuáles han sido las causas de su existencia y entre ellas parecen estar, como ya se dijo, una modernidad en vías de extinción incapaz de reflejar con palabras algún atisbo de belleza, lo que ocasiona en espíritus sensibles como el de Flores Quelopana, un rechazo asqueado por la manera cómo se ha privado a la vida y al mundo de su valor intrínseco para dárselo todo a la ley de la oferta y demanda, convirtiendo la existencia en un proceso de compra y venta. Flores Quelopana, con Amatorium, hace caso omiso a estos cantos de muerte y crea su propio mundo donde el pasado y el presente se hacen uno cohabitando en un mismo momento atemporal. Es por ello que su lectura no es fácil para ojos acostumbrados a la literatura de poca exigencia.

La encrucijada de la condición andina.

 


Reseña a

La encrucijada de la condición andina.

Ensayos sobre la crisis identitaria

de Gustavo Flores Quelopana

Luis Enrique Alvizuri

 

Una vez más alguien viene a hacernos perder el tiempo. Esta es otra demostración de las agudas falencias y absurdos de nuestro sistema educativo. Porque no otra cosa puede ser el hecho que se persista en tesis trasnochadas que no quieren entender que la civilización es solo una, que la ciencia es una también y que, por supuesto, solo existe una filosofía: la de Occidente. Yo, en lugar de ustedes, estimados asistentes, me levantaría en este momento e iría a hacer cosas más útiles y necesarias en vez de desperdiciar minutos valiosos en vanas peroratas.

 

Pero como veo que a la mayoría nos sobra tanto el tiempo como para seguir en este sinsentido entonces trataré de actuar, ya no como observador o crítico, sino como terapeuta. ¿Qué hace que gente inteligente, preparada incluso en aulas universitarias, lance tantos dislates, a contramano de lo que es el conocimiento universal? ¿Qué puede motivar a estas desviadas mentes a prorrumpir frases extraídas de la oscura noche del pensamiento? ¿Por qué, una vez más, este remanido e infantil tema de lo andino vuelve a ser puesto en el debate en pleno siglo XXI? ¿Es que la gavilla de campesinos ignorantes, con sus tomas de carreteras o sus disfraces precolombinos, nos impactan tanto que terminamos por convencernos que sus fantasías pueden tener siquiera algún sustento?

 

¿O es que estamos asustados, tal como lo manifestaba un prestigioso siquiatra, preocupado porque su abuelita le había dicho cuando niño que un día los cholos iban a tomar por asalto Lima y que iban a matar a todos los blancos? ¿O tal vez estamos acomplejados de que, por no ser blancos, no nos han contratado en la Católica ¾así nomás, Católica, sin esa huachafería de “pontificios”¾ y, en revancha, apelamos a nuestros genes y nuestro devaluado color de piel para, entre lágrimas, decir: “yo también valgo, aunque no sea inglés o alemán”? En fin, difícil sería saber por qué extrañas razones uno reitera el desgastado tema del pasado para afirmarse en el presente. Pero, les confieso que me salta una duda, pequeña, pero duda al fin. ¿Y si no se tratara de eso, de ignorancias patológicas raciales y revanchistas? ¿Y si hubiera algo en el fondo de estas ansias contraculturales que tuviera algún tipo de sustento? Claro, podría parecer que se trata de un momento de beodez o de alucinación sicofarmacológica lo que nos esté llevando a contemplar esta posibilidad. Pero ¿y si no? ¿Y si de repente estamos obviando algo que no vemos? ¿Y si tal vez la universidad no lo sabe todo, o no lo dice todo ¾que no es lo mismo?

 

Qué preocupante ¿no? Y no sería la primera vez que tuviera que ser un extranjero ¾perdón, un “san” extranjero¾ quien viniese a decirnos que ha descubierto que no somos lo que somos, sino que somos otra cosa que él ha analizado y comprobado que somos (uno de esos miles de Hiram Bingham del pensamiento que devoramos con devoción). Si pues, quizá pueda ser que merezca la pena descartar esta posibilidad de que el tema andino no sea tan solo una demostración de atraso folclórico-turístico de rabiosos y ambiciosos indigenistas financiados con millones de dólares de las ONGs y de las Naciones Unidas. Quizá lo andino pueda ser que tenga algo de sustento, un poquito digo. Quizá, es un decir, puede que haya un poco de razón con respecto a eso de que Occidente no es la Civilización humana sino solo una civilización más en la historia.

 

Tal vez puede ser cierto que cada civilización viene con su ciencia y tecnologías bajo el brazo. Solo así podríamos explicarnos por qué los conocimientos no se trasladan de civilización en civilización y sus restos quedan como misterios; o a lo más pasan a la siguiente, pero deformados, sin el sentido que tenían en su versión original (como por ejemplo las sillas donde ustedes están ahora sentados, que, por si no lo saben, fueron creadas como altares y solo se aposentaban sobre ellas los chamanes, como sinónimo de comunicación religiosa con los dioses). Quizá por esa razón que hoy nadie construye pirámides ni Machu Picchus; y tampoco nadie sabe cómo las hicieron. Las civilizaciones sucesoras nunca gustan de recordar a sus antecesoras; las aniquilan hasta no dejar vestigio de ellas. Si no, pregúntenles a nuestros sufridos arqueólogos cuánto lamentan estas destrucciones. Y ya que especulamos así, podríamos quizá también suponer que tal vez cada una de estas civilizaciones tuvieron, por qué no, su filosofía, que, lógicamente, no se llamaba así, pero hacía lo mismo, aunque algunos piensen que el nombre hace a la función y no al revés.

 

En ese caso tanto el cerdo, como el cochino, el marrano, el chancho y el porcino son animales completamente diferentes. Y si seguimos explorando estas posibilidades ¾insisto, solo estoy especulando, no afirmando¾ puede darse el caso que la civilización andina no esté tan desaparecida como regularmente se dice. Quizá se encuentre escondida en lugares que no nos permiten verla bien. Tal vez estemos percibiendo sus manifestaciones, sus síntomas, pero, cual misterioso virus, no sabemos dónde exactamente está. La escuchamos, la sentimos, nos empuja, nos molesta, ensucia nuestras calles, malogra el idioma, degenera nuestra raza, se mete en los negocios, en los medios de comunicación, “cholea” la pantalla, “cholea” las cátedras, “cholea” la cultura, en fin, corrompe las estructuras occidentales del Estado. Esta andinidad, como podríamos denominarla, es la llamada hoy “informalidad”. Pero ¿qué es la informalidad? Es el salirse de las normas. Pero ¿quiénes se salen de las normas en una sociedad?

 

Los delincuentes, tanto rateros como banqueros. ¿Será tal vez, quizá, la andinidad una delincuencia, o un pueblo degenerado al que le falta cultura? (cultura en términos occidentales, obviamente). ¿No será entonces otra cultura? Pero ¿puede haber otra cultura en un mundo globalizado, donde lo occidental es calificado como Cultura Universal, como sinónimo de Cultura? Eso parece absurdo. Admitir que puede existir una cultura paralela a la oficial sería reconocer que Occidente no lo es todo, no lo sabe todo y no tiene derecho a imponerse sobre el resto de la humanidad. Y esto no se puede permitir. ¿Cómo quedaríamos nosotros, los hijos de la madre universidad, fiel retrato de Europa? No como ignorantes, lógicamente, pero sí como parcialmente instruidos; conocedores solo de una parte, mas no del todo. Esto, lo vuelvo a decir, no lo debemos permitir. Aquí no está en juego la verdad, señores, porque la verdad es solo aquello que nos da la razón y nos conviene (seamos francos ¿alguien aceptaría una verdad si sabe que ella le perjudica? ¿Conocen ustedes, han oído hablar alguna vez, de algún suicida que reconozca que lo que él cree y le da poder, y le da para comer, no es la verdad? Particularmente yo no). Por lo tanto, pienso que, así me demuestren lo contrario, si nuestro estatus está peligro solo por el hecho de que ocurran cosas que nos digan lo contrario a lo que creemos yo me opongo y lo negaré cien veces.

 

 

Y tal parece que el señor Gustavo Flores Quelopana, con este libro titulado La encrucijada de la condición andina está intentando socavar las bases de un conocimiento oficial y oficializado que es lo que nos permite mantener nuestros privilegios. De continuar con estos esfuerzos podría incluso llegar a descubrir mecanismos internos insospechados que nos generen angustias y nos causen nuevas zozobras intelectuales y políticas de las cuales ya estamos sumamente hastiados.

 

Pienso que, en pro de nuestra amada civilización y cultura Occidental y cristiana, en su versión norteamericana, deberíamos prohibir e impedir que se continúe insinuando la posibilidad de que se dé algún “revival” culturalista por cuanto solo servirá para alimentar las desquiciadas obsesiones milenaristas y utópicas de acomplejados indios marginales que para lo único que sirven son para interrumpir el avance del desarrollo y progreso occidental. Por todo esto solo quiero terminar diciéndole a nuestro delusivo amigo que, en nombre de la clase gobernante pro occidentalista de este país, deje de ya de hacer divagaciones subversivas y se ponga a escribir sobre las zapatillas de Platón, a ver si así logra por fin que una editorial seria publique alguno de sus pintorescos libritos.

La Metafísica de la luz. Claves del primer filósofo mestizo Inca Garcilaso de la Vega

 


Reseña a 

La Metafísica de la luz. Claves del primer filósofo mestizo Inca Garcilaso de la Vega

de 

Gustavo Flores Quelopana

Luis Enrique Alvizuri,

24 de setiembre del 2005.

 

Quisiera iniciar mi comentario con una figura metafórica. Dicen que el hombre andino es como el cóndor, que cuando empieza a bajar hacia la costa se lo va viendo cada vez más pequeño, hasta el punto que pareciera que va a desaparecer; pero, cuando ya casi no se lo ve, su figura vuelve a crecer lentamente mientras sube hacia el lugar de donde partió.

 

Esta bella figura quizá ilustra aquello que algunos creemos que es lo que está sucediendo hoy en día en el mundo andino. Muchos pensaban que estaba muerto, que había sido desaparecido por efecto de la invasión occidental, que solo sobrevivían sus restos en forma de arqueología, antropología, etnología o folclor. Pero cuando pensábamos estar ante un cadáver, resulta que, como en el poema Masa de Vallejo, ante el clamor de todos los que lo amamos, éste se levanta y empieza a andar. Y qué mayor prueba de ese caminar que la obra profunda y académica de Gustavo Flores Quelopana La metafísica de la Luz, claves del primer filósofo mestizo Inca Garcilaso de la Vega.

 

Flores Quelopana, un pensador salido de las canteras tradicionales de la filosofía occidental, impartida en nuestras parametradas instituciones de enseñanza, ha dado el salto cualitativo que pocos se atreven a dar por temor a ser considerados poco duchos, o resentidos, o desviados, sino subversivos. Ha puesto su mirada en un mundo por siempre visto como inferior, atrasado, salvaje, ignorante, incapaz ¾y todos los epítetos que el lenguaje castellano nos pueda dar¾ pero no con la intención de lucrar con la fama que las miradas antropológicas de laboratorio suelen dar a quienes se dedican a esta “curiosidad del pasado”, sino con el objetivo rebelde de no aceptar la ceguera intencionada, arrastrada desde la conquista, de no querer ver lo que es obvio: que el mundo andino era y es una civilización superior, viva y renaciente, con sus propios valores, sus estructuras y su forma de ser y de pensar.

 

¿Y de qué manera patentiza ese interés para algunos descabellado? Pues poniendo sus ojos en aquel que, a su entender, viene a ser el primer filósofo mestizo ¾que nosotros llamamos andino¾ como lo fue Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega. Flores Quelopana, sin temor de aplicar los instrumentos provenientes de distintas canteras del pensamiento universal, y con el único objetivo de llegar a la luz de la verdad, nos demuestra que nuestro ilustre antepasado no solo era, como siempre se ha pensado, un simple relator o cronista, un narrador de historias de su pasado con el fin de distraer o de exaltar su origen real, para así ser considerado alguien de alcurnia en una Europa aristocrática, sino que era en verdad un filósofo.

 

¿Por qué? Porque sencillamente solo un filósofo podría atreverse a abordar con éxito la traducción de un libro de filosofía del latín al castellano. Nos referimos a la obra Diálogos de amor de León Hebreo. ¿Creemos acaso que es una empresa fácil? ¿Podría alguien que no conoce la especialidad osar hacer dicha tarea? Eso, como todos sabemos, no ocurre en ningún caso ni en ningún campo. Por eso Flores Quelopana, conocedor de lo que es la filosofía en su sentido estricto, detecta esta gran omisión. He aquí entonces una de los primeros méritos de la obra en cuestión: hacerle ver a los andinos que nuestro primer filósofo contemporáneo fue el Inca Garcilaso de la Vega, quien no en vano se cambió el nombre puesto que así se sentía, un Inca, un ser que formaba parte de un mundo que no podía negar, a diferencia de la mayoría de los actuales que intentan por todos los medios rechazar su origen y asimilarse a Occidente de cualquier manera. Pero Garcilaso no solo reconocía públicamente su cuna en un medio donde ello podía significarle una desventaja, o sea, admitir que era proveniente de una supuesta raza inferior ¾al decir de la mayoría de los europeos¾ sino que también se reconocía como parte de Occidente, a través, no solo de su sangre, sino de la religión. Fue en esto donde Garcilaso encontró la piedra de toque para elaborar su genial y anticipatoria teoría: el hecho que ambas civilizaciones, la occidental y la andina, tenían como máxima sublimación de la fe y el pensamiento a la figura de la luz.

 

Garcilaso no solo es un historiador o un escritor humanista, sino que es el primer filósofo neoplatónico peruano, pero cuya obra escrita se articula ¾y esto no fue advertido¾ por medio de una metafísica de la Luz, que concibe a Dios como una realidad superior privilegiada y que le sirve de fundamento para su interpretación histórica: providencialismo neoantropocéntrico. Pág. 182.

 

En el caso de Occidente, esto se manifestaba a través de una importante cantidad de referencias que vinculaban a Dios y a toda manifestación de lo divino con la luz, la luz divina, la luz que ilumina a los hombres y que les entrega la revelación. Innumerables pasajes bíblicos y evangélicos nos relatan acontecimientos donde es la luz la portadora del espíritu divino. Igualmente, en el caso de la civilización andina; para Garcilaso la adoración al sol, como punto principal de donde parte la luz, es una demostración clara de que los andinos reconocían la divinidad de la misma, no en su forma material, como la luz del día, sino en su aspecto sublimado, espiritualizada, que desempeña un papel primordial en la vida de todos los seres de la naturaleza.

 

Pues la divinidad solar incaica representa un acercamiento de la noción de sabiduría a la de la luz o conocimiento perfecto de lo divino. La teología incaica está transida por una metafísica pagana de la Luz que sirvió de hilo conductor a Garcilaso para compenetrarse con la teología de la Luz del cristianismo católico. Pág. 165.

 

Esta es para Garcilaso la conexión y la demostración de que Dios está en estos dos mundos y por eso, y a aquí viene el planteamiento revolucionario ¾aun para nuestra época¾ es que plantea la idea de que el mundo andino posee la suficiente madurez y capacidad para autogobernarse a sí mismo, ya que tiene la revelación divina sin haber conocido siquiera la religión cristiana; pero habiéndola conocido, no había entonces necesidad de una dominación ni de una colonización, sino solo el reconocimiento de que la obra de Dios se había extendido hacia el nuevo mundo. Garcilaso quería decirles a los españoles, en especial a sus gobernantes, que dejaran a los andinos como independientes en su gobierno ¾demostradamente efectivo, como relató en sus Comentarios reales¾ puesto que eran parte del plan de Dios, que estaba por encima de los de los hombres.

 

Por ello el providencialismo renacentista de Garcilaso era neoantropocéntrico y eurocéntrico, es decir, el hombre peruano, ¾sin perder el vínculo con lo divino ¾bautizado en la fe cristiana¾ estaba en incomparables condiciones para construir con autonomía de los españoles e Imperio Universal Cristiano. Pág. 80.

 

Como vemos, esta estrategia conceptual garcilasiana era sumamente elaborada, inteligente y astuta, pero peligrosa; tanto así que, muchos años después, a consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru, fue prohibida su obra. Y decimos peligrosa porque debemos considerar que el ambiente en el cual vivía no era propicio a ver en los recién conquistados unos iguales, sino más bien instrumentos de creación de riqueza. Si Garcilaso no hubiese empleado la sutileza en el escribir para decir cosas que parecen pero que en el fondo son ¾sin incomodar a la mayoría de los que leían su obra¾, si hubiera dicho directamente lo que pensaba y creía, es muy probable que hubiese terminado en la cárcel o tal vez en la horca por subversivo o hereje.

 

Y la encontró creando un nuevo género de expresión filosófica: el comentario histórico, en el que se permite deslizar conceptos sobre la naturaleza de lo histórico (plan providencial de Dios) estrechamente unido a lo que acontecía en el Perú. Pág. 82.

 

Estamos entonces, gracias a la obra de Flores Quelopana, ante un nuevo Garcilaso; un filósofo rebelde que se siente andino y no reniega de ello, y que quiere, con un atrevimiento singular, enmendarle la plana a España y a su política de colonización diciéndole que debe dejar libres a los habitantes del nuevo mundo porque ellos tienen el derecho divino y la capacidad para autogobernarse y seguir, por su propio camino, las grandes disposiciones de Dios.

 

Nuestro provecto escritor asimiló lentamente el panorama intelectual de Occidente no sin tomar postura; por el contrario, fue una asimilación crítica. De ahí su decisión de entregar sus fuerzas a una obra aparentemente histórica pero que se encontraba basada en sólidos fundamentos filosóficos-metafísicos que demostraban que la luz de Dios llegaba a los peruanos para un designio que haga honor a su ilustre historia. Pág. 84.

 

Esto no se ha vuelto a plantear hasta nuestra época. El enfoque de Garcilaso es sorprendentemente actual puesto que él ya se concebía a sí mismo, no como un indígena, no como un nativo puro ¾tal como no lo son actualmente el noventa por ciento de nuestra población andina¾ sino como integrante de una realidad distinta, de una sociedad que a partir de allí debería admitir el hecho histórico contundente: la presencia de Occidente como un nuevo factor que conformará la esencia de lo andino. Démonos cuenta que Garcilaso no planteó el retorno al Imperio de los Incas. No clamó porque todo volviese al lugar en que estaba antes de la llegada de Pizarro. Como filósofo que era, formado en renombradas escuelas europeas y con maestros de prestigio, sabía que hechos de esa naturaleza son irreversibles, tal como la llegada de los Incas al valle de Urubamba, erradicando y dominando a sus anteriores habitantes. Lo que Garcilaso avizoró fue que solo mediante nuevas estructuras mentales podemos encontrar el punto de equilibrio para poder vivir con dignidad, sin ignorar que estamos en un mundo multivalente, formado por muchos seres distintos y de diferente potencialidad. Garcilaso es un revolucionario, insistimos, porque es un independentista, porque fue el primero en elaborar un proyecto civilizatorio para el mundo andino sin ignorar la presencia y los aportes de Occidente.

 

Él no pensaba que el mundo andino debía ser una cola dependiente de Europa; él veía al nuevo mundo lo suficientemente maduro y capaz de decidir su destino. Quiere decir que tomó partido, pero no por lo que más le convenía, que era convertirse en un europeo más ignorando su origen ¾cosa que demostró no serle difícil¾ sino por ser un andino, un nuevo representante de esa nueva realidad que se venía conformando.

 

Como Atenágoras, Taciano y Orígenes lo hicieron respecto a las doctrinas de Platón y Aristóteles Garcilaso se convierte en un apologeta prolongado haciendo lo mismo con la doctrina religiosa, moral y política incaica. Pág. 93.

 

Existen muchos méritos más en la obra de Gustavo Flores Quelopana, pero quizá el más importante sea éste: el de darnos a conocer el primer intento por resolver el drama de la conquista sin renunciar a ser lo que somos. Porque tanto para Garcilaso como para nosotros, está claro que nunca llegaremos a ser europeos, norteamericanos ni occidentales: seremos andinos querámoslo o no; con piel marrón, negra o blanca; con quechua, castellano o aimara; viviendo en la sierra, en la selva o en la costa. Seguiremos siendo andinos muy a nuestro pesar. Pero para que ello no nos pese, Garcilaso ideó ya el primer proyecto andino pos hispánico: la revalorización de nuestra cultura, de nuestras propias capacidades y de nuestros propios valores. Garcilaso le dijo al mundo que los andinos eran lo suficientemente capaces de gobernarse y de ser. Siguiendo entonces esa huella de luz, a la que se suman ilustres voces como las de Mariátegui y su creación heroica, debemos asumirnos ya como una nueva identidad, con capacidad para conformar nuestro mundo a nuestra manera. Creemos que la obra de Flores Quelopana nos deja principalmente ese mensaje:

 

Pero lo que se debe hacer en cada verdadera obra maestra es tratar de aprisionar su espíritu, lo único que en verdad resume su propósito fundamental y sobrevive a lo largo de los siglos en los repliegues de la intrahistoria. Pág. 79

 

Se me quedan otros elementos de juicio más en el tintero; como, por ejemplo, la propuesta del autor de demostrar que Pachacámac es la clave para entender que los andinos desarrollaron el pensamiento abstracto al más alto nivel, pues concebían a un dios como una entidad por encima de los intereses humanos;

 

Por último, en la intención de los indios de dar el nombre Pachacámac al sumo Dios que da vida y ser al Universo es posible rotular lo consecutivo: 1. La presencia de un conocimiento de la naturaleza de Dios como la vida misma, pero no como Persona divina 2. La admisión de que la existencia y los atributos de Dios son naturalmente cognoscibles, ello no significa que Dios sea conocido en sí mismo. 3. Vivificación como actividad pura o fecunda que está frente a una materia preexistente a la cual anima. 4. Su comunicación vital es un bien a la criatura, como semejanza de irradiación de la luz divina. 5. Guarda una correspondencia, como divinidad de la vida, con la Persona del amor, es decir, con la Persona del Espíritu Santo que tiene que ver con la fecundidad del amor divino. Pág. 112.

 

Sin embargo, será con el dios Pachacámac incaico donde éste se presenta ya no como una divinidad astral, ni como una divinidad agrícola, ni como una divinidad subterránea, sino que está sobre todas las demás deidades, es el dispensador de la vida del Universo, parecido al aperion o lo indeterminado de Anaximandro o al logos de Heráclito, no es un principio físico o material cósmico, como en los milesios llamados por Aristóteles los filósofos físicos, es un principio inmaterial, benéfico, desconocido, carente de representación (y esto es una reveladora diferencia con al imagen tiahaunaquense) sin sacrificios ni residencia espacial, su ubicuidad solo encuentra límite en la materia preexistente a la cual anima, todo lo cual señala un grado de espiritualización más elevado, de mayor abstracción y complejización, desconocida hasta entonces en el pensamiento andino. Pág. 117.

 

También el proponer que el pensamiento andino no es como el occidental, que se basa en el uso y ejercicio de la razón, sino que interviene el componente mítico como factor determinante, sin lo cual el andino no puede llegar a establecer conjeturas correctas, válidas para su mundo.

 

El hombre prehispánico no es un hombre que se plantee solo vivir con el uso de la pura inteligencia, instaurando¾como en los griegos¾ una pura fe en la razón, sino que, por el contrario, no pierde contacto con lo numinoso y desrealizador del pensamiento metafórico. Su horizonte mental no es el imperio logocrático del concepto, muy propio de la civilización occidental, sino el imperio mitocrático del plurisigno. Su actitud filosófica no vive sujeta al principio lógico de identidad sino como en Heráclito y Pitágoras, por ejemplo, se mueve en la no-identidad, en la armonía de los contrarios. Por lo que sus características, como discursiva, explicativa y racional, no serán enteramente lógicas, y tendrán mucho de poéticas, que, a fin de cuentas, es otro modo de tener contacto con la realidad. Aquí no se da un racionalismo que reduzca el conocimiento a la razón, antes bien, la vida prehispánica está rodeada de misterio, enigma alteridad y contradicción. La piedad no será en ella una virtud del hombre, es más bien una relación viva del hombre con lo sagrado. Pág. 125.

 

Con esto Flores nos trata de decir que, como ya sabemos, el ser humano no es todo razón, sino una suma de factores como los sentimientos, las creencias, las pasiones, los deseos, etc., lo cual se demuestra fácilmente si pensamos que la mayoría de las personas vivimos casi siempre sin emplear el juicio, lamentablemente.

 

La filosofía de la metáfora es la que vive el traspaso de lo conceptual a lo metafórico y la filosofía occidental es la que traspaso lo metafórico a lo conceptual. La filosofía mitocrática es la que pone el acento en el plurisigno de la metáfora que desrealiza lo real, vive en la no-identidad, reside en la armonía de los contrarios, su lenguaje¾en el que están tanto el logos y el mythos ¾ prioriza en grado superior a las metáforas que a las conceptualizaciones. Pág. 132.

 

Conjuntamente, utilizando la clasificación de Walter Schubart, no hay en ella un ascetismo que anhele la huida del mundo como la hindú, ni un sentido armónico de contemplación como la China, ni un sentido heroico de dominio del mundo como la occidental, ni un sentido revelado y mesiánico de alcanzar el Reino de Dios como la hebrea, sino un sentido vivificador, no revelado, que busca divinizar el mundo y la historia. Finalmente, al hablar sobre el sentido del filosofar prehispánico estamos haciéndolo sobre lo que lo distingue respecto del filosofar occidental: su sentido mitocrático ¾tradición religiosa como base principal de su reflexionar filosófico¾ frente al sentido logocrático de Occidente ¾la pura razón teórica como base del pensar filosófico, atención al empirismo circundante y el desarrollo de la idea de ciencia como infinidad de tareas. Pág. 176.

 

En fin, Garcilaso al final del siglo XVI se encontró en el Perú con un filosofar que estaba unido a la teología y religión, lo que percibió como una base común entre los filósofos del incario, no sin dejar de señalar sus diferencias. Las diferencias serán más culturales y espirituales que propiamente filosóficas entre los distintos orbes civilizacionales. Pág. 179.

 

La obra la Metafísica de la Luz de Gustavo Flores Quelopana es un punto referencial importante para todos aquellos que quieran abordar con seriedad el fenómeno andino desde una perspectiva filosófica. En mi opinión personal, abre la puerta a toda una serie de conjeturas sobre este controvertido tema. Y una obra se hace importante, no solo por lo que dice, sino por aquello de bueno es capaz de generar.

Los Amautas Filósofos

 


Reseña a

Los Amautas Filósofos

Un ensayo de filosofía prehispánica

de Gustavo Flores Quelopana,

Luis Enrique Alvizuri

Los amautas filósofos es un libro insólito, nuestro prolífico autor ya nos había sorprendido anteriormente con otro texto no menos especial, como fue el de La metafísica de la luz en el Inca Garcilaso, un tratado de contenido sorprendente que expone a nuestro ilustre mestizo como el primer filósofo de la historia moderna del Perú. Pero en Los amautas se retrotrae la indagación filosófica hacia más atrás, se pregunta por qué el Inca Garcilaso llamó a los amautas “filósofos” y la respuesta cree hallarlo en la traducción garcilasiana de la palabra “Pachacamac”. Los dos ensayos reunidos en esta obra, y que fueron primitivamente ponencias en el último congreso nacional de filosofía realizado en el Cusco, encuentran su punto de inflexión en la teología de Pachacamac.

Según Flores, la clave hermenéutica para comprender la razón que tuvo el Inca Garcilaso para llamar a los amautas filósofos se halla en la cerrada defensa que hizo de la traducción de la palabra Pachacamac como “animador” en vez de “creador”, todo lo contrario de la intención cristianizante, aunque distorsionada, de la mayoría de cronistas españoles e indios.

A partir de aquí Flores emprende la tarea de extraer todas las consecuencias implícitas en la afirmación garcilasiana, asumida como auténtica debido a que se trata de la única aseveración que defiende el verdadero sentido y significación de la traducción quechua. Los amautas fueron platicantes de cosas sutiles, tomados con la máxima consideración por el Inca, su figura humana correspondía a la del sabio que indagaba tanto los asuntos prácticos como teóricos, pero en lo teórico tuvieron como saber supremo al conocimiento religioso.

Ahora bien, Pachacamac no es creador del mundo sino animador, no hace el mundo, pero da vida al universo. Esto supone cuestionar que los antiguos peruanos conocieron la concepción cristiana de la creación ex nihilo, pues el dios Pachacamac es fuerza y vida incesante que transforma, pero no forma a plenitud la cosa, su dación de vida es sobre una realidad preexistente, no hay auténtica creación ex nihilo, lo que hay es una ordenación desde una nada que es algo en sentido privativo o negativo. El ser o mundo universo adviene a la vida no desde una nada absoluta, como en el cristianismo, sino desde una nada que es algo. El mundo o la Pacha no surgen en consecuencia por un acto de pura y radical creación de Pachacamac. Mas aun, Pachacamac o el dios vivificador y la Pacha o el mundo informe son eternos y la ordenación metafísica impide una identificación radical entre dios y el mundo. Por eso, lo que en realidad eternamente existe es una dualidad metafísica en la mentalidad inca. Este dualismo tripartito inca impide hablar de un panteísmo, que es consecuencia de un monismo. No hay coincidencia ni con el panteísmo ateo, que identifica dios y mundo, ni con el panteísmo acosmista, donde dios es la realidad y el mundo su emanación. La teología inca no se resuelve en un panteísmo sino en un henoteísmo, donde lo divino prevalece desde una base dualista que no le resta realidad al mundo. Pachacamac como primera causa ontológica de animación y no de creación encarna la verdadera metafísica inca, la cual exige trascender el universo profano y acceder a otro universo sagrado sólo accesible para los amautas dedicados al conocimiento de la divinidad. Pues Pachacamac como luz procreadora no deja brillar en el interior mismo del hombre, y es probable que haya sido percibida como la luz mística de la trascendencia. De este modo Flores añade que el principio de la luz divina, asociada también a la divinidad solar, buscada por amautas-sacerdotes y filósofos anacoretas, mencionados por el cronista Murúa, fue un fenómeno muy extendido, según las iconografías y monumentos, en el mundo andino.

Desde este punto de vista Flores plantea que el horizonte mental del hombre andino e inca no está delimitado por el imperio logocrático del concepto, muy propio de Occidente, sino por el imperio mitocrático del plurisigno y la armonía de los contrarios, que encuentra en la tradición religiosa la base principal de su reflexión. El amauta no es sólo el maestro o profesor sino el pensador, sabio y taumaturgo que puede hablar con los dioses. Pachacamac no sólo es algo sagrado descubierto por la religión inca, sino que también es idea alumbrada por la reflexión filosófica. Y es que las filosofías no sólo tienen una intención mítica, sino que la filosofía misma antes de ser ordenación de conceptos fue comprensión de imágenes y símbolos. Pues hay metafísica primera en las mitologías, el pensamiento mítico no puede escapar a la filosofía. De ahí que el dios Pachacamac sea concebido desde aquel privilegiado instante en que la poesía, la religión y la filosofía se encuentran fusionadas en uno solo. Así el filosofar mitocrático se da en continua transferencia entre lo conceptual-lógico y lo intuitivo metafórico.

De este modo, para Flores Quelopana la filosofía no una “golosina intelectual” fruto de la hibridación cultural acaecida desde la Conquista, no es transposición de una tradición cultural heterogénea, es más bien parte de nuestra ancestral naturaleza americana. Por ello puede decirse que atribuir el pensar filosófico al mundo precolombino no es resultado de dejarse llevar por el prestigio de la palabra “filosofía”, ni por razones de la antigüedad de la civilización andina, sino que, obedece a la constatación de que Grecia no es la medida de toda filosofía posible si tomamos en cuenta la diferente profundidad del anhelo metafísico de las altas culturas premodernas. Anhelo metafísico que preformó en la India la filosofía metacósmica, cuyo ascetismo anhela la huida del mundo y busca traspasar el ser; en la China la filosofía intracósmica, que se afana en armonizar la vida con el rito del cosmos; en Grecia la filosofía microcósmica, que busca la claridad conceptual del universo delimitado; en Occidente la filosofía macrocósmica, que escudriña la conquista del cosmos y el dominio heroico del mundo; y en los Andes prehispánicos la filosofía mesocósmica, la cual indaga en el mundo la vivificación incesante del mundo-universo.