PIERRE FOY
VALENCIA
Gustavo Flores Quelopana
En nuestro tiempo nihilista, narcisista,
hedonista y egocéntrico Pierre Foy Valencia está lejos de ser un cadáver light
vegetativo y semoviente, sólo capaz de cavar fosas profundas, erigir sepulcros
y profesar incertidumbres. Todo lo contrario. Con su ferviente convicción
ecologista defiende la plenitud de la vida y del medio ambiente. Su espíritu
burgués es de índole espiritual y cultural, donde la libertad se impone a las
barreras autoritarias y destructivas.
En el fondo de su postura hay una agitación contra
el capitalismo digital, la modernidad gaseosa, la masificación de la
positividad, el cinismo de la razón subjetiva y el vacío existencial. Esos son
temas que han tratado últimamente Zuboff, Bauman, Han, Sloterdijk y Lipovetsky.
Y Foy Valencia encuentra una respuesta con aroma de achicoria y fragancia de
jazmín en los jardines del ambientalismo y el animalismo. ¿Serán estas posturas
una respuesta correcta a la crisis presente? Eso no cabe dilucidarlo aquí, basta
señalarlo.
Pierre Foy Valencia tiene el mérito de haber
creado el curso universitario de derecho animalístico, publicado importantes
libros de derecho ambiental y ser un impulsor académico de nuevas generaciones
de esta disciplina jurídica interdisciplinaria. Es un connotado maestro
universitario, riguroso investigador y meticuloso escritor. Especialmente
destaca su mastodóntico volumen “Tratado de Derecho ambiental”. Además, es un
ferviente defensor de la ideología liberal y un bibliómano empedernido.
Y como procedo del ámbito de la filosofía y
no del Derecho nos conocimos a través de nuestro buen amigo y también abogado,
natural de la primaveral ciudad de Trujillo, Santiago Gutiérrez Rodríguez, quien
es miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía.
Fue Santiago el que nos puso en contacto a
través del hábito bibliómano de Foy. En una palabra, le recomendó a Pierre
algunos de mis libros y así comenzó nuestra amistad, que no es añeja, apenas
contará con dos años. Desde entonces nuestras reuniones han girado en torno a
libros y más libros, temas de los más diversos y preocupaciones polémicas.
Generalmente nos reunimos en el Club Miraflores, amenizando nuestro encuentro
con excelentes almuerzos o lonches. Y a
pesar de no coincidir en muchas posturas la amistad sigue indemne.
Su curiosidad intelectual es vasta y pródiga,
la facilidad que tiene para crear términos clasificatorios es pasmosa, siendo
un gran conversador es ameno y risible. Con gran capacidad de humor no deja de
ser entretenido. Pero cuando se pone serio tampoco pierde la traviesa y jocosa chispa
criolla. Eso lo advertí cuando escribió su opinión sobre mi pensamiento y el
cual lo publiqué en mi libro “Caleidoscopio intelectual” (Lima, Iipcial, 2024).
Tiene la sorna de un Ricardo Palma y la minuciosidad de un Immanuel Kant.
Cierta vez me invitó a su casa y conocí su
biblioteca y a sus canes. Justo había una simpática señora de aspecto
cajamarquino que hacía el aseo de su casa. Pude observar que si bien sus libros
son numerosísimos mayor es la cantidad de libros fotocopiados que se resisten a
ser ordenados e ir a los anaqueles. Efectivamente, el maremágnum de información
y bibliografía que maneja Pierre lo hace estar en lucha constantemente con el
orden. Y esto a tal punto ocurre que tiene un hermoso estudio tecno-espacial
que no luce por estar invadida de bibliografía por ordenar.
No es el primer caso donde la creatividad se
asocia el desorden. Beethoven, Edison, Faraday, Picasso, Einstein, Jobs y Twain
son algunos de los casos más conocidos. Hay mentes que requieren de un supuesto
caos para crear. Quizá mi primera impresión sea fallida, pero no deja de ser
interesante. Siempre he estado intrigado por el misterio de la creatividad. Por
mi parte sucede todo lo contrario. Necesito del orden para crear. Tal es el
caso de Tchaikovski, Newton, Kant.
Otro aspecto que me llama la atención es cómo
nuestra amistad pudo salir incólume a pesar de mantener puntos de vista tan diferentes
en tantos aspectos. Creo que no es mérito mío sino suyo. Su bonhomía facilitó
las cosas. Nuestras discrepancias siempre fueron alturadas y cordiales. No
obstante, no se me pasa desapercibido que no sea yo un “caviar”, a pesar de mi
socialismo. Ese término lo repite hasta la saciedad, pero como lo hace en tono
divertido evita la pesadez cargante.
La verdad es que en nuestros encuentros no
evitamos la confrontación dialéctica. No son encuentros de salón ni tampoco
tertulias chocarreras de cantina. Prima el intercambio libre de ideas. En
ufología discrepamos. En metafísica, religión y política también. Estoy seguro
que eso es lo que hace interesantes nuestros encuentros. Yo soy creyente
católico, él agnóstico. Pienso que los aliens son demonios, él que son extraterrestres.
Considero que en política China demostró la
efectivad del comunismo en el poder y el capitalismo en la economía para lograr
una efectiva distribución de la riqueza, él defiende el capitalismo en su
versión neoliberal. Él es un animalista, yo un humanista. Hasta nuestras
concepciones de justicia y del animalismo son distintas. Tantas son nuestras
discrepancias que salgo admirado de su amistad. Pero al final sale prevaleciendo
la amistad. El mérito es suyo, no mío.
Esto me lleva a reflexionar sobre la amistad.
“Florián” afirmaba: “Amigos míos, los amigos no existen”. Por su parte, el
peripatético Aristóteles decía que hay amigos de tres clases: de diversión, negocios
y desinteresadas. Pero a la amistad desinteresada la consideraba la verdadera amistad.
Para los chinos el verdadero amigo enriquece el alma. Para los hindúes el
tiempo es la verdadera prueba de la amistad. Y el cristianismo enfatiza lo
incondicional, el sacrificio y la lealtad como pruebas de la amistad. En última
instancia sale a nuestro encuentro la sentencia de George Herbert: “Vivir sin
amigos, morir sin testigos”. Aunque desde su tumba Voltaire nos repite: “¡Dios
mío, líbrame de mis amigos! De mis enemigos ya me libro yo”.
Pues bien, Pierre destaca por brindar una
amistad que nutre el alma. No es una persona perfecta, como nadie lo es, pero
sus méritos son mayores que sus defectos, como en muchos lo son.